CUIDADOS DENOMINACIÓN DE ORIGEN ENFERMERÍA

“El artista es el origen de la obra. La obra es el origen del artista. Ninguno es sin el otro”

Arte y poesía» (1950), Martin Heidegger[1]

 

El Escolladero, Faustino I, Prado Enea, Valencisco, Costumbres…tienen en común que son vinos, pero, sobre todo, hay que destacar que su denominación de origen es Rioja y eso les prestigia y distingue más allá de la marca con la que se presentan y venden.

Otra cosa será la cata que permita distinguir elementos de calidad diferenciadores de los citados caldos por parte de los consumidores. Pero cuando se quiere consumir se solicita un Rioja, un Rueda… y luego ya se elige.

Ginecólogo, urólogo, anestesista, intensivista, cirujano, pediatra, otorrino, traumatólogo… tienen en común que son profesionales sanitarios, pero, sobre todo, su denominación de origen es que son médicos y eso les prestigia y distingue del resto de profesionales sanitarios. No tratan de ocultar su identidad, tan solo le ponen marca, la de las enfermedades, dolencias, aparatos, órganos o sistemas a los que dedican su atención médica. Tan solo existe una excepción en la que la denominación de origen antecede a su marca, la de los médicos de familia, lo que sin duda es muy significativo. Porque incluso los médicos de salud pública tienen marca propia como salubristas o epidemiólogos. Y es que, claro, denominarse primarios o familiares, no parece ser lo más acertado ante tanto “…ólogo” y decidieron voluntariamente, ocultar su condición de comunitarios y quedarse tan solo con lo de médicos de familia. De tal manera que al no tener enfermedad, dolencia, órgano, aparato o sistema específico que les pudiese dar marca optaron por el genérico para su denominación.

En el caso de las enfermeras, salvo las matronas que ocultan su denominación de origen hasta el punto que muchas de ellas quieren constituirse como denominación de origen nueva y propia, el resto de enfermeras mantienen dicha denominación de origen para identificarse, añadiendo la “marca” que les diferencia entre ellas sin sustituir la citada denominación. Así hablamos de enfermeras comunitarias, enfermeras pediátricas, enfermeras de salud mental, enfermeras del trabajo, enfermeras gestoras, o enfermeras sin “marca” definida pero con idéntica identidad propia.

Ante esta tesitura cabe preguntarse si el identificarse como enfermeras obedece tan solo a una cuestión relacionada con la no especialización, que en ningún caso supone demérito, que les caracteriza dado el débil desarrollo de las especialidades en nuestro país o, si realmente es una forma de reforzar la identidad disciplinar enfermera y no tanto la competencia específica sobre algún campo de actividad o acción concretas.

Sin embargo, y a pesar de ello, sigue siendo habitual que una enfermera que presta cuidados en cualquier ámbito y no habiéndose identificado como tal, sea confundida por aquello que realiza con un psicólogo, psiquiatra, epidemiólogo, economista… ya que la población en general sigue relacionando a las enfermeras con las técnicas y las tareas delegadas y no tanto, lamentablemente, con las competencias autónomas alejadas de las mismas y que se siguen asimilando a otras disciplinas. Esta, entre otras muchas, es la razón por la que resulta imprescindible identificarse además de con el nombre de pila, algo que olvidamos también con demasiada frecuencia, con nuestra denominación de origen.

Como sucede con los vinos, tal como ya he comentado, debemos conseguir que la población solicite una enfermera para ser atendida. Posteriormente podrá elegir en función de cualidades, actitudes y aptitudes, pero lo que no se debe cuestionar es sobre quien debe dar la atención, es decir, una enfermera. Todo el mundo sabe y solicita ser intervenido por un cirujano si se tiene que operar del estómago, ser revisado por un oncólogo si tiene cáncer… ¿Por qué entonces no se exige a una enfermera para ser vacunado, capacitado sobre su diabetes, asumir los autocuidados de higiene o alimentación…? ¿Por qué da lo mismo quién lo haga, con tal que se haga? ¿Por qué renunciamos las enfermeras a hacer lo que nos identifica y es de nuestra competencia? ¿Por qué no somos capaces de ser identificadas por aquello que nos es propio, los cuidados, y tan solo lo somos por lo que es delegado o forma parte de la técnica? Son interrogantes que cuanto menos nos tendrían que hacer pensar en qué estamos haciendo mal. Sí, haciendo mal, porque no es de recibo persistir en el victimismo y en el pensamiento de que siempre son otros quienes tienen la culpa de lo que nos pasa y la responsabilidad de arreglárnoslo. Como si no fuese con nosotras, como si el mundo estuviese en contra nuestra y no nos dejase ser y estar. ¿Realmente tenemos argumentos para seguir creyendo que nuestra invisibilidad, la confusión que generamos, las dudas que plantea nuestra aportación específica, se deben tan solo a factores externos, a ataques enemigos, a una persecución permanente? ¿De verdad consideramos que no tenemos responsabilidad alguna para que sigamos siendo invisibles, estando ocultas, siendo ignoradas, siendo irrelevantes?

Sinceramente creo que tenemos que ser autocríticas sin caer, como solemos hacer en ocasiones, en efectos pendulares que nos llevan del victimismo ya comentado al extremo contrario de la flagelación. Se trata de analizar cuál es la situación, el contexto, sin perder de vista cuál es nuestra actuación y actitud, sin perder de vista cuáles son nuestras aptitudes, es decir, nuestras competencias y el grado de responsabilidad que adoptamos y asumimos.

Tal como expresara Rosa Mª Alberdi[2], trabajo excelente es aquel que cumple dos condiciones: soluciona problemas de las personas a las que atendemos y hace evidente la contribución profesional al bienestar individual y social. Y es en base a dicho trabajo excelente y a cómo lo interiorizamos, valoramos y aceptamos, lo que determinará que estemos trabajando, bien en base a paradigmas ajenos a enfermería desde los que daremos respuestas que estarán al margen de nuestra responsabilidad y competencia, lo que nos identificará como profesionales subsidiarios de otras disciplinas en el mejor de los casos o como intrusos que tratamos de asumir competencias que no nos corresponden, al menos de manera autónoma. Bien que lo estemos haciendo desde planteamientos absolutamente teóricos con difícil o nulo traslado al ámbito de la práctica enfermera, lo que impide que podamos ser identificadas como profesionales capaces de hacer aportaciones propias, maduras y reconocibles por parte de toda la población a la que atendemos. O bien que lo hagamos sin tener en cuenta que la responsabilidad no se delega, lo que puede suponer que nuestra contribución sea reclamada y asumida por otros, con nuestra inacción y conformismo, haciéndolo además sin las competencias necesarias y exigibles, lo que determinará una clara confusión sobre nuestra denominación de origen que, además, no tan solo no aportará nada al prestigio y desarrollo de la citada denominación, sino que supondrá un claro retroceso en cuanto a su valoración en los ámbitos disciplinar, profesional y científico. En todos los casos nos alejamos del trabajo excelente y con ello de la posibilidad de ofrecer nuestra denominación de origen, al comportarnos como falsas y malas imitaciones o planteando excelencias incapaces de poder ser aplicadas y, por consiguiente, de ser contrastadas y evaluadas por sus prestaciones específicas. Por ello, desde dichos posicionamientos seremos incapaces de resolver o ayudar a resolver los problemas de salud de las personas, las familias y la comunidad, ni aportaremos nada, o muy poco, al desarrollo de la enfermería.

Si por el contrario somos capaces, desde nuestra denominación de origen propia, de identificarnos de manera inequívoca en la solución o ayuda que permita afrontar los problemas de salud que afectan a las personas, las familias o la comunidad y además contribuimos de manera clara y decidida a mejorar nuestra profesión, estaremos ofreciendo un trabajo excelente que no tan solo será valorado por lo que de aportación a la salud hacemos, si no que será claramente identificado como denominación de origen enfermería con independencia de que lo hagamos desde la enfermería comunitaria, de salud mental, de pediatría, de geriatría o desde la prestación de cuidados generales, porque lo verdaderamente importante será esa denominación de origen propia.

Otra cuestión será el envase en que presentemos nuestro producto enfermero y que tendrá que ver con el grado de simpatía, la presencia, la oratoria… que empleemos, que pueden contribuir a que la imagen ofrecida sea más o menos apreciada, más o menos atractiva, pero que no influirá en la calidad del producto con denominación de origen que es lo que le otorga el verdadero valor.

Por otra parte, es importante que identifiquemos y exijamos que los órganos reguladores de dicha denominación de origen establezcan los criterios de idoneidad y calidad, que permitan relacionar dicha denominación de origen enfermería, con quienes deben prestarlas de manera inequívoca, las enfermeras. Las omisiones imperdonables, las evitables duplicidades o las contradicciones inexplicables, deben evitarse para que la denominación de origen, enfermería, pueda ser identificada por las personas, las familias y la comunidad, como deseable y exigible y valorada por quienes la asumen, las enfermeras, como indispensable, propia e insustituible.

Como sucede con el vino, la denominación de origen determina, en gran medida, por si sola, la calidad del mismo. Pero para ello todos cuantos intervienen en el proceso deben asumir que dicha denominación no es gratuita ni permanente, si no que precisa de un compromiso continuado en el mantenimiento de su calidad y prestigio sin la que acabará convirtiéndose en una denominación devaluada que le situará en la intrascendencia.

Pero, además, como pasa con los vinos la denominación de origen por sí sola no es suficiente. Requiere de enólogos, vendimiadores, productores, embotelladores, diseñadores… que trabajen de manera coordinada y consensuada para, no tan solo mantener, si no mejorar de manera continua su calidad y prestaciones.

Por bueno que sea el enólogo, si los vinicultores, no cuentan con unas buenas cepas y las cuidan sin descuidar su atención para lograr el mejor fruto con el que posteriormente obtener un vino de calidad que además se ajuste a los criterios de denominación de origen, este será rechazado o desmerecido al identificarlo como vino peleón.

De igual manera las líderes y referentes enfermeras poco podrán hacer si no cuentan con enfermeras comprometidas con mantener todas las cualidades del producto enfermero a través de unos cuidados de calidad de los que deben responsabilizarse para que puedan ser identificados y valorados como denominación de origen enfermería. Lo contrario sitúa a los cuidados enfermeros en la indiferencia de un producto sin cualidades específicas ni aportación singular alguna, fuera de la disciplina que es lo que caracteriza la denominación de origen enfermería.

Pero falta saber si en este esfuerzo quieren participar las enfermeras para conseguir mantener y prestigiar esta denominación de origen enfermería, si están en disposición de hacerlo, si asumen el reto para lograrlo y la responsabilidad de afrontar tal decisión. No hacerlo determinará que los cuidados profesionales pasen a tener otra denominación de origen que ya se está planteando por parte de otros profesionales.

El vino siempre será vino, como los cuidados siempre serán cuidados. Lo que marca la diferencia es quién, cómo, dónde, de qué manera se produce el vino y se prestan los cuidados, para que puedan tener, tanto el vino como los cuidados, la denominación de origen que los prestigie. A no ser que se conformen, el vino con ser envasado en tetra brik y los cuidados en ser prestados al margen de la enfermería.

Tan solo aquello que sale del corazón, lleva el matiz y el calor de su lugar de origen[3].

[1] Pensador y filósofo alemán considerado el más importante del siglo XX

[2] Alberdi Castell, RM Estrategias de poder y liderazgo para desarrollar el compromiso social de las enfermeras. Rev ROL Enf. 1998; 239-240: 27-31.

[3] Escritor que se convirtió en uno de los poetas estadounidenses más reconocidos del siglo XIX