
Todos conocemos cómo funciona el bullying escolar. El abusón no suele ser el más brillante ni el más trabajador. Al contrario, su inseguridad y sus carencias le empujan a compensar con la fuerza lo que no puede sostener con el argumento. Señala a alguien distinto —por su timidez, por un rasgo físico, por su origen, por su forma de ser— y lo convierte en diana de burlas, insultos o golpes. A su alrededor se forma un grupo que le ríe las gracias, imita su conducta o calla para no ser señalado. Y así, lo que debería ser condenado se transforma en popularidad.
El problema va más allá de víctimas y agresores. Los maestros, a veces, miran hacia otro lado para no meterse en líos o porque la presión les convierte también en víctimas de esa atmósfera de miedo. Las familias del acosador, lejos de reconocer la violencia, lo defienden contra toda evidencia, reforzando su impunidad. Y la administración educativa suele pasar de puntillas, temerosa del impacto mediático, incapaz de afrontar el conflicto con la firmeza necesaria. El resultado es un círculo perfecto para el acosador. El silencio de unos, la complicidad de otros y la inacción de las instituciones consolidan su poder.
Ese guion, que tantas veces hemos visto en los patios escolares, se está repitiendo en la política española. VOX ha sabido ocupar el papel del chulo de la clase. Su estrategia es clara, insultar, señalar, despreciar. Mujeres, migrantes, personas LGTBIQ+ … cualquiera que no encaje en su patrón de pureza es convertido en blanco de sus ataques. Y lo hace con gritos, con provocaciones, con teatralidad. Su fuerza no está en las ideas ni en los argumentos, sino en el ruido. No tiene un discurso capaz de convencer porque lo que defiende es, en realidad, indefendible e indemostrable. Por eso recurre a la mentira, los bulos, la tergiversación y el negacionismo.
Lo inquietante es que, lejos de ser castigados, crecen. ¿Por qué? Porque parte de la sociedad ve en el acosador a alguien que “dice lo que otros callan”, a quien se atreve a ir contra del sistema. Y, como en el patio del colegio, el chulo no está solo, necesita cómplices. El PP ha asumido ese papel. No es espectador neutral, es el grupo que ríe las gracias, abre el paso, pacta gobiernos y blanquea la violencia, para hacer lo que solo no se atrevería a hacer. Sus silencios ante los excesos, sus cesiones en políticas clave, sus guiños al discurso ultra, refuerzan al acosador en lugar de frenarlo. El mensaje que lanzan es claro, la violencia del chulo no solo es tolerada, también es útil para alcanzar el poder, aunque ello suponga la pérdida de su propia e impostada identidad, hasta el punto de que cada vez resulte más difícil distinguir las diferencias entre unos y otros.
Ejercen una política en la que no solo se callan, aplauden. Se ríen sus arengas, se imitan sus desplantes, se apoyan sus acciones violentas, se secundan sus propuestas restrictivas de libertad y derechos de determina población o colectivos. Y lo más preocupante es que su discurso prende especialmente entre la población más joven, que, siendo la más descontenta con el sistema, es también la que menos utiliza la reflexión y el pensamiento crítico, prefiriendo actuar movida por estímulos inmediatos. Así, muchos terminan reproduciendo la misma violencia con que el acosador les alimenta.
Las encuestas reflejan el crecimiento de VOX. Crece porque una parte de la sociedad admira al chulo por su aparente valentía, por su desafío al sistema, por esa forma de alzar la voz sin complejos. Pero no debemos engañarnos, no es valentía, es la coartada de quien no tiene nada más que ofrecer. Lo que se vende como frescura no es más que desprecio. Lo que se aplaude como autenticidad no es más que violencia. Lo que se confunde con fuerza no es más que incapacidad envuelta en gritos. Y, lo que se vende como libertad, no es más que su secuestro. Todo ello mientras exige el respeto que él desprecia.
La experiencia nos dice que el acoso nunca se queda en el patio del colegio o en el hemiciclo de las cortes. Quien decide dominar mediante el miedo lo hace porque carece de argumentos, de evidencias y de discurso. Traslada esa carencia a cualquier ámbito en el que pueda ejercer poder. Siendo, su única arma, la mentira, la descalificación y el negacionismo.
La historia europea es demasiado clara al respecto. El fascismo empezó siendo también un chulo de patio, provocador, ruidoso, aparentemente irreverente. Muchos lo admiraron por “atreverse a todo”. Muchos callaron, hasta que fue demasiado tarde.
Estamos a tiempo de aprender la lección. La verdadera valentía no está en insultar ni en señalar, sino en defender los derechos de todos, especialmente de quienes más sufren. Si no lo entendemos, si seguimos admirando al chulo por su actitud de desprecio, lo que perderemos no será solo el respeto a las víctimas. Lo que perderemos será la democracia. Y conviene no confundirse de enemigo, porque hacerlo es, precisamente, alimentar al verdadero, aunque pueda parecer lo contrario.