
Más allá de las responsabilidades no asumidas por el president de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, por su gestión de la DANA y sus constantes cambios de argumentación —tan inconsistentes como oportunistas—, lo cierto es que su estrategia para mantenerse en el poder resulta tan eficaz como inquietante. Puede provocar rechazo, indignación o vergüenza ajena, pero no deja lugar a la ingenuidad. Nada de lo que hace Mazón es fruto de la improvisación. Cada palabra, cada silencio, cada gesto y cada mentira están cuidadosamente calculados. Detrás de su aparente torpeza política se esconde una frialdad táctica digna de estudio.
Su gobierno se tambalea, su imagen pública está deteriorada y la confianza ciudadana se erosiona día tras día. Sin embargo, ahí sigue, aferrado al cargo, sorteando cada crisis como si nada hubiera pasado. ¿Cómo lo logra? Con una mezcla de cinismo, victimismo y manipulación emocional que ha convertido en un arte.
Su jugada maestra ha sido atar su destino al de Feijóo. Lo ha hecho con tanta habilidad que, a estas alturas, ambos son inseparables. Si cae uno, cae el otro. Mazón comprendió desde el primer momento que una eventual dimisión suya sería interpretada como un fracaso del líder del Partido Popular. Perder el gobierno valenciano supondría para Feijóo un golpe político demoledor. Por eso, el president valenciano urdió desde el minuto uno un plan de supervivencia tan meticuloso como perverso, tejer una tela de araña en la que quedara atrapado su propio jefe. La comparecencia de Pedro Sánchez en el Senado, programada de manera calculada para el día siguiente del aniversario de la DANA -en el que asistimos al rechazo a Mazón-, es la última muestra de la protección de Feijóo a Mazón, para salvarse a sí mismo.
Esa red invisible es la que hoy impide cualquier intento de apartarle del poder. Feijóo sabe que no puede exigirle responsabilidades sin quedar salpicado por las consecuencias. Y Mazón lo sabe. Lo sabe tan bien que ha aprendido a dosificar los tiempos de su discurso, alternando fases de victimismo impostado con ataques furibundos al Gobierno central. Ha asumido que su popularidad se hunde, pero también que la debilidad de su jefe le garantiza tiempo.
El tono moderado inicial dio paso a una orquesta de reproches, insultos y acusaciones hacia Pedro Sánchez, en perfecta sintonía con el guion que le marca la dirección nacional del PP. Lo que parecía una coincidencia estratégica es, en realidad, un pacto tácito de conveniencia. Feijóo necesita aliados territoriales que repitan su mensaje, y Mazón necesita al líder del partido como escudo frente a quienes piden su cabeza.
El president valenciano se mueve en ese terreno resbaladizo con una seguridad pasmosa. Controla el momento exacto en que debe mostrarse indignado, cuándo debe fingir empatía, cuándo debe callar y cuándo debe atacar. Ha convertido la impostura en herramienta política. Y lo hace con la colaboración forzada de su séquito institucional, actuando de coro y palmeros. La escenificación es burda, pero efectiva y sobre todo efectista.
Mientras tanto, la realidad sigue esperando respuestas. Las víctimas, los municipios devastados, los proyectos de reconstrucción que nunca llegan, los presupuestos que no se ejecutan. Nada de eso parece alterar el equilibrio interno de la danza de poder que ambos protagonizan. Feijóo y Mazón bailan juntos la coreografía del aguante, girando uno en torno al otro con la única consigna de no perder el compás.
El líder gallego, preso de su propia ambigüedad, observa impotente cómo cada paso de Mazón lo arrastra hacia un escenario que no controla. Sabe que su suerte está ligada a la del president valenciano y que una caída en València abriría un boquete en su proyecto político nacional. Por eso no mueve ficha. Por eso calla. Por eso asume, con resignación, que debe proteger a quien ya no puede corregir.
La política valenciana se ha convertido en un espectáculo de supervivencia, donde la responsabilidad se diluye, la ética se relativiza y el poder se justifica por sí mismo. Mazón ha comprendido que, mientras el ruido mediático oculte la inacción y la propaganda sustituya a la gestión, podrá seguir danzando. Aunque sea sobre el fango.
Mazón no aspira a convencer, aspira a resistir. Su estrategia no es la del liderazgo, sino la de la permanencia para asegurarse quince años de sueldo como expresidente. Y esa es, paradójicamente, su mayor victoria y nuestra peor derrota.
Se puede acusar a Mazón de muchas cosas —de manipular, de mentir, de desviar la atención, de convertir la tragedia en instrumento político—, pero no se le puede negar su habilidad para mantenerse a flote. Lo suyo no es torpeza, sino cálculo. No es confusión, sino estrategia. Una estrategia vergonzante y miserable, pero eficaz.
El domingo, como sucede en los centros de jubilados, tienen previsto un nuevo baile con el que distraer a los medios y engañar a la ciudadanía con una dimisión que nunca llega. Feijóo quiere cambiar de pareja, pero Mazón no le deja.
Danzad, danzad, malditos.