ENFERMERÍA. Formación Profesional y Universidad. Realidad disociada.

Hallarás la distancia que te separa de ellos, uniéndote a ellos.

Antonio Porchia[1]

 

Dedicado a Joan Manuel Pérez Vicens

 

En la estela de mi anterior entrada sobre ser y sentirse enfermeras, me parece importante y, además, así me lo trasladó Joan Manuel, no dejar fuera de foco, como habitualmente solemos hacer, la formación de Auxiliares de Enfermería (AE) o Técnicos en Cuidados Auxiliares de Enfermería (TCAE), que se lleva a cabo en el ámbito de la Formación Profesional (FP), en la que participan enfermeras como docentes.

En este sentido cabe destacar el “clasismo” generado con relación a la FP, pero también a la Educación Primaria y Secundaria en comparación a la Educación Superior o Universitaria.

Con la Educación Primaria, pasa como con la Atención Primaria en Sanidad. El hecho de llevar el apellido de “Primaria” en ambos casos, lejos de ser interpretado y valorado en base al impacto que, tanto esa primera educación como esa primera atención, tienen en una adecuada y eficaz formación y salud posteriores, lo es desde una perspectiva de descrédito y de minusvaloración por parte tanto de las/os docentes de otros niveles como de la propia sociedad. Como si lo que en dichos ámbitos se hace no tuviese mayor importancia o dificultad y no requiriese de una formación específica ni mucho menos especial. Cualquiera, parece que pueda ser maestra/o de primaria o enfermera de primaria.

La Educación Secundaria y la mal denominada Asistencia Especializada, por su parte, adquieren un mayor reconocimiento y valoración al tratarse de aspectos formativos y de asistencia específicos que requieren de una supuesta y más especializada preparación. Teniendo en cuenta que la especialización hace referencia a limitar una cosa a un uso o un fin determinados o a dar unos conocimientos especiales en una rama de la ciencia, arte, técnica o actividad, no tiene sentido que se limite dicha especialización al ámbito de la Formación Secundaria o de la Asistencia Hospitalaria, cuando, además, los hospitales no se crean para especializar a los profesionales ni los Institutos para hacer lo propio con las/os docentes, a pesar de lo que en apariencia pueda parecer, dado que son los profesionales los que crean la especialidad y con ella la fragmentación y no a la inversa. Pero estos ámbitos de formación y de atención tienen ya un reconocimiento mayor por parte de profesionales y sociedad. De partida, el hecho de considerar los diferentes ámbitos como niveles, ya les otorga una altura o un grado de desarrollo o de progreso que son identificados como diferentes desde una perspectiva de dificultad o especialidad, cuando realmente de lo que se trata es de enfoques, planteamientos, abordajes, análisis… adaptados a necesidades, factores, contextos, personas… que requieren de respuestas específicas y especializadas por igual en cada uno de los ámbitos, en función de la edad fundamentalmente.

Por último, en esa escala evaluativa en la que tanto nos gusta clasificarlo todo y a todos está la que se denomina Educación Superior o Universitaria. El simple hecho de situarla como superior ya le otorga un claro nivel de distinción y diferencia con relación a los otros dos ámbitos y, por tanto, ya de entrada, se le supone un valor mayor, tan solo por su denominación y con independencia de lo que la misma aporte de valor real.

Pero en esta clasificación tan caprichosa como perversa queda fuera la FP, como si de un reservorio para las anteriores se tratase, pero sin lograr incorporarse con un nivel que le otorgue valor y por lo tanto quedando relegada a una posición residual o menor y con un importante componente de estigmatización valorativa tanto por parte de las/os docentes como de la propia sociedad que la identifica como un mal menor en el conjunto del proceso educativo.

Lo dicho, por tanto, tan solo es una parte del grave problema que tiene el sistema educativo en nuestro país, favorecido por la falta, no tan solo de consenso y de voluntad política, sino por el permanente oportunismo político que antepone los intereses particulares al bien general, que impone las ideas en lugar de favorecer el que se puedan construir libremente, pretende maniatar el pensamiento, confunde educación con formación y ambas con aprendizaje, maniata la docencia con ataduras ideológicas e ideologizantes… en definitiva no considera la educación como un valor ajeno a la manipulación interesada y ligada a la hipocresía del bien particular.

Como consecuencia y centrándome en la FP que sistemáticamente queda excluida, o como mal menor, apartada o relegada del sistema educativo, quienes eligen dicho camino formativo son vistos, identificados y señalados como malos estudiantes, torpes o incluso problemáticos que acceden a ciclos formativos como si los mismos fuesen programas de rehabilitación en lugar de programas educativos de gran valor para la sociedad en múltiples sectores productivos y de servicios.

Centrándome en enfermería, en nuestro país, está fragmentada en base a la organización del sistema formativo que, en muchos casos no obedece a una planificación rigurosa sino a una distribución del conocimiento y de las competencias que no guarda la más mínima coherencia y que acaba por generar conflictos donde deberían plantearse planes articulados que promocionasen una formación longitudinal y continua en la que la Universidad no fuese percibida como un objetivo indispensable para el logro de la identidad, el reconocimiento y el valor que a la FP se le niega de manera sistemática y que provoca claras distorsiones, no tan solo en las dinámicas de aprendizaje, sino también en la coordinación entre las/os tituladas/os de ambos niveles de formación que posteriormente se trasladan e incorporan en las dinámicas laborales en las que trabajan unas/os y otras/os, generando situaciones de enfrentamiento y de percepción de intrusismo o bloqueo de competencias según se hagan por parte de unas/os u otras/os.

Otro factor importante es el hecho de la denominación, ya que las palabras no son inocentes y están cargadas de intención dependiendo de quién las utilice o las interprete. Es por ello que auxiliar puede identificarse como negativo, cuando la primera acepción que tiene en el diccionario es la de la persona que auxilia y, por tanto y en el caso que nos ocupa, que cuida. Sin embargo, se tiende a identificarla como la capacidad subalterna o subsidiaria hacia otras/os, incluso por parte de ellas/os mismas/os, lo que les hace buscar denominaciones diferenciadoras aunque estas acaben siendo acrónimos que pocos entienden, TCAE. En otros países no existe tal diferenciación semántica, aunque si exista a nivel de competencias en función del nivel de formación, experiencia, investigación, acreditación que permite tener un nivel u otro de competencia profesional con la denominación única de enfermera, estando perfectamente regulado por los Colegios Profesionales a diferencia de lo que sucede en nuestro país, que se dedican a otras muchas cosas que no les corresponden y lo que debieran hacer no lo asumen.

De igual forma en otros países no se establece un “foso” o una brecha formativa en Enfermería entre diferentes niveles de formación, al estar toda la formación en el ámbito de la Universidad o regulada de tal manera que no se identifican como barreras para el desarrollo profesional posterior en base al lugar dónde se hayan formado. Son posteriormente los Servicios de Salud y los Colegios Profesionales quienes establecen los criterios que permiten ir avanzado en una planificada y coherente carrera profesional y acreditaciones que facilitan una convivencia sin recelos y sospechas constantes entre unas/os y otras/os desde la percepción permanente de sometimiento o subsidiariedad, de unas/os, o bien por el constante posicionamiento de vigilancia ante lo que se identifica como invasión de competencias, de otras/os.

Por su parte las enfermeras que desarrollan docencia en FP son sistemáticamente olvidadas o valoradas de manera discriminatoria y negativa con relación a las que ejercen competencias docentes en la Universidad, lo que no deja de ser un fiel reflejo del “clasismo” existente en los diferentes ámbitos educativos en general y los de FP, en particular, por parte tanto de estudiantes, docentes, políticos y sociedad en general, que ven en los segundos un ámbito residual. Generando una clasificación que en el imaginario común establece como docentes de primera o de segunda en función del ámbito en que desarrollen su actividad.

Se ha generalizado e interiorizado en la población la cultura de la universidad como éxito u objetivo principal en el desarrollo educativo, interpretando como fracaso cualquier opción que no llegue a alcanzar dicha meta. La consecuencia es la desvalorización de la FP y la identificación de la misma como parte del fracaso comentado. Ambos factores conducen a que las opciones, a la hora de elegir la FP, se reduzcan significativamente o que se haga como mal menor y a que aumente la demanda de plazas en la Universidad, aunque la elección sea consecuencia más de un intento de adaptación a la expectativa social que al deseo real por acceder a la misma.

            El resultado de este escenario educativo supone una clara estigmatización de los estudios de FP que son identificados como menores, fáciles y secundarios, lo que automáticamente representa una clara y manifiesta asociación con las profesiones a las que dan acceso, que a pesar de la gran importancia que las mismas tienen no son valoradas al no haber sido desarrolladas en la Universidad, considerado el templo de la excelencia.

Esta situación provoca una importante disociación entre las titulaciones afines entre FP y Universidad, como es el caso de Enfermería, que se traduce en una clara insatisfacción entre quienes estudian FP, que finalmente deriva en reivindicaciones para que los estudios pasen a integrarse en la Universidad dado que es el ámbito educativo que entienden les proporcionará el valor que no encuentran en FP.

Por otra parte, no deja de ser una permanente contradicción el hecho de que, en Enfermería, por ejemplo, pero no solo en Enfermería, se hable de transdisciplinariedad, intersectorialidad, continuidad, trabajo en equipo… mientras FP y Universidad viven completamente de espaldas a dicha realidad, acabando por ser identificadas dichas características tan solo como un mantra teórico que no tiene reflejo en la realidad y que bien al contrario supone el germen de una confrontación que actúa de manera totalmente negativa en el desarrollo de la Enfermería, de los cuidados y de las/os propias/os AE, TCAE y enfermeras.

No existe comunicación alguna entre docentes de ambos ámbitos, no se plantean estrategias conjuntas que permitan abordar objetivos comunes para las/os estudiantes, no se diseñan actividades prácticas en las que abordar intereses compartidos, no se planifican contenidos docentes que complementen y eviten el solapamiento, la omisión o la repetición innecesaria de los mismos y que, al contrario, permitan una clara identificación de competencias y de trabajo colaborativo.

Tanto en FP como en la Universidad se desarrollan planes de estudio de Enfermería. En ambos ámbitos trabajan enfermeras que desarrollan, imparten y evalúan los planes de estudio. Las/os AE, TCAE y enfermeras acabarán coincidiendo en múltiples lugares de trabajo en los que van a necesitar entenderse y respetarse para poder prestar cuidados de calidad. Los cuidados que precisa la sociedad van a necesitar tanto de unas/os como de otras/os. No existe una Enfermería de AE y TACE y otra de enfermeras. Es exactamente la misma Enfermería, de igual modo que no hay diferencia entre la Enfermería de especialistas, generalistas, la de Práctica Avanzada o la de quien tiene doctorado. No hay, por tanto, Enfermería de 1ª o de 2ª, ni Enfermería de FP y de Universidad. Existe una única Enfermería que, en todo caso, se estudia en diferentes ámbitos educativos que van a permitir adquirir competencias diferentes pero complementarias a quienes estudian en uno u otro ámbito.

Seguir planteando una disociación entre estudios de FP y Universidad como la que actualmente existe tan solo perpetuará los conflictos existentes y conducirá a que los mismos provoquen serios problemas en el desarrollo de la Enfermería que compartimos unas/os y otras/os. Mientras nosotras/os nos dediquemos a pelearnos por lo que justamente debiera unirnos, el vacío que dejemos será ocupado por alguien que después demandará como propio lo que hemos abandonado, logrando las competencias por las que nos enfrentamos.

Resulta imprescindible un análisis en profundidad del actual planteamiento educativo de la Enfermería tanto en FP y Universidad, al que tampoco es ajeno el Sistema de Salud.

Las enfermeras no debemos seguir dando la espalda a una realidad que nos desangra y nos enfrenta. Docentes de FP y Universidad, pero también enfermeras, AE y TCAE del ámbito de la atención debemos aparcar diferencias que tan solo nos dividen, para aunar esfuerzos que permitan poner en valor el trabajo de todas/os con independencia de que seamos AE, TCAE o enfermeras. La Enfermería a la que todas/os pertenecemos lo merece y la población a la que atendemos lo necesita.

Las/os docentes de Enfermería, en FP o en Universidad, necesitamos encontrarnos, hablar, analizar, reflexionar, debatir, consensuar… pero necesitamos también respetarnos y valorarnos como principio fundamental de entendimiento y unidad de acción. Lo contrario supondrá que otros decidan por nosotras/os.

No se trata de mimetizar modelos de otros países, pero tampoco podemos ser ajenos a realidades que funcionan y de las que podemos aprender para adaptarlas a nuestro contexto. Pero, sobre todo, se trata de que como profesionales que somos de Enfermería la dignifiquemos y la pongamos en valor. Ser y sentir la Enfermería también pasa por esto.

[1] Poeta italo-argentino (1885-1968)