LA JUSTICIA DE LOS CUIDADOS ENFERMEROS Más allá de los símbolos

“Qué tiempos serán los que vivimos, que es necesario defender lo obvio.”

Bertolt Brecht [1]

 

 

El símbolo más conocido de la Justicia es la balanza. O para ser más precisos, la de una mujer con los ojos tapados, que representa a la Justicia, y que porta en una mano una balanza. La balanza representa la igualdad con que la Justicia trata a todos.

La mujer que hace de símbolo de la justicia normalmente es una representación de la diosa romana iustitia (“justicia”), equivalente a Dice o Diké en la mitología griega original.

Pero su representación moderna con los ojos vendados proviene del siglo XV, y se interpreta bajo el lema de la ceguera de la justicia, o sea, que la justicia se debe impartir sin mirar a quién: sin distinguir a nadie por su sexo, raza, proveniencia, etc.

La balanza que sostiene la dama de la justicia tiene una historia propia que se remonta a la antigüedad egipcia, en cuya cultura era vital el concepto del Maat, el equilibrio universal. Tanto es así, que dicho concepto era encarnado en una diosa con el mismo nombre, en cuyas manos se dibujaba, justamente, una balanza.

Este símbolo fue heredado por los griegos y a su vez por los romanos, y llega a nosotros hoy en día como emblema de la equidad, es decir, de las decisiones tomadas contemplando un bien mayor. La balanza (o a veces las manos mismas de la diosa iustitia) mide el peso de las cosas, contrastando el bienestar individual con el colectivo, o el bien a corto plazo con el bien a largo plazo.

La espada representa el brazo castigador de la justicia, por lo que a menudo se trataba de una espada de verdugo o ejecutor. Dicha espada incluso puede llegar a tener doble filo, simbolizando así la razón y la justicia, que pueden esgrimirse a partes iguales.

Su interpretación moderna apunta al monopolio de la violencia que se les otorga a las fuerzas del Estado: sólo así puede ejercerse de manera justa, para lo cual existe el poder judicial[2].

Esta explicación de la iconografía y simbología de la Justicia, la realizo para tratar de comprender, tarea harto complicada, la situación que en los últimos tiempos estamos viviendo en torno a la Justicia o más concretamente en quienes están encargados/as de ejercerla, es decir, las/os jueces/zas y de quienes son responsables de dotarles de las leyes por las que se establece el orden social.

No es mi intención juzgar a quien juzga, evidentemente. Pero si que lo es, analizar y reflexionar sobre cómo se está actuando y, más concretamente, cómo se está percibiendo por parte de la opinión pública dicha actuación. Tampoco de determinar cómo debe legislarse. Pero sí, de cómo deben comportarse para alcanzar consensos que garanticen la validez de las normas.

Sin duda alguna uno de los pilares básicos de nuestras democracias es, o debería ser, la separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, que evite el polo opuesto a la democracia que supone la concentración de poder.

Me resisto a sospechar si quiera, que haya injerencias que cuestionen, o aún peor, pongan en peligro la citada separación. Sin embargo, últimamente, se trasladan mensajes contradictorios que hacen difícil mantener una confianza sin fisuras en torno a ella.

Son múltiples los ejemplos que podría relatar, a nivel nacional e internacional, que sustentan mis dudas. Pero no es objeto de mi reflexión adentrarme en dicho análisis. ¿Por qué entonces lo traigo a colación?

Más allá de la preocupación lógica que dicha situación genera, sobre lo que quiero reflexionar es en qué medida, la misma, impacta sobre otros ámbitos como por ejemplo el de la salud.

Porque los mensajes que se están trasladado no se circunscriben, ni afectan, exclusivamente a los poderes que deben mantener su independencia. Son mensajes que calan en la sociedad, pero que también lo hacen de manera muy preocupante en profesionales que deben mantener su independencia y con ella garantizar la justicia de sus actuaciones.

En este sentido, me preocupa mucho la lectura y traducción que de los citados mensajes hagamos las enfermeras. No porque considere que no estamos preparadas para entender o valorar en su justa medida (nunca mejor empleado el término) los mismos, sino por el peligro que supone que se interpreten como válidos, ética y legalmente, algunos planteamientos como los que se están produciendo. Y que, al hacerlo, se caiga en la tentación de pensar que, si desde dichos poderes se actúa de manera tan, dejémoslo en confusa, por qué no puede hacerse también en la atención a la salud que prestamos como enfermeras.

Teniendo en cuenta que, como enfermeras, no podemos ni debemos olvidar nunca el compromiso y la obligación de llevar a cabo una activa y firme abogacía por la salud, la equidad y los derechos humanos que, por tanto, debiera tener en cuenta siempre la justicia de nuestras decisiones. Justicia que, en nuestro caso, debiera concretarse en mantener la venda que evite la tentación de hacer juicios de valor sobre determinadas ideas, comportamientos, creencias… de las personas a las que se atiende y, con ello, se tomen decisiones que limiten, erosionen o impidan la justicia de nuestra prestación de cuidados.

Puede parecer que lo que digo es una exageración o una manera muy particular, y por tanto subjetiva, de traer el tema. Pero, con todos los respetos, considero que ni es exagerada ni mucho menos subjetiva. Comparto mi preocupación como enfermera y como firme defensor de la justicia con los atributos que la identifican y el significado que tienen, y no tan solo como elementos simbólicos. Preocupación que se concreta en el peligro que puede suponer que se tomen decisiones que no den respuesta a las necesidades de las personas y a su libertad como tales y se ajusten más a las ideas o creencias de quien tiene que tomarlas.

La venda que cubre los ojos de la dama de la Justicia, no puede ser en ningún caso una venda que nos impida identificar, valorar, empatizar y atender, con plena y absoluta integridad ética, a quien nos plantea un problema que afecta a su salud y que, además, esté claramente regulado por ley. Por tanto, se trata de dar respuesta ajustada a ley y no tan solo a un criterio personal que pueda suscitar duda legal. El respeto a las decisiones de las personas debe ser, en consecuencia, un elemento de indiscutible cumplimiento. Tratar de zafarse de este tipo de responsabilidades con el argumento de la objeción de conciencia es no tan solo un recurso simple y simplista, sino que supone una clara vulneración hacia los derechos de las personas.

Por tanto, la visión de la justicia no puede determinarse en base a quien tiene que tomar las decisiones, sino en base a quienes tienen que recibir la atención que, por ley repito, les amparan y protegen como ciudadanas/os, en este caso, con relación a su salud. Por difícil que la situación pueda resultar, como es el caso del derecho a la eutanasia o el aborto, o por la condición de la persona a la que atendemos, con relación a sus creencias, orientación sexual, raza… nuestra respuesta debe ser justa y equilibrada.

Por eso, la balanza, tiene un simbolismo que debe trasladarse a la realidad de la toma de decisiones que, como enfermeras, nos corresponde asumir y adoptar, para garantizar la equidad como principio fundamental de nuestra atención. La balanza, por otra parte, en el plano del simbolismo que representa, tiene que estar permanentemente calibrada para medir el peso de los hechos, contrastando el bienestar individual con el colectivo, tanto a corto como a largo plazo, que vendrá determinado por las decisiones que tomemos, igualmente, de manera autónoma o en equipo.

Por último, la espada, no debe ser identificada, ni mucho menos interpretada, en ningún caso, como un arma intimidatoria, persecutoria o amenazante, para tratar de imponer nuestras decisiones. En todo caso, la espada debiera identificarse como elemento de defensa para evitar que se vulneren los derechos de las personas, las familias y la comunidad a las que atendemos y prestamos cuidados. Pero una defensa ejercida desde el diálogo, la argumentación y el consenso y nunca desde la imposición y la falta de respeto individual o colectivo.

Por eso resulta imprescindible que las enfermeras sepamos identificar e interiorizar que la justicia es y debe ser, siempre, nuestra guía en la toma de decisiones. Pero no porque yo lo diga, que sería pretencioso y fuera de toda lógica, sino porque así lo determinan nuestros códigos deontológicos que se sustentan en los principios éticos de nuestra profesión. Y es que, tengo la impresión, que, lamentablemente, no siempre se da la importancia, significación y trascendencia que dicho comportamiento ético tiene y que debe acompañarnos siempre. Parece como si se tratase de documentos que no tienen más valor que el de su existencia. No se valora y exige su cumplimiento y en muchas ocasiones, muchas más de las que sería deseable, ni tan siquiera se conoce su contenido y el valor que del mismo se deriva. Algo que debiera tenerse en cuenta desde la formación de las futuras enfermeras. Incidiendo en el imprescindible conocimiento de dichos códigos (locales, nacionales o internacionales) que configuren un pensamiento ético que se concrete finalmente en un comportamiento igualmente ético en la prestación de los cuidados.

Porque la justicia no es posible sin ética y la ética es imprescindible para poder actuar con justicia.

En este sentido, quisiera referirme a lo que recientemente tuve oportunidad de ver con gran satisfacción en los centros de salud que visité en México y que debiera figurar en todos los espacios en donde las enfermeras atendamos a las personas tanto en la salud como en la enfermedad. El compromiso ético de las enfermeras con las personas situado en un lugar visible para todas/os. Sirviendo de recordatorio a las enfermeras, pero, también, para que todas las personas sean conocedoras y valoren nuestra actitud ética con relación a ellas. Permitiendo identificar la importancia que para nosotras/os tiene la justicia, con independencia, de lo que en otros ámbitos pueda estar sucediendo. Nunca debemos ni podemos caer en la tentación de mimetizar o naturalizar las actuaciones que en dichos ámbitos puedan estar produciéndose. Por contravenir los principios éticos y por el riesgo que supone trasladar, aunque sea la menor sospecha, de actuar con criterios alejados de la justicia que toda persona merece y le corresponde a su dignidad humana.

De igual forma que identificamos y valoramos la importancia que los determinantes sociales tienen para la salud, debemos identificar y valorar igualmente los determinantes morales de la salud. Determinantes morales que hacen referencia a los valores éticos, principios, creencias y comportamientos relacionados con la salud y el bienestar de las personas, familias y comunidad. Abarcando una amplia gama de factores, incluidos los contextos culturales, religiosos, sociales y personales, que modelan las percepciones y actitudes hacia la salud, así como las acciones tomadas para promover y mantener el bienestar físico, mental y emocional.

Porque la atención de la salud es mucho más que la asistencia a la enfermedad. Detrás de cada decisión y cada interacción con la persona hay consideraciones morales y éticas que deben guiar la práctica enfermera y las decisiones de las personas y/o sus familias.

De tal manera que al abordar los determinantes morales las enfermeras podemos identificar posibles conflictos éticos, trabajando para resolverlos de manera proactiva. Reconociendo y abordando estos determinantes podremos proporcionar una atención humanizada, ética, sensible, segura y centrada en la persona, al tiempo que nos comprometa a:

El respeto a cuidar la vida y los derechos humanos. Proteger la integridad de las personas en cualquier situación o circunstancia, prestando cuidados profesionales. Atender a las personas sin distinción de raza, clase social, creencia religiosa, orientación sexual, preferencia política… Garantizar la confidencialidad y respeto de las personas y sus decisiones. Favorecer un entorno seguro y saludable, en beneficio de las personas y del desarrollo profesional. Asumir la responsabilidad de la formación continua que garanticen la prestación de cuidados científicos de calidad y calidez, humanísticos de acuerdo a la competencia profesional. Comprometerse con el desarrollo profesional, dignificando su ejercicio y situándolo al nivel de la dignidad humana, fomentando la participación y el trabajo en equipo en aras a responder a las necesidades de salud de las personas, las familias y la comunidad.

No se trata, por tanto, de cómo nos sintamos nosotras/os, sino de cómo hagamos sentir a las personas que confían en nosotras/os. Y, sobre todo, que confíen plenamente en que, nosotras/os como enfermeras, más allá de comportamientos poco éticos de otros agentes sociales, políticos o judiciales, estamos libres de cualquier sospecha o intento de actuar con criterios alejados de la justicia y de lo que la misma supone o representa para su salud.

[1]  Dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo XX, creador del teatro épico, también denominado teatro dialéctico. (1898-1956).

[2] https://concepto.de/simbolo-de-la-justicia/

PRESERVEMOS NUESTRO PATRIMONIO Por un mosaico Iberoamericano de Enfermería Comunitario

A la Maestra Rosa Zárate por su liderazgo y compromiso con la Enfermería Comunitaria Iberoamericana desde la FENO-UNAM


“El idioma es nuestro patrimonio común más consistente.”

 

Fernando Lázaro Carreter[1]

  

Mi última visita a México ha reafirmado mi convicción de que es necesario trabajar en la construcción de un contexto Iberoamericano de Enfermería en general y de Enfermería Comunitaria en particular.

La realidad, mejor dicho, las realidades de los entornos, sin dua, configuran un mosaico de necesidades tan diversas como dinámicas, que deben ser observadas, analizadas y respondidas de manera específica. Sin embargo, los entornos, son parte del mosaico del que forman parte, configurando una realidad mayor que se concreta en el contexto Iberoamericano.

Son muchas y perdurables, las influencias que, desde el ámbito anglosajón, han impactado en la visión, e incluso misión, de las enfermeras iberoamericanas. Las teorías enfermeras, la NANDA, el NIC, el NOC, el PAE… han sido identificados como elementos, herramientas, referencias, indiscutibles que fueron incorporándose, desde mi punto de vista, con calzador, a unos entornos en los que dichas “piezas” costaban de encajar en el mosaico iberoamericano en el que se incorporaron. Sustituyendo incluso piezas originales que daban, como resultado, una composición distorsionada del mosaico, aunque se nos intentase convencer, por todos los medios, de que el resultado era mucho mejor.

Pero, es que además la incorporación de nuevas piezas, en muchos casos, ni tan siquiera trataban de adaptarse para que el encaje, al menos, fuese lo más natural y armonioso posible. Permitiendo por tanto, que la nueva composición fuese aceptada e integrada por quienes, por otra parte, debían mantener y conservar el mosaico de los cuidados de su entorno.

El resultado no pudo ser peor. Por mucho que se insistiese en presentarlo como una oportunidad inigualable de desarrollo disciplinar y profesional. Mientras tanto, muchas iniciativas surgidas de la realidad de los entornos propios se paralizaban por considerarlas “pobres” en comparación con las rutilantes propuestas anglosajonas. La indiferencia, cuando no el rechazo, a las nuevas propuestas fue la tónica dominante. Los royalties pagados por la utilización de tan “prestigiosas” piezas foráneas enriquecían a quienes, sin embargo, no las aplicaban en su país de origen. Absurdo, anacrónico, paradójico, incoherente… o de todo un poco, en una mezcla de esnobismo, moda, histrionismo intelectual… que no tan solo no contribuía a mejorar la calidad de los cuidados prestados, sino que, además, no era entendida, asimilada, respetada, ni mucho menos, aplicada por la mayoría de las enfermeras y de manera mucho más clara en el ámbito comunitario.

A pesar de ello, o a lo mejor por todo ello, las “piezas” siguen desdibujando, distorsionando y erosionando el conjunto del mosaico, al incorporarse como parte de la estandarización que tanto agrada a los tomadores de decisiones para obtener datos, muchas veces absurdos y sin valor real, con los que alimentar su crédito gestor y/o político.

Los sistemas de información, por otra parte, son alimentados con esta singular batería de taxonomías, lenguajes o indicadores que ni se entienden ni aportan valor a la actividad cuidadora de las enfermeras ni a la percepción de mejora de atención de las personas a las que se aplican. A las enfermeras nos imponían una manera de decir, sin entender ni comprender, aquello que, teóricamente al menos, se correspondía con las respuestas humanas ante los problemas de salud de las personas. Una manera de hablar, que no permitía la comunicación, al tratarse de códigos encriptados para muchas enfermeras, ni facilitaba la prestación eficaz de los cuidados por mucho que se intentase desarrollar a través del PAE, en otro intento de generar marca de identidad, cuando ni tan siquiera se tiene clara la verdadera identidad enfermera por parte de muchas de las enfermeras que debían aplicarlo.

La fascinación anglosajona seguía dando sus frutos y anestesiaba o anulaba la capacidad de innovación, creatividad, inspiración, entusiasmo… de las enfermeras para lograr conservar, renovar, mejorar… el mosaico original de los cuidados con piezas de su entorno, su contexto o su cultura.

Para rematar la jugada y asegurar el negocio que se oculta tras las supuestas maravillas que reportan, se justifica todo con la manida globalización. Si bien es cierto que, en parte, tienen razón quienes se escudan en la misma, no es menos cierto que hacerlo no presupone, en ningún caso, que la misma conduzca a la excelencia ni mucho menos a la mejora, al no tener en cuenta el contexto, los entornos, donde se implementa. Actuando como una especie invasora que elimina cualquier atisbo de idiosincrasia, e identidad propia e impregnando de una falsa “belleza” el entorno invadido. Que realmente conduce, desde su estandarización, a la eliminación de la diversidad y con ello a la pobreza de la disciplina enfermera.

A la globalización como argumento, se añade la trampa de los datos. Se esgrime que la inversión en sanidad de los Estados Unidos (EEUU) es 11 puntos mayor a la de México o 7 puntos menor a la de España[2]. Datos que, nuevamente fascinan, desde la hipocresía de lo que los mismos esconden. Porque, esas diferencias ¿verdaderamente suponen que la sanidad (que no la tecnología) estadounidense es mejor que la de México o España? ¿existe mayor equidad en EEUU que en México o España? ¿y mayor accesibilidad? ¿o vulnerabilidad? O, por el contrario, ¿supone una clara muestra de desigualdad que se traduce en diferencias muy significativas entre una sanidad para pobres y otra para ricos? ¿O, una tecnología de vanguardia a la que tan solo pueden acceder unos pocos? ¿O una salud que se correlaciona con la riqueza/pobreza y no con la atención prestada? Nuevamente un claro ejemplo de que no es oro todo lo que reluce, ni mucho menos.

Unas métricas que también se trasladan a los famosos rankings universitarios que tanto hechizan a las autoridades universitarias como supuesto signo de excelencia. Centrándome tan solo en las que hacen referencia a los estudios de Enfermería, ¿qué indicadores se utilizan? ¿qué criterios se esgrimen? ¿qué valores se tienen en cuenta? Porque nuevamente, el ámbito anglosajón, que casualidad, acapara los primeros lugares de todas las listas, con lo que ello supone de aditivo para endulzar artificialmente la fascinación adictiva hacia dicho ámbito.

Mientras tanto el resto de “los mortales” se conforman y alegran con ocupar unos puestos que, en cualquier otro caso, serían motivo de bochorno. Pero el solo hecho de aparecer en ese particular “hit parade” excita la dopamina, conocida mundialmente por ser una de las moléculas de la felicidad. No en vano, es una de las herramientas que Cupido usa para enamorar. Proporcionando placer y relajación en los responsables de las universidades. Un chute en toda regla, vamos. Pero, ¿realmente son tan buenas dichas instituciones educativas en comparación con el resto? Aún asumiendo dicha premisa ¿supone que esa supuesta excelencia se traduce inequívocamente en la formación de enfermeras excelentes? ¿en qué contextos y para qué? ¿De verdad creemos que una enfermera formada en tan exclusivas instituciones podría responder con eficacia, efectividad y eficiencia en un ámbito comunitario rural de España o México?

Si ahora añadimos, a todo este panorama de lentejuelas, la estrella del espectáculo de la fascinación, como es el mundo de la supuesta producción científica publicada en las no menos supuestas y cacareadas revistas de impacto, el resultado es ya de escándalo. Porque ¿de qué impacto estamos hablando? ¿Del impacto económico que enriquece a determinadas editoriales multinacionales? ¿del mercantilismo del conocimiento para generar supuesta producción científica que se incorpore como mérito académico/profesional? ¿de la sumisión de las universidades que contribuyen al citado enriquecimiento bajo argumentos de supuesta excelencia? ¿del impacto que se logra en las enfermeras que tienen que incorporar las supuestas evidencias en la práctica de sus cuidados? ¿de la tiranía idiomática que hace que, el simple hecho de estar publicado en inglés, presuponga mayor calidad? Haciéndonos creer a todas/os eso de que es el idioma científico, como si la ciencia tuviese lengua exclusiva. O, ¿estamos hablando, nuevamente, de una invasión que arrasa con todo aquello que no forma parte de su especial y exclusivo club privado editorial. Haciendo desaparecer, por inanición forzada, a revistas referentes, con décadas de historia, y una gran aceptación, mientras las universidades miran para otro lado como si esta mortalidad no importase.

Los planes de estudio, mientras tanto, posiblemente intentando acercarse o emular a esos vellocinos de oro de los rankings mencionados, se nutren de contenidos con cada vez menor referencia enfermera. Contaminando los mismos de terminología que se asimila al modelo patogénico y medicocentrista que caracteriza a los santuarios anglosajones y los caducos sistemas sanitarios. Por ejemplo, enfermería médico quirúrgica en lugar, por ejemplo, de enfermería clínica, o enfermería geriátrica en vez de enfermería del adulto mayor, o enfermería pediátrica en sustitución de enfermería del niño y adolescente, o gestión clínica anulando la gestión de los cuidados… configuran un lenguaje, y con él una formación, cada vez más alejada de la identidad, los conocimientos o el paradigma propios y más próximo a las técnicas y al paradigma médico, al que sucumbe disfrazado del nombre propio de Enfermería, pero con apellidos ajenos a la ciencia/disciplina enfermera. Una configuración que, además, se organiza en cajones estanco, conocidos como asignaturas, que blindan su espacio de conocimiento por miedo a contaminaciones o invasiones del resto de asignaturas. Convirtiendo los planes de estudio en una especie de cajas de seguridad de un banco a las que tan solo tienen acceso las/os dueñas/os de las mismas que, en el caso que nos ocupa, serían las/os responsables de dichas asignaturas. De tal manera que la atención holística, que tanto se cacarea, queda reducida a puro y engañoso marketing. La continuidad de los cuidados a una quimera. La interrelación profesional y el trabajo en equipo a una mera declaración de intenciones. El conocimiento a un reduccionismo del mismo como consecuencia de su estanqueidad. La adquisición de competencias a una evaluación numérica producto del ejercicio memorístico. A todo lo cual, hay que añadir el veto a espacios de conocimiento como la ética, la competencia/abogacía política, la filosofía… que se identifican como un peligro a la hegemonía actual.

Mientras todo esto sucede, seguimos dando la espalda a entornos que comparten características, valores, creencias, sentimientos… próximos, similares o, cuanto menos, reconocibles. Despreciando la fortaleza que suponen lenguas compartidas como el español y el portugués. Renegando de activos fantásticos como los procesos de participación comunitaria en muchos países. Ocultando e incluso renegando de la diversidad cultural de pueblos minoritarios. Dificultando la aproximación a lenguajes profesionales propios. Menospreciando las experiencias propias para abrazar las ajenas. Reduciendo la internacionalización del conocimiento a determinados espacios geográficos y acotando el acceso a otros de gran capacidad de oportunidades. Perpetuando la división numeral de “mundos” en base a criterios mercantilistas, oportunistas y de interés comercial y alejados de cualquier lógica de salud. Contribuyendo a la agonía de revistas científicas por el simple hecho de nutrirse de conocimiento escrito en otras lenguas distintas al inglés. Focalizando nuestra admiración y reconocimiento en referentes foráneas en lugar de valorar, apoyar e impulsar a las propias, haciendo bueno el dicho de que, “de fuera vendrán que de casa nos tirarán”.

Estamos pues, ante un escenario que se caracteriza, por una parte, por la autarquía, mitomanía y protagonismo excluyente del contexto anglosajón. Por otra, por la falta de autoestima, convicción y sentimiento de pertenencia con relación a los entornos que configuran el contexto iberoamericano.

En un momento en el que las miradas hacia un fortalecimiento y cambio de modelo de la Atención Primaria y Comunitaria, en la mayoría de los países iberoamericanos, y con él, el papel de liderazgo que tienen oportunidad de ejercer las enfermeras,  se hace prioritario que las enfermeras podamos, sepamos y debamos responder con autoridad y rigor científicos, pero también con autoridad moral y de valores, a la construcción de un contexto iberoamericano de Enfermería Comunitaria que responda a las necesidades actuales y de futuro de las personas, las familias y la comunidad, desde todos los ámbitos de influencia, pero con especial significación en el docente y el de investigación. Adquiriendo el compromiso de analizar, reflexionar y debatir sobre las actuales estructuras, organizaciones, modelos o metodologías actuales que conducen a una clara subsidiariedad lingüística, de atención, de paradigma, de identidad… de la Enfermería y de las enfermeras.

La realidad es tozuda y debería obligarnos a doblegarla para que se adapte, realmente, a los intereses de la sociedad y no a los de ningún ámbito o grupos de presión e influencia.

No será fácil. Pero sí es posible y deseable lograrlo. Tenemos la voluntad, el conocimiento, la ciencia, las habilidades, la capacidad, los recursos (universidades, sociedades científicas…), para hacerlo. Tan solo queda que nos lo creamos, y movilicemos todo ello en una misma dirección, preservar nuestro patrimonio y construir el contexto Iberoamericano de Enfermería Comunitaria, como un gran mosaico de identidad e identidades en el que todas/os nos sintamos representadas/os, atendidas y defendidas/os.

[1]  Periodista, lingüista y académico español (1923–2004)

[2] https://datosmacro.expansion.com/estado/gasto/salud

EL MACHISMO Y LA VIOLENCIA DE GÉNERO Problema de modelos

                                                                                            A todas aquellas personas que creen y trabajan por lograr un igualdad real, alejada de artificios.               

 

                                                                                      “No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar”.

Angela Davis[1]

 

Es triste y preocupante, al mismo tiempo, que tengamos que seguir manteniendo un día internacional contra la violencia machista o la violencia de género – porque la una lleva a la otra-. Y lo es, porque quiere decir que no tan solo no se ha erradicado, sino que sigue siendo una lacra que, como define la RAE, representa un vicio físico o moral que marca a quien lo tiene. Físico en tanto y cuanto lo sufren las mujeres que son agredidas directamente por el machismo que sigue impregnando nuestra sociedad a pesar de que tratemos de disimularlo. Moral porque no tan solo impacta en las mujeres que lo padecen, sino que trasciende a la sociedad en la que se mantiene e incluso alimenta con actitudes y comportamientos individuales y colectivos.

Ante esta tozuda y sangrante realidad, cabe preguntarse si no estamos ante una sociedad enferma. Enferma crónica.

Enferma, porque sufre una pasión dañosa y una alteración en lo moral o espiritual, para la que colectivamente no hemos sabido, falta saber si realmente hemos querido, encontrar solución. Pasión dañosa, porque maltrata y echa a perder algo tan importante como el respeto y la igualdad entre iguales y al mismo tiempo diferentes, es decir, entre hombres y mujeres. Daño que altera en lo moral y espiritual a quien lo causa, a quien lo recibe y a quien lo ignora, esconde, disimula o incluso lo justifica. Porque no es gratuito, no es simple violencia, si se puede considerar simple la violencia. Se trata de una violencia sistemática, calculada, cobarde, que tiene un coste que va más allá del daño físico y moral infringido. Porque afecta a toda la sociedad, incapaz de revertir las causas que alimentan dicha violencia machista contra las mujeres.

Por eso la convierte en una enfermedad crónica, en tanto y cuanto se alarga en el tiempo y adolece de remedio. Pero, al mismo tiempo se convierte en una crónica permanente por cuanto se trata de una narración histórica que perdura en el tiempo a través del orden consecutivo de los tristes y dolorosos acontecimientos que genera. Al tiempo que es una crónica sistemática porque la hemos naturalizado, al convertirla en un tema de actualidad que desencadena noticias en los medios de comunicación que escuchamos, leemos o visionamos, al mismo nivel, en el mejor de los casos, que las noticias del tiempo, el deporte o el corazón.

Porque, además, los tratamientos sintomáticos y reactivos que se aplican, en forma de manifiestos o minutos de silencio, por sentidos que puedan ser, son absolutamente insuficientes y acaban generando idéntica naturalización que la que provoca el hecho que los activa.

Si además de lo dicho, tenemos en cuenta que quienes actúan desde los diferentes ámbitos o sectores -sanitario, judicial, educativo, policial, medios de comunicación, social…-, lo hacen como compartimentos estancos sin canales de comunicación permeables y permanentes, entenderemos porque los resultados de sus intervenciones se limitan a dar respuestas parciales, fragmentadas e insuficientes a quienes sufren los ataques permanentes de un machismo, cada vez más instaurado y enraizado socialmente.

Esta manera de afrontar un problema, de la magnitud y gravedad, de la violencia de género, se traduce en omisiones peligrosas, en repeticiones innecesarias y contraproducentes y en contradicciones que generan un alto grado de desconfianza en las víctimas, sin que, lamentablemente, se logre trasladar una imagen de seguridad, referencia, valor, identidad y liderazgo que permita a las mujeres identificar a sus valedores y sentirse defendidas de los ataques machistas de los que son objeto, social, económica, institucional o domésticamente. Porque el machismo no se reduce a la actitud, lenguaje o acción de hombres contra mujeres. El machismo, forma parte de la convivencia diaria en nuestra sociedad. Impregna sus mensajes, sus discursos, sus normas, sus valores, sus tradiciones, su cultura. Un machismo, supuestamente domesticado, que se alimenta del discurso oficial y oficioso, y se traduce en un progresivo aumento, tanto del número de víctimas directas como indirectas, como de la naturalización de comportamientos que van mucho más allá de los lenguajes normativos igualitarios que, siendo necesarios, son claramente insuficientes e, incluso, en muchas ocasiones incomprendidos cuando no rechazados.

Una sociedad que se deja influir por los discursos negacionistas, demagógicos, paternalistas, reaccionarios… que deforman la realidad para instaurar o mantener el patriarcado autocrático, disfrazado de eufemismos feministas, que erosiona la igualdad y propicia la violencia machista de todo tipo.

Una sociedad en la que me preocupa la juventud que identifica[2], cada vez menos, el machismo como un problema de primer orden. Que considera que no es necesaria la discriminación positiva. Que acepta con naturalidad el lenguaje verbal y corporal machista. Que la autoridad y la falta de respeto son identificados y asumidos como comportamientos protectores. Que los celos se aceptan como muestra de amor. Que el control sobre la libertad de las mujeres se admite como defensa de su integridad. Que la fuerza de unos supone la debilidad de otras. Que no participa de la perspectiva de género. Que sitúa al mismo nivel el feminismo y el machismo. Que perciben el feminismo como un movimiento reaccionario y revolucionario “en contra de”, en lugar de “en defensa de”. Que no tenga argumentos para rebatir la desigualdad. Que se refugia en el silencio para combatir el machismo. Porque esa parte de juventud es, en primer lugar, receptora de la cultura social actual que trata de mostrarse públicamente igualitaria, pero que sigue siendo profundamente machista. Porque es la que asiente, transmite y perpetúa el machismo que invade, ataca, lesiona y mata a las mujeres y a la sociedad en su conjunto.

Pero esta tendencia no puede ser identificada, en ningún caso, como una actitud consciente o voluntaria por parte de la juventud. Esta actitud es, precisamente, una consecuencia más del machismo existente y del empeño persistente y resistente de aquellas/os que no tan solo quieren mantenerlo, sino institucionalizarlo con sus propuestas, medidas, políticas, decisiones… que son secundadas por quienes, denominándose defensores de la igualdad y la libertad, las apoyan con tal de obtener rédito político. Que nadie se confunda. Tan peligroso, nocivo, deplorable y rechazable es quien propone, como quien permite y/o contribuye a que se disponga e imponga.

Y, esta tendencia se convierte finalmente en moda gracias a los votos, democráticos y de supuesta protesta social, que sitúan en puestos de máxima responsabilidad y toma de decisiones a quienes utilizan la democracia y la libertad, precisamente, para socavar sus principios y su capacidad de protección, equidad, igualdad y justicia.

Pero no tan solo quienes tienen la capacidad de tomar decisiones, por delegación ciudadana no lo olvidemos, son responsables de la situación que vivimos. Somos todas/os, cada cual, desde su ámbito de actuación, opinión o posición, las/os corresponsables de luchar activamente contra el machismo. En favor de la perspectiva de género y de la igualdad efectiva y no tan solo efectista. Identificando al machismo, y la violencia que genera, como un problema y no como una ideología o una opción política que acaba asumiéndose como inevitable. Defensa que no supone, o debiera suponer, adoptar posturas de enfrentamiento, descalificación o falta de respeto, a las que tan acostumbradas/os nos tienen “nuestras/os” representantes políticas/os. Se trata de adoptar una lucha racional, coherente, argumentada, veraz, rigurosa… que contribuya activamente a erradicar el mal que nos contamina, daña, enfrenta y mata, por encima de ideologías, creencias, tradiciones, valores o normas, que intenten justificarlo. Sería la mejor prueba de que el problema fuese tan solo parte de la necesaria memoria histórica, que no histérica, como algunas/os se empeñan en describir.

Llegados a este punto y como enfermera, creo que resulta imprescindible reflexionar sobre la actitud de las enfermeras ante este gravísimo problema de salud. Actitud profesional por supuesto. Porque las enfermeras ni podemos ni debemos permanecer al margen del problema como si el mismo, no fuera con nosotras. Ni al margen ni en la periferia, pensando que con la asistencia puntual y clínica es suficiente para tranquilizar nuestras conciencias. Se trata de adoptar una actitud de compromiso, implicación y acción que contribuya a que las mujeres maltratadas puedan afrontar su situación con la mayor eficacia. Desde una atención integral, integrada e integradora que huya del asistencialismo, el paternalismo y la medicalización que caracterizan al sistema sanitario. Una actitud de trabajo compartido y colectivo desde la transdisciplinariedad que logre situar en el centro de la acción a las mujeres y no a la lucha competencial entre disciplinas. Una actitud de intervención comunitaria que trabaje desde la intersectorialidad para afrontar el problema de manera compartida con las/os múltiples agentes profesionales y de la ciudadanía para que participen activamente en la planificación de las acciones, estrategias, intervenciones… Una actitud con visión calidoscópica que contemple y aborde realidades diversas, entornos múltiples, necesidades de aprendizaje diferentes, es decir, llevando a cabo abordajes amplios que permitan atender la especificidad. En lugar de la habitual atención telescópica, que busca la estandarización desde la que se ofrecen los mismos consejos, los mismos recursos, los mismos remedios, sin diferenciar, priorizar ni determinar las necesidades reales para cada mujer, momento, espacio o circunstancia.

Actitud, por otra parte, que puede y sería deseable, fuese liderada por enfermeras. Porque como miembros de una profesión femenina que ha sido objeto y objetivo del machismo disciplinar, nos sitúa en una posición de compromiso y comprensión ética y estética, con el problema y con quienes lo padecen. Nada lo impide. Nadie tiene capacidad tampoco para impedirlo, a no ser que se imponga como orden alineada políticamente con quienes niegan el problema y se oponen a su solución. Las enfermeras tenemos la capacidad, competencia, conocimiento y sensibilidad, para liderar intervenciones comunitarias amplias, integrales, participativas, intersectoriales… en las que se analice el problema, se planteen soluciones razonables y ajustadas a la disponibilidad de recursos, se diseñen líneas de trabajo y de intervención eficaces y eficientes, se evalúen los resultados y se generen conclusiones, como las que requiere la violencia de género. Intervenciones en las que políticas/os, jueces/zas, docentes, periodistas, científicos, profesionales de la salud, fuerzas de seguridad, asociaciones ciudadanas, instituciones… trabajen conjuntamente para resolver el problema y no para hacer del problema un arma arrojadiza, de interés político/partidista, de ideologización, de adoctrinamiento, de represión, de distracción, de confrontación, de confusión…

Hay que diseñar intervenciones educativas, formativas, informativas, de apoyo, de afrontamiento, de acompañamiento, de protección, de empoderamiento, de cambio… articulando y generando respuestas de unidad, cohesión y consenso entre todas/os las/os implicadas/os. Respuestas que superen los datos, las estadísticas, las clasificaciones, los protocolos… que despersonalizan, difuminan, maquillan y naturalizan, el problema. Respuestas que no se focalicen exclusivamente en las víctimas mortales o en quienes las ocasionan, porque siendo importantes, lamentables y denunciables, son tan solo una pequeña parte del enorme problema que sigue, oculto y olvidado.

De igual manera que se habla de incorporar la salud en todas las políticas, es imprescindible que se incorpore la igualdad. Pero no tan solo de manera procedimental para aparentar la igualdad. Deben de ser acciones reales y realistas que acaben con las desigualdades aún existentes en muchos ámbitos. Lo contrario conduce a que, por ejemplo, se hable de la reducción de la natalidad y la misma sea transmitida e identificada por la población en general como una acusación hacia las mujeres, sin tener en cuenta los determinantes que influyen en esta reducción y que para nada son imputables a las mujeres por el simple hecho de ser mujeres. La precariedad laboral, la diferencia de salarios entre hombres y mujeres, la discriminación de acceso a diferentes puestos de trabajo, la ausencia de ayudas/recursos que faciliten la conciliación familiar, la dificultad de acceso a la vivienda… son tan solo algunos de ellos. Porque mientras no se logre la igualdad, el impacto que genera la desigualdad, también la social, se traduce en acoso y violencia machista.

Seguir celebrando la existencia, persistencia y pestilencia que produce la violencia de género es poco alentador. Seguir asistiendo a disputas, reproches, descalificaciones, inacciones, ausencias, menosprecios, desprecios, de unas/os contra otras/os, no tan solo es desalentador, sino que impide avanzar para resolver y no tan solo para contener.

La violencia de género es un problema del modelo que impregna y caracteriza a nuestra sociedad y de los modelos de intervención/atención de los sistemas de salud, judicial, científico, educativo, de medios de comunicación, policial… responsables de solucionarlo. Un problema individual y colectivo. Un problema local y global. Un problema cultural y de creencias… Tratar de simplificarlo es contribuir a magnificarlo, a perpetuarlo.

No se puede, ni debiera pedirse como tan frecuentemente se hace, tener fe en la sanidad, la educación, la justicia, la comunicación… porque no es una cuestión de tener fe o no, de creer o no creer. Lo mismo que no es una cuestión del espíritu de las leyes, su cumplimiento. Se trata de preservar, defender y garantizar el derecho de la igualdad, en cualquier ámbito, espacio o contexto. Sin encomendarse a ninguna divinidad, esperar milagros o que los astros estén alineados. Porque la fe puede mover montañas, pero la ciencia siempre acaba poniéndolas en su sitio. No esperemos de la fe, lo que nuestra voluntad no pueda/sepa hacer. Porque, entre otras cosas, también la fe ha demostrado en muchas ocasiones su devoción por el machismo.

Cada vez que una mujer sufre la violencia machista, la sociedad sufre las consecuencias de su parálisis, su inacción y su falta de compromiso. Un minuto de silencio no resuelve la eternidad de la muerte ni las consecuencias que lastran la vida de quien sufre el acoso permanente. Los planes de igualdad, siendo necesarios e importantes, se quedan muchas veces, en eso, en intenciones o proyectos que no logran sus objetivos, acabando en procesos administrativos que generan frustración e indefensión.

Es cierto que hemos avanzado, decir lo contrario sería mentir. Pero los avances conseguidos no son suficientes, ni tan siquiera eficaces. Porque en paralelo a los avances, se producen permanentes retrocesos que impiden mejoras de los resultados globales. Incorporándose nuevas variables que complican el abordaje de un problema que sigue dividiendo en lugar de unir.

Un problema que sigue siendo utilizado de manera oportunista e interesada, en lugar de ser atacado con determinación. Que sigue presente en una sociedad cada vez más individualista, competitiva, hedonista y con, cada vez, menos pensamiento crítico, menos compromiso e implicación, menos coherencia, menos reflexión, menos tolerancia.

Un problema que no es de las mujeres, sino contra las mujeres. Un problema que determina y define a la sociedad en la que se produce. Un problema que ataca la dignidad humana.

Quisiera celebrar, pero tan solo puedo seguir luchando, reivindicando, exigiendo, denunciando, reprochando, apoyando, trabajando… para que las mujeres alcancen la igualdad que se les niega y la atención que se merecen.

No quiero más silencio que el de la injusticia. Más manifiesto que el de la libertad. Más celebración que la de la igualdad real. No quiero concesiones ni condiciones, sino derechos. No quiero falsas compasiones, sino atenciones sinceras. No quiero promesas incumplidas, sino realidades.

Quiero que, ser, sentir, pensar, actuar, como mujer no sea una opción peligrosa, una posibilidad puntual, una amenaza constante… sino una condición de libertad, respeto e igualdad que deje de ser cuestionada, perseguida, acosada o eliminada. Quiero que las mujeres sean cuidadas con, al menos, idéntica calidad, intensidad, dedicación y continuidad que siempre han hecho ellas por imposición social.

Como hombre y como enfermera, me duele el machismo, me mata su violencia y me revela su presencia.

[1]  Activista política estadounidense muy conocida por su trabajo en el movimiento feminista negro y su lucha por la igualdad de género y la justicia social (1944).

[2] https://www.cis.es/documents/d/cis/es3428mar_HyM_A

CUIDADOS Y REDES SOCIALES Más allá de las TIC

                                                              “El progreso tecnológico se permite sólo cuando sus productos pueden aplicarse de algún modo a disminuir la libertad humana”.

George Orwell [1]

 

 Suele suceder, con más frecuencia de la que sería deseable, que determinados conceptos pierden su sentido inicial al ser adoptados y adaptados con otra intención, o incluso intencionalidad, de lo que inicialmente proponían, aportaban o determinaban los mismos.

Son muchos los ejemplos que al respecto podríamos exponer. Sin embargo, en la reflexión que hoy comparto me quería detener en dos que, particularmente, me preocupan de manera muy especial.

Ambos, dada mi condición como enfermera, los abordo desde la mirada profesional/disciplinar, sin que ello suponga, en ningún caso, aportar una visión corporativista interesada u oportunista. Tan solo, considero, que ambos tienen un impacto positivo en la salud individual y colectiva que, lamentablemente, se ve alterado por la deriva que de los mismos se realiza actualmente en nuestra sociedad y que, entiendo, sería muy importante rescatar su significado y valor real. No hacerlo supone que el significado que actúa como invasor acabe siendo identificado como el único verdadero, al ocultar, desvirtuar o eliminar el significado inicial.

El primer concepto al que me quiero referir es el de CUIDADO. Y lo reflejo en mayúsculas por la importancia que el mismo tiene, más allá de la valoración y perspectiva que yo vaya a trasladar como enfermera.

El cuidado, que tal como señalara la antropóloga forense, Margaret Mead[2], fue el primer signo de civilización[3], tuvo durante siglos una visión sexista que lo relegó a la subsidiariedad y al ámbito doméstico.

No fue hasta el siglo XIX, cuando Florence Nightingale[4] sentó las bases de la ciencia y profesionalización enfermera, dignificando el cuidado. Aunque en el ámbito iberoamericano no se asentase como tal hasta bien avanzado el siglo XX, por razones fundamentalmente ligadas a la cultura, educación y la influencia judeo-cristiana que identifican y asignan el rol del cuidado, en exclusiva, a la mujer como una obligación social y no como una opción profesional. Por su parte la ciencia/disciplina médica, ignora el cuidado profesional enfermero como aportación científica y lo identifica únicamente como una respuesta subsidiaria y secundaria a su desarrollo profesional, quedando oculto e infravalorado.

Con la incorporación de los estudios de enfermería a la Universidad, en el contexto iberoamericano, se empieza a sustentar la profesionalización y la ciencia enfermera, lo que posibilita que el cuidado profesional enfermero sea identificado como una aportación que trasciende el ámbito doméstico, al que había quedado relegado, al aportar evidencias científicas que sustentan su impacto sobre la salud de personas, familias y comunidad.

Es precisamente a partir de ese momento, cuando el cuidado empieza a ser objeto de deseo no tan solo de otras profesiones de la salud, sino de otras disciplinas e incluso de cualquier ámbito social, económico, empresarial… de tal manera que se pasa de un escenario en el que el cuidado es algo irrelevante propio de mujeres sin estudios, a ser un valor preciado que todos quieren incorporar como “etiqueta” que prestigia. Así pues, es fácil identificar como, últimamente, todo cuida. Cuida el champú, el detergente, el desodorante, el yogur, los bancos, el calzado… y cuidan los psicólogos, los médicos, los dentistas, los farmacéuticos… aunque el fundamento del cuidado no lo conozcan ni, en la mayoría de los casos, les interese lo más mínimo. Tan solo se trata de un oportunismo comercial, de makreting o de imagen.

De tal manera que el CUIDADO en general y el profesional enfermero en particular, han pasado de la invisibilización a la falsa visibilidad de su verdadera aportación y de lo que el mismo impacta en la salud. Es un claro y lamentable ejemplo de lo que supone la perversión del concepto del que hablaba al inicio.

El otro concepto al que me quiero referir y sobre el que quiero reflexionar es el de las REDES SOCIALES. Concepto que, sin duda, está muy ligado al CUIDADO, al menos en su significado y sentido inicial del término. Aunque también pueda estarlo con el significado posterior, pero desde una perspectiva negativa.

Antes de la irrupción de las Tecnologías de la Información (TIC), por redes sociales se entendían las relaciones que se generaban en el contexto de la comunidad. Desde las relaciones vecinales a las de amistad, capaces de generar un tejido amplio de solidaridad y de conexión humana. De hecho, las redes sociales son consideradas como un recurso importantísimo a la hora de afrontar situaciones complicadas o problemas de salud junto a los recursos individuales, los familiares y los comunitarios. Una de las definiciones más completas, dado que trata de incluir todas estas dimensiones, es la de Lin, Dean y Ensel, quienes conceptualizan el apoyo social como provisiones instrumentales y/o expresivas, reales y percibidas, aportadas por la comunidad, redes sociales y amigos íntimos[5]

De hecho, en muchos países, la escasez de servicios de salud alerta sobre la existencia de un segmento de la población que no tiene acceso a mecanismos institucionales para satisfacer sus necesidades y que “aparentemente” depende de su familia para la supervivencia cotidiana; pero también se perciben otras expresiones de las redes sociales de apoyo que ayudan a mantener vínculos afectivos, obtener información estratégica en la vida diaria y, en conjunto, preservar cierta calidad de vida. Siendo el apoyo social, sobre todo en países anglosajones en los que el soporte familiar no tiene la tradición ni la solidez de los países iberoamericanos, uno de los recursos de relevante importancia en contextos relacionados con los procesos de salud-enfermedad.

Por otra parte, cuando se habla de redes sociales está implícita la idea de intercambio de apoyos, que constituye la esencia de la configuración de las redes.

Los procesos en red pueden identificarse en un grupo de familiares, vecinos, amigos u otras personas, que aportan ayuda real y duradera a un individuo o una familia. Las redes sociales, por tanto, propician procesos de autogestión continua, en donde sus integrantes se comprometen y asumen el problema de alguno de sus miembros; ya sea por la relación directa que mantienen con él o por estar inmersos en circunstancias similares, conformando un sistema abierto de personas y entidades que a través del intercambio optimizan sus recursos[6].

Desde el punto de vista de la salud, cuando las enfermeras utilizan o hacen referencia a la red social, se centran en los vínculos sociales con los que cuenta una persona.

En el ámbito de la atención primaria, conceptos como la promoción de la salud, prevención, rehabilitación y reinserción sitúan en un lugar privilegiado a las personas, familias y a la propia comunidad como recursos naturales disponibles, que garantizan la continuidad de la atención ofrecida fundamentalmente por las enfermeras.

Desde el punto de vista de la intervención comunitaria, es necesario contextualizar, para conocer la estructura social y los diferentes niveles de intervención comunitaria con el objetivo de potenciar, crear o complementar y coordinar y articular recursos que proporcionen apoyo social tanto a nivel individual-familiar como colectivo.

Son muchos los ejemplos que avalan la importancia de las redes sociales en salud. En este sentido, menciono dos, por su relevancia y las evidencias científicas aportadas en las investigaciones realizadas en torno a ellos.

En 1882 un grupo de inmigrantes del sur de Italia se estableció en Roseto, una población del este de Pensilvania, EEUU. En los años 40-60 todavía mantenían una elevada homogeneidad social, con fuertes vínculos familiares y constituían una comunidad bien cohesionada. Los niveles de tabaquismo, hipertensión y colesterol elevado, eran similares a los de las comunidades vecinas. La población tenía 22 organizaciones cívicas. Tres generaciones vivían bajo el mismo techo y la gente hablaba en la calle. Reprodujeron la cultura del sur de Italia. Entre los años 1955-1965, se observó que en Roseto había una muy baja mortalidad por Infarto Agudo de Miocardio (IAM) en comparación a la de localidades vecinas, con un comportamiento social muy diferente. El efecto se atenuó mucho, en generaciones posteriores, a partir de los años 70, conforme se fue diluyendo el efecto cultural descrito[7].

Robert David Putnam[8], investigó sobre temas relacionados con la confianza social, conciencia cívica y el capital social. En 1995 publicó «Bowling Alone: America’s Declining Social Capital» en Journal of Democracy. En el año 2000 extendió este ensayo en el libro Bowling Alone: The Collapse and Revival of American Community. Putnam planteaba la tesis de que, en los Estados Unidos, desde la década de 1960 se había producido un declive en la sociedad, el civismo y la vida política (capital social) de consecuencias negativas.

En base a ello, Putnam distingue entre dos clases de capital social. El capital vínculo y el capital puente. El vínculo se da cuando la persona se socializa con otros semejantes, es decir, de la misma edad, raza, religión, etc. Pero para crear sociedades pacíficas en un país multiétnico se necesita otra clase de vínculo, el que tiende puentes. Los puentes se tienden cuando se crean lazos con gente distinta. Putnam afirma que los que cuentan con ambos tipos de vínculo se fortalecen mutuamente. En consecuencia, el declive del capital enlace, inevitablemente, produce el declive en el capital puente, lo que desencadena tensiones étnicas y religiosas.

Los cambios producidos en la sociedad americana y la globalización de los mismos en los contextos iberoamericanos, hizo que el efecto de las redes sociales, tal como las he descrito, decayesen y perdiesen consistencia con lo que los efectos sobre la salud disminuyen significativamente. El estilo de vida americano, comer demasiado, trabajar demasiado, comprar demasiado, leer demasiado poco, pensar todavía menos y morir en la pobreza y la incertidumbre, se convierte en una “enfermedad infecciosa” llamada el Sueño Americano, que infecta, al tiempo que fascina, a las sociedades iberoamericanas, en las que empiezan a cuestionarse y diluirse las relaciones sociales, ocasionando una pérdida de los efectos protectores sobre la salud y su sustitución por factores de riesgo cada vez mayores que provocan el aumento exponencial de enfermedades cardiovasculares, diabetes, hipertensión, obesidad, salud mental…

A partir de los años 80, con la irrupción de las TIC se inicia la sustitución del concepto de redes sociales descrito por el de estructuras formadas en Internet por personas u organizaciones que se conectan a partir de intereses o valores comunes. A través de ellas, se crean relaciones entre individuos o empresas de forma rápida, sin jerarquía o límites físicos, que adolecen de los efectos protectores para la salud de las redes sociales previas a su aparición y que incorporan riesgos evidentes, sobre todo, para determinados grupos etarios o de nivel sociocultural y económico bajos.

Así pues, nos encontramos con la paradoja de tener un acceso rápido a cualquier tipo de información, pero que es incapaz de separar lo real de lo falso, tal como planteaba Zygmunt Bauman[9] con el concepto que desarrolló de “modernidad líquida[10]. Esta teoría explica cómo las condiciones en las que actúan los miembros de una sociedad cambian más rápido de lo que tardan en consolidarse en hábitos y rutinas. Las costumbres se sustituyen por las modas, produciendo que las ideas no se solidifiquen en las sociedades, sino que fluyan y se modifiquen constantemente a pasos acelerados.

Como consecuencia de todo ello a la información se accede a través de reels, los políticos se identifican como mesías, los líderes se convierten en influences, la inmediatez sustituye a la reflexión, los votos se sustituyen por likes, la comunicación se limita a mensajes directos “DM”, las reflexiones derivan en descalificaciones, las evidencias científicas se transforman en fake news, los argumentos derivan en negacionismo… todo lo cual afecta a la elección de líderes políticos y mandatarios de estado, a la ética social individual y colectiva, a la equidad, a la libertad, a las relaciones personales, al respeto… generando odio, violencia, individualismo, hedonismo … que provoca un importante impacto, individual y colectivo, en la salud.

De tal manera que los CUIDADOS y las REDES SOCIALES, quedan sujetos a la generación de un conjunto de algoritmos que no tienen en cuenta su esencia y el impacto en la salud de las personas; focalizando la intervención, los recursos y la acción, exclusivamente en la enfermedad y la medicalización de los procesos. Buscando la respuesta que mejor se adapte a los intereses de los lobbies económicos, políticos, profesionales… para quienes lo importante es el fin de su rentabilidad económica, su posicionamiento, su ámbito de poder y su influencia, al margen de las necesidades sentidas de las personas.

Por el contrario, cuando se valora apropiadamente, por ejemplo, el riesgo cardiovascular, identificando la importancia del aislamiento y la soledad social en lugar de hacerlo, tan solo, sobre la obesidad y la hipertensión, los abrazos, besos y conversaciones afectuosas, se convierten en ingredientes fundamentales de las relaciones cercanas y de su efecto protector y terapéutico. Las investigaciones desarrolladas, entre otros, por las enfermeras, están descubriendo que los cuidados profesionales enfermeros y los cuidados familiares, así como los vínculos, ya sea con parejas románticas, familiares, amigos, vecinos u otros, con los demás, tienen efectos positivos en la salud individual, familiar y comunitaria. Las redes sociales, al margen de la tecnología, y los cuidados profesionales enfermeros pueden influir en nuestra biología y nuestro bienestar mental, social y espiritual[11].

En el Meta-análisis, sobre relaciones sociales y mortalidad, que se realizó, con una muestra de 308.849 personas, en los 148 estudios revisados, la odd ratio (OR) de 1,5 señala que las personas con redes sociales más fuertes tienen un 50% más de probabilidad de supervivencia que aquellos con redes sociales más débiles (BMJ 2010;341:c4339). Lo que demuestra que la influencia de las relaciones sociales con el riesgo de muerte es comparable con factores bien establecidos de mortalidad tales como el consumo de tabaco y alcohol, superando la influencia de otros factores de riesgo como la inactividad física y la obesidad. Todo lo cual viene a demostrar el efecto potenciador para la salud, de las redes sociales y los cuidados, conjuntamente con el cambio de hábitos y conductas.

Las enfermeras comunitarias iberoamericanas deben trabajar y liderar proyectos de intervención en la comunidad que faciliten la igualdad socioeconómica, la conexión social y de pertenencia y el sentido de eficacia personal, así como la defensa de servicios de salud públicos independientes de la actividad empresarial privada, que son elementos clave, tal como concluía Michael Marmot[12] en el informe «Los determinantes sociales y las desigualdades en materia de salud en Europa», publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2013.

Finalmente, no se trata de elegir entre tecnología o no. Sino de saber dónde situar la tecnología en cada momento. De igual manera, no consiste en plantear que cualquier tiempo pasado fue mejor, sino en elegir para cada tiempo y contexto aquello que pueda dar mejor respuesta a las necesidades y demandas de la población, favoreciendo la complementariedad de las ofertas y no la exclusión o exclusividad de unas sobre las otras.

Las enfermeras comunitarias tienen las competencias y las habilidades para facilitar y liderar la estrategia de entornos saludables, construyéndola a partir del potencial que los cuidados profesionales enfermeros y las redes sociales tienen para el desarrollo de la salud en cualquier organización. Teniendo en cuenta, además, el planteamiento de que la salud de una comunidad es mayor a la suma de la salud de sus miembros e identificando los elementos del entorno, los activos para la salud, que hacen que las personas mejor se sientan, aumentando su calidad de vida y autonomía. Activar dichas competencias y habilidades en la dirección correcta, desde planteamientos salutogénicos y enfermeros, es responsabilidad ineludible de las enfermeras y de quienes tienen la obligación profesional, ética y científica de transmitírselo a través de la docencia, la mentoría, la calidad de la atención, la gestión y la investigación.

[1]  Novelista, periodista, ensayista y crítico británico nacido en la India (1903-1950).

[2] Antropóloga y poeta estadounidense (1901 – 1978).

[3] https://economiahumana.org/el-cuidado-primer-signo-de-civilizacion-margared-mead/

[4] Enfermera, escritora y estadística británica, considerada precursora de la enfermería profesional contemporánea y creadora del primer modelo conceptual de enfermería (1820-1910).

[5] Lin N, Dean A, Ensel WM. Social support, life events and depression. New York: Academic Press; 1986.

[6] Martínez Riera JR. Valoración sociocultural e intervención familiar. Redes sociales. En: Sánchez Gómez MB, Gómez Salgado J, Gonzalo Duarte G. Conceptos básicos de enfermería Familiar. Madrid: FUDEN; 2008.

[7] Wolf S et al. Roseto, Pennsylvania, 25 years later–highlights of a medical and sociological survey. Trans Am Clin Climatol Assoc. 1989; 100: 57–67.

[8] Sociólogo y politólogo estadounidense. Ejerce como profesor en la Universidad de Harvard (1941).

[9] Sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico de origen judío (1925-2027).

[10] Caracterización de las actuales sociedades globales altamente desarrolladas como continuación (o extensión) de la modernidad, en lugar de como el pasaje a una nueva era enunciada como posmodernidad. La modernidad líquida o tardía está marcada por las economías capitalistas globales, con su privatización creciente de servicios y la revolución de la información.

[11] Holt-Lunstad J, Smith TB, Layton JB (2010) Social Relationships and Mor tality Risk: A Meta-analytic Review. PLoS Med 7(7): e1000316.doi:10.1371/journal.pmed.1000316. 

[12] Profesor de Epidemiología y Salud Públicay director del  Instituto de Equidad y Salud del University College de Londres 81945).

EL LODO DE LA POLÍTICA Determinantes morales de los cuidados

                                                                                     “He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”.

Charles de Gaulle[1]

 Estamos asistiendo a momentos difíciles y complejos en nuestra sociedad, en nuestras comunidades. Pero también en nuestras familias e incluso a nivel individual.

Es un cúmulo de circunstancias, factores, acontecimientos, situaciones, relaciones… que se enmarañan en una compleja tela de araña que nos atrapa y de la que resulta muy difícil escapar.

Como valenciano que soy, me duele València, por la inmensa tragedia por la que está pasando y de la que va a resultar muy difícil separarse porque, el lodo que trajo y dejó la DANA, lo impregna, tiñe y destruye todo.

Como enfermera que soy, me duele la falta de empatía, de humanidad, de dignidad, de ética, de respeto, de humildad… de quienes, teniendo la obligación de velar por la seguridad, la salud, la integridad, la atención… se han dedicado a velar por sus intereses y los de quienes les apoyan. Quienes se denominan servidores públicos, se sirven de la comunidad para afianzar su posición y mantener un poder con el que ni pueden ni quieren ayudar a la comunidad a cubrir sus necesidades. Quienes dicen tener compromiso social, comprometen a la sociedad con sus decisiones. Quienes debiendo fortalecer los servicios públicos, los debilitan y mercantilizan. Quienes utilizan la libertad y la democracia para generar inequidad y vulnerabilidad. Quienes, desde la mezquindad y mediocridad de sus actuaciones rehúyen responsabilidades. Quienes gestionan desde las ocurrencias y en contra de las evidencias. Quienes desde el negacionismo ponen en peligro a la comunidad. Porque todo ello acaba impactando en la salud de las personas y pone en peligro la salud comunitaria.

Por todo esto y por mucho más, como enfermera, me duele la política y quienes se benefician de ella. Me duele la mediocridad revestida de eficacia, la mezquindad enmascarada de bondad, la ignorancia disimulada de conocimiento, el desprecio de un falso respeto, la indolencia que oculta la empatía, la cobardía disfrazada de poder, las fobias disimuladas de tolerancia, la violencia que genera y alimenta la ignorancia, las mentiras que esconden las falacias, los eufemismos que ocultan la verdad. Me duele el dolor, el sufrimiento, la pobreza, la precariedad, el rechazo, el odio… que sufren las personas y que afectan su salud y la de sus familias y comunidad. Me duele la utilización interesada y perversa de la dignidad humana para generar audiencias. Me duele el desprecio hacia el cuidado, la perspectiva de género, la migración, los sin techo… que se tratan de ocultar, manipular, expulsar, desahuciar…

Como enfermera no puedo ni quiero mirar hacia otro lado. No puedo renunciar a mis valores éticos ni científicos. No asumo las imposiciones que atentan contra la dignidad humana. No reduzco mi pensamiento crítico a una dicotomía entre derecha o izquierda, rojos o azules, fachas o podemitas, progresistas o conservadores a la que intentan arrastrarnos quienes se sitúan en esos extremos sin sentido, sin razón, sin coherencia. Desde los que perpetuar su posición, utilizando la política sin hacer política, jugando a políticos sin serlo, expropiando la política a la comunidad, haciendo de la política un fin y no un medio, confundiendo la política con el ataque, rebajando la política a la descalificación. Pretendiendo que nadie más que aquellos que la utilizan podamos hacer, pensar, actuar, valorar, analizar, reflexionar desde la política. Engañando con el mantra de que razonar desde la política es opinar y que opinar supone interpretar, e interpretar puede herir sentimientos o valores. Lo que conduce a una anestesia progresiva de la población, a amordazarla, someterla, alienarla… La política es demasiado importante como para que esté en manos exclusivamente de quienes dicen denominarse políticos. De igual forma que la salud es igualmente importante para estar capitalizada tan solo por los denominados profesionales de la salud. En política y en salud debe participar la comunidad en su más amplia expresión, de manera activa y real y no tan solo desde una colaboración manipulada, dirigida y controlada por parte de quienes actúan por intereses muy alejados de los de la comunidad. Porque tal como dijera Edmond Thiaudière[2] “La política es el arte de disfrazar de interés general el interés particular”.

Como enfermera y como ciudadano, no quiero que nadie me diga dónde me he de posicionar, qué es lo que tengo que pensar, cuándo debo actuar, cómo me tengo que manifestar, con quién he de hablar o callar, en función de quiénes secuestran la política para su beneficio y la usurpan como medio de actuar, pensar, trabajar, decidir, planificar… desde cualquier ámbito social, profesional, científico… como si hacerlo fuese un intrusismo a su feudo ideológico/doctrinal que no político.

Como enfermera quiero ejercer mi competencia política en favor de la abogacía por la salud y el compromiso con la inclusión, la diversidad, la equidad y la justicia, sin posicionamientos partidistas, aunque sí desde las ideas y los ideales que me permitan defender los derechos fundamentales de la ciudadanía desde la prestación de los cuidados profesionales centrados en la persona, favoreciendo su máxima autonomía y respetando sus decisiones.

Como enfermera no puedo callarme ante la pasividad con la que actuaron ante la DANA los responsables políticos a pesar de las previsiones de máxima alerta que se anunciaron con días de antelación por parte de los organismos competentes en la materia. Intentando posteriormente tergiversar, ocultar o manipular, para ocultar o minimizar el impacto de sus decisiones.

Pasividad que puede obedecer a una clara incapacidad o a una manifiesta maldad. La incapacidad es grave por cuanto supone de riesgo a la hora de tener que decidir en temas de tanta trascendencia, como el que nos ocupa, sin tener ni el conocimiento, ni las habilidades, ni las certezas necesarias. A lo que hay que añadir la falta de asesoras/es cualificadas/os que, al menos, tratasen de suplir sus carencias o que, teniéndolas/os, se ignoren sus aportaciones.

Si de lo que se trata es de maldad, intentando preservar los intereses empresariales y económicos frente a la seguridad de las personas y la comunidad, no tan solo es intolerable, sino que además sería criminal.

En cualquiera de los casos la mediocridad política fundamentada en oportunismos e intereses partidistas y mercantilistas supuso que el desastre meteorológico se convirtiese en una gran tragedia que arrasó poblaciones enteras y causó muerte y destrucción.

Una decisión que vino acompañada, en cascada, de otras tantas, actuando como potenciadores del efecto destructor de la DANA y visibilizaron, aún más, la mediocridad de quien las tomaba.

Los efectos sobre la población, al margen del dolor y sufrimiento causados por el agua, se tradujeron en indignación y rechazo a los políticos y “su política”. Al comprobar cómo se abandonaba y retrasaba la ayuda imprescindible, como consecuencia de las intrigas y los egos políticos. Una muestra más de la perversa utilización de la política, que generaba un impacto constante e invaluable en la salud de las personas, al margen o acompañando las pérdidas sufridas.

Y mientras el Estado, como hipotético garante de la seguridad y la salud de la ciudadanía, no respondía, la ciudadanía, la misma que horas antes seguía inmersa en su estado de individualismo y falta de solidaridad, emergió con la toda la fuerza que le faltó al Estado, para responder de manera masiva a la llamada de la desesperación, la tristeza y desolación. Masiva y eficaz, al contrario que el Estado, para apoyar, ayudar, consolar, animar, acompañar, abastecer… a pesar de las dificultades y de las barreras, de una nefasta coordinación del propio Estado, para llevarla a cabo, como si tuviese miedo a que dejasen en evidencia su pésima gestión.

La fuerza de la comunidad emergió para situarse al lado de las/os damnificadas/os, supliendo la mediocridad política de quienes asistían al escenario de la tragedia para hacerse la foto y abrir un fuego cruzado de reproches y ataques al enemigo ideológico, mientras el lodo cubría las calles, inutilizaba enseres, llenaba las casas y dejaba sin servicios esenciales e incomunicados a más de un millón de personas. Muy aleccionador y sumamente “útil” para una población castigada, herida, cansada y derrotada.

Loable la fuerza de la comunidad. Pero triste, muy triste, que tenga que ser esa fuerza solidaria la que responda a las necesidades de la población afectada como consecuencia de la inacción de las instituciones, autonómicas y nacionales.

Nuevamente, como ya sucediera en la pandemia de la COVID, se ha actuado con lentitud, negligencia, torpeza, mediocridad… ante una emergencia que, a pesar de su evidente magnitud, no puede ser utilizada como excusa para justificar la ausencia de respuesta.

A unos, la población, les dolía, en el corazón y en el alma, València y su gente, sus conciudadanos. A otros, las/os políticas/os, les dolía en sus intereses y sus expectativas políticas. Sentimientos encontrados y claramente contrarios, que definen la acción cuidadora de unos y otros y sitúan en su justo lugar a unos y otros.

Como valenciano me duele y me da rabia comprobar la tiranía de quienes se benefician de la política y hacen un uso tan negativo de la misma en contra de la población, en momentos tan duros.

Como enfermera me duele y me da rabia que se ignore de manera tan torpe como sistemática la fuerza y el valor de los cuidados. Que se sigan dando respuestas exclusivamente medicalizadas a problemas de salud comunitaria que requieren de competencia política y compromiso con la salud comunitaria. Movilizando, coordinando, articulando recursos. Identificando y priorizando necesidades. Liderando intervenciones comunitarias. Planificando acciones. Trabajando en equipo con agentes y líderes comunitarios. Minimizando la ansiedad, el miedo y las incertidumbres. Acompañando en el sufrimiento, la soledad y el duelo.

En política, como en cualquier otro ámbito, no vale todo, ni tampoco cualquier cosa. Se requiere aptitud, actitud, compromiso, implicación, humildad, generosidad, conocimiento… para tomar decisiones, las mejores, capaces de responder a las necesidades que en cada momento y a pesar de las circunstancias se identifiquen. Los cuidados no pueden ni deben ser considerados un valor secundario y con escaso o nulo valor. En ningún momento o circunstancia, pero mucho menos aún, en situaciones en las que las necesidades humanas, la vulnerabilidad, la inaccesibilidad, la debilidad, la falta de conocimiento… emergen en la comunidad y afectan a las personas, las familias y el entorno, causando problemas de salud que requieren afrontamientos eficaces.

Cuidados que necesitan de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórica y praxis, como realidad compleja, lineal y en permanente evolución que son y que, por tanto, no pueden ser identificados, organizados ni estructurados en base a patrones, estándares o como complemento secundario a las competencias de otras disciplinas, ni tampoco como un elemento de clasificación competencial alejado de la realidad misma del cuidado profesional.

Porque, la atención de la salud es mucho más que la asistencia a la enfermedad. Los determinantes sociales deben ser identificados, analizados, incorporados para ofrecer cuidados de calidad. Pero es que, además, detrás de cada decisión y cada interacción con la persona hay consideraciones morales y éticas que deben guiar la práctica enfermera y las decisiones de las personas y/o sus familias, a través de los determinantes morales.

Determinantes morales que, al abordarlos, las enfermeras pueden identificar posibles conflictos éticos y trabajar para resolverlos de manera proactiva siendo fundamental para proporcionar una atención humanizada, ética, sensible, segura y centrada en la persona.

Algo que, dadas las circunstancias actuales, cada vez resulta más prioritario ante la pasividad mostrada por quienes manipulan desde la política la convivencia comunitaria.

Tan solo desde esa perspectiva, esa mirada, esa organización, ese liderazgo, de los cuidados será posible incorporar salud en todas las políticas y no, como habitualmente sucede, metiendo la política en la salud, con los efectos que se generan y que estamos pudiendo comprobar en estos días.

Vengo diciendo últimamente que los Sistemas Sanitarios o de Salud precisan transformaciones radicales urgentes. Pero es obvio, como estamos comprobando, que la política también precisa de dichos cambios radicales. No siendo posibles los unos, sin los otros.

Y en este torbellino social, cada vez es más frecuente ver emerger a personajes condenados por la justicia, homófobos, xenófobos, negacionistas, corruptos, acosadores, multimillonarios… que, a través de la mentira, los bulos, la demagogia, la violencia, el odio… utilizan la democracia y la libertad arrastrando a las masas descontentas para alzarse con el poder. Poder, desde el que destruyen derechos fundamentales, libertades, servicios públicos… para beneficiar a sus aliados y generar mayor desigualdad, pobreza, aislamiento, ignorancia… desde las que perpetuarse. Ya no se trata de casos aislados, en países considerados del tercer mundo. Hablamos de países del autoproclamado primer mundo. De los más ricos, más industrializados, más cultos, más democráticos y libres, en los que su política degrada, somete, acosa, destruye, aniquila… extendiéndose y amplificándose esta dinámica como el lodo lo ha hecho en la DANA. El lodo de la política y los políticos que, apoyados y aupados lamentablemente por el pueblo, acaba con el pueblo, con sus derechos y su libertad. Lodo que cuesta de eliminar e impregna y tiñe de miseria la vida de las personas, las familias y la comunidad.

Como ciudadano y como enfermera me revelo contra la política del miedo y el engaño, para exigir, desde la competencia política, otra política fundamentada en los determinantes morales, desde los que tomar decisiones que generen bienestar y salud a través de los cuidados profesionales.

[1]  General y estadista francés que dirigió la resistencia francesa contra la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial y presidió el Gobierno provisional de la República francesa de 1944 a 1946 para restablecer la democracia en Francia (1891-1970).

[2] Literato francés , a la vez poeta , novelista , filósofo y “maximista” (837-1930)

5 DE NOVIEMBRE, DÍA INTERNACIONAL DE LAS PERSONAS CUIDADORAS FAMILIARES

           

               Con motivo del Día Internacionald de las Personas Cuidadoras Familiares, la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) se une a tan importante, justificado y merecido reconocimiento de recuerdo y agradecimiento a una labor tan importante y llena de significado, valor y humanidad, y en especial a las personas que los prestan (se puede descargar en archivo adjunto).

 

“Es en el seno de la comunidad donde el cuidar adquiere todo su sentido”

(M.F. Collière)[1]

 

             Celebrar un día internacional siempre es motivo de alegría por cuanto de recuerdo y reivindicación representa para cualquier asunto, problema, realidad… que determine dicha celebración.

            El 5 de noviembre es la fecha elegida para recordar, apoyar y agradecer a las personas cuidadoras familiares su inmensa aportación a la salud de la comunidad. Porque más allá de los cuidados prestados a una persona concreta con pérdida o disminución de autonomía, su acción cuidadora trasciende al ámbito familiar/doméstico al que, lamentable y exclusivamente, se suele reducir su acción.

            Si tenemos en cuenta que las necesidades de cuidados de la sociedad en su conjunto están cubiertas, por parte del sistema sanitario, en una proporción del 20%, podemos hacernos una idea de la magnitud que representa la prestación de cuidados, denominados de manera muy poco acertada como informales, en el ámbito familiar. Imaginemos, tan solo por un momento, si las personas cuidadoras familiares dejasen de proporcionar los cuidados que, diariamente y sin descanso, prestan. El colapso que se generaría en el sistema sanitario en particular y en la sociedad en su conjunto sería de proporciones mayúsculas.

            Pero esto, no va a suceder. Y no lo va a hacer porque los cuidados familiares se configuran como un compromiso que está íntimamente articulado con vínculos familiares, sociales, afectivos, sentimentales y emocionales que, además, tienen la influencia cultural de muchas comunidades con todo lo que ello significa tanto positiva como negativamente.

            En los países iberoamericanos, por ejemplo, la educación judeo-cristiana que los impregna determina que la mujer asuma el rol de cuidadora por el simple hecho de ser mujer. De tal manera que se impone su asunción desde la infancia como una obligación social y no como una opción libremente asumida, que deben cumplir. Además, hay que añadir la culpabilidad que se traslada igualmente a las mujeres como regulador de su posible o deseada renuncia a ser cuidadora. Realidad cultural y educacional que no es trasladada a los hombres, lo que les exime socialmente de asumir dicho cuidado y no generar culpabilidad por ello ya que tampoco ésta se les traslada.

            Así pues, esta realidad configura un mapa de cuidados desigual que contribuye a las diferencias por cuestión de género e impacta de manera muy específica y singular en la salud de las mujeres cuidadoras.

            Los cuidados familiares, por tanto, suponen un problema de salud de primera magnitud mayoritariamente para las mujeres que se traduce en una demanda habitualmente insatisfecha de cuidados hacia ellas o en un sufrimiento silencioso que mina aún más su salud física, mental social y espiritual.

            Es paradójico que en las sociedades en la que los cuidados familiares forman parte de su cultura y tradición, sus sistemas sanitarios invisibilicen, ignoren, subestimen o excluyan a los cuidados de sus modelos. Esta paradoja induce a que se identifique a las personas cuidadoras familiares como co-trabajadoras de los sistemas y no como objetivo fundamental de atención a las necesidades específicas derivadas de la acción cuidadora continuada y permanente que llevan a cabo.

            Por su parte las enfermeras en general y las enfermeras comunitarias en particular, son identificadas en dichos sistemas sanitarios patriarcales como trabajadoras al servicio de la enfermedad y de quienes la capitalizan, en su modelo asistencialista, sanitarista, paternalista, biologicista, dependiente y excluyente.

            En este día de supuesta celebración, desde la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), abogamos por la necesidad de transformar radicalmente el modelo que regula la mayoría de los sistemas sanitarios en el ámbito iberoamericano. Un cambio que supone identificar el valor del cuidado tanto familiar como profesional. Una identificación que suponga una respuesta eficaz, eficiente y efectiva a las necesidades de cuidados de una sociedad dinámica y cambiante en la que la realidad social de la mujer, las estructuras familiares, la demografía, las políticas de salud… impactan de manera clara en la configuración y asunción de los cuidados familiares. Cambios a los que hay que añadir la importante variable que supone la incorporación de nuevos actores, como personas cuidadoras familiares sin vínculo familiar. Actores que, en su mayoría, son personas migrantes con condiciones precarias de trabajo y en las que la prestación del cuidado impacta en su salud con el agravante de su condición ilegal que contribuye a su vulnerabilidad y exclusión social, convirtiéndose en personas cuidadoras familiares invisibles a los ojos de las administraciones y de la sociedad en su conjunto.

            Estamos, pues, ante una realidad que lejos de ser objeto de celebración debería ser identificada como una demanda prioritaria de acción que no pasa, en ningún caso, por acciones aisladas, reduccionistas y efectistas como las que se suelen vender de manera oportunista por los responsables políticos, sanitarios y sociales en la mayoría de los países. No se trata tanto de ayudas económicas, que también, como de apoyo, reconocimiento y atención individualizada hacia las personas cuidadoras familiares a través de estrategias de cuidados integrales, integrados e integradores. Planificadas, dirigidas, coordinadas, lideradas y evaluadas por enfermeras, como las profesionales más competentes y preparadas. Estrategias centradas en las necesidades reales de las personas cuidadoras familiares que van mucho más allá de la enfermedad y que representan un cambio de acción y un abandono de la omisión a la que han sido sometidas históricamente.

            Celebremos, cuando haya motivo para hacerlo. Mientras tanto exijamos que se concreten acciones realistas como la iniciada por el Ministerio de Sanidad de España a través de la Iniciativa Marco en Cuidados del SNS (IMACU), que deseamos suponga un antes y un después para las personas cuidadoras familiares y para quienes, como las enfermeras, cuidamos profesionalmente.

           Tan solo cuando estas iniciativas generen cambios en la salud de las personas cuidadoras familiares y en las condiciones de trabajo de las enfermeras que les permita desarrollar sus competencias de cuidados profesionales con autonomía y responsabilidad plenas, podremos empezar a pensar en celebrar algo. Hasta entonces este día debe servir a toda la sociedad como un aviso de alerta ante el que no puede ni se debe permanecer impasible.

            Pero más allá de la reflexión realizada, como sociedad científica que somos, avalamos todo lo dicho con pruebas científicas que lamentablemente son poco o nada tenidas en cuenta por parte de quienes actualmente tienen capacidad en la toma de decisiones, de las que excluyen sistemáticamente tanto a las enfermeras como a las personas cuidadoras familiares.

            En este sentido, y como botón de muestra de las múltiples publicaciones científicas realizadas, aportamos el artículo “Sentido de coherencia y sobrecarga subjetiva, ansiedad y depresión en personas cuidadoras familiares de familiares mayores” (en archivo adjunto), cuyos autores, Catalina López-Martínez, Antonio Frías-Osuna y Rafael del-Pino-Casado, enfermeras todas, concluyen que el sentido de coherencia podría ser un importante factor protector de la sobrecarga subjetiva, la ansiedad y la depresión en personas cuidadoras familiares de familiares mayores dependientes.

           Estamos deseando celebrar cada 5 de noviembre como una jornada de júbilo del cuidado y de quienes lo prestan. Hasta que llegue debemos seguir exigiendo respuestas y aportando pruebas que justifiquen las exigencias de las personas cuidadoras familiares.

 

        Recomendamos la película «La habitación de Marvin (1996)» y el documental «Cuidadores» (2010) -archivo adjunto-

 

[1] Enfermera francesa, profesora de enfermería, activista por la causa de las mujeres cuidadoras

TRAGEDIA Y ESTRATEGIA Actitud enfermera

                                                                                   “La tragedia es en esencia una imitación no de las personas, sino de la acción y la vida, de la felicidad y la desdicha.”

Aristóteles[1]

 

 Tras la tragedia que supuso la pandemia de la COVID, el tiempo transcurrido ha actuado como un inmenso borrador de lo ocurrido. La memoria humana es selectiva. Posiblemente como mecanismo de defensa ante acontecimientos dolorosos. Pero más allá de esa comprensible defensa, también existe una incomprensible actitud de olvido premeditado y consciente que nada tiene que ver con la protección individual y colectiva y sí, y mucho, con un intento por recuperar una falsa normalidad obviando e incluso eliminando cualquier vestigio de recuerdo sobre lo sucedido y el daño causado. Ni el dolor, la muerte, la soledad, la angustia, la falta de información, las negligencias, las omisiones imperdonables, las actitudes canallescas, pero tampoco los sacrificios, la empatía, los cuidados terapéuticos, la entrega, la solidaridad, la profesionalidad, aunque fuese mal asimilada con heroicidad… perduran en la memoria colectiva. Simplemente se ha pasado página, se ha corrido un tupido velo de olvido.

Hemos incorporado una terrible naturalización de los desastres a los que asistimos. Nos escandalizan, duelen, paralizan… durante los primeros momentos de su desarrollo, para pasar a ser parte natural e inalterable de nuestras vidas. Las guerras, las pandemias, los desastres naturales… se suceden como secuencias de una película de horror que inquietan pero que, una vez vistas, son eliminadas de nuestra memoria, hasta el siguiente estreno, palomitas incorporadas.

Asistimos, con parecida naturalidad a la descrita, al esperpento diario de la confrontación política, convertida en una lucha de fango, sin reglas ni treguas, por parte de quienes de autodenominan defensores públicos o protectores de una patria muy particular y exclusiva para algunos.

Mientras tanto, se producía un nuevo, desolador y trágico desastre natural que arrasaba pueblos enteros provocando destrucción y muerte en la provincia de València (España) y en otras provincias, aunque muchísimo menor efecto.

Un acontecimiento que, nuevamente, ha conmovido a la población general y ha puesto en evidencia determinadas actitudes y decisiones de las/os responsables políticas/os. Una nueva página que ha hecho pasar las de las guerras de Israel contra Gaza y Líbano o la de Rusia contra Ucrania. Es evidente que nos toca mucho más de cerca, pero ¿cuánto durará el recuerdo del horror activado inicialmente con esta nueva desgracia? Mejor no hagamos pronósticos ni apuestas al respecto.

Pero esta mención a la selectividad de nuestra memoria y también de nuestros sentimientos no trata de ser una denuncia, ni un reproche. Tan solo reflexiono sobre cuál es el tipo de sociedad, de comunidad, en que vivimos y convivimos.

Es en esta sociedad y comunidad en las que también trabajamos y prestamos cuidados las enfermeras. Y más allá de otras consideraciones me quiero detener en cuál considero es y debe ser nuestra respuesta como enfermeras, particularmente las comunitarias, en este nuevo escenario de sufrimiento, dolor y muerte.

No pretendo dar lecciones de nada ni a nadie. Tan solo comparto mis reflexiones sobre cuál es mi sentimiento como enfermera y cómo siento que deberíamos actuar.

No pongo en duda, en ningún momento, la respuesta sanitaria que se está dando desde el minuto cero par parte de las enfermeras en cada uno de los lugares afectados por la tragedia junto a la del resto de profesionales. Está siendo ejemplar como siempre que se producen situaciones de peligro para la salud de la población.

Pero me planteo si más allá de la asistencia sanitarista que se da como respuesta estándar, se plantean otro tipo de intervenciones.

Porque, está claro, que la asistencia a la supervivencia y a la prevención de riesgos que ocasionen más víctimas es prioritaria. Pero la situación de caos generada, la desesperación creada por la falta de información, el aislamiento, la incertidumbre, el miedo, la pérdida de enseres y vivienda… provocan un impacto y unos efectos sobre la población que no pueden ni deben ser relegados a un segundo plano. Resulta prioritaria la intervención comunitaria que permita atender con calidad y calidez las necesidades provocadas de manera tan abrupta por el desastre. Las enfermeras comunitarias deberían asumir la responsabilidad y la iniciativa de liderar estas acciones sin tener que esperar a que a alguien se le ocurra, que lamentablemente no se le va a ocurrir, cómo actuar. ¿Por qué entonces no se generan este tipo de respuestas?

Son múltiples las razones que podría plantear. Pero me quiero detener en analizar y reflexionar sobre la que considero es una de las principales.

La formación de las enfermeras, como la del resto de profesionales de la salud, está centrada en la asistencia a las situaciones de enfermedad en entornos con una supuesta y normotípica normalidad social y en el marco de las organizaciones sanitarias. Ya he comentado en múltiples ocasiones la focalización de la formación enfermera dirigida a la demanda generada por los sistemas sanitarios, olvidando el compromiso social que la universidad tiene con la comunidad de la que forma parte al no centrar sus esfuerzos y recursos a formar enfermeras para la comunidad. Para una comunidad que no podemos olvidar, es dinámica, cambiante y diversa y, por tanto, requiere de respuestas adaptadas a las necesidades que la misma genera y no tan solo a las que emergen de los sistemas sanitarios caducos en los que mayoritariamente se integran las enfermeras para sucumbir a la dinámica médico asistencialista que los impregnan.

Esta rutina organizativa conduce a que se anulen las posibilidades de acción, intervención e iniciativa ante hechos que no se incorporan en la formación reglada como estándares, normales o habituales. Se forma ante urgencias y emergencias, pero tan solo desde una perspectiva de asistencialismo ante lesiones, rescates, resucitación cardiopulmonar… pero poco o nada sobre cómo actuar en y con la comunidad para afrontar el desastre y sus consecuencias.

Por ejemplo, ante la situación provocada por la Dana en València. Más allá de la asistencia sanitaria, repito que necesaria y comprensible, ¿nos planteamos las enfermeras comunitarias, que tenemos datos de la población asignada, la situación de soledad, aislamiento, desprotección, miedo, ansiedad… de muchas personas con discapacidad o pérdida de autonomía y de sus familiares? ¿activamos las posibilidades de coordinar recursos comunitarios? ¿identificamos posibles riesgos potenciales tras el desastre como la aparición de infecciones por la falta de agua potable, el estancamiento de agua y lodo, la descomposición de cadáveres de animales…? ¿tratamos de coordinar acciones intersectoriales que respondan a la destrucción de recursos y activos para la salud elementales como escuelas, parques, centros sociales…? ¿impulsamos acciones de intervención comunitaria tendentes a organizar a la comunidad y que sea capaz de afrontar el inmenso problema al que se enfrenta? ¿pensamos en las consecuencias que para la salud mental tendrá un contexto tan terrible?… Son tan solo algunas posibilidades de acción que deberían formar parte de una respuesta inmediata y autónoma de las enfermeras comunitarias. Quedarse en los centros de salud, si es que no han sido igualmente destruidos por los efectos de la Dana, esperando a que vaya alguien a ser asistido no es la respuesta. Esperar, como decía, a que alguien les diga que salgan a la comunidad tampoco. Pero no lo hacen porque, por una parte, tienen miedo, por otra inseguridad y por otra generan resistencia.

No se trata de llevar a cabo actos de voluntarismo. Es una obligación la que, como enfermeras, tenemos con la salud comunitaria. Que nadie se confunda. Quien considere que su acción enfermera se limita a asistir la enfermedad o a actuar cuando se le diga, debería pensar seriamente en dedicarse a otra actividad que genere menos daño a la población y a la disciplina de la que se beneficia sin responder como la disciplina le exige.

Planificar, organizar, actuar, evaluar, liderar, son parte inseparable de la acción enfermera. Pero para ello hay que tener pensamiento crítico, asumir responsabilidad (que conlleva asumir riesgos) y responder autónomamente ante situaciones de cualquier índole.

Por su parte quienes, teniendo las responsabilidades políticas de tomar decisiones, no identifican como prioritario contratar o destinar a enfermeras especialistas en enfermería familiar y comunitaria, que posiblemente tengan contratadas en hospitales, para llevar a cabo este tipo de intervenciones, están actuando con irresponsabilidad manifiesta. Se pide la intervención del ejército, de protección civil… pero ni tan siquiera se piensa en la posibilidad de que las enfermeras puedan aportar algo a esta situación, más allá, claro está, de la asistencia a heridos, desde una mentalidad alienada con el modelo asistencialista del sistema sanitario. Se despliegan psicólogos, pero se ignora la intervención de enfermeras de salud mental. Se abandona a su suerte a las residencias de personas adultas mayores sin reparar en la importante aportación de enfermeras especialistas en geriatría y gerontología.

Estamos ante una sociedad enferma. Cada vez tengo menos dudas y más certezas. Y la sociedad lo está porque quienes la rigen la contagian con sus actitudes y decisiones. Está enferma porque solo tiene mirada para la enfermedad en una supuesta y falaz búsqueda de la salud desde una perspectiva dicotómica y antagonista que no se ajusta a la realidad. Está enferma porque se actúa tan solo ante las consecuencias y no tratando de que no se produzcan. Está enferma porque se anteponen las necesidades de los lobbies a las de la sociedad. Está enferma porque el individualismo, el hedonismo, la inmediatez o la falta de solidaridad (salvo de manera puntual y excepcional), son los síntomas permanentes que configuran su cronicidad. Está enferma porque se anula la capacidad de pensar de la ciudadanía. Está enferma porque se silencia o se ignora constantemente la disparidad de criterios. Está enferma porque se priorizan los beneficios económicos a los de la salud y el bienestar. Está enferma porque destruye el entorno en el que se desarrolla y niega las consecuencias de su acción. Está enferma porque juega a los equilibrios imposibles y evita los imprescindibles. Está enferma porque se destruyen derechos y se limita la equidad en nombre de la libertad y la democracia.

Una sociedad enferma que precisa respuestas globales, atención integral, integrada e integradora, nuevos agentes de salud, participación ciudadana, toma de decisiones compartida, abogacía por la salud, ética y estética, humanización, cuidados profesionales y respeto por la dignidad humana.

. Una sociedad que necesita que se le dé la voz para tomar sus propias decisiones en lugar de obedecer o acceder con pasividad, desde la falsa creencia de hacerlo en libertad porque le dejan votar periódicamente. Una sociedad que debe concienciarse de la necesidad de cuidar su entorno para que sea saludable y no tan solo bonito desde un patrón urbano. Una sociedad que asume su destino con resignación en lugar de hacerlo desde la resistencia. Una sociedad que precisa que las universidades formen enfermeras para la comunidad. Una sociedad que requiere enfermeras que respondan a sus necesidades en lugar de hacerlo a la de las organizaciones sanitarias o a las de quienes las rigen y maniatan en un modelo caduco, ineficaz e ineficiente.

Las enfermeras, debemos entender, asumir e interiorizar que tenemos una responsabilidad con la población que no podemos eludir o ignorar. Que tenemos que posicionarnos clara, rigurosa y permanentemente ante situaciones que afectan la salud de las personas, las familias y la comunidad más allá de la biología humana. Que de nosotras y de nuestras decisiones depende que la calidad de los cuidados que prestamos sea real y no tan solo una actitud ligada a la simpatía. Que de nosotras depende que el afrontamiento ante el dolor, el sufrimiento y la muerte sea una prioridad de intervención individual y colectiva. Que de nosotras depende que las conductas, hábitos y comportamientos se traduzcan en resultados de salud y no tan solo en riesgos de enfermedad. Que de nosotras depende que respondamos con determinación ante situaciones de emergencia más allá de la asistencia.

Lo que está sucediendo en València no puede ni debe quedar tan solo en un impacto mediático que se diluya con el tiempo y con el entierro de las víctimas. Porque las consecuencias de lo sucedido perdurarán en las familias y requerirán que la memoria selectiva no elimine el recuerdo de las múltiples necesidades que demandará la comunidad. Porque, lamentablemente, ya no serán objeto de programaciones especiales, ni de intervenciones efectistas. Y ahí deberán estar las enfermeras comunitarias para atender, que no tan solo asistir, las necesidades de las personas, las familias y la comunidad.

Una tragedia que debe hacernos reflexionar sobre qué y cómo estamos actuando las enfermeras de manera global y no tan solo local.

Está en nuestras manos y en nuestra voluntad llevar a cabo transformaciones radicales que permitan sanar a esta sociedad enferma en la que vivimos. Para ello, las enfermeras, tenemos una responsabilidad que debemos asumir desde una acción colectiva en un contexto iberoamericano de enfermería cada vez más necesario.

Que las lágrimas no nos impidan ver la luz de la realidad que demanda nuestra atención.

[1]  Filósofo, polímata y científico griego (384 a.c.-322 a.c.).

FUERZA ENFERMERA Cuando la profesión no solo va por dentro

                                                             Dedicado a Elvira Gras, Marta Gran, Pablo Serna, Andrés Climent,                                                                    David Bermejo, Daniel Giménez, Isaac Badía, Albert Llorens y todas  las enfermeras jóvenes que tienen la fuerza para generar el cambio.

 

“La medida más segura de toda fuerza es la resistencia que vence”.

Stefan Zweig[1]

 

Recién acabadas las Jornadas Nacionales de la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC)[2], celebradas en Ponferrada (España), me asaltan pensamientos y sentimientos tan diversos como, en ocasiones, divergentes.

Ha sido un espacio científico de gran nivel que me ha permitido reflexionar sobre algunos aspectos de nuestra profesión enfermera que, a veces, damos por sabidos, entendidos o asumidos. Cuando en realidad distan mucho de ser, ni tan siquiera, conocidos. De ahí que se genere el torbellino al que hacía referencia, que provoca una fuerza de absorción y de atracción de la que resulta muy difícil escapar.

Pero lejos de ser interpretado como un peligro o amenaza, esa fuerza centrípeta, la identifico como una gran oportunidad de innovación, ilusión, compromiso, trabajo compartido, desarrollo, consolidación… de nuestra profesión, disciplina y ciencia, la Enfermería en general y la Enfermería Comunitaria en particular.

Dice el dicho popular que “la procesión va por dentro” cuando se habla de una persona que ante una situación difícil, disimula o no exterioriza el sufrimiento que está padeciendo. Haciendo un anagrama[3] con la palabra procesión, podemos decir que la profesión muchas veces, demasiadas según mi opinión, va por dentro. Es decir, las enfermeras solemos disimular o evitamos visibilizar nuestra condición profesional como enfermeras. Como si hacerlo nos situase ante una vulnerabilidad manifiesta o al asumir nuestra condición profesional nos generase sufrimiento o fuese una muestra de debilidad que tratamos de ocultar. Por eso no dejamos que la profesión vaya por fuera. Que sea, visible, manifiesta, perceptible, sensible.

Por tanto, esa introspección profesional hace que generemos resistencia al cambio, al desarrollo, a la innovación, al reconocimiento y en su conjunto al sentimiento de orgullo de pertenencia.

Necesitamos hacer un ejercicio de autoestima que devuelva, a quienes lo perdieron o nunca lo tuvieron, el sentimiento de orgullo, de ser y sentirse, parte de la Enfermería como enfermeras. No hacerlo nos invisibiliza y sitúa en una posición de vulnerabilidad producto de nuestra propia pasividad y conformidad. Se requiere un ejercicio de extroversión sin miedo ni reservas que nos haga sentir vivas, capaces y valientes para afrontar nuestro presente y nuestro futuro, siendo conscientes y agradecidas con nuestro pasado y sus principales referentes. Una valentía que, en ningún caso, supone ser temerarias, irresponsables e irracionales. Porque precisamente, de lo que se trata, es de ser coherentes y actuar con determinación científica.

Por eso, estas jornadas en las que acabo de participar, han supuesto una clara apuesta por la transformación radical que requiere nuestro sistema sanitario, nuestro modelo educativo, nuestra actitud ante las necesidades, nuestra imagen y actitud como enfermeras, nuestra aportación cuidadora… Apuesta que deriva de la gran aportación realizada y trasladada por enfermeras jóvenes, competentes, decididas, realizadas, rigurosas y, sobre todo, orgullosas de ser y sentirse enfermeras sin ningún tipo de reservas, miedos o complejos. Con la cabeza alta, la mirada firme, el pulso sereno, la voluntad audaz… en definitiva, empoderadas como enfermeras capaces de responder con rigor y humanidad a las demandas de salud de las personas, las familias y la comunidad, teniendo en cuenta los determinantes sociales y morales, la ética y la estética de los cuidados, la evidencia científica y la participación activa de las personas sanas y enfermas… como respuesta necesaria e imprescindible a su dignidad humana.

Una fuerza que, además, trasladan con humildad, que no con sumisión, con gratitud, que no subsidiariedad, con compasión que no insensibilidad, con reconocimiento, que no con desprecio, hacia quienes identifican como referentes y maestras/os.

Fuerza que logra impactar tanto en noveles como en seniors y saca del silencio, la inacción, la introspección, la lástima, la interpretación, los juicios de valor… a quienes retienen la profesión por miedo a hacerla patente.

Fuerza que permite identificar las fortalezas que, como enfermeras, tenemos y somos capaces de activar para prestar cuidados de calidad y calidez.

Fuerza que nos saca de la oscuridad para situarnos a la luz de la realidad de una sociedad dinámica que requiere de adaptaciones constantes para identificar las necesidades sentidas de salud y saber responder con rigor y proximidad.

Fuerza que nos empodera, pero no nos engola, dejando espacio a la participación comunitaria, al trabajo transdisciplinar, a la intersectorialidad, sin renunciar a nuestra identidad y especificidad.

Fuerza que moviliza nuestros recursos como profesionales para saber y poder identificar los de las personas, las familias, las redes sociales y de la comunidad, con el fin de articularlos y que sean capaces de aportar su potencial de salud.

Fuerza que, desde una perspectiva y posicionamiento, salutogénicos, permiten dar valor y coherencia a los activos para la salud. Pasando de los factores de riesgo a las oportunidades de salud, de la asistencia a la enfermedad a la atención a la persona y su salud, de la dependencia al autocuidado, del paternalismo al reconocimiento de la autonomía, de la imposición al consenso, de la pasividad a la acción.

Fuerza investigadora capaz de generar pruebas que sustenten la atención enfermera con argumentos contrastados y sustentados en la ciencia enfermera, sin renunciar por ello a la aportación de otras ciencias.

Fuerza para definir indicadores precisos que aporten datos de eficacia, eficiencia y efectividad de nuestra aportación específica a la salud, la satisfacción, la calidad… como impacto real de los cuidados enfermeros, anulando o minimizando los intentos de ocultación, ignorancia o silencio.

Fuerza para liderar equipos diversos en situaciones cambiantes y complejas con determinación y una firme preparación.

Fuerza para asumir la competencia política que nos permita contribuir, de manera clara y decidida, a que la salud forme parte de todas las políticas. Competencia política para realizar una abogacía por la equidad, la accesibilidad, la libertad, los derechos humanos… en definitiva una abogacía por la salud integral, integrada e integradora.

Fuerza que nos permite ser identificadas como bien intrínseco de salud, es decir, como aquellas/os profesionales que tan solo nosotras/os pueden dar respuesta a las necesidades de cuidados profesionales que requieren las personas, las familias y la comunidad.

Fuerza que nos sitúa mucho más allá de los sistemas sanitarios en donde se nos ha encasillado tradicionalmente. Dando respuestas allá donde las personas viven, conviven, estudian, trabajan, se divierten… para trabajar con y para la comunidad de manera global.

Fuerza que trasciende fronteras y nos sitúa en un marco de referencia iberoamericano desde el que dar respuestas de salud desde una nueva conciencia global con enfoque holístico para afrontar la desigualdad social desde la justicia social y la equidad. Incorporando a nuevos actores en el marco de una ciudadanía global comprometida y corresponsable capaz de tomar decisiones sobre su salud y la de las comunidades en las que están integradas. Identificando la diversidad y la diferencia de la multiculturalidad, de la pluralidad de valores, de la multiplicidad de normas, del conjunto de sentimientos, emociones, creencias… que configuran un contexto con muchos aspectos comunes y con diferencias que, lejos de crear diferencia, pueden y deben enriquecer la capacidad de respuesta de las enfermeras iberoamericanas.

Fuerza que no es casual y que como sucede con la energía ni si crea ni se destruye, se convierte. Porque la Enfermería ya está creada y no requiere recrearla como algunos pretenden y porque nadie va a ser capaz de destruir por pucho que se empeñen en ello. Otra cosa, bien diferente, es que seamos capaces, nosotras mismas, de convertirla, adaptarla, modelarla, estructurarla… sin perder nuestra esencia ni nuestra ciencia. Porque aseveraciones como las de «la enfermera es líder natural», o la idea simplista del emprendedurismo, sin profundizar, tan solo contribuyen a la creación de una falsa identidad que, además, suele dar respuesta desde paradigmas alejados del enfermero. Se requiere, por tanto, la fuerza del pensamiento crítico, del análisis, de la reflexión, para desarrollar una mirada enfermera autorizada y respetada que contribuya a llevar a cabo las transformaciones radicales que se requieren y que, lamentablemente, son constantemente paralizadas por la influencia de intereses corporativistas y mercantilistas de los grandes lobbies profesionales o de la industria.

Una fuerza libre de compromisos oportunistas, de condicionantes interesados, de ataduras impuestas, de restricciones normativas, de mordazas silenciadoras, de barreras que impidan avanzar. Pero una fuerza que seamos capaces de generar con autodeterminación, autonomía y libertad. No esperando que sea activada por otros.

Y es esa fuerza la que sin duda logrará que la realidad virtual que se presentó en una de las mesas de las Jornadas, precisamente la de “Enfermeras y futuro” (https://www.facebook.com/share/v/fd9fi9HX4Uo5cncg/?mibextid=WC7FNe), se transforme en una realidad tangible y sin artificios que logre esas transformaciones radicales que las enfermeras tenemos, por lo visto, escuchado y debatido en Ponferrada, más que claras. Porque como dijese Damian Marley[4] “quiero ser una fuerza de cambio.

Hacía mucho tiempo que no asistía a un evento científico en el que la juventud, no tan solo estuviese tan presente, sino que estuviese tan activa, participativa, implicada y comprometida con el futuro de las enfermeras y de la enfermería. Pero también de que tuviese tanta complicidad y estuviese tan aliada con las generaciones más veteranas. Una relación, sin duda, necesaria y que resulta imprescindible para lograr la retroalimentación en ambas direcciones. Si importante es la fuerza que traslada la juventud, no menos trascendente resulta la que, a través de la experiencia, proyectan las enfermeras seniors. La complementariedad en lugar de la exclusión, se configura como la principal herramienta para convertir la energía en fuerza de desarrollo, avance, y progreso de la profesión enfermera. Profesión enfermera que va tanto por dentro, como por fuera, para que la misma sea identificada, valorada y reconocida.

Ese contexto de oportunidad y fortaleza no es, por otra parte, casual, nada lo es. Se trata de un contexto que se viene construyendo desde hace 30 años por parte de la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC). Contexto en el que confluyen realidades diferentes, sentimientos diversos, expectativas variadas, planteamientos desiguales, culturas múltiples, contextos alejados geográficamente, pero próximos en la identificación de una misma ilusión y un mismo objetivo… pero en el que se integran de manera natural para transformar la fuerza cuidadora de la Enfermería Comunitaria. Al igual que el contexto que representa y configura la Asociación Internacional de Escuelas y Facultades de Enfermería (ALADEFE)[5], en un trabajo permanente, multinacional y diverso de consolidación de la fuerza enfermera. Son contextos diferentes con un mismo planteamiento, la construcción del contexto Iberoamericano de Enfermería, sin que el mismo oculte o elimine la singularidad de ninguno de ellos. Ambos necesarios, complementarios, capaces, reales y tangibles.

Estoy convencido de que en AEC y ALADEFE y desde AEC y ALADEFE, seremos capaces de hacer realidad lo que ahora tan solo vemos como una propuesta virtual o incluso utópica. Nadie, hace años hubiese creído que la realidad que vivimos, con todas sus limitaciones, fuese posible. Pero aquí está y lo está por la fuerza de quienes siempre creyeron que esta apuesta era tan necesaria como posible.

Gracias por ello a quienes lo hicieron, lo hacen y lo harán posible.

[1]  Escritor, biógrafo y activista social austríaco, posteriormente nacionalizado británico, en la primera mitad del siglo XX (1881 – 1942).

[2] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/

[3] Cambio en el orden de las letras de una palabra o frase que da lugar a otra palabra o frase distinta.

[4] Cantante y músico jamaicano, ganador de tres premios Grammy, y artista de roots reggae y dancehall (1978)

[5] https://www.aladefe.net/

ASOCIACIÓN ENFERMERÍA COMUNITARIA (AEC) Alma, corazón y vida

“La gratitud silenciosa no es de mucha utilidad para nadie”.

GB Stern[1]

Era el año 1994 y hacía pocos años que se había iniciado el denominado Nuevo Modelo de Atención Primaria de Salud (APS). En el mismo, nos integramos las enfermeras con expectativa, ilusión, motivación, pero también con muchas dudas e incertidumbre. Se trataba de un espacio nuevo y desconocido que ofrecía oportunidades de desarrollo autónomo para las enfermeras. Pero para el que no estábamos formadas. Así mismo, era un contexto que encerraba amenazas, no por conocidas menos peligrosas, que trataban de impedir precisamente ese desarrollo que algunos identificaban como una amenaza a sus intereses.

La curiosidad, la innovación, la creatividad… , ante la falta de formación específica, fueron los motores que impulsaron la integración de las enfermeras en los primeros centros de salud, y que sirvieron para configurar el papel que debían asumir en los mismos junto a profesionales de otras disciplinas en un trabajo en equipo que, si bien era constantemente referido, nadie sabía cómo llevar a cabo realmente. Así pues, se trataba de un reto en el que las voluntades de sus integrantes no siempre eran coincidentes ni tan siquiera positivas, provocando fricciones y conflictos derivados de intereses corporativistas, protagonismos, desconfianza, ataques y demandas, que de todo había.

La falta de información, formación, criterios, organización… contribuían a que el funcionamiento de los denominados Equipos de Atención Primaria de Salud (EAPS) se basase fundamentalmente en el voluntarismo y adoleciese de bases normativas sólidas que avalasen las decisiones y garantizasen la consolidación de las acciones derivadas de las mismas.

La evolución de la APS, estaba acompañada de luces y sombras que impedían que progresase con la normalidad y regularidad que requería, generando funcionamientos dispares y relaciones no siempre estables y ni tan siquiera de respeto.

Esta situación de inestabilidad fue, precisamente, el detonante que propició el que enfermeras de APS de la Comunitat Valenciana decidiesen reunirse para abordar lo que estaba pasando y la difícil posición en la que se encontraban. Sin apoyo institucional y con una clara indefinición sobre su perfil y autonomía profesional.

La sombra de unas acacias en los Jardines de Viveros de la ciudad de Valencia fueron el primer, improvisado y natural espacio de reflexión y debate elegido por este grupo de enfermeras, del que surgió la necesidad de crear una Sociedad Científica de Enfermería Comunitaria.

Mentiría si dijese que existía un planteamiento de base claro, firme y unánime sobre qué es lo que se debía de hacer. Las propuestas iban desde la creación de un sindicato, a la formación de grupos de presión sin una estructura clara y definida. Pero, precisamente, el análisis, la reflexión y el debate condujeron a que la opción de una Sociedad Científica tomase cuerpo.

No existía, por aquel entonces, experiencia ni presencia de muchas sociedades científicas enfermeras y mucho menos del ámbito de la APS que tan poco recorrido tenía todavía en nuestro país. Sin embargo, fue tomando forma lo que tan solo fue una idea y que acabó concretándose en lo que hoy es una realidad firme, consolidada y en permanente expansión.

Puede que haya quien crea que fue algo fortuito, casual, improvisado, sin fundamento. Nada más lejos de la realidad.

En ese momento en el APS la única realidad científica era la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (SEMFyC). Aunque, teniendo en cuenta los conflictos que la citada Sociedad estaba generando entre los médicos nos planteábamos si era la mejor opción de partida.

En cualquier caso, la aproximación nos sirvió, sobre todo, para saber qué es lo que no teníamos que hacer y lo que no debíamos mimetizar como tan acostumbradas/os estábamos a hacer las enfermeras con relación a los médicos.

Tras varias reuniones en lugares tan variopintos como parques, cafeterías, centros sociales… se decidió que la Sociedad Científica se denominase Asociación de Enfermería Comunitaria con el acrónimo de AEC. Determinamos pues, que las enfermeras que trabajábamos en APS fuésemos denominadas enfermeras comunitarias y no de APS como hasta ese momento se nos identificaba tanto a nivel institucional como profesional. No se trataba de una cuestión de imagen ni de un capricho. Fue una decisión meditada y con una clara visión de presente, pero, sobre todo, de futuro. No mimetizamos la denominación de la especialidad médica, aunque años después se nos impusiese, como en tantas otras cuestiones ha sucedido con nuestra profesión/disciplina. Determinamos que éramos enfermeras de la comunidad y que nuestra aportación cuidadora era por, para y con la comunidad. Entendiendo que la comunidad abarcaba tanto a la familia como a las personas de manera individual. A pesar del poco tiempo de desarrollo que llevábamos en APS, supimos diferenciar claramente lo que era un ámbito de atención, la APS, de lo que era una visión global de salud integrada en la salud pública y con vocación de servicio y de abogacía por la salud, como era la Comunidad en la que conviven, trabajan, estudian, se divierten…las personas tanto sanas como enfermas. Y era precisamente en y con la Comunidad donde las enfermeras comunitarias teníamos nuestro ámbito de atención más allá del centro de salud o de cualquier otra estructura sanitaria.

Definido el marco de referencia con y con el que nos identificábamos, redactamos los estatutos[2], los fines, la misión, los objetivos[3]… elegimos el logo que nos representa y, el 26 de noviembre de 1994 en Asamblea celebrada en Alcoi (Alicante) nos constituimos como Sociedad Científica. Eligiendo la que sería primera Junta Directiva de la AEC, tal como se recoge en el Acta Fundacional[4], presidida por la reciente y tristemente desaparecida Mª Jesús Pérez Mora.

La AEC iniciaba su camino en la Comunitat Valenciana, pero con una clara visión de crecimiento y desarrollo. De hecho, en su denominación no tan solo no se acotó al ámbito autonómico, sino que, ni tan siquiera, al nacional, con una visión de futuro que el paso del tiempo ha puesto de manifiesto.

La AEC pronto se dio a conocer y despertó el interés de enfermeras de diferentes comunidades autónomas como La Rioja o Canarias.

Las actividades científicas que se desarrollaron permitieron crear un foro científico de reflexión y construcción de la Enfermería Comunitaria, inexistente hasta ese momento, en el que participaron referentes nacionales e internacionales tan importantes y singulares como Mari France Collière, Rosa Blasco, Rosamaría Alberdi, Mª Victoria Antón… lo que propició que se fuesen incorporando enfermeras del resto de comunidades autónomas que conformaban ya una realidad nacional.

Su crecimiento, relevancia, pero también su espíritu de unidad, hizo que en el seno de la AEC se plantease la creación de una Federación de Enfermería Comunitaria que reuniese a las diferentes Asociaciones y Sociedades autonómicas de APS y Enfermería Comunitaria que habían ido surgiendo para, de esta manera, alcanzar una mayor cohesión. De dicho proceso surgió la Federación de Asociaciones de Enfermería Comunitaria y Atención Primaria (FAECAP). Lamentablemente el afán de protagonismo y la falta de consenso en cuanto a la organización de la citada Federación condujo a que la AEC se desvinculase del proyecto que ella misma había generado. De tal manera que a partir de ese momento coexisten, con diferencias no siempre conciliables, la AEC y FAECAP. La experiencia de la SENFyC, sin quererlo, la replicaba Enfermería.

La creación del que fue el Boletín de Enfermería Comunitaria (BEC)[5] como canal de comunicación con las/os socias/os y las enfermeras comunitarias en general dio paso al actual órgano de difusión científica, la Revista Iberoamericana de Enfermería Comunitaria (RIdEC)[6] que en la actualidad es ya una revista de referencia, indexada en importantes bases de datos nacionales e internacionales.

La AEC no perdió nunca su vocación de trabajo compartido, transdisciplinar, intersectorial y participativo y por ello se integró en la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS) de la que forma parte, como única sociedad científica enfermera, logrando que las enfermeras comunitarias sean identificadas, valoradas y respetadas como profesionales de referencia en Salud Pública y Comunitaria en igualdad al resto de disciplinas que la integran.

La visibilidad, referencia, difusión, impacto… generados por la AEC han permitido que su presencia en instituciones, foros de trabajo, grupos de discusión, organismos públicos y privados… sea imprescindible.

Enumerar las acciones en las que ha participado la AEC y los logros derivados de las mismas supera con mucho el espacio de esta reflexión y tampoco es mi intención hacerlo. Pero no haría justicia con la historia sino hiciese una mención especial al papel relevante que tuvo en el impulso, concreción y desarrollo de la actual especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria aprobada y publicada en el Boletín Oficial del Estado (BOE) en 2005, en cuyo programa formativo también participó a través de la Comisión Nacional de la que formaron parte varias/os socias/os de la AEC[7].

La expansión de la AEC traspasó fronteras y actualmente tiene implantación internacional con nueve vocalías internacionales en Europa y Latinoamérica[8] que se suman a las existentes en toda España[9].

Es difícil, y posiblemente inexacto por las seguras omisiones, resumir en tan poco espacio lo que ha significado para mí la AEC en estos 30 años. Pero, a día de hoy no se puede pensar ni entender la Enfermería Comunitaria sin la existencia y aportación de la AEC.

Del 23 al 25 de octubre, en Ponferrada (España), durante las XII Jornadas Nacionales de la AEC[10], celebraremos el 30 aniversario de su fundación y habrá tiempo para el recuerdo sereno y emotivo.

Han sido 30 años muy intensos, en los que muchas enfermeras, con su trabajo, implicación y compromiso, han logrado que la AEC sea hoy lo que es. Una referencia Científica indiscutible a nivel nacional e internacional, tal como quedó patente, por ejemplo, en las muestras de apoyo que profesionales, políticos, gestores, ciudadanía… trasladaron ya en su 20 aniversario[11].

Durante estos 30 años en los que he sido arte y parte de la AEC he tenido la inmensa fortuna de participar activamente en su desarrollo. Primero como fundador y partícipe directo en diversas responsabilidades. Pero, sobre todo por la presidencia que, durante 12 años (2009-2022), asumí, como continuación de quienes tan magníficamente me precedieron, Desiderio (q.e.p.d.), Silamani, Gálata y Paqui, para posteriormente relevarme con garantía y seriedad la actual presidenta, Mª Isabel Mármol López[12].

Han sido 30 años de vivencias, experiencias, trabajo compartido, construcción, lucha, ilusión, tesón, rigor, determinación… en los que tampoco han faltado las dificultades, amenazas, incertidumbres, barreras… en definitiva, como en casi cualquier grupo, organización o sociedad, un recorrido con claroscuros.

Pero ni las luces me cegaron e impidieron que viera la realidad, ni las sombras me hicieron perder la referencia y seguir el camino iniciado en 1994.

Me resulta muy difícil identificar hechos, acciones, lugares, sensaciones… concretas. No porque no hayan sido relevantes, sino precisamente, por todo lo contrario. Porque han sido tantos que enumerarlos me llevaría, por un lado, a olvidarme imperdonablemente de alguno y porque establecer un orden me resulta de todo punto imposible ya que cada uno de ellos ha tenido importancia y me ha aportado siempre algo positivo.

Pero lo que sí que tengo que destacar es el honor que ha supuesto la convivencia personal y profesional mantenida con enfermeras de puntos tan diferentes y al mismo tiempo tan próximos profesionalmente hablando. El apoyo, ánimo, soporte… recibido de manera totalmente desinteresada, ha sido, sin duda, lo que me ha dado fuerzas siempre para estar al frente de esta Sociedad que trasciende la identidad científica y se convierte en una relación de sentimientos, emociones, valores… que están muy próximos a los de la familia y la comunidad en que se ha convertido la AEC. Sin que ello signifique haber perdido rigor científico, más bien todo lo contrario.

No puedo tener más que palabras de gratitud por todo lo que he recibido. Tengo la impresión, que es mucho más de lo que yo he sido capaz de aportar. En cualquier caso, nada hubiese sido posible sin el equipo humano con el que en todo momento he tenido la fortuna de trabajar. Equipo con una inmensa generosidad, lealtad, humildad, entrega… que han sido los verdaderos artífices de lo que es y significa la AEC. Yo tan solo he sido la imagen, el transmisor, que ha tratado de proyectar lo que entre todas/os ellas/os se construía con denodado esfuerzo, voluntad férrea, sentido común, coherencia y mucha generosidad. He sido protagonista por imperativo del guion, pero la AEC es una obra coral que tan solo se puede entender desde la participación activa y el trabajo compartido. Porque como dijera William Arthur Ward[13], “Sentir gratitud y no expresarla es como envolver un regalo y no darlo”. Y yo quiero y necesito dar ese regalo que con tanto cuidado he envuelto en estos 30 años. Sin olvidarme de nadie y, para ello, resulta imprescindible no errar en una relación que resultaría incompleta e imperdonable, si me olvidase de alguien, no porque no fuese o sea importante, sino porque mi memoria me jugase una mala pasada. Por eso, todas/os y cada una de las personas con las que he trabajado, convivido, debatido o incluso discutido, forman parte de mi recuerdo y gratitud.

Llegados a este punto y tras 30 años fantásticos, me hago a un lado. No me oculto, no huyo, no desaparezco. Tan solo salgo del campo de visión para dejar paso a generaciones jóvenes que impriman energía y vigor acompañando a excelentes veteranas/os para seguir construyendo una realidad tan hermosa y necesaria como la de la AEC.

Engañaría si dijera que no me voy con emociones encontradas. Pero me engañaría a mí mismo si pretendiera perpetuarme y ser un jarrón chino que acapara la atención, más por su antigüedad que por su valor real, tal como sucede en algunos ámbitos políticos y sociales muy reconocidos y reconocibles. En palabras de Gabriel García Márquez[14], “No lloro porque ya se terminó, sonrío porque sucedió”. Y con esa sonrisa limito las lágrimas de emoción, que no de tristeza.

Quiero y necesito ser coherente con mis planteamientos y valores y creo que este es el momento de retirarme a una posición en la que siempre se me podrá encontrar si se quiere y requiere.

Nunca olvidaré a la AEC y lo que la misma significa y dignifica. Siempre tendré en mi memoria a las enfermeras que han sido referentes y se convirtieron en confidentes y amigas/os. A quienes se fueron dejando un vacío que tan solo su recuerdo y su aportación singular logran llenar, quedando grabados en mi memoria con toda mi admiración y cariño. Porque como dice la canción, “algo se queda en el alma”. Y lo que en la mía queda, aunque no sepa bien donde situarla, es muy importante, valioso y querido.

Así pues, querida AEC, alma, corazón y vida. Alma para recordarte, corazón para cuidarte y vida para vivirla cerca de ti[15].

Deseo lo que, sin duda, sé que pasará. Que la AEC seguirá siendo el faro imprescindible que guía, tanto en la tempestad como en la calma, a las enfermeras comunitarias. Para seguir aportando los mejores cuidados, individuales, familiares y comunitarios, para mantener sanos a los sanos y para que se recuperen quienes, no estándolo, requieren de nuestra aportación cuidadora profesional.

Nadie esperaba, y algunos no deseaban, que el camino iniciado en 1994 tuviese el recorrido que celebramos en Ponferrada. Brindemos por el mismo y para que le sucedan muchos más años más de éxito y visibilidad enfermera.

[1]  Escritora de novelas, cuentos, juegos, biografías y crítica literaria (1890 – 1973).

 

[2] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/category/120/ESTATUTOS%20de%20AEC.pdf

[3] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion

[4] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion/historial/816-acta-de-constitucion-de-la-aec

[5] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion/comunicados/1064-mportante-recuperacion-de-boletines-de-enfermeria-comunitaria#comment-34

[6] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/ridec

[7] De hecho, la AEC, redactó la primera propuesta de Programa Formativo de la especialidad, aunque el mismo, desgraciadamente, no tuvo recorrido en su implementación.

[8] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion/vocalias-internacionales

[9] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion/menu-principal-item-vocalias-territoriales

[10] https://aecponferrada2024.com/

[11] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/article/1042/PRESENTACIÓN_20_AÑOS.pdf

[12] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion/historial/1813-presidencias

[13] Escritor estadounidense (1921-1994)

[14] Escritor, guionista, editor de libros y periodista colombiano (1927-2014)

[15] Adaptación de la canción de Adrián Flores Alvan, alma corazón y vida, interpretada por diferentes cantantes.

FORMACIÓN ENFERMERA Decencia docente

“Una cosa es saber y otra saber enseñar”

Marco Tulio Cicerón[1]

 

                                                                        A la Asociación Internacional de Facultades y Escuelas de                                        Enfermería (ALADEFE) y a la Conferencia Nacional de Decanas/os de Enfermería (CNDE) por el relevante papel que tienen en el necesario cambio docente en Enfermería.

 

Llevo tiempo diciendo que es necesario analizar y reflexionar sobre qué y cómo estamos actuando como docentes de enfermería en la Universidad.

Tras la supuesta reforma tanto de los planes de estudio como de la metodología de enseñanza aprendizaje impulsada por el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), hemos entrado en una dinámica muy poco dinámica, si se me permite la reiteración. Y digo supuesta reforma porque, si bien es cierto, el EEES obligó a determinados cambios, más de forma que de fondo, al pasar de tres a cuatro años de estudio en los Grados y a la manera en que se computaban los créditos en base a los denominados European Credit Transfer System (ECTS), como exponentes máximos que no exclusivos de la reforma, no es menos cierto que no se acompañaron, como hubiese sido deseable, de un cambio en el proceso de enseñanza-aprendizaje, tanto por parte de docentes como de discentes. Cambios que no pasaron desapercibidos en Latinoamérica y que sirvieron de base en muchos países para sus reformas curriculares.

Como enfermeras sabemos lo complejo que resulta el cambio de hábitos o conductas. En la docencia se naturalizaron muchos comportamientos que pasaron a convertirse en hábitos y conductas difíciles, no ya tan solo de modificar, sino incluso de plantear dicha modificación, por mucho que el espíritu y la filosofía del EEES dictase lo contrario, con claros mensajes de transformación en cuanto al papel que tanto docentes como estudiantes debían desempeñar en ese nuevo escenario.

Por una parte, al estudiantado ya se le había enseñado durante mucho tiempo, a lo largo de su formación, que su papel era el de oyentes, a lo sumo y en el mejor de los casos de escuchantes de una docencia magistral y protagónica del profesorado. De tal manera que la participación de unos y la iniciativa de los otros quedaron tan solo en el ámbito de la teoría planteada en esa supuesta reforma.

El estudiantado se resistía a asumir el papel de protagonismo que se le asignaba en este nuevo escenario. El profesorado, por su parte, se aferraba a un protagonismo del que, o no quería o no sabía cómo desprenderse.

Si a ello añadimos que el EEES irrumpió en tiempos de crisis económica, impidiendo acometer los cambios estructurales y de infraestructura que el nuevo modelo exigía para que el cambio fuese efectivo, puede ayudarnos a entender el porqué de unos cambios que quedaron a medio camino o al principio del mismo.

Ante esta situación se produjeron, cuanto menos, dos posicionamientos claros. Por una parte, aquellas/os que se resistían al cambio y eran críticas/os con el modelo propuesto. Por otra, quienes identificando y haciendo propio el modelo quisieron llevarlo a cabo sin contar ni con los medios ni con el apoyo de una estructura lenta, conservadora y tradicional como la de la Universidad, por mucho que quiera aparentar otra cosa. Por tanto, las resistencias de unas/os, las carencias de otras/os y la contención del contexto, llevaron a que el cacareado EEES, quedase, mayoritariamente, en un nuevo cúmulo de buenas intenciones que pronto se diluyeron para caer nuevamente en la rutina docente. Aunque la misma se revistiese de innovación.

El sistema educativo superior/universitario sigue siendo un pesadísimo y lento mecanismo, salpicado de experiencias voluntaristas que tratan de llevar a la práctica lo que la teoría trasladaba quedando, por tanto, lamentablemente convertidas en meras anécdotas que aun siendo plausibles e incluso excelentes ejemplos de cómo proceder, no tienen la capacidad de generalizarse y favorecer el cambio que el modelo planteaba. Es curioso, porque finalmente, sucede como en el Sistema Sanitario que el modelo medicalizado que lo impregna y los artífices y defensores acérrimos del mismo impiden que la voluntad de cambio quede precisamente, en eso, en una voluntad quebrantada permanentemente deseada y perpetuamente insatisfecha.

En este mar revuelto, nadamos y guardamos la ropa, sin que seamos capaces de avanzar y con la dificultad que supone tener que estar vigilantes para no perder la vestimenta. Es decir, inseguridad, desnudez y riesgo frente a seguridad, vestido y tranquilidad.

Posiblemente este panorama, que describo muy superficialmente, pueda ser la excusa perfecta para que nadie hagamos nada. Los unos por los otros la casa sin barrer. El no quiero, con el no me dejan y el no puedo componen una ecuación en la que siempre existe una incógnita que parece, no pueda o quiera despejar nadie.

Lo bien cierto, es que el paso del tiempo no ha servido para cambiar nada. Más bien todo lo contrario. La rutina y la inacción han acabado apoderándose de la voluntad, la iniciativa e incluso la predisposición de quienes creyeron en el cambio propuesto. Alimentando aún más la pasividad de quienes nunca tuvieron la más mínima intención de asumirlo si quiera.

Es cierto que, en el caso de la docencia enfermera, muchos de los cambios propuestos en el EEES ya eran desarrollados por parte de algunas/os docentes, actuando el citado espacio europeo como aliciente a su ya innovadora acción. Pero ni era una tónica generalizada, ni tan siquiera era una actitud proactiva al cambio. De hecho, los nuevos planes de estudio mimetizaron errores pasados; perpetuaron metodologías caducas; reforzaron contenidos alejados del paradigma enfermero al tiempo que impedían la incorporación de otros nuevos que fortalecieran la disciplina enfermera autónoma; se introdujeron cambios semánticos que actuaron eufemísticamente sin que, en realidad, generasen cambio alguno (por ejemplo las prácticas pasaron a denominarse prácticums que tenían entidad propia de asignatura pero seguían manteniendo exactamente los mismos planteamientos de unas prácticas que en muchas ocasiones tan solo eran estancias improductivas, e incluso nocivas, en los servicios de salud para el aprendizaje de las/os estudiantes); se incorporó el Trabajo Fin de Grado (TFG) como intento de aproximación e interés por la investigación, consiguiendo el efecto contrario al inicialmente planteado, es decir, rechazo generalizado del estudiantado hacia ella y la percepción de una carga sobreañadida de trabajo por parte del profesorado que tenía que actuar tutorizándolos. En definitiva, se pasó de tres a cuatro años sin que sirviera realmente para un cambio real en la formación de enfermeras que diera eficaz respuesta a las necesidades de cuidados de la sociedad. Dando nuevamente respuesta a quienes, desde el sistema sanitario medicalizado y técnico, demanda enfermeras cada vez más tecnológicas y menos cuidadoras.

La pandemia puso en evidencia la insuficiencia de unos cuidados que se hicieron más necesarios que nunca a pesar del abordaje casi exclusivamente medicalizado y hospitalario que se decidió dar, como de manera errónea posteriormente se demostró, al dolor, la soledad, el sufrimiento y la muerte que causó.

Ni tan siquiera esta circunstancia fue suficiente para generar un cambio de actitud y de determinación en los planes de estudio de enfermería, que se mantuvieron inalterables en su visión sanitarista, asistencialista y alejada cada vez más del cuidado humanizado. Los cuidados permanecen presentes como etiquetas sin más valor que el de la apariencia y sin que los mismos sean realmente identificados, valorados, interiorizados o visibilizados como identidad enfermera.

La fascinación tecnológica y técnica del estudiantado, que incluso puede ser entendida que, no asumida, no se contrarresta o equilibra con una docencia que ponga en valor los cuidados y las respuestas enfermeras a las necesidades de salud o de afrontamiento a los problemas de salud desde el paradigma enfermero y en cualquier ámbito social o comunitario y no tan solo sanitario, como sistemáticamente se hace. La técnica, que tiene valor y debe ser integrada en el proceso de cuidados, no puede desdibujar, cuando no eliminar, la importancia de la respuesta autónoma enfermera. Se trata de situarla en el lugar que en cada caso le corresponda, pero evitando que la misma se convierta en la “estrella deslumbrante y cegadora” de la actividad enfermera. Todas/os quieren poner tubos en cualquier agujero del cuerpo humano, manejar la última tecnología, devolver la vida con técnicas de reanimación avanzada… olvidando o relegando al cuidado profesional, que les significa o debiera hacerlo como futuras enfermeras. La enfermedad es foco de atención e interés, mientras la salud ocupa un lugar residual que tan solo identifican como antagonista de una enfermedad con la que etiquetan a las personas convirtiéndolas en pacientes diabéticos, hipertensos, hiperlipidémicos, crónicos… que anula a las personas. La estandarización se impone y exige como seña de uniformidad que, se pretende hacer creer, facilita la atención, cuando realmente se elimina la individualización que se requiere. Las evaluaciones se convierten en indicadores de calidad o capacidad, cuando realmente son incapaces de identificar la adquisición de unas competencias que siguen planteándose como las actividades, tareas y funciones que posteriormente se les exigirán en los sistemas sanitarios que demandan este tipo de enfermeras. La comunidad se entiende como un sumatorio de individuos que no merece mayor atención ni interés en el estudiantado, al no ser capaz de relacionar la acción tecnológica con la que se sienten abducidos e identificados con las respuestas de salud que requiere dicha comunidad en forma de intervenciones, educación para la salud, estrategias de promoción… De tal manera que las asignaturas que abordan estos contenidos y las competencias que las integran, pasan a engrosar el catálogo de “marías”[2] en su particular clasificación de prioridades docentes. La memorización, por su parte, se convierte en el principal recurso de aprendizaje, desplazando al análisis, la reflexión y el pensamiento crítico, aunque paradójicamente las/os docentes que la incentivan con sus exámenes tipo test y sus metodologías de enseñanza-aprendizaje, fundamentadas en el karaoke del Power Point, se quejen de la poca capacidad analítica y reflexiva de su alumnado, trasladando la culpa a quienes sufren el castigo y no a quien lo infringe. Las simulaciones, tan queridas como temidas por el estudiantado, rara vez focalizan la atención en ámbitos comunitarios, acaparando nuevamente las técnicas toda la atención, tiempo y recursos. Por su parte la universidad, como institución, contempla con permisividad tales planteamientos y contribuye a mantener la formación de profesionales que respondan a las organizaciones sanitarias en lugar de incentivar, promocionar y apoyar la formación de profesionales que respondan a las necesidades de la sociedad de la que forman parte, ejerciendo una clara irresponsabilidad con la misma. Algo que ya están aprovechando algunas Universidades Privadas para plantear una formación enfermera totalmente virtual, en un claro posicionamiento mercantilista de la docencia enfermera. 

Las enfermeras asistenciales, por su parte, contemplan e identifican la docencia, desde las atalayas de sus hospitales y centros de salud, como un ámbito lejano, ajeno e incluso agresivo, provocándoles una indiferencia, cuando no un rechazo, cada vez mayor en su imprescindible implicación como formadoras/es de las futuras enfermeras. Se trabaja, pues, en dos realidades paralelas que no logran la intersección requerida para identificar objetivos comunes que sean capaces de integrar la teoría con la práctica.

Las/os estudiantes observan con asombro las diferencias entre la teoría y la práctica, asistiendo atónitos a las contradicciones entre docentes y enfermeras asistenciales que agrandan y ahondan la brecha entre los dos ámbitos. La asunción, casi obligada de las enfermeras asistenciales como formadoras, favorece la rutina insulsa y sin sentido en que acaban convirtiéndose los denominados prácticums. Cuya evaluación termina siendo una valoración de la actitud del estudiantado en cuanto a su simpatía, obediencia y buen comportamiento (es muy simpática/o, muy buen/a chico/a…), lo que acaba por estandarizar las calificaciones en una horquilla que va del sobresaliente a la Matrícula de Honor, salvo para quienes no se ajustan a esos parámetros de simpatía. Una sucesión de hechos que limita e impide que el estudiantado identifique a enfermeras referentes, al valorarlas desde la simpatía por la que son valoradas/os ellas/os. Desviando la atención y admiración hacia las técnicas o profesionales de otras disciplinas.

Las competencias no se dictan, no se implantan, no se aprenden. Se trabajan, analizan, construyen y aprehenden, para comprender su importancia y significado, para interiorizarlas, para transformarlas en habilidades que permitan saber ser y saber hacer como enfermeras.

Todo lo comentado, acaba reflejándose, en mayor o en menor medida, en los discursos que las/os representantes del estudiantado dirigen a un público entregado en los actos de graduación. Repletos de anécdotas, tópicos y estereotipos en torno a la técnica y las técnicas y con una referencia inexistente o insustancial a la verdadera identidad enfermera. Un espacio de exhibición, una pasarela de moda y un entorno de fiesta que rebaja a la simple anécdota la importancia de ser enfermera, que se traduce en una ausencia de sentimiento real por serlo.

Lamento ser tan crítico y dibujar un panorama tan triste como desolador. Pero es el que veo y el que sufro.

Desde mi posición como docente de Enfermería Comunitaria soy identificado por muchas/os como raro, disruptivo, incómodo… por plantear nuevas formas de docencia que relegan los mantras docentes descritos, como les sucede a todas/os aquellas/os que actúan de igual manera. Por incorporar el cine, las noticias de medios de comunicación, la lectura, el juego, el debate, la reflexión… como herramientas docentes que despierten el interés y la participación de un estudiantado que observa con perplejidad y recelo estas incursiones tan alejadas de la estandarización a la que se les somete. La incorporación de profesionales que apoyen con su experiencia profesional y vital los conocimientos que nos permiten construir, a estudiantes y docentes, una realidad enfermera diferente, la simulación de afrontamientos reales de cuidados, el contraste entre lo que se cree y lo que se logra ver, entre lo que se oye y lo que se escucha, entre lo que se mira y lo que se observa, entre lo que se memoriza y lo que se analiza o entre lo que se comprende e interioriza… configuran una visión diferente de lo que entiendo por docencia. Y si esto es ser raro y disruptivo, me alegro de serlo. Porque incorporarme en la rutina de la estandarización me da tanto miedo como rechazo me genera.

Al hilo de todo esto y como reflejo de lo expresado, el otro día tuve oportunidad de analizar el decreto de estructura y organización de la Atención Primaria y Comunitaria de la Comunitat Valenciana[3], para la implementación del Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria aprobado por todas las comunidades autónomas en el Consejo Interterritorial[4]. Un documento que me produjo tanto miedo como inquietud. Por el planteamiento medicalizado que en el mismo se hace, y del que no es capaz de desprenderse, y en particular por el papel que se otorga a las enfermeras comunitarias. Enfermeras que quedan relegadas a ser un instrumento de apoyo y subsidiariedad para los médicos y pediatras que es para quienes se desarrolla, tal como literalmente se indica en tal decreto, con el fin de que les sea más atractivo escoger la especialidad. Toda una declaración de intenciones y un fiel reflejo del tipo de enfermeras que se van a seguir exigiendo a las Universidades para alimentar tan perverso como ineficaz e ineficiente plan. Como argumento de película de terror no tiene precio, como norma de organización es un arma de destrucción selectiva ideado de manera mezquina y claramente premeditada. Lamentablemente, este no es un caso aislado ni mucho menos fortuito.

Pero esta es solo una muestra de lo que está sucediendo de manera global en las Universidades Iberoamericanas. Porque, aunque referencie, por mejor conocimiento la realidad española, la del resto de países iberoamericanos no difiere mucho de ésta. Es nuestra triste realidad. No nos equivoquemos ni nos dejemos engañar por cantos de sirena que nos llevarán al naufragio.

Sinceramente creo que no hay tiempo que perder. O tomamos nosotras la iniciativa y asumimos el reto de formar enfermeras para la sociedad o pronto, mucho más de lo que posiblemente pensamos, será ya demasiado tarde para reaccionar.

Las enfermeras no nacen, se hacen. Y para hacerse, precisan de docentes enfermeras que sepan y quieran formarlas, desde la decencia docente, como enfermeras en toda la extensión de la palabra y del sentimiento y no tan solo como producto sanitario de consumo a demanda.

[1]  Político, filósofo, escritor y orador romano (106 a.c.-43 a.c.).

[2] Se denomina así a las asignaturas consideradas de poca importancia.

[3] www.san.gva.es/documents/337708/17518346/DECRETO+Nueva+estructura+SVS+CAS.pdf/29c4233e-9d5f-aa6b-3a7a-937149d511dc?t=1727245675048

[4] www.boe.es/boe/dias/2019/05/07/pdfs/BOE-A-2019-6761.pdf