A PROPÓSITO DEL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER Y LA NIÑA EN LA CIENCIA Más allá de las probetas, los cuidados.

                                                                   

                                                                         A todas las mujeres científicas, y en especial a las enfermeras, que han sido y siguen siendo silenciadas en nombre de la ciencia.

 

                                                           “La ciencia es una empresa que sólo puede florecer si se pone la verdad por delante de la nacionalidad, la etnia, la clase, el género y el color”

John C. Polanyi[1]

 

Celebramos un nuevo día internacional. En este caso el de la mujer y la niña en la ciencia.

Considero que es muy importante que se visibilice y valore la aportación, no tan solo significativa, sino trascendental de las mujeres a la ciencia. Y no menos importante, el primordial desarrollo de estrategias que trasladen la necesidad de derribar estereotipos y tópicos que siguen estableciendo una clara barrera en la identificación, por parte de las niñas, de lo que es y significa la ciencia, en su más amplio sentido del término, determinando, sin lugar a dudas, que se sigan manteniendo compartimentos estanco con relación al ideario que niñas y niños van construyendo en torno a sus elecciones profesionales de futuro y que tienen fiel reflejo en los juegos, los juguetes, los mensajes, los cuentos, la educación, la información, los comportamientos… que siguen presentes en nuestras sociedades.

Así pues, creo que más allá de la celebración puntual y sistemática del día conmemorativo, éste debería ser tan solo un acto que permitiese reflexionar anualmente sobre las acciones llevadas a cabo y los resultados, que en su caso, se hayan logrado. Lo contrario nos conducirá a una permanente sensación de fracaso y frustración, cuando no de abandono o rechazo tal como ya se está produciendo en diferentes contextos y ámbitos en los que la ciencia vuelve a instrumentalizarse como un arma machista contra las mujeres al considerarla como una ideologización por parte de quienes, paradójicamente, la utilizan como tal en sus planteamientos negacioncitas y contrarios a los derechos fundamentales de las mujeres[2],[3].

De inicio, creo que debemos reflexionar seriamente sobre la división aún existente, entre profesiones femeninas y masculinas que marcan de manera muy clara las opciones de elección de las mismas por parte de las/os niñas/os y las/os jóvenes.

El ideario social que sobre determinadas profesiones se sigue manteniendo en base a los roles asignados a niñas y niños desde prácticamente su nacimiento, es un claro hándicap a la hora de establecer una igualdad que sigue siendo más un deseo que una realidad. Desde esta perspectiva los cuidados, ligados a la salud o a la educación, han determinado la asignación de género tanto de las profesiones como de quienes acceden mayoritariamente a ellas, generando graves problemas de identidad, abandono o colonización de diferentes ámbitos profesionales -fundamentalmente los de mayor responsabilidad o visibilidad-, en los que, a pesar de la abrumadora proporción de mujeres, son los hombres quienes los ocupan… Problemas que acaban por determinar una desvalorización de las profesiones en su conjunto y de las competencias propias de sus respectivas/os profesionales. Por su parte los hombres que eligen dichas profesiones, en muchas ocasiones, tratan de masculinizar las mismas en un intento fallido, innecesario, antinatural y reaccionario. Porque no hay que confundir la importante aportación de las masculinidades, con la imposición de patrones y normas de comportamiento machistas. Es por ello que a día de hoy, en pleno siglo XXI, parece incomprensible que siga existiendo una identificación de los cuidados al margen de la ciencia y por derivación que quienes ejercen las profesiones ligadas a los cuidados no se consideren científicas/os.

Por otra, es cierto, que profesiones masculinas, históricamente ocupadas casi exclusivamente por hombres, han evolucionado hacia una incorporación progresiva de mujeres que, en algunos casos incluso, ha supuesto que sean mayoritarias donde antes eran residuales o inexistentes. Sin embargo, este significativo cambio no ha supuesto que se haya modificado el género de las profesiones que, lamentablemente, siguen siendo marcadamente masculinas, cuando no machistas. Este hecho supone que las mujeres que se incorporan a las citadas profesiones, lejos de cambiar sus comportamientos, los asumen como propios, perpetuando e incluso reforzando los roles masculinos que suelen generar relaciones de poder, exclusividad y exclusión tan características de las mismas. De tal manera que incluso se autoexcluyen de las ciencias comunes a las que pertenecen al entender que ellas son una ciencia única que no puede “mezclarse” con ciencias que consideran menores, en el mejor de los casos, o que desprecian mayoritariamente como tales. Pero, lo que resulta aún más incomprensible, triste y preocupante, es que la propia ciencia, en general, las universidades como cuna de la ciencia, y la sociedad, lo asuman como natural y no tan solo lo acepten, sino que lo favorezcan, contribuyendo a una, cada vez mayor, radicalización y división de género entre profesiones y profesionales[4].

Lo apuntado, permite entender que los hombres que deciden estudiar enfermería o magisterio, por ejemplo, se revuelvan y se sientan heridos en su masculinidad si se les denomina enfermeras o maestras o se les asocie con el cuidado, sobre todo aquel que socialmente está más relacionado con la mujer. O que las mujeres que estudian medicina se autodenominen como médicos, como respuesta ligada al subconsciente masculino de la medicina que ejercen. Algo que, más allá de una anécdota, es un claro ejemplo de las respuestas machistas de las disciplinas, que son trasladadas de manera automática y potente, a la imagen e identidad que la sociedad tiene de las/os profesionales que las ejercen. Nadie llama, por ejemplo, a una médica, chica o nena, como se hace tan habitualmente cuando se dirigen a las enfermeras.

Todo lo cual, además, se reproduce, de manera tan clara como descarada, en acciones como la que un medio de comunicación, en un torpe intento por mostrarse inclusivo e igualitario, lo que hace es ejercer exclusión hacia una parte de las/os profesionales a quienes, supuestamente quiere reconocer, en el premio de las Sanitarias, constituyendo un Jurado de mujeres líderes en el que no hay ni una sola enfermera. Posiblemente porque consideren que entre las enfermeras no existen mujeres líderes[5].

Por último están aquellas profesiones que socialmente siempre han sido asignadas a los hombres por razones tan irracionales como reprochables, ligadas a la identificación de la mujer como ser inferior, de menor nivel intelectual, de peor capacidad de trabajo… por lo que no estaban capacitadas para estudiar y mucho menos trabajar como profesionales de dichas disciplinas. Por tanto, se han convertido en reductos masculinos en los que las mujeres no tan solo deben trabajar por superar unos estudios que, más allá de su complejidad, han sido revestidos de una dificultad artificial para otorgarles mayor reconocimiento científico y social, sino que deben demostrarlo de manera más contundente que sus compañeros, al seguir presente la idea de que dichos estudios no está al alcance de las mujeres, lo que propicia una “reserva natural y protegida” de masculinidad.

Pero, más allá, de esta separación de género disciplinar/profesional, debemos destacar lo que continúa siendo un imaginario común en relación con la Ciencia. Tan solo hay que ver las imágenes relativas a la conmemoración de la mujer y la niña en la ciencia, en las que de manera prácticamente general se relaciona a la Ciencia con los tubos de ensayo, las probetas, los laboratorios o los microscopios, de tal manera que toda disciplina que no se relacione con dichos instrumentos, queda sistemáticamente excluida de la Ciencia, al menos de manera gráfica, que es tanto como decir que es el resultado de ser aceptado y asumido como algo normalizado.

Por otra parte la ciencia se ha asimilado, de manera casi automática y exclusiva, con la investigación positivista. De tal manera que toda aquella investigación que no se ajuste a los parámetros cuantitativos es minusvalorada o ignorada.

De tal manera que, nuevamente, se establece una separación, al margen de la ciencia, la razón, la evidencia e incluso el respeto, entre disciplinas que se reconocen indefectiblemente como científicas y aquellas otras que luchan por ser consideradas como tales, pero a las que les resulta muy difícil conseguirlo por las concepciones preestablecidas que siguen generando una permanente barrera para su identificación y valoración a nivel social, institucional, económico… que finalmente genera desigualdad en muchos aspectos pero de manera muy especial establece una clara separación de género, con consecuencias que van mucho más allá de la ciencia.

La importancia de las mujeres y las niñas en la ciencia, supone mucho más que el reduccionismo científico establecido y que, lamentablemente, se asume como lógico y natural. La Sociología, la Historia, la Filología, la Filosofía, la Pedagogía, la Enfermería… son ciencias tan dignas, rigurosas o respetables, como cualquiera otra, No reconocerlas, valorarlas o respetarlas como tales, supone despreciar aspectos tan fundamentales como la ciencia que se encarga del análisis científico de la sociedad humana (Sociología), la ciencia que estudia los sucesos del pasado a través de sus diferentes fuentes y metodologías (Historia), la ciencia que estudia las culturas tal como se manifiestan en su lengua y en su literatura (Filología), la ciencia que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad (Filosofía), la ciencia que se ocupa de la educación y la enseñanza, especialmente la infantil (Pedagogía), la ciencia encargada del cuidado en salud humana (Enfermería). Lo que nos lleva a relegar al olvido a la propia sociedad y su pasado, sus tradiciones y lenguas, el conocimiento humano, la educación como vehículo de desarrollo y crecimiento para lograr un pensamiento crítico, o el cuidado como respuesta a las múltiples necesidades humanas de las personas, las familias o la comunidad. Si todo esto lo ignoramos como ciencia, lo relegamos a un plano de intrascendencia, subestimamos sus aportaciones o las negamos, desacreditamos su complejidad o la subsidiamos a otras ciencias… estamos negando a la ciencia como conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente, más allá de los laboratorios o los estudios cuantitativos.

Querer, como tristemente se hace, utilizar a la Ciencia contra la propia Ciencia es una estrategia mezquina, perversa y desestabilizadora de la vida humana y de las sociedades en que se desarrolla, por intereses que nada tienen que ver con fines científicos, sino con objetivos oportunistas, economicistas, de luchas de poder, de autoritarismo y finalmente de desprecio por y hacia la ciencia. Si a ello añadimos la, aún más despreciable si cabe, utilización que de la mujer se hace con relación a la ciencia y el intento por relegarla junto a las consideradas ciencias “menores” al ostracismo, nos encontramos con una clara maniobra de manipulación que se vende como respuesta salvadora a la amenaza feminista y científica, cuando realmente lo que se pretende es subyugar, es decir, avasallar, sojuzgar y dominar, tanto a la ciencia como a la mujer, por considerarlas enemigas de la supremacía masculina y del imperialismo neoliberal.

Ni la ciencia, ni las mujeres, son moneda de cambio de nada, ni instrumentos para la confusión y la confrontación, ni realidades que puedan modelarse de manera caprichosa, ni están al servicio de ninguna ideología.

Por todo ello resulta necesario e imprescindible que se reconfiguren los mensajes, se analicen los contenidos, se reformulen los planteamientos, se establezcan criterios de equidad, igualdad y libertad reales, se modifiquen las normas y los valores que rigen la perspectiva de género y la ciencia, si realmente queremos que tanto las mujeres y las niñas como la ciencia adquieran el valor que tienen y no tan solo el que se les quiere otorgar para responder a las oligarquías políticas que tratan de establecer un nuevo orden a través del caos.

Trabajemos para lograr la dignidad y respeto que merecen las mujeres y las niñas. Para que contribuyan a dignificar la ciencia que permita mejorar la vida de las personas, al margen de juegos de intereses sin interés alguno por las mujeres y la ciencia.

Nadie por el hecho de ser de uno u otro género o por ser profesional de una u otra ciencia, es mejor que nadie. La capacidad, la competencia, la responsabilidad, no son exclusivas por razones de género o ciencia.

Enfermería, como ciencia/disciplina y profesión femenina que es, al margen de quienes sean sus profesionales, merece ser considerada, valorada y respetada como ciencia, lo que conllevaría a que se considerase, valorase y respetase a las mujeres y a la ciencia, como corresponde. Lo contrario es atentar contra la dignidad humana y la evidencia científica.

[1] Frase adaptada de la dicha por el químico canadiense, de origen húngaro, galardonado con el Premio Nobel de Química del año 1986 (1929): “La ciencia es una empresa que sólo puede florecer si se pone la verdad por delante de la nacionalidad, la etnia, la clase, y el color”

[2] https://www.eldiario.es/sociedad/borrado-ciencia-debemos-defender-agridulce-11-febrero_129_12042290.html

[3] https://www.nytimes.com/2025/02/02/upshot/trump-government-websites-missing-pages.html

[4] https://sindicatomedicoclm.es/estatuto-propio-para-la-profesion-medica-y-facultativa-del-sistema-nacional-de-salud/

[5] https://www.redaccionmedica.com/secciones/sanidad-hoy/un-jurado-de-mujeres-lideres-para-los-viii-premios-sanitarias-5372?utm_source=redaccionmedica&utm_medium=email-2025-02-12&utm_campaign=boletin

NEUTRALIDAD Y POLÍTICA Aranceles de Cuidados

                                                                                      A mi hermano Carlos, a quien tanto admiro y del que tanto aprendo. Ni puedo ni quiero, en este caso, ser neutral.

 

“Si la neutralidad sigo,

a andar solo me condeno,

porque el neutral nunca es bueno

para amigo ni enemigo.”

Pedro Calderón de la Barca[1]

 

Tal como trasladaba en mi reflexión del pasado 24 de enero (https://efyc.jrmartinezriera.com/2025/01/21/el-cuidado-de-la-libertad-mas-alla-de-una-estatua/ ), las decisiones, o mejor dicho imposiciones, que, de manera inmediata y precipitada, estaba adoptando el recién nombrado presidente de los EEUU y, en concreto, aquellas que de manera directa o indirecta van a tener un impacto en la salud de la población, generan incertidumbre, alarma e inquietud.

Se puede creer que la distancia geográfica es un factor que nos protege de cualquier efecto a quienes nos situamos en contextos ajenos o lejanos. Sin embargo, esta percepción es, no tan solo fallida, sino que incluso me atrevo a decir que es claramente irresponsable.

Pensar que los efectos generados por esas imposiciones, sobre la salud de la población, queda limitada por la distancia geográfica, en un contexto de extrema globalización, es no entender o querer ignorar el alcance y magnitud de las mismas.

En este sentido, recientemente, la Academia Americana de Enfermería (American Academy of Nursing) trasladó, en un mensaje de su Presidenta Linda D. Scott y su Directora Ejecutiva Suzanne Miyamoto, la profunda preocupación por las órdenes ejecutivas del Presidente de los EEUU y las directrices y normas que de las mismas se derivan. Nuevamente podemos pensar que la preocupación de la Academia Americana se circunscribe al territorio y población de los EEUU y que el resto podemos seguir actuando como meros espectadores de un panorama tan preocupante como indignante. Al respecto, hay varias consideraciones que considero deberíamos tener en cuenta. En primer lugar, la Academia Americana de Enfermería (ANA) está conformada por más de 3.200 líderes de enfermería en políticas, investigación, gestión, atención y docencia, que no comparten, evidentemente, una única tendencia política ni tampoco ideológica. Esto significa que, con independencia del voto que algunas/os, pocas/os o muchas/os, de sus miembros pudiesen haber emitido en favor del actual Presidente de los EEUU, la ANA se sitúa por encima de las opciones ideológicas y se posiciona claramente con relación a las imposiciones que se están ejerciendo. Por otra parte, la ANA, la componen representantes de más de 42 países, es decir, no tan solo está integrada por enfermeras norteamericanas, otorgando a la ANA una visión global evidente que desmonta el argumentario de quienes consideran que lo que está sucediendo en EEUU es tan solo un asunto interno de los EEUU, que no tiene repercusión más allá de sus fronteras. Una visión tan reduccionista como irreflexiva ante tan grave situación global.

Así pues las cosas, cabe plantearse algunas consideraciones al respecto. Por una parte y ciñéndonos al ámbito español, la respuesta que la ANA ha tenido con relación a las decisiones comentadas ha sido inmediata y contundente. En nuestro país, al margen de lo que está pasando en EEUU, en determinados territorios autonómicos se están tomando decisiones que ponen en peligro la sanidad y la educación públicas, el derecho a decidir de las mujeres sobre su cuerpo, la diversidad de género, la perspectiva de género, la lucha contra la violencia de género, el cambio climático, la xenofobia, la LGTBIfobia, la criminalización de la población migrante, los constantes bulos y mentiras… A pesar de lo cual, nuestros, en teoría al menos, máximos representantes profesionales enfermeros, no se manifiestan, ni posicionan. Como si nada de dichas decisiones, actitudes, o incluso normativas, tuviese mayor trascendencia para la salud de las personas, las familias o la comunidad. Adoptan la postura cómoda, ambigua y defensiva, de escudarse en una supuesta y falsa neutralidad política que ni es real ni tiene fundamento alguno que justifique el silencio y la inacción.

Por su parte, en el contexto iberoamericano, que está muy condicionado y afectado por algunas de las imposiciones que desde la Casa Blanca se están adoptando por razones por todos conocidas, se mira hacia otro lado para “no molestar al poderoso”. Argumentando que, desde las organizaciones científicas/profesionales, no se debe entrar en consideraciones políticas. Argumento tan manido como débil que, como anteriormente comentaba, tan solo obedece a una manifiesta ambigüedad para evitar ser identificados como “activistas incómodos”. Como si la salud no tuviese nada que ver con la política o la política y quienes la gestionan no tuviesen nada que ver con la salud.

Sinceramente, creo necesario hacer un análisis riguroso de nuestra actitud como colectivo, pero también a nivel individual, con relación a determinadas decisiones que afectan de manera tan evidente a la salud y el bienestar de la población. Refugiarnos en nuestra zona de confort, desde la que insonorizamos nuestras conciencias y silenciamos nuestros sentimientos, no es ni la solución, ni lo que, como enfermeras, nos corresponde hacer. Tenemos una responsabilidad, un compromiso, una obligación ética y profesional con la sociedad a la que ni podemos ni debemos dar la espalda, olvidar o, lo que es peor, confundir, cuando no engañar, con argumentos fallidos, tratando de convencernos de que lo mejor es no hacer ni decir nada.

La justicia social, la pobreza, la educación, la accesibilidad, los derechos humanos, la libertad, la dignidad humana… no pueden pasar a ser considerados tan solo como conceptos abstractos o etiquetas que se utilizan para conformar mensajes de conveniencia en momentos puntuales. Son realidades sociales, familiares, individuales, comunitarias… que están íntimamente ligadas con los cuidados que, como enfermeras, debemos prestar.

El problema está en el desprecio que, desde las políticas neoliberales, negacionistas, mercantilistas, autoritarias, fascistas…, se vierte sobre dichos conceptos, que realmente son valores, degradándolos, mancillándolos, manipulándolos, manoseándolos, utilizándolos… para imponer supuestos nuevos valores, asociados a un concepto de patria exclusivo y excluyente, que realmente esconden odio, rechazo, violencia, discriminación… hacia todo o todas/os aquello/s que no se ajustan a su patrón de “normalidad”.

Desde su pensamiento alienador y excluyente, revestido de ideología falsamente liberadora, abogan por la eliminación o la distorsión de estos valores que consideran un peligro a su autoridad, como la única manera de “curar” a la sociedad que ellos consideran enferma desde los mismos principios que rigen los modelos medicalizados y mercantilizados de los sistemas sanitarios que defienden. La causalidad positivista, la epidemiología reduccionista, la tecnología como remedio exclusivo a todos los problemas, la tiranía de los datos que ocultan la diferencia y la diversidad… acaban excluyendo o situando en el margen, el ámbito de la insustancialidad, a los cuidados que, saben y por eso se esfuerzan en ocultar o eliminar, son la única manera de afrontar la vulnerabilidad, la pobreza, la inequidad, la soledad, la discapacidad… que no pueden “curarse” desde su visión reduccionista de la vida y que tanto les molestan. Su pensamiento eugenésico persigue sociedades y personas “puras” en las que no tienen cabida todas aquellas realidades o personas que puedan suponer una contaminación a la pureza de su planteamiento nacionalista. Por eso utilizan dichos valores. Una utilización utilitarista desde la que engañar a la población para hacerles creer que todo es culpa de las políticas sociales, de la democracia, de la migración, del Estado…para así destruir, con la impunidad que les otorgan los votos, todo aquello que dificulta sus NEGOCIOS.

Todo lo dicho, incluso el posicionamiento de la ANA, refuerza aún más si cabe, aquello en lo que desde hace tiempo vengo insistiendo. Tenemos que desprendernos de la fascinación que nos produce el ámbito anglosajón en general y muy especialmente el estadounidense. Porque no hacerlo nos deslumbra y atrapa en su dinámica seudocientífica-mercantilista, que impide que seamos conscientes del potencial que, como contexto Iberoamericano, tenemos.  Consumiendo, al precio que determinan y nos empobrece, sus productos de negocio – NANDA, NIC, NOC, EBSCO, PUBMED, CINHAL…-, sin que realmente se ajusten a nuestra realidad, cultura, tradiciones, valores… Y, en paralelo, despreciamos nuestras contribuciones por considerarlas, sin fundamento (más allá del economicista), inferiores. Todo lo cual secuestra nuestro conocimiento y favorece su enriquecimiento, sin generar evidencias que contribuyan al desarrollo de nuestras enfermeras, ni a la calidad de los cuidados que prestamos a nuestras comunidades.

Puede parecer una exageración lo que digo. Pero los hechos son los que son y más allá de lo que yo pueda pensar o plantear, la realidad se impone y avanza inexorablemente.

Al margen de análisis y reflexiones más amplias, que entiendo no son objeto de este espacio enfermero, lo que sí me parece necesario es llamar la atención sobre la pasividad y la inacción de las enfermeras en general y de las organizaciones e instituciones que nos representan en particular. Muchas de ellas, justifican su actitud desde el argumento del respeto a la decisión de la soberanía popular, el no menos recurrido de que eso es política y no va con nosotras o el aún más ambiguo y débil de la necesaria neutralidad.

El argumento de la soberanía popular, sin discutir que debe ser respetado, no está exento de manipulación y deber ser criticado e incluso cuestionado. Porque son muy claros y dolorosos los ejemplos de apoyo popular que permitieron y siguen permitiendo, que la tiranía, el crimen o la exterminación se instalen en la sociedad, con plena impunidad y con el beneplácito y la alabanza de dicha soberanía popular. Porque el pueblo, por soberano que sea, también se equivoca, es engañado o se deja engañar con mensajes basados en la mentira, la descalificación, los bulos y la deformación interesada de la información. Y, las enfermeras, como parte de ese pueblo, tenemos una responsabilidad clara para que la población, al margen de cualquier ideología, sepa lo que significa la vulneración de derechos y la pérdida de libertad que, no lo olvidemos, tienen un claro impacto en la salud y bienestar del conjunto de la sociedad.

Argumentar, por otra parte, que eso es política y no va con nosotras es, además, de ridículo, absolutamente falso. Todo, absolutamente todo lo comentado, no es una opción para las enfermeras. Para otros profesionales no lo sé, pero para las enfermeras, desde luego, no, rotundamente NO. Tenemos la obligación de defender la dignidad humana y de cuidar, no tan solo a las personas, sino a todo aquello que de una u otra manera pueda afectar a su salud y bienestar. Por eso, las enfermeras, no nos limitamos a asistir a la enfermedad, sino que atendemos a las personas. Por eso, las enfermeras, no tan solo identificamos el desequilibrio de un órgano, aparato o sistema, sino que abordamos las dimensiones social, mental y espiritual. Por eso, para las enfermeras, la familia y el contexto son fundamentales. Por eso, para las enfermeras, la promoción y la educación para la salud son esenciales. Por eso, para las enfermeras, la solución no pasa exclusivamente por la farmacología o la tecnología, sino que lo hace desde la comunicación, la empatía, la escucha activa, la compasión, el consenso, el respeto a la decisión de las personas, la indicación social, los activos para la salud, el empoderamiento, la autogestión, la autodeterminación, la autonomía y el autocuidado… en definitiva, LOS CUIDADOS. Por eso, para las enfermeras, los determinantes morales y sociales, inciden de manera directa en la salud de las personas y la comunidad, más allá de la causalidad positivista. Y todo eso y mucho más, es POLÍTICA. El problema, por tanto, no es la política, sino el uso interesado y oportunista, que de la misma hacen quienes deciden utilizar la política para aprovecharse de ella. Para responder a sus intereses personales, financieros, económicos y no en beneficio del conjunto de la sociedad sino tan solo a un reducido grupo de la misma, desde planteamientos mercantilistas que pasan por reducir o anular los derechos del resto de personas, por mucho que traten de maquillarlo con palabrería, eufemismos y demagogia para tapar sus verdaderas intenciones. Así pues, la política no tan solo va con las enfermeras, sino que tenemos, desde la competencia política, la obligación de velar y trabajar para que la salud se incorpore en todas las políticas.

Por último, pero no por ello menos pueril argumento, está la supuesta neutralidad que las enfermeras debemos de mantener y guardar. Como si debiéramos conservar el silencio que durante tanto tiempo nos impusieron para lograr nuestra docilidad y obediencia. Porque la neutralidad esgrimida nunca debería significar mantenerse al margen de la abogacía de la salud, la justicia y la libertad que toda persona merece por el hecho de ser persona y no por la ideología que lo determine. La neutralidad no debe ser utilizada como justificación para mantenerse al margen de las decisiones o imposiciones que impactan sobre la salud y el bienestar de las personas, las familias y la comunidad. Porque ser o actuar desde la competencia política es intervenir en los asuntos públicos con nuestra opinión, o de cualquier otro modo. Que nadie intente engañar, manipular, deformar, mentir, para que la neutralidad sea identificada como una opción o tenga que ser asumida desde la imposición, para establecer el silencio con el que ocultar las consecuencias de decisiones/imposiciones que atentan contra la sociedad en su conjunto y la de determinados grupos de manera muy particular. No hagamos nuestra la omertá– ley del silencio o código de honor siciliano-. Las enfermeras no podemos declarar la neutralidad ante la vulnerabilidad, la pobreza, la inequidad, la injusticia… de las personas, en ningún caso y mucho menos cuando son consecuencia de decisiones/imposiciones por parte de quienes, en teoría, son las/os garantes de que no se produzcan. Mantener esa esgrimida neutralidad nos sitúa en idéntico nivel al de quienes actúan desde el poder contra la población. Porque quien calla otorga y quien otorga se convierte en cómplice necesario para el logro de dichos propósitos. Tal como escribiera Dante Alighieri[2] “Los lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos que en tiempos de crisis moral mantienen su neutralidad.”

No es mi intención reclamar una militancia ideológica concreta. Ni tan siquiera una resistencia política. Pero sí que reclamo y me permito exigir, como enfermera, una posición activa y decidida que de respuesta a la vulneración de la dignidad humana. Y reclamo y exijo “aranceles del cuidado” que contrarresten la imposición medicalizada y tecnológica que deshumaniza y afecta a la salud de las personas y de la sociedad en su conjunto.

Reclamo y exijo un posicionamiento firme, riguroso, científico y profesional por parte de las organizaciones e instituciones enfermeras que identifique claramente el sentir de las enfermeras ante el ataque que suponen decisiones/imposiciones de quienes utilizan la política para ir, precisamente, contra la POLÍTICA. En lugar de aplicar la POLÍTICA, como arte, doctrina u opinión del gobierno de territorios y en beneficio de la ciudadanía.

Pensar o querer hacer pensar que las decisiones/imposiciones que actualmente se están tomando, desde planteamientos que desprecian la dignidad de las personas, se tomen donde se tomen y las tomen quienes las tomen, no es responsabilidad de las enfermeras es una temeridad, una torpeza o un claro desconocimiento de lo que es y significa ser y sentirse enfermera. No se trata de una elección entre derecha o izquierda, rojos o azules, demócratas o republicanos, progresistas o conservadores. Se trata de una elección por la libertad, la equidad, la dignidad y el respeto. No es, por tanto, una cuestión de ideas o ideologías, sino de cómo las mismas sirven a las personas en lugar de servirse de ellas.

En cualquier caso, si reclamar humanización y cuidados es política, desde YA, me considero político. Si denunciar la injusticia de decisiones/imposiciones es perder la neutralidad, me considero, desde YA partidista. Porque escudarse en la política o la neutralidad, renunciando a la responsabilidad y la ética profesionales, me parece muy triste y peligroso.

[1] Escritor, dramaturgo y sacerdote español, miembro de la Venerable Congregación de Presbíteros Seculares Naturales de Madrid San Pedro Apóstol y caballero de la Orden de Santiago, conocido fundamentalmente por ser uno de los más insignes literatos barrocos del Siglo de Oro, en especial por su teatro. (1600-1681).

[2] Poeta y escritor italiano, conocido por escribir la Divina comedia, una de las obras fundamentales de la transición del pensamiento medieval al renacentista y una de las cumbres de la literatura universal (1265.1321).