GENOCIDIO, LA VUELTA, LA ONU Y LA DIGNIDAD DE UN PUEBLO

Las protestas que tuvieron lugar durante el recorrido de la Vuelta Ciclista a España contra la participación de un equipo israelí han abierto un nuevo frente de confrontación política. El Gobierno de España, con el respaldo de sus socios, expresó apoyo ante las movilizaciones ciudadanas. Frente a ello, la derecha de Feijóo y la ultraderecha de Abascal respondieron con críticas feroces, acusando al Ejecutivo de convertir la causa palestina en un instrumento de violencia política.

Pero más allá de la pugna partidista, lo que realmente está en juego es el posicionamiento ante la barbarie que se vive en Gaza. No hablamos de una disputa territorial ni de un conflicto bilateral; hablamos de un exterminio sistemático de la población civil palestina por parte del Gobierno israelí. Es precisamente esta realidad insoportable la que diferencia los discursos entre quienes se sitúan del lado del derecho internacional y los derechos humanos, denunciando el genocidio, y quienes prefieren el silencio, la tibieza o incluso el ataque a quienes lo denuncian.

En este contexto, la respuesta social ha resultado mucho más relevante que la crispación política. La ciudadanía española ha comenzado a sacudirse el letargo en el que parecía instalada y ha demostrado que es capaz de situarse por encima de las siglas y los cálculos electorales. En las calles de Madrid, del País Vasco, de Castilla y León o de Extremadura, la gente ha dicho con claridad que no acepta la normalización del genocidio ni el lavado de imagen de Israel a través de competiciones deportivas o eventos culturales. Ese despertar ciudadano sitúa la solidaridad, la dignidad humana y el compromiso ético en un lugar mucho más alto que las maniobras políticas interesadas.

Esa reacción social conecta con lo que ocurre en el escenario internacional. La reciente votación en la ONU mostró una mayoría de países reconociendo a Palestina como Estado y condenando el genocidio, nombrándolo expresamente o definiéndolo sin nombrarlo. Frente a esa mayoría, Estados Unidos, con su presidente al frente, volvió a ejercer su derecho de veto, bloqueando la presencia del presidente Mahmud Ridha Abás – al negarle el visado-, manteniendo su apoyo incondicional a Netanyahu y arremetiendo contra todos los países y mandatarios que reconocen a Palestina y denuncian el genocidio, al tiempo que descalificaba a la ONU y lo que representa. Posicionamiento al que acompañan un puñado de países amedrentados o fieles a los postulados de Trump. El resultado es una imagen patética de lo que hoy significa la ONU, una institución incapaz de garantizar la paz mundial, convertida en escenario de parálisis y complicidad. Mientras tanto, Trump se exhibe convencido de que será el próximo Premio Nobel de la Paz, en un ejercicio grotesco de cinismo político.

España tampoco es ajena a estas contradicciones. Mientras crecen las voces nacionales e internacionales que reconocen sin ambages el genocidio, dirigentes del PP como Aznar y Ayuso se han alineado abiertamente con Israel, negando la barbarie y presentando como radical o irresponsable cualquier denuncia contra Netanyahu. No hay ambigüedad en su postura, es clara y rotunda en apoyo al verdugo. Feijóo, en lugar de marcar un rumbo propio, se pliega a ellos, atrapado en su dependencia de Aznar y Ayuso, revelando más debilidad que liderazgo. El colmo de la incoherencia se vivió con la foto de Ayuso junto al equipo ciclista israelí mientras arreciaban las protestas por su presencia en la Vuelta, o con el reciente despliegue mediático en su audiencia a representantes israelíes, como si se tratara de un acto de reafirmación frente a la denuncia del genocidio. Todo ello mientras diferentes dirigentes autonómicos del PP empiezan a desmarcarse de la línea oficial, reconociendo el genocidio. La cúpula del PP queda así al descubierto, sin criterio, sin coherencia y sin una mínima sensibilidad hacia las víctimas.

En paralelo, algunos analistas insisten en que Pedro Sánchez está “asumiendo un gran riesgo” con su posicionamiento en favor de Gaza y contra la política israelí. Conviene recordar que riesgo significa la posibilidad de que ocurra un daño o una pérdida. Si lo aplicamos con rigor, resulta difícil sostener que denunciar un genocidio sea un riesgo. Lo que constituye un riesgo, real y devastador, es el genocidio en sí mismo. Denunciarlo no multiplica el riesgo, sino que lo combate. Igual que en la lógica matemática una doble negación equivale a una afirmación, en este caso el “doble riesgo” —el del genocidio y el de denunciarlo— no puede convertirse en excusa para la inacción. Es, por el contrario, una exigencia política, humana y moral.

Quienes acusan al Gobierno de actuar con temeridad no hacen sino desplazar el foco. Lo incoherente, lo verdaderamente peligroso, es apoyar, directa o indirectamente, la ocupación y la violencia de Israel. Negar la evidencia de un genocidio o mirar hacia otro lado no es neutralidad, sino complicidad. La historia enseña que la complicidad con quienes cometen atrocidades nunca se borra con el paso del tiempo. Queda marcada como una herida moral que generaciones futuras recuerdan con vergüenza.

También el mundo del deporte se ha visto retratado en este escenario. Resulta especialmente revelador que la Unión Ciclista Internacional criticara al Gobierno español por no condenar las protestas ciudadanas. Esa reacción muestra, una vez más, la prioridad que algunas instituciones otorgan a los intereses económicos y mediáticos frente a la defensa de la dignidad humana. Pero no se trata solo de la UCI, la propia organización de la Vuelta a España se escudó en que actuó así por imposición de la UCI, asumiendo de hecho los mismos postulados. Proteger intereses económicos y de imagen por encima de la denuncia de la barbarie. Proteger la “imagen” de un país mientras ese mismo país destruye la vida de miles de personas es una perversión moral que erosiona la credibilidad no solo del deporte, sino de cualquier organismo internacional que se preste a este juego.

Lo que hemos visto estos días en distintas ciudades de España no es solo una protesta puntual. Es la expresión de una conciencia social que se niega a aceptar la impunidad. Es la constatación de que el pueblo, al margen de sus diferencias políticas, reconoce que hay momentos en que callar es insoportable. Y es también la afirmación de que la solidaridad con Palestina no es antisemitismo, sino la defensa de lo más básico que compartimos como humanidad: la vida, la justicia y la dignidad.

Sentir orgullo de ser español no debería depender de un acontecimiento deportivo ni de una bandera agitada en un balcón. Debería depender de lo que hemos visto estos días, la capacidad de la ciudadanía de situar la humanidad por encima de las siglas y de los intereses partidistas. Porque cuando se denuncia el genocidio y se rechaza el blanqueo de quienes lo cometen, no se actúa contra nadie, se actúa a favor de todos. Y esa es, quizá, la mayor lección que podemos extraer de estas protestas y de este momento histórico que, frente al horror, la dignidad no es una opción, es un deber colectivo. Y que quienes se niegan a reconocerlo y respetarlo, no merecen ser representantes de la ciudadanía.

1 thoughts on “GENOCIDIO, LA VUELTA, LA ONU Y LA DIGNIDAD DE UN PUEBLO

  1. Muy de acuerdo con el texto. Gracias por publicarlo sin miedo a las posibles consecuencias. No olvidemos que lo que se denuncia en el texto está soportado por quienes acusan de «buenismo ingenuo» o de «estar con los terroristas» a los que denuncian, con lo que se están situando en campo del «malismo realista».

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