DE ILLA A DARIAS Juego de tronos

“La política, la intriga. ¿Qué más da? Como me parecen algo hermanas, que las haga otro“.

Pierre-Augustin de Beaumarchais

dramaturgo francés 1732 – 1799[1]

 

Aún recuerdo cuando se anunció el nombramiento de Salvador Illa como ministro de sanidad. Un filósofo para una cartera prácticamente vacía de competencias, que se interpretó como una banalización ante la intrascendencia de un ministerio que acababa de ser fraccionado en tres (sanidad, consumo y bienestar social) dando respuesta al gobierno de coalición. Pocos, por no decir nadie, prestaron excesiva atención al nuevo inquilino de sanidad.

Salvador Illa empezó su andadura cogiendo el relevo de una ministra, Mª Luisa Carcedo, que había hecho los deberes y que dejaba hilvanado el Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria, a falta de que se llevase a cabo el cosido definitivo que permitiese cambiar, un modelo caduco, ineficaz e ineficiente como consecuencia de la falta de atención prestada hasta entonces por equipos ministeriales anteriores y por un Sistema Sanitario cuyo modelo paternalista, asistencialista, medicalizado, fragmentado y hospitalcentrista la había contagiado, desposeyéndola de sus principios básicos.

Ese fue su inicio. Presidir una jornada en la que los diferentes agentes, profesionales, ciudadanos y políticos, se reunían para analizar y reflexionar sobre el desarrollo de la estrategia que, por otra parte, ya dependía de las Comunidades Autónomas (CCAA). Un escenario de marketing sanitario que permitiese darle lustre a la estrategia propiciada desde el ministerio.

Parecía pues que el cometido tranquilo que, al menos en apariencia, se le había trasladado al Sr. Illa seguía un guión en el que éste se sentía a gusto como estratega y negociador político contrastado. Sus formas, su talante, su serenidad, su proximidad, su aparente timidez o cuanto menos ausencia de protagonismo tras unas gafas que, finalmente, se convirtieron en referente claro de su propia fisonomía y personalidad y que incluso, la forma en cómo las manejaba, se incorporó como parte de su lenguaje no verbal permitiendo identificar sus estados de ánimo.

A este hombre tranquilo, sin embargo, la tranquilidad le duró poco. La irrupción de la pandemia hizo que un ministerio prácticamente vacío de competencias y cuyo principal cometido era el de la articulación y la negociación entre CCAA, para lo que tenía especial habilidad el ministro, se convirtiese en el centro de un ciclón pandémico que provocaba una fuerza centrípeta que todo lo absorbía.

El ciclón fue adquiriendo cada vez más poder destructivo y de atención situando al ministro Illa en el centro de todas las miradas y también de todas las críticas que es como en política, lamentablemente, se afrontan las situaciones de crisis. Al entenderlas los oponentes políticos como oportunidades para su interés oportunista y partidista.

Sin duda la pandemia dejó al descubierto las vergüenzas y las carencias del que hasta ese momento siempre había sido identificado y difundido como uno de los mejores Sistemas de Salud del mundo. Y no es que la pandemia hubiese desprovisto al mismo de parte de sus virtudes, sino que sacó a flote las consecuencias de unas políticas que fueron sistemáticamente debilitando su fortaleza por la falta de inversión y el maltrato a su mayor activo, los profesionales, que no tan solo tenían unas condiciones de trabajo cada vez peores, sino que la sobrecarga a la que eran sometidos por unas plantillas totalmente mermadas y desfasadas se unían a la organización y gestión de un modelo que la pandemia vino a visibilizar que requería de profundos cambios e intervenciones correctoras y que, desde luego, no se arreglaban otorgando a las/os profesionales la categoría de heroínas/héroes.

Esta evidencia condujo a que se empezasen a generar discursos cada vez más frecuentes de la necesidad de acometer cambios urgentes y sustanciales en el SNS. Y el ministro asumió el reto y convocó en el mes de junio a 20 expertos para que de manera intensiva consensuasen una ponencia de cambio del SNS que meses después concluyó en un documento que debía asumir el ejecutivo como base para tan necesario como urgente cambio, junto a las conclusiones que derivaron de las comisiones de reconstrucción creadas al efecto.

Sin embargo la aparente y artificial normalidad que se quiso vender para salvar un verano que se presentaba aciago se encargó de que ese aparente interés por el cambio quedase enterrado o arrastrado por las olas de contagio que se sucederían tras un descanso estival que trató de aparentar una normalidad para la que aún no estábamos preparados y para la que aún no teníamos respuestas suficientes ni eficaces.

Todo quedó, por tanto, en una nueva escenificación coral a la que se arrastró, con medias verdades e incluso con mentiras, a quienes creyeron los cantos de sirena del cambio prometido por el hombre tranquilo. Como en la obra de Shakespeare, mucho ruido y pocas nueces, o más bien ninguna.

A todo ello hay que añadir el sangrado de “dimisiones” de altos cargos, que continuaba desde el anterior equipo de la ministra Carcedo, y que habían estado participando e impulsando de manera activa en las iniciativas de cambio comentadas anteriormente, lo que, cuanto menos, genera ciertas dudas sobre si las dimisiones no obedecieron a discrepancias con el silencio y ostracismo al que se sometieron dichas iniciativas.

El espectáculo estaba asegurado y en él, el jefe de ceremonias, trataba, desde su habitual y aparente serenidad, trasladar esa misma sensación a unos mensajes cargados de incertidumbre y de decisiones que modificaban la vida y convivencia de una ciudadanía cada vez más cansada, incrédula y olvidada.

El rescate de la navidad supuso un regalo envenenado que ni Papa Noel ni los Reyes Magos lograron paralizar y que dio paso a una 3ª ola que nos transporta a situaciones tan críticas o más que al inicio de la pandemia. Como si nada de lo hecho y perdido hasta entonces hubiese servido para aprender y aprehender.

Lo que viene después ya se sabe. Pero lo cierto es que ese hombre tranquilo en medio de tanta intranquilidad fue cada vez más cuestionado y criticado y con ello cada vez más aislado en una triste similitud con su apellido, Illa, que en castellano es Isla.

Su apellido fue refugio de su propia gestión quedando rodeado por todas partes del agua de las críticas y los oportunismos políticos y territoriales. Cada vez con menos posibilidades de que llegasen a su rescate en esa Isla en la que había quedado atrapado junto a un devaluado, acrítico y cada vez menos fiable Señor, que no Doctor, Simón. Isla desde la que oteaban una realidad tan diversa como preocupante en la que la vacunación sufría los efectos de una indudable falta de planificación tanto europea, nacional como autonómica y en la que, una vez más, no se contó con las enfermeras para su puesta en marcha, salvo para identificarlas como vacunadoras. Un nuevo y triste resultado de una visión sesgada, parcial, paternalista, asistencialista, excluyente y ausente de criterios homogéneos, de una pandemia que le acabó hurtando la serenidad al hombre tranquilo.

De repente apareció la balsa de salvamento en forma de elecciones en Catalunya e Illa fue rescatado como náufrago para ser trasladado a las costas catalanas donde emprender una nueva aventura desde su aparente tranquilidad.

Salvamento en el que una nueva y sorpresiva inquilina pasó a ocupar el espacio dejado por Illa. La ministra Darias de Política Territorial y Función Pública, pasaba a Sanidad, como si los trasvases ministeriales fuesen lo más normal del mundo. Luego nos quejamos las enfermeras de que se siga creyendo que servimos tanto para un roto como para un descosido.

El caso es que la Sra. Darias asume el reto de la pandemia en uno de sus peores momentos como consecuencia de los efectos devastadores de la 3ª ola y del proceso de vacunación.

Con Illa rescatado y Darias recién incorporada cabe preguntarse si va a cambiar algo o si por el contrario la pandemia va a continuar utilizándose como excusa permanente de la inacción y la falta de toma de decisiones.

Dudo que en ese trasvase que el Sr Illa ha querido revestir de tranquilidad y discreción, y que muchos han interpretado como huida silenciosa y a traición, se haya llevado a cabo algo más que la cesión de la cartera de piel, en la que, mucho me temo, no habrá mucho más que alguna carta de despedida. Es decir, las necesidades de cambio, en forma de documentos, dossiers o ponencias, habrán quedado definitivamente encerradas en el fondo de algún cajón sin que logren nunca ver la luz que los haga visibles. Y con la desaparición casi total de quienes los gestionaron desde el ministerio y, por tanto, capaces de propiciar algún cambio real, las propuestas e intenciones en ellos recogidos desaparecerán y se perderán. Una nueva, fallida y triste oportunidad desaprovechada que propiciará que el SNS siga anclado en un modelo tan caduco como inadecuado para las necesidades actuales y las que esta pandemia va a dejar tras su paso.

La ministra Darias, por tanto, ha ocupado el hueco dejado en ese juego de estrategia que se ha jugado en un ya devastado tablero político, en el que, además, había que dejar hueco para la “otra pieza” desplazada, el alfil Iceta.

Su incorporación no ha levantado ni entusiasmo ni excesivas expectativas en unos profesionales de salud demasiado cansados como consecuencia de los efectos de la pandemia y de las decisiones adoptadas, que tanto les afectan y tan poco les reportan.

Estaría bien que la Sra. Darias se rodease de profesionales y asesores que le hiciesen ver que más allá de la respuesta política que le toca dar, existen necesidades urgentes que no pueden seguir postergándose sine die. Que es preciso que identifique las carencias que existen y que eche mano de las fortalezas que representan los profesionales para, entre todas/os, buscar soluciones en lugar de continuar poniendo parches.

Que las respuestas no pueden ni deben continuar quedando en palabras de agradecimiento y de impostura diplomática. Que las enfermeras deben de dejar de ser vistas como mano de obra, como recursos humanos sin más, para pasar a ser identificadas, valoradas y reconocidas como profesionales fundamentales, tal como lo hacen los países en donde masivamente las contratan, con las consecuencias que ahora mismo estamos padeciendo. Que las recomendaciones de organizaciones como la OMS en el sentido de incorporar enfermeras en puestos de responsabilidad y toma de decisiones en todas las organizaciones e instituciones van más allá de los discursos interesados a los que nos tienen acostumbrados nuestros políticos. Que el contexto de cuidados que deja la pandemia requerirá de una apuesta firme y decidida para otorgar el liderazgo que se le ha venido negando hasta ahora. Que si queremos seguir alardeando de un excelente SNS debemos abandonar la cola de países de la OCDE en número de enfermeras por cada mil habitantes. Que las evidencias científicas demuestran, de manera clara y rotunda, que el número de enfermeras contratadas y de excelente formación está directamente relacionada con un descenso claro de la morbi-mortalidad. Que las enfermeras no somos una amenaza para nada ni para nadie, sino una solución a la necesaria e imprescindible atención transdisciplinar. Que las enfermeras debemos ser oídas y tenidas en cuenta en cuantos foros, comisiones, reuniones o grupos de trabajo se hable de salud, desde cualquier perspectiva.

Para empezar, Sra. Darias, estaría bien que nos escuchase y evitase seguir con los mensajes vacíos, aunque elegantes y aparentes, con los que habitualmente tratan de engañarnos en un lamentable ejercicio de falta de respeto a nuestra inteligencia.

En su mano está el que su incorporación sea, una vez más, un ejercicio de intriga palaciega política que tiene como único objetivo el equilibrio de fuerzas del gobierno y del partido al que pertenece, o que realmente tenga la voluntad, y la valentía de tomar decisiones que definitivamente tengan como objetivo la salud del SNS y de las personas a las que, desde el mismo, deben ser atendidas y cuidadas.

Daría lo que fuese por creerme que usted, Sra. Darias, es la persona que realmente necesita este ministerio. Pero permítame que tenga serias dudas. Tan solo usted podrá ser capaz de despejar, en el tiempo en que pueda o le dejen ocupar un cargo que parece más un comodín de los movimientos políticos de quienes conforman los gobiernos que un puesto de la importancia que tiene la salud de las/os ciudadanas/os. Por mucho que la mayoría de las competencias estén transferidas a las CCAA, que normalmente mimetizan la incoherencia que muestra el ministerio, para, finalmente, escenificarla en el consejo interterritorial donde nadie les quiere como pareja de baile.

Darias, permíteme tutearte, darías una gran alegría a todas/os si dieras ese paso. Ojalá tu formación como abogada te permita comprender la importancia de tomar decisiones, no tan solo justas, sino ajustadas a derecho que te hagan ser recordada como aún lo es Ernest Lluch, u olvidada como prácticamente el resto de políticos que han pasado sin pena ni gloria por ese ministerio de circunstancias en que han convertido a la gestión de la sanidad y con ella de la salud, que es lo más triste y lamentable. No parece razonable, por tanto, seguir generando capítulos en este particular juego de tronos.

[1] Fuente: https://citas.in/temas/intriga/

LOS MANDAOS. De la mediocridad a la obediencia debida.

“Unirte a gente mediocre es unirte a gente tóxica, sin darte cuenta de que el aire viciado entra por tus poros y te enferma.”

BERNARDO STAMATEAS

 

En esta pandemia estamos asistiendo a una clara exaltación de mediocridad, hipocresía y cinismo por parte de muchas de las personas que deberían ser, precisamente, el claro ejemplo de todo lo contrario.

El problema es que, como sucede con la propia pandemia, el aumento generalizado de casos, los picos, las olas… de estas tristes y lamentables manifestaciones acaban por naturalizarse como si fuesen parte de la propia situación que estamos viviendo y que incluso nos lleva a identificarlas como anécdotas del proceso.

Sin embargo es importante que tratemos de visibilizarlas y otorgarles el valor de gravedad que las mismas tienen y que afectan de manera significativa tanto a la evolución de la propia pandemia como a la salud comunitaria y los derechos fundamentales en los que se sustenta (libertad, equidad, igualdad, democracia…).

La impunidad, social y legal, no puede incorporarse como respuesta a la inacción o a la acción mediocre, ineficaz e ineficiente de quienes, desde la autoridad de sus puestos o cargos o de quienes les respaldan en los mismos, contribuyen a generar una atmósfera de confusión, incertidumbre, alarma, confrontación… con decisiones oportunistas e interesadas o con la inhibición absoluta en la toma de dichas decisiones en espera de que sean otros quienes las tomen, con el agravante de, posteriormente, situarse en posición de ataque hacia las mismas y quienes deciden.

La situación que estamos viviendo, sin duda, es compleja. Pero, precisamente por eso, resulta imprescindible que se tomen decisiones. Decisiones que ineludiblemente pasan por un análisis pormenorizado de la situación. Una identificación clara de las posibles consecuencias de las mismas. Un conocimiento exhaustivo de los recursos con los que se cuenta. Una elección pormenorizada de las/os responsables que tienen que desarrollarlas. Un canal permanente y permeable que facilite el trasvase de información bidireccional. Un posicionamiento de transparencia y coherencia que limite la confusión y las interpretaciones, interesadas o no. Es decir, básicamente, planificación.

Para ello se precisa de personas, no tan solo preparadas, sino íntegras, coherentes, éticas y comprometidas con la responsabilidad inherente a los cargos que ocupan y no al agradecimiento hacia quien les ha situado y mantienen en los mismos.

Sin embargo, las decisiones y sus decisoras/es se comportan, generalmente, de manera totalmente divergente a lo planteado. Parece que nadie quiere asumir el compromiso de tomar las decisiones. Que siempre hay alguien a quien mirar y señalar como responsable de que no se tomen o se hagan a destiempo y mal. Que el “yo soy un/a mandaó/dá” es la mejor de las excusas para esquivar la responsabilidad que corresponde y seguir derivando en cascada dicha responsabilidad en quien finalmente tiene que ejecutarla y que, habitualmente, acaba siendo quien asume las consecuencias de esta cadena de mediocridad hasta el punto que se le acuse de irresponsable. Es lo que popularmente se conoce como “matar al mensajero”. Mensajero, que ni ha escrito ni conoce el mensaje.

En dicha cadena de despropósitos, consecuencia de la mediocridad político-gestora imperante, sin embargo, suele haber espacio siempre para dar respuesta a necesidades propias, aunque las mismas se salgan de manera inequívoca de lo estrictamente establecido o moralmente recomendable.

Y, claro está, si son pillados en su impúdico comportamiento, siempre hay a quienes culpar de su decisión. Justo todo lo contrario de lo que sucede si se obtiene un resultado positivo, que inmediatamente se atribuye como propio y de exclusiva autoría, aunque ni tan siquiera sepa capaz de identificar qué y cómo se ha logrado.

Pero si algo caracteriza a esta especie de gestores/políticos es su fobia a la excelencia, la eficacia, la brillantez… de quienes le rodean, tal como dice Miguel Campion “Los mediocres aman la mediocridad y odian lo original, lo excepcional y lo diferente.”. Hasta el punto que les hace la vida imposible hasta que hartos de tanta miseria acaban abandonando sus puestos o sus responsabilidades o bien son apartados de los mismos por el mediocre, que no tolera que nadie sobresalga o le haga sombra. Situación que, además, se consiente manteniendo al mediocre, sin tan siquiera extrañarse por la fuga o expulsión de talento. De tal manera que el mediocre se rodea de mediocres o de quienes incorporan el silencio para protegerse al estilo de la omertá mafiosa.

Llegados a este punto cabe plantearse alguna cuestión relativa a lo que está sucediendo en el proceso de vacunación en nuestro país. La aparición, cada vez más numerosa, de quienes haciendo uso de su autoridad la utilizan para saltarse las reglas y beneficiarse de privilegios que no les corresponden.

Alcaldes, concejales, consejeros, gerentes…se hacen vacunar de la COVID 19 y cuando son identificados, lejos de asumir su error y las consecuencias que del mismo deberían derivarse, de inmediato, tratan de justificar su actuación mintiendo sobre la supuesta prioridad que su cargo les otorga para vacunarse o lo que, si cabe, resulta más indigno e indignante, que es tratar de culpar de su decisión a quienes considera sus súbditos.

Se aferran a su sillón y a las prebendas que el mismo les facilita y de las que se benefician de manera tan patética como reprobable. En una firme decisión como, posiblemente, nunca antes hubiese tomado alguna otra, siendo además respaldada por quien o quienes le auparon en el cargo, en una claro y patético escenario de compadreo corporativo, partidista o político.

Ahora bien. En este caso de la vacunación, que no es ni excepcional ni aislado, aunque sí muy sensible a la opinión pública, cabe preguntarse si quien lleva a cabo la vacunación y por tanto es conocedor/a de las prioridades establecidas para vacunar a unas u otras personas, tiene que asumir la responsabilidad de no haberse negado a vacunar al “jefe” o si por el contrario es lícito, aceptable, comprensible o incluso perdonable que no lo hiciese por el hecho de ser “un mandaó/dá”.

A nadie se le escapa que lo fácil, aunque no estemos de acuerdo o inclusive estemos totalmente en contra de aquello que se nos pide, es asumirlo y evitar problemas derivados del enfrentamiento con la autoridad impuesta/establecida, yendo contra los propios principios de ética y coherencia, profesional y personal, exigibles y deseables.

Me cuesta asumir que nadie se haya plantado ante peticiones o imposiciones tan irregulares. Es más, me consta que no tan solo se han producido dichos plantes o negativas, sino que se han razonado de manera clara y rotunda con la consiguiente “reprimenda” cuando no castigo por tan “descarada e inadmisible” actitud.

No trato de establecer quien es héroe o villano. Primero porque no soy quien para hacerlo y segundo porque no me corresponde establecer este tipo de juicios de valor sin un análisis mucho más riguroso del que yo estoy haciendo con mi reflexión. Pero considero que tampoco podemos esconder la cabeza y hacer como si nada estuviese pasando, pretendiendo hacer ver que la única responsabilidad es de quien manda y no de quien, en teoría, tiene que ejecutar.

Porque quien vacuna, al menos hasta ahora y con el permiso de quienes pretenden hacer ver que vacunar lo puede hacer cualquiera de los considerados como sanitarios, tales como veterinarios, farmacéuticos, podólogos… son enfermeras. Y las enfermeras son profesionales universitarios con conocimientos propios de su ciencia, con competencias definidas, con responsabilidad, autonomía y capacidad para tomar decisiones en base, tanto a evidencias científicas como a planteamientos deontológicos. Por lo tanto, lo que hagan o dejen de hacer en ningún caso puede amparase, tan solo, en el ser “un mandaó/dá”, que les convierte automáticamente en “vacunadoras”.

Quien asume responsabilidades de gestión y de toma de decisiones debería tener claro que no manda, sino que gestiona, que son cosas muy diferentes pero que se confunden con mucha frecuencia.

Quien asume su condición de profesional, en este caso de enfermera, debería tener claro que no se limita a obedecer, sino que toma decisiones en base a las cuales desarrolla su actividad como tal, asumiendo las consecuencias que de su acción autónoma, su omisión consciente o su obediencia al margen de la ética o de la ciencia se deriven.

Lo contrario dará argumentos a quienes a la ciencia enfermera le llaman pericia, a la educación adiestramiento, al conocimiento información, a la experiencia rutina, a la empatía simpatía, a la capacidad voluntad, al cuidado técnica, para seguir situándonos en una permanente subsidiariedad, un ensordecedor silencio y una deslumbrante invisibilidad, que ni tan siquiera el disfraz de heroínas que se nos ha intentado poner logra disimular.

Asumir aquello que se nos dicta sin valorar su pertinencia, legalidad o justificación científica no se traduce en un mero acto de obediencia debida sino en una clara irresponsabilidad con consecuencias que debemos asumir. Ni somos soldados sujetos a la disciplina castrense ni religiosas obligadas a los cánones de fe, de ninguna fe.

El respeto se logra, no se otorga. Ni merecen respeto quienes desde una supuesta y prestada autoridad quieren imponer su criterio de cualquier manera, ni lo merecen quienes acatan dichos criterios siendo conscientes de su irregularidad.

La mediocridad en la toma de decisiones no debe admitirse como algo consustancial a la gestión y a lo que de la misma se derive. Hacerlo contribuye a perpetuarla y, lo que es peor, asumir como propia parte de dicha mediocridad.

La visibilidad, el respeto, el reconocimiento… de las enfermeras debe estar avalado por un comportamiento ético y una actuación científico-profesional al margen de cualquier otra respuesta de complacencia, complicidad, ignorancia u obediencia.

Resulta muy triste naturalizar el dolor, el sufrimiento y la muerte por el simple hecho de repetirse durante tanto tiempo en esta pandemia. No hagamos lo mismo con la mediocridad, incorporándola como algo inevitable y que acaba por contagiarnos.

La pandemia, a pesar de sus miserias, está aportando una visibilidad y reconocimiento, nunca antes visto, de las enfermeras y sus cuidados profesionales, por méritos propios. Que la mediocridad de unos pocos no estropee este logro colectivo y compartido de tantas y tan excelentes enfermeras. Nunca más Mandaos/das.

MÁS ALLÁ DE LOS HOSPITALES Y LOS CENTROS DE SALUD

Más allá de los Hospitales y los centros de salud se presta atención durante la pandemia.

https://youtu.be/I6ZRClJYbMA 

ANESTESIA SOCIAL Y PANDEMIA POLÍTICA Lucha de barro y mediocridad

“En muchas cosas la mediocridad es excelente.”

CICERÓN

 

En esta, lamentablemente, ya normalizada situación pandémica que estamos viviendo ni el número de contagios, ni de tasas de incidencia, ni de muertos nos estremecen. Se ha logrado ese punto de indiferencia social que nos aletarga hasta hacernos insensibles a la realidad que estamos viviendo. Como si nos anestesiasen para sacarnos una muela y no sentir dolor. El problema es que la anestesia se prolonga más allá de la extracción y se mantiene el efecto de tal manera que acabamos por no sentir nada. Tan solo una sensación de acorchamiento y de cierta parálisis a la que acabamos acostumbrándonos y que agradecemos ante la perspectiva de que el dolor pueda aparecer nuevamente.

Pero el problema, con serlo, no es tanto el hecho de esa insensibilización o anestesia social que se genera, a pesar de las machaconas cifras que los medios de comunicación difunden, en el mejor de los casos, o distorsionan, deforman o manipulan, en el peor de ellos, sin que sean capaces de hacernos reaccionar y ni tan siquiera logren hacernos pensar, reflexionar o analizar sobre el porqué de tanta insensibilización, de tanto mirar hacia otro lado o de banalizar la situación convirtiéndola en un espectáculo del que muchos quieren sacar partido. Como si de una gran oportunidad se tratase. Porque si no, no se entiende lo que está pasando, no tiene sentido la actitud que adoptamos y que lejos de conseguir hacer frente a la pandemia lo que consigue es alimentarla para que cada vez se haga más y más incontrolable. Hasta el fútbol, anestésico social por excelencia, que tantas veces ha actuado de distractor generoso de las masas, ha sucumbido a los efectos de la pandemia pasando a ocupar un irrelevante segundo plano desde el que no es capaz de captar la atención universal que antes lograba. Posiblemente porque el propio futbol y lo que le rodea también se han contagiado de esa terrible indiferencia ante lo que está sucediendo.

El panorama, más allá del dolor, sufrimiento y muerte que está ocasionando, es muy preocupante porque quienes de una manera u otra debieran actuar de manera eficaz y eficiente pero también ética a contrarrestar los efectos del COVID 19, a lo que se dedican es a unirse al virus para tratar de obtener el mayor beneficio posible de tal alianza oportunista.

En medio de este escenario, quienes, en teoría, debieran ocuparse en cuerpo y alma a trabajar de manera totalmente entregada y sin mayor interés que el bien común de toda la sociedad a la que dicen deberse, las/os políticas/os y los partidos en los que se integran, actúan como hooligans desde el fanatismo irracional y desmedido que practican para defender sus parcelas de poder y de influencia, que disfrazan con ideales que tan solo forman parte del maquillaje con el que engañar a quienes tienen que votarles. El pensamiento crítico, el debate racional, la negociación, el contraste de ideas, la defensa de planteamientos, las propuestas de mejora o de acción… son sustituidos sistemáticamente por la confrontación interesada, sucia y marrullera, apoyada en la descalificación personal, la ofensa gratuita, la mentira disfrazada de verdad desde la oratoria engañosa, los razonamientos perversos, la ausencia de autocrítica, la prepotencia, las intrigas distractoras, el desprecio, la hipocresía, el cinismo, la demagogia, el engaño permanente. Finalmente, todo vale con tal de mantenerse en el poder o lograr desplazar a quien está en el mismo.

Ni tan siquiera la pandemia, con todo lo que la misma está suponiendo para la población, ha logrado que ese hooliganismo político amparado por los partidos desapareciese o cuanto menos se aparcase para dar respuesta a las múltiples necesidades que la misma provoca, al contrario, protege, ampara, sustenta y alienta estos comportamientos como la mejor manera de defender sus intereses, aunque ello suponga desatender, obviar o despreciar por completo los de las/os ciudadanas/os, aunque en sus arengas propagandísticas siempre incorporen el bien común como parte de sus cánticos fanáticos.

Así pues, la pandemia se está utilizando para llevar a cabo un gran campeonato de luchas de barro en el que ni tan siquiera existen normas que permitan regular su desarrollo. Lo de menos es ensuciarse, lo que verdaderamente cuenta es derrotar, que no vencer, al adversario que se identifica como enemigo, de cualquier manera.

La sociedad, mientas tanto, contempla atónita tan increíble espectáculo al que le obligan asistir diariamente con la incertidumbre, la ansiedad, la alarma, la sospecha, las dudas… que la situación pandémica les genera y que parecen no importar a las/os luchadores.

Los medios de comunicación, por su parte, como recursos comunitarios desde los que informar y formar a la población a la que se dirigen con rigor y calidad, lo que, en muchas ocasiones hacen, es participar en el espectáculo del combate político incorporando elementos de lucha paralela televisada, radiada o narrada en función del medio que la emita. Se trata de crónicas construidas, igualmente que las de la política, desde la manipulación, las pseudoverdades, las discusiones, los disparates, defendidos por supuestos expertos que en la mayoría de las ocasiones se trata de charlatanes que aprovechan la ocasión para adquirir notoriedad y fama, aunque sea a costa de la salud comunitaria y amparados en una libertad de expresión que manosean hasta hacerla poco reconocible.

Algunas/os periodistas, en un aparente ejercicio informativo confunden términos, tergiversan la realidad, perpetúan tópicos, se apoyan en estereotipos… en una supuesta búsqueda de la verdad en la que obvian a protagonistas fundamentales, aúpan a otros prescindibles, deciden lo que es o no importante en base a sus intereses de impacto que no de realidad científica, favorecen el morbo y finalmente se posicionan con alguno de los luchadores del barro en ese sucio y manipulado espectáculo del que todas/os salimos salpicadas/os y muy pocas/os logran ver solucionados sus problemas y ni tan siquiera consiguen entender lo que pasa y lo que les pasa.

Confusión interesada, verdades encontradas, mentiras encadenadas, evidencias cuestionadas, necesidades olvidadas, intereses oportunistas… son el resultado de tan inútil combate entre mediocres.

Y en medio de políticos y periodistas, los profesionales de la salud se convierten en simples instrumentos para lograr los objetivos de unos y otros.

Los políticos ensalzando de manera demagógica y eufemística a muchos de ellos a quienes, hasta hace muy poco, no tan solo ignoraban, sino que despreciaban. Tratando de maquillar sus nefastas políticas de salud con ocurrencias en forma de hospitales de campaña o de epidemias totalmente inútiles salvo para sus intereses propagandísticos; de pruebas masivas que no sirven más que para distraer la atención de lo realmente importante; generando mesas de reconstrucción que posteriormente ignoran y olvidan; reuniendo a expertos que propongan medidas para transformar un sistema de salud caduco, ineficaz e ineficiente que luego desprecian y dejan dormir en los cajones sin fondo de su mediocridad prepotente; malgastando recursos públicos, sin planificación de ningún tipo…y, claro está, utilizando a las/os profesionales como meros medios para lograr, mantener o perpetuar sus fines aunque ello provoque en las/os profesionales, ansiedad, estrés, cansancio, agotamiento físico y mental, frustración por no poder atender como quisieran y saben hacerlo, impotencia al no obtener respuestas a sus necesidades, desilusión al no ser escuchados, rechazo al sentirse utilizados y manipulados… a pesar de todo lo cual son las/os únicas/os que hacen que la situación finalmente no sea más terrible de lo que ya es.

Por su parte algunas/os periodistas utilizan a las/os profesionales para alimentar sus espacios de duda, incertidumbre y alarma, buscando la declaración oportunista, la opinión deseada, la respuesta descontextualizada, el dato acusador… mediante entrevistas urgentes y extemporáneas de las que se extrae la información que les interesa, aunque no sea la que interese. Deformando con sus permanentes imprecisiones, olvidos, o sistemáticos errores, una realidad profesional que va más allá de la medicina, la sanidad, los equipos médicos, la curación, la técnica o los hospitales. Dejando en el camino a tantas/os profesionales a los que tan solo contemplan como sanitarios y de los que no tan solo saben muy poco, sino que parece no importarles lo más mínimo saber más sobre lo que son, hacen y aportan a la salud de la comunidad.

Periodistas que se parapetan en la ideología del medio para el que trabajan sirviendo de plataforma de apoyo a unos u otros contendientes de la lucha de barro que están dirimiendo las/os políticas/os. Convirtiéndose de esta manera en voceros de sus consignas y en defensores de sus planteamientos confrontados e irracionales, lo que no tan solo no contribuye a solucionar los problemas que estos generan, sino que contribuyen a magnificarlos y perpetuarlos a través de la interpretación interesada de una realidad que deforman. Ya se sabe que todo depende del color del cristal con que se mira.

En medio de todo, la población acaba siendo identificada como un problema en lugar de hacerlo como parte de la solución. Haciéndola responsable máxima de las consecuencias de la pandemia por no obedecer las normas que le son impuestas por las/os políticas/os que ni tan siquiera son capaces de consensuar.

Población que asiste atónita a la lucha de barro en la que se deciden las medidas que posteriormente son implantadas de manera totalmente irregular y, en la mayoría de las ocasiones irracional, en los diferentes territorios. Medidas para las que en ningún caso se cuenta con su opinión, pero para las que, sin embrago, se exige obediencia máxima. Medidas en las que tienen más influencia las consecuencias económicas y la repercusión mediática que la salud de la población a quien se exige su cumplimiento y a quien se acusa del fracaso de las mismas. Población que no entiende, porque nadie les explica. Población a la que se le acusa de hacer aquello que las/os decisoras/es les permiten hacer con sus tibiezas, indecisiones, oportunismos e intereses a la hora de tomar decisiones. Políticos que no conjugan nunca los verbos planificar ni dimitir y que son las/os verdaderas/os responsables de cuanto sucede como efectos controlables derivados de la pandemia.

No sé si la vacuna de la COVID finalmente nos sacará de esta situación pandémica. Todo dependerá, una vez más, de que la eficacia y eficiencia de las/os profesionales sean capaces de contrarrestar la mediocridad de las decisiones políticas.

Sería conveniente que la población empezase a entender que es imprescindible generar anticuerpos contra quienes son el verdadero problema de la pandemia política que padecemos y que no son otros que las/os políticas/os. Para ello no puede ni debe esperar a vacunas salvadoras, porque la verdadera inmunización tan solo se logrará saliendo del letargo anestésico al que la tienen sometida.

A pesar de unos y otros, políticos y periodistas, y gracias a las profesionales de la salud que no del sistema en el que lamentablemente prestan atención, la sociedad en su conjunto saldrá de esta situación, aunque el coste que habrá tenido que pagar para ello sea tan elevado que será necesario que finalmente se entienda que la comunidad y quien en la misma vive y convive, es la solución y no el problema.

VASO MEDIO LLENO O MEDIO VACÍO De rastreadoras, vacunadoras e informantes a enfermeras y periodistas

“Los datos no son información, la información no es conocimiento.”

Clifford Stoll, astrónomo y escritor.

 

Tras el paréntesis navideño retomo la actividad del Blog sin que, lamentablemente, hayan cambiado mucho las cosas desde que decidí dejar de escribir. Al menos en lo que a la pandemia que se ha instalado entre nosotros y que parece resistirse a abandonarnos. ¿O deberíamos decir que quienes nos resistimos a que nos abandone somos nosotros mismos?

Sea como sea lo bien cierto es que a punto de cumplirse un año desde que nos invadiese y nos obligase a recluirnos, allá por marzo, son muchas las cosas que han pasado y muchos los problemas que hemos tenido. Es verdad que siempre digo que hay que ver el vaso medio lleno y no al contrario. Pero, ciertamente, en esta ocasión cuesta el seguir manteniendo este mantra. Aún así no me resisto a tirar la toalla, salvo que sea en la playa cuando se pueda.

Desde una perspectiva netamente enfermera que es desde la que llevo a cabo siempre mis reflexiones en este blog, quisiera compartir algunos aspectos por los que me resisto a cambian mi percepción con relación al volumen que contiene el vaso aludido.

En primer lugar, hay que destacar el papel de las enfermeras, que nos ha permitido visibilizar nuestra aportación específica, y me permito utilizar el mayestático, claramente ante las instituciones, que hasta ahora nos contemplaban básicamente cuando no exclusivamente como recursos humanos y no como profesionales, y ante la sociedad, para la que hemos pasado de ser ayudantes técnicos sanitarios, en la más estricta acepción de los términos y no de las enfermeras que lo son por titulación, a ser enfermeras con competencias reconocibles y reconocidas a través de los cuidados profesionales.

Más allá de heroicidades que tan solo obedecían a eslóganes tan oportunistas como falsos, inoportunos y fallidos, las enfermeras hemos sabido responder, en todos los niveles en los que han tenido que hacerlo, hospitalaria, atención primaria, sociosanitaria, gestión, sociedades científicas, salud pública…, con excelencia. Y no tan solo en base a una tan manida como imprecisa vocación, sino por responsabilidad y orgullo de ser y sentirnos enfermeras. Algo que ya veníamos haciendo con anterioridad a la pandemia, sin duda, pero que esta ha logrado, sin pretenderlo, visibilizar de una manera tan clara que nadie puede negarlo, ni tan siquiera minimizarlo a pesar de los intentos de algunos que, finalmente, quedan retratados en su manifiesta torpeza e incapacidad o su enfermiza manía persecutoria.

Las enfermeras, sin alharacas innecesarias y abandonando el llanto que tantas veces nos ha caracterizado, se han dedicado a actuar. A hacer lo que mejor saben que es CUIDAR. Pero CUIDAR, en mayúsculas, no es una distracción de quien escribe al dejar la tecla mayúsculas activada en su ordenador. Porque para las enfermeras CUIDAR, va mucho más allá de lo que el imaginario común todavía circunscribe casi exclusivamente al ámbito doméstico, por influencia, fundamentalmente, de la nula institucionalización que de los cuidados se ha llevado a cabo por parte de las/os decisoras/es sanitarias/os y políticas/os, como aportación singular e imprescindible de la atención a personas, familias y comunidad. CUIDAR significa todo aquello que las personas en esta pandemia necesitan y están recibiendo. CUIDAR, conlleva conocimiento propio de la ciencia enfermera. CUIDAR, supone integrar las técnicas como parte de la atención y no tan solo como la acción mecánica y rutinaria que las mismas suponen. CUIDAR representa prestar una atención humana y humanizada de la que últimamente tanto se habla por entender que se había perdido y que había que recuperar. CUIDAR es llevar a cabo esta atención integral, integrada e integradora que de manera tan profesional como poco llamativa llevamos a cabo las enfermeras. Nuestra aportación no suscita la atención mediática y social que provoca un trasplante o una intervención quirúrgica, pero sin el CUIDAR que aportamos a estas y otras acciones los resultados serían bien diferentes. La pandemia, al contrario de lo que pasa con los casos anteriores, no ha permitido, por la incertidumbre, sorpresa, errático comportamiento… que caracterizan al virus que la provoca, ocultar la importancia que adquiere el CUIDAR profesional enfermero ante el aislamiento, la soledad, el sufrimiento, el dolor, la ansiedad, el miedo… que provoca y para los que la intervención técnica, por si sola, no es capaz de responder al afrontamiento que hay que realizar y que necesitan las personas y las familias. No será posible fotografiar o grabar el CUIDAR como se hace con una técnica o una operación quirúrgica, pero si que se pueden constatar los efectos del CUIDAR en las personas y familias que lo reciben. Y esto es lo que diariamente se está produciendo poniéndolo en valor y visibilizándolo de manera clara.

Esta es la parte que permite y nos debe hacer ver el vaso medio lleno. No lleno, porque siempre hay aspectos de mejora que nos ofrece el espacio que queda por rellenar, pero que debe situarnos en una posición de optimismo real que nos motive a continuar con nuestra acción cuidadora.

Pero, siempre hay algún pero, en esta visión del CUIDAR y de quienes lo llevan a cabo, nos encontramos con un escollo que parece empeñado en que volvamos a ver el vaso medio vacío. Producto de la distorsión permanente, tozuda, incomprensible, inadmisible, torpe… de la realidad del CUIDAR y de quienes lo conjugan mediante su prestación permanente y diaria, las enfermeras.

Y ese escollo está perfectamente identificado. En muchas ocasiones con nombres y apellidos ilustres que dirigen y presentan exitosos programas radiofónicos y televisivos o escriben en periódicos de prestigio nacional o en redes sociales. Pero al margen de su identificación, cada cual puede tener sus propios casos, lo que es una evidencia es la diaria difusión de una realidad en torno a las enfermeras que, o bien está plagada de tópicos, o bien, se deforma de manera totalmente absurda y caprichosa, en un intento, no se sabe bien, si de querer ser originales, cayendo en la incorrección, o de querer ocultar una realidad que va en contra de cualquier principio de transparencia informativa y de ética periodística. Anular cualquiera de estas opciones supondría identificar que la ignorancia es la responsable de las distorsiones en torno a las enfermeras.

Sin querer llevar a cabo una relación pormenorizada, lo que requeriría de una extensión que escapa al propósito de esta reflexión, si que me parece pertinente rescatar algunos ejemplos palmarios que ni son aislados, ni anecdóticos ni exclusivos de un solo medio, sino que, lamentablemente, son reproducidos, difundidos y lo que es más triste, mantenidos a pesar de las peticiones de rectificación que se les hacen llegar sistemáticamente y que parecen provocar el efecto contrario del perseguido por quienes las realizan.

Las enfermeras, pasamos de ser invisibles a quedar incorporadas como sanitarios, como si de lavabos o bidés se estuviese hablando. En el mejor de los casos se añade la manida y poco clarificadora acepción de profesionales para generalizar lo que muchas veces es una clara respuesta enfermera. Por otra parte es habitual que nos incorporen como parte de los equipos médicos cuando se refieren a las enfermeras, dando por sentado con ello que la enfermería es una rama de la medicina o un elemento subsidiario a la misma. Parece como si la palabra enfermera tuviese cierto efecto maléfico o de reacción adversa en las/os profesionales de la información que dicen llamarse periodistas.

Pero el colmo del despropósito es cuando se evita la denominación enfermera ocultándola tras la acción que realiza. De esta manera empezamos a ser nombradas como rastreadoras cuando llevábamos a cabo competencias de vigilancia epidemiológica a través del rastreo de casos, como si de perros de presa se tratase.

Como la actualidad es la que manda y actualmente la vacunación acapara la atención informativa, los medios y quienes a través de ellos difunden información focalizaron sus espacios en la misma. Lo triste es que inicialmente, como habitualmente nos tienen acostumbrados, asimilaron dicha vacunación en exclusiva a los médicos o en todo caso a los equipos médicos, cuando se trata de una acción que es casi exclusivamente competencia de las enfermeras como lo viene siendo cualquier campaña de vacunación previa a la pandemia.

Cuando vinieron a darse cuenta que son las enfermeras las responsables máximas de la vacunación, tal como por otra parte trascendía en los informativos internacionales, desviaron la atención de los médicos y se centraron en las enfermeras. Pero para evitar nombrarlas se les ocurrió referirse a ellas de nuevo no por lo que son, sino por lo que puntual y circunstancialmente realizan, es decir, vacunar, de tal manera que pasamos a ser vacunadoras. Si bien es un sustantivo recogido por el diccionario de la RAE, no parece que tenga mucho sentido utilizarlo en sustitución de quien realiza la acción, es decir, la enfermera, como no se hace cuando se habla de un cirujano que opera y no se le llama operador, ni con un ingeniero que diseña máquinas y no se le llama maquinador o maquinista. Pero, repito, parece como si a las/os informantes, voceros, escribanos o juntapalabras, que sería como correspondería denominar, según los casos o acciones que ejecuten, a las/os periodistas, siguiendo su absurdo mecanismo de denominación cuando se refieren a las enfermeras, no les preocupase esto.

En definitiva lo que trasciende de esta reflexión es que si bien la pandemia ha logrado visibilizar la aportación específica y valiosa de las enfermeras a través del CUIDAR, de tal manera que desde la perspectiva enfermera, a la que me refería al inicio, el vaso es indudable que está medio lleno, no es menos cierto que existe un verdadero problema con quienes tienen el cometido de informar de manera rigurosa, imparcial y ética sobre lo que es la salud y quienes en torno a la misma desarrollan sus competencias, al distorsionar, obviar o ignorar a muchos de sus profesionales e identificar tan solo una figura que ni es exclusiva ni en muchas ocasionas la principal, lo que se traduce en una realidad deformada tanto del sistema de salud como de quienes en el mismo actúan.

Más allá de la sanidad, la medicina, los médicos… hay salud, cuidados, enfermeras, auxiliares, terapeutas… que conforman una realidad tan diversa como necesaria que precisa ser conocida tal como es y no como la trasladan de manera arbitraria y machacona desde los medios de comunicación.

CUIDAR no se reduce a una vacuna, un rastreo, un sanitario… CUIDAR profesionalmente, define, identifica y reconoce a las ENFERMERAS que son quienes cuidan y lo hacen con calidad y calidez.

Mientras esto no lo identifiquen, interioricen y entiendan quienes tienen la competencia de informar difícilmente se podrá decir que están contribuyendo a la salud de la comunidad, sino más bien a todo lo contrario. Es importante, por tanto, que se dejen CUIDAR e incorporen hábitos y conductas saludables en su actividad como periodistas, de lo contrario no pasarán de malos informantes, que impiden ver el vaso medio lleno en situaciones como las que estamos viviendo.

Hay que tener claro que como dijera el actor Chris Hardwick, ya no estamos en la era de la información sino en la era de la gestión de la información, con todo lo que ello significa.