ESCÁNDALOS POLÍTICOS: PAN, CIRCO Y OLVIDO

 

Vivimos un tiempo de confluencia de escándalos políticos que, más allá de su diversidad, comparten un mismo origen: la incompetencia, la mediocridad y la deriva mercantilista de unos, junto a la avaricia económica y el oportunismo de otros. La tormenta perfecta entre irresponsabilidad, codicia y propaganda ha convertido la gestión pública en un escenario de descrédito constante.

Casos como la tragedia de la DANA, la nefasta gestión de las mamografías, los incendios forestales o la corrupción político-administrativa tienen un denominador común: la incapacidad de gobernar con decencia y la facilidad para desviar la atención. Más allá de los análisis técnicos o judiciales que cada caso merece, lo que resulta evidente es la atención mediática y ciudadana que despiertan estos despropósitos. Pero esa atención, en lugar de generar conciencia crítica, se fragmenta en dos direcciones.

Mientras los medios encuentran en cada escándalo una oportunidad de negocio —aumentando audiencias y clics—, la ciudadanía asiste perpleja, indignada y desilusionada al gran teatro político y mediático que se despliega. Y es precisamente en esa divergencia donde los responsables de los desmanes encuentran su refugio. Cuanto más ruido se genera, más fácil resulta ocultar el fondo del problema.

En un primer momento, los escándalos parecen reunir todas las miradas. La indignación se centra en lo esencial, las vidas perdidas, las mujeres que no recibieron atención sanitaria de calidad, los bosques devastados por el fuego o el dinero público desviado a bolsillos privados. Pero con el paso del tiempo esa convergencia se diluye. La atención se dispersa y emergen dos realidades distintas, la de quienes protagonizaron los hechos y la de quienes los observan.

Superado el impacto inicial, que podría haber provocado dimisiones, ceses o exigencias de responsabilidad política y penal, los actores del escándalo se apresuran a construir una nueva realidad, maquillada de justificaciones, mentiras y desprecio a la inteligencia ciudadana. Las comparecencias se llenan de eufemismos, los discursos se envuelven en victimismo y las responsabilidades se diluyen entre comisiones, informes o investigaciones que nunca concluyen. Todo se reduce a una escenografía que busca agotar la paciencia y la memoria colectiva.

Los observadores, por su parte, se dividen. Algunos medios, convertidos en jueces o detectives improvisados, alimentan la confusión con titulares sensacionalistas o análisis superficiales. Y la ciudadanía se debate entre el interés morboso por el espectáculo y la indignación impotente ante la manipulación de los hechos. En ese juego de espejos, la verdad se distorsiona y se convierte en una cuestión de relato más que de hechos.

El tiempo pasa, el hartazgo se instala y la naturalización del escándalo se impone. Lo que en su día provocó indignación colectiva termina desvaneciéndose en el olvido, sustituido por el siguiente episodio de esta serie interminable. Una estrategia tan efectiva como cínica, perfectamente planificada por quienes no son capaces de aplicar esa misma eficacia a la gestión de lo público.

Y es precisamente en medio de esa confusión donde se produce el mayor peligro. Mientras la atención pública se centra en el ruido, se aprovecha para tomar decisiones que atentan contra derechos, tradiciones y cultura. En silencio y casi sin resistencia, se deterioran conquistas sociales, se manipulan símbolos colectivos y se reescriben relatos que sustentan la memoria democrática. Así, el escándalo se convierte en coartada, y la distracción, en herramienta de poder. Y solo cuando la presión ciudadana es tanta que ya no se puede sortear con más mentiras, se produce una fractura inevitable que acaba con la resistencia interesada para presentarse como víctimas. Culpando de todo a los demás sin asumir responsabilidad alguna. Y, es la ciudadanía, nuevamente, la verdadera afecada por las decisiones caprichosas de quienes han originado y alimentado los escándalos que acaban devorándoles. 

A ello se suma el blindaje que proporciona la estructura política. La inmunidad institucional, la lentitud de la justicia y la cada vez más cuestionable separación de poderes. Todo contribuye a distorsionar la realidad, a alejar las responsabilidades y a consolidar un sistema en el que los responsables apenas rinden cuentas. Las dos realidades —la de los hechos y la de su manipulación— dejan de ser paralelas para separarse hasta volverse divergentes. En esa distancia crece la desafección, la desconfianza y el desencanto ciudadano, caldo de cultivo perfecto para el populismo, el cinismo y la resignación colectiva.

Vivimos, en definitiva, un tiempo de panem et circenses. Juvenal lo escribió hace casi dos mil años, pero su sentencia conserva una vigencia estremecedora. Pan y circo para distraer al pueblo de los problemas reales. Hoy el circo se llama fútbol, toros, tertulias políticas o realities, y el pan ya no se reparte, se vende caro en los supermercados mientras se predican discursos de prosperidad. La política del espectáculo se impone sobre la política de la responsabilidad, y el ruido sustituye al pensamiento.

Frente a esa deriva, la única respuesta posible no puede ser la resignación. Recuperar la política como servicio público exige vigilancia ciudadana, medios honestos y una justicia independiente. Exige también romper con la cultura del espectáculo y la indiferencia, y recordar que detrás de cada escándalo hay víctimas reales y responsabilidades concretas.

Porque el verdadero escándalo no son las noticias que llenan los titulares, sino la impunidad con la que se escriben los finales.

1 thoughts on “ESCÁNDALOS POLÍTICOS: PAN, CIRCO Y OLVIDO

  1. This article powerfully exposes how political scandals are manipulated to distract and deceive, ultimately harming society. The vivid panem et circenses analogy is chillingly relevant today. A must-read for anyone concerned about media manipulation and political impunity.MMA

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