EUROPA ANTE EL ESPEJO DE GAZA: ¿EQUIDISTANCIA O DIGNIDAD? A propósito de las medidas del Gobierno español

Las recientes descalificaciones vertidas por Benjamín Netanyahu contra el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, tras las medidas anunciadas contra Israel por el genocidio en Gaza, son un ejemplo más de la deriva retórica del dirigente israelí. Para justificar lo injustificable, no ha dudado en recurrir a la Inquisición, la expulsión de los judíos por Isabel la Católica o incluso al Holocausto, construyendo un discurso plagado de tergiversaciones históricas y acusaciones infundadas de antisemitismo.

Es cierto que la respuesta militar israelí tuvo como detonante la injustificable matanza cometida por los terroristas de Hamás. Pero lo que siguió ha sido una reacción absolutamente desmedida y desproporcionada que ha convertido el legítimo derecho de defensa en un ataque masivo contra todo un pueblo. ¿Nos imaginamos que cuando ETA mataba de manera indiscriminada y cobarde, la solución hubiese pasado por aniquilar a todo el pueblo vasco? Lo que algunos quieren presentar como un desvarío de Sánchez no es más que lo que miles de personas reclaman con sus permanentes y crecientes protestas en las calles de España —incluidas las de la reciente Vuelta Ciclista— y que ciertos medios intentan criminalizar.

Más allá del desvarío de su retórica, lo que pretende Netanyahu es amedrentar a otros dirigentes, enviando un mensaje claro, quien ose seguir los pasos de Sánchez será acusado con la misma vehemencia. Su objetivo es evitar que el gesto español se convierta en un precedente y genere un efecto en cadena que debilite su estrategia. La paradoja es que aquello de lo que acusa, sin pruebas y manipulando la historia, se le puede aplicar directamente a él. Corrupción probada y oculta, asentamientos ilegales, ocupaciones por la fuerza, asesinatos justificados como “ataques contra el terrorismo” y, sobre todo, un genocidio que trata de enmascarar con el cínico argumento de la legítima defensa.

Netanyahu sabe que los discursos de Milei, Orbán, Ayuso, Abascal, Almeida o Feijóo, alineados con la derecha más recalcitrante, son un cómodo respaldo que legitima su narrativa. Pero también es consciente de que ese apoyo resulta insuficiente para sostenerle en el plano internacional. Su verdadera preocupación está en que Alemania —principal valedora de Israel en Europa— empiece a reconsiderar su apoyo incondicional y condicionado. Un giro en Berlín supondría perder su verdadero aval y tendría un efecto dominó en la Unión Europea, que pondría en evidencia lo que muchos ya denuncian, que Netanyahu no es un defensor de la democracia, sino un dirigente que la utiliza como coartada para perpetuar un régimen de opresión.

El reciente apoyo de la suspensión parcial del acuerdo comercial con Israel de Von der Leyen, son un síntoma de que algo empieza a moverse, aunque no se mencione el genocidio por la negativa del grupo popular. Si bien es cierto que se trata más de un aviso a navegantes que de un cambio real. Pero la simple existencia de ese aviso es ya una señal de que el blindaje internacional de Netanyahu comienza a agrietarse.

Lo verdaderamente triste es el papel de quienes aspiran a gobernar en España escudándose en un argumento tan débil como falaz, el de defender a “la única democracia de Oriente Medio” que nos protege del islamismo asesino. Se olvidan de que regímenes responsables de atrocidades históricas, incluido el nazismo, también surgieron de procesos democráticos. La democracia, por sí sola, no garantiza derechos humanos. Lo que define a un sistema político no es la etiqueta que ostenta, sino cómo actúa amparándose en ella. Y en este terreno, Israel se retrata cada día como un Estado que viola de manera sistemática la legalidad internacional.

Netanyahu se aferra a la victimización como coartada para justificar la opresión. No lo hace para dialogar ni reconocer responsabilidades, sino para desviar la atención de su corrupción, de su debilidad política interna y del horror que provoca en Gaza.

La utilización torticera de la historia no solo ofende a quienes la sufrieron en carne propia, sino que busca sembrar miedo en la comunidad internacional. Netanyahu convierte, con la perversión de este discurso, la memoria de las víctimas en un instrumento de manipulación política.

La cuestión de fondo es clara: ¿será capaz Europa de romper el silencio cómplice? ¿Podrán sus dirigentes mirar más allá del chantaje emocional de Netanyahu y reconocer lo evidente? La historia enseña que el silencio y la tibieza siempre acaban siendo cómplices del verdugo. Por eso la pregunta hoy no es solo qué hará Israel, sino qué harán las democracias europeas. Si seguirán instaladas en la equidistancia y la ambigüedad o si, por fin, se atreverán a alinearse con las medidas valientes y necesarias adoptadas por el Gobierno español. Porque lo que está en juego no es una disputa diplomática, sino la credibilidad de Europa frente a un genocidio que se comete a plena luz del día. Y la historia, implacable, señalará finalmente a todos aquellos que hayan sido cómplices directos o indirectos de esta barbarie.

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