“El secuestro es una contradicción en un país que nació de la lucha contra la esclavitud”
Laura Esquivel[1]
A Tino Blanco, por su coherencia, su constancia y su compromiso.
Algo se está moviendo en el Ministerio de Sanidad. No reconocerlo sería de estúpidos o malintencionados. Y no quiero parecer, ni mucho menos ser, ninguna de ambas cosas.
Otra cosa es que el movimiento sea suficiente y, sobre todo, en la dirección adecuada.
Reconozco que el solo hecho de iniciar el movimiento, en sí mismo, ya es complejo dada la cautela con la que hay que actuar, las opiniones y/o posturas que hay que respetar- muchas de ellas sin compartir-, las barreras que hay que salvar, las presiones que hay que aguantar, los equilibrios que se tienen que realizar… para, cuanto menos, vencer la inacción de muchos años mirando hacia otro lado. Por tanto, tan solo por eso o, precisamente por eso, hay que agradecer que el actual equipo ministerial haya ejercido ese empuje.
El movimiento no se concreta en una sola dirección, ni tan siquiera en un único objetivo. Aunque finalmente todo confluya en lo que aún hoy sigue siendo un oscuro objeto de deseo. Al menos para unos cuantos (no diré ni pocos, ni muchos, pero no desde luego para todos).
En algún caso, como el de la Estrategia de Atención Primaria y Comunitaria, que cabe y merece recordar fue iniciado por la ministra Mª Luisa Carcedo y continuado por Salvador Illa, con la impagable y nunca suficientemente reconocida aportación de Faustino Blanco Fernández (Tino). Proceso que sufrió la parálisis provocada por la COVID 19 y sostenida por la, no menos nociva, ministra Carolina Darias y la pasividad e inacción de José Manuel Piñones. No fue hasta la configuración del nuevo ejecutivo, con la incorporación de Mónica García, que se retomó el desarrollo de la Estrategia.
Se impulsó también la Acción Comunitaria con el objetivo de dotarla del contenido y la consistencia que requería para que no quedase nuevamente en una ilusión, una quimera o un sueño de una noche de verano o de invierno, pero tan solo en un sueño.
La Sra. Darias, que utilizó el ministerio de sanidad para su particular trampolín electoral sin que realmente nada de lo que en el mismo se cocía le interesase en demasía, finalmente anunció, su promesa “estrella”, la Estrategia de Cuidados, que quedó en eso, en una promesa que utilizó como marketing personal, pero que abandonó a su suerte. Que no fue otra que la del olvido.
La incorporación de Mónica García y con ella la de la enfermera Alda Recas primero, como Asesora del Secretario General de Sanidad (hasta su marcha al Congreso de los diputados), y posteriormente la de un grupo de enfermeras que ocuparon puestos de funcionarias técnicas, sirvió para sacar del ostracismo la Iniciativa del Marco en Cuidados del Sistema Nacional de Salud (IMACU) que empezó a trabajarse desde el Comité Técnico-Científico y la posterior incorporación, en paralelo, de un grupo extenso de expertas/os, entre los cuales no existe conexión, lo que genera incertidumbres sobre cómo puede evolucionar su desarrollo.
En paralelo a estos “movimientos” están acometiéndose reformas legislativas que sin duda resultan imprescindibles no tan solo para acompañar las iniciativas comentadas y que las mismas no tengan problemas posteriores de recursos por parte de los grupos de presión inmovilistas de siempre y para que puedan desarrollarse con amplias garantías. Así pues, se están debatiendo las reformas de normas tan importantes y largamente esperadas como el Estatuto Marco, La Ley del medicamento o la Ley de Ordenación de las Profesiones Sanitarias (LOPS).
Por tanto, queda claro, que movimiento existe.
¿Por qué entonces dudo sobre la dirección del mismo? Trataré de explicarme.
En cuanto a las dos primeras estrategias (la de AP y Comunitaria y la de Atención Comunitaria), porque considero que, aunque la voluntad es buena, las reservas, miedos, presiones, recelos, incertidumbres… hacen que las expectativas sean, por una parte, muy heterogéneas en función de la Comunidad Autónoma en la que se desarrollen. Por otra parte, la actitud de quienes tienen que concretarlo con su compromiso e implicación, no siempre son ni los deseados ni los más adecuados para que el cambio que se espera sea el realmente necesario. Pero, sobre todo, porque estos cambios se enmarcan en un modelo asistencialista, medicocentrista, hospitalcentrista, paternalista, fragmentado, tecnocrático, decadente y caduco, como el Sistema Nacional de Sanidad (SNS). Y digo Sistema Nacional de Sanidad, porque por mucho que algunas personas, con buena intención, quieran hablar de Sistema Nacional de Salud, esto es, de momento al menos, tan solo el deseo de unos pocos, demasiados pocos diría. Porque la influencia que ejerce este modelo que impregna, fagocita y contamina, todo, hace que cualquier reforma que se trate de llevar a cabo, finalmente quede tan solo en un intento o que su desarrollo tenga un recorrido efímero y reducido.
No ha habido nadie que se haya atrevido a acometer una reforma integral del Sistema, como única vía real de cambio. Salvo la que durante el mandato del ministro Salvador Illa, lideró el entonces director general de Sanidad, Tino Blanco, con la constitución, tras la pandemia y sus efectos devastadores no tan solo para la población sino para el Sistema que mostró sus debilidades y deficiencias, de una Comisión de expertos que acometiese con determinación la reforma comentada. Un grupo heterogéneo, multidisciplinar, con amplia experiencia, motivado, exigente… que trabajó, con las limitaciones que marcaba la situación pandémica, con gran implicación y, sobre todo generosidad. Generosidad que se concretaba tanto en la dedicación y el tiempo aportados para avanzar en la redacción del documento, como en la capacidad de abandonar los intereses corporativos, disciplinares o personales, para responder al fin mayor que era el lograr un documento que recogiese los principales cambios a acometer. Cambios que se plantearon no desde un posicionamiento reactivo o de enfrentamiento contra nada ni contra nadie, sino desde el pensamiento crítico, el análisis y la reflexión que partió de la situación de la que se partía, de los recursos con los que se contaba y de las necesidades que se identificaron. Un documento que quedó concluido a pesar de lo que algunos auguraron como imposible. Pero un documento que quedó, finalmente en el fondo de algún cajón o en las cuchillas de alguna máquina trituradora de documentos del ministerio. Es curioso, o no, que a todas/os cuantas/os participamos como expertas/os nos hicieran firmar un documento de confidencialidad. Posiblemente porque ya sospechaban que lo allí propuesto no tuviese posibilidades de salir adelante y así, desde el silencio impuesto, se evitase que la propuesta producto, repito, del trabajo de un grupo de profesionales entregado y muy capaz, viese la luz para no dejar en evidencia la incompetencia o lo que incluso es peor, la maleficencia de quienes dicen sentirse “afortunadas/os” de ser servidores públicos. Ni son servidoras/os, ni creen en lo público. Lo único que puede tener un viso de realidad es que se sientan afortunadas/os por ocupar un puesto desde el que hacer su carrera política. Lo demás les importa realmente poco.
En definitiva, una pérdida de energía, de tiempo, de talento y de aportaciones, cuanto menos, dignas de haber sido tenidas en cuenta y no ignoradas y sin reconocimiento alguno hacia quienes las aportamos por petición ministerial que no por voluntad personal. Quienes relevaron en el ministerio a Salvador Illa y condujeron al abandono a Tino Blanco primero y de parte de su equipo posteriormente, por cansancio y aburrimiento ante la desidia y la incompetencia de quienes desembarcaron en el ministerio dejaron en el olvido y enterrada la propuesta y, por tanto, la posible reforma. La competencia, capacidad y eficacia son virtudes identificadas como muy peligrosas por parte de ciertos personajes instalados en la mediocridad permanente desde la que se toman decisiones en base a ocurrencias o a intereses personales, oportunistas o partidistas. Ya nunca más se supo del tema, a pesar de reclamar su seguimiento. Demasiado atrevimiento para tan poco talento.
No estaría de más, pues, que en ese balanceo que se está generando, se diese un impulso mayor al mismo que permitiese un avance real y no tan solo una sensación del mismo. Intentando acometer, de forma más decidida y enérgica, un cambio más radical para poder hablar, con más criterio que adulterio, de un Sistema Nacional de Salud. No hacerlo, lamentablemente, nos llevará a generar nuevas frustraciones, decepciones, renuncias… de quienes creyeron, una vez más, en las posibilidades de generar un cambio tan esperado y necesario.
Por el contrario, mantener una estructura como la actual, conducirá a que el Sistema Sanitarista devore cualquier atisbo de cambio que sea identificado por sus defensores a ultranza como una amenaza para sus intereses corporativistas y para quienes se siguen lucrando con una sanidad privada que sigue creciendo de manera permanente. Con el consiguiente empobrecimiento, igualmente creciente, del sistema público que, cada vez, tiene más riesgo de parecerse a un sistema de beneficencia para pobres. Esa si es una estrategia bien pertrechada, con la que se engaña a la población a quien, además, se responsabiliza en gran medida del fracaso del sistema por su alta demanda y dependencia. Ocultando, hipócritamente, la verdadera responsabilidad del colapso y consiguiente fracaso que es, casi exclusivamente, de quienes han generado un sistema paternalista y altamente medicalizado, que se resisten con uñas y dientes a cambiar por considerarlo su nicho ecológico.
Pero esta concatenación de acontecimientos, avances, retrocesos, parálisis, tímidos movimientos, aunque se vendan como acelerones importantes, e incluso ocurrencias poco acertadas, no son exclusivas de nuestro Sistema Sanitario. Diferentes países de Latinoamérica, con la incorporación de gobiernos progresistas, como México, Colombia, Chile… están haciendo propuestas similares a las ya comentadas en sus respectivos países. El problema, como en España, no es que sean necesarias, sino que se presentan como una gran apuesta sin que cuenten con una adecuada planificación organizativa, profesional o económica que, posiblemente, sea la causa de que fracasen. Con la inestimable ayuda, esos sí, de los mismos detractores que actúan como si de una franquicia internacional se tratase.
Mucho tienen que cambiar las cosas para que el movimiento y los cambios anunciados a nivel Iberoamericano, no sean frenados en seco a las primeras de cambio por las/os de siempre. Porque ni creen en la AP, ni en la Atención Comunitaria y mucho menos en los cuidados enfermeros que consideran una amenaza seria a sus intereses.
Otra razón, esta muy poderosa, para impulsar el Contexto Iberoamericano de Enfermería Comunitaria, desde el que ejercer un verdadero liderazgo social que impulse los cambios radicales que requieren los Sistemas Sanitarios secuestrados durante tanto tiempo para ejercer un chantaje permanente que paraliza la acción eficaz y eficiente de la atención a la salud que precisa la ciudadanía.
Es hora de hacer frente a los lobbies de presión que, amparándose en su interesada aportación a la enfermedad, que no a la salud, mantienen maniatados a gobiernos de todos los colores y tendencias políticas, mientras la población padece las consecuencias de unos sistemas tan caducos, ineficientes y deshumanizados.
O nos movemos de verdad o nos paran y paralizan, para volver atrás como tanto añoran los secuestradores.
[1]Escritora y política mexicana. Desde 2015 es diputada federal por el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). (1950).