EL MACHISMO Y LA VIOLENCIA DE GÉNERO Problema de modelos

                                                                                            A todas aquellas personas que creen y trabajan por lograr un igualdad real, alejada de artificios.               

 

                                                                                      “No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar”.

Angela Davis[1]

 

Es triste y preocupante, al mismo tiempo, que tengamos que seguir manteniendo un día internacional contra la violencia machista o la violencia de género – porque la una lleva a la otra-. Y lo es, porque quiere decir que no tan solo no se ha erradicado, sino que sigue siendo una lacra que, como define la RAE, representa un vicio físico o moral que marca a quien lo tiene. Físico en tanto y cuanto lo sufren las mujeres que son agredidas directamente por el machismo que sigue impregnando nuestra sociedad a pesar de que tratemos de disimularlo. Moral porque no tan solo impacta en las mujeres que lo padecen, sino que trasciende a la sociedad en la que se mantiene e incluso alimenta con actitudes y comportamientos individuales y colectivos.

Ante esta tozuda y sangrante realidad, cabe preguntarse si no estamos ante una sociedad enferma. Enferma crónica.

Enferma, porque sufre una pasión dañosa y una alteración en lo moral o espiritual, para la que colectivamente no hemos sabido, falta saber si realmente hemos querido, encontrar solución. Pasión dañosa, porque maltrata y echa a perder algo tan importante como el respeto y la igualdad entre iguales y al mismo tiempo diferentes, es decir, entre hombres y mujeres. Daño que altera en lo moral y espiritual a quien lo causa, a quien lo recibe y a quien lo ignora, esconde, disimula o incluso lo justifica. Porque no es gratuito, no es simple violencia, si se puede considerar simple la violencia. Se trata de una violencia sistemática, calculada, cobarde, que tiene un coste que va más allá del daño físico y moral infringido. Porque afecta a toda la sociedad, incapaz de revertir las causas que alimentan dicha violencia machista contra las mujeres.

Por eso la convierte en una enfermedad crónica, en tanto y cuanto se alarga en el tiempo y adolece de remedio. Pero, al mismo tiempo se convierte en una crónica permanente por cuanto se trata de una narración histórica que perdura en el tiempo a través del orden consecutivo de los tristes y dolorosos acontecimientos que genera. Al tiempo que es una crónica sistemática porque la hemos naturalizado, al convertirla en un tema de actualidad que desencadena noticias en los medios de comunicación que escuchamos, leemos o visionamos, al mismo nivel, en el mejor de los casos, que las noticias del tiempo, el deporte o el corazón.

Porque, además, los tratamientos sintomáticos y reactivos que se aplican, en forma de manifiestos o minutos de silencio, por sentidos que puedan ser, son absolutamente insuficientes y acaban generando idéntica naturalización que la que provoca el hecho que los activa.

Si además de lo dicho, tenemos en cuenta que quienes actúan desde los diferentes ámbitos o sectores -sanitario, judicial, educativo, policial, medios de comunicación, social…-, lo hacen como compartimentos estancos sin canales de comunicación permeables y permanentes, entenderemos porque los resultados de sus intervenciones se limitan a dar respuestas parciales, fragmentadas e insuficientes a quienes sufren los ataques permanentes de un machismo, cada vez más instaurado y enraizado socialmente.

Esta manera de afrontar un problema, de la magnitud y gravedad, de la violencia de género, se traduce en omisiones peligrosas, en repeticiones innecesarias y contraproducentes y en contradicciones que generan un alto grado de desconfianza en las víctimas, sin que, lamentablemente, se logre trasladar una imagen de seguridad, referencia, valor, identidad y liderazgo que permita a las mujeres identificar a sus valedores y sentirse defendidas de los ataques machistas de los que son objeto, social, económica, institucional o domésticamente. Porque el machismo no se reduce a la actitud, lenguaje o acción de hombres contra mujeres. El machismo, forma parte de la convivencia diaria en nuestra sociedad. Impregna sus mensajes, sus discursos, sus normas, sus valores, sus tradiciones, su cultura. Un machismo, supuestamente domesticado, que se alimenta del discurso oficial y oficioso, y se traduce en un progresivo aumento, tanto del número de víctimas directas como indirectas, como de la naturalización de comportamientos que van mucho más allá de los lenguajes normativos igualitarios que, siendo necesarios, son claramente insuficientes e, incluso, en muchas ocasiones incomprendidos cuando no rechazados.

Una sociedad que se deja influir por los discursos negacionistas, demagógicos, paternalistas, reaccionarios… que deforman la realidad para instaurar o mantener el patriarcado autocrático, disfrazado de eufemismos feministas, que erosiona la igualdad y propicia la violencia machista de todo tipo.

Una sociedad en la que me preocupa la juventud que identifica[2], cada vez menos, el machismo como un problema de primer orden. Que considera que no es necesaria la discriminación positiva. Que acepta con naturalidad el lenguaje verbal y corporal machista. Que la autoridad y la falta de respeto son identificados y asumidos como comportamientos protectores. Que los celos se aceptan como muestra de amor. Que el control sobre la libertad de las mujeres se admite como defensa de su integridad. Que la fuerza de unos supone la debilidad de otras. Que no participa de la perspectiva de género. Que sitúa al mismo nivel el feminismo y el machismo. Que perciben el feminismo como un movimiento reaccionario y revolucionario “en contra de”, en lugar de “en defensa de”. Que no tenga argumentos para rebatir la desigualdad. Que se refugia en el silencio para combatir el machismo. Porque esa parte de juventud es, en primer lugar, receptora de la cultura social actual que trata de mostrarse públicamente igualitaria, pero que sigue siendo profundamente machista. Porque es la que asiente, transmite y perpetúa el machismo que invade, ataca, lesiona y mata a las mujeres y a la sociedad en su conjunto.

Pero esta tendencia no puede ser identificada, en ningún caso, como una actitud consciente o voluntaria por parte de la juventud. Esta actitud es, precisamente, una consecuencia más del machismo existente y del empeño persistente y resistente de aquellas/os que no tan solo quieren mantenerlo, sino institucionalizarlo con sus propuestas, medidas, políticas, decisiones… que son secundadas por quienes, denominándose defensores de la igualdad y la libertad, las apoyan con tal de obtener rédito político. Que nadie se confunda. Tan peligroso, nocivo, deplorable y rechazable es quien propone, como quien permite y/o contribuye a que se disponga e imponga.

Y, esta tendencia se convierte finalmente en moda gracias a los votos, democráticos y de supuesta protesta social, que sitúan en puestos de máxima responsabilidad y toma de decisiones a quienes utilizan la democracia y la libertad, precisamente, para socavar sus principios y su capacidad de protección, equidad, igualdad y justicia.

Pero no tan solo quienes tienen la capacidad de tomar decisiones, por delegación ciudadana no lo olvidemos, son responsables de la situación que vivimos. Somos todas/os, cada cual, desde su ámbito de actuación, opinión o posición, las/os corresponsables de luchar activamente contra el machismo. En favor de la perspectiva de género y de la igualdad efectiva y no tan solo efectista. Identificando al machismo, y la violencia que genera, como un problema y no como una ideología o una opción política que acaba asumiéndose como inevitable. Defensa que no supone, o debiera suponer, adoptar posturas de enfrentamiento, descalificación o falta de respeto, a las que tan acostumbradas/os nos tienen “nuestras/os” representantes políticas/os. Se trata de adoptar una lucha racional, coherente, argumentada, veraz, rigurosa… que contribuya activamente a erradicar el mal que nos contamina, daña, enfrenta y mata, por encima de ideologías, creencias, tradiciones, valores o normas, que intenten justificarlo. Sería la mejor prueba de que el problema fuese tan solo parte de la necesaria memoria histórica, que no histérica, como algunas/os se empeñan en describir.

Llegados a este punto y como enfermera, creo que resulta imprescindible reflexionar sobre la actitud de las enfermeras ante este gravísimo problema de salud. Actitud profesional por supuesto. Porque las enfermeras ni podemos ni debemos permanecer al margen del problema como si el mismo, no fuera con nosotras. Ni al margen ni en la periferia, pensando que con la asistencia puntual y clínica es suficiente para tranquilizar nuestras conciencias. Se trata de adoptar una actitud de compromiso, implicación y acción que contribuya a que las mujeres maltratadas puedan afrontar su situación con la mayor eficacia. Desde una atención integral, integrada e integradora que huya del asistencialismo, el paternalismo y la medicalización que caracterizan al sistema sanitario. Una actitud de trabajo compartido y colectivo desde la transdisciplinariedad que logre situar en el centro de la acción a las mujeres y no a la lucha competencial entre disciplinas. Una actitud de intervención comunitaria que trabaje desde la intersectorialidad para afrontar el problema de manera compartida con las/os múltiples agentes profesionales y de la ciudadanía para que participen activamente en la planificación de las acciones, estrategias, intervenciones… Una actitud con visión calidoscópica que contemple y aborde realidades diversas, entornos múltiples, necesidades de aprendizaje diferentes, es decir, llevando a cabo abordajes amplios que permitan atender la especificidad. En lugar de la habitual atención telescópica, que busca la estandarización desde la que se ofrecen los mismos consejos, los mismos recursos, los mismos remedios, sin diferenciar, priorizar ni determinar las necesidades reales para cada mujer, momento, espacio o circunstancia.

Actitud, por otra parte, que puede y sería deseable, fuese liderada por enfermeras. Porque como miembros de una profesión femenina que ha sido objeto y objetivo del machismo disciplinar, nos sitúa en una posición de compromiso y comprensión ética y estética, con el problema y con quienes lo padecen. Nada lo impide. Nadie tiene capacidad tampoco para impedirlo, a no ser que se imponga como orden alineada políticamente con quienes niegan el problema y se oponen a su solución. Las enfermeras tenemos la capacidad, competencia, conocimiento y sensibilidad, para liderar intervenciones comunitarias amplias, integrales, participativas, intersectoriales… en las que se analice el problema, se planteen soluciones razonables y ajustadas a la disponibilidad de recursos, se diseñen líneas de trabajo y de intervención eficaces y eficientes, se evalúen los resultados y se generen conclusiones, como las que requiere la violencia de género. Intervenciones en las que políticas/os, jueces/zas, docentes, periodistas, científicos, profesionales de la salud, fuerzas de seguridad, asociaciones ciudadanas, instituciones… trabajen conjuntamente para resolver el problema y no para hacer del problema un arma arrojadiza, de interés político/partidista, de ideologización, de adoctrinamiento, de represión, de distracción, de confrontación, de confusión…

Hay que diseñar intervenciones educativas, formativas, informativas, de apoyo, de afrontamiento, de acompañamiento, de protección, de empoderamiento, de cambio… articulando y generando respuestas de unidad, cohesión y consenso entre todas/os las/os implicadas/os. Respuestas que superen los datos, las estadísticas, las clasificaciones, los protocolos… que despersonalizan, difuminan, maquillan y naturalizan, el problema. Respuestas que no se focalicen exclusivamente en las víctimas mortales o en quienes las ocasionan, porque siendo importantes, lamentables y denunciables, son tan solo una pequeña parte del enorme problema que sigue, oculto y olvidado.

De igual manera que se habla de incorporar la salud en todas las políticas, es imprescindible que se incorpore la igualdad. Pero no tan solo de manera procedimental para aparentar la igualdad. Deben de ser acciones reales y realistas que acaben con las desigualdades aún existentes en muchos ámbitos. Lo contrario conduce a que, por ejemplo, se hable de la reducción de la natalidad y la misma sea transmitida e identificada por la población en general como una acusación hacia las mujeres, sin tener en cuenta los determinantes que influyen en esta reducción y que para nada son imputables a las mujeres por el simple hecho de ser mujeres. La precariedad laboral, la diferencia de salarios entre hombres y mujeres, la discriminación de acceso a diferentes puestos de trabajo, la ausencia de ayudas/recursos que faciliten la conciliación familiar, la dificultad de acceso a la vivienda… son tan solo algunos de ellos. Porque mientras no se logre la igualdad, el impacto que genera la desigualdad, también la social, se traduce en acoso y violencia machista.

Seguir celebrando la existencia, persistencia y pestilencia que produce la violencia de género es poco alentador. Seguir asistiendo a disputas, reproches, descalificaciones, inacciones, ausencias, menosprecios, desprecios, de unas/os contra otras/os, no tan solo es desalentador, sino que impide avanzar para resolver y no tan solo para contener.

La violencia de género es un problema del modelo que impregna y caracteriza a nuestra sociedad y de los modelos de intervención/atención de los sistemas de salud, judicial, científico, educativo, de medios de comunicación, policial… responsables de solucionarlo. Un problema individual y colectivo. Un problema local y global. Un problema cultural y de creencias… Tratar de simplificarlo es contribuir a magnificarlo, a perpetuarlo.

No se puede, ni debiera pedirse como tan frecuentemente se hace, tener fe en la sanidad, la educación, la justicia, la comunicación… porque no es una cuestión de tener fe o no, de creer o no creer. Lo mismo que no es una cuestión del espíritu de las leyes, su cumplimiento. Se trata de preservar, defender y garantizar el derecho de la igualdad, en cualquier ámbito, espacio o contexto. Sin encomendarse a ninguna divinidad, esperar milagros o que los astros estén alineados. Porque la fe puede mover montañas, pero la ciencia siempre acaba poniéndolas en su sitio. No esperemos de la fe, lo que nuestra voluntad no pueda/sepa hacer. Porque, entre otras cosas, también la fe ha demostrado en muchas ocasiones su devoción por el machismo.

Cada vez que una mujer sufre la violencia machista, la sociedad sufre las consecuencias de su parálisis, su inacción y su falta de compromiso. Un minuto de silencio no resuelve la eternidad de la muerte ni las consecuencias que lastran la vida de quien sufre el acoso permanente. Los planes de igualdad, siendo necesarios e importantes, se quedan muchas veces, en eso, en intenciones o proyectos que no logran sus objetivos, acabando en procesos administrativos que generan frustración e indefensión.

Es cierto que hemos avanzado, decir lo contrario sería mentir. Pero los avances conseguidos no son suficientes, ni tan siquiera eficaces. Porque en paralelo a los avances, se producen permanentes retrocesos que impiden mejoras de los resultados globales. Incorporándose nuevas variables que complican el abordaje de un problema que sigue dividiendo en lugar de unir.

Un problema que sigue siendo utilizado de manera oportunista e interesada, en lugar de ser atacado con determinación. Que sigue presente en una sociedad cada vez más individualista, competitiva, hedonista y con, cada vez, menos pensamiento crítico, menos compromiso e implicación, menos coherencia, menos reflexión, menos tolerancia.

Un problema que no es de las mujeres, sino contra las mujeres. Un problema que determina y define a la sociedad en la que se produce. Un problema que ataca la dignidad humana.

Quisiera celebrar, pero tan solo puedo seguir luchando, reivindicando, exigiendo, denunciando, reprochando, apoyando, trabajando… para que las mujeres alcancen la igualdad que se les niega y la atención que se merecen.

No quiero más silencio que el de la injusticia. Más manifiesto que el de la libertad. Más celebración que la de la igualdad real. No quiero concesiones ni condiciones, sino derechos. No quiero falsas compasiones, sino atenciones sinceras. No quiero promesas incumplidas, sino realidades.

Quiero que, ser, sentir, pensar, actuar, como mujer no sea una opción peligrosa, una posibilidad puntual, una amenaza constante… sino una condición de libertad, respeto e igualdad que deje de ser cuestionada, perseguida, acosada o eliminada. Quiero que las mujeres sean cuidadas con, al menos, idéntica calidad, intensidad, dedicación y continuidad que siempre han hecho ellas por imposición social.

Como hombre y como enfermera, me duele el machismo, me mata su violencia y me revela su presencia.

[1]  Activista política estadounidense muy conocida por su trabajo en el movimiento feminista negro y su lucha por la igualdad de género y la justicia social (1944).

[2] https://www.cis.es/documents/d/cis/es3428mar_HyM_A

CUIDADOS Y REDES SOCIALES Más allá de las TIC

                                                              “El progreso tecnológico se permite sólo cuando sus productos pueden aplicarse de algún modo a disminuir la libertad humana”.

George Orwell [1]

 

 Suele suceder, con más frecuencia de la que sería deseable, que determinados conceptos pierden su sentido inicial al ser adoptados y adaptados con otra intención, o incluso intencionalidad, de lo que inicialmente proponían, aportaban o determinaban los mismos.

Son muchos los ejemplos que al respecto podríamos exponer. Sin embargo, en la reflexión que hoy comparto me quería detener en dos que, particularmente, me preocupan de manera muy especial.

Ambos, dada mi condición como enfermera, los abordo desde la mirada profesional/disciplinar, sin que ello suponga, en ningún caso, aportar una visión corporativista interesada u oportunista. Tan solo, considero, que ambos tienen un impacto positivo en la salud individual y colectiva que, lamentablemente, se ve alterado por la deriva que de los mismos se realiza actualmente en nuestra sociedad y que, entiendo, sería muy importante rescatar su significado y valor real. No hacerlo supone que el significado que actúa como invasor acabe siendo identificado como el único verdadero, al ocultar, desvirtuar o eliminar el significado inicial.

El primer concepto al que me quiero referir es el de CUIDADO. Y lo reflejo en mayúsculas por la importancia que el mismo tiene, más allá de la valoración y perspectiva que yo vaya a trasladar como enfermera.

El cuidado, que tal como señalara la antropóloga forense, Margaret Mead[2], fue el primer signo de civilización[3], tuvo durante siglos una visión sexista que lo relegó a la subsidiariedad y al ámbito doméstico.

No fue hasta el siglo XIX, cuando Florence Nightingale[4] sentó las bases de la ciencia y profesionalización enfermera, dignificando el cuidado. Aunque en el ámbito iberoamericano no se asentase como tal hasta bien avanzado el siglo XX, por razones fundamentalmente ligadas a la cultura, educación y la influencia judeo-cristiana que identifican y asignan el rol del cuidado, en exclusiva, a la mujer como una obligación social y no como una opción profesional. Por su parte la ciencia/disciplina médica, ignora el cuidado profesional enfermero como aportación científica y lo identifica únicamente como una respuesta subsidiaria y secundaria a su desarrollo profesional, quedando oculto e infravalorado.

Con la incorporación de los estudios de enfermería a la Universidad, en el contexto iberoamericano, se empieza a sustentar la profesionalización y la ciencia enfermera, lo que posibilita que el cuidado profesional enfermero sea identificado como una aportación que trasciende el ámbito doméstico, al que había quedado relegado, al aportar evidencias científicas que sustentan su impacto sobre la salud de personas, familias y comunidad.

Es precisamente a partir de ese momento, cuando el cuidado empieza a ser objeto de deseo no tan solo de otras profesiones de la salud, sino de otras disciplinas e incluso de cualquier ámbito social, económico, empresarial… de tal manera que se pasa de un escenario en el que el cuidado es algo irrelevante propio de mujeres sin estudios, a ser un valor preciado que todos quieren incorporar como “etiqueta” que prestigia. Así pues, es fácil identificar como, últimamente, todo cuida. Cuida el champú, el detergente, el desodorante, el yogur, los bancos, el calzado… y cuidan los psicólogos, los médicos, los dentistas, los farmacéuticos… aunque el fundamento del cuidado no lo conozcan ni, en la mayoría de los casos, les interese lo más mínimo. Tan solo se trata de un oportunismo comercial, de makreting o de imagen.

De tal manera que el CUIDADO en general y el profesional enfermero en particular, han pasado de la invisibilización a la falsa visibilidad de su verdadera aportación y de lo que el mismo impacta en la salud. Es un claro y lamentable ejemplo de lo que supone la perversión del concepto del que hablaba al inicio.

El otro concepto al que me quiero referir y sobre el que quiero reflexionar es el de las REDES SOCIALES. Concepto que, sin duda, está muy ligado al CUIDADO, al menos en su significado y sentido inicial del término. Aunque también pueda estarlo con el significado posterior, pero desde una perspectiva negativa.

Antes de la irrupción de las Tecnologías de la Información (TIC), por redes sociales se entendían las relaciones que se generaban en el contexto de la comunidad. Desde las relaciones vecinales a las de amistad, capaces de generar un tejido amplio de solidaridad y de conexión humana. De hecho, las redes sociales son consideradas como un recurso importantísimo a la hora de afrontar situaciones complicadas o problemas de salud junto a los recursos individuales, los familiares y los comunitarios. Una de las definiciones más completas, dado que trata de incluir todas estas dimensiones, es la de Lin, Dean y Ensel, quienes conceptualizan el apoyo social como provisiones instrumentales y/o expresivas, reales y percibidas, aportadas por la comunidad, redes sociales y amigos íntimos[5]

De hecho, en muchos países, la escasez de servicios de salud alerta sobre la existencia de un segmento de la población que no tiene acceso a mecanismos institucionales para satisfacer sus necesidades y que “aparentemente” depende de su familia para la supervivencia cotidiana; pero también se perciben otras expresiones de las redes sociales de apoyo que ayudan a mantener vínculos afectivos, obtener información estratégica en la vida diaria y, en conjunto, preservar cierta calidad de vida. Siendo el apoyo social, sobre todo en países anglosajones en los que el soporte familiar no tiene la tradición ni la solidez de los países iberoamericanos, uno de los recursos de relevante importancia en contextos relacionados con los procesos de salud-enfermedad.

Por otra parte, cuando se habla de redes sociales está implícita la idea de intercambio de apoyos, que constituye la esencia de la configuración de las redes.

Los procesos en red pueden identificarse en un grupo de familiares, vecinos, amigos u otras personas, que aportan ayuda real y duradera a un individuo o una familia. Las redes sociales, por tanto, propician procesos de autogestión continua, en donde sus integrantes se comprometen y asumen el problema de alguno de sus miembros; ya sea por la relación directa que mantienen con él o por estar inmersos en circunstancias similares, conformando un sistema abierto de personas y entidades que a través del intercambio optimizan sus recursos[6].

Desde el punto de vista de la salud, cuando las enfermeras utilizan o hacen referencia a la red social, se centran en los vínculos sociales con los que cuenta una persona.

En el ámbito de la atención primaria, conceptos como la promoción de la salud, prevención, rehabilitación y reinserción sitúan en un lugar privilegiado a las personas, familias y a la propia comunidad como recursos naturales disponibles, que garantizan la continuidad de la atención ofrecida fundamentalmente por las enfermeras.

Desde el punto de vista de la intervención comunitaria, es necesario contextualizar, para conocer la estructura social y los diferentes niveles de intervención comunitaria con el objetivo de potenciar, crear o complementar y coordinar y articular recursos que proporcionen apoyo social tanto a nivel individual-familiar como colectivo.

Son muchos los ejemplos que avalan la importancia de las redes sociales en salud. En este sentido, menciono dos, por su relevancia y las evidencias científicas aportadas en las investigaciones realizadas en torno a ellos.

En 1882 un grupo de inmigrantes del sur de Italia se estableció en Roseto, una población del este de Pensilvania, EEUU. En los años 40-60 todavía mantenían una elevada homogeneidad social, con fuertes vínculos familiares y constituían una comunidad bien cohesionada. Los niveles de tabaquismo, hipertensión y colesterol elevado, eran similares a los de las comunidades vecinas. La población tenía 22 organizaciones cívicas. Tres generaciones vivían bajo el mismo techo y la gente hablaba en la calle. Reprodujeron la cultura del sur de Italia. Entre los años 1955-1965, se observó que en Roseto había una muy baja mortalidad por Infarto Agudo de Miocardio (IAM) en comparación a la de localidades vecinas, con un comportamiento social muy diferente. El efecto se atenuó mucho, en generaciones posteriores, a partir de los años 70, conforme se fue diluyendo el efecto cultural descrito[7].

Robert David Putnam[8], investigó sobre temas relacionados con la confianza social, conciencia cívica y el capital social. En 1995 publicó «Bowling Alone: America’s Declining Social Capital» en Journal of Democracy. En el año 2000 extendió este ensayo en el libro Bowling Alone: The Collapse and Revival of American Community. Putnam planteaba la tesis de que, en los Estados Unidos, desde la década de 1960 se había producido un declive en la sociedad, el civismo y la vida política (capital social) de consecuencias negativas.

En base a ello, Putnam distingue entre dos clases de capital social. El capital vínculo y el capital puente. El vínculo se da cuando la persona se socializa con otros semejantes, es decir, de la misma edad, raza, religión, etc. Pero para crear sociedades pacíficas en un país multiétnico se necesita otra clase de vínculo, el que tiende puentes. Los puentes se tienden cuando se crean lazos con gente distinta. Putnam afirma que los que cuentan con ambos tipos de vínculo se fortalecen mutuamente. En consecuencia, el declive del capital enlace, inevitablemente, produce el declive en el capital puente, lo que desencadena tensiones étnicas y religiosas.

Los cambios producidos en la sociedad americana y la globalización de los mismos en los contextos iberoamericanos, hizo que el efecto de las redes sociales, tal como las he descrito, decayesen y perdiesen consistencia con lo que los efectos sobre la salud disminuyen significativamente. El estilo de vida americano, comer demasiado, trabajar demasiado, comprar demasiado, leer demasiado poco, pensar todavía menos y morir en la pobreza y la incertidumbre, se convierte en una “enfermedad infecciosa” llamada el Sueño Americano, que infecta, al tiempo que fascina, a las sociedades iberoamericanas, en las que empiezan a cuestionarse y diluirse las relaciones sociales, ocasionando una pérdida de los efectos protectores sobre la salud y su sustitución por factores de riesgo cada vez mayores que provocan el aumento exponencial de enfermedades cardiovasculares, diabetes, hipertensión, obesidad, salud mental…

A partir de los años 80, con la irrupción de las TIC se inicia la sustitución del concepto de redes sociales descrito por el de estructuras formadas en Internet por personas u organizaciones que se conectan a partir de intereses o valores comunes. A través de ellas, se crean relaciones entre individuos o empresas de forma rápida, sin jerarquía o límites físicos, que adolecen de los efectos protectores para la salud de las redes sociales previas a su aparición y que incorporan riesgos evidentes, sobre todo, para determinados grupos etarios o de nivel sociocultural y económico bajos.

Así pues, nos encontramos con la paradoja de tener un acceso rápido a cualquier tipo de información, pero que es incapaz de separar lo real de lo falso, tal como planteaba Zygmunt Bauman[9] con el concepto que desarrolló de “modernidad líquida[10]. Esta teoría explica cómo las condiciones en las que actúan los miembros de una sociedad cambian más rápido de lo que tardan en consolidarse en hábitos y rutinas. Las costumbres se sustituyen por las modas, produciendo que las ideas no se solidifiquen en las sociedades, sino que fluyan y se modifiquen constantemente a pasos acelerados.

Como consecuencia de todo ello a la información se accede a través de reels, los políticos se identifican como mesías, los líderes se convierten en influences, la inmediatez sustituye a la reflexión, los votos se sustituyen por likes, la comunicación se limita a mensajes directos “DM”, las reflexiones derivan en descalificaciones, las evidencias científicas se transforman en fake news, los argumentos derivan en negacionismo… todo lo cual afecta a la elección de líderes políticos y mandatarios de estado, a la ética social individual y colectiva, a la equidad, a la libertad, a las relaciones personales, al respeto… generando odio, violencia, individualismo, hedonismo … que provoca un importante impacto, individual y colectivo, en la salud.

De tal manera que los CUIDADOS y las REDES SOCIALES, quedan sujetos a la generación de un conjunto de algoritmos que no tienen en cuenta su esencia y el impacto en la salud de las personas; focalizando la intervención, los recursos y la acción, exclusivamente en la enfermedad y la medicalización de los procesos. Buscando la respuesta que mejor se adapte a los intereses de los lobbies económicos, políticos, profesionales… para quienes lo importante es el fin de su rentabilidad económica, su posicionamiento, su ámbito de poder y su influencia, al margen de las necesidades sentidas de las personas.

Por el contrario, cuando se valora apropiadamente, por ejemplo, el riesgo cardiovascular, identificando la importancia del aislamiento y la soledad social en lugar de hacerlo, tan solo, sobre la obesidad y la hipertensión, los abrazos, besos y conversaciones afectuosas, se convierten en ingredientes fundamentales de las relaciones cercanas y de su efecto protector y terapéutico. Las investigaciones desarrolladas, entre otros, por las enfermeras, están descubriendo que los cuidados profesionales enfermeros y los cuidados familiares, así como los vínculos, ya sea con parejas románticas, familiares, amigos, vecinos u otros, con los demás, tienen efectos positivos en la salud individual, familiar y comunitaria. Las redes sociales, al margen de la tecnología, y los cuidados profesionales enfermeros pueden influir en nuestra biología y nuestro bienestar mental, social y espiritual[11].

En el Meta-análisis, sobre relaciones sociales y mortalidad, que se realizó, con una muestra de 308.849 personas, en los 148 estudios revisados, la odd ratio (OR) de 1,5 señala que las personas con redes sociales más fuertes tienen un 50% más de probabilidad de supervivencia que aquellos con redes sociales más débiles (BMJ 2010;341:c4339). Lo que demuestra que la influencia de las relaciones sociales con el riesgo de muerte es comparable con factores bien establecidos de mortalidad tales como el consumo de tabaco y alcohol, superando la influencia de otros factores de riesgo como la inactividad física y la obesidad. Todo lo cual viene a demostrar el efecto potenciador para la salud, de las redes sociales y los cuidados, conjuntamente con el cambio de hábitos y conductas.

Las enfermeras comunitarias iberoamericanas deben trabajar y liderar proyectos de intervención en la comunidad que faciliten la igualdad socioeconómica, la conexión social y de pertenencia y el sentido de eficacia personal, así como la defensa de servicios de salud públicos independientes de la actividad empresarial privada, que son elementos clave, tal como concluía Michael Marmot[12] en el informe «Los determinantes sociales y las desigualdades en materia de salud en Europa», publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2013.

Finalmente, no se trata de elegir entre tecnología o no. Sino de saber dónde situar la tecnología en cada momento. De igual manera, no consiste en plantear que cualquier tiempo pasado fue mejor, sino en elegir para cada tiempo y contexto aquello que pueda dar mejor respuesta a las necesidades y demandas de la población, favoreciendo la complementariedad de las ofertas y no la exclusión o exclusividad de unas sobre las otras.

Las enfermeras comunitarias tienen las competencias y las habilidades para facilitar y liderar la estrategia de entornos saludables, construyéndola a partir del potencial que los cuidados profesionales enfermeros y las redes sociales tienen para el desarrollo de la salud en cualquier organización. Teniendo en cuenta, además, el planteamiento de que la salud de una comunidad es mayor a la suma de la salud de sus miembros e identificando los elementos del entorno, los activos para la salud, que hacen que las personas mejor se sientan, aumentando su calidad de vida y autonomía. Activar dichas competencias y habilidades en la dirección correcta, desde planteamientos salutogénicos y enfermeros, es responsabilidad ineludible de las enfermeras y de quienes tienen la obligación profesional, ética y científica de transmitírselo a través de la docencia, la mentoría, la calidad de la atención, la gestión y la investigación.

[1]  Novelista, periodista, ensayista y crítico británico nacido en la India (1903-1950).

[2] Antropóloga y poeta estadounidense (1901 – 1978).

[3] https://economiahumana.org/el-cuidado-primer-signo-de-civilizacion-margared-mead/

[4] Enfermera, escritora y estadística británica, considerada precursora de la enfermería profesional contemporánea y creadora del primer modelo conceptual de enfermería (1820-1910).

[5] Lin N, Dean A, Ensel WM. Social support, life events and depression. New York: Academic Press; 1986.

[6] Martínez Riera JR. Valoración sociocultural e intervención familiar. Redes sociales. En: Sánchez Gómez MB, Gómez Salgado J, Gonzalo Duarte G. Conceptos básicos de enfermería Familiar. Madrid: FUDEN; 2008.

[7] Wolf S et al. Roseto, Pennsylvania, 25 years later–highlights of a medical and sociological survey. Trans Am Clin Climatol Assoc. 1989; 100: 57–67.

[8] Sociólogo y politólogo estadounidense. Ejerce como profesor en la Universidad de Harvard (1941).

[9] Sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico de origen judío (1925-2027).

[10] Caracterización de las actuales sociedades globales altamente desarrolladas como continuación (o extensión) de la modernidad, en lugar de como el pasaje a una nueva era enunciada como posmodernidad. La modernidad líquida o tardía está marcada por las economías capitalistas globales, con su privatización creciente de servicios y la revolución de la información.

[11] Holt-Lunstad J, Smith TB, Layton JB (2010) Social Relationships and Mor tality Risk: A Meta-analytic Review. PLoS Med 7(7): e1000316.doi:10.1371/journal.pmed.1000316. 

[12] Profesor de Epidemiología y Salud Públicay director del  Instituto de Equidad y Salud del University College de Londres 81945).

EL LODO DE LA POLÍTICA Determinantes morales de los cuidados

                                                                                     “He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”.

Charles de Gaulle[1]

 Estamos asistiendo a momentos difíciles y complejos en nuestra sociedad, en nuestras comunidades. Pero también en nuestras familias e incluso a nivel individual.

Es un cúmulo de circunstancias, factores, acontecimientos, situaciones, relaciones… que se enmarañan en una compleja tela de araña que nos atrapa y de la que resulta muy difícil escapar.

Como valenciano que soy, me duele València, por la inmensa tragedia por la que está pasando y de la que va a resultar muy difícil separarse porque, el lodo que trajo y dejó la DANA, lo impregna, tiñe y destruye todo.

Como enfermera que soy, me duele la falta de empatía, de humanidad, de dignidad, de ética, de respeto, de humildad… de quienes, teniendo la obligación de velar por la seguridad, la salud, la integridad, la atención… se han dedicado a velar por sus intereses y los de quienes les apoyan. Quienes se denominan servidores públicos, se sirven de la comunidad para afianzar su posición y mantener un poder con el que ni pueden ni quieren ayudar a la comunidad a cubrir sus necesidades. Quienes dicen tener compromiso social, comprometen a la sociedad con sus decisiones. Quienes debiendo fortalecer los servicios públicos, los debilitan y mercantilizan. Quienes utilizan la libertad y la democracia para generar inequidad y vulnerabilidad. Quienes, desde la mezquindad y mediocridad de sus actuaciones rehúyen responsabilidades. Quienes gestionan desde las ocurrencias y en contra de las evidencias. Quienes desde el negacionismo ponen en peligro a la comunidad. Porque todo ello acaba impactando en la salud de las personas y pone en peligro la salud comunitaria.

Por todo esto y por mucho más, como enfermera, me duele la política y quienes se benefician de ella. Me duele la mediocridad revestida de eficacia, la mezquindad enmascarada de bondad, la ignorancia disimulada de conocimiento, el desprecio de un falso respeto, la indolencia que oculta la empatía, la cobardía disfrazada de poder, las fobias disimuladas de tolerancia, la violencia que genera y alimenta la ignorancia, las mentiras que esconden las falacias, los eufemismos que ocultan la verdad. Me duele el dolor, el sufrimiento, la pobreza, la precariedad, el rechazo, el odio… que sufren las personas y que afectan su salud y la de sus familias y comunidad. Me duele la utilización interesada y perversa de la dignidad humana para generar audiencias. Me duele el desprecio hacia el cuidado, la perspectiva de género, la migración, los sin techo… que se tratan de ocultar, manipular, expulsar, desahuciar…

Como enfermera no puedo ni quiero mirar hacia otro lado. No puedo renunciar a mis valores éticos ni científicos. No asumo las imposiciones que atentan contra la dignidad humana. No reduzco mi pensamiento crítico a una dicotomía entre derecha o izquierda, rojos o azules, fachas o podemitas, progresistas o conservadores a la que intentan arrastrarnos quienes se sitúan en esos extremos sin sentido, sin razón, sin coherencia. Desde los que perpetuar su posición, utilizando la política sin hacer política, jugando a políticos sin serlo, expropiando la política a la comunidad, haciendo de la política un fin y no un medio, confundiendo la política con el ataque, rebajando la política a la descalificación. Pretendiendo que nadie más que aquellos que la utilizan podamos hacer, pensar, actuar, valorar, analizar, reflexionar desde la política. Engañando con el mantra de que razonar desde la política es opinar y que opinar supone interpretar, e interpretar puede herir sentimientos o valores. Lo que conduce a una anestesia progresiva de la población, a amordazarla, someterla, alienarla… La política es demasiado importante como para que esté en manos exclusivamente de quienes dicen denominarse políticos. De igual forma que la salud es igualmente importante para estar capitalizada tan solo por los denominados profesionales de la salud. En política y en salud debe participar la comunidad en su más amplia expresión, de manera activa y real y no tan solo desde una colaboración manipulada, dirigida y controlada por parte de quienes actúan por intereses muy alejados de los de la comunidad. Porque tal como dijera Edmond Thiaudière[2] “La política es el arte de disfrazar de interés general el interés particular”.

Como enfermera y como ciudadano, no quiero que nadie me diga dónde me he de posicionar, qué es lo que tengo que pensar, cuándo debo actuar, cómo me tengo que manifestar, con quién he de hablar o callar, en función de quiénes secuestran la política para su beneficio y la usurpan como medio de actuar, pensar, trabajar, decidir, planificar… desde cualquier ámbito social, profesional, científico… como si hacerlo fuese un intrusismo a su feudo ideológico/doctrinal que no político.

Como enfermera quiero ejercer mi competencia política en favor de la abogacía por la salud y el compromiso con la inclusión, la diversidad, la equidad y la justicia, sin posicionamientos partidistas, aunque sí desde las ideas y los ideales que me permitan defender los derechos fundamentales de la ciudadanía desde la prestación de los cuidados profesionales centrados en la persona, favoreciendo su máxima autonomía y respetando sus decisiones.

Como enfermera no puedo callarme ante la pasividad con la que actuaron ante la DANA los responsables políticos a pesar de las previsiones de máxima alerta que se anunciaron con días de antelación por parte de los organismos competentes en la materia. Intentando posteriormente tergiversar, ocultar o manipular, para ocultar o minimizar el impacto de sus decisiones.

Pasividad que puede obedecer a una clara incapacidad o a una manifiesta maldad. La incapacidad es grave por cuanto supone de riesgo a la hora de tener que decidir en temas de tanta trascendencia, como el que nos ocupa, sin tener ni el conocimiento, ni las habilidades, ni las certezas necesarias. A lo que hay que añadir la falta de asesoras/es cualificadas/os que, al menos, tratasen de suplir sus carencias o que, teniéndolas/os, se ignoren sus aportaciones.

Si de lo que se trata es de maldad, intentando preservar los intereses empresariales y económicos frente a la seguridad de las personas y la comunidad, no tan solo es intolerable, sino que además sería criminal.

En cualquiera de los casos la mediocridad política fundamentada en oportunismos e intereses partidistas y mercantilistas supuso que el desastre meteorológico se convirtiese en una gran tragedia que arrasó poblaciones enteras y causó muerte y destrucción.

Una decisión que vino acompañada, en cascada, de otras tantas, actuando como potenciadores del efecto destructor de la DANA y visibilizaron, aún más, la mediocridad de quien las tomaba.

Los efectos sobre la población, al margen del dolor y sufrimiento causados por el agua, se tradujeron en indignación y rechazo a los políticos y “su política”. Al comprobar cómo se abandonaba y retrasaba la ayuda imprescindible, como consecuencia de las intrigas y los egos políticos. Una muestra más de la perversa utilización de la política, que generaba un impacto constante e invaluable en la salud de las personas, al margen o acompañando las pérdidas sufridas.

Y mientras el Estado, como hipotético garante de la seguridad y la salud de la ciudadanía, no respondía, la ciudadanía, la misma que horas antes seguía inmersa en su estado de individualismo y falta de solidaridad, emergió con la toda la fuerza que le faltó al Estado, para responder de manera masiva a la llamada de la desesperación, la tristeza y desolación. Masiva y eficaz, al contrario que el Estado, para apoyar, ayudar, consolar, animar, acompañar, abastecer… a pesar de las dificultades y de las barreras, de una nefasta coordinación del propio Estado, para llevarla a cabo, como si tuviese miedo a que dejasen en evidencia su pésima gestión.

La fuerza de la comunidad emergió para situarse al lado de las/os damnificadas/os, supliendo la mediocridad política de quienes asistían al escenario de la tragedia para hacerse la foto y abrir un fuego cruzado de reproches y ataques al enemigo ideológico, mientras el lodo cubría las calles, inutilizaba enseres, llenaba las casas y dejaba sin servicios esenciales e incomunicados a más de un millón de personas. Muy aleccionador y sumamente “útil” para una población castigada, herida, cansada y derrotada.

Loable la fuerza de la comunidad. Pero triste, muy triste, que tenga que ser esa fuerza solidaria la que responda a las necesidades de la población afectada como consecuencia de la inacción de las instituciones, autonómicas y nacionales.

Nuevamente, como ya sucediera en la pandemia de la COVID, se ha actuado con lentitud, negligencia, torpeza, mediocridad… ante una emergencia que, a pesar de su evidente magnitud, no puede ser utilizada como excusa para justificar la ausencia de respuesta.

A unos, la población, les dolía, en el corazón y en el alma, València y su gente, sus conciudadanos. A otros, las/os políticas/os, les dolía en sus intereses y sus expectativas políticas. Sentimientos encontrados y claramente contrarios, que definen la acción cuidadora de unos y otros y sitúan en su justo lugar a unos y otros.

Como valenciano me duele y me da rabia comprobar la tiranía de quienes se benefician de la política y hacen un uso tan negativo de la misma en contra de la población, en momentos tan duros.

Como enfermera me duele y me da rabia que se ignore de manera tan torpe como sistemática la fuerza y el valor de los cuidados. Que se sigan dando respuestas exclusivamente medicalizadas a problemas de salud comunitaria que requieren de competencia política y compromiso con la salud comunitaria. Movilizando, coordinando, articulando recursos. Identificando y priorizando necesidades. Liderando intervenciones comunitarias. Planificando acciones. Trabajando en equipo con agentes y líderes comunitarios. Minimizando la ansiedad, el miedo y las incertidumbres. Acompañando en el sufrimiento, la soledad y el duelo.

En política, como en cualquier otro ámbito, no vale todo, ni tampoco cualquier cosa. Se requiere aptitud, actitud, compromiso, implicación, humildad, generosidad, conocimiento… para tomar decisiones, las mejores, capaces de responder a las necesidades que en cada momento y a pesar de las circunstancias se identifiquen. Los cuidados no pueden ni deben ser considerados un valor secundario y con escaso o nulo valor. En ningún momento o circunstancia, pero mucho menos aún, en situaciones en las que las necesidades humanas, la vulnerabilidad, la inaccesibilidad, la debilidad, la falta de conocimiento… emergen en la comunidad y afectan a las personas, las familias y el entorno, causando problemas de salud que requieren afrontamientos eficaces.

Cuidados que necesitan de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórica y praxis, como realidad compleja, lineal y en permanente evolución que son y que, por tanto, no pueden ser identificados, organizados ni estructurados en base a patrones, estándares o como complemento secundario a las competencias de otras disciplinas, ni tampoco como un elemento de clasificación competencial alejado de la realidad misma del cuidado profesional.

Porque, la atención de la salud es mucho más que la asistencia a la enfermedad. Los determinantes sociales deben ser identificados, analizados, incorporados para ofrecer cuidados de calidad. Pero es que, además, detrás de cada decisión y cada interacción con la persona hay consideraciones morales y éticas que deben guiar la práctica enfermera y las decisiones de las personas y/o sus familias, a través de los determinantes morales.

Determinantes morales que, al abordarlos, las enfermeras pueden identificar posibles conflictos éticos y trabajar para resolverlos de manera proactiva siendo fundamental para proporcionar una atención humanizada, ética, sensible, segura y centrada en la persona.

Algo que, dadas las circunstancias actuales, cada vez resulta más prioritario ante la pasividad mostrada por quienes manipulan desde la política la convivencia comunitaria.

Tan solo desde esa perspectiva, esa mirada, esa organización, ese liderazgo, de los cuidados será posible incorporar salud en todas las políticas y no, como habitualmente sucede, metiendo la política en la salud, con los efectos que se generan y que estamos pudiendo comprobar en estos días.

Vengo diciendo últimamente que los Sistemas Sanitarios o de Salud precisan transformaciones radicales urgentes. Pero es obvio, como estamos comprobando, que la política también precisa de dichos cambios radicales. No siendo posibles los unos, sin los otros.

Y en este torbellino social, cada vez es más frecuente ver emerger a personajes condenados por la justicia, homófobos, xenófobos, negacionistas, corruptos, acosadores, multimillonarios… que, a través de la mentira, los bulos, la demagogia, la violencia, el odio… utilizan la democracia y la libertad arrastrando a las masas descontentas para alzarse con el poder. Poder, desde el que destruyen derechos fundamentales, libertades, servicios públicos… para beneficiar a sus aliados y generar mayor desigualdad, pobreza, aislamiento, ignorancia… desde las que perpetuarse. Ya no se trata de casos aislados, en países considerados del tercer mundo. Hablamos de países del autoproclamado primer mundo. De los más ricos, más industrializados, más cultos, más democráticos y libres, en los que su política degrada, somete, acosa, destruye, aniquila… extendiéndose y amplificándose esta dinámica como el lodo lo ha hecho en la DANA. El lodo de la política y los políticos que, apoyados y aupados lamentablemente por el pueblo, acaba con el pueblo, con sus derechos y su libertad. Lodo que cuesta de eliminar e impregna y tiñe de miseria la vida de las personas, las familias y la comunidad.

Como ciudadano y como enfermera me revelo contra la política del miedo y el engaño, para exigir, desde la competencia política, otra política fundamentada en los determinantes morales, desde los que tomar decisiones que generen bienestar y salud a través de los cuidados profesionales.

[1]  General y estadista francés que dirigió la resistencia francesa contra la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial y presidió el Gobierno provisional de la República francesa de 1944 a 1946 para restablecer la democracia en Francia (1891-1970).

[2] Literato francés , a la vez poeta , novelista , filósofo y “maximista” (837-1930)

5 DE NOVIEMBRE, DÍA INTERNACIONAL DE LAS PERSONAS CUIDADORAS FAMILIARES

           

               Con motivo del Día Internacionald de las Personas Cuidadoras Familiares, la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) se une a tan importante, justificado y merecido reconocimiento de recuerdo y agradecimiento a una labor tan importante y llena de significado, valor y humanidad, y en especial a las personas que los prestan (se puede descargar en archivo adjunto).

 

“Es en el seno de la comunidad donde el cuidar adquiere todo su sentido”

(M.F. Collière)[1]

 

             Celebrar un día internacional siempre es motivo de alegría por cuanto de recuerdo y reivindicación representa para cualquier asunto, problema, realidad… que determine dicha celebración.

            El 5 de noviembre es la fecha elegida para recordar, apoyar y agradecer a las personas cuidadoras familiares su inmensa aportación a la salud de la comunidad. Porque más allá de los cuidados prestados a una persona concreta con pérdida o disminución de autonomía, su acción cuidadora trasciende al ámbito familiar/doméstico al que, lamentable y exclusivamente, se suele reducir su acción.

            Si tenemos en cuenta que las necesidades de cuidados de la sociedad en su conjunto están cubiertas, por parte del sistema sanitario, en una proporción del 20%, podemos hacernos una idea de la magnitud que representa la prestación de cuidados, denominados de manera muy poco acertada como informales, en el ámbito familiar. Imaginemos, tan solo por un momento, si las personas cuidadoras familiares dejasen de proporcionar los cuidados que, diariamente y sin descanso, prestan. El colapso que se generaría en el sistema sanitario en particular y en la sociedad en su conjunto sería de proporciones mayúsculas.

            Pero esto, no va a suceder. Y no lo va a hacer porque los cuidados familiares se configuran como un compromiso que está íntimamente articulado con vínculos familiares, sociales, afectivos, sentimentales y emocionales que, además, tienen la influencia cultural de muchas comunidades con todo lo que ello significa tanto positiva como negativamente.

            En los países iberoamericanos, por ejemplo, la educación judeo-cristiana que los impregna determina que la mujer asuma el rol de cuidadora por el simple hecho de ser mujer. De tal manera que se impone su asunción desde la infancia como una obligación social y no como una opción libremente asumida, que deben cumplir. Además, hay que añadir la culpabilidad que se traslada igualmente a las mujeres como regulador de su posible o deseada renuncia a ser cuidadora. Realidad cultural y educacional que no es trasladada a los hombres, lo que les exime socialmente de asumir dicho cuidado y no generar culpabilidad por ello ya que tampoco ésta se les traslada.

            Así pues, esta realidad configura un mapa de cuidados desigual que contribuye a las diferencias por cuestión de género e impacta de manera muy específica y singular en la salud de las mujeres cuidadoras.

            Los cuidados familiares, por tanto, suponen un problema de salud de primera magnitud mayoritariamente para las mujeres que se traduce en una demanda habitualmente insatisfecha de cuidados hacia ellas o en un sufrimiento silencioso que mina aún más su salud física, mental social y espiritual.

            Es paradójico que en las sociedades en la que los cuidados familiares forman parte de su cultura y tradición, sus sistemas sanitarios invisibilicen, ignoren, subestimen o excluyan a los cuidados de sus modelos. Esta paradoja induce a que se identifique a las personas cuidadoras familiares como co-trabajadoras de los sistemas y no como objetivo fundamental de atención a las necesidades específicas derivadas de la acción cuidadora continuada y permanente que llevan a cabo.

            Por su parte las enfermeras en general y las enfermeras comunitarias en particular, son identificadas en dichos sistemas sanitarios patriarcales como trabajadoras al servicio de la enfermedad y de quienes la capitalizan, en su modelo asistencialista, sanitarista, paternalista, biologicista, dependiente y excluyente.

            En este día de supuesta celebración, desde la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), abogamos por la necesidad de transformar radicalmente el modelo que regula la mayoría de los sistemas sanitarios en el ámbito iberoamericano. Un cambio que supone identificar el valor del cuidado tanto familiar como profesional. Una identificación que suponga una respuesta eficaz, eficiente y efectiva a las necesidades de cuidados de una sociedad dinámica y cambiante en la que la realidad social de la mujer, las estructuras familiares, la demografía, las políticas de salud… impactan de manera clara en la configuración y asunción de los cuidados familiares. Cambios a los que hay que añadir la importante variable que supone la incorporación de nuevos actores, como personas cuidadoras familiares sin vínculo familiar. Actores que, en su mayoría, son personas migrantes con condiciones precarias de trabajo y en las que la prestación del cuidado impacta en su salud con el agravante de su condición ilegal que contribuye a su vulnerabilidad y exclusión social, convirtiéndose en personas cuidadoras familiares invisibles a los ojos de las administraciones y de la sociedad en su conjunto.

            Estamos, pues, ante una realidad que lejos de ser objeto de celebración debería ser identificada como una demanda prioritaria de acción que no pasa, en ningún caso, por acciones aisladas, reduccionistas y efectistas como las que se suelen vender de manera oportunista por los responsables políticos, sanitarios y sociales en la mayoría de los países. No se trata tanto de ayudas económicas, que también, como de apoyo, reconocimiento y atención individualizada hacia las personas cuidadoras familiares a través de estrategias de cuidados integrales, integrados e integradores. Planificadas, dirigidas, coordinadas, lideradas y evaluadas por enfermeras, como las profesionales más competentes y preparadas. Estrategias centradas en las necesidades reales de las personas cuidadoras familiares que van mucho más allá de la enfermedad y que representan un cambio de acción y un abandono de la omisión a la que han sido sometidas históricamente.

            Celebremos, cuando haya motivo para hacerlo. Mientras tanto exijamos que se concreten acciones realistas como la iniciada por el Ministerio de Sanidad de España a través de la Iniciativa Marco en Cuidados del SNS (IMACU), que deseamos suponga un antes y un después para las personas cuidadoras familiares y para quienes, como las enfermeras, cuidamos profesionalmente.

           Tan solo cuando estas iniciativas generen cambios en la salud de las personas cuidadoras familiares y en las condiciones de trabajo de las enfermeras que les permita desarrollar sus competencias de cuidados profesionales con autonomía y responsabilidad plenas, podremos empezar a pensar en celebrar algo. Hasta entonces este día debe servir a toda la sociedad como un aviso de alerta ante el que no puede ni se debe permanecer impasible.

            Pero más allá de la reflexión realizada, como sociedad científica que somos, avalamos todo lo dicho con pruebas científicas que lamentablemente son poco o nada tenidas en cuenta por parte de quienes actualmente tienen capacidad en la toma de decisiones, de las que excluyen sistemáticamente tanto a las enfermeras como a las personas cuidadoras familiares.

            En este sentido, y como botón de muestra de las múltiples publicaciones científicas realizadas, aportamos el artículo “Sentido de coherencia y sobrecarga subjetiva, ansiedad y depresión en personas cuidadoras familiares de familiares mayores” (en archivo adjunto), cuyos autores, Catalina López-Martínez, Antonio Frías-Osuna y Rafael del-Pino-Casado, enfermeras todas, concluyen que el sentido de coherencia podría ser un importante factor protector de la sobrecarga subjetiva, la ansiedad y la depresión en personas cuidadoras familiares de familiares mayores dependientes.

           Estamos deseando celebrar cada 5 de noviembre como una jornada de júbilo del cuidado y de quienes lo prestan. Hasta que llegue debemos seguir exigiendo respuestas y aportando pruebas que justifiquen las exigencias de las personas cuidadoras familiares.

 

        Recomendamos la película «La habitación de Marvin (1996)» y el documental «Cuidadores» (2010) -archivo adjunto-

 

[1] Enfermera francesa, profesora de enfermería, activista por la causa de las mujeres cuidadoras

TRAGEDIA Y ESTRATEGIA Actitud enfermera

                                                                                   “La tragedia es en esencia una imitación no de las personas, sino de la acción y la vida, de la felicidad y la desdicha.”

Aristóteles[1]

 

 Tras la tragedia que supuso la pandemia de la COVID, el tiempo transcurrido ha actuado como un inmenso borrador de lo ocurrido. La memoria humana es selectiva. Posiblemente como mecanismo de defensa ante acontecimientos dolorosos. Pero más allá de esa comprensible defensa, también existe una incomprensible actitud de olvido premeditado y consciente que nada tiene que ver con la protección individual y colectiva y sí, y mucho, con un intento por recuperar una falsa normalidad obviando e incluso eliminando cualquier vestigio de recuerdo sobre lo sucedido y el daño causado. Ni el dolor, la muerte, la soledad, la angustia, la falta de información, las negligencias, las omisiones imperdonables, las actitudes canallescas, pero tampoco los sacrificios, la empatía, los cuidados terapéuticos, la entrega, la solidaridad, la profesionalidad, aunque fuese mal asimilada con heroicidad… perduran en la memoria colectiva. Simplemente se ha pasado página, se ha corrido un tupido velo de olvido.

Hemos incorporado una terrible naturalización de los desastres a los que asistimos. Nos escandalizan, duelen, paralizan… durante los primeros momentos de su desarrollo, para pasar a ser parte natural e inalterable de nuestras vidas. Las guerras, las pandemias, los desastres naturales… se suceden como secuencias de una película de horror que inquietan pero que, una vez vistas, son eliminadas de nuestra memoria, hasta el siguiente estreno, palomitas incorporadas.

Asistimos, con parecida naturalidad a la descrita, al esperpento diario de la confrontación política, convertida en una lucha de fango, sin reglas ni treguas, por parte de quienes de autodenominan defensores públicos o protectores de una patria muy particular y exclusiva para algunos.

Mientras tanto, se producía un nuevo, desolador y trágico desastre natural que arrasaba pueblos enteros provocando destrucción y muerte en la provincia de València (España) y en otras provincias, aunque muchísimo menor efecto.

Un acontecimiento que, nuevamente, ha conmovido a la población general y ha puesto en evidencia determinadas actitudes y decisiones de las/os responsables políticas/os. Una nueva página que ha hecho pasar las de las guerras de Israel contra Gaza y Líbano o la de Rusia contra Ucrania. Es evidente que nos toca mucho más de cerca, pero ¿cuánto durará el recuerdo del horror activado inicialmente con esta nueva desgracia? Mejor no hagamos pronósticos ni apuestas al respecto.

Pero esta mención a la selectividad de nuestra memoria y también de nuestros sentimientos no trata de ser una denuncia, ni un reproche. Tan solo reflexiono sobre cuál es el tipo de sociedad, de comunidad, en que vivimos y convivimos.

Es en esta sociedad y comunidad en las que también trabajamos y prestamos cuidados las enfermeras. Y más allá de otras consideraciones me quiero detener en cuál considero es y debe ser nuestra respuesta como enfermeras, particularmente las comunitarias, en este nuevo escenario de sufrimiento, dolor y muerte.

No pretendo dar lecciones de nada ni a nadie. Tan solo comparto mis reflexiones sobre cuál es mi sentimiento como enfermera y cómo siento que deberíamos actuar.

No pongo en duda, en ningún momento, la respuesta sanitaria que se está dando desde el minuto cero par parte de las enfermeras en cada uno de los lugares afectados por la tragedia junto a la del resto de profesionales. Está siendo ejemplar como siempre que se producen situaciones de peligro para la salud de la población.

Pero me planteo si más allá de la asistencia sanitarista que se da como respuesta estándar, se plantean otro tipo de intervenciones.

Porque, está claro, que la asistencia a la supervivencia y a la prevención de riesgos que ocasionen más víctimas es prioritaria. Pero la situación de caos generada, la desesperación creada por la falta de información, el aislamiento, la incertidumbre, el miedo, la pérdida de enseres y vivienda… provocan un impacto y unos efectos sobre la población que no pueden ni deben ser relegados a un segundo plano. Resulta prioritaria la intervención comunitaria que permita atender con calidad y calidez las necesidades provocadas de manera tan abrupta por el desastre. Las enfermeras comunitarias deberían asumir la responsabilidad y la iniciativa de liderar estas acciones sin tener que esperar a que a alguien se le ocurra, que lamentablemente no se le va a ocurrir, cómo actuar. ¿Por qué entonces no se generan este tipo de respuestas?

Son múltiples las razones que podría plantear. Pero me quiero detener en analizar y reflexionar sobre la que considero es una de las principales.

La formación de las enfermeras, como la del resto de profesionales de la salud, está centrada en la asistencia a las situaciones de enfermedad en entornos con una supuesta y normotípica normalidad social y en el marco de las organizaciones sanitarias. Ya he comentado en múltiples ocasiones la focalización de la formación enfermera dirigida a la demanda generada por los sistemas sanitarios, olvidando el compromiso social que la universidad tiene con la comunidad de la que forma parte al no centrar sus esfuerzos y recursos a formar enfermeras para la comunidad. Para una comunidad que no podemos olvidar, es dinámica, cambiante y diversa y, por tanto, requiere de respuestas adaptadas a las necesidades que la misma genera y no tan solo a las que emergen de los sistemas sanitarios caducos en los que mayoritariamente se integran las enfermeras para sucumbir a la dinámica médico asistencialista que los impregnan.

Esta rutina organizativa conduce a que se anulen las posibilidades de acción, intervención e iniciativa ante hechos que no se incorporan en la formación reglada como estándares, normales o habituales. Se forma ante urgencias y emergencias, pero tan solo desde una perspectiva de asistencialismo ante lesiones, rescates, resucitación cardiopulmonar… pero poco o nada sobre cómo actuar en y con la comunidad para afrontar el desastre y sus consecuencias.

Por ejemplo, ante la situación provocada por la Dana en València. Más allá de la asistencia sanitaria, repito que necesaria y comprensible, ¿nos planteamos las enfermeras comunitarias, que tenemos datos de la población asignada, la situación de soledad, aislamiento, desprotección, miedo, ansiedad… de muchas personas con discapacidad o pérdida de autonomía y de sus familiares? ¿activamos las posibilidades de coordinar recursos comunitarios? ¿identificamos posibles riesgos potenciales tras el desastre como la aparición de infecciones por la falta de agua potable, el estancamiento de agua y lodo, la descomposición de cadáveres de animales…? ¿tratamos de coordinar acciones intersectoriales que respondan a la destrucción de recursos y activos para la salud elementales como escuelas, parques, centros sociales…? ¿impulsamos acciones de intervención comunitaria tendentes a organizar a la comunidad y que sea capaz de afrontar el inmenso problema al que se enfrenta? ¿pensamos en las consecuencias que para la salud mental tendrá un contexto tan terrible?… Son tan solo algunas posibilidades de acción que deberían formar parte de una respuesta inmediata y autónoma de las enfermeras comunitarias. Quedarse en los centros de salud, si es que no han sido igualmente destruidos por los efectos de la Dana, esperando a que vaya alguien a ser asistido no es la respuesta. Esperar, como decía, a que alguien les diga que salgan a la comunidad tampoco. Pero no lo hacen porque, por una parte, tienen miedo, por otra inseguridad y por otra generan resistencia.

No se trata de llevar a cabo actos de voluntarismo. Es una obligación la que, como enfermeras, tenemos con la salud comunitaria. Que nadie se confunda. Quien considere que su acción enfermera se limita a asistir la enfermedad o a actuar cuando se le diga, debería pensar seriamente en dedicarse a otra actividad que genere menos daño a la población y a la disciplina de la que se beneficia sin responder como la disciplina le exige.

Planificar, organizar, actuar, evaluar, liderar, son parte inseparable de la acción enfermera. Pero para ello hay que tener pensamiento crítico, asumir responsabilidad (que conlleva asumir riesgos) y responder autónomamente ante situaciones de cualquier índole.

Por su parte quienes, teniendo las responsabilidades políticas de tomar decisiones, no identifican como prioritario contratar o destinar a enfermeras especialistas en enfermería familiar y comunitaria, que posiblemente tengan contratadas en hospitales, para llevar a cabo este tipo de intervenciones, están actuando con irresponsabilidad manifiesta. Se pide la intervención del ejército, de protección civil… pero ni tan siquiera se piensa en la posibilidad de que las enfermeras puedan aportar algo a esta situación, más allá, claro está, de la asistencia a heridos, desde una mentalidad alienada con el modelo asistencialista del sistema sanitario. Se despliegan psicólogos, pero se ignora la intervención de enfermeras de salud mental. Se abandona a su suerte a las residencias de personas adultas mayores sin reparar en la importante aportación de enfermeras especialistas en geriatría y gerontología.

Estamos ante una sociedad enferma. Cada vez tengo menos dudas y más certezas. Y la sociedad lo está porque quienes la rigen la contagian con sus actitudes y decisiones. Está enferma porque solo tiene mirada para la enfermedad en una supuesta y falaz búsqueda de la salud desde una perspectiva dicotómica y antagonista que no se ajusta a la realidad. Está enferma porque se actúa tan solo ante las consecuencias y no tratando de que no se produzcan. Está enferma porque se anteponen las necesidades de los lobbies a las de la sociedad. Está enferma porque el individualismo, el hedonismo, la inmediatez o la falta de solidaridad (salvo de manera puntual y excepcional), son los síntomas permanentes que configuran su cronicidad. Está enferma porque se anula la capacidad de pensar de la ciudadanía. Está enferma porque se silencia o se ignora constantemente la disparidad de criterios. Está enferma porque se priorizan los beneficios económicos a los de la salud y el bienestar. Está enferma porque destruye el entorno en el que se desarrolla y niega las consecuencias de su acción. Está enferma porque juega a los equilibrios imposibles y evita los imprescindibles. Está enferma porque se destruyen derechos y se limita la equidad en nombre de la libertad y la democracia.

Una sociedad enferma que precisa respuestas globales, atención integral, integrada e integradora, nuevos agentes de salud, participación ciudadana, toma de decisiones compartida, abogacía por la salud, ética y estética, humanización, cuidados profesionales y respeto por la dignidad humana.

. Una sociedad que necesita que se le dé la voz para tomar sus propias decisiones en lugar de obedecer o acceder con pasividad, desde la falsa creencia de hacerlo en libertad porque le dejan votar periódicamente. Una sociedad que debe concienciarse de la necesidad de cuidar su entorno para que sea saludable y no tan solo bonito desde un patrón urbano. Una sociedad que asume su destino con resignación en lugar de hacerlo desde la resistencia. Una sociedad que precisa que las universidades formen enfermeras para la comunidad. Una sociedad que requiere enfermeras que respondan a sus necesidades en lugar de hacerlo a la de las organizaciones sanitarias o a las de quienes las rigen y maniatan en un modelo caduco, ineficaz e ineficiente.

Las enfermeras, debemos entender, asumir e interiorizar que tenemos una responsabilidad con la población que no podemos eludir o ignorar. Que tenemos que posicionarnos clara, rigurosa y permanentemente ante situaciones que afectan la salud de las personas, las familias y la comunidad más allá de la biología humana. Que de nosotras y de nuestras decisiones depende que la calidad de los cuidados que prestamos sea real y no tan solo una actitud ligada a la simpatía. Que de nosotras depende que el afrontamiento ante el dolor, el sufrimiento y la muerte sea una prioridad de intervención individual y colectiva. Que de nosotras depende que las conductas, hábitos y comportamientos se traduzcan en resultados de salud y no tan solo en riesgos de enfermedad. Que de nosotras depende que respondamos con determinación ante situaciones de emergencia más allá de la asistencia.

Lo que está sucediendo en València no puede ni debe quedar tan solo en un impacto mediático que se diluya con el tiempo y con el entierro de las víctimas. Porque las consecuencias de lo sucedido perdurarán en las familias y requerirán que la memoria selectiva no elimine el recuerdo de las múltiples necesidades que demandará la comunidad. Porque, lamentablemente, ya no serán objeto de programaciones especiales, ni de intervenciones efectistas. Y ahí deberán estar las enfermeras comunitarias para atender, que no tan solo asistir, las necesidades de las personas, las familias y la comunidad.

Una tragedia que debe hacernos reflexionar sobre qué y cómo estamos actuando las enfermeras de manera global y no tan solo local.

Está en nuestras manos y en nuestra voluntad llevar a cabo transformaciones radicales que permitan sanar a esta sociedad enferma en la que vivimos. Para ello, las enfermeras, tenemos una responsabilidad que debemos asumir desde una acción colectiva en un contexto iberoamericano de enfermería cada vez más necesario.

Que las lágrimas no nos impidan ver la luz de la realidad que demanda nuestra atención.

[1]  Filósofo, polímata y científico griego (384 a.c.-322 a.c.).