UNA CIUDAD QUE PEDALEA HACIA NINGUNA PARTE

El Ayuntamiento de Alicante se empeña en repetir, una y otra vez, un mismo patrón: sustituir la política por la foto, el compromiso por la propaganda, la planificación por la improvisación. El último ejemplo ha sido la actividad “A Urbanova en bici”, presentada como una iniciativa novedosa, amable y familiar dentro de la Semana Europea de la Movilidad, y que no es sino el enésimo disparate de un consistorio incapaz de asumir la realidad de su ciudad.

Porque la realidad es tozuda. Alicante, su equipo de gobierno, no cree en la movilidad sostenible. Lo viene demostrando desde hace años con decisiones tan evidentes como el desmantelamiento del servicio de alquiler de bicicletas, la negativa reiterada a recuperarlo, la inexistencia de carriles bici -más allá de algunas líneas intermitentes e inútiles pintadas sobre algunas aceras o compartidas con la circulación de coches-  que vertebren el casco urbano o conecten con barrios periféricos y poblaciones cercanas, y la ausencia de un plan serio de accesibilidad para las personas con movilidad reducida. Lo que hay son parches, ocurrencias y fiestas puntuales para cubrir con maquillaje la desnudez de una ciudad diseñada para el coche y para un turismo selectivo, de espaldas a la ciudadanía que la habita cada día.

Organizar un paseo en bicicleta a Urbanova sin disponer de la infraestructura adecuada no es fomentar la movilidad sostenible, es un sarcasmo. Durante unas horas, el Ayuntamiento convirtió en posible lo que debería ser cotidiano, gracias a la escolta de la Policía Local y la excepción de un evento. Pero Alicante no necesita excepciones, necesita certezas. No necesita un día de ciclismo festivo, necesita 365 días de planificación, seguridad y accesibilidad.

El problema no es Urbanova. El problema es que no existe posibilidad real de desplazarse en bicicleta de manera segura a ningún barrio periférico, ni a San Gabriel, ni a Playa de San Juan, ni a Aguamarga, ni mucho menos a municipios vecinos como San Vicente -incluida la Universidad- o El Campello. Y, circular en bicicleta en el casco urbano, es una actividad de alto riesgo. Alicante en una isla desconectada, en una ciudad anclada en un modelo obsoleto y contaminante que prioriza el tráfico privado sobre la salud, la sostenibilidad y la calidad de vida.

Lo más preocupante, sin embargo, no es la carencia de infraestructuras, sino la ideología que hay detrás. El equipo de gobierno de Luis Barcala y su concejal de Movilidad no solo ignoran las demandas de la ciudadanía y de las asociaciones que llevan años trabajando en propuestas concretas. También participan de un discurso negacionista que descalifica cualquier política ambiental como “ecologismo de salón”, que presenta la sostenibilidad como una imposición ideológica y que convierte la movilidad sostenible en enemigo número uno de una agenda reaccionaria que recorre Europa y España.

Ese negacionismo consciente explica por qué Alicante se ha convertido en una ciudad escaparate. Bonita para el turista, incómoda para el residente. Una ciudad que presume de modernidad mientras margina a quienes necesitan o desean desplazarse en bici, caminar con seguridad o acceder con una silla de ruedas a servicios básicos. Una ciudad que mide su éxito en cruceros y terrazas llenas, pero no en aire limpio, en transporte accesible o en calidad de vida para sus habitantes.

Porque no hablamos solo de bicicletas. Hablamos de salud pública, de contaminación, de emisiones que aumentan el riesgo de enfermedades respiratorias. Hablamos de infancia, de la posibilidad de que los niños y niñas puedan ir seguros al colegio sin depender del coche o el autobús. Hablamos de barrios incomunicados que se sienten ciudadanos de segunda porque no tienen un transporte público decente ni aceras transitables. Hablamos, en definitiva, de un modelo de ciudad que condiciona la manera en que vivimos, trabajamos, nos relacionamos y respiramos.

Mientras otras ciudades europeas aprovechan los fondos europeos para transformar su movilidad, peatonalizar calles, ampliar redes ciclistas o electrificar el transporte público, Alicante se queda anclada en debates estériles y ocurrencias. El resultado es una brecha cada vez mayor con los estándares europeos, que no solo afecta a la competitividad económica o a la captación de talento, sino sobre todo a la justicia social.

Necesitamos un Ayuntamiento que deje de engañar, de negar y de esconderse —como hizo el concejal camuflándose entre la multitud para no ser reconocido, quizá para evitar que lo asociaran a una política en la que no cree o para librarse de los reproches por tratar de engañar tan descaradamente— y que empiece a planificar y hacer realidad una ciudad para todos, no solo para quienes llegan de visita. Una ciudad que se atreva y pueda de una vez pedalear de verdad hacia el futuro, y no hacia ninguna parte, como sucede ahora.

Porque las bicicletas no son, tan solo, para el verano y mucho menos para un solo día.

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