ASOCIACIÓN DE ENFERMERÍA COMUNITARIA A la sombra de unas acacias No es quién, sino qué, cómo, para y con quién

                                   

“Las personas fuertes crean sus acontecimientos; las débiles sufren lo que les impone el destino”.

Alfred Victor de Vigny[1].

 

 En el mes de septiembre de 1994 un grupo de enfermeras preocupadas por cómo estaba evolucionando el que se vino en denominar nuevo modelo de Atención Primaria de Salud (APS), iniciado en 1986, se reunieron bajo unas acacias en el jardín de los Viveros de Valencia. Fue una reunión en la que se compartió la situación que las enfermeras estaban viviendo en los centros de salud. Situación que se caracterizaba, en parte, por los constantes ataques de un determinado grupo de médicos, amparados y respaldados en muchas ocasiones por el Consejo General de Médicos, que no aceptaban el trabajo que desarrollaban las enfermeras de manera autónoma. Pero en parte también por la falta de formación, de experiencia y de criterios claros en cuanto al trabajo que debían desarrollar las enfermeras en un contexto nuevo que generaba tanta ilusión como incertidumbre. La ilusión, importante sin duda, no era suficiente para dotar de contenido y evidencias las respuestas que desde la prestación de cuidados debían dar las enfermeras a las personas, las familias y la comunidad. Existía un importante vacío y una ausencia de respaldo institucional y científico.

Por tanto, lo que inicialmente se planteó como un grupo de presión de cara a trasladar los problemas laborales por los que estaban pasando las enfermeras, se transformó en un desafío mucho mayor como fue fundar la primera Sociedad Científica de Enfermería Comunitaria en España. De tal manera que el 26 de noviembre de 1994 se constituyó formalmente. La primera Junta Directiva, estuvo constituida por 17 enfermeras, presidida por Mª Jesús Pérez Mora[2], en base a los estatutos que se aprobaron y que permitieron el registro como sociedad científica en el Ministerio del Interior como era preceptivo si se quería dar carácter de formalidad y legalidad. De igual manera se registró la denominación y su imagen corporativa en el registro de la propiedad intelectual.

Quisiera destacar la importancia de su denominación como Asociación de Enfermería Comunitaria. No fue un capricho, ni algo que surgiese sin más. Fue el resultado de un análisis, reflexión, debate que tuvo en cuenta no tan solo el momento actual en el que se estaba constituyendo, sino de cara al futuro. Lo lógico en aquellos momentos hubiese sido que se denominase Asociación de Enfermeras de Atención Primaria, entre otras cosas porque es como se denominaban los puestos que ocupaban las enfermeras en los centros de salud y como se recogía en las normas y regulaciones que se iban publicando para desarrollar el modelo de APS. Sin embargo, se optó por el de Enfermería Comunitaria por entender que la APS, siendo en esos momentos el ámbito de atención en el que más enfermeras desarrollaban su actividad, no era el único ni exclusivo. Se identificó a la Comunidad como un contexto mucho más abierto, inclusivo e integral en la que la APS era un ámbito más de atención, muy importante, pero uno más, y por lo tanto existían otros ámbitos que no debían quedar ocultos con la denominación reduccionista de APS. Ya por aquel entonces los médicos se formaban en la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria, lo que hubiese podido inducir a mimetizar la citada denominación, pero se entendió que la Comunidad y por extensión la atención comunitaria integra tanto a las personas, las familias como la propia Comunidad, por lo que no creímos que debiera disgregarse y que de hacerlo debiera denominarse, en todo caso, Enfermería individual, familiar y comunitaria. De tal manera que se determinó que nuestra denominación fuese la de Enfermería Comunitaria, algo que posteriormente, como veremos, fue fagocitado por la habitual mimetización con la monolítica medicina. Finalmente, los médicos que introdujeron esta denominación fragmentada muy acorde a su paradigma, acaban por olvidar su denominación completa identificándose como médicos de familia en el mejor de los casos. Paradójico, por otra parte, porque en una misma unidad familiar las diferentes personas que la componen pueden tener asignación de médicos diferentes, con lo que la atención familiar acaba siendo una simple etiqueta. Por todo ello optamos por la opción integral de Enfermería Comunitaria.

Otro hecho importante es que no se quiso acotar el ámbito geográfico de actuación incorporando la denominación de Asociación Valenciana o Española, porque desde el principio quienes impulsamos esta iniciativa tuvimos claro que debía tratarse de una sociedad inclusiva y a ser posible global, por lo que se decidió optar por una denominación abierta y genérica que no acotase ni restringiese su crecimiento.

Por otra parte, y a pesar de la incorporación de los estudios de Enfermería en la Universidad, las sociedades científicas eran anecdóticas y residuales en ese momento. Existía pues un reto y muchas dudas, no en cuanto a su necesidad y oportunidad sino en cuanto a cómo abordar una empresa tan desconocida y con tan pocos antecedentes enfermeros en nuestro país.

Tal como ya he comentado, la ilusión, pero sobre todo la capacidad, implicación y motivación de quienes asumimos esta aventura científico-profesional, permitieron impulsar el proyecto primero en la Comunitat Valenciana a través de reuniones con responsables enfermeras y con enfermeras comunitarias, que permitieron dar visibilidad a la Asociación y captar la atención e interés de las mismas.

Pronto, la actividad frenética de visibilización y de información trascendió a la Comunitat Valenciana y, primero La Rioja y posteriormente otras comunidades autónomas, con especial significación de las Canarias, se fueron incorporando a la AEC, lo que le otorgó carácter nacional. Posteriormente fueron sumándose nuevas comunidades autónomas que quedaron integradas en la AEC como vocalías territoriales de la misma, pues también se descartó el carácter de Federación con sociedades/asociaciones territoriales, lo que no suponía en ningún caso que las vocalías no tuviesen autonomía territorial.

Las actividades científicas desarrolladas por la AEC, sobre todo a través de sus jornadas y congresos, supusieron un importantísimo elemento de amplificación y contribuyeron a su crecimiento, pero sobre todo a su conocimiento, consolidación y referencia de la Enfermería Comunitaria.

Como ocurriera con los médicos, las enfermeras replicamos los aspectos menos positivos de su gestión, de tal manera que la inicial iniciativa de la AEC de tratar de unificar en una sola sociedad científica las asociaciones/sociedades que se fueron creando en algunas comunidades autónomas con posterioridad a la creación de la AEC, condujo a un cisma, como consecuencia de personalismos y protagonismos tan innecesarios como destructivos, que provocó que la propuesta de unidad acabase siendo una división en dos sociedades científicas, la AEC por una parte y una Federación de Asociaciones de Enfermería Comunitaria y de Atención Primaria configurada con la suma de diferentes sensibilidades que desde la AEC, impulsora inicial de esta unidad, se consideró no era la apropiada para dar respuestas globales, firmes y con fortaleza ante los importantes objetivos que habían planteados. La ruptura supuso un duro golpe y las relaciones fueron tensas y difíciles en un intento por ocupar un espacio propio que les definiese, lo que condujo a una confusión entre las enfermeras comunitarias y una evidente y notable pérdida de referencia y fuerza ante las administraciones como consecuencia de la división que fue muy bien aprovechada por estas, argumentando esta falta de unidad para no dar respuestas a las demandas que, desde ambas sociedades, pero por separado, se realizaban. En este proceso hubo quien quiso aprovechar la confusión en beneficio propio lo que aún provocó una mayor distancia entre ambas.

Pero al margen de este triste hecho, desde la AEC se continuó trabajando con intensidad y rigor y se presentó la primera propuesta de Especialidad de Enfermería Comunitaria que fue trasladada al Ministerio de Sanidad, que con una absoluta falta de voluntad política no respondió a la misma, pero que quedó como una referencia clara de la importancia y necesidad de crear e implementar dicha especialidad, como por otra parte ya quedó claro en l primer intento de oficializar esta y otras especialidades en el Real Decreto de 1987 por el que se regulaba la obtención del título de Enfermero especialista que lamentablemente no tuvo recorrido quedando tan solo en una declaración de intenciones publicada en el Boletín Oficial del Estado.[3].

Lo que siguió a todo este proceso inicial, fue y sigue siendo mucho, pero en cualquier caso tampoco es el objetivo fundamental de mi reflexión el hacer una reseña histórica de la AEC entendida esta como un cúmulo o sucesión de sucesos, acciones o acontecimientos a lo largo del tiempo.

Mi objetivo fundamental es identificar, destacar y transmitir lo que significa, supone y aporta una sociedad científica como la AEC en el desarrollo, visibilización, defensa, implementación, consolidación y referencia de la Enfermería Comunitaria, la Salud Pública y las enfermeras comunitarias desde una perspectiva científico profesional tanto a nivel de la atención a la salud prestada a través de los sistemas sanitarios, como del impacto en salud en y con la comunidad. De forma que la máxima que define a la AEC sea, sobre todo aunque no exclusivamente, la de mantener sanos a los sanos y propiciar la generación de comunidades sanas y saludables desde la equidad, la igualdad y la participación comunitarias.

Sin duda el recorrido de más de 28 años no ha sido fácil y lograr que la AEC hoy en día sea un referente tanto nacional como internacional en Enfermería Comunitaria y Salud Pública tampoco. Pero el sueño de quienes pensamos, diseñamos y pusimos en marcha este proyecto se ha convertido en una realidad tangible que no es cuestionable ni cuestionada.

Se dice que una disciplina tan solo adquiere madurez cuando las sociedades científicas de la misma, en sus diferentes ámbitos de actuación o áreas de conocimiento, son fuertes y son reconocidas como tales por todas las partes, es decir, tanto por sus propias/os miembros, en este caso las enfermeras en general y en particular las enfermeras comunitarias, por otras disciplinas, por las administraciones públicas y privadas y de manera muy especial por la comunidad en general. En este sentido, pues, puedo aseverar sin miedo a equivocarme que la AEC ha contribuido, contribuye y seguirá contribuyendo a dotar de madurez y mayoría de edad a la Enfermería. La seriedad, coherencia, capacidad de trabajo, compromiso, rigor, implicación, proyección, constancia, firmeza… que han caracterizado a la AEC, han permitido que así sea.

Sin embargo, nada es más peligroso que considerar que ya está todo hecho y que por tanto podemos relajarnos, porque sería tanto como morir de éxito. Lo logrado, siendo importante, es tan solo el inicio de lo que debe ser la AEC y como derivación las sociedades científicas enfermeras. Creerse superior, perder la referencia participativa que forma parte de su esencia, tanto a nivel profesional como social, no asumir las críticas que puedan surgir e ignorar la necesaria autocrítica, supondrían el principio del fin. Se trata de una construcción dinámica y permanente que debe ir consolidándose progresivamente para adaptarse a las necesidades que emanan de la atención a la salud, pero también y de manera muy significativa e importante a las que demanden las personas, las familias y la comunidad. No regirnos por esos parámetros, por esa guía, supondría perder el norte y con ello correr el riesgo evidente de encallar e incluso de hundirse irremediablemente. Torres más altas han caído. Por eso se necesita también humildad, respeto, carisma y no olvidar nunca los principios que la sustentan y dan valor.

Llegados a este punto quisiera trasladar un mensaje de satisfacción y orgullo, por estos 28 años compartidos, pero de manera muy especial por estos últimos 12 años en los que he tenido la dicha de representar como Presidente a la AEC. Ha sido un compromiso muy importante y exigente, pero también muy satisfactorio personal y profesionalmente hablando.

La confianza que las/os socias y socios han depositado en mi durante tres periodos consecutivos me hacen sentir muy reconocido y reconocible. He tratado en todo momento de dar lo mejor de mí, hacer lo que en cada momento he considerado de mayor interés y beneficio para la Enfermería Comunitaria y las enfermeras comunitarias, observar e identificar lo que las enfermeras y la comunidad consideraban importante, respetar a quienes me respetaban pero también a quienes no coincidían con mis planteamientos, reconocer lo mucho que he aprendido durante estos años y lo mucho que me han aportado las personas con las que he interactuado aunque no siempre hayamos estado de acuerdo o tuviésemos planteamientos diferentes o divergentes. De manera muy especial a quienes me han acompañado en las diferentes Juntas, con un especial y emotivo recuerdo para quienes nos han dejado de manera inesperada y precipitada. Sin ellas/os nada, absolutamente nada de lo conseguido, hubiese sido posible. Yo tan solo he sido un mediador, facilitador, coordinador, articulador… de un trabajo coral, integral y participativo que con tanta generosidad como calidad han desarrollado todas/os y cana una/o de quienes han trabajado en este recorrido vital, porque forma parte del ciclo de vida de la enfermería, y científico profesional en el que creyeron y se implicaron desde el principio. Pero también por la confianza de las socias y socios que de manera permanente han depositado en nosotras/os para lograr el objetivo común de todas/os. Este y no otro es y debe ser el compromiso de presente y de futuro. La unidad no ausente ni repelente de diferencias que enriquezcan los resultados. El respeto mutuo y compartido. El sentimiento de orgullo por pertenecer a una familia como la AEC que acoge, pero también dota de libertad y autonomía a todas/os sus miembros.

Hoy se ha producido en Logroño un relevo tan previsible como necesario. Previsible porque ya estaba anunciado desde hace tiempo. Considero que perpetuarse en los cargos, sean de la índole que sean, es nocivo para las organizaciones o instituciones que terminan por sufrir los vicios que irremediablemente el tiempo acumulado acaba generando. La renovación, por tanto, es y debe ser una constante de esta sociedad científica con el fin de favorecer, además, el imprescindible recambio generacional, sin que ello signifique que se pierda, porque también sería un error, la experiencia de quienes se apartan que no se marchan.

Maribel Mármol, hasta ahora Secretaria de la AEC, gracias al apoyo de las socias/os asume a Presidencia de la AEC y lo hace con la garantía de conocer profundamente lo que es y significa, rodeándose de un equipo de grandísimas enfermeras que le permitirán seguir avanzando y creciendo. Para mi es una tranquilidad y una gran alegría que sea ella, que durante tanto tiempo me ha acompañado en ese apasionante viaje. No voy a desearle suerte, porque nunca lo hago, ya que considero que la suerte es la mejor excusa de los mediocres para no hacer nada y, desde luego, Maribel no lo es ni se acerca mínimamente a serlo. Su capacidad de trabajo, su competencia, su responsabilidad, su integridad y coherencia son los principales avales para asumir este reto y este apasionante recorrido.

Quisiera que de esta reflexión íntima y personal trascendiese la importancia de las sociedades científicas, pero también del compromiso y liderazgo en el desarrollo de las mismas. Como enfermeras debemos identificar claramente la importancia de contar con referentes institucionales y profesionales que permitan consolidarnos como disciplina. Con independencia de diferencias tan solo seremos capaces de avanzar si interiorizamos la fortaleza que nos otorgan las sociedades científicas que, por otra parte, son y deben ser lo que las propias enfermeras queramos. Pero, para ello, se precisa un compromiso individual y colectivo que lo haga posible. Exigencia siempre, pero implicación también. Los logros o los fracasos serán siempre colectivos con independencia de quienes en cada momento estén al frente, porque al fin y al cabo lo estarán porque así lo habremos decidido o dejado que se decida y de igual forma podrán ser relevados con idéntica participación en su relevo. De nosotras, todas las enfermeras, depende que esta máxima democrática sea una realidad. No hacerlo es eludir el compromiso que tenemos y con ello contribuir al deterioro de todo el proceso.

Gracias a la AEC por todo lo que me ha aportado. Tan solo, y para despedirme, compartir el sueño con el que dejo la presidencia que no es otro que lograr construir un contexto iberoamericano de Enfermería Comunitaria. Estoy convencido que lo lograremos.

Sigo presente y activo en la AEC. Nada pueda hacerme perder este compromiso adquirido hace 28 años con independencia desde donde lo haga.

Pero lo verdaderamente importante no es quién haga tal o cual cosa, tal o cual gestión, sino qué es lo que realmente se hace, cómo se lleva a cabo y, sobre todo, para quién se hace y con qué intención se hace. En el caso que nos ocupa, creo que está claro. En la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), se trabaja para y con las enfermeras comunitarias, pero se hace para que revierta en la prestación de cuidados de calidad para y con las personas, las familias y la comunidad. En este proceso el orden de los factores si que altera el producto.

[1]   Escritor francés. (1797-1863)

[2] La Junta quedó constituida por: Cipriá Teodoro Calatayud, Gaspar Sánchez Varas, Raael Lloret Canet, Pilar Sánchez Royo, Asunción Gilabert Senar, Josefa Suárez Aparicio, Modesta Salazar Agulló, Juan José Molina Igual, Eugenio Segarra Marí, Adolf Guirao Goris, Maite Andreu Ruiz, Jusn José Casanova, Mª José LÑloria Cremades, José Ramón Martínez-Riera, Asunción Gilabert y Desiderio Rodrigo Tolsá.

[3] https://www.boe.es/buscar/doc.php?id=BOE-A-1987-17866

José Ramón Martínez Riera, presidente de la Asociación de Enfermería Comunitaria, en Hoy por Hoy Alicante

UNOS QUE VIENEN Y OTROS QUE SE VAN La vida sigue igual

“Todo cambia nada es”[1].

 

Hoy ha sido un día importante para la Enfermería española. Se han celebrado elecciones a la Presidencia del Consejo General de Enfermería.

Nadie puede discutir que los procesos electorales, si se celebran con las garantías democráticas que de los mismos se espera y desea, son la esencia de la democracia en cualquier ámbito o contexto.

Pero no es menos cierto que dichos procesos, aunque, en sentido estricto, cumplan los requisitos legales que en cada caso les son de aplicación y obligado cumplimiento, muchas veces están contaminados, sesgados, manipulados o distorsionados por múltiples factores que sin ser ilegales cuanto menos dejan la duda de si son éticamente aceptables y estéticamente asumibles.

No cuestiono, por tanto, la legalidad del proceso que, entiendo, se ajusta a ley. Pero me cuesta mucho asumir que el mismo cumpla con las garantías de transparencia, libertad, igualdad y oportunidad que deberían exigirse. Lamentablemente, porque es muy triste y lamentable, que existan tantas dudas al respecto.

El clientelismo instalado en torno al Consejo General de Enfermería por parte de un grupo importante de Colegios como consecuencia de una permanente cadena de favores, por una parte, y las presiones de carácter económico que se ejercen sobre otros para doblegar o cuanto menos someter su capacidad de decisión a lo que se les marca a otro grupo, son un primer ejemplo de la falta de libertad a la hora de ejercer el voto que determina la elección final para acceder a la Presidencia.

Las normas que rigen el proceso electoral con criterios que llevan al límite de la legalidad los requisitos para ejercer la votación por parte de los colegios, hacen que la elección de candidatura sea una cuestión de caudillaje colegial en algunos casos, al corresponder en exclusiva al/la Presidente/a del Colegio Provincial, o a la Junta de Gobierno del mismo. Es decir, en ninguno de los dos casos resulta imprescindible la consulta a las/os colegiadas/os de los citados colegios provinciales, que tan solo es ejercida por parte de aquellos colegios que se han desmarcado de las políticas autocráticas que se mantienen vigentes, aunque pueda parecer anacrónico. La realidad por lo tanto supera con creces la imaginación.

Así las cosas, cualquier apuesta de cambio resulta prácticamente inviable al estar limitada por estos preceptos que tan solo persiguen perpetuar la permanencia en los cargos que ostentan y que en ocasiones, además, duplican al ocupar Presidencias provinciales al mismo tiempo que autonómicas o Nacional. Todo un ejemplo.

Pero tampoco debemos instalarnos en la crítica exclusiva hacia quien ocupa y mantiene el poder a toda costa. Porque aún siendo difícil si existe una voluntad colectiva clara y determinada de cambio este finalmente se consigue a pesar de todas las resistencias o artimañas que se puedan generar. Porque esto es precisamente lo que ha sucedido en algunos Colegios Provinciales en los que se ha logrado vencer el inmovilismo y las resistencias de las que hablaba para instalar procesos democráticos reales que trasladan el poder de decisión al conjunto de las enfermeras, situando a las/os responsables de las Juntas de Gobierno como referentes, pero no como exclusivos decisores.

Es gracias a estos cambios lo que está generando un cambio mayor. De hecho, hoy se ha demostrado que hacerlo efectivo es posible muy pronto. El número de Colegios sometidos a la presión o al miedo, quienes siguen idénticos patrones de comportamiento autocrático o quienes no quieren significarse situándose en el terreno de la ambigüedad, son cada vez menores, aunque sigan siendo mayoría. Pero el número de quienes alzan su voz y depositan su voto por un cambio real va en aumento y significa una seria y real apuesta de futuro que hasta ahora nadie consideraba posible.

De hecho, los resultados obtenidos hoy en las elecciones han supuesto un serio toque de atención a quienes hasta ahora decidían sin pudor. Desde ahora, aunque sigan teniendo el poder, deberán ejercerlo con mayor cuidado porque ya no tienen el beneplácito unánime que hasta ahora tenían, por lo que van a tener que rendir cuentas cada vez más claras y transparentes, justificar y consensuar decisiones, explicar sus posiciones, asumir peticiones… que acostumbraban a despreciar de manera sistemática.

Por su parte las enfermeras, a quienes en teoría representan, deberemos ejercer mayor control y presión sobre quienes manejan, no lo olvidemos, el dinero que aportamos con las cuotas obligatorias, con el que pagan los dispendios por los que algunos de ellos están sometidos a procesos judiciales. Obligando a que defiendan los intereses de las enfermeras en lugar de sus intereses.

Pensar que son otros quienes deben lograr ese cambio incorporándonos en la inacción y la indiferencia, es alimentar su permanencia.

Por lo tanto, hoy es un día triste por lo que pudo ser y no fue, pero también de esperanza por lo que, estoy convencido, será muy pronto.

Hay que agradecer a quien tuvo la fe, la valentía y la fortaleza de hacer frente a este aparato de poder establecido dando el paso y enfrentándose a lo que parecía, hasta hace nada, imposible. Porque nada es imposible si se cree firmemente en ello.

No es necesario decir nombres. Todos los identificamos y todos sabemos dónde están y por qué están. Ya no engañan a nadie con su mantra de servicio a la profesión. A la profesión muchas enfermeras le sirven de manera mucho más ejemplar y sin necesidad de decirlo. Lo que pasa es que cuando se interpreta en lugar de ejercer, cuando se es pero no se siente, cuando se habla pero no se cree lo que se dice, cuando se oye pero o se escucha, cuando los silencios sustituyen los argumentos, cuando el poder desplaza al consenso, cuando la mediocridad sustituye a la excelencia, hay que repetir constantemente que se está haciendo un servicio e incluso un sacrificio como forma de ocultar todas las carencias que les impiden ejercer el liderazgo que las enfermeras necesitamos.

Para ser representante y referente de todas las enfermeras no es suficiente con ser simpático y parecer honrado. Hay que serlo y demostrarlo. Hay que convencer. Hay que renunciar al protagonismo individual y situarse en el interés colectivo. Hay que identificar las necesidades sentidas. Hay que observar en lugar de interpretar. Hay que actuar por convicción y no por convención. Hay que respetar y asumir como propia la voluntad de la mayoría. Hay que pensar como enfermera para actuar como enfermera. Ocupar esta presidencia no puede ser un elemento de poder e influencia narcisista.

Con su actitud actúan como quienes impiden la alfabetización de la población por entender que de esta manera resulta más fácil de manipular. Una alfabetización que pasa porque a nadie se le oculte la verdad y que todas puedan tener la capacidad de decidir en sus órganos de representación sin que vean en los mismos un reducto inaccesible y lo más triste, considerado inútil.

Resulta triste que una gran cantidad de enfermeras de este país ni tan siquiera sean conscientes de lo que hoy se ha producido y de la trascendencia que tiene para el futuro de la enfermería y de las enfermeras. Este sin duda es la alfabetización enfermera pendiente, o parte de ella.

Necesitamos representantes que sean capaces de liderar, de atraer, de movilizar, de convencer, de aglutinar, de proponer, de actuar, de rectificar, de agradecer, de exigir, de negociar… es decir, de ser referente sin ser indiferente.

Tan solo cabe esperar que esta fase que queda hasta que se produzca el cambio necesario y deseado sirva para que reflexionemos sobre la importancia que tiene el hecho de quien esté al frente de una organización que es la máxima representación de las enfermeras, que no de la enfermería como se otorgan. Debemos hacer un ejercicio de planificación a medio plazo que nos permita actuar con firmeza y con el respeto debido hacia quienes no lo han tenido hasta ahora amparados en la que consideran su atalaya particular, aunque sea el espacio de todas.

Me indigna que sienten a su mesa a quienes, no tan solo no se sienten enfermeras, sino que atacan a las mismas con descalificaciones, insultos y desprecio. Si resulta grave quien lo hace con absoluta desvergüenza, aún lo es más el hecho de quien, no tan solo lo consiente, sino que lo ampara y protege bajo su manto de poder, que es tanto como compartir lo que traslada de manera pública, siendo quien lo consiente y por tanto defiende, el supuesto máximo representante de las enfermeras. Me revela que en una profesión eminentemente de mujeres la representación femenina sea anecdótica, secundaria y residualmente representativa. El respeto no lo otorga un cargo, ni tan siquiera una organización, se logra por lo que se hace y cómo se hace. Por tanto, no puede extrañar a nadie que cueste tanto respetar a quien no es capaz de hacer respetar ni, por tanto, respetar a las enfermeras.

No me interesan sus cuitas, sus amistades peligrosas, sus intrigas, sus reproches, sus puñaladas traperas y traicioneras… como si se tratase de una galería carcelaria. De todo eso que se ocupe la justicia que es quien debe dictar sentencia. Pero que no quieran hacernos a nosotras cómplices de unos u otros en sus autodefensas cargadas de acusaciones cruzadas tan graves como dolorosas por lo que encierran las mismas y por lo mezquino de sus acciones contra las enfermeras, aunque se digan defensores de las mismas. Me importan los intereses de todas las enfermeras y que quienes nos representen lo hagan por que así se lo hemos encomendado de manera mayoritaria, libre y democrática. De igual manera que podemos hacer que se vayan por no cumplir con lo que de ellos se espera.

Por todo esto resulta imprescindible generar un punto de inflexión desde el que iniciar un avance sin posibilidad de vuelta atrás para, con todas las garantías democráticas, lograr recuperar la autonomía y dignidad de las enfermeras secuestrada desde hace tanto tiempo.

Durante ese recorrido habrá que continuar manteniendo relaciones, llevando a cabo conversaciones, trasladando propuestas, solicitando soluciones… con quienes han sido elegidos, que en ningún caso deben ser interpretadas como connivencia, sino como convivencia obligada por ser, nos guste o no, quienes representan a las enfermeras. Se puede y debe ser crítico sin ser cínico por el hecho de trabajar con quien no estamos de acuerdo. La solución no consiste en replicar actitudes contra quienes no nos gustan, sino en trabajar por cambiarlas o contrarrestarlas.

Julio Iglesias cantaba “unos que vienen y otros que se van” pero realmente llevamos muchos años, muchísimos, más de los razonables, más de los soportables, que solo reconocemos a los que vinieron y se quedaron sin que podamos reconocer a los que se van, porque permanecen agarrados a sus puestos. Como sigue la canción, “todo sigue igual”. Y tal y como el mismo artista ha popularizado, “lo sabes”. Lo que tenemos que hacer es que se cumpla la letra de la canción y se vayan, llevando consigo tanta gloria como paz dejen. Y esto, esto sí que tú y todos debemos saberlo y hacer posible que se cumpla.

No quiero que la vida siga igual. Quiero que cambie y que el cambio nos empodere desde el liderazgo bien asumido y bien entendido. Quiero una alfabetización enfermera que impida la inacción y el conformismo, transformando la actividad en acción de cambio tan sano como saludable.

Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos[2].

[1] Heráclito de Efeso (540 AC-470 AC) Filósofo griego.

[2] Eduardo Galeano (1940-2015) Escritor y periodista uruguayo.

CONTEXTO IBEROAMERICANO vs CONTEXTO ANGLOSAJÓN De teorías, lenguas y otras formas de dominación

“Los dominados aplican a las relaciones de dominación unas categorías construidas desde el punto de vista de los dominadores, haciéndolas aparecer de ese modo como naturales»

La dominación masculina» (1998), Pierre Bourdieu[1].

 

Durante mucho tiempo, en Enfermería, todas las miradas y la atención han estado focalizadas de manera casi exclusiva en el ámbito anglosajón en general y en el estadounidense en particular.

Sin duda las aportaciones que han realizado al desarrollo y visibilización de la Enfermería y las enfermeras son indiscutibles y representan una referencia mundial. Florence Nightingale[2], Virginia Henderson[3], Dorothea Orem[4], Martha Rogers[5], Callistra Roy[6], Jean Watson[7]… son solo algunas de las enfermeras anglosajonas que a través de sus postulados y teorías han logrado establecer criterios, normas, comportamientos… de la atención enfermera que han trascendido más allá de sus contextos de origen para asumirse como modelos a aplicar en ámbitos geográficos, históricos y culturales muy diferentes al suyo.

Sin entrar a cuestionar la oportunidad o idoneidad de dichas traslaciones teóricas a nuestra realidad social y profesional y la de otros países como los iberoamericanos, lo bien cierto es que su poder de atracción y de fascinación han hecho que sus planteamientos hayan sido prácticamente adoptados como dogma de fe por parte de las enfermeras docentes y por extensión de las gestoras y las asistenciales, aunque en muchas ocasiones costase encajar las citadas teorías en un realidad que distaba y sigue distando mucho de la que es propia de las citadas autoras.

Tanta es la fascinación que provocan que casi todas ellas, sino la totalidad de las mismas, son conocidas e incluso reconocidas por la mayoría de las enfermeras, sobre todo de aquellas que iniciaron sus estudios en la universidad va a hacer ya 45 años en España y que en muchos países de Latinoamérica hace bastantes más años.

Este hecho, en sí mismo, no tendría mayor trascendencia sino fuese porque tal referencia empieza y acaba en dichas enfermeras, no siendo capaces las mismas enfermeras que las reconocen de identificar referentes de su propio contexto o de aquellos que podrían resultar más próximos por cultura, tradición e historia.

Este hecho que en sí mismo ya es suficientemente significativo se acompaña de otro no menos relevante como es el de la lengua nativa de todas estas teóricas, es decir, el inglés, que por otra parte ha pasado a ser considerada la lengua científica internacional por excelencia.

Nuevamente no voy a entrar a cuestionar si esta elección y lo que la misma supone es acertada o no, pues no me corresponde hacerlo más allá de mi opinión personal, alejada del riguroso análisis que la cuestión requiere.

Pero no me resisto a hacer una valoración de conjunto sobre cómo estas cuestiones han afectado, afectan o pueden afectar a la evolución de la Enfermería y al comportamiento que las enfermeras, tanto españolas como iberoamericanas, adoptan sobre ellas mismas y su aportación específica a la sociedad.

Es cierto que la evolución histórica de la Enfermería en España y me atrevo a decir que, en Iberoamérica, ha estado marcada por una clara subsidiariedad a la profesión médica con lo que ello supuso durante muchos años de despersonalización profesional evidente y, por tanto, de ausencia real de referentes. Tanto es así que se asumieron, en muchas ocasiones, como referentes propios los que eran de la medicina de igual manera que se hizo con el paradigma que marcó el devenir profesional de las enfermeras como profesionales secundarias de los médicos.

Esta dependencia, que supuso un claro secuestro de la identidad autónoma enfermera, llevó a que muchas enfermeras sufriesen un particular síndrome de Estocolmo[8], por el que se malinterpreta el paternalismo que habitualmente ha acompañado a esta subsidiariedad como un acto de humanidad por parte de los médicos que la ejercían, mantenían y se resistían a abandonar.

Esta dependencia, secuestro, al que estuvimos sometidas las enfermeras determinó nuestro aislamiento y que el mismo provocase una ausencia absoluta de referencias para construir una identidad propia.

En los planes de estudio de Enfermería en la Universidad, se incorporan las teorías enfermeras a las que aludía al inicio de mi reflexión y con ellas a sus autoras como enfermeras líderes y referentes. Ante la ausencia de referencias propias, desviar la mirada hacia quienes habían dispuesto del tiempo, el apoyo, la voluntad y el conocimiento para construir teorías, se consideró que era un acierto e incluso una oportunidad para lograr el necesario desarrollo y autonomía que nos habían sido usurpados durante tanto tiempo. En Latinoamérica, además, la mayor proximidad geográfica, que no cultural, con EEUU actuó como una losa en el avance propio de la Enfermería, al tener casi como exclusiva referencia para su identidad profesional y disciplinar a dichas enfermeras.

El problema es que de manera paralela no se produjo una corriente de pensamiento propio que permitiese ir desplazando las teorías anglosajonas por teorías propias que estuviesen adecuadas y necesariamente contextualizadas a los entornos iberoamericanos que sin duda requieren de valoraciones, aproximaciones, análisis y respuestas tan diferentes como divergentes con las del mundo anglosajón.

Se prefirió caer en la seducción de una ciencia que aún se nos antojaba lejana y que provocaba una hipnosis que tenía tanto de admiración como de desconocimiento, abrazando con pasión desmedida lo que no se estaba en condición ni de entender ni de aplicar tal como se nos trasladaba a través de manuales con gran éxito de ventas que llenaban estanterías de bibliotecas sin que ello asegurase que se entendiesen ni tan siquiera se leyesen, más allá de la obligación derivada de los planes de estudio en los que eran de obligada memorización.

Como referencia eran y siguen siendo necesarias. Pero no como teorías de aplicación sistemática como en muchas ocasiones se pretende. Dicha estandarización teórica se extiende a los planes de cuidados con lo que supone de pérdida en la individualización y singularidad de los mismos como si fuese posible establecer el prêt à porter en los cuidados profesionales enfermeros y sustituir con ello la “confección a medida” que requieren.

La prueba concluyente de la no aplicabilidad práctica a nuestros contextos fue que la teoría de mayor éxito, al menos en España, fue la de Virginia Henderson de necesidades básicas que no ofrece excesivos problemas de contextualización, aunque tampoco aporta mucho más de lo que el sentido común en la prestación de cuidados profesionales es capaz de hacer desde una perspectiva o paradigma, además, muy cercano al médico. En su defecto, en todo caso, se utilizan los patrones funcionales de Majorie Gordon[9] que no es una teoría enfermera y permite huir de la rigidez que imponen las mismas en su aplicación práctica.

Todo lo cual, por otra parte, no hace sino ahondar en la brecha existente entre teoría y práctica, pues la aplicación de estas teorías decae de manera progresiva hasta su práctica desaparición en cuanto las enfermeras se incorporan al ámbito asistencial, quedando tan solo en un recuerdo en el mejor de los casos o en el olvido más absoluto. Debido, en parte, al modelo de los propios sistemas nacionales de salud que dejan poco espacio para este tipo de aplicaciones teóricas y en parte a la propia renuncia de las enfermeras de la atención, por no identificar en su aplicación un valor añadido a la prestación de cuidados.

Así mismo, no deja de ser cuanto menos curioso que ninguna de las teorías de las que al menos han llegado a nuestros entornos, hayan sido desarrolladas por parte de ningún enfermero y que sin embargo quienes mayoritariamente han ocupado durante mucho tiempo puestos de dirección hayan sido hombres que no han sido capaces o no han querido desarrollar ninguna de estas teorías en sus ámbitos de gestión, lo que debería ser motivo de análisis ante lo que muchos consideran son visiones diferentes de la Enfermería en función del género y no de aspectos disciplinares o profesionales.

Esta clara dicotomía, contradicción o contraposición en la forma de entender la Enfermería provoca discursos absolutamente irracionales y misóginos por parte de ciertos personajes enrocados en sus cargos de supuesta representación y amparados o protegidos por organizaciones que teóricamente representan a todas las enfermeras. Así y ante las inaceptables manifestaciones realizadas por un representante del colectivo médico en las que considera un problema la feminización del sector de la medicina[10], alguien que representa a miles de enfermeras apuntilla que no tan solo está de acuerdo con lo manifestado, sino que en Enfermería pasa lo mismo y que el sistema no está previsto para la incorporación masiva de la mujer[11], como si ello fuese un anacronismo y en un discurso claramente contradictorio e irracional con lo que ha sido y es la propia historia de la Enfermería. Es lo que tiene hablar de Enfermería sin sentirse enfermera y siéndolo por el simple hecho de poseer un título. Este es otro grave problema que nos limita y contradice permanentemente.

Evidentemente no voy a entrar en el discurso zafio, facilón y machista de estos personajes, pero no deja de ser una consecuencia de esa falta de criterio teórico de la propia disciplina que sigue luchando por una autonomía que no ha abandonado el síndrome de Estocolmo y sigue agonizando en su propia falta de identidad y sentimiento de pertenencia.

En cuanto a la segunda cuestión que planteaba en torno a la lengua dominante en la literatura científica en general y enfermera en particular, me voy a referir a los datos desde los que plantear un cambio de lo que considero una tiranía o dictadura lingüística, que no tan solo podría lograrse, sino que debería plantearse como una propuesta a tener en cuenta de manera muy seria.

No porque considere que el inglés no pueda ser una lengua vehicular, sino porque existe un espacio geográfico y cultural como el iberoamericano que además comparte las lenguas portuguesa y española que les permitiría, como de hecho ya lo hace en ciertos aspectos, construir un contexto de Enfermería muy potente e influyente, que supusiera la base de una realidad enfermera propia y conjunta con especificidades que enriquecieran el paradigma enfermero sobre el que basar no tan solo teorías sino realidades de cuidados.

El inglés es hablado por 372 millones de personas nativas, mientras que el español lo es por 492 millones de nativos y el portugués por 270 millones. Esto supone que el contexto iberoamericano reúne a 762 millones de nativos entre portugués y español que son lenguas que siendo diferentes no dificultan el entendimiento como lo demuestran las múltiples actividades y publicaciones científicas que utilizan ambas lenguas de manera conjunta. Es decir, el doble de personas nativas de las que hablan inglés. Teniendo en cuenta, además, que el crecimiento de personas que hablan español en el mundo es del 70% desde 1991 y sigue creciendo.

No parece muy lógico, por tanto, que se siga postergando a ambas lenguas en congresos, jornadas, simposios, cursos, publicaciones… como sucede sistemáticamente en la actualidad. Más aún cuando las producciones y aportaciones realizadas en inglés no garantizan una calidad que, sin embargo, se otorga casi automáticamente por el hecho de hacerlo en dicha lengua, dándoles un valor inicial que no siempre tienen, al tiempo que, se quiera o no, dificulta la difusión y posibilidad de compartir con la gran mayoría de las enfermeras que podrían incorporar las pruebas aportadas a su actividad. Un hecho que supone una clara barrera o dificultad el necesario e imprescindible acceso de la producción científica entre la mayoría de enfermeras. El problema es que esto choca contra el mercantilismo científico anglosajón que se ha montado y que actúa como un muro de contención ante cualquier intento por crear un espacio propio de conocimiento no anglosajón, contando además con el beneplácito de las Universidades y otras organizaciones que han caído en el perverso juego de la industria editorial que cada vez les limita y subyuga más.

Por su parte, se exige que las enfermeras no anglosajonas dominemos el inglés como lengua para difundir nuestras aportaciones fuera de nuestras fronteras, mientras las enfermeras anglosajonas no tan solo no lo hacen, sino que no realizan el más mínimo esfuerzo por comunicarse en otra lengua que no sea la suya, en un nuevo y clamoroso ejemplo de la tiranía lingüística anglosajona.

Otro dato que demuestra el inaudito dominio anglosajón en Enfermería es la renuncia a valorar a sus propios referentes en el contexto iberoamericano en favor de las referentes anglosajonas de manera casi exclusiva.

Por ejemplo, las enfermeras de los países que conforman el espacio iberoamericano a las que se les concede el máximo reconocimiento académico, Doctor/a Honoris Causa, son una anécdota si nos ceñimos al número de ellas a las que se les otorga por parte de las Universidades de dicho espacio y un absoluto desierto si hablamos de Universidades de cualquier otro contexto en general y del anglosajón en particular. Sin embargo, son múltiples las enfermeras anglosajonas que no tan solo son premiadas con este alto reconocimiento académico, sino que algunas de ellas, además repiten en diferentes Universidades como si no existiesen otras figuras a las que reconocer. Lo que sin duda es una claro y manifiesto desprecio hacia la aportación, valía y visibilización de las enfermeras iberoamericanas que contribuye, junto a lo ya comentado, a seguir valorizando a enfermeras anglosajonas o a sus aportaciones, por encima de cualesquiera otras, en gran medida por el simple hecho de anglosajón/a. Aceptar este hecho, sin más, es creer y aceptar que no existen enfermeras iberoamericanas con aportaciones y capacidades contrastadas a nivel nacional e internacional que les permita ser reconocidas. El grave defecto, por tanto, es que hablan español o portugués, lo que parece ser razón más que suficiente para excluirlas de cualquier posibilidad en este y en otros muchos sentidos.

No pretendo desvalorizar en absoluto a las enfermeras anglosajonas y mucho menos al idioma que comparten. Pero me resisto a aceptar que a la inversa no se actúe con idéntica actitud y. Pero mucho más me duele comprobar como el simple hecho de ser anglosajona supone un plus muy importante de valoración y respeto en contraposición al que se tiene con las enfermeras iberoamericanas. Como si el lugar de nacimiento y la lengua utilizada para comunicarse fueran aval suficiente e incluso imprescindible para reconocer el talento y la excelencia.

De fuera vendrán que de casa nos tirarán, reza un dicho popular que se ajusta de manera idónea a lo planteado.

Tenemos, como enfermeras, el conocimiento, el rigor, la capacidad, la motivación … suficientes. Pero además contamos con un contexto geográfico en el que compartimos lenguas que nos permiten crear un espacio de crecimiento científico global que de respuesta a las necesidades sentidas de las personas, familias y comunidad que se plantean en dicho contexto y poder compartirlo sin ningún tipo de complejos con otros contextos en igualdad de condiciones. Seguir asumiendo como propio lo que no deja de ser una prótesis intelectual y científica nos anula e invisibiliza. Actuemos pues con valentía que no con temeridad para hacer frente al reto y ser capaces de construir este necesario contexto enfermero iberoamericano con nuestras lenguas, nuestras tradiciones y nuestra historia, como aspectos definitorios del mismo. Identifiquemos y valoremos a nuestras/os referentes sin renunciar a la identificación de refrentes de otros contextos, pero evitando la fagocitación de estos sobre los nuestros.

[1]   Sociólogo francés, de los más destacados de la época contemporánea.

[2] Enfermera, escritora y estadística británica, considerada precursora de la enfermería profesional contemporánea y creadora del primer modelo conceptual de enfermería.

[3] Enfermera teorizadora que incorporó los principios fisiológicos y psicológicos a su concepto personal de enfermería.

[4] Teórica de la enfermería Moderna y creadora de la Teoría enfermera del déficit de autocuidado, conocida también como Modelo de Orem.

[5] Enfermera, investigadora, teórica y autora estadounidense.

[6] Religiosa, teórica, profesora y autora de enfermería. Es conocida por haber creado el modelo de adaptación de Roy. En 2007 fue designada «Leyenda Viviente» por la Academia Americana de Enfermería.

[7] Enfermera estadounidense que se convirtió en una destacada teórica contemporánea en el ámbito de su profesión.

[8] El síndrome de Estocolmo es una reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro o retención en contra de su voluntad desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo1​ con su secuestrador o retenedor.

[9] Teórica y profesora estadounidense de enfermería que creó la evaluación de enfermería conocida como patrones funcionales de salud de Gordon

[10] https://www.niusdiario.es/espana/andalucia/20221011/presidente-consejo-andaluz-colegios-medicos-polemicas-declaraciones-feminizacion-medicina-problema_18_07687621.html

[11] https://twitter.com/nurseofblood/status/1580797123557175298?s=48&t=UbXj1IdOpiJPIbwQBenV1A

EDADISMO, HEDONISMO Y DECLINISMO ¿Hacia dónde vamos las enfermeras?

 

                                                                                                                    A Marta Gran e Isaac Badía, que creen y crean                                                                                                                                                  futuro respetando el pasado

“La generación que ignora la historia no tiene pasado… Ni futuro.

Robert Heinlein[1].

 

Nos encontramos inmersos en un contexto dinámico, cambiante y multicultural. Eso lejos de ser un inconveniente o una amenaza, desde mi punto de vista, es una gran oportunidad para la construcción de contextos muy diversos, colaborativos, ricos, articulados, sinérgicos, equitativos… El problema está en que dicho contexto se da en el seno de una sociedad cada vez más individualista, que exige la inmediatez en todo y para todo, tremendamente competitiva y con una tendencia a la falta de reflexión que provoca una alienación ideológica, que identifica ese contexto como una amenaza ante la que hay que protegerse e incluso defenderse.

Ante esta actitud colectiva que, en muchas ocasiones, está alimentada con discursos absolutamente populistas, intolerantes, ofensivos y alejados de cualquier fundamento, no ya tan solo científico, sino incluso de sentido común, la solidaridad, la equidad, la libertad y el respeto se convierten en valores que tan solo se manosean para construir mensajes oportunistas y engañosos, pero que pierden su verdadero sentido y, lo que es peor, dejan de impregnar las relaciones que hacen posible una convivencia serena, igualitaria y participativa. Todo a pesar de lo que puedan aparentar situaciones de pseudosolidaridad social que emergen con gran fuerza, determinadas por hechos, acontecimientos o desastres naturales, que desencadenan febriles respuestas acompañadas de un interesado y oportunista impacto mediático, que lamentablemente se desvanecen progresivamente hasta prácticamente desaparecer, sin que ello signifique que la causa que las generó lo haya hecho también. Se trata, por tanto, de una solidaridad mediática y con dudosos efectos dada la temporalidad de la misma. En cuanto desaparece la difusión en los medios la memoria se desconecta para incorporarse de nuevo a la dinámica individualista que nos caracteriza. Recordemos la campaña buenista del franquismo enmarcada en lo que algunos denominaron «conservadurismo compasivo», propio del nacionalcatolicismo de la época. Como manera de limpiar sus conciencias, las familias pudientes eran animadas a sentar a una persona sin hogar en su mesa para la cena de Nochebuena, promoviendo una idea de la caridad como sustituto de la justicia social en una España que vivía en la miseria. Algo que reflejó magníficamente el genio valenciano Luis García Berlanga[2] en su película “Plácido”, que se llamó así por imperativos de la censura que le prohibió titularla tal como tenía previsto, “Ponga un pobre en su mesa”. Hoy en día en plena democracia, seguimos incorporando la hipocresía ante problemas como la pobreza, desigualdad, inequidad, migración, violencia de género, guerras… de muy diversas formas y maneras.

Este panorama poco halagüeño no escapa prácticamente a ninguna esfera de nuestra sociedad. Más allá de análisis más profundos y necesarios que no estoy en disposición de realizar por razones obvias, sí que me gustaría reflexionar sobre cómo y de qué manera esto, junto a otros factores, está influyendo en la perspectiva de la salud y su atención profesional y más concretamente en cómo lo hace sobre las enfermeras.

En cuanto a la perspectiva que de la salud tiene la población en general, me aventuro a decir que ha incorporado el individualismo en la misma, abandonando el necesario e indispensable enfoque colectivo y participativo que resulta imprescindible para lograr una sociedad saludable. De tal manera que la Salud Pública, pierde protagonismo, diluyéndose su fin en aspectos centrados y relegados a la epidemiología de la enfermedad. Todo ello como resultado del modelo que impregna al Sistema Sanitario. Como resultado de esta perspectiva, que algunos sectores políticos potencian y favorecen desde planteamientos neoliberales, la aportación solidaria que debiera caracterizar al Sistema Nacional de Salud, se debilita cuando no se pierde y con ella el necesario y cada vez más difuso o irreconocible humanismo como rasgo identitario del mismo, que le aboca a una imagen cada vez más cercana a la beneficencia en contraposición al crecimiento exponencial de los seguros privados mal, pero interesadamente, denominados de la salud que excluyen a los pobres y les relega a un asistencialismo progresivamente deshumanizado. Y como nada es casual y todo está interconectado, surgen con fuerza los discursos demagógicos, populistas y cargados de eufemismos de quienes abogan por una bajada general de impuestos cuyos efectos refuerzan esta situación de debilidad de la Sanidad Pública y de fortaleza de la Privada.

Pero las/os profesionales de la salud tampoco son ajenas/os a todo este análisis. De hecho, el modelo caduco asistencialista, hospitalcentrista y todos los “istas” ya conocidos que le caracterizan y determinan sus respuestas a la salud de las personas, las familias y la comunidad, viene determinado y apoyado por un amplio sector de la medicina que ve en el mismo su nicho ecológico ideal para mantener un protagonismo y un poder que se han arrogado a lo largo de los años en detrimento de la propia población. Las fuertes resistencias, por una parte, y las débiles propuestas de cambio por otra, que se generan en el colectivo médico, dificultan e incluso impiden o paralizan los necesarios y deseados procesos de cambio de modelo sanitario.

Por su parte las enfermeras, seguimos sin desprendernos de la influencia del paradigma médico en el que durante tanto tiempo hemos sido formadas y uniformadas y en el que muchas se sienten cómodas y arropadas, haciendo de él su zona de confort. Y es precisamente en este punto en el que quisiera detenerme para profundizar en las causas, al menos en algunas de ellas, que considero mantienen ese refugio paradigmático que les anula como enfermeras aunque puedan identificarse como tales, a pesar que en muchas más ocasiones de las deseadas ni tan siquiera esta denominación es aceptada y deseada por ellas/os amparándose en la menos comprometida y más difusa de profesionales de la salud o la incorrecta y tramposa de Enfermería, arrogándose para ellas lo que es disciplina, profesión o ciencia de todas.

Esta situación, sin querer hacer análisis más amplios que ni el tiempo ni la extensión de esta reflexión me permiten, la circunscribo a dos momentos importantes de nuestra reciente historia de desarrollo profesional.

Por una parte, el fuerte desarrollismo hospitalario de las décadas de los años 60 y 70 que generó una gran demanda de enfermeras para cubrir las necesidades que se generaban y que llevó, entre otras cosas, a que se crearan escuelas de ATS dependientes de los hospitales con el fin, al menos inicialmente, de autoabastecerse y que eran escuelas femeninas exclusivamente. Algunas incluso siguen en activo como escuelas de enfermería adscritas a universidades, lo que no deja de ser un claro anacronismo que se mantiene como una anécdota exclusiva en el panorama universitario español. El resto de escuelas eran masculinas y se situaban en las Facultades de Medicina. Dependiendo pues de la ubicación y del género de su alumnado se impartían planes de estudio diferentes y alejados de la Enfermería, al basarse bien en una capacitación exclusivamente técnica que contribuyera a asumir lo que los médicos no querían hacer, en el caso de los ATS masculinos que eran considerados mini-médicos, o bien una capacitación de carácter dócil, inferior, obediente y sumiso (DIOS), como se afanaban en trasladar a sus alumnas en muchas escuelas de religiosas a las futuras ATS (enfermeras).

El Instituto Nacional de la Salud (INSALUD) de entonces, quedó integrado mayoritariamente por una plantilla muy joven, sobre todo en las denominadas Instituciones Cerradas que era como se denominaba a los Hospitales o Ciudades Sanitarias de la época, mientras las instituciones abiertas eran los ambulatorios de asistencia médica en las que trabajaban las ATS femeninas en auxilio administrativo de los médicos y los ATS masculinos en la asistencia técnica derivada de las órdenes médicas (curas, inyectables, sondajes…).

Finalizando la década de los años 70 a la que me refería, surge un importante sentimiento de identidad que liderado por enfermeras muy comprometidas y con una capacidad de aglutinar voluntades como nunca antes se dio y como, lamentablemente, ya no se ha vuelto a producir, lograron que los estudios de enfermería se incorporasen a la Universidad con contenidos específicos propios en sus planes de estudio e incorporando ya los postulados que emanaban de la Declaración de Alma Ata de Atención Primaria de Salud, lo que llevó a que las enfermeras que se incorporaron como docentes en las recién creadas escuelas universitarias de enfermería fuesen igualmente muy jóvenes, al provenir en su mayoría de los hospitales en donde trabajaban.

En otro sentido y coincidiendo con la instauración de la democracia en España por una parte y con la firma de la Declaración de Alma Ata por otra, al final la década de los años 70 y principios de los 80, se produce otro hecho destacable. La aprobación de la Ley General de la Salud recoge la filosofía que emana de la Declaración de Alma Ata y establece las bases del que se conocería como Nuevo Modelo de Atención en referencia a la Atención Primaria de Salud (APS), además de dejar constituido el Sistema Nacional de Salud (SNS).

Los primeros centros de salud sustituyeron la Asistencia Médica de los ambulatorios por la APS con equipos multidisciplinares en los que las enfermeras que se incorporaron a los mismos asumieron roles y autonomía profesionales nunca vistos hasta la fecha. En este caso se combina la integración de profesionales provenientes de los ambulatorios con una visión muy restringida de la nueva aportación que se demandaba y la de enfermeras jóvenes, muchas de ellas tituladas ya en la universidad, con mucha ilusión y compromiso para desarrollar el que identificaban como un ámbito de gran oportunidad de desarrollo profesional. En este periodo hay que destacar también la constitución de la primera Sociedad Científica de Enfermería Comunitaria, Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) que generó un punto de inflexión importante en el desarrollo de la Enfermería Comunitaria y en el de la especialidad.

Así pues, en ese momento confluyen dos realidades, la hospitalaria y la de APS, que no se supo articular y coordinar, lo que condujo a generar fricciones, discrepancias y conflictos profesionales e interprofesionales posteriormente.

Transcurridos los años y con el paralelo aumento de edad de las enfermeras que configuraban las plantillas del SNS en convivencia que no connivencia, con las nuevas generaciones de enfermeras, se produjo un efecto que actualmente ha adquirido notoriedad y la atención de organismos, instituciones y grupos de investigación, como es el edadismo, definido por la OMS como los estereotipos, prejuicios y discriminación contra las personas por su edad.

Los aspectos sociales a los que me refería al inicio de mi reflexión, unidos a una serie de creencias, valores y normas que provocan discriminación hacia las personas según su edad, como la sacralización de la juventud y el culto a la belleza física en base a parámetros y cánones muy concretos, coadyuvan a que se dé un choque profesional generacional que considero que ni se ha sabido afrontar y mucho menos resolver.

Por una parte, nos encontramos con quienes amparadas en el recuerdo se sitúan en la inacción y la parálisis dificultando o impidiendo la evolución de la profesión y generando confrontaciones que tratan de resolver a su favor desde la acumulación de años que no de conocimiento.

Por otra parte, están quienes se autoerigen en deidades de la profesión sin que tengan el reconocimiento de sus profesionales, tratando de imponer sus doctrinas como las únicas verdaderas, lo que también genera rechazo.

Pero también están las que, siendo identificadas y reconocidas como referentes por una parte importante de la profesión, no son capaces de aglutinar las voluntades, iniciativas, estrategias, sentimientos… de las enfermeras jóvenes, quedando todo su discurso en el ámbito de la teoría o la filosofía, sin traslado real a la prestación de cuidados.

Por último, están las enfermeras jóvenes que en su exacerbado individualismo y feroz competitividad anulan toda capacidad de identificar aportaciones en todo aquello o en todos quienes, consideran trasnochados o caducos por el simple hecho de no ser actuales y no cumplir los patrones de juventud e inmediatez sobre los que rigen sus comportamientos y actitudes.

Nos encontramos pues ante un caso muy preocupante de Anorexia histórica que provoca en las nuevas generaciones la identificación de una imagen distorsionada e irreal de la Enfermería que les hace rechazarla. Actitud que lleva a una despersonalización evidente de las enfermeras y a una posición de conflicto generacional que es incapaz de resolverse con apuestas sólidas, rigurosas y válidas tanto para la Enfermería como para las personas, las familias y la comunidad que esperan obtener los beneficios de unos cuidados de calidad y calidez cada vez más escasos.

Por su parte, en el otro extremo se presenta un Alzheimer en el que la memoria inmediata desaparece y todo se plantea en base a lo ocurrido en tiempos remotos, provocando un alejamiento absoluto de la realidad y una evidente incomprensión hacia quienes tienen la responsabilidad de generar el futuro de la Enfermería.

Pero además esta rigidez en los comportamientos y en la forma en cómo afrontar el desarrollo de la enfermería en una sociedad, como decía, cambiante, dinámica y multicultural, hace que las generaciones jóvenes no tan solo no tengan referentes, sino que además rechacen los que se les presentan como figuras clave de la historia reciente y breve de la Enfermería. Por su parte las enfermeras seniors se resisten a dar el relevo a las jóvenes en su creencia de que no están preparadas y que van a ser incapaces de asumir el rumbo de una nave que consideran tan solo pueden regir ellas. Esta actitud se ve reflejada en la perpetuación en puestos de representación, en las barreras para que se pueda acceder a los mismos con la excusa sempiterna de falta de experiencia o en la dependencia que sobre ellas se genera con un tutelaje que es vigilante y en muy pocos casos de acompañamiento o aprendizaje.

Sin el debido respeto a lo que se ha sido y aportado y a lo que se es y se puede aportar, va a resultar muy difícil avanzar y generar sentimiento de pertenencia. No existen diferentes Enfermerías, sino diferentes enfermeras que le dan sentido o se lo anulan. Se trata pues de trabajar juntas, como enfermeras, para mejorar la Enfermería y no para ser Enfermería.

Si nos situásemos en el conocimiento propio enfermero como el que nos aporta Patricia Benner en su teoría[3], planteando descripciones sistemáticas de cinco etapas: principiante, principiante avanzado, competente, eficiente y experto, en lugar de querer ocupar espacios ajenos que no tan solo no nos aportan nada, sino que nos alejan de nuestra identidad, posiblemente estas distancias generacionales fuesen menores o sabríamos reconducirlas de manera mucho más eficaz.

Si a lo dicho añadimos el hedonismo[4] reinante por el que se tiende a la búsqueda del placer y el bienestar en todos los ámbitos de la vida., de los que no se excluye el profesional, estamos ante una insatisfacción permanente dado que el placer y satisfacción, en forma de estímulos e ilusión que puede proporcionar nuestra profesión, queda limitada por la inmediatez con que se pretende alcanzar, pero también por las barreras que el propio sistema pone a la hora de visibilizar, identificar y valorar la especificidad cuidadora de nuestra acción enfermera.

Estamos pues ante un complejo panorama en el que tan solo desde el diálogo intergeneracional y el análisis de lo que somos y queremos ser, se pueden esperar soluciones. No todo lo pasado fue mejor, tal como se plantea en el declinismo[5] al determinar que existe decaimiento significativo y posiblemente irreversible de la situación. Pero tampoco el presente lo es como una exaltación unívoca a la novedad.

Al esfuerzo, idealismo, sacrificio y entrega de generaciones de enfermeras que situaron a la Enfermería en el lugar que hoy ocupa y que parece que algunas consideran que siempre estuvo ahí, hay que añadir la innovación, la iniciativa, la frescura y la fuerza de quienes tienen el compromiso y la obligación, no de mantener, sino de mejorar la Enfermería que merecemos y necesitamos todos/as.

Por todo lo aportado ni el recuerdo de lo pasado puede identificarse como la única manera de ser un acicate para la acción con el fin de evitar y revertir el declive que se plantea está teniendo lugar, desde una aparente autocrítica, ni preocuparse obsesivamente por producirlo, intentando autoimponer un cambio radical e imprevisto de modelo o sistema, sin tener en cuenta muchas veces los consecuentes efectos, lo es tampoco. No se trata de reinventar la Enfermería, sino de reconocerla, valorarla, respetarla y sentirla nuestra.

Todas tenemos mucho y bueno que aportar. No somos excluyentes, sino complementarias y desde el necesario entendimiento seremos capaces de lograr el equilibrio que nos permita identificar y aprovechar lo mucho en lo que coincidimos y saber desechar, anular o integrar aquello en lo que diferimos.

Mi memoria puede fallar. Mi reconocimiento y agradecimiento a lo aportado y a lo que se puede y debe aportar, nunca.

No hagamos de nuestra riqueza nuestra pobreza. Asumamos nuestros retos para evitar vivir de nuestros restos.

[1]   Escritor estadounidense de ciencia ficción (1907-1988)

[2] Director de cine y guionista español (Valencia, 12 de junio de 1921-Pozuelo de Alarcón, Madrid, 13 de noviembre de 2010).

[3] Novice to Expert: Excelence and Power in Clinical Nursing Practice (1984)

[4] Doctrina ética que identifica el bien con el placer, especialmente con el placer sensorial e inmediato.»el principal representante del hedonismo es Aristipo de Cirene (siglo IV a. C.)»

[5] La gran cumbre del declinismo», según Adam Gopnick , «se estableció en 1918, en el libro que dio al declive su buen nombre en la publicación: el best-seller del historiador alemán Oswald Spengler , obra de mil páginas La decadencia de Occidente «.

DECISIONES_DECISORES Y AUTONOMÍA Más allá de los Reyes Magos

“La gente suele decir que tal o cual persona no se ha encontrado todavía a sí mismo. Pero la autonomía no es algo que uno encuentra, es algo que uno crea.”.

Thomas Szasz[1].

 

Mucho se ha hablado y escrito sobre los males, problemas, dificultades o barreras que afectan a las enfermeras y sobre cómo los afrontamos desde las diferentes organizaciones de representación enfermera o desde la percepción, interpretación y posicionamiento individual y colectivo, al margen de dichas organizaciones.

No es mi intención hacer un listado de los agravios, ataques, olvidos, desconsideraciones o desprecios de los que somos objeto, que son muchos y variados ni tampoco de cuáles son sus causas que, se me permitirá, no se pueden ni deben achacar exclusivamente a la mezquindad ajena, lo que automáticamente anula la necesaria e imprescindible autocrítica, sin la cual va a resultar muy difícil salir de la tela de araña en la que metafórica, pero realmente nos encontramos presas y sin libertad de movimientos para actuar y sin que, en muchas ocasiones, esto signifique que una maligna araña pueda o quiera devorarnos como representación de un imaginario o deseado enemigo que justifique nuestra parálisis en dicha tela de araña.

Pero sí que me parece razonable, e incluso necesario, reflexionar sobre cuáles pueden ser las causas por las que caemos presas en tan pegajosa y paralizante tela, y por qué no sabemos o no queremos liberarnos de la misma o por qué no existe ayuda eficaz para hacerlo o no somos capaces de identificar y elegir a quienes lo hagan posible. Todo lo cual nos lleva a una situación en la que parece como si finalmente nos sintiésemos cómodas en esa trampa paralizante.

Esta misma semana, en un Congreso sobre Cuidados en el que participé, me trasladaban que lo que nos faltaba, lo que nos hacía falta a las enfermeras era autonomía. Realmente que se siga planteando como carencia la autonomía profesional achacándola a males externos no identificados o supuestamente malintencionados para que no lo seamos, me produce una profunda tristeza, al tiempo que genera en mí una reacción de absoluto rechazo por considerarlo un lamento lastimero sin fundamento y ligado a un falso argumento con el que justificar dicha ausencia de autonomía.

La autonomía va ligada de manera totalmente inseparable a una asunción de responsabilidad. No podemos hablar de competencias sin que exista responsabilidad para que estas no se queden tan solo en una declaración de intenciones que en algunos casos y ocasiones acabamos por abandonar al no identificarlas como propias e irrenunciables.

La responsabilidad, por su parte y con ella la autonomía por la que aparentemente se suspira, conlleva asumir riesgos. Los riesgos de tomar decisiones propias que es lo que caracteriza a la autonomía. Pretender, por lo tanto, que la autonomía sea una dádiva o una concesión gratuita y generosa sin que la misma suponga un posicionamiento claro, firme, riguroso y científico en la que avalar nuestras decisiones es una absoluta irresponsabilidad al tiempo que la mejor manera para que la autonomía continúe siendo un obscuro objeto de deseo y una excusa en la que amparar un victimismo tan inútil como irreal.

Lo he dicho muchas veces, pero no me cansaré de repetirlo, lo que somos y seamos depende fundamentalmente de nosotras mismas. No continuemos en ese juego de buscar un culpable como quien busca a Wally en una abigarrada y confusa imagen en la que se confunde y esconde. Porque al contrario de lo que sucede con Wally, que podemos llegar a identificarlo, no conseguiremos encontrar al culpable de nuestra falta de autonomía porque no existe más allá de nuestra imaginación o nuestro particular collage de sospechas.

Pero, a parte de nuestra personal intriga individual y colectiva como enfermeras, es importante saber o cuanto menos analizar qué esperamos y qué hacen realmente nuestras/os representantes profesionales en sus diferentes ámbitos u organizaciones.

Lo que se espera de ellas/os es ciertamente difícil, tanto de relatar como de analizar, pues posiblemente haya tantos deseos, expectativas, realidades, peticiones, exigencias… como enfermeras somos. Cada cual desde su foro interno y por qué no decirlo desde sus intereses particulares, puede esperar respuestas que les satisfagan. Es lícito y respetable que cada cual plantee sus deseos. Pero como sucede con la búsqueda de culpables en el juego de Wally en este caso no es razonable seguir creyendo que las peticiones pueden seguir haciéndose como quien escribe la carta a los Reyes Magos. En primer lugar, porque por mucho que nos gusten y nos evoquen felices recuerdos de niñez, los Reyes Magos no existen y quienes, en este caso, debieran asumir el rol de padres benefactores, ni lo son, ni se comportan como tales. Entre otras cosas porque nuestros padres nos eligieron o cuanto menos decidieron aceptarnos como hijos y ser nuestros protectores y educadores al tiempo que nos creaban ilusiones y las mantenían con el sueño, su sueño, de vernos y hacernos felices. Lo que inicialmente puede ser identificado como un engaño y una desilusión al descubrir la verdadera identidad de los Reyes Magos finalmente se transforma en una ilusión adquirida, asumida y transmitida que se perpetua en el tiempo de generación en generación y en ningún caso supone una renuncia a la paternidad por parte de quien se siente defraudado en el momento de descubrir la suplantación de identidad. Las cartas que por otra parte se escriben, dan rienda suelta a los deseos de poseer aquello que más ilusión hace, al entender que la magia de los monarcas lo puede lograr todo, aunque no siempre se vean cumplidos por razones que todos identificamos sin que signifique una automática renuncia a seguir escribiendo, año tras año, una nueva carta con idéntica o renovada ilusión de obtener, de las regias figuras orientales, aquello que se pide en las mismas con la esperanza de que finalmente nos sea concedido.

Todo lo contrario sucede con quienes son nuestros representantes profesionales, que lo son porque nosotras, como enfermeras, tenemos la capacidad de elegirlas/os y exigirles que den respuestas a nuestras necesidades profesionales que en ningún caso pueden ser consideradas como ilusiones o fantasías. Por lo tanto, nuestras/os representantes lo son o deberían serlo en tan en cuanto nos impliquemos realmente en su elección, cuando no en su sustitución a través de un compromiso mayor que nos sitúe como sus posibles relevos. Porque no hacerlo es asumir que otras/os lo hagan por nosotras y que sus propuestas no coincidan con nuestros deseos o expectativas. Y al contrario de lo que sucede con los Reyes Magos, la decepción por lo que aportan las/os representantes, se transforma en una renuncia, ignorancia o desprecio hacia ellas/os. Pero lo realmente grave no es tanto el rechazo que dichas/os representantes generen, sino el que se provoca de manera indirecta hacia las instituciones que, al menos en teoría representan y que nos representan como profesionales, pero también como profesión, ciencia o disciplina.

Permanecer siempre en la queja permanente desde el anonimato y la pasividad no resolverá nuestros problemas, ni servirá para cambiar aquello con lo que no estamos de acuerdo o consideramos que no es justo, razonable, adecuado, proporcional o ético y que, por tanto, supone un prejuicio tanto para las enfermeras como para el ejercicio de su actividad y como consecuencia para la calidad y calidez de los cuidados que prestamos. Los lamentos, al no traducirse en acciones que provoquen en las/os representantes un temor a ser reemplazados acaban por naturalizarse y no tenerse en cuenta, asumiéndolos como parte de su proceso natural que los llevará a perpetuarse en sus cargos y, lo que es peor, a perpetuar sus vicios y con ello a enviciar sus decisiones, que lejos de solucionar los problemas de las enfermeras los cronifican o los ignoran. Más aún, si consideran que los mismos pueden causarles a ellos unos problemas que hagan peligrar sus puestos. Finalmente acaban tejiendo la tela de araña en la que caen las enfermeras presas de su propia indecisión, pasividad y conformismo, mientras las/os tejedoras/es observan con indiferencia, pero con vigilancia a quienes o no saben salir o finalmente se acomodan en la trampa tendida. Mientras tanto ellas/os seguirán apareciendo como salvadoras/es mediante discursos vanos, vacíos, engañosos, tramposos, pomposos e inútiles, queriendo hacer creer que les preocupa y ocupa la Enfermería y las enfermeras, mientras se aferran a sus puestos en aparentes procesos democráticos que realmente esconden estratagemas que garantizan su continuidad a través de estómagos agradecidos y cadenas de favores.

Seguir creyendo en los Reyes Magos es bueno e inofensivo a pesar del engaño que todos, salvo los más pequeños, conocemos y asumimos. Seguir aguantando a representantes mediocres, ineficaces, grises, trepas, oportunistas, mentirosas/os e incluso poco éticos o corruptos es algo que no podemos seguir consintiendo y que, por tanto, tenemos no ya la opción, sino la obligación de eliminar. Por una parte, para depurar responsabilidades y eliminar a quienes no tan solo no trabajan en favor de las enfermeras, sino que lo hacen en su contra o incluso en su propio y exclusivo beneficio. Por otra parte, para poder dignificar y poner en su justo y merecido lugar a las instituciones u organizaciones que representan y desde las que nos representan. No hacerlo es tirar piedras contra nuestro propio tejado. Pues no tan solo nos ahogamos en nuestros lamentos, sino que permitimos que queden sin respuesta ni solución los problemas que limitan nuestro crecimiento, visibilidad y reconocimiento.

 Los Colegios Profesionales, las Sociedades Científicas, las Academias, los sindicatos, las Facultades, de enfermeras o de Enfermería, según los casos, son necesarios y deben ser respetados y defendidos por todas las enfermeras como instituciones u organizaciones desde las que se nos represente y defienda. Quienes acceden a las mismas deben ser elegidos en función de sus capacidades, méritos, propuestas, proyectos, actos… y someterse a una permanente evaluación que permita su relevo en caso de no cumplir con las expectativas creadas o por cumplimiento de un periodo razonable que permita el saludable relevo en los puestos. Pero además hace falta que se acuda a votar de manera mayoritaria para elegir la mejor opción.

No se trata de establecer guerras o batallas para derrocar a nadie. Pero si de convencerse de la necesidad de que, de todas las enfermeras depende que nuestras/os representantes lo sean y actúen como tales realmente. Para ello es imprescindible que activemos nuestra respuesta individual y colectiva impidiendo, por una parte, caer en la trampa de la conformidad y por otra que nos sitúe como verdaderas decisoras para elegir a quienes tomarán decisiones que nos valoricen y visibilicen.

Tan solo así seremos capaces de abandonar victimismos, vencer sospechas infundadas, cesar en nuestros llantos y en nuestras protestas sin fundamento.

 Asumamos nuestra responsabilidad y desde la misma alcancemos la autonomía que nos haga libres para elegir a quienes nos representen en cualquier organización o institución que tenga como fin u objetivo la defensa, el desarrollo o el fortalecimiento de la Enfermería o las enfermeras.

Hagamos oír nuestra voz, para poder exigir que la voz de nuestras/os representantes sea lo voz de la convicción, de la unidad, de la acción y de la capacidad de cambio y no la voz del engaño, el oportunismo, la confrontación y el beneficio interesado a espaldas de la profesión y sus profesionales.

Reclamar autonomía cuando se deja escapar, secuestrar o amordazar la capacidad de ejercer la autonomía para elegir a nuestras/os representantes es clamar en el desierto y permitir que la ansiada autonomía siga siendo tan solo una petición realizada desde el lamento, el victimismo y la comodidad de una zona que se considera de confort, cuando realmente es una zona de alcanfor [2]. Es como el niño que llora y coge rabietas pidiendo deseos que no van a poder ser cumplidos por quienes realmente son los Reyes Magos, es decir, sus padres, que posiblemente no hayan sabido o querido explicarle que hay determinados deseos que ni tan siquiera los Reyes Magos pueden conceder.

Despertemos del letargo, de la supuesta comodidad, de la indiferencia o de la indolencia. No nos engañemos pensando que nuestra mejor manera de protestar es inhibirse, abstenerse, pasar… creyendo que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Porque nuestro silencio, nuestra quietud, nuestra pasividad es, sin quererlo, el mayor apoyo, el mejor impulso y la mayor coartada para quienes se aferran a puestos en los que tan solo se representan a sí mismas/os.

En breve seguro que hay procesos electorales en organizaciones e instituciones, muy próximas a nosotras, en los que, desde la implicación y el compromiso directos, a través de candidaturas o bien a través de la votación libre, responsable y autónoma nos permitirán ser o elegir a representantes que verdaderamente nos representen y crean en lo que van a representar.

Solo desde la autonomía que nos da la capacidad de elección seremos capaces de ser autónomas y responsables de nuestros actos. Ello supone asumir riesgos, por supuesto, pero no hay mayor riesgo tanto para nosotras individualmente como para el conjunto de la profesión enfermera que permitir con nuestra actitud que nos manejen y manipulen.

Ya hay ejemplos en los que ese cambio se ha producido y está aportando una frescura, transparencia, acción, visibilidad, reconocimiento y representatividad reales que se proyecta en logros concretos de eficacia y respeto hacia las enfermeras y sus legítimos derechos profesionales y que van mucho más allá de los estrictamente laborales. Por lo tanto, no estamos hablando de una quimera de una utopía, ni tan siquiera de una ilusión, sino de una realidad que no tan solo es deseable sino posible. A estas alturas ya no es razonable seguir pensando que los Reyes Magos existen más allá de las fechas con las que se acaba la Navidad. Esos Reyes Magos son portadores de ilusión y fantasía y a las enfermeras nos hace falta concreción y realidad que nos permitan recuperar la ilusión en nosotras mismas y en nuestras posibilidades. Esa es nuestra autonomía, por la que debemos actuar en lugar de llorar.

No nos dejemos deslumbrar por las cabalgatas que los impostores, con los recursos que nosotras aportamos, monten para deslumbrar nuevamente con lentejuelas, regalos y prebendas, con el único objetivo de seguir manteniéndose.

Creer que no es posible cambiar es una renuncia que ni podemos ni debemos permitirnos. Cada cual que, desde su posicionamiento, su convicción, su deseo, su forma de entender la profesión…, de manera autónoma elija a quienes quiere que le representen. Que asuma ese riesgo. No hacerlo nos pone a todas en riego, además de ser muy poco ético.

Seamos pragmáticas sin renunciar a los valores, vehementes desde el respeto, exigentes con argumentos, firmes pero flexibles, comprometidas sin condicionantes, reflexivas y críticas, coherentes y comprensivas. Pero seamos y exijamos ser y poder ser como merecemos a quienes van a tener la capacidad de hacerlo y decidirlo.

[1]   Médico psiquiatra húngaro, Profesor Emérito de Psiquiatría en la Universidad de New York (EEUU) y físico graduado con honores en la Universidad de Cincinnati (Ohio, EEUU).

[2] El alcanfor es una sustancia semisólida cristalina y cerosa con un fuerte y penetrante olor acre. Se usa como bálsamo y con otros propósitos medicinales.

LA PALABRA: SU USO Y ABUSO

“Hay quienes sólo utilizan las palabras para disfrazar sus pensamientos.”

Voltaire[1]

 

La palabra y su difusión por los diferentes medios, formales o informales que de todo hay, se ha convertido en un arma poderosa de seducción, intimidación, manipulación, distorsión de la realidad e incluso en ocasiones, aunque debiera ser en la mayoría de ellas, de información veraz, objetiva y real.

En ese proceso de emisión y recepción de la palabra intervienen tanto quienes la pronuncian como quienes la procesan, pues no tan solo se limitan a transmitirla, como quienes la reciben y sucede que lo que inicialmente se pronuncia, no siempre es lo que finalmente se transmite, entiende y/o interpreta.

Es por ello que tal como decía Von Schiller[2] “Las palabras son siempre más audaces que los hechos”, pero no es menos cierto que la palabra es mitad de quien la pronuncia y/o escribe, mitad de quien la lee y/o escucha, por lo que está sujeta a interpretación y, por tanto, nada de lo que se diga, por audaz, novedoso, importante, riguroso… que pueda ser, tendrá valor sino es compartido, analizado y traducido en hechos que sean capaces de modificar unos escenarios en los que necesariamente se pueden y deben decir y hacer muchas cosas. No hacerlo supone dar por válido lo emitido, concediendo credibilidad gratuita a quien lo emite y anulando, por tanto, la capacidad de reflexión de quien lo recibe al aceptarlo como verdad sin ni tan siquiera cuestionarlo, lo que genera posicionamientos falaces o cuanto menos de débil o nulo contraste y dudosa justificación que favorecen la anestesia de pensamiento.

El problema real, suele estar en que tenemos miedo a escuchar y que lo que escuchamos, si lo hiciésemos en lugar de tan solo oír, nos haga sentirnos amenazados o culpabilizados por lo que el mensaje pueda interpelar. Pero, lo que realmente pasa es que, como decía Goethe[3], “Los sentidos no engañan, engaña el juicio.” Porque con el oído, percibimos los sonidos. Pero sin duda esto no es suficiente para entender, analizar y posicionarse sobre algo o alguien. Necesitamos prestar atención a lo que oímos para extraer su significado. Es un proceso mental y un proceso de extracción. Por lo tanto, escuchar no es lo mismo que oír, pues esto último se refiere sólo a notar los sonidos que percibimos. Escuchar requiere decodificarlos para comprenderlos, por lo que, si no hay escucha, no puede haber comunicación. Oír es involuntario, llegando incluso a naturalizar y no sentir determinados sonidos e incluso hechos o acontecimientos por repetitivos o como mecanismo de defensa para evitar involucrarnos o sentirnos instados a posicionarnos. Escuchar, sin embargo, requiere de voluntad y de conocimientos para hacerlo eficazmente. De igual manera la lectura supone un proceso similar. No se trata de unir palabras de manera mecánica, sino de analizarlas y extraer su sentido desde la reflexión y el pensamiento crítico.

Los sentimientos son muy variables a la vez que pasajeros y surgen en nosotros con una espontaneidad extraordinaria. Los sentimientos, por su parte, no son ni buenos ni malos. Lo malo o lo negativo es el comportamiento que podemos tener como consecuencia de ciertos sentimientos, como culpabilidad, vergüenza, ansiedad, resignación…

La escucha, por tanto, pasa por identificar, pues tal como decía Juan Donoso Cortés[4], “Lo importante no es escuchar o leer lo que se dice, sino averiguar lo que se piensa”, para luego poder hablar y que seamos entendidos porque según Plutarco[5], “para saber hablar, es preciso saber escuchar”.

Lo comentado es y forma parte de la comunicación a muy diferentes niveles y desde muy diferentes medios o canales, lo que nos lleva a identificar que en el proceso de comunicación debamos tener una comprensión profunda de nosotras/os mismas/os, para, de esta manera, comprender mejor a quien nos traslada información, cómo lo hace y con qué intención u objetivo lo hace, de forma que la gama de sentimientos que en nosotras/os se producen en todo momento, cualesquiera que sean, los sepamos analizar para desde dichos sentimientos, así como emociones o valores podamos construir una idea, pensamiento o actitud sobre aquello que se nos traslada y de quienes lo traslada/n con independencia de su cargo, responsabilidad o posición.

Las enfermeras como profesionales que centramos en la comunicación gran parte del proceso de cuidados profesionales que prestamos a las personas, las familias y la comunidad, estamos obligadas a escuchar y analizar aquello que sobre la realidad social, laboral, profesional, disciplinar o científica se traslada en o a través de la comunicación por parte de representantes o líderes profesionales, políticas/os, gestoras/es, periodistas e incluso de los actuales gurús de la información como son los denominados influencers que tanto predicamento como dudosa credibilidad, en la mayoría de los casos, tienen. Aunque también es cierto que no siempre los que se consideran informantes formales tienen mayor credibilidad.

Todo esto viene a colación de recientes informaciones que, en torno a las enfermeras, están produciéndose por parte de determinados representantes profesionales y de medios de comunicación que las están difundiendo. A pesar de la aparente visibilidad o reconocimiento que en torno a las enfermeras y a simple vista pueda interpretarse que se aporta, considero que adolecen del análisis, la profundidad y el rigor que debiera ser exigible en temas tan trascendentes, sensibles y con consecuencias tan importantes para la población como las que se están produciendo.

En concreto, aunque no exclusivamente, me refiero a las declaraciones que en torno al déficit de enfermeras se están difundiendo.

En ningún caso cuestiono, al menos no de entrada, la carencia de enfermeras existente en España que, además, viene avalada por informes de organismos tan importantes como poco sospechosos como la OCDE o la OMS entre otros.

Lo que sí que me plantea dudas y me hace reflexionar es sobre cómo se traslada dicha información no tan solo al colectivo profesional sino a la opinión pública en general.

Aquí es donde habitualmente radica el problema de la comunicación de determinadas informaciones y el interés, oportunismo o malicia, que de todo hay o puede haber, en darle una determinada visión, un matiz particular, un tono concreto, una posición exclusiva e incluso excluyente… que impregnan a la información de sesgos muy específicos que o bien ocultan detalles trascendentes o bien resaltan otros que interesa destacar sin que necesariamente sean relevantes o concluyentes para la información que se traslada.

En el caso concreto al que me refiero y que tomo como ejemplo sin que con ello pretenda trasladar una excepcionalidad en su abordaje y difusión pues hay muchos otros temas, de la carencia de enfermeras, se basa en unos datos que ya he referido, que no han sido adecuada y deseablemente analizados y contextualizados. Se trata de datos brutos que se basan, normalmente, en proporciones generales para las que no se han tenido en cuenta las características ni los aspectos que influyen de manera muy particular y directa según el contexto en que se produzcan.

No se puede ni se debe hacer creer que el número de enfermeras por cada 100.000, o cualquier otra secuencia numérica de población, es uniforme con independencia, no tan solo de los países que se comparan, sino de los territorios en que se distribuyen dichos profesionales. Se trata por tanto de escalas que tienen por objetivo hacer una foto de conjunto que determine una clasificación que, como cualquier otra, tan solo puede y debe valorarse como una referencia o aproximación a una realidad mucho más compleja que es imposible que se recoja en un contaje bruto, en este caso de enfermeras, con relación a una población, igualmente bruta.

¿Tienen las enfermeras de los países que se comparan idéntica formación, desarrollan las mismas competencias, ocupan puestos laborales similares o comparables, asumen las mismas responsabilidades…? ¿Son los sistemas de salud en cuanto a estructura, acceso, organización… semejantes? ¿Tienen las poblaciones de los diferentes países las mismas necesidades de cuidados? ¿Existe en los países que se comparan las mismas proporciones de vulnerabilidad? ¿Todos los países invierten igual presupuesto en la atención a la salud? ¿Los datos demográficos, sociales, de educación… son análogos? ¿Sus poblaciones son homogéneas en cuanto a cultura, historia, tradiciones…?

Trasladar una información sobre la falta de enfermeras en nuestro país o en cualquier otro sin tener en cuenta todos estos criterios y otros muchos y tratar de establecer una relación causal exclusiva entre la falta de enfermeras, sobre esta base, y la calidad de los cuidados es. no tan solo una simpleza, sino que es una temeridad que se combina con grandes dosis de manipulación de la información que se traslada y que es interpretada por el colectivo enfermero como un agravio y una falta de reconocimiento y valoración de su aportación específica de cuidados y por la población en general con escepticismo, duda, alarma o incredulidad ante las respuestas igualmente interesadas y malintencionadas de quienes se sienten agraviados por la comparación con los datos proporcionales de su colectivo, como es el caso de los médicos, al indicar dichas escalas un exceso de profesionales en comparación con el resto de países que componen la muestra estudiada[6].

No se puede ni se debe establecer una distribución, racionalización u organización de enfermeras o de cualquier otro colectivo profesional al peso. Se necesitan cuarto y mitad de enfermeras o tres cuartos de médicos. Esta distribución uniforme, homogénea y estricta es tan irracional, inexacta, injusta, poco equitativa, acientífica y populista como pueda serlo el intentar establecer las famosas ratios profesionales en base a parejas como si de un juego de naipes se tratase. Una enfermera por cada dos médicos o una enfermera por médico al establecer la contratación de enfermeras según las necesidades de los médicos y no de la población a la que deben prestar cuidados.

Asignar enfermeras sin tener en cuanta todo lo dicho y hacerlo solo por el número total de las que existen y las que deberían existir como resultado de una media de las que tienen el conjunto de países que componen la muestra, nos llevaría a aumentar el problema de atención en lugar de resolverlo, pues la cuestión no es tanto el número final que exista sino la forma en cómo este se distribuya para resolver los problemas.

Pero no es menos cierto que se consigue el efecto esperado por parte de quien transmite tan lamentable información que además los medios se hacen eco inmediato de tales datos para, en base a los mismos, empezar a hacer sus propias interpretaciones y utilizar la información para atacar, en función de la doctrina ideológica de dichos medios, a los adversarios políticos que como suele ser habitual se convierten en enemigos a los que tratar de eliminar en base a informaciones tan sesgadas ideológicamente como faltas de rigor científico, aunque se utilicen escalas como las comentadas para darles una apariencia pseudocientífica.

Las enfermeras somos demasiado importantes para que su distribución y asignación a la comunidad tenga que estar supeditada a datos en los que no se tiene en cuenta a la población receptora de cuidados.

Pero esta es la dinámica que lamentablemente ha incorporado y transmitido el actual y caduco modelo de nuestro sistema sanitario al supeditar la asignación de profesionales en general pero muy particularmente la de enfermeras a las necesidades que marca este modelo como principal demandador de dicha mano de obra, que es como tristemente se identifica a las enfermeras, y que ha sido capaz de convencer a las Universidades para que actúen como proveedoras principales de dicho sistema y de las necesidades que los médicos, como autores y actores de dicho modelo sanitario imponen, es decir, de sus necesidades como colectivo y en ningún caso de las que pudiese plantear la población, dado que ni se identifican ni se hace nada para tratar de averiguarlo. La no institucionalización y valoración d los cuidados contribuye claramente en este sentido.

En este triste panorama, por su parte, las enfermeras asumen un rol subsidiario y admiten como válida dicha distribución, reclamando tan solo un incremento lineal de enfermeras por población atendida que es tanto como seguir dando la razón a quienes plantean su carácter secundario y subsidiario a la clase médica. Todo ello sin que dicha petición de incremento, generalmente, sea exigida para asumir sus verdaderas competencias enfermeras, lo que supondría asumir dicha responsabilidad, sino tan solo por razones numéricas como se traslada por parte de sus representantes.

En base a todo ello finalmente tan solo quedan unos cuantos titulares, una notoriedad perseguida por quien traslada dichas informaciones, unos debates totalmente intrascendentes y estériles, una realidad deformada, una perpetuación de la falta absoluta de planificación y, lo que es peor, una población confundida, confusa y difusa que no llega a identificar la importancia que tiene esa falta de enfermeras al no establecer una relación rigurosa y científica al tiempo que justificada, clara y accesible para que todas las personas sepan entender lo que supone realmente la carencia de enfermeras y el impacto en su salud, evitando que sea identificado exclusivamente como una reivindicación laboral.

Por su parte las/os políticas, responsables sanitarias/os o gestoras/es son las/os primeras/os en utilizar la palabra de manera demagógica, eufemística y falaz con el fin de contentar oídos y retrasar sine die decisiones que contribuirían a esa necesaria distribución de enfermeras teniendo en cuenta criterios objetivos, reales y adaptados a las prioridades identificadas de salud pública y comunitaria y no tan solo como herramienta o arma de disuasión, confusión y distracción para el logro de sus intereses particulares o partidistas. En este sentido, una vez más, hago referencia a dicha utilización de la palabra, por parte de la ministra de Sanidad, para establecer una expectativa fallida, ignorada y negada como es la Estrategia de Cuidados que se anunció, tan solo como elemento de propaganda engañosa, cuando realmente podría constituir una clara referencia de asignación de enfermeras en relación a las necesidades reales de cuidados.

Las palabras pues, no es que se las lleve el viento, pues siempre permanecen y se sabe por quién han sido dichas, en qué sentido y para qué objetivo. Tan solo las traslada o las remueve, pero cuando el viento se calma, las devuelve y nos permite recordarlas y reconocer qué uso se hizo de ellas por parte de quien las pronunció, pues como ya dijera Horacio[7] “la palabra dicha no puede volver atrás” y parece, según lo trasladado por Maquiavelo[8] que algunas/os piensen que “…las palabras deban servir para ocultar los hechos”.

Como decía al inicio de mi reflexión la palabra es demasiado importante como para utilizarla en beneficio propio e interesado en lugar de hacerlo para lograr el bien común desde la verdad, la ética y la estética de lo que se dice como anuncio de lo que se está dispuesto a hacer. Lo contrario es utilizar la palabra, precisamente para enmascarar, esconder, ignorar o anular los hechos que se precisan como elementos que trasciendan, no a la audacia de las palabras que siempre es buena, sino a su temeridad y uso interesado, particular o colectivo en contra del bien colectivo.

Como decía Goethe[9], “se tiende a poner palabras allí donde faltan las ideas”, cuando se sabe que no hay nada más peligroso que un mediocre con iniciativa y con un lápiz con el que escribir sus ocurrencias. Si además tiene capacidad de decisión sucede lo que sucede.

[1] Filósofo y escritor francés.

[2] Poeta y dramaturgo alemán

[3] Dramaturgo, novelista, poeta y naturalista alemán, contribuyente fundamental del Romanticismo

[4] Filósofo, parlamentario, político y diplomático español, funcionario de la monarquía española bajo el régimen liberal.

[5] Historiador, biógrafo y filósofo moralista griego.

[6] https://twitter.com/smediconavarra/status/1572257161861799938?s=46&t=RWhjHPC1e8MmQELVmMgVFw

[7] Poeta Latino

[8] Historiador, político y teórico italiano.

[9] Dramaturgo, novelista, poeta y naturalista alemán, contribuyente fundamental del Romanticismo

LOS CUIDADOS, TESORO O BOTÍN Abandono de lo propio y amigos de lo ajeno

“El robo está siempre asociado a la idea del poder.”

Fernando Sabater[1]

 

 

LOS CUIDADOS, TESORO O BOTÍN

Abandono de lo propio y amigos de lo ajeno

 

Parece como si siempre estuviésemos insatisfechos con lo que tenemos, lo que nos lleva a desear fervientemente aquello que otros tienen. Pero no porque de lo que disponemos sea negativo o poco valioso, sino simplemente que, por el hecho de tenerlo, disfrutarlo e incluso ser seña de identidad de quien lo tiene hace que se pierda el interés e incluso se abandone y renuncie su posesión con tal de buscar fervientemente la manera de alcanzar lo que otros tienen, sin saber si quiera si eso que anhelamos realmente nos puede hacer felices o vamos a saber manejarlo para que nos aporte beneficios. Tan solo nos ciega el conseguirlo. Lo de menos es el porqué, para qué, cómo… con tal de lograrlo. Y ya se sabe que nido abandonado, nido perdido.

También se da, en este mismo sentido, el deseo por lo ajeno, pero sin que se renuncie a lo que ya se posee, pretendiendo acaparar todo aquello que se entiende puede darle, a quien lo busca, reclama o usurpa, como mayor notoriedad o poder, al tiempo que resta valor a quien se le quita. Al igual que decía anteriormente lo de menos es saber qué hacer con lo logrado, lo importante es poseerlo y debilitar a quien lo poseía.

Finalmente se trata de quitar a alguien algo que forma parte de ella, es decir, robar.

Siguiendo el hilo con el que he iniciado mi reflexión y siendo consciente de que la misma puede ser sensible y causar debate, considero que no debo rehuir el mismo pues hacerlo significaría en sí mismo una clara postura de indiferencia o de conformidad con lo que está sucediendo.

En el caso del abandono, cuando no renuncia, a lo que se posee por el deseo, no siempre razonable ni razonado, de acceder a aquello que se considera mejor o más valioso, nos encontramos lamentablemente y en una proporción que es ciertamente preocupante, con el caso de las enfermeras que no tan solo no valoran la identidad que les proporciona los cuidados profesionales por considerarlos menores o secundarios, sino que deciden renunciar a ellos para, por una parte caer en los brazos de la técnica que les fascina y les mantiene en posiciones de refugio y confort de las que se resisten a escapar. Pero además existen quienes no conformes con esa idolatría tecnológica se empeñan en reclamar ciertas competencias que, ligadas a la técnica, lo son de otras disciplinas lo que provoca de inmediato una reacción defensiva en quienes se sienten amenazados con el intento de apropiación que, además, entienden como indebida e incluso delictiva.

En ese intento al que, por otra parte, dan pábulo en muchas ocasiones, representantes profesionales enfermeros estableciendo una cruzada para lograr el ansiado pendón de conquista, se abandona claramente aquello que les es propio y da identidad a la profesión a la que pertenecen, es decir los cuidados, que quedan claramente desprotegidos y carentes de amparo profesional. Lo que, sin embargo, no significa en ningún caso que ya no sean necesarios o que haya desaparecido la demanda que de los mismos hacen las personas, las familias y la comunidad.

Ese abandono voluntario, totalmente incomprensible y temerario, no pasa desapercibido por quienes tienen interés en colonizarlos asumiendo su competencia y responsabilidad desde posiciones, en apariencia al menos, de menor entidad profesional, disciplinar y científica, pero con un claro interés por ellos sin que exista una reacción defensiva acorde a la pérdida que supone, al estar entretenidas en batallas de supuestamente mayor entidad o importancia. De tal manera que finalmente unas medran y las otras merman. Todo ello, además, con impertérrita pasividad e indolencia de quienes dicen representar a las enfermeras o precisamente por considerar que la defensa pasa por la inacción que conduzca a la pérdida de lo propio en la desigual y no siempre comprensible guerra por lo ajeno.

Con este planteamiento, desde luego, no estoy queriendo trasladar que las enfermeras no sean competentes para asumir otras competencias y responsabilidades a las que le son propias. Lo que considero que no tiene sentido alguno es hacerlo desde la renuncia de lo propio por pensar que lo ajeno es mejor y de mayor valor. Las competencias no se ganan con batallas, aunque estas sean incruentas, sino con razonamiento y evidencias científicas además de respeto y consenso en el logro de las mismas cuando estas son compartidas o están siendo abandonadas por otros como hacemos nosotras con los cuidados.

Alguien, por tanto, puede interpretar que nuestras reivindicaciones por la denominada prescripción enfermera, por ejemplo, no tendrían sentido según mi planteamiento. Pero nada más alejado de la realidad. Las enfermeras venimos “prescribiendo”, o indicando, como han impuesto los médicos, de manera alegal desde hace muchísimo tiempo fármacos y productos sanitarios relacionados con nuestras competencias profesionales autónomas, con el beneplácito, por otra parte, de quienes ahora se rasgan las vestiduras y nos llevan ante los tribunales. Por tanto, lo que se reclama es la legalización y normalización de una situación que no beneficia a ninguna de las partes desde la alegalidad y que repercute negativamente en quienes son receptores de la atención recibida, por parte de unos y otros.

Por su parte, en el caso del deseo por lo ajeno, quien o quienes lo ejercen no necesariamente suele requerir el abandono de lo deseado por parte de quien es du dueño o cuanto menos lo posee. Simplemente deciden hacerlo suyo y para ello utilizan cualquier estrategia o estratagema para conseguirlo sin importarles lo más mínimo si para aquello que pretenden hacer suyo son competentes, si les corresponde y quieren realmente hacerlo, si les es posible asumirlo y ni tan siquiera si es ético.

La última que, por supuesto no única muestra de lo que digo, es la anunciada fundación por parte del Colegio de Médicos de Madrid de un comité científico para instaurar la cultura del cuidado, establecer un Código de Cuidados y detectar las necesidades de la población vulnerable[2]. ¿Alguien puede tan siquiera imaginar la respuesta que tendría que alguna organización enfermera anunciara la fundación de una comisión o comité para establecer un Código Farmacológico o de Cirugía?

Este anuncio además de ser una clara y descarada provocación supone un abordaje manifiestamente beligerante contra la identidad enfermera al pretender, no ya cuidar que podría ser algo que siempre han podido hacer y a lo que han renunciado sistemáticamente, sino por la maniquea y mezquina pretensión anunciada de crear un conjunto de normas y reglas sobre los cuidados, que es lo que significa hacer un Código de Cuidados según la Real Academia de la Lengua Española (RAE).

Es decir, los mismos que siempre identificaron los cuidados, que es lo que hacen las enfermeras, como algo absolutamente secundario, irrelevante, subsidiario, ligado a las cualidades femeninas como la dulzura, la abnegación, la docilidad, la obediencia, la resignación, la sumisión y que tan bien dejaron por escrito en sus múltiples textos para la formación de las enfermeras durante siglos, ahora quieren regular los cuidados[3], [4], [5], [6], [7], [8], [9], ahora quieren hacerlo suyo estableciendo, desde la prepotencia y el autoritarismo del poder que han logrado imponer a lo largo de su desarrollo profesional con su absolutismo ilustrado de todo para el paciente pero sin el paciente. Algo que choca frontalmente con lo que son y significan los cuidados profesionales enfermeros.

Pero ni el abandono de competencias, por una parte, ni la colonización de espacios o la apropiación de competencias por otra, obedecen tan solo a lo ya comentado. Es decir, la dejación de unas y el oportunismo o el descaro de otras/os.

Porque, como suelo decir, nada es casual y todo es causal. Así pues, a la falta de valoración propia sobre aquello que se hace, o debiera hacerse, hay que añadir la ausencia absoluta de reconocimiento por parte de las instituciones del valor de los cuidados profesionales enfermeros, lo que justifica que estén relegados y no se plantee en ningún caso su institucionalización como si se hace con la curación ejercida por los médicos. De esta manera se genera una diferencia de trato, oportunidades, reconocimiento y valoración de las enfermeras y su aportación singular por parte de las instituciones y sus responsables por el exclusivo hecho de ser enfermeras. No es que ellas no quieran o no puedan es que, permanentemente, se les impide crecer, avanzar, visibilizarse y aportar su competencia y conocimientos en tantos ámbitos y puestos de responsabilidad que siguen ocupados en exclusiva por quienes se consideran únicos dueños de la sanidad, aunque permanentemente trafiquen con la salud con absoluta impunidad. Por su parte se sigue consintiendo la vigencia de leyes y normas que benefician a unos y perjudican a otras generando una absoluta falta de equidad que se mantiene sin rubor y lo que es peor aún sin rigor alguno, siendo la presión y el poder de los ocupas institucionales lo que perpetua tal situación de desigualdad.

Esta circunstancia que, por mucho que sea una constante no puede ni debe naturalizarse hasta el extremo de considerarla normal, lleva a que, por una parte las enfermeras cada vez se identifiquen menos con lo que, paradójicamente, es su seña de identidad, los cuidados y, sin embargo, queden fascinadas con las técnicas y la tecnología al margen de los cuidados, siendo esta una de las causas de la evidente deshumanización que ahora se quiere recuperar desde posicionamientos absolutamente alejados del cuidado. Siendo la forma que identifican como posible solución a ser mejor valoradas y, por tanto, a acceder a un desarrollo que, sin embargo, no tan solo no será posible, sino que les generará, de mantenerlo, una creciente dependencia y subsidiariedad a la técnica y a quien la controla y domina.

Esto lleva a que se generen cada vez mayores espacios de abandono de cuidados que son aprovechados por quienes, siendo profesionales de la enfermería, identifican a las enfermeras como enemigas de su desarrollo por lo que reclaman competencias de cuidados que identifican como propios, pero sin que tengan realmente una capacitación profesional que les haga competentes más allá de la realización de la actividad relacionada con dichas competencias, pero no su responsabilidad que corresponde a las enfermeras por mucho que la abandonen.

Esta es, por tanto, una muestra más de la desidia de las administraciones y de quienes ocupando puestos de responsabilidad y gestión, lo único que logran es generar espacios de conflicto con sus decisiones o sus no decisiones, que tan grave es lo uno como lo otro. La ausencia de una adecuada regulación y ordenación profesional, contribuye a la permanente confrontación entre las profesionales que formando parte de la Enfermería se sitúan en planos diferentes de la misma como si fuese posible identificar diferentes “Enfermerías”.

La fascinación tecnológica que padecen las enfermeras, por otra parte, les sitúa en un paradigma ajeno a la hora de dar respuestas a las necesidades de las personas, abandonando con ello el paradigma desde el que los cuidados adquieren sentido y ciencia, lo que provoca respuestas en base a premisas falsas.

En todo este proceso, viene sucediendo que los cuidados son identificados cada vez con mayor intensidad como un valor importante por parte de la sociedad, al contrario de lo que sucede con quienes deberían ser sus mayores valedoras, las enfermeras. Por una parte, porque la propia evolución de la sociedad y los cambios a los que está sometida, epidemiológicos, demográficos, económicos, culturales…, demandan cada vez más cuidados profesionales. La pandemia, por su parte, entre otras muchas cosas y efectos ha dejado un clarísimo contexto de cuidados que parece que tan solo las/os políticas/os y las/os gestoras/es son incapaces de ver o, lo que es peor, se niegan a ver.

Ante esta situación en que los cuidados adquieren una dimensión de reconocimiento y demanda cada vez mayor, sin que lamentablemente las enfermeras sean capaces de liderarla y quienes pueden y deben favorecerlo se sitúan en la inacción mas absoluta, surgen amigos de lo ajeno que identifican la oportunidad de hacer suyo aquello que nunca quisieron pero que ahora anhelan y para lo que están dispuestos a regular lo que, quien tendría que hacerlo no lo hace.

El oportunista y mentiroso anuncio de una estrategia de cuidados hecha por la Ministra de Sanidad, Carolina Darias, de haber sido sido cumplido, posiblemente, no hubiese dejado espacio para el abordaje que se ha emprendido desde el Colegio de Médicos de Madrid y que, hasta la fecha parece no ha tenido respuesta por parte de ninguna organización de las que al menos en teoría representan a las enfermeras, lo que también contribuye a que no sea identificado con la gravedad que realmente tiene.

Este desolador panorama de luchas, asaltos, robos y dejaciones sin duda contribuye a un descrédito en la valoración, reconocimiento y visibilidad de lo que es el verdadero tesoro de las enfermeras, es decir, los cuidados, que tristemente abandonan para cambiarlo por los brillos engañosos de la tecnología y los cantos de sirena de unos supuestos beneficios que tan solo les conducirán a encallar en el mejor de los casos o naufragar irremediablemente en el peor y más probable de ellos. Cuestión que es aprovechada por los piratas de la sanidad para hacerse con el botín que tras tanto tiempo a la vista han descubierto ahora como valioso para sus intereses. Sin que ello quiera decir que con el mismo vayan a favorecer a las personas, las familias y la comunidad. Tan solo lo utilizarán como complemento de su narcisismo profesional y como trofeo de sus abordajes en el mar de la confusión generada por unas/os y otras/os y con el beneplácito o la connivencia de las/os guardianas/es de la paz y el orden en el mismo.

Recuperemos lo que es nuestro y defendámoslo desde el rigor y la ciencia enfermera sino queremos caer nuevamente en la despersonalización y falta de identidad que provocará la pérdida de los cuidados como consecuencia de nuestro abandono y nuestra confusión.

No es buena cosa dejar camino real por vereda, pues a buen seguro no nos llevará donde deseamos y lo haremos en peores condiciones, si es que no nos perdemos.

[1] Filósofo, profesor de Filosofía y escritor español.

[2] https://www.diariomedico.com/medicina/profesion/el-icomem-insta-establecer-un-codigo-cuidados.html

[3] “…y con estas consideraciones debe ir a una práctica intensiva. Repetir muchas veces las cosas para que, si las hace bien, salgan mejor. Procurar adquirir agilidad en el trabajo, educar sus manos a la dulzura, en una palabra dedicar todos sus afanes a la máxima perfección” (Manual de la enfermera, 1940)

[4] “La enfermera tiene por misión el atender a los enfermos, y todos los cuidados que haya que prestarles, sean de la clase que sean. Médicos, higiénicos, personales, corresponden a la misma: debe ser el único intermediario entre el médico y el enfermo, la única persona que entre en contacto con éste” (Manual de la enfermera, 1952)

[5] “Los médicos tendrán auxiliares instruidos, que cumplan sus indicaciones.”  (1907)

[6]El médico es el sabio, es el que entiende más que todos, es el que manda….”  (1919)

[7] “Para con sus superiores, la enfermera, ha de ser sumisa y obediente. No ha de discutir las órdenes que reciba. Si alguna cosa cree que no puede cumplir o tiene escrúpulos de que pueda estar mal indicada, por observaciones que puede recibir del estado del enfermo después de dictada, tiene que hacerlo saber al médico directamente, sin intermediarios, y sobre todo con modestia, para que pueda ser rectificada después”  (1940)

[8] “Por lo que respecta al ATS es claro que el médico es el superior y al que ha de obedecer por motivos naturales y sobrenaturales”  (1975)

[9]Por ello hemos de procurar que los conocimientos teóricos se reduzcan a los límites precisos de nociones e incluso de definiciones tan solo… Creemos que debemos conseguir ayudantes técnicos sanitarios poco sabios, pero en cambio, hábiles y precisos en el ejercicio de la profesión y siempre con la conciencia de la función que deben llevar en relación con el médico, el enfermo y la sociedad”  (J. Alvarez Sierra y Manchón: Historia de la profesión, 1955) 

RUTINA Y DOCENDIA DE ENFERMERÍA Cuando el hábito no hace a la enfermera

La rutina es el hábito de renunciar a pensar.

“El hombre mediocre» (1913) José Ingenieros[1]

 

Con el mes de septiembre se inicia la lenta pero necesaria e implacable salida del letargo estival y con ella la incorporación, no siempre progresiva y pausada, a la actividad en cualquier ámbito de trabajo, que conduce en muchas más ocasiones de lo deseado a la rutina, entendida esta como la costumbre o hábito adquirido de hacer algo de un modo determinado sin requerir para ello reflexión o decisión o también como la habilidad producto exclusivamente de la costumbre.

Puede que en algunos contextos dicha rutina sea considerada como favorable o entendida como normal e incluso deseada. Yo, particularmente, considero que, en sí misma la rutina, no es buena nunca, aunque todas/os en mayor o menor medida, la incorporamos en nuestras vidas como parte de nuestra actividad diaria.

Pero desde el momento en que dicha rutina supone la anulación de reflexión y por tanto de análisis previo sobre aquello que se hace, la misma cuanto menos debería ser cuestionada e incluso rechazada de plano en determinados ámbitos en los que dicha irreflexión supone un claro y manifiesto elemento de ineficacia, ineficiencia e incluso me atrevería a decir que de irresponsabilidad y falta de ética.

Son muchos los ejemplos sobre los que podríamos hablar al respecto, pero me quiero centrar en uno que específicamente me preocupa y ocupa como es el de la docencia en general y el de la docencia de enfermería en particular.

Posiblemente no seamos conscientes o no con la suficiente intensidad de la responsabilidad que adquirimos y tenemos cuando ejercemos de docentes. Y aquí quisiera establecer mi primera reflexión. Digo cuando ejercemos de docentes porque nadie estudia ni en muchas ocasiones lamentablemente se prepara para ser docente. Se es arquitecto, ingeniero, maestro o enfermera y es desde su disciplina desde la que puede incorporarse a ser docente de dicha disciplina. Sin embargo, es muy habitual, al menos entre las enfermeras, que las que se dedican a la docencia al ser preguntadas por su profesión respondan que son profesoras universitarias. No son profesoras universitarias, sino que trabajan como tales. Ser, son enfermeras, pero parece como si ser profesora universitaria diese más prestigio o pedigrí o estuviese mejor visto que el ser enfermera, lo que en sí mismo ya es un grave problema y supone, a mi parecer, un importante elemento de distorsión e incluso de rutina en su actividad. Porque si a lo que se dedica es a la docencia de enfermería, pero renuncia, o cuanto menos oculta, su condición de enfermera, la docencia que pueda impartir queda cuanto menos cuestionada u ofrece serias dudas sobre su aportación desde el conocimiento enfermero y lo que es tan importante o más si cabe, como es el sentimiento de pertenencia y orgullo de ser y sentirse enfermera, es decir de identidad.

Así pues, nos encontramos con esa primera inercia a la falta de reflexión sobre lo que es y significa ser enfermera y dedicarse a la docencia de futuras enfermeras. Algo que sin duda implica un problema a la hora de compartir, trasladar, enseñar… el conocimiento, aislado de sentimiento enfermero, lo que hace que el mismo se convierta en un conjunto de conceptos teóricos totalmente asépticos y alejados de lo que suponen y significan como parte integral de los cuidados profesionales, más allá de la adquisición de competencias que parece ser lo único que verdaderamente importa, pues es lo que forma parte estructural de la guía docente de las asignaturas. Y en base a ello se secuencia la docencia de manera rutinaria y lo que es también preocupante, de manera fraccionada. Porque las asignaturas se convierten en el ámbito de poder de las profesoras y de los Departamentos de los que forman parte. Se defiende con uñas y dientes y con navaja si es preciso el crédito como unidad de medida del poder que otorga, estableciendo una frontera entre departamentos, áreas de conocimiento, asignaturas, profesorado… que delimita, acota, aísla… el conocimiento integral, integrado e integrador y con ello una de las principales señas de identidad enfermera como es el cuidado integral u holístico del que sin embrago se nos sigue llenando la boca, aunque lamentablemente no sirva para hacerlo realidad.

Esto es de médico-quirúrgica, esto es de comunitaria, esto de salud mental… suelen ser demandas que encierran un sentimiento de intrusismo intelectual y del conocimiento que es absolutamente anacrónico y rechazable, pero que se mantiene, e incluso se refuerza, más allá de la necesaria e imprescindible reflexión, lo que supone otro elemento de rutina en la docencia enfermera.

Los prácticum que vinieron a incorporarse con los cambios propiciados por el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) como asignaturas independientes con competencias propias y destinadas a lograr una mayor permeabilidad entre el ámbito docente y el asistencial, se han convertido lamentablemente en cajones de sastre y en reinos de taifas de las titulaciones, asumiendo idéntico valor de poder y con ello de lucha por su control que el resto de las asignaturas, sin que además hayan logrado reducir la famosa brecha entre universidad y sistema sanitario y suponiendo, en muchos casos, la mimetización o continuidad de las, en teoría, extintas prácticas clínicas en cuanto a la capacidad de aprendizaje que en los mismos debería existir, pero que se limitan a la asistencia temporal en un centro, unidad o servicio de las/os estudiantes sin que realmente exista un compromiso compartido entre enfermeras docentes y clínicas en el proceso de enseñanza-aprendizaje, lanzándose reproches mutuos por entender que la culpa siempre es del/la otro/a. A la ausencia generalizada de una planificación de la docencia en y durante los prácticum se une una apatía manifiesta de las/os responsables de los sistemas sanitarios que entienden que bastante hacen dejando que las/os estudiantes acudan a sus organizaciones, pero evitando implicaciones mayores que favorezcan e incentiven a las enfermeras en la tutorización o que promuevan acciones compartidas entre universidad y sistema sanitario que mejoren el proceso, lo que provoca un rechazo cada vez mayor a la asunción de responsabilidades de tutorización que identifican exclusivamente como una carga y no como un elemento de motivación y desarrollo profesional. Lo que también supone, en muchas ocasiones, una rutinización de la actividad tutorial alejada de la necesaria interacción y complicidad en el aprendizaje entre docente y estudiante.

Pero además hay que añadir la cada vez mayor resistencia de las enfermeras a integrarse en la universidad como profesoras. Por una parte, como asociadas sin que suponga la renuncia a su puesto asistencial pero que identifican como una carga de tareas o actividades que no quiere el profesorado a tiempo completo y con una clara resistencia de las organizaciones sanitarias para facilitar la compatibilidad de ambas actividades. Pero la resistencia aún es mucho mayor si hablamos de la incorporación a tiempo completo en la universidad al identificar el contexto como hostil, mal retribuido, de difícil desarrollo académico… lo que supone una progresiva y preocupante desertización enfermera que es aprovechada por profesionales de otras disciplinas para incorporarse en los espacios que no ocupan las enfermeras y que sin embargo corresponden a docencia específica y exclusivamente enfermera, con lo que ello supone para la formación de las futuras enfermeras.

Por otra parte hay que destacar lo que representa una rutina implacable en el ámbito de la docencia de enfermería como es el alejamiento cuando no el abandono de la práctica asistencial por parte de las enfermeras que se incorporan como docentes a tiempo completo en la universidad con lo que ello significa de alejamiento con la realidad asistencial y de pobreza en el proceso de enseñanza-aprendizaje que acaba por convertirse en una permanente comparación entre lo que se dice en el aula y lo que se ve o hace en el servicio, centro o unidad de cualquier organización sanitaria. Esta realidad que se acepta e incorpora igualmente como rutina de la docencia enfermera viene determinada por las barreras que desde uno y otro ámbito, sanitario y universitario, se ponen para impedir que existan posibilidades, que debieran ser obligatorias y permanentes, de incorporación de las enfermeras docentes en el ámbito asistencial en el tiempo y forma que se determinen, pero que actualmente son totalmente imposibles por las trabas administrativas existentes, sin que exista voluntad real de revertir tan triste como incomprensible realidad. Realidad que podría paliarse en parte con la creación de las denominadas plazas vinculadas que permiten una actividad docente-asistencial compartida y claramente definida y sin que suponga, como sucede con las plazas de asociados, un contrato secundario al de enfermera asistencial. Pero esta figura, que para otras disciplinas es habitual, para las enfermeras existe mucha resistencia a crearlas en la mayoría de servicios de salud, dado que ninguna de las partes asume de buen grado compartir profesional y gasto. Finalmente conlleva que se perviertan las plazas de asociados, por parte de la universidad porque son utilizadas para cubrir las carencias de profesorado a tiempo completo a un coste mucho menor y por parte de sanidad porque no debe renunciar a tiempo alguno de actividad asistencial y se aprovecha del prestigio que, al menos teóricamente, supone ser centro docente universitario a coste cero.

Pero volviendo a las aulas, no podemos dejar de reflexionar sobre los planes de estudio, los conocimientos que se imparten y cómo se imparten.

No soy quien, para criticar los planes de estudio de ninguna Facultad de Enfermería, ni es mi intención hacerlo, pero sí considero importante reflexionar sobre lo que supone el actual panorama docente enfermero y que conlleva el que en muchos más casos de los deseables y deseados dichos contenidos no logren lo que debería ser objetivo fundamental de cualquier Facultad como es el de formar a las mejores enfermeras como enfermeras y no tan solo como recursos humanos para las organizaciones sanitarias, como si más allá de estas no hubiese vida, lo que acaba siendo identificado por el estudiantado como una realidad que es falsa dado que son muchos los escenarios en los que una enfermera puede prestar cuidados, aunque ya desde su formación no son identificados al no ofrecérseles posibilidades reales de desarrollar los prácticum, por ejemplo, o de abordar simulaciones en escenarios que vayan más allá de una sala de hospital, una UCI o una consulta enfermera.

Posiblemente aquí esté el problema. ¿Qué se entiende por formar a las mejores enfermeras? Es decir, ¿las mejores enfermeras son aquellas que demandan los servicios de salud para responder a su modelo asistencialista, medicalizado, tecnológico, fragmentado, patriarcal y centrado en la enfermedad? Lo que supone que se adapte la enseñanza a ese modelo o, por el contrario, la docencia debe formar a las enfermeras que respondan desde el paradigma paradigma enfermero, centrándose en los cuidados profesionales, en el autocuidado, en la humanización… sin que ello signifique renunciar ni minusvalorar las técnicas y la tecnología, pero sabiendo qué lugar deben ocupar en el proceso de enseñanza-aprendizaje y cómo deben articularse con la acción cuidadora enfermera. Y algo trascendental como es que las futuras enfermeras se sientan orgullosas de serlo y capaces y competentes para liderar los cuidados en cualquiera de los ámbitos en los que se incorpore. No hacerlo supone que las Facultades se asemejen más a cadenas de montaje y abastecimiento de recursos para los servicios sanitarios que los demandan, que a centros docentes de excelencia en los que se forma a enfermeras para la comunidad, capaces de prestar cuidados de calidad y saber liderarlos sin caer en el conformismo, la desmotivación, el continuismo y la apatía que el sistema imprime y que impide que los cuidados abandonen la subsidiariedad y la invisibilidad que les otorgan las instituciones en favor de los procesos médicos y medicalizados, haciendo de la rutina su principal modo de actuar que, por otra parte, no les resulta extraña ya que han participado de la misma durante su formación, con lo que estamos ante un problema recurrente que debemos afrontar para vencer y en una peligrosa espiral de la que es necesario salir y que, desde mi punto de vista, resulta imprescindible que se inicie en la universidad.

Pretender que la humanización forme parte indiscutible e inseparable de la actividad enfermera sin que dicha humanización esté presente en la universidad es tanto como creer que la misma puede adquirirse por ciencia infusa, iluminación divina o que forme parte de la manoseada vocación sin que se requiera nada más para alcanzarla. Confundir humanización con simpatía o paternalismo es otro error que suele cometerse y que lejos de contribuir a comprender lo que es y significa la humanización, la pervierte y convierte, en el mejor de los casos, en un proceso de tutela escolar que anula la autonomía, favorece la dependencia, reduciendo o eliminando la autoestima y la empatía.

La participación, el liderazgo, la iniciativa, la implicación, el pensamiento crítico, la creatividad… no pueden ni deben quedar limitados en el estudiantado a que surjan espontáneamente. Se debe trabajar para incentivarlos y que se conviertan, tal como se planteaba en el EEES, en protagonistas activos de su propio proceso de enseñanza-aprendizaje, dejando a las/os docentes como coordinadoras/es y facilitadores del mismo. Pero es evidente que eso supone no tan solo un cambio radical de roles que lamentablemente no se ha dado de manera generalizada, sino una forma diferente de ver, entender y trasladar lo que significa ser y sentirse enfermera desde el conocimiento enfermero. Y que nadie confunda lo que estoy planteando con un posicionamiento de reivindicación laboral, en absoluto. Siendo importante no corresponde a la universidad este cometido en el que, sin embargo, se implica permitiendo que los sindicatos hagan proselitismo de sus “empresas” para captar afiliados como si ello fuese parte imprescindible de su formación. Paradójicamente las sociedades científicas suelen ser relegadas, sin que siquiera se haga mención a las mismas, cuando son organizaciones fundamentales del ámbito científico-profesional en la madurez de cualquier disciplina/profesión.

La evaluación es otra de las rutinas que se incorporan en la docencia enfermera y que suponen que la formación se convierta en un proceso de “tragar y vomitar” conocimientos a través de pruebas tipo test que encasillan los mismos y los convierten en una valoración cuantitativa de probabilidades en base a una escala numérica con la que resulta muy difícil, por no decir imposible, conocer cuál es el grado de adquisición de competencias enfermeras, convirtiéndola en la principal preocupación del estudiantado en lugar de la necesidad y el gusto por aprender y en una extraña forma de entender la excelencia docente cuando el número de suspensos es muy superior al de aprobados, tildándose de asignaturas “María” aquellas que no participan de esta competición de fracaso docente.

Los Trabajos Fin de Grado (TFG), otra de las novedades que incorporaba el EEES como elemento de introducción e incentivación de la investigación, se han convertido en sus mayores enemigos al ser identificados por el estudiantado como algo temible y que deben asumir con resignación, pero no con ilusión, cuando en muchos casos no ha existido una formación de base sobre investigación o esta ha sido muy pobre, lo que supone que aborrezcan y renuncien a la investigación incluso antes de ser enfermeras. Y que las docentes lo asuman como obligación, pero no con el compromiso de incorporar en el estudiantado la curiosidad y la motivación por la investigación. Es decir, para este viaje no hacían falta esas alforjas. Esto, sin duda, tiene posterior reflejo en aquello que se investiga y que es de dudosa utilidad y en la ausencia de transferencia de las evidencias a la práctica enfermera, lo que cuestiona claramente la investigación enfermera.

Finalmente, cuando acaban, muchas/os de ellas/os, deciden irse al extranjero dadas las penosas condiciones laborales en las que tienen que trabajar, no tan solo por los bajos salarios sino por la dificultad que supone conciliar la vida familiar y personal y el escaso o nulo reconocimiento de las organizaciones a los cuidados. Esta circunstancia conduce a una manifiesta falta de enfermeras que agrava la evidente escasez de cuidados profesionales que se necesitan y no se prestan, lo que es aprovechado para plantear alternativas más económicas y rentables tanto desde el punto de vista formativo como del de contratación posterior, aunque ello signifique una menor calidad de los cuidados prestados, que siguen siendo algo que se entiende secundario y prescindible.

Por otra parte, a competitividad mal entendida entre Facultades y Universidades por alcanzar puestos de relevancia en cualquier ranquin de los existentes lleva a que se produzcan posicionamientos de aislamiento e individualismo tendentes a preservar “los secretos” de sus éxitos, en lugar de generar espacios de análisis, reflexión y debate que propicien excelentes modelos de formación enfermera que no queden limitados a tasas de abandono, de aprobados, de matrícula… que nuevamente obedecen más a criterios mercantilistas que de excelencia académica.

En fin, son tan solo algunos de los factores que como enfermera y docente identifico en el actual panorama universitario de enfermería. No son los únicos ni posiblemente en muchos casos los más prevalente e importantes, pero son algunos de los que incorporan con mayor fuerza la rutina en la formación enfermera y con ella la pérdida de identidad y liderazgo enfermeros.

Son muchas las excelentes enfermeras docentes que permitieron que enfermería se incorporase y consolidase en la Universidad y también muchas las que existen y mantienen altos niveles de excelencia. Pero esto no nos puede cegar e impedir identificar que la rutina se ha incorporado como un mal latente y permanente en la formación enfermera. Los problemas externos, como sucede en otros muchos ámbitos de la actividad enfermera, son muchos y potentes. Pero esperar a que reviertan espontáneamente o que sean resueltos por otras/os sin nuestra implicación es tanto como contribuir a la decadencia de la docencia enfermera y, sinceramente, creo que esto es algo que por compromiso con quienes nos precedieron, deber con quienes nos sustituyan y obligación con quienes confían en nosotras/os su formación, debemos asumir como responsabilidad ineludible y si para ello hace falta cambiar hagámoslo desde el rigor que como miembros de una disciplina científica que somos, tenemos. Y algo que no se nos puede nunca olvidar, la obligación ética y moral de responder a las necesidades de las personas, las familias y la comunidad con cuidados de calidad y calidez.

Y es que como dice Rosa Montero[1] “tal vez la rutina nos ciegue y solo veamos lo que creemos ver”, cuando realmente hay mucho más. Porque la rutina y el hábito no hacen a la enfermera.

[1] Periodista y escritora española (1951)

¿EL PRINCIPIO DEL FIN O POR FIN EL PRINCIPIO?

“Llegará un momento en que creas que todo ha terminado. Ese será el principio.”

Epicuro[1]

 

Mucho se ha venido hablando estas últimas semanas de verano y vacaciones, para quienes han tenido la ocasión de disfrutarlas, sobre las enfermeras y su papel, competencias, funciones, rol… que de todo ha habido, en el ámbito de la Atención Primaria fundamentalmente.

Se ha hablado, propuesto y determinando, por parte de quienes además no han sido, precisamente, defensores de las enfermeras y su aportación a la salud de las personas, las familias y la comunidad. Porque lamentablemente lo han hecho desde el oportunismo, la precipitación, la urgencia y, sobre todo, la ocurrencia en sustitución de la evidencia como elementos imprescindibles de su estrategia como ahora expondré.

Plantear como se hizo la sustitución de médicos por enfermeras ante la supuesta y cacareada falta de médicos en Atención Primaria es un acto de absoluta incoherencia, mediocre gestión, ausente planificación, total desconocimiento o de una mezquindad absoluta para generar un enfrentamiento que distrajera la mirada, precisamente, de quienes actúan con tanto desprecio hacia las/os profesionales y hacia la población a la que, supuestamente, pretenden proteger con tales medidas[2].

La verdad es que lo fácil, lo inmediato, es pensar que se trata realmente de una torpeza sin precedentes. Pero esto no encaja en la magnitud de la medida propuesta y en la posibilidad y creencia de que no exista nadie en la consejería de salud de Madrid con capacidad de decisión que tenga un mínimo de inteligencia para impedir que se proponga algo tan descabellado como inapropiado. Por lo tanto, y posiblemente sea lo que más miedo da, considero que lo sucedido obedece justamente a un acto pensado, planificado y ejecutado con estivalidad y alevosía con el objetivo de hacer daño.

Pero ¿daño a quién? Cabe preguntarse. Pues en primer lugar al sistema público de atención haciendo creer a la población que el mismo es ineficaz e ineficiente y con ello reforzar la creencia de una sanidad privada salvadora y supuestamente altruista que está dispuesta a ofrecer sus servicios para beneficiar a la ciudadanía.

¿Y cómo hacerlo sin que se identifique como una demolición del sistema público y una clara apuesta por el privado? Pues utilizando a las/os profesionales como chivo expiatorio y arma arrojadiza.

La secuencia, pues, es la siguiente.

En primer lugar, se hace creer a la ciudadanía que existe una carencia de médicos para atender a los centros de salud. Carencia no por falta real de médicos en cuanto a número, sino como consecuencia de las condiciones tanto laborales como profesionales que hacen que los médicos rechacen de manera cada vez mayor incorporarse en los Centros de Salud. De esta manera se da a entender que, a pesar de los esfuerzos realizados por las/os gestoras/es sanitarias/os, como brazo armado de las/os ideólogas/os políticas que deciden la estrategia, son los médicos quienes tienen la culpa de esa carencia y de las consecuencias que la misma provoca en la atención a las personas, las familias y la comunidad.

Pero para reforzar su maléfico plan, incorporan una nueva y demoledora acción que afecta a las enfermeras sin que, claro está, las enfermeras participasen de la misma ni en su planteamiento ni mucho menos en su planificación y ejecución.

Se trata de trasladar la responsabilidad de atención, ante la falta de médicos, a las enfermeras.

Y esto merece un análisis que vaya más allá de la simple y torpe reacción inmediata que es lo que generó la misma una vez conocida. Porque, realmente, es una propuesta envenenada que ni el mismo Príncipe de Maquiavelo hubiese sido capaz de pertrechar con tanta malicia como éxito.

En primer lugar, al trasladar la responsabilidad de atención a las enfermeras, se consigue un doble objetivo. Por una parte, se pretende hacer creer la confianza que se deposita en las enfermeras para asumir dichas competencias. Confianza que no tan solo no es real, sino que se ha venido demostrando de manera sistemática que nunca se ha tenido en ellas.

Por otra parte, y no menos maquiavélica, se logra enfrentar a los médicos con las enfermeras al identificar los primeros que se están invadiendo sus competencias por parte de las segundas. De esta manera el foco de atención se desplaza de quién toma la decisión hacia quienes se les asignan competencias que ni habían solicitado asumir ni participaron en su planteamiento. Toda una estrategia de despiste y de desgaste de quienes en teoría debían resolver los problemas de atención que las/os responsables de gestionarlo ni querían ni sabían, posiblemente también, cómo llevar a cabo.

Pero aún hay más. El mensaje que se traslada a la población, lejos de ser tranquilizador y garantizar la cobertura de atención, lo que provoca es un rechazo hacia las enfermeras por no considerarlas competentes para asumir la posible demanda de atención con lo que su valoración y reconocimiento se resiente al tiempo que son identificadas como intrusas que quieren ejercer de médicos sin serlo. Por otra parte, y sin que este fuese un objetivo de la trama, la ciudadanía, lejos de ver a los médicos como unos desertores que no quieren trabajar en Atención Primaria, que es lo que se pretendía, pasan a ser identificados como víctimas del sistema y de la administración al quedar a ojos de la comunidad como los profesionales que se les ataca y se les usurpan competencias.

Y como colofón nos encontramos con ciertos sectores de la enfermería que identifican esa concesión competencial como un favor de la administración y a su vez como un ataque sin sentido por parte de los médicos al interpretar que no quieren dejarles crecer como profesionales y adoptando un victimismo absurdo. Todo lo cual contribuye al objetivo marcado por las/os ideólogas/os de quedar indemnes por su acción y que todo el peso de las críticas se focalice en médicos y enfermeras.

Hecho este análisis de la secuencia es necesario también dejar claros diferentes aspectos sin los que sin duda estaría contribuyendo al objetivo marcado por los estrategas de la confusión.

Lo primero de todo es que en ningún momento pretendo trasladar el que las enfermeras no puedan asumir competencias que, hasta la fecha, han sido identificadas como de exclusividad médica. Esto sería tanto como ir contra las evidencias científicas y la propia evolución de las profesiones tal y como se demuestra en múltiples ejemplos de países en los que esto no tan solo está asumido, sino que forma parte de la normalidad de atención a la población. Por lo tanto, el problema no es si las enfermeras son o no competentes, que lo son, sino de qué manera se regula, instaura y normaliza a través de un debate riguroso y científico entre las partes. El problema viene determinado por la falta de diálogo y por la torticera forma de gestionar las situaciones que, además, no son nuevas.

Así mismo, no puede ni debe trasladarse que la atención que se ofrece a la población es una sustitución, porque en sí misma esta definición ya conlleva implícitamente la condición de intrusismo e invasión competencial. No se trata, por tanto, de que las enfermeras puedan sustituir a los médicos en determinadas competencias para aliviarles de su carga o para paliar su falta de recursos. La asunción de competencias va ligada a conocimiento y responsabilidad y no a una cesión gratuita y puntual derivada de una carencia asistencial de la que ni son responsables ni tienen obligación alguna de asumir.

Mientras todo esto sucede, las/os mismas/os que provocan esta kafkiana situación, impiden que las especialistas de enfermería familiar y comunitaria, que se forman con dinero público, se incorporen a la Atención Primaria para asumir competencias que permitirían regular con eficacia y eficiencia muchas de las carencias y debilidades que actualmente tiene el sistema público como consecuencia de la gestión llevada a cabo y las constantes barreras y dificultades que se provocan para que se produzca un cambio tan necesario como deseable, pero que supondría un obstáculo a las intenciones privatizadoras, por lo que la mejor defensa es un buen ataque.

Las enfermeras por su parte no podemos admitir la manipulación como herramienta para la gestión de las organizaciones porque con ello contribuiremos a los objetivos de desestabilización del sistema público, al pobre desarrollo profesional que es artificialmente manejado por intereses políticos y a la debilitación de nuestra imagen social y el empobrecimiento del valor de los cuidados prestados. Ante todo lo cual no hay que olvidar, y es necesario destacar, están contribuyendo las enfermeras gestoras que contribuyen con su acción u omisión a que se lleven a cabo estrategias tan insensatas y dañinas, siendo cómplices necesarias y solícitas de su desarrollo.

A todo ello hay que añadir el torpe y también interesado abordaje que de la situación realizaron determinados medios de comunicación. Lejos de hacer un análisis riguroso de lo acontecido, contribuyeron a la desvalorización de las enfermeras al identificarlas como intrusas e incapaces de responder a las demandas de salud de la población, ridiculizando la situación en su patético abordaje. Mientras tanto, las críticas hacia la administración quedaron claramente diluidas y alejadas del verdadero objetivo de la decisión adoptada tal y como ya he planteado, al situarlas en un segundo plano.

Pero aún hay más. Los órganos de representación de las enfermeras tampoco estuvieron a la altura de las circunstancias al centrar sus críticas sobre aquello que interpretaron como un ataque a las enfermeras por parte de los médicos exclusivamente, dejando indemnes a quienes son las/os verdaderas/os y exclusivas/os responsables de tan lamentable como bien diseñada estrategia de descrédito del sistema público y de sus trabajadoras/es.

Por su parte los médicos cayeron en la trampa que les tendieron instrumentalizándoles para que centrasen sus críticas hacia las enfermeras, mientras eran señalados como culpables de las carencias del sistema por no querer ocupar plazas de Atención Primaria. Lo que por otra parte viene a visibilizar otro de los graves problemas que actualmente padece la Atención Primaria que ha sido tan castigada y desvirtuada, siendo cada vez menor el número de profesionales que quieren trabajar en ella, sobre todo los médicos que no se sienten ni atraídos ni realizados a pesar de haber contribuido de manera clara en la medicalización y asistencialismo del modelo imperante y que ven los cambios propuestos en la Estrategia de Atención Primaria y Comunitaria como una amenaza en lugar de como una oportunidad para su desarrollo profesional, centrado en la enfermedad, la curación y la tecnología, lo que justifica la gran cantidad de plazas de Médicos Internos Residentes (MIR) de Medicina Familiar y Comunitaria que quedan desiertas en las convocatorias anuales de especialidades médicas. Y, paradójicamente, a pesar de ello se resisten y alzan airadas voces contra cualquier posibilidad o intento de que las enfermeras asuman competencias que ellos no quieren realizar. Es decir, son como el perro del hortelano, ni comen ni dejan comer.

Toda esta maraña de acciones y omisiones premeditadas y estudiadas concienzudamente acaban por generar un contexto de crispación que enfrenta a todos contra todos menos contra quienes la provocan.

Mientras sigamos preocupadas/os por aspectos corporativos sin tener en cuenta las consecuencias que decisiones como las apuntadas tienen para el desarrollo profesional y la salud de las personas, las familias y la comunidad, resultará muy difícil que logremos identificar y trasladar nuestro verdadero rol profesional y generar una imagen de prestigio y respeto interprofesional y social. Caer en las provocaciones claramente intencionadas tan solo nos sitúa en el foco de todas las críticas y daña claramente nuestra imagen.

Identificar a médicos o enfermeras, en función de quienes lo hagan, como enemigos en lugar de actuar desde el respeto y de manera coordinada y transdisciplinar para dar respuestas eficaces y eficientes a las necesidades y demandas de la población y lograr que el sistema público de salud recupere la confianza y la calidad que en algún momento se identificaba como seña de identidad, es la mejor manera de apoyar, aunque sea involuntaria o inconscientemente, a cuestionar el sistema y a sus profesionales y con ello a perder la confianza de la ciudadanía y dar argumentos a quienes tienen como principal fin la privatización del sistema y la reversión del mismo a un modelo de beneficencia para pobres.

Y ante esto, que puede interpretarse e incluso denunciarse como un ataque muy particular en un territorio autonómico concreto, se adoptan u omiten decisiones por parte de quienes, al menos en teoría, defienden el sistema público, que contribuyen a alentar y reforzar medidas como las expuestas. Así nos encontramos con la incomprensible pero real inacción del Ministerio de Universidades a la hora de resolver un proceso como el de la prueba de acceso a la especialidad de enfermería familiar y comunitaria que se llevó a cabo en diciembre del pasado año, utilizando el silencio tramposo, mentiroso e indecente como toda respuesta a lo que es un derecho de las enfermeras, pero también de la población a la que se le está privando de tener una atención de calidad. O el no menos escandaloso silencio de la ministra de Sanidad a la promesa de creación de una Estrategia de Cuidados hecha pública por ella misma también en el mes de diciembre del pasado año, aprovechando el cierre de la campaña Nursing Now. Lo que ha demostrado ser un oportunismo sin voluntad política alguna de hacerlo realidad cuando nos encontramos en un contexto de cuidados que se ha hecho aún más patente tras la pandemia y que urge liderar, siendo las enfermeras quienes en mejores condiciones están para hacerlo.

Para concluir este análisis y reflexión tan solo me queda plantear si todo lo que está sucediendo no puede suponer el principio del fin no tan solo de la Atención Primaria sino también de la aportación cuidadora de las enfermeras o por el contrario puede ser el punto de inflexión que permita poner fin a tanto desmán para iniciar el principio de una nueva realidad.

Si continuamos esperando a que nos den las respuestas nos podemos encontrar casi con absoluta seguridad con el fin ya definitivo. Así pues, el principio depende, en gran medida, de la postura, determinación y decisión que como enfermeras adoptemos. De cómo afrontemos ese deseable y deseado principio, tan necesario como imprescindible, puede suponer el fin de lo que está ocurriendo.

Tal como dijera Julio Cortázar[3], “Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”.

[1]   Filósofo griego, fundador de la escuela que lleva su nombre (epicureísmo) 341 a. C​ – 271/270 a. C

[2] chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://www.newtral.es/wp-content/uploads/2022/06/PROCEDIMIENTO-ACTUACION-ANTE-AUSENCIA-DE-MEDICO-300522.pdf?x24211  

[3] Escritor y traductor argentino (26 agosto 1914-12 agosto 1984)