EL SÍNDROME DE PROCUSTO Y LA ENFERMERÍA


Procusto era un posadero que tenía su casa en las colinas de Ática, donde ofrecía posada al viajero solitario. Allí lo invitaba a tumbarse en una cama de hierro donde, mientras el viajero dormía, lo amordazaba y ataba a las cuatro esquinas del lecho. Si la víctima era alta y su cuerpo era más largo que la cama, procedía a serrar las partes del cuerpo que sobresalían: los pies y las manos o la cabeza. Si, por el contrario, era de menor longitud que la cama, lo descoyuntaba a martillazos hasta estirarlo. Según otras versiones, nadie coincidía jamás con el tamaño de la cama porque Procusto poseía dos, una exageradamente larga y otra exageradamente corta, o bien una de longitud ajustable.

Este mito de la antigua Grecia se ha aplicado en múltiples ámbitos como la empresa, la sociedad, las organizaciones, la familia e incluso la política. Y se ha hecho tratando de asimilarlo a procesos de estandarizacón, sistematización o uniformidad, de tal manera que quienes plantean modelos diferentes o tratan de incorporar visiones particulares de intervención son identificados como “diferentes”, “raros” o incluso “inadaptados” que, por tanto, padecen el síndrome de Procusto. De tal manera que aquellos que lo padecen deben ser acostados en el lecho de Procusto a fin de “ajustarlos” a su “normalidad”.

Pero también están aquellos que, desde una pensamiento crítico y reflexivo, plantean alternativas, cambios, adaptaciones… y los mismos son adaptados a las limitaciones mentales de quien, actuando como Procusto, son identificados como lunáticos, utópicos, ilusos o locos que nunca lograrán sus propuestas, aunque para ello tenga que acostarlos en su adaptadora cama. 

En definitiva, estamos ante el síndrome que bien podríamos identificar o redefinir como de la mediocridad.

Dicho lo cual no resulta muy difícil identificar las similitudes que dicho síndrome tiene también en la Enfermería.

Pero no porque la enfermería sea particular o diferente al resto de profesiones o disciplinas, sino porque se aliena de manera mimética a lo que otras hacen de manera sistemática y siguiendo, en muchas ocasiones, criterios exclusivamente clientelistas, de poder o de un mal entendido liderazgo de la obediencia.

Ser enfermera no es ni más ni menos difícil que ser psicólogo, biólogo, farmacéutico, filólogo… se trata de estudiar y obtener el título que habilite para ejercer las competencias adquiridas en cualquiera de las disciplinas. Otra cosa bien diferente es ser buena enfermera. Ser buena enfermera es muy difícil y precisa de una clara identificación de sentirse enfermera. Es decir, no es tanto ser enfermera como sentirse enfermera.

Sentirse enfermera es aceptar, asumir e interiorizar que las personas, las familias e incluso las comunidades con las que debemos interactuar son singulares, particulares y únicas, lo que significa que tendrán necesidades y demandas exclusivas, que vivirán las situaciones de manera muy específica, que afrontarán los problemas de salud con desigual actitud, que asumirán su cuidado en tiempos diferentes, que participarán en la toma de decisiones en función de nuestra actitud… en definitiva, que la estandarización o sistematización de los cuidados es tan solo un intento de uniformidad que no responde con lo que de nosotras, como enfermeras, se espera y que, por lo tanto, se precisa de abordajes tan diferentes como personas con las que interactuemos. Esto, sin duda, lleva a que se tenga ser muy buena enfermera para poder responder desde esta perspectiva diversa sin abandonar, por ello, la necesaria atención integral, integrada e integradora que se precisa. Pero es que no hay que confundir y menos aún creer que llevar a cabo la necesaria atención integral, integrada e integradora supone estandarización de cuidados. Justamente lo contrario, significa tener que identificar las necesidades que cada persona, familia y comunidad tienen para poder abordar ese tipo de atención que no sería posible con otro planteamiento.

Y esto es, justamente, lo que a algunas/os que actúan como Procusto, parece molestarles, queriendo convencer de que dicha actuación es utópica e irreal y que, por tanto, debe ser categorizada, ordenada, clasificada y sistematizada… es decir cortando los “pies y las cabezas” que otorgan “alturas” diferentes y, por tanto, la necesidad de contar con camas diferentes. Como si se pudiese establecer un vadecum de cuidados a imagen y semejanza de lo que se hace con la farmacopea.

Pero hay más tipos de Procusto. Aquellos que se creen empáticos pero que realmente, desde su egocentrismo, se limitan a interpretar y juzgar los posicionamientos, planteamientos o ideas de otros por el simple hecho de ser diferentes a los suyos. Los mismo que hablan de trabajo en equipo, escucha, colaboración, tolerancia… con la única intención de ser escuchados ellos mismos y evitar escuchar a los demás. Quienes tienen miedo a profesionales capaces, competentes, críticos, reflexivos, brillantes… y entienden que son un peligro para su posición y su ego, lo que provoca una reacción inmediata de desconfianza, recelo, rechazo y actitud defensiva, que le lleva a anular, minimizar e incluso ridiculizar sus capacidades e iniciativas por miedo a quedar en evidencia y dejar al descubierto sus carencias y mediocridad. Quienes desde la posición de poder que ocupan, que no de respeto, se buscan aliados para eliminar a todo aquel que destaque y pueda hacerle sombra. Estamos pues ante un claro ejemplo de acoso laboral o moobing en el que Procusto es el/la “jefe/a” en cualquiera de sus formas (directoras/es, supervisoras/es, coordinadoras/es…) y se rodea de aliados que por miedo por envidia, venganza o simple mediocridad ayudan a Procusto a cortar los miembros de quienes han cometido el crimen de ser diferentes y, sobre todo, brillantes.

Pero el síndrome de Procusto también se puede padecer de manera colectiva. Es decir, es cuando Procusto no se identifica en una única persona, sino que lo asumen un grupo de profesionales que se alían para reducir, ridiculizar y eliminar a alguien que, siendo brillante y diferente, pone en evidencia su mediocridad, conformismo, inmovilismo y, por lo tanto, les obliga a tener que asumir acciones, actitudes y aptitudes que les haga trabajar o pensar más allá de lo que podríamos considerar la ética de mínimos, es decir, hacer lo justo e imprescindible y sobre todo lo que está sistematizado o estandarizado. En este caso no pararán hasta que este “enemigo” de sus posicionamientos sea acostado en la cama y le sean amputadas las ideas (pies y cabeza) que sobresalen de la misma y se identifican como un peligro para su posición de bienestar y confort.

En la mitología griega, Procusto mantuvo su reinado de terror hasta que apareció Teseo y le retó a que él mismo se sometiese a su propio juego de “adaptación” y “normalidad”. Tumbándolo en la cama procedió a cortar los pies y la cabeza de Procusto con el fin de “ajustarlo” tal y como él hacía con quien llegaba a su posada.

No considero que deba aparecer un nuevo Teseo para someter a la ignominia, la ridiculización, el menosprecio, el ataque injustificado, la descalificación y la eliminación de quien o quienes “padecen” el síndrome de Procusto. Pero sí que sería necesario que el nuevo Teseo pudiese acabar con la mediocridad y ajustase a los Procusto, que tan libremente actúan, a la normalidad del respeto, la consideración, el reconocimiento, la diversidad… de quienes piensan de manera diferente.

Mientras esto no suceda resultará muy difícil la identificación de referentes o la visibilidad de enfermeras motivadas, implicadas e innovadoras, por el simple y necesario hecho de ser diferentes y plantear alternativas, estrategias, ideas, posicionamientos…que se alejan de lo que siendo considerado como normal tan solo lo es en función de la repetición sin fundamento, la imposición intransigente o la comodidad de no cuestionar nada.

Son aún muy numerosas las camas en las que se acuesta a quienes no cumplen con lo establecido y muchos los que actúan como Procusto amputando cualquier posibilidad de cambio y de mejora, con el único objetivo de mantener su posición de privilegio y mediocridad en cualquier ámbito profesional (asistencial, gestión, docente o investigador).

Las organizaciones de salud, la sociedad, la profesión enfermera, necesitan de enfermeras con pensamiento crítico y reflexivo, con alta preparación y con liderazgo, que permitan generar un cambio tan importante como necesario en los actuales modelos de gestión y atención sanitarias. Para ello quienes acceden a puestos de responsabilidad y tienen capacidad en la toma de decisiones no pueden seguir aplicando los macabros y reaccionarios métodos de Procusto. Y a quienes estando asentados en la comodidad y el conformismo de la mediocridad se les debe reducir su capacidad de actuar con idénticos métodos, con el objetivo de eliminar a las/os líderes por el simple hecho de que estas/os puedan dejar en evidencia sus carencias y su actitud.

Matar a Procusto fue la última hazaña de Teseo en su viaje a Atenas. En el caso de Enfermería prefiero que siga su camino hacia la excelencia después de acabar con Procusto y quienes lo encarnan o padecen el síndrome al que le da nombre.