DE SABERES CALLADOS A PRESENCIAS COMPARTIDAS Diálogo entre generaciones de enfermeras

Para Mª Paz Mompart que tanto me ha enseñado, aportado y acompañado.

 

“Cada generación piensa que puede ser más inteligente que la anterior.”

Aldous Leonard Huxley[1]

 

En la historia de la Enfermería hay una paradoja que duele y desorienta. A medida que la profesión avanza en presencia institucional, académica y científica, crece también una forma de desmemoria. No se trata de un simple relevo generacional ni de los inevitables cambios de enfoque que acompañan al paso del tiempo. Lo que se observa es un distanciamiento casi estructural entre quienes abrieron camino con esfuerzo, trabajo y resistencia, y quienes hoy transitan por esos senderos sin preguntarse quién los trazó.

Esta fractura no nace únicamente de la juventud o la inexperiencia. Tiene mucho más que ver con el desmantelamiento simbólico de la memoria colectiva. Se ha roto el hilo que une a las nuevas generaciones con las “batallas” que hicieron posible su lugar actual. En demasiadas ocasiones, los logros conquistados —como el reconocimiento universitario, el acceso al doctorado, la creación de especialidades, o incluso la participación política de las enfermeras— son asumidos como parte de un “progreso natural”, como si fueran frutos espontáneos del tiempo, y no el resultado de largas luchas marcadas por la exclusión, la invisibilización y la fuerza del compromiso.

¿A qué responde este olvido? No puede achacarse solo al desinterés. Muchas instituciones formativas no transmiten el legado de quienes nos precedieron. Las universidades que hoy imparten grados de Enfermería rara vez cuentan con asignaturas específicas de historia de la profesión o de pensamiento enfermero crítico. Y, si existen se remontan a unos espacios temporales que no son capaces de trasladar estos aspectos, situándose más próximas a la antropología que a la historia reciente. Las sociedades científicas, por su parte, no siempre logran tender puentes simbólicos y afectivos entre generaciones, Mientras, muchos colegios profesionales no se sabe muy bien a qué juegan ni a quien representan, o sí, que es lo peor. Y finalmente las estructuras sanitarias, la mayoría de ellas jerárquicas y biomédicas, no fomentan el orgullo identitario profesional, sino la subordinación técnica[2].

A ello se suma un factor ideológico: vivimos en una época que fetichiza la innovación y desprecia la memoria, que valora la eficiencia, el liderazgo y la excelencia como cualidades de “emprendedores de sí mismos”, sin anclarlas a procesos colectivos ni a genealogías profesionales. En este marco, la historia de la Enfermería se convierte en una pieza de museo —si es que se menciona— y no en un motor de sentido y pertenencia.

También hay algo incómodo en recordar. Mirar hacia atrás implica reconocer deudas. Implica asumir que muchas de las libertades profesionales de hoy tienen nombre, rostro y sacrificio. Que hubo enfermeras —no pocas/os, y no siempre visibles— que arriesgaron su bienestar, su carrera y su tiempo personal para que hoy podamos hablar de ciencia enfermera, liderazgo, autonomía o paradigma propio. Y reconocer eso obliga a posicionarse, a dejar de ser espectadoras/es de una historia que se da por hecha, para convertirse en parte activa de una construcción colectiva.

La memoria no es nostalgia del pasado, es una herramienta política y ética. Recuperarla no significa idealizar el pasado, sino integrarlo críticamente en la conciencia profesional. Significa, por ejemplo, que cuando una enfermera entra por primera vez en una universidad, o cuando defiende su lugar en un equipo multidisciplinar, lo haga sabiendo que su presencia es heredera de muchas otras ausencias que abrieron camino.

Solo desde ahí se puede construir una comunidad profesional verdaderamente fuerte, capaz de dialogar entre generaciones, de respetar la experiencia sin que ello se viva como una amenaza a la innovación, y de hacer que cada paso hacia adelante tenga raíces, contexto y sentido.

Tras mi última reflexión, “La Amnesia de lo construido”, sobre la memoria histórica de la Enfermería (http://efyc.jrmartinezriera.com/2025/06/12/la-amnesia-de-lo-construido-cuando-nos-olvidamos-de-donde-venimos/), hoy quiero reflexionar sobre las diferentes visiones que sobre este preocupante tema existen a nivel intergeneracional. Las nuevas generaciones de enfermeras acceden a una profesión transformada, pero a menudo sin conciencia de lo que supuso esa transformación. Como si el derecho a estar en la universidad, a investigar, a decidir o a liderar no fuera fruto de una lucha compleja, desigual y, en muchos casos, dolorosa[3].

No se trata, aunque pueda parecerlo, de una simple diferencia generacional. Lo que se observa en múltiples contextos formativos, asistenciales y organizativos es una brecha profunda entre quienes abrieron camino y quienes hoy lo inician. No es que las nuevas enfermeras no respeten el pasado. Es, que no lo conocen, no lo han vivido, y nadie se lo ha transmitido con la importancia y significado real que tiene. Y sin relato, no hay identidad. Sin conciencia histórica, no hay sentido de pertenencia. Sin memoria, no hay proyecto[4].

Las enfermeras hemos cometido, quizás, uno de los errores más graves, haber creído que conquistar espacios equivalía a consolidarlos, que entrar en las instituciones era garantía de reconocimiento, que el desarrollo técnico bastaba para sostener la dignidad del cuidado. Pero no ha sido así. En muchos lugares, lo que se ha conseguido es sustituir el antiguo desprecio por una forma de invisibilización amable, funcional y despolitizada. Enfermeras eficaces, resolutivas, técnicas… pero cada vez menos críticas, menos presentes, menos incómodas[5].

En paralelo, muchas/os estudiantes que llegan hoy a la disciplina enfermera lo hacen desprovistas/os de referentes, cargadas/os de expectativas funcionales (empleabilidad, estabilidad, validación social), pero ajenas/os a los debates de fondo que atraviesan el cuidado, la justicia social, la salud como derecho o la vulnerabilidad como territorio ético. No porque no les importe, sino porque el sistema educativo, institucional y mediático no se lo propone como pregunta. Les ofrece una formación técnica, no una genealogía profesional. Se les invita a hacer, pero no a pensar. A aplicar, pero no a interpelar. A trabajar de enfermeras, pero no como enfermeras.

En este escenario, la distancia entre generaciones no es una anécdota. Es un síntoma de algo más profundo. Es la señal de un proceso de desmemoria, de ruptura de la cadena simbólica que debería unir a quienes hicieron posible la profesión con quienes deben sostenerla y proyectarla. Y lo más preocupante es que, si no se actúa, esa brecha seguirá creciendo hasta dejar una profesión dividida entre quienes recuerdan con amargura y quienes trabajan sin sentido[6].

Frente a esta situación, urge reconstruir el relato. Volver a contar la historia. Reconectar las vivencias con los ideales. Unir la técnica con el sentido. No se trata de glorificar el pasado, ni de despreciar el presente, ni de ignorar el futuro, sino de tejer una conversación honesta entre quienes estuvieron, están y estarán. De dejar de competir por la razón para empezar a construir en común la realidad.

Planteo, para ello, una conversación entre una enfermera veterana y una estudiante de cuarto curso, en un intento por abrir ese espacio de diálogo intergeneracional. En él se confrontan posturas, se explicitan malentendidos, se expresan dolores. Pero también se produce un encuentro, una posibilidad, una reflexión compartida. Porque si algo necesitamos hoy las enfermeras, más que nuevos protocolos, es una narrativa que nos devuelva el alma y la dirección.

 

Un día cualquiera en una universidad cualquiera. Aula vacía al caer la tarde. Paz, enfermera y profesora jubilada invitada a compartir sus conocimientos, vivencias, experiencias y recuerdos, ha terminado su intervención a la que ha sido invitada, para hablar de la evolución de la profesión/disciplina enfermera en la universidad. De las/os pocas/os estudiantes que hoy han asistido a la clase, como suele ser habitual cuando no se trata de asistencia obligatoria, solo Alma permanece en su asiento ensimismada con su móvil. Paz recoge sus notas en silencio, pero no puede evitar mirar con cierto desánimo a la joven.

 

Paz:

—Gracias por quedarte. Hoy no parecía que interesara mucho el pasado.

Alma (encogiéndose de hombros):

—Ah, de nada. Tenía que hacer tiempo para ir a un seminario de RCP y me vine a clase. Supongo que… no sé. A veces parece que todo eso que nos ha contado ya pasó. No sé si tiene tanto que ver con lo que hacemos ahora.

Paz (la mira con una mezcla de tristeza y decepción):

—¿Sabes lo que costó llegar a esta aula?, ¿a este grado, a esta universidad? No fue un regalo. Fue lucha. Muchos años de movilización, de desprecios, de tener que demostrar que no éramos ayudantes de nadie sino profesionales con pensamiento propio. Por cierto, mejor si me tuteas, me siento más cómoda. Perdona, ¿cómo te llamas?

Alma:

  • Ah, vale, sin problema. Soy Alma. Si, puede ser, claro. Pero para nosotras ya es algo dado. Yo elegí Enfermería porque tiene salidas. Y también porque me gusta cuidar, claro (dice sin excesiva convicción). Pero no pensé en… en batallas ni en ideologías.

Paz:

—Es que no se trata de batallas ni ideologías Alma ¿Tampoco piensas en quién abrió la puerta para que podáis estudiar esto como una ciencia? ¿No te parece que hay algo injusto en vivir de una herencia sin conocer a quienes la construyeron?

Alma (algo molesta):

—Tal vez. Pero también nosotras lo tenemos difícil. Nos exigís compromiso, pasión, militancia… y no siempre es tan fácil. No es todo tan épico como lo contáis.

Paz (asintiendo lentamente):

—Puede que tengas razón. A veces idealizamos lo que hicimos. No todo fue heroico. También hubo frustraciones, renuncias. Pero había algo que no se puede perder, el sentido de pertenencia. Sentíamos que lo que hacíamos era para todas/os. Que cuidábamos el presente pensando en las/os que vendríais.

Alma:

—Y nosotras/os, a veces, sentimos que estamos solas/os. Que ya todo está dicho. Que hay que cumplir, acabar los estudios, encontrar un trabajo… Y ya está.

Paz:

—¿Y dónde queda el pensamiento crítico? ¿La conciencia de ser parte de una profesión que construye salud, que dignifica el cuidado y a las personas, que transforma vidas, que puede cuestionar el sistema?

Alma (en silencio, baja la mirada):

—No lo sé. Creo que nadie nos lo ha enseñado así. Todo va muy deprisa. No hay tiempo. Todo se mide en créditos, prácticas, trabajos, exámenes, notas…

Paz:

—Quizá ahí está parte del problema. Hemos conseguido entrar en la universidad, pero no hemos logrado formar enfermeras que piensen, reflexionen, cuestionen. Nos hemos colado en una casa ajena sin cambiar el mobiliario.

Alma (sonríe levemente):

—Y vosotras/os, ¿no os habéis quedado un poco ancladas/os en el pasado? A veces parecéis juzgar sin entender que el mundo es distinto.

Paz:

—¿Sabes lo que me resulta más doloroso? No que seamos pocas/os las/os que venimos a hablar de lo que hicimos. Lo que me duele es ver cómo lo que conseguimos apenas significa algo para vosotras/os. Como si siempre hubierais podido acceder a la universidad, como si todo hubiera estado siempre así, como ahora.

Alma (sin levantar mucho la vista):

—No es eso… Pero es que el mundo ahora es distinto. Nadie me habló nunca de esas luchas. A mí lo que me preocupa es cómo aprobar Médico-quirúrgica, hacer el maldito Trabajo Fin de Grado o si voy a tener trabajo al terminar y dónde. No sé qué esperáis de nosotras, la verdad.

Paz (con un tono seco, casi con rabia contenida):

—¡Esperamos memoria, respeto, conciencia! ¿De verdad no entiendes que lo que tú vives hoy, tus clases, tus prácticas, tu título universitario, todo eso no existía para nosotras? Que tuvimos que pelear contra ministros, médicos, academias, incluso contra otras enfermeras, para que se nos reconociera como profesionales con voz propia.

Alma (molesta, cruza los brazos):

—Vale. Pero eso fue hace casi cincuenta años. ¿Qué queréis ahora? ¿Que os demos las gracias todos los días? ¿Que vivamos en deuda eterna con vosotras?

Paz (con amargura):

—¡Claro que no! Pero sí que reconozcáis que nada de esto fue casual. Que lo que se conquista se puede perder si no se defiende. Y vosotras/os vivís como si la Enfermería no tuviera historia, ni raíces, ni cuerpo colectivo. Os formáis para encontrar un trabajo, no para construir una profesión.

Alma (en voz baja, pero con firmeza):

—¿Y qué alternativa tenemos? Nos metéis presión, nos habláis de compromiso, de liderazgo, de conciencia crítica… pero nadie nos enseña eso. Nos machacan con prácticas mal organizadas, con tareas repetitivas, con teorías que no se conectan con la realidad. ¿Dónde está ese pensamiento enfermero? ¿Dónde lo habéis dejado?

Paz (se queda en silencio unos segundos, luego responde, más serena, pero aún tensa):

—Es posible. Tal vez nosotras también fallamos. Conseguimos entrar en la universidad, pero no supimos transformarla. Dejamos que se nos impusieran códigos ajenos, estructuras ajenas. Caímos en la trampa de los modelos existentes sin cuestionarlos.

Alma (con algo de ironía):

—Y encima nos decís que no estamos comprometidas. Pero si ni siquiera sabemos bien cuál es el papel de la Enfermería más allá de hacer tareas y seguir órdenes. ¿Dónde está esa identidad de la que habláis tanto?

Paz:

—Está ahí… sepultada. Oculta entre las prisas, el conformismo, el miedo. Nosotras/os fuimos ingenuas/os al pensar que con el título bastaba. Que una vez dentro del sistema, la enfermería crecería sola. Pero no fue así. El sistema nos engulló, y vosotras/os habéis heredado una profesión sin relato.

Alma (más seria):

—Y sin referentes. Porque, sinceramente, casi nunca nos contáis estas cosas. Y cuando lo hacéis, suena a reproche, no a herencia. No nos invitáis a continuar la historia, nos echáis en cara no haberla vivido como vosotras.

Paz (respira hondo):

—Quizás no hemos sabido pasar el testigo, sino solo mostrar la medalla. Olvidamos que lo que no se comparte, se rompe. Y el relato se ha roto.

Alma (mirándola de frente):

—Y yo reconozco que nunca me lo había planteado así. Pero ahora que lo dices, tal vez parte de mi apatía venga de eso. De no sentir que esto tiene sentido, de no saber a quién pertenezco. Porque sí, soy estudiante de enfermería, pero no me siento enfermera. Aún no.

Paz:

—Y eso, Alma, es lo más grave de todo. Que la profesión esté llena de cuerpos que no se saben parte de ella. Y eso se traduce en falta de liderazgo, en fragmentación, en obediencia. Y en olvido.

Alma (tras una pausa):

  • Y, ¿entonces?

Paz (suavizando el gesto):

—Y, entonces, empecemos por hablar, por recordar, por escuchar, por dejar de pedir gratitud y empezar a construir puentes. Tal vez el compromiso no se hereda, pero se siembra.

—Alma, dime algo más… Siempre me he preguntado: ¿por qué muchas/os de vosotras/os, nada más terminar en la universidad, os afiliáis casi de inmediato a un sindicato y ni siquiera os planteáis formar parte de una sociedad científica? ¿Por qué esa decisión? Me cuesta entenderla… y aceptarla, la verdad.

Alma (sorprendida, pero sincera):

—Porque sentimos que necesitamos protección, respaldo legal, saber a quién llamar si hay un problema con el contrato o con la dirección. El sindicato nos parece útil, cercano, casi obligatorio.

Lo otro… las sociedades científicas… no nos parecen prácticas. No nos las presentan como necesarias. Apenas sabemos qué hacen. Nunca nadie nos ha explicado su valor.

Paz (con tono sereno, pero dolido):

—¿Y no te parece grave? ¿No ves que eso refleja un modelo de profesional que se protege, pero que no se proyecta? Que se defiende, pero no se piensa científicamente, que le falta madurez.

Alma:

—Nos han formado para sobrevivir, no para construir. Y tal vez por eso no nos sentimos parte de nada más allá de nuestro contrato.

Paz:

—Pues las sociedades científicas no son un lujo. Son los espacios desde los que se piensa, se investiga, se define qué es y qué puede ser la Enfermería. Sin ellas, lo que queda es una profesión sin voz.

Y si no nos escuchamos entre nosotras, ¿quién nos va a escuchar?

(Paz hace una breve pausa. Mira fijamente a Alma. Decide ir más allá).

—Antes has dicho algo que me ha hecho pensar. Que decidiste hacer Enfermería “también porque te gusta cuidar”… has dicho, también, no sobre todo.

Y me pregunto, Alma, con toda sinceridad: ¿qué significa para ti cuidar? ¿Qué es eso que dices que te gusta?

Alma (desconcertada):

—No sé… Supongo que… acompañar, estar con alguien cuando lo necesita, ayudar. Que no esté solo. Que se recupere.

Paz (ladea la cabeza, con interés):

—¿Y eso te lo han enseñado en clase? ¿Lo has vivido en las prácticas? ¿O lo sientes, simplemente, como algo difuso?

Alma (se encoge de hombros):

—En clase hablamos más de protocolos, de diagnósticos, de estandarización de cuidados, de administración del tiempo, de simulaciones. En prácticas, es todo rápido, no puedes detenerte mucho. Lo de cuidar… es más una idea o un ideal que una experiencia o una realidad. O al menos, no una experiencia plena o una realidad tangible.

Paz:

—¿Y por qué estáis tan fascinadas con las técnicas? Con las máquinas, los monitores, la vía más difícil, la maniobra más compleja.

¿Desde cuándo el cuidado se mide en habilidad técnica y no en presencia humana?

Alma (incómoda):

—Bueno… porque es lo que se valora. Lo que da prestigio. Lo que parece importante. Si haces técnicas, eres útil. Si hablas con alguien o simplemente estás, parece que estás perdiendo el tiempo.

Paz (con firmeza):

—¡Ese es el drama, Alma! Nos han convencido de que cuidar es lo menos importante. Que lo esencial es lo accesorio. Pero el corazón de esta profesión no está en lo que haces con las manos, sino en lo que sostienes con tu estar.

No queréis que os asimilen u os llamen “pinchaculos” o ATS, queréis que os respeten, os valoren, os reconozcan… ¿por hacer qué? ¿Coger una vía, hacer una RCP avanzada?, ¿poner una sonda?, ¿realmente sabes lo que supuso que nos robaran nuestra identidad para pasar a llamarnos ATS? ¿Por qué os atrincheráis tras la ciencia, la profesión o la disciplina? Porque eso es Enfermería. Y como tal no hace ni deja de hacer. Son/somos las enfermeras quienes hacen/hacemos, construimos o destruimos a la Enfermería. Parece que os dé incluso vergüenza que os relacionen con el cuidado, como si fuera algo menor, sin importancia, o con ser enfermeras que es lo que sois, no lo olvides nunca Alma, porque nos costó mucho recuperarlo.

(Paz baja la voz, más dolida que airada ahora).

—¿Qué significa para ti el sufrimiento? ¿La fragilidad? ¿La injusticia? ¿la violencia? ¿La soledad de alguien que no puede más?

Porque eso es lo que vemos cada día. No datos. No valores analíticos. Vidas rotas, cuerpos vulnerados, desigualdad, miedo, sufrimiento…

¿Y qué piensas que las enfermeras pueden —y deben— hacer ante eso?

Alma (traga saliva. Esta vez no responde de inmediato. La interpelación ha calado. Habla más bajo).

—No sé. Supongo que… no lo había pensado así. Me enseñaron a “no implicarme demasiado”. A no llevarme los problemas a casa. A hacer mi trabajo bien, pero sin sufrir, a que el cuidado era lo que nos identificaba, pero sin saber cómo ni por qué… Y, sí, ya sé que somos enfermeros…

Paz (interrumpe algo alterada)

A ver Alma, perdona que te interrumpa, no sois enfermeros. Sois enfermeras. No minusvalores ni ocultes la feminidad de tu profesión ni la tuya propia, con independencia de que quienes la compongan, sean mujeres u hombres. Esto también es algo que ha costado mucho mantener y explicar. Tanto, que ni la RAE nos lo reconoce.

Paz continúa (ya más serena):

—Por otra parte, no te estoy diciendo que sufras, sino que te permitas ser sensible, conmoverte. Que no huyas del sufrimiento ajeno, porque ahí es donde empieza el cuidado real.

Cuidar no es resolver. Es estar con el otro sin huir. Es mirar de frente la injusticia y actuar desde lo que sabes, desde lo que eres. Es consensuar con la persona el mejor afrontamiento a su problema. Cuidar es un acto político. Una decisión ética. Una respuesta humana.

Alma (algo alterada):

—Ya sé, ya sé, que seré enfermera, no hace falta que me lo recuerdes, es la costumbre, pero entiendo lo que dices. Nunca nadie me lo dijo así. No pensaba que tuviese tanta importancia lo de Enfermería o enfermeras. Además, pensé que cuidar era lo que se hacía después de tomar los signos vitales y antes de preparar la medicación… ser amable. Pero eso que dices…

(pausa)

… eso me conecta con algo que no sabía, que echaba de menos.

Paz:

—Porque lo tenías, aunque no le pusieras nombre. Porque todas/os las/os que somos y nos sentimos enfermeras lo tenemos. Solo que, a veces, se sepulta con teorías sin alma, con prácticas sin reflexión, con modelos que no son nuestros, con estándares que despersonalizan. No se trata de ser amable, que también, se trata de ser empática, cercana, firme y a la vez cálida, de tener rigor sin excluir el humor… Puede parecer fácil, pero te puedo asegurar que es muy complicado. Porque ser enfermera es fácil, pero ser buena enfermera es muy difícil.

Alma:

—Y vosotras… ¿por qué no insististeis más en esto? ¿Por qué dejasteis que eso se perdiera?

Paz (en voz baja):

—Porque creímos que ya había quedado incorporado, aclarado, interiorizado, asimilado. Porque nos cansamos. Porque nos vencieron en parte. Y porque también, en algún momento, dejamos de creer que alguien quería escuchar.

Alma (tras una pausa larga, mirando al móvil aunque está en pausa):

—He visto cosas en estos años… gente sola, maltrato institucional, personas invisibles. Y también enfermeras corriendo, agotadas, desmotivadas, sin tiempo ni ganas de mirar.

Y yo me pregunto si eso es lo que me espera. Si eso es lo que soy o lo que quiero ser, realmente.

Paz:

—Lo has visto. Y no lo has ignorado. Eso ya es un comienzo.

¿Sabes qué pienso a veces? Que nosotras/os hicimos tanto ruido para entrar, que creímos que el eco permanecería siempre.

Alma:

—Y nosotras/os nos hemos incorporado a una realidad ya hecha, sin saber que es dinámica, cambiante… y necesita adaptarse. Y lejos de adaptar la realidad, nos hemos adaptado, acomodado a ella para sentirnos seguras/os, confortables.

(Pausa. Paz se acerca y se sienta junto a ella. No hay tono de superioridad. Solo escucha.)

Paz:

—Quizá ha llegado el momento de dejar de contarnos la historia como una cadena de reproches. Tú no tienes la culpa de haber llegado ahora. Y nosotras/os tampoco de no haber sabido contar bien lo que pasó.

Alma (con voz baja pero decidida):

—Entonces, ¿qué hacemos?

Paz:

—Empezar de nuevo. Pero juntas.

Reconocer que hay que cambiar muchas cosas. Cómo enseñamos y aprendemos, cómo cuidamos, cómo pensamos y queremos la Enfermería que nos representa, nos define, nos proyecta, como enfermeras.

Y para eso, los reproches no sirven. Lo que necesitamos son propuestas, memoria, diálogo. Y, sobre todo, entendimiento.

Alma:

—Entender lo que fuisteis. Entender lo que somos. Entender lo que podríamos llegar a ser si tejemos la historia completa, y no solo fragmentos sueltos.

Paz:

—Porque lo urgente —la técnica, la gestión, los indicadores— no puede seguir tapando lo importante, que es el cuidado, el compromiso, la conciencia crítica.

Alma:

—Y porque sin ese cuidado esencial, lo que queda es una profesión sin alma, vacía. Que puede hacer muchas cosas, pero no transformarlas.

Paz:

—Si no recuperamos eso, si no tejemos el antes, el ahora y el después… el destino de la Enfermería será incierto, gris, automatizado. Técnicamente eficaz, pero existencialmente irrelevante.

Alma (mirándola por primera vez con una sonrisa franca):

—No podemos permitirlo.

Paz:

—No. No podemos permitírnoslo.

—Por cierto, vas a llegar tarde al seminario de RCP

Alma (sonriendo)

—No, no lo voy a hacer, porque ya se ha pasado la hora (responde con una sonrisa franca y sincera). Pero no me importa, de verdad. Hoy he aprendido mucho más que en estos cuatro años. Gracias por hablarme tan claro.

Paz

Gracias a ti por escucharme y tratar de entender lo que he dicho. Para mí también ha sido muy importante esta conversación. ¿Me dejas que te dé un abrazo?

Alma, levantándose

—Claro que sí, le dice mientras se funde en un sincero abrazo con Paz.

 

Lo ocurrido entre Paz y Alma no es solo un intercambio dialéctico generacional. Es un acto de restitución. En esa conversación, tensa y por momentos dolorosa, quedan al descubierto las grietas de una profesión que ha olvidado demasiadas veces su propio trayecto. Paz encarna la memoria viva, el recuerdo encendido de una Enfermería que luchó con uñas y palabras por existir como sujeto colectivo. Alma representa el presente desdibujado, marcado por la tecnificación, la urgencia, la inmediatez, el hedonismo, la ambición sin escrúpulos, la burocracia y una educación que rara vez invita a pensar críticamente lo que significa cuidar.

Y, sin embargo, el encuentro entre ambas no termina en el desencuentro. Porque también hay en la escucha un acto de rebeldía. Porque el entendimiento —cuando es honesto— desarma los reproches y da lugar a la reconstrucción.

Lo que Paz y Alma comprenden es que no basta con habitar la profesión: hay que habitarla con conciencia. Que ni la nostalgia de lo que se fue ni la resignación de lo que ahora es o la desilusión en lo que se puede llegar a ser, bastan para sostener una identidad profesional fuerte. Que lo que está en juego no es solo una disciplina, sino una forma de estar en el mundo, de responder ante el sufrimiento, de construir justicia desde el cuidado.

Ambas asumen, desde lugares distintos, una verdad común: algo se ha roto. Y no se repara con homenajes ni con campañas institucionales. Se repara recuperando el relato, el pensamiento, la pregunta incómoda. Se repara dejando atrás los monólogos autorreferenciales para sentarse a dialogar entre generaciones, entre saberes, entre vivencias.

Porque la Enfermería, si quiere tener futuro, necesita reconciliarse con su pasado y atreverse a imaginar colectivamente un “después” que no esté hecho solo de tecnología y eficiencia, sino de presencia, sensibilidad, agencia política y proyecto común.

Necesita que lo urgente —tan devorador, tan inmediato— no sepulte lo importante. Porque cuando lo importante se vuelve invisible, cuando la memoria se diluye, cuando el pensamiento se apaga, lo que queda es solo una sucesión de tareas sin sentido. Y eso, en el fondo, no es cuidar. Es funcionar[7].

Por eso, entender el antes, el ahora y el después no es un lujo académico, es un imperativo ético. Un gesto de responsabilidad hacia quienes estuvieron, hacia quienes están y, sobre todo, hacia quienes vendrán. Porque solo así podremos evitar que la Enfermería, siendo capaz de tanto, termine significando tan poco[8]. Porque cuidar también es recordar aquello que nunca nos contaron, que no quisimos escuchar o que nos ocultaron.

[1]Escritor y filósofo británico (1894-1963)

[2]Martínez-Riera JR. Las sociedades científicas enfermeras: más allá del activismo simbólico. Index Enferm. 2023;32(1):23–27.

[3]Juliá M. Memoria de la resistencia. La construcción de una conciencia colectiva. Madrid: Taurus; 2018.

[4]Collière MF. Promover la vida. De la práctica de las mujeres cuidadoras a los cuidados de enfermería. Madrid: McGraw-Hill Interamericana; 1993.

[5]Tronto JC. Caring Democracy: Markets, Equality, and Justice. New York: NYU Press; 2013.

[6]Cañaveras MR, Carrillo E. Referentes invisibles: historia oral de las enfermeras españolas. Enferm Clin. 2020;30(5):317–22.

[7]Morin E. Enseñar a vivir. Manifiesto para cambiar la educación. Barcelona: Paidós; 2015.

[8]Pérez-Molina R. Memoria, identidad y proyecto en la enfermería contemporánea. Rev ROL Enferm. 2021;44(6):42–47.

LA AMNESIA DE LO CONSTRUIDO Cuando nos olvidamos de dónde venimos

Al Grupo 40 que tanto se esfuerza en mantener viva nuestra memoria.

                                                                      “Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia.”

José Saramago[1]

Vivimos tiempos en los que todo parece haber estado siempre ahí. La Enfermería —profesión, ciencia, disciplina, presencia social— parece, a los ojos de muchos, una realidad consolidada, casi natural. Una evidencia más del paisaje contemporáneo de la salud. Sin embargo, nada más lejos de la verdad. Todo lo que hoy tenemos, todo lo que hoy damos por hecho, ha sido conquistado paso a paso. Ha costado tiempo, vidas, inteligencia, determinación, errores, luchas. Ha costado que enfermeras con su hacer cotidiano y su pensamiento estructurado, fueran trazando caminos en territorios hostiles, muchas veces sin más apoyo que su convicción.

Y, sin embargo, en este presente saturado de inmediatez, individualismo y hedonismo, donde la comodidad a menudo sustituye al compromiso, se nos cuela una amnesia peligrosa. Una suerte de Alzheimer profesional que borra, una y otra vez, el rastro de quienes nos trajeron hasta aquí. Como si lo que hoy somos no viniese de ningún sitio. Como si hubiésemos emergido por generación espontánea, en un sistema que ahora, cuanto menos, nos tolera, pero que en su momento nos ignoró, nos subordinó y nos silenció.

Ese olvido no es inocuo. Erosiona lentamente lo que somos. Desvanece el sentido de pertenencia. Diluye la identidad profesional. Y, lo que es más grave, abre la puerta a la repetición de viejos ciclos de invisibilización y subsidiariedad. Porque no saber de dónde venimos es la antesala de volver a perder lo que tanto costó construir.

La Enfermería no fue siempre profesión. Fue, durante siglos, un hacer sin nombre, una prolongación funcional de las órdenes médicas, una tarea asignada culturalmente a las mujeres como extensión de su rol doméstico. Cuidar era servir. Callar era norma. Pensar, un atrevimiento. Y querer cambiar algo, un acto de insubordinación.

Hace menos de 50 años, muchas enfermeras aún pedían permiso para tomar decisiones mínimas. El acceso a estudios universitarios era limitado, la posibilidad de investigar casi inexistente, la voz profesional apenas audible en los espacios donde se decidía el futuro de la salud pública. Y, sin embargo, hubo quienes no aceptaron ese destino escrito por otros. Quienes se atrevieron a pensar diferente, a incomodar, a construir desde el margen. Mujeres que pusieron cuerpo, pensamiento y alma para que hoy podamos hablar de Enfermería como profesión, como ciencia, como sujeto político.

Y es aquí donde se nos hace urgente recuperar la memoria. Porque la dignificación del cuidado, el acceso al espacio académico, la posibilidad de investigar, escribir, enseñar y transformar, no han sido conquistas colectivas espontáneas. Son el fruto de muchas trayectorias individuales y colectivas que rara vez son reconocidas. Y sin ese reconocimiento, sin esa memoria activa, la Enfermería corre el riesgo de convertirse en simplemente en una fachada, sostenida en logros que no se cuidan ni se valoran.

Estamos, en efecto, ante una peligrosa anorexia de reconocimiento. Una especie de desnutrición simbólica que nos impide mirar con respeto a quienes nos precedieron. Que desactiva la gratitud y trivializa el legado. Que convierte la historia profesional en una sucesión de anécdotas: una lámpara que ilumina pasillos, unas necesidades básicas que se enumeran sin comprender su alcance revolucionario, una imagen de vocación que sirve para suavizar lo que en realidad fue un acto político de transformación.

Es en este contexto que surge una escena imaginaria, pero no por ello menos necesaria. Una conversación imposible, entre tres mujeres posibles. Un diálogo entre Florence Nightingale[2], Virginia Henderson[3] y Marie France Collière[4], observando desde algún lugar el devenir de la Enfermería que ayudaron a forjar. No como homenaje simbólico, sino como espejo crítico.

—Querida Florence —comienza Virginia Henderson, sentada en lo que parece una vieja biblioteca victoriana, con las manos entrelazadas sobre el regazo—, ¿te has dado cuenta? Hoy, cuando pronuncian mi nombre, casi siempre lo hacen para hablar de las «catorce necesidades». Como si todo lo que aporté se redujera a una lista. ¿A ti no te pasa algo similar con tu lámpara?

—Sí —responde Florence con una sonrisa irónica—. La lámpara… parece que solo hubiese sido eso. Un objeto que alumbra pasillos, no ideas. Como si mi trabajo estadístico, mi intervención política, mi lucha por reformar el sistema de salud británico no hubiesen existido. A veces me pregunto si nos han convertido en iconos para no tener que lidiar con nuestras ideas.

—Exactamente. Nos transformaron en figuras, en metáforas, en estampas. Pero nuestras voces, Florence, nuestras voces han sido silenciadas. No por maldad, sino por comodidad. Porque pensar lo que hicimos implica asumir lo que aún falta. Y eso incomoda.

—Y más aún —interrumpe Florence, con el tono firme de quien lleva razón—, implica reconocer que la Enfermería no puede vivir sólo de técnica ni de protocolo. Que necesita pensamiento, autonomía, juicio ético y mirada política. Que cuidar no es ejecutar órdenes, sino acompañar vidas. ¿Dónde ha quedado eso?

—Quizá perdido entre tanta urgencia —responde Henderson—. O entre tanta prisa por subir de categoría, por encajar en lógicas que no nos pertenecen. Me preocupa, Florence. Me preocupa profundamente que hoy se olvide que fuimos, ante todo, mujeres que pensaron. Que escribieron. Que lucharon. Y lo mismo le ocurre a Marie Françoise —añade mirando hacia su izquierda—, la recuerdan ser activista, pero ignoran todo su pensamiento, toda su lucha por visibilizar el cuidado como construcción cultural y social.

En ese momento, Marie Françoise Collière, con voz serena y mirada clara, interviene:

—Queridas, gracias por incluirme. Sabéis que siempre he defendido que “es en el seno de la comunidad donde el cuidar adquiere todo su sentido”. Porque el cuidado no es algo menor, ni exento de complejidad. Es un acto profundamente humano, pero también científico, que nace del vínculo, del conocimiento, de la historia, de la cultura compartida[5].

—Eso es exactamente lo que hemos olvidado —dice Florence—. Que cuidar es político, es social, es histórico. Que nuestra profesión está hecha de tejido colectivo, no de individualismo técnico.

—Y que el olvido nos vuelve vulnerables —añade Virginia—. Porque cuando se desconoce el camino recorrido, se vuelve fácil repetir errores del pasado. La subordinación, la obediencia ciega, la autoexplotación, el silencio, la negación del pensamiento propio… Todo eso puede regresar, aunque lleve otros nombres.

—Por eso estamos aquí —concluye Collière—. No como fantasmas del pasado, sino como recordatorio vivo de que la Enfermería debe cuidar también de sí misma. De su historia, de su identidad, de su memoria.

—Y no está mal querer crecer —concede Florence—. Pero crecer sin raíces es flotar. Y cuando se flota, se corre el riesgo de que el viento te lleve hacia cualquier parte, incluso hacia atrás. Porque la fragilidad del presente acontece cuando se olvida el pasado.

El silencio se instala por un momento en la sala. No es un silencio triste, sino denso. Un silencio que contiene siglos de lucha, de pensamiento, de cuidado. Una pausa que reafirma que nada fue espontáneo. Todo fue pensado, defendido y cuidado por enfermeras que sabían exactamente lo que hacían. Las tres se miran, no con nostalgia, sino con una mezcla de inquietud y esperanza. Como quien observa un paisaje que ayudó a modelar, pero que ya no reconoce del todo.

—¿Sabéis, Virginia y Marie France? —retoma Florence con aire pensativo— A veces pienso que lo que hicimos no se olvida por desconocimiento, sino por una forma sutil de desactivación. Como si reducirnos a símbolos sirviera para evitar que nuestras ideas sigan siendo incómodas. Porque pensar el cuidado como acto político, como disidencia frente al abandono y la injusticia, sigue resultando peligroso para algunos.

—Claro que sí, dice Virginia. Nos vuelven estatuas para no escucharnos. Nos hacen emblemas para no asumir lo que defendimos. A mí, a veces, me recuerdan con una dulzura casi infantil, como si mis propuestas no hubiesen puesto en cuestión todo un modelo biomédico. Como si hablar de independencia del juicio clínico, de necesidades humanas, de relación terapéutica, no hubiese sido una revolución.

—Y mientras tanto —suspira Marie France—, la profesión avanza en número, en formación, en acceso a la investigación… pero algo se diluye. Algo esencial. La conciencia histórica. El sentido de pertenencia. La gratitud activa hacia quienes construyeron cada paso. No es nostalgia, es justicia.

—Y es protección, Marie France y Virginia. Porque cuando se desconoce el camino recorrido, se vuelve fácil repetir errores del pasado. La subordinación, la obediencia ciega, la autoexplotación, el silencio, la negación del pensamiento propio… Todo eso puede regresar, aunque lleve otros nombres, aunque se vista de modernidad[6].

—Lo sé, responde Collière. Y no es exageración. Es memoria crítica. Lo hemos visto en tantas profesiones, en tantas luchas. Sin raíces, todo es vulnerable. Por eso, el olvido no es solo una falta de respeto, es un riesgo estructural[7].

—A veces imagino —dice Virginia— que pudiésemos hablar con las jóvenes enfermeras de hoy. No para decirles “en nuestros tiempos”, ni para imponer nuestras voces. Sino para compartir el valor de recordar. Para decirles que, aunque hoy estudien másteres y doctorados, aunque publiquen artículos y lideren proyectos, todo eso fue antes impensable. Y que no se trata de agradecer, sino de reconocer. De sostener la continuidad de algo más grande que una misma.

—Sí, afirma Florence. Porque cuidar también es cuidar de la historia. De lo que nos hizo ser. De lo que defendimos y lo que otras muchas y muchos, tras nosotras, hicieron, para que ellas y ellos pudiesen ahora defender lo que viene, sin olvidar de dónde vino[8].

Este diálogo, que nunca ocurrió pero que debería ser escuchado, refleja una preocupación latente. La Enfermería puede estar viviendo una ilusión peligrosa de plenitud. La idea de que «ya hemos llegado». Que «ya estamos en la Universidad». Que «ya se nos reconoce». Que «ya somos ciencia».

Y, sin embargo, cada uno de esos logros está sostenido por estructuras que aún son frágiles. Por un reconocimiento parcial, condicionado. Por una visibilidad que muchas veces sigue siendo instrumental, asistencialista, subordinada. Por una lucha que no terminó, sino que cambió de forma. En una vigilia permanente contra el espejismo de lo logrado y los ataques ante lo conseguido.

Olvidar esto no es solo una injusticia con quienes nos precedieron. Es una traición con las que vendrán. Porque no se puede proyectar futuro sin cuidar el pasado. No se puede sostener una identidad profesional si no se reconoce el hilo que nos une a quienes trabajaron, pensaron y resistieron cuando nada les era favorable[9].

Las enfermeras necesitan una pedagogía de la memoria. No para vivir ancladas en ella, sino para caminar con conciencia. Necesitan rescatar sus propias narrativas, sus propias autoras, sus propios hitos. No para recluirse en un relato identitario cerrado, sino para afirmar su singularidad frente a modelos que les han instrumentalizado durante décadas.

Y también necesita dejar de banalizar a sus referentes. De convertir a Henderson en una lista, a Nightingale en una lámpara o a Collière en una activista. De reducir su legado a fórmulas escolares que impiden ver la potencia radical de lo que defendieron. Porque cuando las referentes se transforman en caricaturas, perdemos su poder transformador[10].

El riesgo, si no se revierte esta dinámica, es el de unas enfermeras que se deslizan hacia la irrelevancia simbólica. Que, aunque ganen competencias, pierdan alma. Que, aunque publiquen artículos, olviden por qué importa hacerlo. Que, aunque ocupen espacios, dejen de construir sentido colectivo.

Vivimos en una cultura que premia la novedad, la rapidez, la producción sin pausa. Todo lo que requiere lentitud, profundidad y respeto por la trayectoria parece quedar fuera de juego. Pero las enfermeras no pueden aceptar esa lógica sin renunciar a lo que les hace únicas, su mirada integradora, su compromiso con la vida en todas sus dimensiones, su capacidad de resistir sin renunciar a cuidar[11].

Por eso, la memoria no es un ejercicio melancólico. Es una forma de resistencia. De decir: aquí estamos porque otras estuvieron antes. De reconocer que el silencio no es inocente, y que no nombrar a nuestra/os referentes es contribuir a su desaparición. De afirmar que una profesión sin historia es un cuerpo sin esqueleto: puede tener músculo, pero no se sostiene.

Y esto implica revisar nuestros propios hábitos. ¿A quién citamos? ¿Qué autoras/es enseñamos? ¿Qué imágenes compartimos? ¿Qué ideas defendemos en los foros profesionales? ¿Desde dónde hablamos cuando hablamos de Enfermería?

Si no cuidamos nuestras palabras, nuestras ideas y nuestras genealogías, terminaremos hablando desde discursos ajenos, repitiendo paradigmas que no nos pertenecen, buscando legitimidad en marcos que nos neutralizan. Y eso, más que olvido, es desposesión.

Nightingale, Henderson y Collière, desde su rincón imaginario, nos dejan una lección clara: nada está garantizado. Todo puede perderse si no se sostiene. Lo que hoy tenemos como profesión puede ser corroído, desdibujado, vaciado, si no se cuida con la misma dedicación con la que ellas y otras/os muchas/os lo construyeron.

El silencio puede ser signo de complicidad, pero teniendo en cuenta, que la memoria debe ser elemento permanente de resistencia ante el olvido.

No se trata de vivir del pasado. Se trata de vivir con él. De honrar a quienes abrieron camino, no con bustos ni con efemérides vacías, sino con pensamiento vivo, con compromiso ético, con conciencia crítica[12].

Quizá el mayor homenaje a nuestras/os referentes no sea repetir su nombre, sino sostener su legado. No recitar sus teorías, sino ampliar su horizonte. No convertirlas/os en iconos inertes, sino en interlocutoras/es activas/os de un presente que les necesita más que nunca.

Porque mientras haya olvido, habrá riesgo. Pero mientras haya memoria, habrá también esperanza. Porque cuidar la memoria es cuidar el futuro.

Y en esa esperanza, cabe la posibilidad de una Enfermería que no solo cure, no solo cuide, no solo acompañe… sino que piense, recuerde y transforme.

Hay algo profundamente paradójico en la manera en que muchas veces se ejerce la Enfermería hoy. Mientras se proclama el valor del cuidado, se descuida la historia del propio cuidado profesional. Mientras se habla de autonomía, se reproduce dependencia simbólica. Mientras se promueve la evidencia científica, se ignora la evidencia histórica. Y mientras se exige reconocimiento, se olvida que quienes nos precedieron apenas tuvieron uno.

Estamos atrapadas/os en una contradicción que nos debilita. Demandamos lugar sin sostener identidad; reclamamos presencia sin cultivar pertenencia; pedimos respeto sin practicar memoria. Es urgente salir de esa trampa. Y hacerlo desde un compromiso colectivo que parta de una convicción ética. No hay presente sólido ni futuro digno sin raíces firmes.

Estas raíces no se encuentran solo en los grandes nombres ni en las teorías académicas. Están también en miles de enfermeras que, durante décadas, cuidaron en condiciones adversas, escribieron en márgenes, enseñaron sin títulos oficiales, pensaron en soledad, abrieron espacios donde nadie les esperaba. Muchas veces desde el anonimato, invisibles, desoídas/os. Pero sin ellas/os, la profesión no existiría como hoy la conocemos.

La memoria profesional no debe funcionar como un museo, sino como un motor. No para venerar el pasado, sino para reconocer el trayecto. Para entender por qué importa tanto defender lo construido. Por qué no podemos permitir que todo quede reducido a fechas simbólicas o a campañas institucionales sin contenido[13].

El peligro no es solo el olvido. Es el vacío. El dejar que otros escriban nuestra historia. El aceptar que nos representen con palabras ajenas, con imágenes estereotipadas, con paradigmas que no nos pertenecen. El conformarnos con la visibilidad sin significación, con el acceso sin transformación, con la técnica sin pensamiento.

Por eso, recordar no es mirar hacia atrás. Es mirar hacia adentro. Es recuperar la conciencia de ser parte de algo que nos precede y pertenece y que seguirá después de nosotras/os. Es saber que nuestra voz no empieza ni termina en nosotras/os mismas/os. Que somos eco y raíz al mismo tiempo.

Florence, Virginia y Marie France, en su conversación imaginaria, nos hablan desde la nostalgia. Lo hacen desde la responsabilidad. Nos dicen, con la firmeza de quienes saben lo que costó cada avance: no olviden, no banalicen, no repitan errores que ya supusieron un gran coste. Y también nos dicen: confíen en lo que son, porque lo que son se ha construido con dignidad.

Tal vez hoy, en medio de la prisa y la fragmentación, esta reflexión pueda actuar como una pequeña lámpara encendida, no en los pasillos oscuros de una guerra, sino en los recovecos de la memoria profesional. Una lámpara que no alumbra heridas, sino legados. Que no busca culpables, sino conciencia. Que no exige reverencias, sino compromiso de nuestras necesidades y de nuestro activismo profesional y ético.

Porque cuidar es también cuidar de nuestra historia. Es cuidar lo que somos para no olvidar lo que fuimos. Y eso, más que un acto simbólico, es una forma radical de presencia.

[1] Escritor portugués. En 1998 se le otorgó el Premio Nobel de Literatura (1922-2010).

[2] Enfermera, escritora y estadística británica, considerada precursora de la enfermería profesional contemporánea y creadora del primer modelo conceptual de enfermería (1820-1910).

[3] Enfermera teorizadora que incorporó los principios fisiológicos y psicológicos a su concepto personal de enfermería (1897-1996)

[4] Enfermera, historiadora, y activista por la causa de las mujeres cuidadoras (1930-2005).

[5] Collière MF. Promover la vida: de la práctica de las mujeres cuidadoras a los cuidados de salud. Madrid: Ministerio de Sanidad y Consumo; 1993.

[6] Tronto JC. Caring Democracy: Markets, Equality, and Justice. New York: NYU Press; 2013

[7] García-Mayor JM. La profesión enfermera ante el olvido de su historia. Temperamentvm. 2020;16:e13220.

[8] Martínez-Riera JR. Enfermería Comunitaria: cuidar desde la historia para proyectar el futuro. Enferm Comunitaria. 2023;19(2):75–9.

[9] Henderson V. The Nature of Nursing: A Definition and Its Implications for Practice, Research, and Education. New York: Macmillan; 1966.

[10] Reverby SM. Ordered to Care: The Dilemma of American Nursing, 1850–1945. Cambridge: Cambridge University Press; 1987.

[11] Nightingale F. Notes on Nursing: What It Is, and What It Is Not. London: Harrison; 1859.

[12] Noddings N. Starting at Home: Caring and Social Policy. Berkeley: University of California Press; 2002.

[13] Watson J. Nursing: The Philosophy and Science of Caring. Boulder: University Press of Colorado; 2008.

PARADIGMA ENFERMERO Paradigma Iberoamericano

“Acabemos con paradigmas errados o incompletos, es decir, salgamos de la fantasía de los cuentos, no te engañes con la ilusión en tu rol de Cenicienta, eres enfermera, todo un ser fascinante, un divino portento”[1]

 

Reflexionar sobre la importancia de actuar como enfermeras desde el paradigma que nos significa e identifica no es solo una cuestión teórica o epistemológica: es un posicionamiento ético, político y profesional de primer orden. Para abordar esta reflexión es necesario comprender qué es un paradigma y cómo condiciona la forma en que vemos, pensamos, sentimos y actuamos. En el ámbito de las ciencias, un paradigma representa un conjunto, un marco de referencia que guía la producción del conocimiento, la práctica profesional y la forma de interpretar los fenómenos. Thomas Kuhn definía los paradigmas como los modelos compartidos que sostienen una comunidad científica, estructurando lo que se considera válido, legítimo y relevante[2].

En el caso de la enfermería, el paradigma propio ha sido históricamente eclipsado por el dominio del paradigma biomédico, centrado en la enfermedad, la curación, la intervención técnica y el cuerpo biológico como objeto. Este paradigma ha definido durante décadas los sistemas de salud, las políticas sanitarias, la formación de profesionales y la investigación. Frente a ello, el paradigma enfermero —construido desde la perspectiva del cuidado— parte de una visión integral del ser humano, atendiendo no solo a la dimensión física sino también a la emocional, social, cultural y espiritual. Se centra en las respuestas humanas a los procesos de salud-enfermedad y en el acompañamiento de las personas, familias y comunidades a lo largo del ciclo vital[3],[4].

El paradigma enfermero se fundamenta en principios de relación, de presencia, de interacción, de escucha activa, de respeto por la singularidad y la autonomía de las personas. No se limita a «hacer cosas» sino que propone una forma de «estar con». Su mirada es salutogénica, no patogénica; prioriza el vínculo, no la técnica; busca el bienestar, no solo la cura. Y su campo de acción no se restringe al hospital, sino que se despliega en el territorio, en la comunidad, en la escuela, en el hogar, en los espacios cotidianos donde transcurre la vida[5].

No actuar desde este paradigma supone una pérdida de identidad, de coherencia y de potencia transformadora para la profesión enfermera. Supone subsumirnos en un modelo que no nos representa, que no responde a las necesidades reales de la población y que nos reduce a ejecutoras de decisiones ajenas. Para la ciudadanía, supone recibir cuidados fragmentados, impersonales, centrados en la enfermedad y no en la persona, desvinculados de su contexto y de su historia de vida. Supone ser tratados como cuerpos a reparar y no como personas a acompañar. Supone una asistencia, que no atención, deshumanizada, tecnificada y burocratizada[6].

Trabajar desde el paradigma enfermero en sistemas de salud medicalizados implica una serie de tensiones, resistencias y desafíos. El dominio de la lógica biomédica está profundamente enraizado en las estructuras organizativas, en la distribución del poder profesional, en la formación académica, en los modelos de gestión y evaluación, y en las expectativas sociales. Las enfermeras que trabajan desde su paradigma propio se enfrentan a menudo a incomprensiones, a falta de reconocimiento, a obstáculos burocráticos o jerárquicos, e incluso al rechazo y la invisibilización de su trabajo[7].

Sin embargo, es precisamente en esos entornos hostiles donde se hace más necesario y urgente sostener el paradigma enfermero. Porque es allí donde más se necesita recuperar el sentido del cuidado, la centralidad de la persona, la escucha activa, el acompañamiento compasivo, el abordaje integral de la salud y la dignidad en el trato de las personas. Porque es en los márgenes del sistema donde el paradigma enfermero revela toda su potencia ética, humana y política. Al introducir una lógica distinta a la hegemónica, basada en la comprensión relacional y contextual del sufrimiento humano, el paradigma enfermero posibilita espacios reales de humanización del sistema[8].

Las universidades tienen aquí una responsabilidad crucial. Ser parte de las ciencias de la salud no significa, en ningún caso, que se homogenice el conocimiento, la experiencia, las competencias, el discurso. No basta con enseñar técnicas o contenidos científicos. Es necesario formar a las futuras enfermeras en un marco paradigmático coherente con su identidad profesional. Esto implica revisar planes de estudio, metodologías, evaluaciones, modelos de prácticas y criterios de excelencia académica. Implica dejar de imitar a las facultades de medicina y construir espacios académicos propios, donde el cuidado sea objeto de conocimiento, de reflexión, de investigación y de acción[9]. Donde el estudiantado se reconozca como sujeto epistémico válido, capaz de producir saber, liderar procesos y transformar realidades. La universidad debe ejercer un liderazgo claro y decidido en la formación de nuevas enfermeras desde el paradigma enfermero, articulando competencias clínicas con competencias relacionales, éticas, políticas y comunitarias, donde las primeras no oculten, fagociten, desvaloricen o excluyan a las segundas. Es preciso garantizar que los planes de estudio sitúen el cuidado como eje vertebrador, que los docentes sean referentes paradigmáticos y que las prácticas formativas se desarrollen en contextos donde el paradigma enfermero esté presente y activo. Solo así se podrá generar una nueva generación de enfermeras coherente, crítica y comprometida con el sentido profundo de la profesión[10]. Pero, para ello se requiere que quienes actúan como docentes sean enfermeras que entiendan, compartan y sientan este planteamiento. No vale con conocerlo, con transmitirlo mecánicamente. Hay que convencer, desde el convencimiento, enseñar, desde el conocimiento, argumentar, desde la evidencia científica enfermera. No se trata de impedir la incorporación de otras disciplinas en la formación enfermera, pero sí de acotar su participación a los ámbitos en los que su conocimiento no intoxique, limite o impida el conocimiento basado en el paradigma enfermero.

Del mismo modo, las sociedades científicas enfermeras deben asumir el paradigma enfermero como punto de partida en cualquiera de sus ámbitos de especialización o líneas de investigación. Una sociedad científica que estudia cuidados críticos, atención comunitaria, salud mental, gestión sanitaria o innovación docente, pero lo hace desde marcos biomédicos, técnico-procedimentales o economicistas, se aleja del núcleo epistémico de la enfermería. La especialización no puede ser una excusa para la fragmentación, ni la excelencia investigadora puede medirse únicamente en términos de impacto bibliométrico si no responde a preguntas fundamentales de la disciplina, como, ¿a quién cuidamos?, ¿para qué cuidamos?, ¿cómo cuidamos?, ¿desde qué ética cuidamos? No consiste tan solo en generar evidencia o publicar artículos, sino de construir una ciencia del cuidado que dialogue con la complejidad de la vida, que incorpore la experiencia, que no se limite a replicar modelos cuantitativos biomédicos, y que articule saberes diversos[11]. Sociedades Científicas que sean referencia del saber y el conocimiento propios de la enfermería, evitando la tentación de mimetizar denominaciones que se alejan de dicho planteamiento para acercarse al paradigma médico. Hablar de sociedad científica enfermera de pediatría, en lugar de salud de la infancia y la adolescencia o del niño y el adolescente, de enfermería geriátrica en lugar de salud de la persona mayor adulta, de enfermería psiquiátrica en lugar de salud mental… son tan solo algunos ejemplos que nos sitúan en una realidad todavía muy alejada del paradigma enfermero del que hablo.

Las academias, colegios profesionales y otras organizaciones enfermeras, por su parte, deberían posicionarse desde este paradigma, no solo como discurso, sino como praxis concreta, criterio de acción, alianzas, incidencia política y evaluación de calidad, abandonando las posiciones de inacción, pasividad y ambigüedad que muchas veces les caracteriza y que impide que sean reconocidas, valoradas y respetadas científica, social y profesionalmente[12].

Por otra parte, trabajar desde el paradigma enfermero en el contexto Iberoamericano tiene una relevancia particular. Se trata de territorios, muchas veces, marcados por profundas desigualdades sociales, sistemas sanitarios fragmentados, políticas públicas insuficientes y herencias coloniales y patriarcales que atraviesan las instituciones[13]. En estos contextos, el cuidado profesional enfermero puede ser una herramienta de equidad, justicia social y empoderamiento comunitario. Puede ofrecer respuestas contextualizadas, culturalmente sensibles, centradas en las necesidades sentidas de la población y no en indicadores estandarizados. Puede articular redes de apoyo, promover la participación social y fortalecer la salud colectiva. Puede y debe empoderarse y ejercer un liderazgo activo y proactivo desde el cuidado[14].

En Iberoamérica, las enfermeras se encuentran inmersas en un entramado social y cultural que es profundamente diverso y complejo. No hablamos únicamente de un sistema de salud o de prácticas profesionales aisladas, sino de comunidades vivas, con historias propias, tradiciones, desafíos y fortalezas que moldean la forma en que el cuidado debe ser concebido y ofrecido. Esta realidad plural y dinámica exige que las enfermeras iberoamericanas desarrollen un paradigma propio, que no sea una mera réplica de modelos externos, sino una construcción auténtica que dialogue con el contexto y responda a sus necesidades concretas.

La comunidad, en sus múltiples expresiones —urbanas, rurales, indígenas, mestizas, campesinas— es el espacio natural donde las enfermeras pueden y deben desplegar su máximo potencial. Allí donde los lazos sociales y culturales condicionan no solo la salud física, sino el bienestar emocional, social y espiritual, la praxis enfermera se vuelve imprescindible para acompañar procesos de cuidado que van más allá del síntoma o la enfermedad, hacia la promoción de entornos saludables y la prevención desde la cotidianidad[15].

Este enfoque comunitario es una invitación a replantear el paradigma que guía nuestra profesión. No se trata de importar fórmulas ajenas, diseñadas para realidades muy distintas, sino de construir un marco conceptual y práctico que reconozca y potencie la riqueza cultural y social iberoamericana[16],[17],[18]. Un paradigma que integre los saberes ancestrales, que valore la sabiduría popular, que entienda el cuidado como un acto colectivo y que asuma la responsabilidad social que las enfermeras tienen en la transformación de las condiciones de vida[19].

El paradigma enfermero iberoamericano se configura, así como una respuesta contextualizada, que implica un compromiso ético y político con las comunidades, con sus derechos y con la justicia social6. Un paradigma que reconoce la diversidad cultural y lingüística, que promueve la participación activa de las personas en su cuidado y que entiende que la salud es un fenómeno multidimensional, inseparable de las condiciones sociales, económicas y culturales[20].

Además, esta perspectiva invita a repensar la formación profesional y la investigación en enfermería, orientándolas hacia la generación y difusión de conocimiento propio y pertinente. La producción científica en el contexto iberoamericano debe reflejar y responder a los problemas reales de las comunidades que lo conforman, utilizando metodologías que respeten y validen las experiencias locales. Solo así las enfermeras podrán ejercer un liderazgo legítimo, capaz de incidir en las políticas públicas y en el diseño de sistemas de cuidado que sean accesibles, equitativos y culturalmente sensibles[21].

Al avanzar en esta construcción, las enfermeras iberoamericanas no solo fortalecen su identidad y su autonomía, sino que también aportan a la disciplina global una mirada enriquecedora y diversa. Reconocer que no existe un único paradigma válido para todos los contextos es un paso fundamental para avanzar hacia una enfermería plural, justa y comprometida con las realidades que enfrenta.

En definitiva, la apuesta por un paradigma propio es también una apuesta por la dignidad y la relevancia social de las enfermeras en Iberoamérica. Una apuesta que reconoce en la comunidad y en el contexto el eje central del cuidado, y que sitúa a las enfermeras como protagonistas en la construcción de salud desde la cercanía, la cultura y el compromiso con la vida.

Además, desde el paradigma enfermero se pueden humanizar los sistemas de salud. Frente a la despersonalización creciente, el trato industrializado, la lógica mercantil, el individualismo, el hedonismo, la inmediatez, la tecnificación excesiva y la atención centrada en procesos administrativos, el cuidado profesional enfermero representa una resistencia ética. No solo transforma la relación interpersonal entre enfermera y personas en un vínculo humano, sino que altera la arquitectura misma del sistema al introducir una lógica de proximidad, horizontalidad y dignidad. Nos recuerda que el centro del sistema debe ser la persona, no la enfermedad; el vínculo, no el protocolo; la escucha, no la prisa; la dignidad, no la eficiencia mal entendida. Nos recuerda que cuidar es un acto político y que toda acción de cuidado tiene implicancias sociales[22].

Mantener la coherencia entre lo que es y significa ser enfermera desde el paradigma enfermero implica un compromiso profundo con nuestra identidad profesional. Implica reconocer que no se trata solo de «trabajar como enfermera» sino de «ser y sentirse enfermera» con todo lo que ello conlleva y representa. En la forma de mirar, de sentir, de actuar, de decidir, de priorizar y de estar presente. Implica preguntarse constantemente si lo que hacemos responde a nuestros valores, a nuestro saber, a nuestra ética y a nuestra forma de comprender el mundo. Implica resistir la tentación de mimetizarnos con otros modelos, de buscar validación en paradigmas ajenos o de justificar nuestra existencia solo en términos médicos o economicistas en los que se nos quiere encasillar y, en los que lamentablemente muchas veces, nos instalamos por entenderlos como nuestra zona de confort y nuestro nicho ecológico profesional que nos sepulta profesionalmente[23].

En base a lo dicho, ¿se puede trabajar al margen del paradigma enfermero? Se puede, pero a un alto coste. El coste de la despersonalización, del desencanto profesional, del agotamiento emocional y de la incoherencia interna. El coste de reproducir un modelo que no nos representa y que no responde a las necesidades reales de la gente. El coste de hipotecar el futuro de la profesión y de desdibujar nuestro aporte único y específico al sistema de salud. Trabajar fuera del paradigma enfermero nos convierte en piezas intercambiables, prescindibles y subordinadas. Nos aleja del sentido profundo de nuestro quehacer[24].

Si realmente queremos ejercer un liderazgo enfermero, que sea transformador, no se puede prescindir del paradigma propio. No se lidera desde la técnica, ni desde la administración, ni desde el poder formal. Se lidera desde el sentido, desde la coherencia, desde el conocimiento y la evidencia científica enfermeros, desde la capacidad de movilizar, desde el pensamiento crítico, de inspirar y de cuidar también en las relaciones de poder. El liderazgo enfermero debe ser paradigmático. Debe posicionarse, nombrarse y actuar desde el cuidado. No para imponer, sino para proponer; no para competir, sino para trabajar en equipo; no para hegemonizar, sino para humanizar[25].

En este sentido, una enfermería que se asuma desde su paradigma no solo transforma su práctica, sino que transforma los sistemas. Porque introduce otras lógicas, otros tiempos y otras prioridades. Porque rompe con la fragmentación, con la verticalidad y con la tecnocracia. Porque pone en el centro la vida, la salud y la comunidad. Porque convierte el cuidado en una herramienta de justicia social, en una práctica de resistencia y en una forma de construir mundos más habitables. Porque aporta no solo acciones sino sentidos; no solo técnicas sino vínculos; no solo datos sino historias vivas. Porque nos permite pensar, hablar, debatir, decidir, actuar… con voz propia, la enfermera, y no como marionetas manejadas por ventrílocuos que, además, ni tan siquiera disimulan que son ellos quienes hablan[26].

Resulta urgente, por tanto, recuperar, sostener y proyectar el paradigma enfermero como base de nuestra práctica, de nuestra formación, de nuestra investigación y de nuestra organización. Es urgente dotarlo de densidad conceptual, de visibilidad política y de reconocimiento institucional. Es urgente hacerlo presente en los currículos, en las políticas públicas, en los espacios de decisión y en los discursos mediáticos. Porque no hay desarrollo profesional sin paradigma. Porque no hay cuidado sin coherencia. Porque no hay salud sin enfermeras[27].

Pero, también, porque las crisis globales —como las vividas en la pandemia o las generadas por el cambio climático, la migración forzada, las guerras o las inequidades estructurales— exigen respuestas integrales, humanas y basadas en el cuidado, al que ni podemos ni debemos ser ajenas/os. El paradigma enfermero es una brújula para estos tiempos inciertos, una voz para los que no tienen voz y un acto de esperanza para los que siguen soñando con sistemas de salud que respeten, acompañen y transformen[28].

Todo lo dicho, deberíamos tenerlo claro allá dónde actuemos. Sea en la universidad, hospital, centro de salud, residencia de personas adultas mayores, colegio o instituto, sociedad científica, colegio profesional, ayuntamiento, asociación… porque en cualquier ámbito o contexto tenemos que prestar atención desde el paradigma enfermero que debe impregnar siempre, nuestro sentimiento, nuestra profesión, nuestra disciplina, nuestra identidad.

Quienes no estén en disposición de hacerlo deberían pensar en el daño que provocan y en la incoherencia de su actuación, que impide que la aportación enfermera sea visible, conocida y reconocida. Siempre es momento para plantearse otras alternativas y dejar espacio para que, quienes están convencidas/os, comprometidas/os e implicadas/os puedan actuar como las enfermeras que son y se sienten. Un título no otorga más que licencia para trabajar. Pero se requiere algo más que un título para ser realmente enfermera.

[1] Adaptado de https://citas.in/accounts/45045/?page=6

[2] Kuhn TS. La estructura de las revoluciones científicas. 3ª ed. México: Fondo de Cultura Económica; 1995.

[3] Meleis AI. Theoretical nursing: development and progress. 5th ed. Philadelphia: Wolters Kluwer; 2018.

[4] Fawcett J. Contemporary nursing knowledge: analysis and evaluation of nursing models and theories. 3rd ed. Philadelphia: F.A. Davis Company; 2017.

[5] Watson J. Nursing: The philosophy and science of caring. Boston: Little, Brown; 1988.

[6] Benner P. From novice to expert: excellence and power in clinical nursing practice. Prentice Hall; 1984.

[7] Martin-Misener R, Bryant-Lukosius D, Donald F, et al. Canadian nurse practitioners’ role in primary care: implications for interprofessional collaboration. Nurs Leadersh (Tor Ont). 2015;28(1):49–63.

[8] Dossey BM, Keegan L. Holistic nursing: a handbook for practice. 8th ed. Burlington: Jones & Bartlett Learning; 2016.

[9] Newman MA, Sime A, Corcoran-Perry S. The focus of nursing practice: Refining a nursing theory. Nurs Sci Q. 1991;4(4):177-184.

[10] Morse JM. The significance of the paradigm in nursing science. Nurs Sci Q. 1991;4(2):88-94.

[11] White C. Advancing nursing science through theory development. J Nurs Scholarsh. 2011;43(2):99-105.

[12] IOM (Institute of Medicine). The Future of Nursing: Leading Change, Advancing Health. Washington, DC: The National Academies Press; 2011.

[13] Frenk J, Gómez-Dantés O, Knaul FM. The health systems of Latin America and the Caribbean. In: Blumenthal D, Hsiao W, editors. The Oxford Handbook of Global Health Politics. Oxford: Oxford University Press; 2012.

[14] Pan American Health Organization. Strategy for universal access to health and universal health coverage. Washington, DC: PAHO; 2014.

[15] Merhy EE. La producción social de la salud: el cuidado más allá de la enfermedad. Interface Comunic Saúde Educ. 2006;10(19):107-120.

[16] González-González MC, Rodríguez-Gómez G, et al. La enfermería comunitaria en Iberoamérica: avances y retos desde el paradigma de la integralidad. Rev Lat Am Enfermagem. 2019;27: e3165.

[17] Merhy EE. La producción social de la salud: el cuidado más allá de la enfermedad. Interface Comunic Saúde Educ. 2006;10(19):107-120.

[18] Castro-Sánchez AM, Vázquez-Cruz M. Saberes ancestrales y cuidado enfermero: desafíos para la práctica y la formación en América Latina. Rev Latinoam Enfermagem. 2018;26: e3083.

[19] Garcia CM, Almeida MR. Enfermería y derechos humanos: un compromiso ético en la construcción del cuidado integral en Latinoamérica. Rev Latinoam Enfermagem. 2017;25: e2910.

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