¿QUÉ NOS PASA A LAS ENFERMERAS? o ¿QUÉ PASA CON LAS ENFERMERAS?

“¡Basta de silencios!¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido!”

Santa Catalina de Siena[1]

 

Esta de hoy es una reflexión íntima y a la vez pública y compartida sobre la incertidumbre que me genera la actitud de las enfermeras ante los múltiples acontecimientos que se están sucediendo y que nos afectan de manera directa o indirecta, aunque en gran medida muy directa, a las enfermeras.

Una actitud de absoluta pasividad y me atrevería a decir que de preocupante conformismo. Parece como si nada fuese con nosotras o contra nosotras. Como si nada pasase a la vista de cómo nos comportamos, actuamos o nos ausentamos de lo que pasa. Como si solo fuesen otros quienes tuviesen la responsabilidad de arreglar lo que pasa. Como si solo estuviesen las cosas mal para otros. Como si nosotras no tuviésemos nada que hacer, aportar, decir o pensar. Como si todo se fuese a solucionar antes que después sin que hagamos o digamos nada. Como si el deterioro de la sanidad y el de la salud de la comunidad nada tuviese que ver con nuestra actitud. Como si nuestra imagen no se viese resentida. Como si la valoración de nuestra aportación no se resintiese. Como si todo fuese normal. Como si el silencio y la pasividad fuesen el mejor discurso y la mejor acción de la que somos capaces. Como si el victimismo o la complacencia, cuando decidimos decir algo, fuese la mejor o única respuesta que podemos ofrecer. Como si la pérdida de derechos propios y de la población no se viese influida por cómo nos estamos comportando. Cabe pues preguntarse ¿Qué nos pasa a las enfermeras? o ¿Qué pasa con las enfermeras?

Nos ha costado mucho trabajo, mucho sacrificio, muchos sinsabores, muchos ataques, muchas descalificaciones… lograr una imagen, una valoración, una visibilidad, como enfermeras responsables de prestar cuidados profesionales de calidad y calidez que contribuyan a la salud de la población dando respuesta a sus necesidades y contribuyendo al autocuidado para lograr su autonomía, como integrantes de una ciencia con conocimientos propios y definidos que a través de la investigación conseguimos generar evidencias científicas que permiten argumentar y justificar nuestra aportación singular y autónoma, integrándonos en la comunidad científica en igualdad de condiciones a cualquier otra disciplina. Todo gracias a muchas enfermeras que decidieron dedicarse en cuerpo y alma a ello. Que se prepararon y formaron de manera excelente para afrontar las dificultades y las barreras que permanentemente se ponían para impedir el avance de nuestra disciplina/profesión. Que no cejaron en su empeño a pesar de las embestidas y los intentos constantes por hacerles desistir de su objetivo. Que creyeron y convencieron para lograr lo que era un derecho largamente prohibido y negado a las enfermeras. Que se mantuvieron firmes ante la falta de voluntad política. Que no desfallecieron ante los aparentes fracasos, que no eran tales, sino el resultado de las estratagemas de quienes se oponían sistemática e injustificadamente a nuestro avance. Que respondieron a las falsedades con argumentos. Que vencieron con la palabra y con la razón. Que nunca desfallecieron. Que no buscaron la gloria personal. Que nada obtuvieron, más allá de la satisfacción por el logro alcanzado.

Alcanzado todo ello se entró en una fase de meseta. Como si ya estuviésemos muy cansadas de luchar desde las trincheras de manera permanente. Como si el desgaste de tener que demostrar permanentemente lo que a otros no se les exige nos hiciese tener que descansar para recobrar fuerzas. Como si lo logrado ya no requiriese de mayor atención, esfuerzo, vigilancia, aportación… y todo fuese a fluir de manera automática y positiva. Como si quienes estuvieron oponiéndose sistemáticamente a que lográsemos lo que era nuestro derecho fuesen a cejar en su intento de acoso y derribo. Como si la ciencia, la disciplina y la profesión tuviesen inercia y pudiesen avanzar gracias a ella sin necesidad de aportar ningún otro tipo de energía que las impulsase. Como si lo alcanzado no precisase del compromiso y responsabilidad de todas el mantenerlo, defenderlo y mejorarlo.

Mientras la inercia de un impulso tan importante logró mantener en movimiento, aunque no siempre la velocidad y el avance deseados, todo parecía que funcionaba, que se seguía avanzando. Pero el movimiento, como el tiempo, son relativos y lo que puede parecer rápido o lento, temporal y espacialmente, está sujeto a muchas variables que no siempre controlamos y mucho menos percibimos con la objetividad que se requiere. Nos acomodamos a una supuesta velocidad denominada de crucero y a un aparente desarrollo, que están más cercanos a la parálisis de uno y otro de lo que aparentemente nos parece. Cuando nos venimos a dar cuenta nos encontramos sin capacidad de avance. No tan solo porque no hemos tenido la precaución de suministrar la energía precisa para que el motor de nuestro desarrollo permaneciese activo, sino porque, además, nos adelantan por la derecha y por la izquierda y no somos conscientes de que estamos situadas en una pendiente y que, por efecto de la gravedad, a la que no oponemos resistencia alguna, tendemos a ir en retroceso y, por tanto, a desandar lo andado.

Una pendiente que representa la situación sanitaria, política, gestora, organizativa, administrativa, universitaria, de investigación, en la que estamos inmersas, que nos ubica en un escenario de absoluta incertidumbre y peligro, no ya para nuestro desarrollo sino para nuestra propia subsistencia. Un contexto similar a una selva en el que fieras de otras especies, que confiadamente creíamos habían perdido su capacidad o interés de agresividad y ataque, se revuelven y nos acosan, y de nuestra propia especie que se tornan agresivas ante la idea de tener que adaptarse a una realidad que les saque de su zona de confort, lo que les sitúa como enemigas tan peligrosas o más que las especies ajenas al querer defender su comodidad incluso aliándose con estas en su intento por preservar su inacción. Es como en la célebre historia del Rey León, donde las hienas actúan como aliadas de Mufasa para lograr y mantener su reinado, aunque sea a costa de la mentira y la autarquía. Una pendiente en la que aún estamos y que supone el camino que nos queda por recorrer alimentando el motor del conocimiento, la ciencia, las evidencias, pero también del compromiso y la implicación.

Es como si la pandemia nos hubiese extraído el último aliento para seguir luchando. Como si nos hubiese dejado sin fuerzas. Como si nos hubiésemos creído lo de que éramos héroes y heroínas y nos hubiesen atacado con Kriptonita, como a Superman, para quitarnos nuestros supuestos “superpoderes” para dejarnos indefensas y sin capacidad de reacción alguna. Como si nuestra imagen profesional, no nos gustase, no nos sintiésemos a gusto con ella y limitásemos la ingesta de estímulos, conocimientos, evidencias y compromisos, sumiéndonos en una progresiva y profunda anorexia disciplinar/profesional que, por otra parte, negamos como forma irracional de mantener nuestra actitud Tratando de lograr una imagen que, aunque distorsionada y nociva, nos haga aparente e ilusoriamente, sentirnos mejor, cuando en la realidad supone un riesgo de muerte cierta. Como si tuviésemos miedo a avanzar y asumir nuestras competencias y con ellas la responsabilidad que emana de las mismas para dar respuesta a lo que se espera y desea de nosotras como enfermeras. Como si refugiándonos en nuestra propia inconsistencia nos sintiésemos protegidas, cuando lo único que logramos es ser cada vez más débiles y, por tanto, menos visibles y necesarias.

La Atención Primaria que navega a la deriva con serios riesgos de acabar encallando y en la que las enfermeras comunitarias, especialistas o no, son utilizadas y se dejan utilizar cada vez más como aliviadero de la inducida presión asistencial médica. La Asistencia Hospitalaria en su narcisismo permanente que les hace presentarse como nave insignia del Sistema Nacional de Salud (SNS) y que nadie ni nada será capaz de acabar con ella. Sin darse cuenta que, como le sucediera al Titánic, siempre hay algún iceberg que puede hacer que se hunda con todas sus aparentes riquezas y oropeles, pero también con todas sus miserias y pobreza, que como en el Titánic compartían el mismo espacio, aunque con accesos bien diferenciados y acotados. La atención a las personas adultas mayores que se convierte en una asistencia residual centrada mayoritariamente en las necesidades básicas que les despersonaliza e inhabilita, despreciando el importantísimo y valioso capital humano que representan para la sociedad, o la salud mental que se focaliza exclusivamente en la atención de psicólogos y psiquiatras, despreciando la valiosa aportación de las enfermeras especialistas. La participación comunitaria cada vez más ideologizada y alejada de ser una realidad posible y necesaria. La promoción de la salud que como eterno objetivo acaba por convertirse en una permanente utopía que tan solo comparten algunos/as nostálgicos. La salud como bien supremo y derecho universal que acaba siendo siempre la ausencia de la enfermedad identificada como el verdadero y casi exclusivo estandarte del Sistema y de quienes la utilizan para lograr su prestigio, su imagen y su poder, lo que supone tener que renunciar a una atención integral, integrada, integradora, participativa, universal, accesible, equitativa, intersectorial y transdisciplinar que, además, alimenta la voracidad médica empresarial de quienes negocian con la salud o mejor dicho con la enfermedad de quienes, eso sí, se lo pueden permitir, abocando al SNS a un Sistema, cada vez más cercano, de Beneficencia y Caridad para los pobres.

Son tan solo algunos de los hechos, situaciones, planteamientos, acciones u omisiones, por los que está atravesando actualmente nuestro SNS y con él, quienes, aparentemente, lo sostienen, mantienen y hacen avanzar. Pero la forma en que se identifican, valoran, afrontan y se responde es absolutamente diferente en base al colectivo profesional al que se pertenezca o con el que se sienten más identificados sin pertenecer al mismo. Todo ello, al margen de los efectos que esté provocando en la salud de la comunidad, al estar centrados los intereses en sus necesidades laborales y no en las de salud de la población. De tal manera que entre quienes hacen omisión por huelga y quienes la hacen por inacción el resultado acaba siendo el progresivo deterioro del Sistema, de lo que representa y lo que aporta.

No es mi pretensión que las enfermeras se sumen a la realización de una huelga, aunque es un derecho que pudiendo ejercer hace más de 40 años que no lo hacen y que cuando lo hicieron fue el punto de inflexión para lograr las mejoras a las que hacía mención al inicio de mi reflexión. Pero sí que es mi deseo que las enfermeras demuestren y muestren interés, preocupación, indignación, respuesta… a tanto despropósito, caos, desorganización, clasismo y autoritarismo disciplinar/profesional, además de ineficacia e ineficiencia. Es mi deseo que manifiesten, posicionen y defiendan sus competencias sin renunciar a las mismas o supeditándolas a las de un autoritarismo que tan solo obedece a un poder ejercido desde el lobby del que emana y que quiere controlar en exclusiva y para su propio beneficio al SNS que es patrimonio de toda la ciudadanía. Deseo que tengan pensamiento crítico y reflexionen para contribuir a cambiar lo que no puede permanecer estático, a parar su retroceso o seguir funcionando con el único impulso de quien lo quiere dirigir para su exclusivo beneficio. Deseo que crean en sí mismas y en lo que, desde su autonomía profesional y disciplinar, son capaces de hacer y aportar y que dicha apuesta de mejora repercuta en la valoración y visibilidad que de ellas tenga la sociedad y no a la inversa como han hecho siempre otros. Deseo que se trabaje desde la humildad pero combinándola con el orgullo de ser y sentirse enfermeras; que se haga desde la convicción sin renunciar a la necesidad de crecimiento y mejora profesional que redunde en la calidad de los cuidados profesionales que se prestan; que se haga desde la autoridad de la ciencia enfermera, sin olvidar la humanidad que requieren los cuidados; que se haga desde la fortaleza de la acción complementándola con la necesaria generosidad del trabajo en equipo real, compartido y de respeto realizado desde el compromiso y la implicación con la salud de la población alejándonos de protagonismos e imposiciones, facilitando la participación y la toma de decisiones compartidas; que se haga desde el respeto y la valoración del liderazgo enfermero y de quienes lo asumen y ejercen y no desde el descrédito o la falta de aprecio hacia ellas/os, que supone el mayor desprecio que puede hacerse; que se haga exigiendo la representatividad de quienes nos representan, pero asumiendo la necesaria implicación en su seguimiento y control; que se realice desde la empatía y la simpatía sin renunciar al rigor. Porque “La culpa no está en el sentimiento, sino en el consentimiento” (San Bernardo de Claraval)[2], de que todo esto suceda.

Todo ello requiere de un cambio evidente de postura, de visión, de análisis, de valoración, de compromiso de acción, de necesaria recuperación y posicionamiento en nuestro verdadero paradigma, el enfermero, sin contaminaciones, injerencias, imposiciones o mimetismos que nos alejen de nuestra esencia de ser y sentirnos enfermeras. Precisa de una formación enfermera y en valores enfermeros que se distancien de las exigencias de un sistema de salud en el que prevalece la técnica y la medicalización sobre el cuidado y el humanismo. Demanda de una gestión enfermera responsable que responda a la necesidad de cuidados por encima de las necesidades impuestas por un colectivo o quien lo representa. Supone alejarse de posicionamientos de confort para situarse en situaciones de respuesta y defensa de las necesidades y derechos de las personas, las familias y la comunidad. Consiste en la autoexigencia que nos faculte a poder ser exigentes. Reside en la importancia de creer en lo que somos y en saber qué es lo que queremos para huir de la ortodoxia profesional/disciplinar impuesta. Porque como expresara George Orwell[3] “La ortodoxia equivale a no pensar, a no tener la necesidad de pensar. La ortodoxia es la inconsciencia” y la inconsistencia es debilidad, la nadería, la indiferencia.

No es cuestión de cambios radicales, ni de revoluciones, ni de involuciones es, tan solo y sobre todo, cuestión de voluntad para volver a ser lo que realmente somos para poder exigir ser conocidas, reconocidas y valoradas, como enfermeras. Tan fácil y al mismo tiempo tan complicado. Pero, o asumimos esta necesidad o caeremos en el ostracismo, el olvido y la insignificancia a la que nos conduce la sumisión y la subsidiariedad producto de la inacción y el conformismo. Es cuestión de hacer una reflexión profunda sobre la situación de las enfermeras en todos y cada uno de los ámbitos en los que participamos y aportamos, sean estos sanitarios o no, en todos. Hablando, desde la sinceridad y el respeto y con absoluta libertad, sobre cómo nos sentimos y qué es lo que esperamos o necesitamos para recuperar la esencia enfermera que nos haga ser demandadas y respetadas. No esperando a que sean otros quienes hablen y, por tanto, decidan por nosotras. Sentando las bases de cuál es nuestro firme posicionamiento científico-profesional y qué estamos en condiciones y con voluntad de aportar, desde el mismo, a la salud de la población, con independencia del ámbito, contexto o ambiente en el que se haga. Asegurándonos que sea conocida y reconocida como aportación específica enfermera y que la sociedad sea capaz, en base a ello, de identificar que, tan solo las enfermeras, estamos en disposición de ofrecer. Identificando las necesidades de docencia enfermera que garanticen la formación de enfermeras para la comunidad y no para las organizaciones sanitarias o de quienes las controlan. Planificando la gestión requerida para prestar unos cuidados de calidad y calidez. Identificando las aportaciones que cada organización o institución de representación enfermera debe realizar en beneficio de todas las enfermeras, con criterios de calidad y controles de transparencia y eficiencia. Impulsando investigación enfermera que sea capaz de generar evidencias que avalen el rigor de los cuidados que prestamos. Es decir, reduciendo al máximo las posibilidades de que se manipule o diluya nuestra aportación específica enfermera como lamentablemente sucede ahora. Garantizando el respeto y el apoyo de nuestras/os referentes profesionales, sin descartar la crítica constructiva cuando sea necesaria o el debate que contraste posicionamientos diferentes para poder construir, desde la diferencia, en una búsqueda constante del consenso. Exigiendo, sin ambages ni escusas, a todas y en todas partes, el cumplimiento de nuestro código deontológico

No depende de nadie más que de nosotras, no nos engañemos ni nos dejemos engañar. Es nuestra decisión. Otra cosa es que la queramos asumir.

Rompamos el escandaloso silencio que, como dijera Haruki Murakami[4], resulta “tan profundo que casi hace daño en los oídos” y que “es como el viento: atiza los grandes malentendidos y no extingue más que los pequeños” (Elsa Triolet)[5]. Porque finalmente “lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos”[6]. (Martin Luther King)

[1]Religiosa italiana (1347-1380).

[2] Monje cisterciense francés y titular de la abadía de Claraval.

[3] Novelista, periodista, ensayista y crítico británico nacido en la India (1903-1950)

[4] Escritor y traductor japonés. (1949-?)

[5] Novelista francesa (1896-1970).

[6] Ministro y activista bautista estadounidense que se convirtió en el vocero y líder más visible del movimiento de derechos civiles desde 1955 hasta su asesinato en 1968 (1929-1968).

LOS TRES PODERES Y LA ATENCIÓN PRIMARIA Tres poderes distintos y un solo interés verdadero.

A la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) y al grupo 40+ por

su compromiso y coherencia y por ser referentes de mi actitud enfermera.

No hay más alianzas que las que trazan los intereses ni nunca las habrá“

Antonio Cánovas del Castillo[1]

 

Soy consciente de que puede resultar reiterativo, pero la situación actual de la Atención Primaria (AP) no me permite mirar hacia otro lado cuando, además, en su nombre se están llevando a cabo acciones y declaraciones que, desde mi punto de vista, para nada tienen intención de mejorar la respuesta que desde tan importante ámbito del Sistema Nacional de Salud es preciso dar con otro planteamiento del que actualmente se da en base a un modelo caduco pero que sirve de excusa para el logro de intereses particulares y corporativos por una parte y como justificación para la privatización por otra. Se trata, por tanto, de intereses cruzados pero que se potencian e impiden avanzar el necesario cambio del actual modelo de AP.

Son varias las entradas que en torno a la AP he realizado. En algunas de ellas trasladaba mi esperanza y optimismo en relación a un cambio de modelo que permitiese dar respuesta eficaz y eficiente a las actuales necesidades de salud de las personas, las familias y la comunidad, al tiempo que recuperase la ilusión de las/os profesionales perdida desde hace tanto tiempo y que, no cabe duda, es resultado directo del deterioro alcanzado desde que se instaurara la AP en España, lo que provoca una falta de compromiso, implicación y apatía por parte de quienes trabajan en ella, generando un círculo vicioso en el que la máxima perjudicada es la sociedad en su conjunto.

Volver a relatar la evolución de la AP y su progresivo deterioro es inútil. Lamer las heridas de manera permanente no va a curarlas y tan solo provoca un dolor cada vez mayor y una infección progresiva en todos los tejidos con el riesgo que ello comporta.

Pero el punto en el que nos encontramos considero que si merece una reflexión que impida la distorsión de los acontecimientos y su utilización interesada por parte de quienes están participando del mismo, bien por acción o por omisión.

Creo que nadie, salvo quienes tengan un interés específico en lo contrario, puede negar la situación de crisis por la que está atravesando, no ya tan solo la AP, sino el SNS de nuestro país.

Tras la pandemia muchos entendimos que había llegado el momento del verdadero cambio. De un cambio que acabase con la inacción, el asistencialismo, el hospitalcentrismo, el paternalismo, el patriarcado profesional, la medicalización… entre otros muchos vicios adquiridos en los últimos años que fueron eliminando sistemáticamente los logros alcanzados por quienes creímos, en su momento, que otra forma de atender la salud de la comunidad era posible, transformando en realidad lo que muchos se empeñaban en plantear como utopía o ensoñación y que cuando fueron conscientes de la misma se propusieron acabar con ella como de hecho está sucediendo.

Se ha tratado pues de una progresiva lucha entre quienes construimos y quienes tan solo se han esforzado en destruir desde un falso y engañoso planteamiento que siempre han disfrazado de reconstrucción, como ha sucedido de manera muy patente y con una escenificación vergonzosa tras la pandemia, durante la cual, además, se asestaron los últimos estoques de muerte a la AP.

A partir de aquí las palabras vacías de contenido, las promesas hechas con la convicción de su incumplimiento, la falta de voluntad política, la absoluta ignorancia sobre aquello sobre lo que se decide, el traslado de anuncios efectistas pero sin efecto, la negación ante la cruda realidad de la descomposición de un modelo, la ausencia de escucha y la falta de diálogo, la maquinación de una maquinaria electoral y electoralista que conduce a tomar decisiones que den respuesta a los lobbies de presión corporativos, la invisibilidad a la que se somete a las sociedades científicas, la ineficacia de las/os representantes profesionales, el oportunismo de quienes aprovechan la agonía del modelo para sentar las bases de su apuesta reaccionaria y retrógrada que dé respuesta a sus intereses profesionales y corporativistas, la utilización indecente que se hace de la población para arrimar el ascua a su sardina, la pasividad de quienes consideran que mejor quede todo como está, la negación a un desarrollo profesional, la sumisión y la subsidiariedad como la mejor manera de generar su zona de confort, la acción sindical alejada de la realidad y de la unidad, la manipulación de la información, la ausencia de rigor informativo, la ignorancia sobre lo que se habla y transmite… conforman un escenario de caos y confusión en el que resulta muy complejo ver resquicios de oportunidad de cambio real.

El poder político, el sindical-profesional y el mediático. Los tres poderes que en lugar de generar el necesario equilibrio que conduzca a una apuesta rigurosa por el cambio, se enzarzan en una estéril y cruenta batalla por lograr cada uno de ellos su parcela de poder desde la que influir para lograr sus objetivos, que no los objetivos de todos y anular así el poder ciudadano. Estéril, porque se trata de fuerzas contrapuestas y excluyentes que impiden alcanzar cualquier punto de acuerdo y de coherencia. Cruenta porque dejan múltiples cadáveres por el camino en forma de pérdidas de derechos como la equidad, la solidaridad, la igualdad, la participación, la accesibilidad… y en particular la salud comunitaria.

Las/os políticas/os están a lo que están, a defender su parcela ideológica y las propuestas que, en base a las mismas, pretenden desarrollar. A luchar contra quienes consideran sus enemigos políticos, aunque en la batalla se produzcan efectos colaterales que afectan a la ciudadanía. A dar respuesta a los intereses partidistas, aunque los mismos se alejen de las necesidades de la sociedad. A negar la mayor cuando se plantean propuestas de cambio que no coincidan con sus ideas o que se aproximen a las de sus rivales.

Quienes manejan y pervierten la política, se convierten en un permanente obstáculo para el avance de cualquier posible solución. La mejor muestra la tenemos en la Comunidad de Madrid, donde el planteamiento neoliberal de sus actuales dirigentes quiere imponer y ampliar la privatización ya iniciada con anteriores gobiernos, utilizando para ello el actual conflicto con los médicos de AP. Conflicto que, su presidenta, se empeña en trasladar como un conflicto político, en un intento maquiavélico y totalmente planificado por distraer la atención del foco real del mismo y situarlo en un plano de confrontación con quien identifica como el único y exclusivo responsable de cualquier cosa que pase y en la que ella no esté de acuerdo, es decir el Gobierno de la Nación y su presidente. Cuando el conflicto político lo genera ella y su gobierno con su actitud intransigente que sabe juega a su favor para lograr imponer sus decisiones privatizadoras y situar a los médicos como enemigos del sistema. Privatización que ha aumentado en el último año en España un 7% y en los últimos 10 años más de un 50%, siendo el número de personas aseguradas actualmente cercano los 13 millones de personas y por autonomías en la Comunidad de Madrid son más del 38% de la población la que tiene seguro privado. Los números son suficientemente reveladores de lo que está suponiendo la acción, o más bien inacción, con relación al SNS que, por otra parte, cada vez genera más insatisfacción entre la población, a lo contrario de lo que sucedía hasta hace bien poco tiempo.

Pero esta muestra de política oportunista y partidista se da también con otros barones y líderes políticos de diferentes ideologías, aunque es cierto, con intereses diferentes, pero no por ello con resultados menos nocivos para el logro del necesario cambio de modelo.

Sin embargo, todos coinciden en el mantra estandarizado según el cual a todos ellos les interesa el bien común de la población y la mejora del SNS, aunque los hechos demuestren de manera tozuda y sistemática que en ninguno de los casos es cierto, pero destacando que los matices aportados por unas/os u otras/os son importantes sin duda en el resultado final.

En un SNS en el que coexisten 17 Sistemas Autonómicos de Salud, las decisiones están constantemente mediatizadas por los intereses políticos y territoriales haciendo muy difícil, por no decir imposible, cualquier tipo de acuerdo que beneficie al conjunto de la sociedad lo que acaba provocando claras inequidades en función no ya del código postal de residencia sino del contexto territorial en que se sitúe. No es lo mismo, por tanto, el acceso a la salud para una persona que viva en Madrid que otra que lo haga en València, ni lo es en Madrid para quien viva en el barrio Salamanca o lo haga en el de Chueca. Mientras tanto el Ministerio de Sanidad se convierte en un mero ente de representación política sin capacidad de decisión y de dudosa capacidad de coordinación en la mayoría de los aspectos relacionados con la salud y su prestación.

Sé que lo que voy a decir no es popular ni posiblemente políticamente correcto, pero considero que en Sanidad y en Salud debieran existir criterios uniformes a nivel nacional que no estuviesen sujetos al capricho o el interés político de un determinado poder autonómico. En un tema tan sensible, como lo es igualmente la educación, no se debería permitir que se utilizasen como armas arrojadizas o como monedas de cambio para el logro de sus planteamientos ideológicos o de interés partidista. Para muestra el botón de Castilla y León con el protocolo “pro vida” y en contra del derecho a decidir de las mujeres, en un claro y temible ejemplo de utilización interesada y adoctrinadora de la salud. Cada vez es más evidente la necesidad de llegar a un consenso en este sentido que, se ha demostrado, es imposible a través del diálogo parlamentario o político de partidos. Todo ello teniendo en cuenta que soy un claro defensor del modelo autonómico o federal, pero sin olvidar que hay temas que trascienden al interés político o territorial y se sitúan en el centro mismo del interés individual y colectivo de todas/os, lo que obliga a establecer unas reglas de juego que impida hacer trampas continuamente para alzarse con la victoria.

Por su parte los profesionales, y en particular los médicos, han aprovechado las circunstancias para reclamar mejoras laborales y salariales parapetándose en el deterioro de la AP y tratando de trasladar su interés por la mejora del modelo, cuando el modelo del que se parte ha sido, en gran medida, producto de su propio modelo profesional que ha desplazado al que se generó al inicio de la AP. Un modelo que sufre las carencias, el recelo y en muchas ocasiones el rechazo de quienes son artífices y máximos defensores del modelo que impregna y deteriora la AP, desde los hospitales que actúan como verdaderos devoradores de recursos y poder. Pero para nada es una lucha política, porque su interés trasciende a la política y a quien la gestiona.

Su permanente discurso de queja sobre el aumento progresivo de la demanda obedece fundamentalmente al asistencialismo por ellos impuesto que junto al paternalismo y la ausencia de participación logran generar una dependencia casi exclusiva de la población hacia el sistema y muy en particular hacia ellos. Han sido los máximos responsables a lo largo de las últimas décadas de la falta de cultura de salud poblacional al usurpar los saberes populares que permitían resolver en el ámbito familiar, muchos de los problemas por los que ahora se les demanda asistencia. Paradójico que se denominen médicos de familia cuando ni creen en la misma como núcleo de salud ni tan siquiera están organizados, en su modelo de cupos, para atender a todos los miembros de una misma familia. Paradojas del modelo que ellos mismos han creado a su imagen y semejanza. Por eso se les oye decir que lo que quieren es un modelo que satisfaga sus necesidades profesionales. Lo que supone anteponer sus intereses, que nadie discute que sean legítimos, a los de la población a la que teóricamente deben atender. Obvian que la falta de médicos obedece a una falta de interés por la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria que, más allá de las condiciones laborales, tiene su razón de ser en que es una especialidad demasiado “alejada” del modelo medicalizado de su paradigma profesional, quedando cada vez más plazas vacantes por ocupar en los exámenes de MIR, además de ser las últimas plazas elegidas[2].

El repetido y repetitivo argumento de la falta de tiempo para atender adecuadamente a la población es tan solo una forma más de atraer a sus intereses particulares la atención y lástima de la población a la que seducen, hipnotizan y secuestran con sus mensajes, cuando son consecuencia de su propia forma de actuar. Algo que les lleva a trasladar la exigencia para que la administración establezca el número máximo de visitas diarias a 35 personas/día, como si la regulación de la demanda no fuese una responsabilidad de su competencia clínica, aumentando aún más su ensayado victimismo con objeto de captar seguidores para su causa.

La fuga de médicos al extranjero no es tan solo de los de familia, y obedece a una cuestión de oferta y demanda de mercado y no tanto de modelo que, repito, es el que ellos mismos han generado, sin que esto quiera decir que realmente no se estén produciendo abusos con contratos precarios. No se pueden confundir churras con merinas tratando de vender la lana que a ellos más interese.

Y si hablamos de los pediatras de AP pues es más de lo mismo. Tratar de patologizar lo que es un proceso de salud del ciclo vital como el desarrollo prenatal, el pre-escolar y escolar, la pubertad o el adolescente, o para atender procesos leves en su gran mayoría, es algo que tan solo encaja en el modelo medicalizado y que no tiene parangón en los países de nuestro entorno. Estamos pagando la decisión que en los inicios de la AP se adoptó de incorporar pediatras en AP. Pediatras, por otra parte, que no quieren las plazas de AP y que son ocupadas en una gran cantidad por médicos de familia. Los pediatras, como médicos especialistas de pediatría, tienen razón de ser en el ámbito hospitalario y en todo caso como consultores para AP, pero no en AP, lo mismo que no tiene encaje la existencia de geriatras o de cualquier otra especialidad médica que desvirtúe y contamine el sentido de la AP. Además de suponer una nueva y constatable prueba del fraccionamiento que se hace de la familia y su atención integral en razón de la edad de sus miembros, desvirtuando aún más la atención de los médicos de familia. Tratar de convencer de su imprescindibilidad en AP es tanto como pretender que comulgauemos con ruedas de molino.

Todo lo cual es aprovechado por algunos sindicatos médicos, sin apoyo de los sindicatos de clase, para lograr notoriedad y protagonismo en un escenario en el que no siempre han aportado soluciones de mejora real, más allá de los aspectos laborales y/o salariales, para el modelo que ahora atacan con tanta pasión como con falta de convicción y que tratan se extienda como una mancha de aceite por otros territorios autonómicos con idénticos e interesados intereses. Pero si a estas presiones tan fuertes como faltas de contenido y sentido se responde por parte de los responsables políticos como, por ejemplo, ha hecho la Consejera de Navarra ofreciendo a los médicos de AP la contratación de 44 enfermeras para reducir su sobrecarga de trabajo, pues apaga y vámonos. Es la muestra evidente de la falta de criterio científico y de gestión eficaz y eficiente, adoptando una decisión que contraviene el sentido común y los más elementales criterios de gestión y, lo que es más importante, triste y penoso, la falta de respeto hacia las enfermeras a las que no tan solo se subestima y desvaloriza, sino que utilizan como remedio inadecuado e interesado a sus indudables déficits, tratando de contentar al poder que les presiona. Y lo peor es que esta es una dinámica ampliamente extendida y asumida por los responsables políticos de todas las tendencias y colores.

Esta actitud del colectivo médico, sin embargo, es cuestionada por la recientemente elegida mejor médica de familia de España, Mª Luisa López Díaz-Ufano, quien tras su elección declaró que no sabía si era el mejor momento para hacer huelga y que los problemas de AP no vienen por Ayuso[3], lo que, cuanto menos, no deja de ser paradójico y contradictorio con lo que se está planteando.

Las enfermeras por su parte están adoptando un papel que va desde la más absoluta de las indiferencias a una mimetización, sin que aparentemente nada de lo que está pasando vaya con ellas o les afecte, o bien con una falta de valoración sobre sus competencias y la respuesta que desde las mismas pueden y deben aportar, o una absoluta sumisión y subsidiariedad al supeditar cualquier acción profesional a la existencia, tutela y autoridad de un médico sin la que, declaran, no poder actuar y que es lo que trasciende a la sociedad, ocultando con ello la eficaz respuesta que se da por parte de muchas enfermeras de manera responsable y autónoma, en un modelo que dificulta e impide en muchas ocasiones respuestas de cuidados enfermeros de calidad al estar supeditados al modelo médico autocrático en el que resulta muy complicado visibilizar la aportación específica enfermera. Pero me asombra comprobar que ante todo esto no se alce la voz enfermera, cuanto menos para dar su opinión, conocer su posicionamiento, identificar su sentimiento ante una situación que tanto les afecta y en la que tanto pueden y deben aportar, ya que, finalmente, quien calla otorga y así es muy difícil que la sociedad nos valore y reconozca.

            Las/os representantes profesionales de unos y otros, médicos y enfermeras, a verlas venir sin que exista un posicionamiento claro sobre el problema y tratando de nadar y salvar la ropa, aunque con un claro componente de enfrentamiento entre ellos por cuestiones que escapan al verdadero problema que plantea el actual modelo de AP que repercute, sin duda, en el desarrollo profesional que a ellos les compete pero del que huyen como alma que lleva el diablo. Entre medias se entretienen poniendo demandas por cuestiones que podrían mejorar la atención a la población pero que interpretan como interesadas injerencias competenciales que podrían y deberían resolverse desde el diálogo. Un despropósito.

            Por último los medios de comunicación se convierten en los transmisores de una información plagada de noticias sesgadas, ausentes de argumentos, sensacionalistas, distorsionadas y alejadas de una realidad que dista mucho de ser la que ellos trasladan a la sociedad, confundiéndola permanentemente. Transforman una huelga de médicos en una huelga de AP, con lo que convierten un conflicto corporativo en un problema que afecta a muchas/os otras/os profesionales y a la ciudadanía y que trasciende al ámbito laboral que es lo que la ha generado, sin plantearse nada más y buscando únicamente la noticia fácil y sensacionalista que aúpe sus índices de audiencia.

            La permanente y cansina confusión entre sanidad y salud, centro de salud y ambulatorio, educación sanitaria y de salud, atención y asistencia, la simple y triste invisibilidad que hacen de los cuidados profesionales… junto a la identificación casi exclusiva de los médicos como únicos protagonistas de una sanidad que ni conocen ni parece tengan interés en conocer. Hablar de médicos y sanitarios es un claro ejemplo de ignorancia y distorsión informativa. ¿En base a qué argumentos consideran que los médicos no son sanitarios? O ¿por qué sanitarios en lugar de profesionales de la salud? Interrogantes que son incapaces de responder, negándose a aceptar su reiterada falta de criterio, información y rigor a la hora de hablar de un tema de tanta importancia social como la salud a pesar de los vanos intentos que algunos hacemos para que rectifiquen.

            Como resultado de todo ello, la ciudadanía, se apunta al sol que, tan solo en teoría, más calienta o a la voz que más se escucha y que además es la que le da órdenes médicas que se les ha enseñado a que cumplan religiosamente. Cuando se producen reacciones contrapuestas al pensamiento único que se ha hecho prevalecer como indiscutible, son identificados como maleducados o violentos. No se puede hablar en ningún caso de mala educación o de falta de respeto por el simple y legítimo derecho a no coincidir con una decisión profesional que afecta, no lo olvidemos, a la libertad individual y colectiva de las personas, las familias y la comunidad. Dejando claro que no trato de justificar absolutamente ningún comportamiento que suponga la falta de respeto a través de agresiones verbales o físicas que, por otra parte, requiere de un análisis en profundidad de todas las partes implicadas ya que no se puede hacer creer que la culpa de dicho aumento de agresiones sea exclusivamente de la ciudadanía y los profesionales y la propia organización no tengan nada que ver.

            En este juego de intereses, poder, egos, posición, ideologías… todos quieren tener la razón y nadie quiere dar su brazo a torcer. Todos desde sus atalayas, desde sus reductos, sin compartir, analizar, reflexionar y asumir errores. La salud no entiende de ideologías, intereses o poder, entiende de bienestar, equidad, libertad, derechos, democracia… que se ven afectados en ese juego perverso.

            Mientras no asumamos, quienes estamos implicadas/os en mayor o en menor medida, directa o indirectamente, que tan solo desde el reconocimiento del deterioro de la AP y de la responsabilidad que todas/os tenemos en relación a la misma, asumiendo errores y facilitando la puesta en marcha de medidas correctoras de consenso, esta situación lejos de arreglarse empeorará, se cronificará y conducirá a la muerte de la AP para dejar paso a un modelo residual que será aprovechado para hacer negocio por parte de las empresas sanitarias como los fondos buitre hacen con la vivienda social.

            Si seguimos inmersos en esa lucha permanente entre políticos, profesionales, ciudadanía, con la inestimable ayuda de unos medios de comunicación que confunden y alarman, no resolveremos nada. No se trata de adecuar el modelo a los profesionales sino de que las/os profesionales, todas/os, se adapten al modelo que mejor responda a las necesidades de la población. No es una cuestión de médicos, enfermeras, pediatras, políticos o periodistas. Este es el error, el gran error. Es una cuestión de salud y de cuidados que debe ser abordado con coherencia, rigor, generosidad, respeto y sentido común por todas/os olvidando los intereses partidistas, corporativistas, ideológicos o de cualquier otro tipo que se alejen de las necesidades de las personas, las familias y la comunidad.

            Me consta que la reflexión es larga y extensa, pero es que la situación es densa y farragosa y limitarla supone dejar en el tintero y en la sombra hechos importantes y actitudes y actuaciones lamentables.

            Seguimos en un suma y sigue que aumenta la inflación del descontento de manera acelerada y preocupante y con pocos visos de que se resuelva a corto plazo, lo que conlleva a un empobrecimiento en salud comunitaria evidente. Con elecciones a la vuelta de la esquina que nos aportarán nuevas y sorprendentes presiones y decisiones, no por inesperadas sino por inadecuadas, interesadas y oportunistas, aunque las mismas no sirvan para nada más que contribuir a la destrucción de la AP y claro está a sus intereses corporativos, de partido o de audiencia. Como la reciente destitución de una excelente gestora en Cataluña, enfermera ella, para ser sustituida por un médico cuya mayor contribución ha sido la de ocupar cargos colegiales[4], sin que para ello exista argumento alguno que no sea el de dar cumplida respuesta a presiones de un poder a otro en puertas de unas elecciones. Blanco y en botella.

Tres poderes distintos y un solo interés verdadero.

[1]Político, académico e historiador español (1828-1897)

[2] https://www.lavanguardia.com/vida/20220525/8291112/medico-familia-seduce-mir-dejan-plazas-vacantes.html

[3]https://www.elespanol.com/ciencia/salud/20230106/familia-espana-problemas-atencion-primaria-no-ayuso/731177191_0.html

[4] https://www.redaccionmedica.com/autonomias/cataluna/marc-soler-director-general-de-profesionales-de-la-salut-en-cataluna-3023?utm_source=redaccionmedica&utm_medium=email-2023-01-12&utm_campaign=boletin

EL ARTE DE ENGAÑAR Antinomia, entropía y paradoja de la representación enfermera

                                                    A Carmen Ferrer Arnedo por dar visibilidad, forma y coherencia a un intento de cambio tan necesario y no por todas/os deseado.

 

                                                 “Hay menos injusticia en que te roben en un bosque que en un lugar de asilo. Es más infame que te desvalijen quienes deben protegerte.”

Michel Eyquem de Montaigne [1]

 

Pasadas ya las fiestas de navidad, nuevo año y reyes, retomo mis reflexiones semanales en este nuevo año de 2023, que lo es por cuanto supone iniciar el calendario, pero que falta por saber si realmente nos aportará novedades reseñables o seguiremos con más de lo mismo en cuanto a inequidades, cambio climático, pobreza, violencia de género, guerra, autoritarismos y por lo tanto ausencia de cambios, es decir, un nuevo año pero el mismo daño.

Con los deseos de cambio al inicio de cada año pasa como con la voluntad de hacer dieta o ir al gimnasio tras los excesos gastronómicos, que quedan en eso, en deseos o propósitos que se desvanecen con tal rapidez que no es posible modificación alguna. Forma parte del ritual como comer turrón, beber cava o comprar lotería.

Antes de que algún/a psicólogo/a saque un nuevo síndrome de ansiedad como a los que nos tienen acostumbrados (postvacacional, post rebajas, post covid… ) en un nuevo y claro intento por patologizar cualquier esfera de la vida diaria, quiero adelantarme para reflexionar sobre lo que está afectando a las enfermeras con relación a sus representantes, que no es consecuencia de ningún desajuste físico o mental producto de la presión, el acoso o el estrés, sino tan solo resultado de la incapacidad y la acción delictiva de unos/as y la pasividad profesional de otras/os.

No es mi intención ser agorero o pesimista, por naturaleza no lo soy, pero la actualidad, los hechos, los actos, los actores y actrices que intervienen y las/os directoras/es así como guionistas que marcan la acción a desarrollar, no invitan a plantear un escenario más amable y menos propicio al desencanto. También es cierto que quienes participamos como espectadores de tan lamentables obras muchas veces no actuamos con la decisión que sería necesaria o cuanto menos deseada para tratar de cambiar o al menos exigir que se cambie, en lugar de aceptar, desde la resignación y el conformismo, lo que acontece como algo inevitable.

Me centraré tan solo en un aspecto que considero nos afecta más directamente a las enfermeras sin que ello quiera decir, en ningún caso, que el resto de acontecimientos no deban ser tenidos en cuenta o que no afecten a la salud de las personas, las familias y la comunidad y, por tanto, sean responsabilidad directa de nuestra actuación como enfermeras.

He comentado en repetidas ocasiones la importancia que para las enfermeras y para la enfermería en general tiene la identificación, valoración y reconocimiento de sus referentes profesionales, científicos, gestores, académicos, docentes o investigadores y la poca consideración que, por lo general, se tiene de las/os mismas/os por parte del conjunto de enfermeras.

Pero, más allá de estas/os referentes que lo son o deben serlo en base a sus aportaciones de liderazgo en cualquier ámbito, tenemos aquellas/os referentes que lo son de manera formal, estatutaria, legal o normativa por ser representantes de la profesión, la ciencia o la disciplina en academias, colegios, organizaciones o instituciones que como entes jurídicos regulados son los encargados de tomar decisiones que nos afectan a todas/os y que, además, están sufragados con fondos que aportamos a través de las cuotas que se establecen para su funcionamiento y desarrollo.

El año que ha concluido nos ha aportado una noticia que no por sospechada, sabida y esperada deja de ser menos demoledora. Quien durante más de 30 años ha sido el Máximo representante de las enfermeras españolas tanto a nivel nacional como internacional ha sido imputado, aunque ahora se denomine como investigado en un nuevo y patético quiebro eufemístico, por “apropiación indebida continuada” en una “conducta criminal global”, según se recoge, entre otros hechos, en el auto del juez instructor del caso en la Audiencia de Madrid[2].

Nos encontramos pues ante un dilema o contradicción entre aquello que planteo como fundamental, como es el que valoremos a nuestros representantes que por derivación debieran ser nuestros referentes, y lo que sucede ante un hecho como el que se plantea con la actitud maliciosa y delictiva de quien actúa como tal y, no lo olvidemos, de aquellos que le acompañaron y callaron durante sus 30 años de continuado saqueo como miembros de su junta de gobierno. Estamos pues ante un caso de antinomia que parece la causante de crear un conflicto o contradicción entre dos ideas o actitudes en las enfermeras españolas. Por una parte la de identificar y respetar a nuestros representantes y, por otra, posicionarse en contra de las acciones y/o decisiones que toman y les afectan. Decidiendo, en la mayoría de las ocasiones, aceptar como natural lo que parece que puede convertirse en una sentencia judicial condenatoria y que hace mucho tiempo debiera haber sido una sentencia profesional que apartara a quien los indicios apuntan que actuaba no como representante profesional sino como profesional del delito representándose a sí mismo y a sus más íntimos o leales allegados con el objetivo exclusivo de un beneficio propio alejado del interés de aquello o a aquellas/os a quienes supuestamente representaba.

Utilizando una ley física podríamos decir que su gestión consistió en una constante entropía[3] profesional entendida esta como la magnitud enfermera que mide la parte de energía no utilizable para obtener un beneficio colectivo, quedando expresado, según se desprende de los indicios recogidos por el juez, como el cociente entre el beneficio colectivo aportado por el Máximo representante y la riqueza absoluta que el mismo posee. De todo lo cual se puede deducir que las enfermeras españolas hemos estado durante más de 30 años siendo objeto de una pérdida continuada de beneficio profesional colectivo en paralelo al enriquecimiento de nuestro representante.

Por otra parte nos encontramos ante la paradoja de Russell que demuestra que la teoría original de conjuntos formulada por Cantor[4] y Frege[5] es contradictoria y que se explica de manera más cercana y entendible a través de la conocida como paradoja del barbero. Según la citada paradoja un emir se dio cuenta de que faltaban barberos en su emirato, y ordenó que los barberos tan solo afeitaran a aquellas personas que no pudieran afeitarse a sí mismos, al tiempo que obligaba a que todo el mundo estuviera correctamente afeitado para que quedase clara su autoridad. El hábil barbero As-Samet, residente de un apartado poblado del emirato  fue llamado un día  para que afeitara al emir y este le contó sus angustias:

—En mi pueblo soy el único barbero. No puedo afeitar al barbero de mi pueblo, porque soy yo, y si lo hiciese quedaría claro que puedo afeitarme por mí mismo, por lo tanto ¡no debo afeitarme! pues desobedecería vuestra orden. Pero, si por el contrario no me afeito, entonces algún barbero debería afeitarme, ¡pero como yo soy el único barbero de allí!, no puedo hacerlo y también así desobedecería a vos mi señor, oh emir de los creyentes, ¡que Allah os tenga en su gloria!

Y esta puede ser la justificación utilizada por el emir, Máximo representante de las enfermeras españolas en su emirato particular. Como enfermero debiera ser quien velara, trabajara y se implicara en el beneficio de todas las enfermeras, pero interpretó que hacerlo sería contradecir la teoría de conjuntos según la cual él formaría parte del citado colectivo al que representaba. Y por ello decidió beneficiarse a él exclusivamente y a quienes estando fuera del conjunto de enfermeras formasen parte de su propio conjunto familiar o íntimo. Una forma como otra cualquiera de justificar matemáticamente el sistemático engaño realizado. O lo que es lo mismo, cómo distraer la atención de lo trascendente para que parezca que da respuesta a lo importante, cuando realmente no lo hace, convirtiendo el engaño en un arte.

Pero en todo este conglomerado de teorías termodinámicas, paradojas y contradicciones se incorpora una nueva variable que hace aún más complejo si cabe entender lo que ha sucedido, sigue sucediendo y a dónde nos ha conducido.

Porque más allá de quien actuó con total impunidad alterando el uso del capital que se le encomendaba para que lo utilizase con eficacia y eficiencia, durante los 30 años en los que urdió su plan, estuvo acompañado por una serie de personas que, formando parte de su equipo, no tan solo le acompañaron sino que le jalearon, obedecieron, protegieron y defendieron de manera totalmente fiel y constante, sin que en ningún momento denunciasen, informasen o se apartasen de tan graves hechos hasta que se retiró como Máximo representante, asumiendo el papel de tontos útiles. Tan solo entonces y una vez liberados de la aparente autocracia[6] por él impuesta, quienes fueron fieles compañeras/os de viaje y valedoras/os de su gestión, decidieron denunciar a quien hasta entonces había sido su líder, guía y referente indiscutible, argumentando que lo hacían para defender el interés colectivo de las enfermeras al enterarse, de repente, de las acciones de quien fue su jefe, santo y seña. Recuerda esta forma de actuar a la que mantuvo la entonces ministra de sanidad Ana Mato cuando negó saber cómo había llegado al garaje de su vivienda un  coche Jaguar aparcado en el mismo, argumentando que pertenecería a su marido y que ella nada sabía al respecto a pesar de la convivencia y parece que también connivencia que, al menos en aquel entonces, existía entre ambos como matrimonio que compartían la misma residencia en la que apareció el citado vehículo de alta gama. Como suele suceder, se enteró por los medios de comunicación.

Lo cual incorpora una nueva y lamentable afronta hacia las enfermeras. Porque ya no solo se trata de que se nos haya estado manipulando sistemáticamente, que se nos haya negado una eficaz y eficiente representación profesional que defendiera nuestros intereses, que se actuara con actitudes mafiosas e intimidatorias hacia toda aquella persona que osara contradecir lo que mandase el Máximo representante profesional, es que además de esto y más, que ahora ya no tan solo es una sospecha conocida por todas/os sino que es un claro indicio delictivo, se nos trata de imbéciles al pretender hacernos creer que durante más de 30 años nadie de quienes acompañaron al Máximo representante, no tan solo no sabían nada sino que ni tan siquiera sospechaban nada a pesar de las voces que constantemente apuntaban a ello y que se acallaban comprando voluntades o atacando a quienes no se dejaban comprar. Denuncian ahora, en un intento desesperado por defenderse a ellos mismos, lo que han escondido, callado, maquillado, compartido… como cómplices necesarios e indiscutibles del delito que ahora tratan de imputar siguiendo la regla futbolística de que no hay mejor ataque que una buena defensa. Lo que pasa es que, en esta ocasión, la defensa es más un intento desesperado por evitar ser identificados como parte del saqueo que una forma lícita de demostrar su inocencia que ya ha quedado sobradamente demostrado resulta imposible hacer creer. Porque finalmente, tanto peca el que roba en la huerta, como el que queda a la puerta.

Mientras todo esto sucedía y sucede, posiblemente como efecto de la anestesia en la que hemos quedado  atrapadas, las enfermeras vemos con absoluta indiferencia, salpicada de cierta indignación que la disimule, los efectos de tanto ataque a la dignidad profesional colectiva. Probablemente también como una forma de esquivar la responsabilidad de falta de implicación y compromiso para tratar de cambiar la situación que se contemplaba como inevitable cuando no natural, tal como sucede con la corrupción política que hace que se perpetúen las conductas y se elimine el asombro y la indignación hacia las mismas. Todo ello mientras el silencio más absoluto es la única respuesta a múltiples problemas profesionales de visibilidad, respeto, competencias, desarrollo… que son sistemáticamente ignorados por quienes debieran liderar la defensa de su solución como máximos representantes oficiales del conjunto de las enfermeras.

El exacerbado individualismo de nuestra sociedad también contribuye de manera significativa al devenir de este tipo de actuaciones, lo que limita en gran medida a que las acciones de algunas enfermeras por tratar de cambiar las cosas queden finalmente en lo que Juan José Millás denomina grumos de solidaridad, que no son capaces de disolverse en el conjunto para impregnarlo de la misma, tendiendo a ignorarlos, cuando no apartarlos o eliminarlos. Esto explica, en gran medida, que la participación colectiva para producir el cambio sea exigua o anecdótica como ha sucedido, por ejemplo, en la reciente elección de Junta de Gobierno del Colegio de Enfermería de Córdoba o la del Colegio de Madrid, con unas tasas de participación que no llegaron en ningún caso al 20% del censo electoral. Y aunque el cambio se produjo en la primera de las elecciones, el apoyo obtenido es tan débil que, en sí mismo, ya es una clara muestra del escaso interés del conjunto de las enfermeras por propiciar el cambio de unas organizaciones tan necesarias como devaluadas.

Por su parte, las/os responsables políticas/os tan solo identifican su representatividad como una obligación de convocatoria forzada marcada por la ley, pero sin que su opinión, cuando raramente la tienen y la exponen de manera razonada, sea tenida en cuenta ni tan siquiera como opción. Simplemente se obvia. Es lo que podemos denominar como representación oficial inútil. Todo lo cual acaba traduciéndose en una imagen cada vez más deteriorada de las enfermeras aunque se trate de maquillar con apelativos de heroicidad que tan solo sirven para callar bocas y dilatar sine die decisiones trascendentales. La tormenta perfecta para el desastre total.

Sin embargo también es cierto que encontramos algunos hechos esperanzadores como los que se produjeron en las recientes elecciones al Consejo General de Enfermería de España en las que, a pesar de ganar la candidatura continuista y sospechosamente delictiva, lo hizo con una diferencia con la candidatura opositora que hacía más de 30 años que no se producía, todo ello a pesar de hacerlo con indudable diferencia de fuerzas, recursos y estratagemas. Aunque, lamentablemente, ganó el oscurantismo, lo hizo viendo la luz que existe al final del tenebroso túnel en el que nos introdujeron hace más de 30 años, lo que sin duda les pone nerviosos y alerta ante la posibilidad de perder el poder, que no el respeto que hace tanto decidieron no merecía la pena que se les tuviese. Al fin y al cabo el poder absoluto les ha resultado muy rentable. Casi tanto como lo ruinoso que profesionalmente nos ha supuesto al conjunto de las enfermeras.

Ya sabemos la lentitud de la justicia y la manera en que la misma se ajusta a los recursos disponibles de las partes para que actúe en función de los mismos, pero son tantos y tan graves los hechos que resultaría muy sospechoso que finalmente no hubiese una sentencia clara de acusación que, al menos, situase como referente delictivo a quienes han figurado serlo del conjunto de enfermeras españolas.

Pero no podemos ni debemos esperar a que haya sentencia. Nosotras tenemos la obligación ética de actuar, en paralelo que no en sustitución de la justicia, aislando a los infractores y a quienes se han dedicado a anteponer sus intereses personales a los profesionales. Tenemos que acudir mayoritariamente a votar las candidaturas que propician el cambio desde la transparencia, el rigor, el compromiso y la implicación por la dignidad de las enfermeras en todos aquellos colegios, organizaciones o instituciones en los que aún siguen existiendo sucursales de apoyo a los sospechosos, convirtiéndoles en cómplices de sus tropelías, no se sabe bien aunque se intuya, en base a qué tipo de favores. Tan solo haciéndolo estaremos en disposición de exigir los resultados que se desean y esperan. La democracia, la equidad, la libertad, el respeto… también se defienden desde las instituciones profesionales. No implicarse en su vigilancia para que se garanticen es tanto como renunciar a los mismos con lo que ello significa.

El tiempo de los malos está finalizando. Pero debemos contribuir colectivamente para que ese tiempo sea lo más corto posible y que quienes asuman el reto del cambio lo hagan con el compromiso de la transparencia y de la rendición de cuentas, para que los intereses de todas las enfermeras no tan solo se respeten, sino que se defiendan.

No caigamos en el consuelo que nos dicta Lorenzo Silva[7] cuando dice que “como sabemos que no hay forma de acabar con el mal, nos consolamos desactivando a sus elementos más lerdos. Quizás no es mucho, ni es lo mejor. Pero algo es algo”, porque hacerlo nos convertiría a nosotras/os mismas/os en lerdas/os, y no lo somos.

[1]Filósofoescritorhumanista y moralista francés del Renacimiento (1533-1592).

[2] https://www.elmundo.es/espana/2023/01/01/63a994a9e4d4d842128b457b.html

[3]  Magnitud termodinámica que mide la parte de energía no utilizable para realizar trabajo y que se expresa como el cociente entre el calor cedido por un cuerpo y su temperatura absoluta.

[4] Matemático nacido en Rusia, aunque nacionalizado alemán, y de ascendencia austríaca y judía. Fue inventor con Dedekind de la teoría de conjuntos

[5] Matemático, lógico y filósofo alemán. Se le considera el padre de la lógica matemática y de la filosofía analítica.

[6] Régimen político en el que una sola persona gobierna sin someterse a ningún tipo de limitación y con la facultad de promulgar y modificar leyes a su voluntad.

[7] Escritor español conocido por sus novelas policíacas (1966).