Vicente Ortún: «No faltan médicos, el problema grueso lo tenemos en enfermería»

ENTREVISTA | El experto en salud pública subraya que un 1% de los funcionarios del Estado hubiera cubierto las 30.000 plazas de rastreadores necesarias

David Cobo 10/12/2020 09:58 pm

A menudo abordamos la gestión de la pandemia como una dicotomía: la economía y la salud. Los últimos meses, voces por un lado y por otro han alternado, legítimamente, la exposición de los intereses de su sector. Vicente Ortún, en cambio, vive los dos mundos como un conglomerado y se ha dedicado a estudiar juntos durante toda una carrera. Actualmente es director del Master en Administración y Dirección de Servicios Sanitarios de la UPF Barcelona School of Management, pero en el pasado había asesorado a los gobiernos catalán y español y había llegado a ser presidente de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (Sespas) y de la Asociación de Economía de la Salud (AES). También fue decano de la Facultad de Economía y Empresa de la UPF.

En esta entrevista con el TODO Barcelona, ​​se muestra fulminante con las trabas burocráticas a la hora de gestionar la salud pública. De hecho, protesta porque se hayan tenido que buscar rastreadores cuando el 1% de los funcionarios del Estado hubieran sido suficientes para cubrir la emergencia. Con todo, avisa que ahora nos dirigimos a un mundo «aún más» globalizado y no faltarán nuevos retos.

Había visto un trabajo sanitario y científico tan acelerado como el de estos últimos meses?

El VIH ha matado 36 millones de personas en el mundo y tardó tres años en ser secuenciado. El SARS CoV-2 acabará matando dos millones, o dos y medio, y tardó un mes en ser secuenciado. Esto es lo que permite hacer vacunas. La aceleración, sin embargo, no sólo se ve aquí. Se ha producido en todos los ámbitos, tanto científicos como sociales. Las vacunas dan titulares, y son importantes, pero hay aspectos que no dan titulares y tendrán efectos permanentes.

A que se refiere?

El alcance de la pandemia lo ha cambiado todo. Un campeonato mundial de fútbol lo miran mil millones de personas en el mundo. Las guerras las viven 100.000 personas o 200.000 a lo sumo. El primer evento que ha vivido toda la humanidad en todas partes ha sido esta epidemia. Ni una guerra, ni un desastre natural, nada. Esto crea una conciencia diferente y hará que todavía nos globaliza más.

Como lo notará un barcelonés?

Ya se está viendo. Desvincular la presencia física del mundo laboral hará que el mercado de trabajo sea más global, cuando justamente parecía que se enfriaba esta tendencia antes de la pandemia. Ahora esto se acelerará. Excepto los trabajos de servicios, como los peluqueros, camareros y otros oficios presenciales, el resto se globalizará.

Las vacunas son un ejemplo de producto globalizado.

Sí, y ya se está viendo que expondrá un conflicto de bloques. La occidental, con Estados Unidos a la cabeza, y la oriental, con China. Nosotros qué vacunas tendremos? Las occidentales: Pfizer, AstraZeneca. Las vacunas chinas y soviéticas también se han mostrado eficaces, pero buscarán otros mercados, otros países.

No se ha oído hablar tanto, de la vacuna china. ¿Qué sabemos?

Que lo han hecho fuera de China, en gran parte. Es curioso, pero es así. Los ensayos clínicos se realizarán con vacuna y placebo para ver quién se infecta y quién no, pero por supuesto, para que esto funcione debe haber virus circulante. Como China no había, han tenido que hacer a otros países con los que ya se habrán comprometido, imagino, a ofrecerles buenas condiciones para distribuir en ellos la vacuna.

¿Qué otra factura deja la pandemia?

Aquí tendremos unos efectos particularmente claros. El país que más ha sufrido el impacto de la Covidien-19 es España. Es lo que tiene la tasa acumulada más alta de muertes por Covidien por millón de habitantes, sacando cuatro países pequeños. También tiene la mayor caída de producto interior bruto (PIB) en Europa. Sabemos que es porque nuestra economía depende más del turismo, del viaje y de la hostelería que ninguna otra economía de Europa.

Qué implicará?

De momento, poco. España está endeudando con tipos negativos a través de Europa y esto puede dar una cierta tranquilidad. Ahora bien, la situación no será eterna, porque Alemania, Holanda y Suecia se harta un día. Y dirán: «Muy bien, en 2020 manga ancha y en 2021 también, pero en 2022 será necesario que comience a devolver los préstamos». No viviremos siempre con permiso para endeudarnos y gastar por encima de lo que ingresamos con la excusa que nos estamos rehaciendo de la pandemia.

Actualmente, le preocupa más la economía que la salud?

Aunque la gente haya sido muriendo sólo con 5 años de pérdida de vida de promedio, en España llevamos casi 50.000 muertos. Esto significarían 250.000 años de vida perdidos. A poco que los valores, esto tiene un peso aún mayor que la pérdida económica.

Vicente Ortún, en el exterior del edificio universitario donde trabaja / Jordi Play

Para el virus hay vacunas. Para reponerse económicamente, el erario público necesita más ingresos y menos gastos. Usted propone subir algunos impuestos. Pero como se reduce el gasto en plena crisis sin recortar derechos sociales?

Esta es la parte difícil, pero hay una cosa muy clara: en España hay tres millones de trabajadores públicos y no en todos los ámbitos s’excel·leix ni todos los profesionales son imprescindibles en un momento excepcional como el que hemos atravesado. Hay trabajadores de la función pública que, en la práctica, han aprovechado para hacer vacaciones. Mientras tanto, ¿verdad que eran necesarios 30.000 rastreadores? Esto es un 1% de los funcionarios públicos. Si haces una llamada a todos los funcionarios para que se necesita alguien que sepa hablar, llamar por teléfono y hacer seguimiento, no se podían encontrar 30.000 personas que tenían servicios anulados? Este es el problema de la gestión pública.

La estructura del Estado ha influido en la pandemia en España?

Los próximos meses surgirán todo tipo de estudios que expliquen el impacto diferenciado de la pandemia según el país, y se contemplará la estructura de salud pública o el tiempo que hacía que el virus circulaba antes de declarar la emergencia, y muchos otros aspectos. Pero al final quedará otra idea que para mí es la más difícil de medir. Es el detalle de hasta qué punto se tiende a hacerlo bien o mal, en un territorio. Uno de los padres de la medicina, William Osler, tiene una frase que dice que «más importante que saber qué enfermedad tiene una persona, conviene conocer qué persona tiene la enfermedad». Aplicado a la pandemia, quedaría la idea de que más importante que saber qué epidemia tiene una sociedad es conocer la sociedad que tiene la epidemia. Ahora bien, la variable que hace que un país acabe de funcionar un poco mejor o peor, este concepto, será difícil de medir. Es claro que esto ha influido. De normal, todo cuesta demasiado.

Los recortes a raíz de la crisis no han tenido un peso, también, en la pandemia?

Seguro que los recortes, que se hicieron porque no había más alternativas en un momento sensible, han jugado un papel. Pero esto no explica el impacto de la pandemia. Confío más en la explicación de Osler que en la explicación de los recortes. Los recortes me preocupan, pero no tanto por la respuesta a la pandemia como por otra evolución que parece que no vemos. En Madrid cada vez se utiliza más la sanidad lucrativa y no la pública, sobre todo en partes y visitas a especialistas. Aquí vamos por el mismo camino. Si vivimos en un mundo que cada vez utiliza menos la sanidad pública, quien votará los partidos que defienden financiar la sanidad pública? El Estado del bienestar es que la gente esté dispuesta a pagar impuestos a cambio de una educación y una sanidad para todos, y que se repartan los recursos según la necesidad clínica, no el incentivo monetario. Si esto fracasa, el Estado del bienestar fracasa. Y si la sanidad termina siendo una sanidad para pobres, tendremos una sanidad pobre.

Muchos usuarios se han quejado del colapso de la Atención Primaria, los enfermos crónicos han sufrido un descenso en la atención y el funcionamiento de los rastreadores se ha mostrado ineficiente. La gestión política de la pandemia desprestigia la sanidad pública?

El problema de la gestión pública no viene de ahora. De hecho, a nivel político, fue gracias al estado de alarma que por primera vez en este país se hizo gestión sanitaria flexible. Normalmente si se quiere cambiar turnos, para que en vez de hacer turnos de ocho horas se necesitan de doce horas, debes pedir 25.000 permisos y tardas 8 meses. Como mínimo, con la ley de excepción se podían cambiar turnos y se podía pedir a los cardiólogos si querían ayudar a respiratorio, o los de reanimación si querían ir con los de anestesia. Y la gente decía que sí. Esto fue clave en la respuesta sanitaria.

Los hospitales se reconvirtieron y muchos trabajadores hacían todo lo que estaba a su alcance por responsabilidad. Sin embargo, sigue faltando personal y la respuesta que nos llega una y otra es el «no hay más». ¿Cuál es la solución del rompecabezas?

En este país no faltan médicos. Tenemos más que a otros países importantes de Europa. Lo que hace falta es dar polivalencia a los médicos que tienes sin hacer nada, que pueden ser muchos ante una situación como la Covidien-19. Un psiquiatra evidentemente no puede ir a quirófano, pero quizá sí un dermatólogo con conocimiento de aquel campo. También entre cardiología, respiratorio y anestesia puede haber circulación. En situaciones normales no se quisiera un cardiólogo a respiratorio. Pero en contextos como el actual, ayuda.

Y la enfermería?

Este es el problema grueso. La exigencia mayor en la asistencia a un paciente está en enfermería. Quién garantiza atención y cuidados las 24 horas es enfermería. Y en eso sí que padecemos. Desde hace 40 años. El ratio enfermeras / médicos es tres veces más alta en el Reino Unido que en España.

¿Por qué?

A vueltas. Por un tema de gestión pública. Porque los profesionales de la enfermería, como tanta otra gente, lo que les gustaría es tener una cierta estabilidad en el trabajo y no tener contratos que duren un día, una semana o un mes. Y en este momento, se les está haciendo firmar contratos temporales y con rotaciones excesivas. Los sueldos son bajos, pero no es eso lo que más quema. Lo que más quema es ser en Barcelona hoy y en Vilafranca la próxima semana. Y el próximo mes, no lo sé. Y en verano, en Cadaqués. Esto no es trabajar de manera digna.

Vicente Ortún, que también había trabajado para la OMS, después de la entrevista / Jordi Play

La inestabilidad golpea sanitarios y pacientes.

Una profesión como la de medicina o enfermería necesita tener longitudinalidad. Si estás en Atención Primaria, debes conocer tus pacientes. No puedes ir al ambulatorio y encontrarte alguien nuevo cada vez que vas. Es un disparate. Y es por ello que una parte de la expulsión de profesionales no se debe tanto a condiciones estrictamente salariales sino a una precariedad que se cronifica hasta que la persona tiene 50 años. Una enfermera no puede esperar a los 50 años para estabilizarse.

¿Cómo se soluciona?

La solución inmediata, para salir del paso, es ir a otro país donde encuentres gente dispuesta a venir. La solución no inmediata es que la gente, cuando termine, encuentre formas de acceso a la función pública que no sean las que tenemos ahora. Que sean más normales, en definitiva, que enlazar 10 o 15 años de contratos temporales. A una enfermera le ofreces unas condiciones de estabilidad y se te queda encantada, no se va a Irlanda para siempre.

En los picos asistenciales se han derivado pacientes a la sanidad privada. El papel de estos centros debería haber sido diferente?

Yo sólo conozco directamente el caso del Hospital del Mar, que cuando se desprogramar intervenciones y se tuvieron que liberar quirófanos, envió cirujanos en la Teknon y fue de coña. Como el Mar no podían operar, los enviaron allí. Se hizo un acuerdo y funcionó. Si todo el mundo lo ha hecho así, nada que decir.

AGEUSIA Y ANOSMIA EN EL AÑO DE LAS ENFERMERAS Y MATRONAS

La pandemia, que mantiene viva la atención de todo y de todos, vino a instalarse justo cuando la OMS había declarado 2020 como el año de las enfermeras y las matronas en todo el mundo y en el marco de la campaña Nursing Now.

            Cuando no se llevaban ni tres meses del que estaba a ser llamado un año de referencia, visibilidad y reconocimiento de las enfermeras, la COVID 19 eclipsó de manera total cualquier posibilidad de celebración.

            A los contagios, la enfermedad, los confinamientos, las medidas de seguridad, la muerte… se unieron las consecuencias económicas, sociales, políticas, que sumieron a los países de todo el mundo en una carrera por la supervivencia y la lucha contra la pandemia.

            Y en medio de esta figurada contienda que algunos quisieron trasladar al ambiente bélico como si del rodaje de una película se tratase, emergieron con fuerza las figuras de los profesionales sanitarios en general y muy particularmente el de las enfermeras.

            Desde un confinamiento forzoso y forzado la ciudadanía adoptó como propia la denominación de héroes y heroínas que a alguien se le ocurrió correspondía a quienes combatían en primera línea contra el virus en condiciones no siempre seguras para su propia seguridad. A la desafortunada denominación se unió la escenificación de fervor y reconocimiento verpertina de los aplausos desde los balcones o ventanas, que sin querer quitar el significado que se pretendía otorgar a los mismos, acabó convirtiéndose en una sistemática forma de reunión vecinal en la que se intercalaban representaciones musicales, deportivas, corales… en un intento por paliar los efectos de un confinamiento tan largo como pesado de soportar. De tal manera que realmente ni las capas ni los aplausos lograban trasladar lo que verdaderamente necesitaban las/os profesionales que eran equipos de protección, planificación de las acciones, refuerzos de personal, decisiones coherentes, evidencias científicas y menos ocurrencias y disputas políticas en las que, muchas veces, eran utilizadas/os como arma arrojadiza o parapeto de sus mediocres discursos e intenciones.

            El tiempo de confinamiento dio paso a una esperada, anunciada, deseada y precipitada desescalada que fue la antesala de nuevos contagios y la aparición, tras una tan artificial como mentirosa normalidad turística-estival, de una segunda ola dispuesta a dejar claro que la pandemia ni se había acabado ni tenía intención alguna de hacerlo. Una vez más las/os profesionales sanitarias/os tuvieron que redoblar sus ya mermados esfuerzos para hacer frente a las nuevas acometidas del virus, aunque ya desprovistos de su condición artificial y artificiosa de heroicidad y sin reconocimiento vespertino en forma de aplauso colectivo.

            En esta nueva situación las luchas políticas, tanto nacionales como entre territorios autonómicos, vinieron a desviar la atención del campo de batalla en el que realmente se libraba esa hipotética guerra entre las/os profesionales y el virus, para situarlo en los espacios políticos en donde se debería intentar hacer frente común a la pandemia, pero que se convirtieron en circos de varias pistas en las que siempre había lugar para la sorpresa, el desconcierto y como no para las payasadas de nuestros representantes populares tanto en forma presencial como virtual. Tanto éxito tuvo que incluso el celebérrimo y aplaudido Cirque du Soleil anunció su cierre al no poder resistir la competencia. Los medios de comunicación, mientras tanto, sufrían de infodemia dada la excesiva información generada por el virus de la que no saben o no quieren eliminar bulos, rumores, mentiras… que se incorporan como ingredientes imprescindibles de sus mediáticos espacios en una carrera alocada por lograr audiencias, lo que provoca incertidumbre, alarma y distorsión de una realidad en la que resulta muy complejo identificar las fuentes fiables de las que no lo son y en la que las enfermeras seguimos sin ser conocidas, percibidas ni reconocidas, más allá de algunos conflictos laborales.

En esas pistas circenses, por tanto, se representan de forma simultánea las comparecencias de quienes, en principio, son los representantes y expertos oficiales de los poderes públicos, las de quienes se encargan de tirar “pasteles” a estos y las de los periodistas espectáculo que a modo de domadores tratan de calmar a las “fieras” que sitúan en sus jaulas televisivas, radiofónicas o, en menor medida, de la prensa escrita, para, entre rugidos y zarpazos imponer su fuerza aunque la misma esté exente de argumento alguno. El resultado es el miedo, la incertidumbre, el bloqueo la descalificación interesada y la identificación de culpables repartida entre decisores políticos y colectivos sociales para que la población confundida arremeta contra unos y otros, favoreciendo la estigmatización de determinados grupos sociales y con ella la confrontación que lo único que logra es dificultar las medidas de prevención de la COVID. Todo ello al margen de la participación activa de la comunidad a través de sus representantes o líderes.

            En todo este panorama de confusión y espectáculo lamentable, las/os otrora heroínas/héroes, han pasado a ser villanas/os y la presión de una situación que no logra ser controlada provoca cada vez más desconfianza hacia ellas/os como si fueran las/os culpables, cuando son tan víctimas o más que el resto de la ciudadanía.

            El año se agota y con él la vana esperanza de que el que estaba destinado a ser el de las enfermeras y matronas deje algo más que deseos incumplidos, visibilidad oculta, reconocimiento puntual y desigual, confusión y muchas incertidumbres.

            Sin embargo, nadie ni nada va a poder ocultar, aunque no se pueda celebrar, la gran aportación que a la salud de la comunidad han venido realizando las enfermeras en todo momento, circunstancia, ámbito o escenario en los que han desarrollado sus competencias y prestado sus cuidados profesionales. Muchas son las experiencias, vivencias, recuerdos, agradecimientos… de quienes, en medio del sufrimiento de la enfermedad y el aislamiento, han sabido reconocer su valiosa aportación sin saber que este era o no su año. Lo que verdaderamente quedará en su recuerdo es la atención integral más allá de su contagio, el contacto de la mirada como única forma de hacer efectiva esa atención próxima y humanizada, la permanente compañía en ausencia de la que deseaban tener y se les negaba, las palabras de empatía como parte de un cuidado tan necesario como deseado, la escucha activa a sus necesidades y demandas, la sonrisa que era capaz de traspasar la mascarilla, la experiencia reflejada en sus intervenciones, la ciencia acompañando sus decisiones.

            Pero ni el año dedicado ni la dedicación de las enfermeras en esta pandemia han logrado ser percibidos por parte de gerentes de instituciones de salud quienes tan solo las identifican como recursos humanos necesarios, aunque no valorados; por decisores políticos que simplemente las ignoran; por las/os periodistas que ni saben ni tienen intención de saber lo que son y hacen más allá de situarlas a la sombra de la única figura que identifican y visibilizan en un mundo de enfermedad, sanidad, tecnología, asistencia, hospitales y curación, como únicos escenarios o conceptos conocidos y reconocidos, dada la ageusia y la anosmia que padecen a pesar de no estar infectados por el virus.

            Se trata de una pérdida del sabor y el olor como metafórica percepción de los valores y las aportaciones profesionales específicas de las enfermeras.

            Puede parecer, que tengan poco que ver el olfato y el sabor como sentidos relacionados con la percepción de las enfermeras. Sin embargo, considero que nada más lejos de la realidad. Porque me van a permitir que les diga, y espero coincidan conmigo, que la empatía, la escucha activa, la compañía, la cercanía, la experiencia, la ciencia, tienen olores que nos permiten identificarlos y que, no necesariamente, van a estar ligados a aromas concretos. Pero que huelen de una manera específica que permite identificarlos y valorarlos. Posiblemente de ahí venga el dicho de “tener olfato”.

Y si no, fíjense en estas palabras escritas por Isabel Allende: Catalogaba a la gente a través del olfato: Blake, su abuelo, olía a bondad, una mezcla de chaleco de lana y manzanilla; Bob, su padre, a reciedumbre: metal, tabaco y loción de afeitar; Bradley, a sensualidad, es decir, a sudor y cloro; Ryan Miller olía a confianza y lealtad, olor a perro, el mejor olor del mundo. Y en cuanto a Indiana, su madre, olía a magia, porque estaba impregnada de las fragancias de su oficio[1].”

El gusto, por su parte, está vinculado al olfato, a lo que percibimos a través de él. Y hablaba de la importancia de percibir y diferenciar los olores de las acciones y aportaciones enfermeras que si se combinan con el poder del gusto se pueden diferenciar múltiples matices en la percepción de las enfermeras, como el sabor aplicado a un ambiente o sentimiento. Y de esa manera se tiene la oportunidad de reconocer el sabor del cuidado.

Pero que nadie se lleve a engaño. Esto no es la simplicidad de la compañía, de lo cotidiano, de lo doméstico, que es donde siempre han querido situar a los cuidados mediatizados por el desarrollo científico positivista, que propició una fundamentación de la división sexual del trabajo extrapolado del núcleo familiar.

Por lo dicho, saber identificar los olores y los sabores de las acciones y las aportaciones de las enfermeras es una forma, entre otras muchas, de valorarlas, reconocerlas, visibilizarlas por lo que son y hacen y no por lo que otros determinan y confundirlas por lo que no son ni representan.

Por lo tanto, las enfermeras, no están ligadas tan solo a una interpretación, un estereotipo o un tópico, sino que forman parte, como dijo Susan Sontag[2] de la inteligencia, que es realmente una especie de sabor: el gusto por las ideas y los conocimientos, que se transforman en ciencia, la ciencia enfermera.

            Tan solo nos cabe desear y esperar que la vacuna que se anuncia salvadora no tan solo acabe con la pandemia de la COVD 19 sino que pueda acabar también con las pertinaces ageusia y anosmia, entre otras destacadas carencias sensoriales, de quienes las padecen y que les impide conocer y reconocer a las enfermeras, o lo que es peor, les impide identificar y valorar los cuidados profesionales que prestan y que resultan imprescindibles en este escenario de cuidados que la pandemia va a dejar tras su fatídico paso.

            Si esto se produjese, la pérdida del año de las enfermeras y las matronas por efecto de la pandemia, habría que darlo por bueno dado que cuanto menos empezaríamos a ser percibidas, identificadas y valoradas por nosotras mismas y nuestros cuidados.

            La denominación de un hospital, al margen de polémicas e incapacidades políticas y de gestión, con el nombre de “Enfermera Isabel Zendal”, tiene que ser el principio de una naturalización en el reconocimiento y valoración de quienes dedican sus cuidados profesionales al mantenimiento, recuperación o rehabilitación de la salud de personas, familias y comunidad.

            Sería bueno que se empezasen a identificar los olores y los sabores de los cuidados profesionales enfermeros y de quienes los prestan, las enfermeras.

[1] Isabel Allende. El juego de Ripper. Plaza y Janés 2014.

[2] Susan Sontag (nacida como Susan Rosenblatt, Nueva York, 16 de enero de 1933-ibídem, 28 de diciembre de 2004). Escritora, novelista, filósofa y ensayista, así como profesora, directora de cine y guionista estadounidense.