¿DOCENCIA ENFERMERA EN PELIGRO DE EXTINCIÓN?



Tras más de 40 años de los estudios de enfermería en la Universidad, parece como si ya estuviese todo conseguido. Que al haber alcanzado el techo académico y poder ser ya doctores las enfermeras lo tuviésemos todo hecho.

Llegar a la Universidad fue algo complejo, difícil y muy laborioso. Enfermeras de las que en muchas ocasiones ni tan siquiera conocemos sus nombres lucharon de manera firme y decidida para que los estudios de enfermería no quedasen relegados a la Formación Profesional como se pretendía. Enfermeras referentes sin duda que el tiempo y, por qué no decirlo, la desidia enfermera hicieron que se diluyeran en el tiempo y se perdiese su recuerdo y, lo que es peor, su reconocimiento.

La incorporación en la Universidad supuso retomar la identidad enfermera usurpada tiempo atrás con planes de estudios que trataban tan solo de formar a obedientes, dóciles y sumisas ayudantes y técnicas sanitarias. Se modificaron los planes de estudio incorporando la ciencia enfermera y posibilitando que fuesen las enfermeras las docentes. Fueron tiempos de ilusión, de compromiso, de implicación y de desarrollo enfermero a pesar del techo de cristal que nos impedía acceder al máximo grado académico. Pero tampoco esto fue impedimento para que las mismas enfermeras que ya habían logrado llevarnos a la Universidad, junto a nuevas enfermeras, siguiesen trabajando por lograr alcanzar la licenciatura primero y el doctorado después. Lamentablemente no se logró por presiones que nada tenían que ver con el desarrollo académico ni con la razón científica. Hubo que esperar a que, el que vino en denominarse Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), nos habilitase al mismo nivel académico que cualquier otra disciplina, sin concesiones de gracia y sin tener que tomar caminos alternativos para lograr lo que por derecho nos correspondía. La nueva reforma de los planes de estudio permitió configurar unas currículas más enfermeras si cabe.

Conseguido el objetivo se inició una etapa en la que la atención se centró en otros ámbitos por entender que ya estaba todo conseguido a nivel docente. Las Universidades entraron en la lucha por posicionarse en los rankings de investigación y se trasladó a los docentes la presión del sexenio. Había que producir mucho y publicar en las mejores revistas de impacto.

En paralelo a este proceso, la actividad asistencial de las enfermeras no crecía a la misma velocidad que la docente y se agrandaba la brecha que siempre ha estado presente entre docencia y asistencia.

Por una parte, hay que destacar que las organizaciones sanitarias reunían en sus centros a enfermeras con diferente formación y con diferente percepción y sentimiento hacia la profesión enfermera. No todos entendían ni sentían lo mismo cuando se hablaba de ser enfermera. ATS, DUE y Grado compartían espacios, pero no así lo que significaba ser enfermera y actuar como tal. Esto generaba tensiones y enfrentamientos entre las enfermeras, lo que no contribuía a estabilizar una aportación enfermera homogénea ni a disminuir la distancia entre docencia y asistencia.

Por otra parte, la Universidad, cada vez más, presiona para que sus docentes sean investigadores productivos lo que tiene consecuencias que inciden de manera significativa en el desarrollo de la enfermería tanto en la Universidad como en las organizaciones de salud.

La primera de estas consecuencias es que la docencia pase a ocupar un segundo plano tanto para las propias universidades, que la ven como un mal que tienen asumir, pero a la que progresivamente prestan menos atención y menos recursos. Esto conlleva a que la docencia, cada vez, sea de menor calidad a pesar de que el denominado plan Bolonia, es decir el EEES, planteaba cambios significativos de mejora. Y esto se produce porque ni se planificó adecuadamente, ni se habilitaron los medios para que se lograse lo que teóricamente se planteaba y que, básicamente, consistía en un cambio de modelo docente más centrado en el estudiante que tenía que adquirir el protagonismo de su proceso de enseñanza-aprendizaje. Y ni los docentes asumieron, en muchas ocasiones, el reto, ni los estudiantes estaban preparados para ese cambio en el que se reclamaba su participación activa. Se pretendió implantar un modelo que no contaba con un planteamiento similar en los niveles educativos previos a la universidad con una clara e histórica desarticulación entre ellos, que, por tanto, generaban resistencia, cuando no rechazo por parte de los estudiantes, acostumbrados a su papel pasivo de receptores de conocimiento preparado, “enlatado” y listo para su consumo rápido y sin “sobremesa” en la que reflexionar. Mientras tanto, por parte de los docentes, se provocaban idénticos comportamientos de resistencia y rechazo al identificarlo o bien como una pérdida de protagonismo y, por tanto, de poder o bien como un modelo para el que no se sentían preparados o ni tan siquiera estaban dispuestos a estarlo, perpetuando las clases magistrales con apoyo del omnipresente “Power Point” en muchas ocasiones utilizado como si de un karaoke se tratase. Y todo esto, que suponía una importante inversión económica coincidió en el tiempo con el inicio de la crisis. Crisis que supuso la excusa perfecta para no acometer los cambios ni por parte de los promotores ni de los actores, quedando todo en un “Espacio” vacío y sin sentido.

Así pues, la docencia pasó a ser en la Universidad algo que había que asumir, pero a lo que se prestaba poca atención y menos interés aún. Las consecuencias derivadas de tal situación las sufren, fundamentalmente, las/os estudiantes que cada vez más son identificados como un producto que genera ingresos y que cuando deja de hacerlo ya no interesa por no ser productivo. Este mercantilismo universitario conduce, por tanto, a una distancia cada vez mayor entre los estudiantes y la Universidad y sus docentes, que son identificados en el primero de los casos como un paso obligado para la obtención del título habilitador en el mercado laboral y a los segundos como agentes para lograrlo, pero sin que realmente se genere una interrelación más allá de los exámenes, las tutorías y las actas. Nos encontramos pues, ante un escenario tan artificial como frío y distante en el que ni las emociones ni los sentimientos tienen cabida habitualmente.

La reflexión, el pensamiento crítico, el análisis, el debate, la empatía, la escucha activa, la retroalimentación… quedan relegados a meros conceptos teóricos que son suplantados por la preparación de exámenes, la realización de trabajos y la asistencia a clase, siempre que sea obligada, para lograr obtener los puntos necesarios para la obtención final del título, como si del carnet de conducir se tratase. La relación estudiante – profesor/a, se limita, en el mejor de los casos, a las clases teóricas. La mayor preocupación de los estudiantes, por tanto, se concentra en saber qué es lo que irá para el examen y a recopilar los apuntes o presentaciones que se cuelgan en los campus y se convierten en herramientas que se interponen en la comunicación personal directa, por muy útiles que puedan resultar. Así pues, el estudiante pasa a ser un expediente, un número de DNI o una cara que suena, pero a la que difícilmente se asocia con una persona, un nombre y, sobre todo, con alguien que piensa, sufre, siente y se emociona, aunque lo tenga que controlar para no destacar demasiado. Los exámenes, mayoritariamente, son pruebas de memorización mecánica en las que lo más que tienen que hacer los estudiantes es marcar una casilla, sin que ello signifique que aquello que están respondiendo lo hayan comprendido, entendido y mucho menos interiorizado. Tragar y vomitar para aliviar el empacho memorístico.

Los estudios de Enfermería no quedan al margen de todo este proceso y en ocasiones, incluso, las consecuencias son peores como resultado de nuestra especificidad docente. A lo ya comentado de la docencia en aulas, hay que añadir la docencia en los centros sanitarios que es asumida, en muchas ocasiones, por las enfermeras de los mismos a regañadientes por identificarla como una carga más a su actividad y sin que la misma tenga un reconocimiento claro ni por parte de los centros donde trabajan ni por parte de la Universidad. La docencia, que claramente forma parte de la actividad de toda enfermera no puede ni debe ser identificada ni como algo voluntarista ni mucho menos impuesto. La docencia, por el contrario, debería ser un incentivo, una ilusión y una motivación de crecimiento y de compartir experiencia y conocimiento y debería estar reconocida, apoyada e incentivada y no como sucede actualmente que es, como pasa en la universidad, algo que se acepta sin más en el mejor de los casos.

Las/os estudiantes cortan, o se les corta, su cordón umbilical con la universidad nada más obtenido su título (sea de grado o de posgrado). No se desarrollan estrategias que favorezcan y motiven a la incorporación de estos en grupos de investigación, innovación o desarrollo lo que permitiría una mayor interrelación y un claro enriquecimiento mutuo, así como una posibilidad de generar cantera docente e investigadora para su posterior incorporación a la Universidad más allá de los rígidos y en ocasiones excluyentes circuitos impuestos actualmente. No se trata de generar nuevas medidas de excepcionalidad para las enfermeras, pero sí de adecuarlas a la realidad y especificidad enfermera.

Como complemento a lo ya planteado hay que destacar un hecho que condiciona claramente el desarrollo profesional de las futuras enfermeras. Se traslada a las/os estudiantes y estos lo interiorizan de manera inmediata, que el escenario casi exclusivo de desarrollo profesional son los centros sanitarios, especialmente públicos, lo que excluye otras muchas posibilidades que ni son planteadas ni se reconocen. La innovación, el emprendedurismo, la competencia política, la propia investigación y docencia, son soslayados y por tanto invisibilizados como opciones de desarrollo, lo que empobrece a la disciplina y a la profesión al no ser capaces de motivar nuevos y enriquecedores contextos laborales y contribuir a una dependencia enfermiza de los centros sanitarios.

Si a todo lo dicho añadimos que la formación especializada enfermera fue separada de manera torpe, irracional y mimética de las universidades e impuesta en los centros sanitarios sin ningún tipo de planificación para que a las/os tutoras/es les fuese reconocida su implicación docente y, además, pudiese compatibilizarse adecuadamente con su actividad y no simplemente añadida a la misma sin ningún tipo de incentivo, nos podemos hacer una idea de la devaluación de la docencia enfermera.

A lo ya expuesto, además, hay que añadir los requisitos que se exigen para iniciar la carrera académica en la Universidad y la precariedad a la que está sujeta y que condicionan y limitan de manera seria y peligrosa la incorporación de enfermeras a la misma, lo que supone un claro riesgo de “desertización” o de “extinción” enfermera en las Facultades de Enfermería al provocar la incorporación de profesionales de otras disciplinas, con lo que esto supone para la docencia enfermera y su posterior implicación en la práctica profesional, con independencia del ámbito donde se vaya a realizar. Es como suplantar en un ecosistema las especies autóctonas por otras foráneas, con los evidentes riesgos de pérdida y modificación del citado ecosistema y sus efectos colaterales o secundarios. Si a esto añadimos las claras discriminaciones con otros colectivos a la hora de las incompatibilidades o de la posibilidad de plazas vinculadas que favorecerían la docencia enfermera integrada con la asistencia, nos encontramos, como tantas otras veces, con que se nos exige lo mismo que a cualquier otra disciplina, pero con mayores dificultades, barreras o desigualdades.

La docencia en general y la de enfermería en particular, pues pasa por momentos muy delicados que pueden conducir a una clara involución de la formación enfermera y de su consiguiente visibilización y reconocimiento.

No se cuestiona, en ningún caso, la importancia de la investigación, pero si se precisa un respeto y reconocimiento mayores para la docencia. Se pueden y deberían establecerse criterios de incentivación real para el desarrollo de metodologías docentes innovadoras, creativas e inclusivas que permitan recuperar la ilusión por ser docente y por impartir una docencia de calidad, sin que dicha dedicación suponga una penalización por no incorporarse a la fiebre del sexenio y, por tanto, quedarse descolgado de determinadas actividades académicas. Se puede investigar, publicar y difundir conocimiento más allá del JCR, sin que, no hacerlo, suponga un estigma o una penalización para el avance en la carrera académica y se establezcan clases, en función de tener o no tener sexenios tan solo de investigación.

Ser buen docente es muy complejo y requiere de compromiso e implicación. Ser buen docente de enfermería, además, precisa de unas capacidades, aptitudes y actitudes que se impregnen de emoción y sentimientos para lograr trasladarlo a las futuras enfermeras, más allá de los conocimientos teóricos. Formar a estudiantes para que sean enfermeras no es difícil, tan solo se requiere cierta habilidad, ya que no se demanda nada específico para ser docente. Formar a estudiantes para que sean y se sientan enfermeras es complejo y precisa, en primer lugar, de enfermeras que sean y se sientan como tales, más allá de su dedicación docente y que tengan una clara convicción de la importancia que suponen las aportaciones, conocimientos, experiencias y vivencias y cómo transmitirlas para que logren conformar enfermeras comprometidas, autónomas, reflexivas, con pensamiento crítico y humanas, además de capaces y competentes.

Es necesario que las enfermeras, la universidad y las instituciones de salud, conjuntamente con la sociedad identifiquen la importancia de la docencia y lo que la misma comporta. No es tan solo una actividad más, es sin duda la que capacita para poder llevar a cabo una eficaz gestión, atención e investigación. Sin una excelente docencia nada de esto será posible y tan solo se contribuirá a expedir títulos que habiliten para actuar como enfermeras, pero no para sentirse enfermeras, que es lo que realmente requiere la sociedad para recibir cuidados de máxima calidad.

Estamos a tiempo de evitar la extinción de la formación enfermera. Otra cosa es que estemos dispuestos, todos los agentes, a querer hacerlo.

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