
Para Mª Paz Mompart que tanto me ha enseñado, aportado y acompañado.
“Cada generación piensa que puede ser más inteligente que la anterior.”
Aldous Leonard Huxley[1]
En la historia de la Enfermería hay una paradoja que duele y desorienta. A medida que la profesión avanza en presencia institucional, académica y científica, crece también una forma de desmemoria. No se trata de un simple relevo generacional ni de los inevitables cambios de enfoque que acompañan al paso del tiempo. Lo que se observa es un distanciamiento casi estructural entre quienes abrieron camino con esfuerzo, trabajo y resistencia, y quienes hoy transitan por esos senderos sin preguntarse quién los trazó.
Esta fractura no nace únicamente de la juventud o la inexperiencia. Tiene mucho más que ver con el desmantelamiento simbólico de la memoria colectiva. Se ha roto el hilo que une a las nuevas generaciones con las “batallas” que hicieron posible su lugar actual. En demasiadas ocasiones, los logros conquistados —como el reconocimiento universitario, el acceso al doctorado, la creación de especialidades, o incluso la participación política de las enfermeras— son asumidos como parte de un “progreso natural”, como si fueran frutos espontáneos del tiempo, y no el resultado de largas luchas marcadas por la exclusión, la invisibilización y la fuerza del compromiso.
¿A qué responde este olvido? No puede achacarse solo al desinterés. Muchas instituciones formativas no transmiten el legado de quienes nos precedieron. Las universidades que hoy imparten grados de Enfermería rara vez cuentan con asignaturas específicas de historia de la profesión o de pensamiento enfermero crítico. Y, si existen se remontan a unos espacios temporales que no son capaces de trasladar estos aspectos, situándose más próximas a la antropología que a la historia reciente. Las sociedades científicas, por su parte, no siempre logran tender puentes simbólicos y afectivos entre generaciones, Mientras, muchos colegios profesionales no se sabe muy bien a qué juegan ni a quien representan, o sí, que es lo peor. Y finalmente las estructuras sanitarias, la mayoría de ellas jerárquicas y biomédicas, no fomentan el orgullo identitario profesional, sino la subordinación técnica[2].
A ello se suma un factor ideológico: vivimos en una época que fetichiza la innovación y desprecia la memoria, que valora la eficiencia, el liderazgo y la excelencia como cualidades de “emprendedores de sí mismos”, sin anclarlas a procesos colectivos ni a genealogías profesionales. En este marco, la historia de la Enfermería se convierte en una pieza de museo —si es que se menciona— y no en un motor de sentido y pertenencia.
También hay algo incómodo en recordar. Mirar hacia atrás implica reconocer deudas. Implica asumir que muchas de las libertades profesionales de hoy tienen nombre, rostro y sacrificio. Que hubo enfermeras —no pocas/os, y no siempre visibles— que arriesgaron su bienestar, su carrera y su tiempo personal para que hoy podamos hablar de ciencia enfermera, liderazgo, autonomía o paradigma propio. Y reconocer eso obliga a posicionarse, a dejar de ser espectadoras/es de una historia que se da por hecha, para convertirse en parte activa de una construcción colectiva.
La memoria no es nostalgia del pasado, es una herramienta política y ética. Recuperarla no significa idealizar el pasado, sino integrarlo críticamente en la conciencia profesional. Significa, por ejemplo, que cuando una enfermera entra por primera vez en una universidad, o cuando defiende su lugar en un equipo multidisciplinar, lo haga sabiendo que su presencia es heredera de muchas otras ausencias que abrieron camino.
Solo desde ahí se puede construir una comunidad profesional verdaderamente fuerte, capaz de dialogar entre generaciones, de respetar la experiencia sin que ello se viva como una amenaza a la innovación, y de hacer que cada paso hacia adelante tenga raíces, contexto y sentido.
Tras mi última reflexión, “La Amnesia de lo construido”, sobre la memoria histórica de la Enfermería (http://efyc.jrmartinezriera.com/2025/06/12/la-amnesia-de-lo-construido-cuando-nos-olvidamos-de-donde-venimos/), hoy quiero reflexionar sobre las diferentes visiones que sobre este preocupante tema existen a nivel intergeneracional. Las nuevas generaciones de enfermeras acceden a una profesión transformada, pero a menudo sin conciencia de lo que supuso esa transformación. Como si el derecho a estar en la universidad, a investigar, a decidir o a liderar no fuera fruto de una lucha compleja, desigual y, en muchos casos, dolorosa[3].
No se trata, aunque pueda parecerlo, de una simple diferencia generacional. Lo que se observa en múltiples contextos formativos, asistenciales y organizativos es una brecha profunda entre quienes abrieron camino y quienes hoy lo inician. No es que las nuevas enfermeras no respeten el pasado. Es, que no lo conocen, no lo han vivido, y nadie se lo ha transmitido con la importancia y significado real que tiene. Y sin relato, no hay identidad. Sin conciencia histórica, no hay sentido de pertenencia. Sin memoria, no hay proyecto[4].
Las enfermeras hemos cometido, quizás, uno de los errores más graves, haber creído que conquistar espacios equivalía a consolidarlos, que entrar en las instituciones era garantía de reconocimiento, que el desarrollo técnico bastaba para sostener la dignidad del cuidado. Pero no ha sido así. En muchos lugares, lo que se ha conseguido es sustituir el antiguo desprecio por una forma de invisibilización amable, funcional y despolitizada. Enfermeras eficaces, resolutivas, técnicas… pero cada vez menos críticas, menos presentes, menos incómodas[5].
En paralelo, muchas/os estudiantes que llegan hoy a la disciplina enfermera lo hacen desprovistas/os de referentes, cargadas/os de expectativas funcionales (empleabilidad, estabilidad, validación social), pero ajenas/os a los debates de fondo que atraviesan el cuidado, la justicia social, la salud como derecho o la vulnerabilidad como territorio ético. No porque no les importe, sino porque el sistema educativo, institucional y mediático no se lo propone como pregunta. Les ofrece una formación técnica, no una genealogía profesional. Se les invita a hacer, pero no a pensar. A aplicar, pero no a interpelar. A trabajar de enfermeras, pero no como enfermeras.
En este escenario, la distancia entre generaciones no es una anécdota. Es un síntoma de algo más profundo. Es la señal de un proceso de desmemoria, de ruptura de la cadena simbólica que debería unir a quienes hicieron posible la profesión con quienes deben sostenerla y proyectarla. Y lo más preocupante es que, si no se actúa, esa brecha seguirá creciendo hasta dejar una profesión dividida entre quienes recuerdan con amargura y quienes trabajan sin sentido[6].
Frente a esta situación, urge reconstruir el relato. Volver a contar la historia. Reconectar las vivencias con los ideales. Unir la técnica con el sentido. No se trata de glorificar el pasado, ni de despreciar el presente, ni de ignorar el futuro, sino de tejer una conversación honesta entre quienes estuvieron, están y estarán. De dejar de competir por la razón para empezar a construir en común la realidad.
Planteo, para ello, una conversación entre una enfermera veterana y una estudiante de cuarto curso, en un intento por abrir ese espacio de diálogo intergeneracional. En él se confrontan posturas, se explicitan malentendidos, se expresan dolores. Pero también se produce un encuentro, una posibilidad, una reflexión compartida. Porque si algo necesitamos hoy las enfermeras, más que nuevos protocolos, es una narrativa que nos devuelva el alma y la dirección.
Un día cualquiera en una universidad cualquiera. Aula vacía al caer la tarde. Paz, enfermera y profesora jubilada invitada a compartir sus conocimientos, vivencias, experiencias y recuerdos, ha terminado su intervención a la que ha sido invitada, para hablar de la evolución de la profesión/disciplina enfermera en la universidad. De las/os pocas/os estudiantes que hoy han asistido a la clase, como suele ser habitual cuando no se trata de asistencia obligatoria, solo Alma permanece en su asiento ensimismada con su móvil. Paz recoge sus notas en silencio, pero no puede evitar mirar con cierto desánimo a la joven.
Paz:
—Gracias por quedarte. Hoy no parecía que interesara mucho el pasado.
Alma (encogiéndose de hombros):
—Ah, de nada. Tenía que hacer tiempo para ir a un seminario de RCP y me vine a clase. Supongo que… no sé. A veces parece que todo eso que nos ha contado ya pasó. No sé si tiene tanto que ver con lo que hacemos ahora.
Paz (la mira con una mezcla de tristeza y decepción):
—¿Sabes lo que costó llegar a esta aula?, ¿a este grado, a esta universidad? No fue un regalo. Fue lucha. Muchos años de movilización, de desprecios, de tener que demostrar que no éramos ayudantes de nadie sino profesionales con pensamiento propio. Por cierto, mejor si me tuteas, me siento más cómoda. Perdona, ¿cómo te llamas?
Alma:
- Ah, vale, sin problema. Soy Alma. Si, puede ser, claro. Pero para nosotras ya es algo dado. Yo elegí Enfermería porque tiene salidas. Y también porque me gusta cuidar, claro (dice sin excesiva convicción). Pero no pensé en… en batallas ni en ideologías.
Paz:
—Es que no se trata de batallas ni ideologías Alma ¿Tampoco piensas en quién abrió la puerta para que podáis estudiar esto como una ciencia? ¿No te parece que hay algo injusto en vivir de una herencia sin conocer a quienes la construyeron?
Alma (algo molesta):
—Tal vez. Pero también nosotras lo tenemos difícil. Nos exigís compromiso, pasión, militancia… y no siempre es tan fácil. No es todo tan épico como lo contáis.
Paz (asintiendo lentamente):
—Puede que tengas razón. A veces idealizamos lo que hicimos. No todo fue heroico. También hubo frustraciones, renuncias. Pero había algo que no se puede perder, el sentido de pertenencia. Sentíamos que lo que hacíamos era para todas/os. Que cuidábamos el presente pensando en las/os que vendríais.
Alma:
—Y nosotras/os, a veces, sentimos que estamos solas/os. Que ya todo está dicho. Que hay que cumplir, acabar los estudios, encontrar un trabajo… Y ya está.
Paz:
—¿Y dónde queda el pensamiento crítico? ¿La conciencia de ser parte de una profesión que construye salud, que dignifica el cuidado y a las personas, que transforma vidas, que puede cuestionar el sistema?
Alma (en silencio, baja la mirada):
—No lo sé. Creo que nadie nos lo ha enseñado así. Todo va muy deprisa. No hay tiempo. Todo se mide en créditos, prácticas, trabajos, exámenes, notas…
Paz:
—Quizá ahí está parte del problema. Hemos conseguido entrar en la universidad, pero no hemos logrado formar enfermeras que piensen, reflexionen, cuestionen. Nos hemos colado en una casa ajena sin cambiar el mobiliario.
Alma (sonríe levemente):
—Y vosotras/os, ¿no os habéis quedado un poco ancladas/os en el pasado? A veces parecéis juzgar sin entender que el mundo es distinto.
Paz:
—¿Sabes lo que me resulta más doloroso? No que seamos pocas/os las/os que venimos a hablar de lo que hicimos. Lo que me duele es ver cómo lo que conseguimos apenas significa algo para vosotras/os. Como si siempre hubierais podido acceder a la universidad, como si todo hubiera estado siempre así, como ahora.
Alma (sin levantar mucho la vista):
—No es eso… Pero es que el mundo ahora es distinto. Nadie me habló nunca de esas luchas. A mí lo que me preocupa es cómo aprobar Médico-quirúrgica, hacer el maldito Trabajo Fin de Grado o si voy a tener trabajo al terminar y dónde. No sé qué esperáis de nosotras, la verdad.
Paz (con un tono seco, casi con rabia contenida):
—¡Esperamos memoria, respeto, conciencia! ¿De verdad no entiendes que lo que tú vives hoy, tus clases, tus prácticas, tu título universitario, todo eso no existía para nosotras? Que tuvimos que pelear contra ministros, médicos, academias, incluso contra otras enfermeras, para que se nos reconociera como profesionales con voz propia.
Alma (molesta, cruza los brazos):
—Vale. Pero eso fue hace casi cincuenta años. ¿Qué queréis ahora? ¿Que os demos las gracias todos los días? ¿Que vivamos en deuda eterna con vosotras?
Paz (con amargura):
—¡Claro que no! Pero sí que reconozcáis que nada de esto fue casual. Que lo que se conquista se puede perder si no se defiende. Y vosotras/os vivís como si la Enfermería no tuviera historia, ni raíces, ni cuerpo colectivo. Os formáis para encontrar un trabajo, no para construir una profesión.
Alma (en voz baja, pero con firmeza):
—¿Y qué alternativa tenemos? Nos metéis presión, nos habláis de compromiso, de liderazgo, de conciencia crítica… pero nadie nos enseña eso. Nos machacan con prácticas mal organizadas, con tareas repetitivas, con teorías que no se conectan con la realidad. ¿Dónde está ese pensamiento enfermero? ¿Dónde lo habéis dejado?
Paz (se queda en silencio unos segundos, luego responde, más serena, pero aún tensa):
—Es posible. Tal vez nosotras también fallamos. Conseguimos entrar en la universidad, pero no supimos transformarla. Dejamos que se nos impusieran códigos ajenos, estructuras ajenas. Caímos en la trampa de los modelos existentes sin cuestionarlos.
Alma (con algo de ironía):
—Y encima nos decís que no estamos comprometidas. Pero si ni siquiera sabemos bien cuál es el papel de la Enfermería más allá de hacer tareas y seguir órdenes. ¿Dónde está esa identidad de la que habláis tanto?
Paz:
—Está ahí… sepultada. Oculta entre las prisas, el conformismo, el miedo. Nosotras/os fuimos ingenuas/os al pensar que con el título bastaba. Que una vez dentro del sistema, la enfermería crecería sola. Pero no fue así. El sistema nos engulló, y vosotras/os habéis heredado una profesión sin relato.
Alma (más seria):
—Y sin referentes. Porque, sinceramente, casi nunca nos contáis estas cosas. Y cuando lo hacéis, suena a reproche, no a herencia. No nos invitáis a continuar la historia, nos echáis en cara no haberla vivido como vosotras.
Paz (respira hondo):
—Quizás no hemos sabido pasar el testigo, sino solo mostrar la medalla. Olvidamos que lo que no se comparte, se rompe. Y el relato se ha roto.
Alma (mirándola de frente):
—Y yo reconozco que nunca me lo había planteado así. Pero ahora que lo dices, tal vez parte de mi apatía venga de eso. De no sentir que esto tiene sentido, de no saber a quién pertenezco. Porque sí, soy estudiante de enfermería, pero no me siento enfermera. Aún no.
Paz:
—Y eso, Alma, es lo más grave de todo. Que la profesión esté llena de cuerpos que no se saben parte de ella. Y eso se traduce en falta de liderazgo, en fragmentación, en obediencia. Y en olvido.
Alma (tras una pausa):
- Y, ¿entonces?
Paz (suavizando el gesto):
—Y, entonces, empecemos por hablar, por recordar, por escuchar, por dejar de pedir gratitud y empezar a construir puentes. Tal vez el compromiso no se hereda, pero se siembra.
—Alma, dime algo más… Siempre me he preguntado: ¿por qué muchas/os de vosotras/os, nada más terminar en la universidad, os afiliáis casi de inmediato a un sindicato y ni siquiera os planteáis formar parte de una sociedad científica? ¿Por qué esa decisión? Me cuesta entenderla… y aceptarla, la verdad.
Alma (sorprendida, pero sincera):
—Porque sentimos que necesitamos protección, respaldo legal, saber a quién llamar si hay un problema con el contrato o con la dirección. El sindicato nos parece útil, cercano, casi obligatorio.
Lo otro… las sociedades científicas… no nos parecen prácticas. No nos las presentan como necesarias. Apenas sabemos qué hacen. Nunca nadie nos ha explicado su valor.
Paz (con tono sereno, pero dolido):
—¿Y no te parece grave? ¿No ves que eso refleja un modelo de profesional que se protege, pero que no se proyecta? Que se defiende, pero no se piensa científicamente, que le falta madurez.
Alma:
—Nos han formado para sobrevivir, no para construir. Y tal vez por eso no nos sentimos parte de nada más allá de nuestro contrato.
Paz:
—Pues las sociedades científicas no son un lujo. Son los espacios desde los que se piensa, se investiga, se define qué es y qué puede ser la Enfermería. Sin ellas, lo que queda es una profesión sin voz.
Y si no nos escuchamos entre nosotras, ¿quién nos va a escuchar?
(Paz hace una breve pausa. Mira fijamente a Alma. Decide ir más allá).
—Antes has dicho algo que me ha hecho pensar. Que decidiste hacer Enfermería “también porque te gusta cuidar”… has dicho, también, no sobre todo.
Y me pregunto, Alma, con toda sinceridad: ¿qué significa para ti cuidar? ¿Qué es eso que dices que te gusta?
Alma (desconcertada):
—No sé… Supongo que… acompañar, estar con alguien cuando lo necesita, ayudar. Que no esté solo. Que se recupere.
Paz (ladea la cabeza, con interés):
—¿Y eso te lo han enseñado en clase? ¿Lo has vivido en las prácticas? ¿O lo sientes, simplemente, como algo difuso?
Alma (se encoge de hombros):
—En clase hablamos más de protocolos, de diagnósticos, de estandarización de cuidados, de administración del tiempo, de simulaciones. En prácticas, es todo rápido, no puedes detenerte mucho. Lo de cuidar… es más una idea o un ideal que una experiencia o una realidad. O al menos, no una experiencia plena o una realidad tangible.
Paz:
—¿Y por qué estáis tan fascinadas con las técnicas? Con las máquinas, los monitores, la vía más difícil, la maniobra más compleja.
¿Desde cuándo el cuidado se mide en habilidad técnica y no en presencia humana?
Alma (incómoda):
—Bueno… porque es lo que se valora. Lo que da prestigio. Lo que parece importante. Si haces técnicas, eres útil. Si hablas con alguien o simplemente estás, parece que estás perdiendo el tiempo.
Paz (con firmeza):
—¡Ese es el drama, Alma! Nos han convencido de que cuidar es lo menos importante. Que lo esencial es lo accesorio. Pero el corazón de esta profesión no está en lo que haces con las manos, sino en lo que sostienes con tu estar.
No queréis que os asimilen u os llamen “pinchaculos” o ATS, queréis que os respeten, os valoren, os reconozcan… ¿por hacer qué? ¿Coger una vía, hacer una RCP avanzada?, ¿poner una sonda?, ¿realmente sabes lo que supuso que nos robaran nuestra identidad para pasar a llamarnos ATS? ¿Por qué os atrincheráis tras la ciencia, la profesión o la disciplina? Porque eso es Enfermería. Y como tal no hace ni deja de hacer. Son/somos las enfermeras quienes hacen/hacemos, construimos o destruimos a la Enfermería. Parece que os dé incluso vergüenza que os relacionen con el cuidado, como si fuera algo menor, sin importancia, o con ser enfermeras que es lo que sois, no lo olvides nunca Alma, porque nos costó mucho recuperarlo.
(Paz baja la voz, más dolida que airada ahora).
—¿Qué significa para ti el sufrimiento? ¿La fragilidad? ¿La injusticia? ¿la violencia? ¿La soledad de alguien que no puede más?
Porque eso es lo que vemos cada día. No datos. No valores analíticos. Vidas rotas, cuerpos vulnerados, desigualdad, miedo, sufrimiento…
¿Y qué piensas que las enfermeras pueden —y deben— hacer ante eso?
Alma (traga saliva. Esta vez no responde de inmediato. La interpelación ha calado. Habla más bajo).
—No sé. Supongo que… no lo había pensado así. Me enseñaron a “no implicarme demasiado”. A no llevarme los problemas a casa. A hacer mi trabajo bien, pero sin sufrir, a que el cuidado era lo que nos identificaba, pero sin saber cómo ni por qué… Y, sí, ya sé que somos enfermeros…
Paz (interrumpe algo alterada)
A ver Alma, perdona que te interrumpa, no sois enfermeros. Sois enfermeras. No minusvalores ni ocultes la feminidad de tu profesión ni la tuya propia, con independencia de que quienes la compongan, sean mujeres u hombres. Esto también es algo que ha costado mucho mantener y explicar. Tanto, que ni la RAE nos lo reconoce.
Paz continúa (ya más serena):
—Por otra parte, no te estoy diciendo que sufras, sino que te permitas ser sensible, conmoverte. Que no huyas del sufrimiento ajeno, porque ahí es donde empieza el cuidado real.
Cuidar no es resolver. Es estar con el otro sin huir. Es mirar de frente la injusticia y actuar desde lo que sabes, desde lo que eres. Es consensuar con la persona el mejor afrontamiento a su problema. Cuidar es un acto político. Una decisión ética. Una respuesta humana.
Alma (algo alterada):
—Ya sé, ya sé, que seré enfermera, no hace falta que me lo recuerdes, es la costumbre, pero entiendo lo que dices. Nunca nadie me lo dijo así. No pensaba que tuviese tanta importancia lo de Enfermería o enfermeras. Además, pensé que cuidar era lo que se hacía después de tomar los signos vitales y antes de preparar la medicación… ser amable. Pero eso que dices…
(pausa)
… eso me conecta con algo que no sabía, que echaba de menos.
Paz:
—Porque lo tenías, aunque no le pusieras nombre. Porque todas/os las/os que somos y nos sentimos enfermeras lo tenemos. Solo que, a veces, se sepulta con teorías sin alma, con prácticas sin reflexión, con modelos que no son nuestros, con estándares que despersonalizan. No se trata de ser amable, que también, se trata de ser empática, cercana, firme y a la vez cálida, de tener rigor sin excluir el humor… Puede parecer fácil, pero te puedo asegurar que es muy complicado. Porque ser enfermera es fácil, pero ser buena enfermera es muy difícil.
Alma:
—Y vosotras… ¿por qué no insististeis más en esto? ¿Por qué dejasteis que eso se perdiera?
Paz (en voz baja):
—Porque creímos que ya había quedado incorporado, aclarado, interiorizado, asimilado. Porque nos cansamos. Porque nos vencieron en parte. Y porque también, en algún momento, dejamos de creer que alguien quería escuchar.
Alma (tras una pausa larga, mirando al móvil aunque está en pausa):
—He visto cosas en estos años… gente sola, maltrato institucional, personas invisibles. Y también enfermeras corriendo, agotadas, desmotivadas, sin tiempo ni ganas de mirar.
Y yo me pregunto si eso es lo que me espera. Si eso es lo que soy o lo que quiero ser, realmente.
Paz:
—Lo has visto. Y no lo has ignorado. Eso ya es un comienzo.
¿Sabes qué pienso a veces? Que nosotras/os hicimos tanto ruido para entrar, que creímos que el eco permanecería siempre.
Alma:
—Y nosotras/os nos hemos incorporado a una realidad ya hecha, sin saber que es dinámica, cambiante… y necesita adaptarse. Y lejos de adaptar la realidad, nos hemos adaptado, acomodado a ella para sentirnos seguras/os, confortables.
(Pausa. Paz se acerca y se sienta junto a ella. No hay tono de superioridad. Solo escucha.)
Paz:
—Quizá ha llegado el momento de dejar de contarnos la historia como una cadena de reproches. Tú no tienes la culpa de haber llegado ahora. Y nosotras/os tampoco de no haber sabido contar bien lo que pasó.
Alma (con voz baja pero decidida):
—Entonces, ¿qué hacemos?
Paz:
—Empezar de nuevo. Pero juntas.
Reconocer que hay que cambiar muchas cosas. Cómo enseñamos y aprendemos, cómo cuidamos, cómo pensamos y queremos la Enfermería que nos representa, nos define, nos proyecta, como enfermeras.
Y para eso, los reproches no sirven. Lo que necesitamos son propuestas, memoria, diálogo. Y, sobre todo, entendimiento.
Alma:
—Entender lo que fuisteis. Entender lo que somos. Entender lo que podríamos llegar a ser si tejemos la historia completa, y no solo fragmentos sueltos.
Paz:
—Porque lo urgente —la técnica, la gestión, los indicadores— no puede seguir tapando lo importante, que es el cuidado, el compromiso, la conciencia crítica.
Alma:
—Y porque sin ese cuidado esencial, lo que queda es una profesión sin alma, vacía. Que puede hacer muchas cosas, pero no transformarlas.
Paz:
—Si no recuperamos eso, si no tejemos el antes, el ahora y el después… el destino de la Enfermería será incierto, gris, automatizado. Técnicamente eficaz, pero existencialmente irrelevante.
Alma (mirándola por primera vez con una sonrisa franca):
—No podemos permitirlo.
Paz:
—No. No podemos permitírnoslo.
—Por cierto, vas a llegar tarde al seminario de RCP
Alma (sonriendo)
—No, no lo voy a hacer, porque ya se ha pasado la hora (responde con una sonrisa franca y sincera). Pero no me importa, de verdad. Hoy he aprendido mucho más que en estos cuatro años. Gracias por hablarme tan claro.
Paz
Gracias a ti por escucharme y tratar de entender lo que he dicho. Para mí también ha sido muy importante esta conversación. ¿Me dejas que te dé un abrazo?
Alma, levantándose
—Claro que sí, le dice mientras se funde en un sincero abrazo con Paz.
Lo ocurrido entre Paz y Alma no es solo un intercambio dialéctico generacional. Es un acto de restitución. En esa conversación, tensa y por momentos dolorosa, quedan al descubierto las grietas de una profesión que ha olvidado demasiadas veces su propio trayecto. Paz encarna la memoria viva, el recuerdo encendido de una Enfermería que luchó con uñas y palabras por existir como sujeto colectivo. Alma representa el presente desdibujado, marcado por la tecnificación, la urgencia, la inmediatez, el hedonismo, la ambición sin escrúpulos, la burocracia y una educación que rara vez invita a pensar críticamente lo que significa cuidar.
Y, sin embargo, el encuentro entre ambas no termina en el desencuentro. Porque también hay en la escucha un acto de rebeldía. Porque el entendimiento —cuando es honesto— desarma los reproches y da lugar a la reconstrucción.
Lo que Paz y Alma comprenden es que no basta con habitar la profesión: hay que habitarla con conciencia. Que ni la nostalgia de lo que se fue ni la resignación de lo que ahora es o la desilusión en lo que se puede llegar a ser, bastan para sostener una identidad profesional fuerte. Que lo que está en juego no es solo una disciplina, sino una forma de estar en el mundo, de responder ante el sufrimiento, de construir justicia desde el cuidado.
Ambas asumen, desde lugares distintos, una verdad común: algo se ha roto. Y no se repara con homenajes ni con campañas institucionales. Se repara recuperando el relato, el pensamiento, la pregunta incómoda. Se repara dejando atrás los monólogos autorreferenciales para sentarse a dialogar entre generaciones, entre saberes, entre vivencias.
Porque la Enfermería, si quiere tener futuro, necesita reconciliarse con su pasado y atreverse a imaginar colectivamente un “después” que no esté hecho solo de tecnología y eficiencia, sino de presencia, sensibilidad, agencia política y proyecto común.
Necesita que lo urgente —tan devorador, tan inmediato— no sepulte lo importante. Porque cuando lo importante se vuelve invisible, cuando la memoria se diluye, cuando el pensamiento se apaga, lo que queda es solo una sucesión de tareas sin sentido. Y eso, en el fondo, no es cuidar. Es funcionar[7].
Por eso, entender el antes, el ahora y el después no es un lujo académico, es un imperativo ético. Un gesto de responsabilidad hacia quienes estuvieron, hacia quienes están y, sobre todo, hacia quienes vendrán. Porque solo así podremos evitar que la Enfermería, siendo capaz de tanto, termine significando tan poco[8]. Porque cuidar también es recordar aquello que nunca nos contaron, que no quisimos escuchar o que nos ocultaron.
[1]Escritor y filósofo británico (1894-1963)
[2]Martínez-Riera JR. Las sociedades científicas enfermeras: más allá del activismo simbólico. Index Enferm. 2023;32(1):23–27.
[3]Juliá M. Memoria de la resistencia. La construcción de una conciencia colectiva. Madrid: Taurus; 2018.
[4]Collière MF. Promover la vida. De la práctica de las mujeres cuidadoras a los cuidados de enfermería. Madrid: McGraw-Hill Interamericana; 1993.
[5]Tronto JC. Caring Democracy: Markets, Equality, and Justice. New York: NYU Press; 2013.
[6]Cañaveras MR, Carrillo E. Referentes invisibles: historia oral de las enfermeras españolas. Enferm Clin. 2020;30(5):317–22.
[7]Morin E. Enseñar a vivir. Manifiesto para cambiar la educación. Barcelona: Paidós; 2015.
[8]Pérez-Molina R. Memoria, identidad y proyecto en la enfermería contemporánea. Rev ROL Enferm. 2021;44(6):42–47.