#HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO, #SE ACABÓ O como salir del letargo

A mi querido y admirado amigo Rafael Del Pino Casado

Por su inteligencia y por usarla en beneficio de la Enfermería

 

“Como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad.»

Jean-Paul Sartre[1]

 

En estos últimos años tengo sensaciones encontradas en torno a la situación, evolución, reconocimiento, valoración … de la enfermería y las enfermeras, que me generan una gran inquietud a la vez que una extraña incertidumbre.

Gran inquietud por lo que observo, siento, percibo, escucho… tanto por parte de la sociedad, del ámbito político, de los medios de comunicación, como de las propias enfermeras. Preocupándome, como lo hace, la imagen y valoración que de nosotras tienen ciudadanía, políticos o divulgadores de la información, me preocupa mucho más la imagen que proyectamos las enfermeras de nosotras mismas y de nuestra aportación singular y específica y la autovaloración que sobre nuestra identidad profesional tenemos y que se traduce, sin duda, en una proyección distorsionada que provoca confusión entre quienes, o bien son receptores de nuestros cuidados, o bien lo son de nuestra imagen y nuestra capacidad y competencia profesional, además de la científica y de gestión, que lamentablemente continua siendo de subsidiariedad con relación a otras disciplinas, o directamente de invisibilidad.

Por otra parte, como decía, me provoca una extraña incertidumbre al percibir que tanto el presente como el futuro, al menos el más inmediato, no dibujan un panorama alentador para la Enfermería y las enfermeras, por lo que se sigue opinando sobre nosotras, más allá de aplausos pandémicos y de falsas heroicidades o de valoraciones estadísticas de encuestas que encierran trampas valorativas no siempre acordes a nuestros cuidados profesionales, lo que acaba traduciéndose en una imagen devaluada y con poca relevancia en los ámbitos de toma de decisiones. Pero también por lo que nosotras parece que nos empeñemos en trasladar con una absoluta apatía ante lo que sucede; con un conformismo que nos encapsula en la indiferencia; con una inacción que nos paraliza; con una falta de compromiso que genera división; con una anestesia colectiva que provoca falta de análisis y reflexión; con una ausencia de autocrítica que nos conduce al inmovilismo; con una pérdida de identidad que nos desdibuja e invisibiliza; con una incapacidad manifiesta de reacción para generar cambios; con una anulación del sentimiento y orgullo de pertenencia; con un olvido, rechazo o desprecio hacia aquello que nos identifica como enfermeras autónomas para abrazar con entusiasmo aquello que nos fascina de otras disciplinas en las que nos acomodamos como si fuésemos plantas epífitas[2] sin las que parece no sabemos vivir, crecer y dar nuestros propios frutos. Una incertidumbre derivada de la falta de seguridad, de confianza o de certeza sobre lo que somos y aportamos, que me crea inquietud, preocupación y desasosiego. Y digo que me crea, en primera persona, porque no tengo la sensación que sea un sentimiento compartido, al menos de manera generalizada, al circunscribirse a un ámbito reducido de profesionales.

Ante esta situación podría pensarse que se trata de un sentimiento de nostalgia ante la resistencia para asumir la realidad actual al pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor y que lo que se hace actualmente no tiene valor. Algo similar a lo que está sucediendo últimamente con determinadas figuras políticas que se dedican a dinamitar los planteamientos de los nuevos líderes contrastándolos con lo que ellos realizaron como si tan solo ellos estuviesen en posesión de la verdad y sin tener en cuenta las diferentes realidades y contextos. Pero nuestra realidad enfermera no es la de los rancios políticos que se autodenominan jarrones chinos -valiosos por su antigüedad pero destinados exclusivamente a decorar y ser admirados-, sin ninguna otra utilidad. Porque nuestras líderes no se dedican a dinamitar, sino más bien intentan animar, motivar, impulsar… a las nuevas generaciones para que asuman un liderazgo tan necesario como lamentablemente ausente. Porque las referentes enfermeras analizan, reflexionan, debaten, trasladan… sus inquietudes no con ánimo de perpetuar situaciones o retomar actitudes pretéritas, sino de generar contextos en los que desarrollar el liderazgo enfermero de los cuidados profesionales con el fin de ser identificada y valorada dicha aportación por parte de las personas, las familias y la comunidad, además, de los políticos y los medios de comunicación. No estamos ante una situación de conflicto generacional, no nos equivoquemos. Estamos ante una situación de astenia y anorexia profesional que nos lleva al agotamiento y al deterioro progresivo de nuestra imagen. No porque la misma sea real, sino porque es la que lamentablemente nos empeñamos en ver y creer, negándonos a aceptar que otra realidad es posible y, lo más importante, necesaria, conduciéndonos a la inanición de conocimiento, sentimiento, valor, referencia… que lógicamente nos debilita y nos arrastra a un grave riesgo de muerte profesional.

No se trata de retomar viejos tiempos, sino de conocer nuestra historia y evolución, para evitar reproducir errores pasados.

Pero más allá de lo que planteo, me preocupa mucho más el hecho de que este escenario actual sobre el que reflexiono no sea rebatido mediante un debate en el que los posicionamientos puedan ser analizados, contrastados y generen alternativas al mismo. Simplemente es negado o, aún peor, ignorado directamente, lo que supone una ausencia absoluta de interés por mejorar o cambiar, al entender que, o nada se puede hacer, en un claro posicionamiento de indolencia, o que la situación es la que es y se sienten cómodas en ella en un claro posicionamiento de insolencia científica-profesional. O una combinación de ambas que aún resulta más tóxica y nociva para la profesión y quienes la configuran.

Ante esto, podemos preguntarnos si la “culpa” es de las enfermeras por su condición de tales y lo que la misma condiciona, o si existen factores externos coadyuvantes.

Desde mi punto de vista, como enfermera que soy, me niego a aceptar y asumir que la “culpa” sea tan solo de las enfermeras, por el hecho de ser enfermeras. Estoy convencido de que la actitud que refiero es consecuencia o, al menos, está mediatizada por una serie de características que se han incorporado en nuestra sociedad influyendo de manera tan potente como negativa en el comportamiento tanto individual como colectivo de las relaciones sociales, pero también de las profesionales, modificando de manera muy significativa tanto la visión que de la realidad se tiene como las respuestas que se configuran para afrontar los problemas.

Se ha generado, como consecuencia de la propia cultura social globalizada, una exigencia de inmediatez que lleva a que todo tenga que ser logrado para “ya”, a imagen del comportamiento infantil de la pataleta, el berrinche y la exigencia para lograr aquello que se quiere o de lo que se encapricha. Pero, claro está, teniendo en cuenta que quien o quienes así actúan ya no son niños y, por tanto, tienen o deberían tener el conocimiento suficiente para discernir que el logro de objetivos o de deseos, más de lo segundo que de lo primero, conlleva necesariamente un proceso y un tiempo que están claramente en contra de la inmediatez que se exige con una determinación tan caprichosa como imposible. Como consecuencia de dicha actitud se interpreta que aquello que no se puede lograr de manera inmediata es algo por lo que no merece la pena luchar o trabajar. Simplemente se ignora o incluso se minusvalora, lo que provoca una importante modificación en la escala de valores y del orden de prioridades, que acaban influyendo de manera muy significativa en los comportamientos y las relaciones de convivencia personal, familiar, social, profesional, laboral…

Decía que no son tanto los objetivos como los deseos al referirme a la inmediatez. Y son precisamente esos deseos ligados al placer, lo que provoca otro de los, a mi entender, males que nos acompañan. No porque el placer en sí mismo sea algo que no pueda desearse. El placer está descrito en el conjunto de doctrinas del hedonismo psicológico-motivacional, ético-normativo, el axiológico o el aplicado al bienestar, pero al que me refiero es al hedonismo popular que se vincula a la búsqueda egoísta de la gratificación a corto plazo, sin tener en cuenta sus repercusiones[3]. Es precisamente ese hedonismo el que lleva a la sistemática pregunta ¿y de lo mío qué? sin que previamente se constate lo que se aporta. Se hace referencia a los deseos individuales ligados casi inexcusablemente a condiciones laborales, de bienestar… pero en las que nunca se plantean deseos centrados en las personas a las que se atiende o de mejora de las instituciones en las que se trabaja, centrando el objetivo fundamental en lograr mejores condiciones en el menor espacio de tiempo posible con mínimos costes de implicación y compromiso. Un hedonismo social que, por otra parte va ligado al utilitarismo asociado al bien individual por encima del bien social y que se aleja del hedonismo filosófico propuesto por los principales filósofos tanto clásicos como contemporáneos.

Es, precisamente desde ese hedonismo social y vulgar o popular desde donde surge la superfialidad del procesamiento social centrado en las primeras impresiones y los juicios de valor que generan estereotipos e impide un análisis más profundo, provocando, finalmente, sacar conclusiones fallidas basadas en falacias y eufemismos dialécticos con muy poco contenido científico, pero que modulan una realidad deformada y simplista, aunque muy aparente e impactante, y por tanto proclive a provocar y lograr la manipulación individual y colectiva basada en procesos de victimismo o negacionismo.

Esta combinación de actitudes conduce, por otra parte, a una malentendida competitividad que no se basa en el aprendizaje, sino usada como fin para comparar y presionar, lo que provoca debilitar la autoestima, al creer que, para ser felices, debemos ser mejores que los demás, debemos tener más y mejores cosas que nos conduce a una dinámica individualista, no de ser mejores, sino de competir por los mejores puestos, por estar en los ranking de excelencia, anular al otro para situarme yo, considerando válido cualquier medio con tal de lograr el fin esperado o deseado.

Todo ello en proporciones no siempre determinadas, pero si determinantes, y combinado con una dinámica mayor o menor, dependiendo del contexto, acaba generando una serie de comportamientos que nos alejan del bien común sin que, además, ello signifique inexcusablemente, el bien individual, lo que provoca estrés, frustración, conformismo, inacción, renuncia, resignación, desconfianza y descontento con todo y hacia todos, inmovilismo, negacionismo, radicalismo… como principales, aunque no únicas, manifestaciones de las respuestas, cada vez más frecuentes y generalizadas, entre las nuevas generaciones de enfermeras, que producen un estado de confusión del que resulta muy difícil desprenderse y con el que, lamentablemente, acaba por asumirse como estado natural o inevitable, ante el que se crean respuestas defensivas de rechazo al cambio y de conversión a una dudosa pero, parece ser que placentera zona de confort, que se resisten a abandonar y desde la que construyen una realidad paralela en busca del placer, desde una falaz denominación de pragmatismo profesional que atenta contra los principios de lo que es, significa y representa la Enfermería, convirtiendo el hecho de ser enfermera en una forma, como otra cualquiera, de rentabilidad.

Pero esta situación que, me adelanto a decir, tanto me duele como entristece referir, no es exclusiva de las enfermeras, sin que ello me convierta en un tonto, tal como dicta el refranero, cuando dice que “mal de muchos consuelo de tontos”. Ciertamente es la consecuencia de un mimetismo social, de un contagio generalizado para el que no se ha logrado alcanzar una inmunidad efectiva, de una actitud masiva que provoca respuestas reactivas poco reflexivas con resultados que lejos de solucionar nada, lo único que consiguen es radicalizar las posiciones y reducir las posibilidades de cambios que supongan un beneficio social, igualitario y equitativo.

Lo bien cierto es que se está llegando a un punto en el que cada vez existen menos posibilidades reales de dignificar, visibilizar, valorar o reconocer a las enfermeras.

Hoy en un programa nacional de radio escuchaba como dos escritoras de libros infantiles se quejaban de como se cuestionaba su aportación y de como se les instaba a que diesen el salto a la “verdadera literatura”, la de los adultos, porque su aportación es considerada como menor, por el hecho de estar dirigida a la población infantil, lo que en sí mismo supone un claro reduccionismo sin fundamento. Cuando lo escuché establecí un paralelismo con lo que supone ser enfermeras y prestar cuidados a la población. ¿Cuántas veces no nos han preguntado por qué no damos el salto a medicina? Considerando de partida que cuidar es algo menor y sin valor. Yante esto me pregunto, ¿por qué los sesudos escritores de adultos no dan el salto a la literatura infantil? y como derivada, ¿por qué los médicos no dan el salto a la enfermería? Si tan fácil es la literaria infantil, o la prestación de cuidados profesionales enfermeros, por qué no se da el comentado salto. ¿No será que en ambos casos da vértigo el salto inverso? Precisamente por eso, en nuestro caso posiblemente, en lugar de darlo prefieren usurparlo para incorporarlo de manera artificial y artificiosa a su actividad médica cuando hablan de cuidados médicos.

Con esto quiero ahondar en lo que supone la generación de un contexto absolutamente contaminado, manipulado y perverso que contribuye a la exacerbación de las actitudes referidas y a la respuesta que las mismas provocan ante una situación de colapso en un modelo de salud que no es tal, al haber alcanzado una caducidad que no permite generar salud, cronifica la enfermedad provocando dependencia y demanda insatisfecha, desvirtúa, desvaloriza e invisibiliza las aportaciones de las enfermeras y las arrastra a la desmotivación que provoca falta de autoestima y la asunción de un rol meramente mecánico como recurso necesario pero controlado.

No tengo respuestas mágicas, ni recursos sorpresa, ni poderes heroicos. Tan solo tengo la convicción de que nada ni nadie ha logrado arrebatarme, a pesar de los envites, ataques, acosos… a los que me han sometido a lo largo de mi vida profesional para doblegar mi voluntad, mi compromiso e identidad enfermera. No pido en ningún caso, actitudes temerarias, suicidas o irracionales. Pero sí que considero imprescindible decir de una manera tan firme como decidida #HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO, #SE ACABÓ, de manera unitaria, mediática y firme que permita recuperar nuestra identidad y valor profesional sin esperar a que se produzca un hecho lamentable como “el beso de Rubiales”, o a que se dé un milagro de quienes dicen representarnos sin hacer nada. Porque si esperamos, entonces puede ser demasiado tarde. Es decir, quien no quiso cuando pudo, no podrá cuando quiera.

[1]Filósofo,escritor,novelista,dramaturgo,activista político,biógrafoycrítico literariofrancés, exponente delexistencialismoy delmarxismo humanista.(1905-1980).

[2]Planta que se desarrolla sobre otro vegetal utilizándolo como soporte.

[3]https://es.wikipedia.org/wiki/Hedonismo

NECESIDADES ¿DE QUIÉN, PARA QUIÉN Y PARA QUÉ?

“Pero una necesidad que está satisfecha, deja de ser una necesidad»

«Motivación y personalidad»(1954)

Abraham Maslow [1]

           

Mi reflexión semanal la inicio en esta ocasión al hilo de la noticia que ha aparecido en diferentes medios de comunicación sobre el impulso que la Generalitat de Catalunya pretende dar a la propuesta realizada por el jefe de cardiología pediátrica del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, para que se realicen electrocardiogramas a todos los menores de la citada comunidad autónoma con el fin, según el proponente, de identificar problemas graves o no tan graves en niños entre 8 a 12 años[2].

Esta iniciativa me plantea serias dudas sobre la oportunidad y utilidad, en términos de salud real, de lo que, por otra parte, considero más una estrategia con intereses que van más allá de la identificación de problemas que afectan a una parte muy reducida de la población infantil y sospecho puedan estar más relacionados con el descenso evidente de la demanda de atención pediátrica tanto hospitalaria como extrahospitalaria que pone en riesgo determinadas inversiones y crecimiento en sus servicios, unidades o centros, alejando además el foco de interés hacia ellos, tanto de la clase médica como de la política y la propia sociedad.

Estas dudas, son tan solo una sospecha ya que no cuento ni con los datos ni las evidencias que permitan justificarlas. Por otra parte, no se ha hecho público, más allá de las hipotéticas ventajas que refiere el citado profesional en sus declaraciones, el impacto de la medida, ni en la salud, ni en la organización, ni en la sociedad en su conjunto. En cualquier caso, entiendo, que deben existir evidencias científicas potentes que hayan servido para convencer a los responsables de la Generalitat para su puesta en marcha y que no se trate tan solo de una concesión sin justificación real.

Pero más allá de lo apuntado hay otras cuestiones que considero no pueden quedar sin respuesta y que me temo no han sido valorados en su justa medida. No porque no sean relevantes, sino porque no son oportunas, convenientes o adecuadas para el desarrollo de la iniciativa y los intereses derivados de la misma.

Sin conocer los detalles de la planificación, que supongo existirá, sospecho, por razones operativas fundamentalmente, que la realización de estas pruebas se pretende sean realizadas en el ámbito de la Atención Primaria por parte de enfermeras comunitarias. Y esto, sí que me plantea serias dudas, además de un desacuerdo absoluto.

En primer lugar haría falta saber si para esta propuesta se ha contado previamente con los profesionales de Atención Primaria en general y con las enfermeras en particular o, como sospecho, ha sido realizada de manera unilateral por parte del citado Jefe de Servicio con la connivencia de determinados responsables sanitarios para ser trasladada como hechos consumados para ser realizada por las enfermeras comunitarias, como se ha hecho, en otras tantas ocasiones, en el el modelo hospitalcentrista, asistencialista y medicalizado que impregna nuestros sistemas de salud.

En una Atención Primaria, que estamos cansados de escuchar (sin ir más lejos en el último barómetro sanitario del CIS)[3], está saturada y no cumple con aquello que de ella se espera en cuanto a atención a las personas, las familias y la comunidad desde una perspectiva salutogénica y de promoción de la salud, se trata de incorporar un nuevo elemento de sobrecarga asistencial a través de una técnica que, mucho me temo, en ningún caso supondrá un aumento de enfermeras para su realización, ni de especialistas médicos que realicen una lectura de las citadas pruebas para emitir el informe correspondiente que permita descartar anomalías o detectarlas y proceder a su derivación a quien corresponda para su seguimiento correspondiente, tal como ya ha sucedido en otros planteamientos de cribado en los que se generó un colapso de los servicios y un retraso en los resultados de las pruebas que invalidaban el proyecto en su conjunto.

Pero más allá de esto el hecho de que, desde el Hospital, se siga utilizando la Atención Primaria como un recurso propio para sus iniciativas, propuestas o caprichos, resulta absolutamente inaceptable, aunque está claro que no piensan lo mismo ni los proponentes ni quienes lo autorizan con tanta alegría como falta de coherencia.

Este uso subsidiario realizado y admitido supone una clara suboptimización de la Atención Primaria como recurso tanto del sistema de salud como de la comunidad haciendo que su capacidad de trabajo comunitario se vea permanentemente acotado o reducido a la mera anécdota para poder dar respuesta a las demandas asistencialistas provenientes del Hospital o de quienes lo gestionan desde sus respectivos espacios de poder clínico. Además, la presión de la técnica desplaza sistemáticamente a los cuidados que quedan desdibujados cuando no invisibilizados por imposición médica.

Sería razonable, además de coherente, eficaz e incluso posiblemente eficiente, que quien realizara propuestas como la aludida asumiese en su totalidad la ejecución de las mismas, es decir, que fuesen profesionales del hospital quienes realizasen las actividades derivadas de las mismas o, cuanto menos, que se llegase a consensos tanto en las fases de planificación como de implementación, ejecución y desarrollo.

Por otra parte, hace falta aclarar si esta y otras propuestas similares realmente son costo – efectivas, no desde la perspectiva económica sino de resultados en salud, así como si el coste de oportunidades, también en salud, sustentan este tipo de iniciativas. Porque dedicar recursos económicos, de personal, de tiempo, de materiales o infraestructuras, supone tener que renunciar a invertirlos en otras necesidades o demandas que, si no se han tenido en cuenta y no se han priorizado, se corre el riesgo de dar respuestas fallidas y dejar descubiertas necesidades sentidas muy importantes de la población. Teniendo en cuenta que los recursos son finitos, aunque se trate de salud, resulta imprescindible tener en cuenta cuales deben ser las elecciones y las decisiones que determinen la puesta en marcha de intervenciones, programas, protocolos, proyectos… por muy novedosos y aparentemente importantes que puedan resultar, o plantear por parte de sus proponentes. Lo contrario supone una ocurrencia que no tan solo no obedece, en muchas ocasiones, a evidencias, sino que además altera gravemente la gestión de los recursos de todo tipo para que puedan responder eficaz y eficientemente a las necesidades de salud de las personas, las familias y la comunidad y al uso racional y razonado de los recursos disponibles.

Seguir manteniendo un modelo centrado en el enfoque tradicional, obsesionado por la evaluación de las necesidades y los déficits dentro de las comunidades, en contra de una nueva focalización y movilización de fortalezas o activos locales y mapeos de activos para la salud, valorando el talento, los recursos o bienes de las personas, las familias y la comunidad para responder a sus necesidades sentidas en lugar de a las percibidas por los profesionales, por muy importante que sea su cargo o posición, nos lleva a planteamientos tan efectistas como poco realistas como los que se realizan desde un orden de prioridades tan alejado de la comunidad a la que hipotéticamente se pretende beneficiar como cercano a las personales o profesionales a las que tantas veces obedecen las mismas.

Es necesario que la comunidad identifique y entienda el centro de salud de referencia, desde la perspectiva de ser un recurso importante para la salud comunitaria, y no como el único existente y útil de dicha comunidad. El modelo salutogénico en el que la promoción de la salud se orienta a aquello que es favorable y positivo para la salud de las personas, las familias y las comunidades y que ellas pueden realizar por sí mismas, supera la obsesión por la prevención conducente a la medicalización y al consumismo como objetivo en la vida; conocida como prevención consumista. Partiendo del pensamiento tradicional de enfermedad, que no de la salud o de la salud como ausencia de enfermedad, que caracteriza al modelo patogénico en el que se basan y desarrollan los sistemas de salud, debería hacernos reflexionar sobre cuáles son las necesidades sentidas para lograr vivir mejor. Así, cualquier alternativa a este tipo de pensamiento tradicional nos obliga a pensar si logramos configurar la forma de vivir autónoma, solidaria y feliz que planteaba Jordi Gol[4] como premisa de partida para comprender las capacidades de las personas, las familias y la comunidad en su logro y no a través de permanentes tutelas preventivistas de dudosa eficacia final para alcanzarlo.

Pero más allá de lo hasta ahora planteado, resulta imprescindible también reflexionar y analizar el por qué ante propuestas como estas las gestoras enfermeras, y en espacial las de Atención Primaria, no llevan a cabo una respuesta razonada y contundente contra lo que sin duda supone un grave problema para desarrollar las competencias de cuidados que, como enfermeras comunitarias, deberían ser prioritarias y que, entre otras, pasan por llevar a cabo intervenciones de promoción de la salud, educación para la salud, alfabetización en salud y empoderamiento de la población… que permanentemente son minimizadas o directamente anuladas para dar respuesta a las demandas de otros profesionales que ni tan siquiera forman parte de los equipos en las que están integradas. Asumir, sin más, iniciativas como la expuesta que supone claramente una injerencia en la toma de decisiones de quienes, al menos teóricamente, son las máximas responsables de la gestión de cuidados, supone asumir la subsidiariedad de sus decisiones en beneficio de quien propone alternativas que van en contra de lo que representa, no tan solo la acción enfermera sino la de un modelo que queda supeditado a lo que se decida y determine desde el hospital.

Resulta igualmente contraproducente que las enfermeras comunitarias, por su parte, asuman sin rechistar la realización de actividades y tareas, volviendo a tiempos pretéritos, derivadas de decisiones que suponen una clara barrera al desempeño de sus competencias específicas, y autónomas. Hacerlo tan solo se puede entender, o bien, como una evidente muestra de conformismo y de falta de compromiso e implicación con la población a la que se atiende, con lo que supone de dejación de responsabilidad y cumplimiento del código ético enfermero al no responder con lo que de ellas se espera, o bien una manifiesta voluntad de renunciar a la identidad enfermera al acatar cualquier planteamiento que se traslade, aunque el mismo suponga ir en contra de lo que representa ser enfermera comunitaria posicionándose en una zona de confort en la que no tienen que confrontar ni replicar nada ni a nadie con tal de “no tener problemas”. Mejor obedecer y mantener silencio que responder y tener que razonar para convencer sobre aquello que debiera ser su seña de identidad y de compromiso profesional y de respuesta a la población a la que se debe.

Por último, pero no por ello menos importante, hay que destacar las expectativas, cuando no las alarmas que este tipo de propuestas pueden generar en la población a la que, en principio, van dirigidas las mismas, pero que lamentablemente es la última en ser adecuadamente informada y formada sobre ellas, esperando tan solo que sea solícita y acuda cuando se le requiera para cumplir con los criterios que unos han planteado como prioritarios y otros han asumido como ciertos. Los resultados que del programa se obtengan pasarán, como tantos otros, a ser un misterio para la población a la que se destina y se utiliza como receptora pasiva del mismo, no llegando a saber nunca por qué y para qué es importante aquello que se les realiza y qué beneficio, en salud, obtienen con su participación cautiva. Todo ello conduce a situaciones definidas por algunos autores como salud persecutoria en relación a  las actuales precariedades en los excesos de la prevención en salud, o sea la hiperprevención generada por la dimensión cada vez más persecutoria de las estrategias vigentes de promoción y prevención en las actuales prácticas de salud centradas en la idea y obsesión de conocer el futuro para prevenirse de las muchas amenazas que parecen acecharnos, cuando es sabido que no son previsibles[5].

Las enfermeras comunitarias que atienden a personas, familias y comunidades y trabajan junto a ellas tienen el reto y las competencias para comprender y determinar dónde están los elementos positivos en las personas y en los contextos en los que desarrollan su actividad. Es necesario, por tanto, incorporar métodos que permitan identificar dónde están los factores positivos de la familia y la comunidad en la que viven estas personas, y colocar como alternativa a la sempiterna pregunta ¿de qué enferman y mueren?, otras preguntas como: ¿de qué y cómo viven las personas de mi comunidad? o ¿qué beneficia a nuestra comunidad? ¿qué activos para la salud o recursos identifican? ¿qué posibilidades/habilidades de autogestión, autodeterminación, autonomía y autocuidado tienen o pueden adquirir? No hacerlo deja lugar a que los espacios se rellenen de alternativas clínicas, tecnologicas, medicalizadas, paternalistas, asistencialistas…

Al hablar de acción comunitaria esta debe concebirse de manera amplia y abierta a las diferentes realidades existentes en los contextos en que se producen. Teniendo en cuenta que en los mismos también es preciso identificar aquellas dinámicas de segmentación y aislamiento social, que en muchas ocasiones se potencian por efecto de las intervenciones profesionales en las que basan sus actuaciones (niños, tercera edad, jóvenes, migrantes, mujeres, etc.). Sin duda una atención adaptada a las diferencias existentes resulta importante, pero teniendo en cuenta que en muchas ocasiones provoca fragmentación y debilitamiento de los vínculos y con ello de las capacidades de la población para afrontar problemas de salud no identificados de inicio y que pueden poner en peligro la salud individual y colectiva además de convertirse en motivo de una demanda insatisfecha y una utilización inadecuada de recursos[6].

Si deseamos que algo cambie y que nuestra aportación enfermera contribuya a la salud comunitaria, se requiere un compromiso firme y decidido, además de una formación permanente que nos permita ser rigurosas en los planteamientos de respuesta. De no hacerlo estaremos permanentemente supeditadas a lo que otros decidan, siendo meras y solícitas ejecutoras de sus propuestas contribuyendo a su honor y gloria, que por supuesto no comparten.

[1] Psicólogo estadounidense conocido como uno de los fundadores y principales exponentes de la psicología humanista (1908-1970)

[2] https://elpais.com/espana/catalunya/2023-09-17/la-generalitat-impulsa-un-plan-para-realizar-electrocardiogramas-a-todos-los-ninos-catalanes.html

[3] https://www.sanidad.gob.es/estadEstudios/estadisticas/BarometroSanitario/home_BS.htm

[4] Borrell-Carrió F.Médico de personas. J. Gol i Gurina, 1924-1985, in memoriam. Aten Primaria. 2005;35(7):339-41

 

[5] Castiel, LD. Alvarez-Drdet, C.Rev. Saúde Pública 41 (3)•Jun 2007•https://doi.org/10.1590/S0034-89102006005000029

 

MODUS OPERANDI: ABUSUS NON TOLLIT USUM

MODUS OPERANDI: ABUSUS NON TOLLIT USUM

 

“Los abusos son todos compadres unos de otros y viven de la protección que mutuamente se prestan.”

Ruy Barbosa[1]

 

            Es curioso, al tiempo que indignante, que muchos corruptos, mafiosos, criminales… a lo largo de la historia hayan quedado impunes de los actos delictivos cometidos. Sin embargo, los más graves, aunque conocidos por todos, mayoritariamente, no pudieron ser probados. Finalmente fueron encausados, enjuiciados, condenados o encarcelados por infracciones menores o descuidos derivados de su propio engreimiento, pensando que eran inmunes a cualquier proceso contra ellos, como consecuencia del poder alcanzado y del autoritarismo impuesto en todo su entorno, a través, fundamentalmente, del miedo, las amenazas y la extorsión, siendo protegidos, disculpados y aplaudidos, por el mismo.

            En los últimos años en nuestro país, aunque también como consecuencia de la globalidad en prácticamente todo el mundo, se han venido sucediendo comportamientos de dirigentes, políticos, representantes profesionales… claramente rechazables aunque a la vista está que no siempre, o casi nunca, imputables y condenatorios. Lo triste, preocupante, injusto e irritante, es que además logran que una parte muy importante de la sociedad interiorice sus comportamientos como naturales, inherentes a sus puestos e incluso como un signo de habilidad y listeza que les rodea de un aura de heroicidad, que hace que resulte muy difícil, no ya su castigo sino, ni tan siquiera el rechazo social por lo realizado, paradójicamente a su costa.

            A estas actitudes hay que añadir la incorporación, en una parte de políticos y dirigentes, de un comportamiento negacionista ante el género, el medio ambiente, la salud, la cultura, la educación… que son utilizados de manera tan reiterada como absolutamente irracional por quienes confunden o utilizan la libertad como aquella facultad y derecho según la cual creen que tanta validez tienen sus posturas negacionistas como las de quienes utilizan la ciencia y las evidencias para fundamentar sus ideas o planteamientos. Usando, además, las mismas como arma arrojadiza y como escudo de una supuesta, maniquea, falsa y excluyente defensa de una identidad nacionalista que hacen suya con la consiguiente usurpación de la misma, excluyendo al resto de población que no piensa o se alinea con ellos, a quienes consideran traidores a la patria. Su patria, claro está.

            Todo esto, como ya comentaba, se ha acelerado e incrementado en los últimos años, coincidiendo con la irrupción en escena de opciones políticas e ideológicas que hacen uso de la democracia y sus instrumentos para, sirviéndose de ellos, atacarla y debilitarla, en un claro y manifiesto comportamiento, similar al de quienes, utilizando la ley, van en contra de ella.

            Así pues, estamos ante un panorama ciertamente desalentador, al tiempo que preocupante, al menos para quienes no caemos en la trampa de aquellos que se comportan y creen ser salvadores, sin serlo.

            Pero, dicho lo dicho, resulta ciertamente confuso que estemos fijándonos en lo que pasa a nuestro alrededor y sin embargo llevemos décadas consintiendo, asumiendo, resignándonos, pasando… de lo que sucede en nuestra o nuestras “casas”. Porque lo que se ha venido haciendo, omitiendo, repitiendo… por parte de quienes, teóricamente, como máximos representantes tenían que velar por la integridad, la defensa, el impulso, el desarrollo, la identidad… de todas las enfermeras, se han dedicado sistemática y descaradamente a su lucro particular disfrazándolo de servicio público a través de actividades aparentemente legales e incluso loables, a unos costes económicos, profesionales, de imagen y de prestigio que han deteriorado no tan solo el respeto hacia las enfermeras sino hacia su competencia y capacidad, al minar la credibilidad de nuestra oferta de cuidados profesionales con actitudes absolutamente lamentables que tan solo buscan el poder y el dominio, provocando con ello un rechazo no solo hacia quienes ejercen el despotismo enfermero sino a lo que supuestamente representan, las enfermeras y la Enfermería.

            Tal como sucede con los que utilizan el negacionismo como principal argumentario político, quienes nos representan o representado, han logrado convencer o, cuanto menos, desactivar la capacidad de contrarrestar sus actitudes mediante el cambio democrático, que ya se encargaron de amordazar a través de la manipulación de estatutos, normas y procesos para garantizar su presencia perpetua.

            Pero con ser grave lo que han hecho estos personajes que no pasarán nunca a la historia como referentes de nada más que del saqueo y la ignominia hacia las enfermeras, lo que a mi entender resulta más doloroso y triste es la pérdida de credibilidad que han logrado imprimir a unas instituciones como los colegios profesionales, de las que se han aprovechado tan indignamente,.

            Porque, salvo honrosas excepciones que afortunadamente van creciendo últimamente, con sus prácticas moralmente reprobables y éticamente incalificables han logrado que el prestigio de los colegios profesionales se haya reducido a la consideración de anécdota. Nadie, salvo quienes se lucran junto a ellos, cree ya en la capacidad de representación y de utilidad de unas instituciones que, paradójicamente, se financian con el dinero que las enfermeras tienen que pagar obligatoriamente para mantenerlos y hacer que sigan siendo fuente de negocio lucrativo para unos pocos. Han logrado, además, que se dé por bueno este dinero que a fondo perdido se tiene que pagar como si de un impuesto revolucionario o más bien extorsionador, se tratase, para no obtener nada a cambio, más allá de migajas en forma de cursos de dudosa calidad y de más dudosa utilidad, salvo la de los famosos y detestables puntos que las administraciones públicas se prestan a considerar para el acceso a oposiciones y plazas, con lo que finalmente acaba siendo todo un monumental y compartido fraude que nadie parece tener interés en desmontar.

            Seguir creyendo que no hay nada qué hacer y que nada se puede cambiar, es precisamente lo que han logrado que se interiorice como estrategia para mantenerse en sus privilegiados puestos. La inacción y la pasividad ante la asumida y, no nos equivoquemos, permitida permisividad a sus prácticas son el principal punto sobre el que siguen ejerciendo la palanca de sus acciones que son asumidas como inevitables sin que nadie, o muy pocos, hagan nada por evitarlo o revertirlo.

            Las Asambleas de colegiadas/os desiertas. Las convocatorias de elecciones bordeando la ilegalidad. La ausencia de una alternativa que haga frente a la ocupación. La desidia a la hora de ir a votar desaprovechando las pocas oportunidades que se presentan de cambio cuando un puñado de valientes decide dar el paso y oponerse con una evidente desigualdad de fuerzas y de oportunidades. Una nula respuesta crítica a la gestión realizada que les anima, no tan solo a persistir en sus acciones sino a que cada vez sean más dañinas para las enfermeras. Asumir con resignación “cristiana” que sigan usurpando nuestra denominación escondiéndola tras la profesión/disciplina, Colegios de Enfermería en lugar de enfermeras/os. Consentir sin rechistar que sigan tomando decisiones que van en contra de las enfermeras o no actuar cuando debieran hacerlo para defenderlas. Tolerar que la paridad sea tan solo una etiqueta, que ni respetan, ni facilitan, ni creen en ella y que tiene sus consecuencias en muchas de las decisiones que se toman desde una posición dominante y dominadora, son tan solo algunas de las consecuencias de su acción.

            Pero, si es preciso dejar, de una vez por todas, clara la impunidad con la que algunos actúan, no es menos necesario, destacar el esfuerzo personal y profesional de quienes sí han creído que otra forma de gestionar, liderar, cuidar, de las enfermeras desde los colegios profesionales es posible, dignificándolos y dándoles sentido, para que recuperen no tan solo el respeto, sino también la valoración de su importancia tanto para las enfermeras como para la propia sociedad. Gracias a ese empeño, compromiso, dedicación, transparencia, ética e implicación, se está logrando, allá donde tienen oportunidad de actuar, que se restituya lo que otros se dedicaron a esquilmar tanto material como moralmente hablando.

            Cuando leemos, vemos o escuchamos lo que muchos colegios profesionales en otros países son y suponen, identificando su capacidad de influencia social, profesional y política, reconociendo la estrategia de trabajo en defensa del desarrollo profesional… nos planteamos, al menos algunos, que por qué nosotros no podemos tener colegios profesionales como esos. Por qué mantenemos más allá de lo razonable unas estructuras tan arcaicas, anacrónicas, opacas, ineficaces e inútiles como las todavía existentes en nuestro país, como si fueran cotos privados en los que los señoritos pueden hacer y deshacer a su antojo y arrogándose una representación colectiva desde el secuestro administrativo al que estamos sometidos y que provoca, en muchas ocasiones, un síndrome de Estocolmo por el que empatizamos con ellos a pesar de que nos estén robando la libertad profesional.

            Ahora que ha saltado a la opinión pública un caso fragante de dominación como el del, hasta hace muy poco, presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), que ha caído, como comentaba al principio, por una actitud machista que no fue capaz de reprimir, más que por los escándalos que han salpicado todo su mandato. Rodeándose de un “ejército” de escuderos agradecidos por las generosas prebendas ofrecidas, que le protegían ante la opinión pública en su reducto inexpugnable de conspiración. Las alarmas se dispararon por lo que suponía de desprestigio un personaje como el aludido, no tan solo para el fútbol español sino para todo el país y se sucedieron las denuncias, rechazos, descalificaciones… hacia quien hasta entonces había sido aplaudido, aclamado y “respetado” a pesar de las sospechas permanentes hacia su gestión y su forma de llevarla a cabo.

            Pero el fútbol no es la enfermería. Las enfermeras no somos futbolistas. Las competencias enfermeras no son las habilidades futbolísticas. Los cuidados no son los goles. Los resultados de unos y otras no reportan la misma alegría ni, sobre todo, generan tanto negocio. A pesar de que puedan lograr salud y bienestar. Posiblemente por eso cuando saltan los escándalos de corrupción, desfalco, extorsión, ocultismo… no se produce idéntica respuesta por parte, ni de las propias enfermeras, ni de las administraciones públicas, ni de la sociedad. Como si lo que han hecho, hacen y posiblemente tengan intención de seguir haciendo, no tuviese mayor importancia para el prestigio de las instituciones de las que se sirven, de las profesionales a las que supuestamente “representan”, de la sociedad de la que forman parte y también del país al que pertenecen. Seguir amparándose en que hasta que los tribunales no dicten sentencia y en el debido respeto a la presunción de inocencia, para continuar consintiendo la permanencia de quienes, a la luz de los acontecimientos, son, cuanto menos sospechosos, me parece que está muy lejos de ser lo más razonable, admisible y asumible.

La presión mediática, social y del propio entorno del presidente de la RFEF, una vez se vio amenazado por el alcance de los acontecimientos, pasando sus escuderos y defensores, a convertirse, cuanto menos, en neutros y pasivos peones cuando no en denunciantes activos, para evitar ser salpicados, hicieron posible su derrocamiento y posiblemente el inicio de una nueva etapa de renovación, democratización y respeto.

¿Qué más tienen que hacer, o no hacer, para que se genere en nuestro colectivo una respuesta de rechazo, denuncia, exigencia, repulsa… hacia quienes ostentan un poder alcanzado con malas artes, sobornos, presiones y manipulaciones revestidas de legalidad desde el que se lucran? ¿Qué esperamos las enfermeras para movilizarnos, denunciar, reclamar… que se acabe con la impunidad que permite tener unas instituciones de representación tan devaluadas, desprestigiadas y sospechosas? Las administraciones públicas, por su parte, miran hacia otra parte porque les interesa contar con unas instituciones que no tengan capacidad de influencia y con las que incluso participan en sus intrigas palaciegas a través de prebendas formativas o de otra índole con las que tenerles entretenidos y calmados de cara a sus propios y particulares intereses. En definitiva, el silencio de unos y otros, la permisividad y la tolerancia contribuyen a que se mantengan unas formas, actitudes y hechos que esquilman la dignidad de las enfermeras y de la Enfermería.

Nadie debería sentirse señalado si realmente estuviese actuando desde la más estricta moral y ética. Quien lo haga, deberá reflexionar sobre cuál es la causa que le genera tanta incomodidad. Aunque, lamentablemente, estoy convencido de que esto último hace tiempo que dejaron de hacerlo, si es que alguna vez lo llegaron a hacer.

Por su parte, las enfermeras deberíamos sentirnos interpeladas para darnos cuenta de la importancia que tiene rescatar a unas instituciones como los Colegios Profesionales, que son tan necesarios como útiles para nuestros intereses profesionales desalojando, desde la legalidad que ellos desprecian, a quienes las utilizan para su beneficio personal disfrazado de defensores que permita un recambio tan necesario como saludable.

Rescatando un viejo eslogan publicitario… busquemos, comparemos y si encontramos a alguien mejor, que lo hay, cambiémoslo. Que tanta gloria lleven, si logran eludir los tribunales y sus sentencias inculpatorias, como paz dejen.

Por último,no debemos caer en la trampa de pensar y asumir que el modo de operar con abuso anula el uso necesario de los Colegios profesionales: MODUS OPERANDI: ABUSUS NON TOLLIT USUM. Porque como dice el dicho popular “de usar y abusar, hay el canto de un real”.

[1]Escritor, jurista y político brasileño, diputado, senador, ministro de finanzas e impuestos y diplomático (1849-1923)

HONORIS CAUSA vs CAUSA HONORIS Por razón de honor VS En honor a la razón

A Rosamaría Alberdi, Mayte Moreno y Mª Paz Mompart. Primeras enfermeras Honoris Causa en la Universidad española. Gracias por vuestra referencia y liderazgo.

 

“El honor consiste en hacer hermoso aquello que uno está obligado a realizar”

Alfred de Vigny [1]

 

El doctorado honoris causa es un título honorífico que da una universidad, asociación profesional, academia o colegio a personas eminentes. Esta designación se otorga principalmente a personajes que han destacado en ciertos ámbitos profesionales y que no son necesariamente graduados en una determinada disciplina[2].

Hay que destacar que el número de mujeres que han sido distinguidas con el doctorado honoris causa en la universidad española apenas supera el 15 % en términos globales, siendo un poco más elevada la cifra en la universidad privada (20 %) que en la pública (14 %), según datos del Instituto de la Mujer, lo que demuestra claramente cual ha sido el comportamiento de la universidad española en términos de igualdad.

Este reconocimiento está instaurado en España desde 1920 y en estos 103 años de recorrido no fue hasta el año 2016 cuando la Universidad de Murcia invistió por primera vez a una enfermera española, Rosa María Alberdi Castell, como doctora honoris causa. Si bien es cierto, con anterioridad, otras universidades españolas, ya habían iniciado dichas concesiones a enfermeras foráneas del ámbito anglosajón. En concreto, la Universidad de Alicante fue la primera en concederlo a una enfermera, Afaf I. Meleis el 28 de enero de 2014. Posteriormente varias universidades repitieron el reconocimiento de dicho título honorífico a las mismas y otras enfermeras anglosajonas antes que hacerlo a enfermeras españolas. Han transcurrido 7 años sin que se haya vuelto a otorgar un Honoris Causa a otra enfermera española, hecho que tendrá lugar el próximo día 15 de septiembre en la Universidad de Huelva que reconoce a Mª Teresa Moreno Casbas. Cuatro meses después, el 25 de enero de 2024, la Universidad de Alicante investirá a Mª Paz Mompart García como la tercera enfermera española en recibir tal distinción. Es decir, tres enfermeras en 103 años de existencia de tal reconocimiento en la universidad española, lo que puede dar a entender que las enfermeras españolas no han aportado méritos suficientes o al menos suficientemente trascendentes para que se consideren dignos de ser reconocidos con una distinción que, por otra parte, no siempre se concede con criterios, digamos académicamente aceptables, si tenemos en cuenta algunas concesiones polémicas que obedecen más a cuestiones de oportunismo o intereses poco claros que a méritos realmente contrastados que supongan un aporte sustancial a la ciencia o la sociedad.

Ante esta realidad que no ofrece dudas porque los datos así lo corroboran, cabe plantearse varias interrogantes con relación a las enfermeras y la universidad tomando como referencia la concesión de dicha distinción de tanto prestigio.

La primera cuestión que comparto es si tras más de 46 años de presencia de la enfermería y las enfermeras en la universidad, sin menospreciar todo lo aportado con anterioridad a dicha incorporación, resulta lógico que tan solo tres enfermeras españolas hayan sido merecedoras de tal reconocimiento en las 83 universidades existentes en España (50 públicas y 33 privadas) entre las que 53 de ellas imparten estudios de Enfermería siendo, en los tres casos referidos, universidades públicas las que han concedido el reconocimiento. Ello más allá de otras valoraciones, que en esta reflexión no vienen al caso, me hace pensar seriamente en cuál es el comportamiento de las enfermeras docentes de esas 53 facultades o escuelas de Enfermería a la hora de trasladar propuestas serias, rigurosas y razonadas de enfermeras para que sean, cuanto menos, valoradas por los diferentes órganos universitarios para ser aprobada la concesión de un Honoris Causa. ¿No existen enfermeras merecedoras de tal reconocimiento? Y si existen, ¿por qué no se identifican enfermeros/as que puedan ser merecedoras/es de un reconocimiento por sus aportaciones en el ámbito de la atención, gestión, docencia o investigación que hayan tenido repercusión en el desarrollo de la propia disciplina, de la universidad, del sistema de salud, de la salud de las personas, las familias o la comunidad o cualquier otra dimensión social, política, económica…? ¿Realmente los cuidados profesionales, en cualquier ámbito, entorno o dimensión, no son una aportación suficientemente importante para la vida y el bienestar de las personas o para la salud pública y/o comunitaria? ¿Tan difícil resulta identificar a enfermeras con méritos suficientes para ser propuestas? Son tan solo algunas de las preguntas que me interpelan y a las que me cuesta mucho dar respuesta porque entiendo que requieren de un análisis colectivo que, a mi modesto entender, no tan solo no se ha producido, sino que considero existen claras resistencias o meridiana pasividad en llevarlo a cabo. En cualquiera de los dos casos resulta preocupante. Porque la resistencia supone una oposición frontal a nuestro propio reconocimiento y valoración derivada de la falta de autoestima o del excesivo narcisismo que impide o anula la posibilidad de identificar virtudes ajenas, mientras que la pasividad conlleva una inacción derivada de la ausencia del imprescindible sentimiento de pertenencia y de orgullo para la identificación y reconocimiento de nuestras/os referentes y, por tanto, nos conduce a la mediocridad y la insignificancia. Si esto sucede en la universidad que, al menos inicialmente, todos coincidimos en identificar como crisol del conocimiento y de la ciencia y como proyección social de las disciplinas y sus profesionales, en el caso que nos ocupa de la Enfermería y de las enfermeras, ¿qué no va a suceder posteriormente en la sociedad? Si quienes están llamadas/os a ser formadoras/es y forjadoras/es de la ciencia enfermera no son capaces de reconocer a sus pares y los méritos que les identifican, ¿cómo podemos esperar a que lo hagan otras/os o la propia la sociedad?

Por tanto, me resisto a pensar y mucho menos a afirmar que es la universidad quien dificulta el reconocimiento de las enfermeras a través de la concesión del título de doctor/a honoris causa, tal y como en muchas ocasiones he oído y sigo oyendo. Más allá de los comportamientos arcaicos que en muchas ocasiones siguen impregnando a la universidad, pretender culpabilizar a la misma de la falta de reconocimiento de las enfermeras es no tan solo pueril sino mezquino por cuanto supone pretender negar una realidad que nos limita como ciencia, disciplina y profesión y que tiene sus raíces profundamente arraigadas en nuestra propia realidad enfermera por mucho que pueda doler reconocerlo. No hacerlo es contribuir a perpetuar nuestro mal y lo que el mismo representa y causa.

De las tres enfermeras mencionadas que han sido distinguidas como doctoras honoris causa, planteo la interrogante, como parte de las causas del mal ya referido, de si realmente las enfermeras en su conjunto identifican, conocen y reconocen las aportaciones por las que han sido distinguidas y si en las facultades/escuelas de Enfermería en particular se da a conocer y se valora dicho reconocimiento a las futuras enfermeras como valor añadido a la aportación de la Enfermería y las enfermeras. No tengo datos que puedan corroborar lo que sospecho, pero me aventuro y atrevo a afirmar que ni una ni otra de las opciones son identificadas mayoritariamente. Lo que viene a reforzar negativamente lo anteriormente planeado.

Es indudable la importancia del reconocimiento social hacia las enfermeras, siendo además algo repetida y cansinamente verbalizado, no tan solo por las enfermeras tituladas sino también por el estudiantado desde los primeros cursos de sus estudios como si de un mantra se tratase, aunque se desconozca el sentido y la razón del mismo, pero que se incorpora de manera automática permaneciendo activo de manera permanente. ¿Realmente seguimos creyendo que dicha ausencia de reconocimiento obedece a una maliciosa postura de la ciudadanía hacia las enfermeras? ¿No somos capaces de identificar que las/os primeras/os culpables de dicha falta de valoración positiva somos las propias enfermeras al no identificar, ni poner en valor nuestra aportación cuidadora y cómo proyectarla para que podamos ser reconocidas de manera inequívoca y positiva por ello? ¿Cómo pretendemos que se nos reconozca sino somos capaces de reconocernos nosotras/os mismas/os, individual y colectivamente, por lo que somos, sentimos y hacemos? Así pues parece lógico pensar que la falta de reconocimiento de referentes parte en gran medida de esas carencias que al negarnos en primera persona, en singular y plural (Yo, Nosotras/os), nos lleva a negarnos en segunda y tercera persona, igualmente en singular y plural (Tú-ella/él, vosotras/os-ellas/os), lo que nos conduce a la ocultación de nuestra aportación y con ella a la invisibilidad que de la misma trasladamos a la sociedad que cuidamos que, finalmente, nos identifica como cumplidoras/es subsidiarias/os, obedientes, solícitas/os y dóciles de lo ordenado, dictado o determinado por otras/os profesionales que sí saben reconocerse, valorarse y defenderse entre ellas/os mismas/os y ante las/os demás.

Y lo expuesto, no afecta tan solo a las enfermeras españolas, es un mal extendido con especial similitud en el ámbito iberoamericano en el que, incluso, es más grave, si cabe, al no plantearse ni un solo reconocimiento de Honoris Causa de enfermeras iberoamericanas en todos los países que componen dicho contexto, lo que sin duda es un déficit importantísimo para la Enfermería en su conjunto más allá de nacionalidades. Algo diferente de lo que sucede en el ámbito anglosajón que no tan solo son capaces de reconocerse entre ellas sino que proyectan su reconocimiento al resto del mundo y en especial al contexto iberoamericano provocando una fascinación que lleva a que se les reconozca casi como exclusivas referentes de la Enfermería global, lo que no tan solo es injusto sino que es claramente erróneo, llevando a la falsa creencia de que todo lo que viene de dicho ámbito, por el mero hecho de su procedencia geográfica y el uso de una lengua que se considera científicamente universal, es mejor y merece un reconocimiento preferente al de las aportaciones enfermeras realizadas en los diferentes contextos de Iberoamérica.

Teniendo en cuenta que Honoris Causa significa literalmente “por Razón de Honor”, cabe pensar que el honor está en disposición de corresponderle por igual a todas las disciplinas, de la misma forma que debe corresponder por igual a hombres y mujeres, aunque la realidad, en uno u otro caso, sea tozuda y nos lleve a que dicha realidad esté claramente deformada y sea tendenciosa y ausente de equidad e igualdad.

Si, en una aberración lingüística, diésemos la vuelta al término y hablásemos de Causa Honoris traduciéndolo en anárquica interpretación como “En honor a la Razón”, podríamos plantear que la razón científica, humana, política, ética… obligaría por puro sentido común y por justicia social, académica, profesional… a que las enfermeras españolas tuviesen un mayor reconocimiento en la universidad como punto de partida al que la sociedad finalmente debería tenernos, si fuésemos capaces, claro está, de tenérnoslo nosotras/os mismas/os.

No estoy abogando, en ningún caso, por un reparto paritario de nombramientos. Pero si planteo la necesidad y la obligación de que, cuantas/os tenemos la capacidad de hacerlo posible identifiquemos a quienes desde su aportación individual y colectiva contribuyen a mejorar la vida y la salud de las personas y las comunidades en las que viven, trabajan, estudian, conviven… así cmo las que hacen posible el crecimiento y fortaleza de la ciencia enfermera y su proyección científica. No hacerlo es contribuir de manera consciente y alevosa a nuestra invisibilidad.

Las universidades, por su parte, deben utilizar criterios de equidad e igualdad a la hora de ratificar las propuestas que se trasladen para su valoración y aprobación con independencia de género y disciplina, aunque valorando la proporcionalidad necesaria que evite desigualdades palmarias como las que aún persisten.

Por todo lo expuesto planteo, en principio, ser capaces de asumir, valorar, apoyar, aplaudir y sentirnos partícipes de las concesiones ya realizadas de Doctoras Honoris Causa en lugar de silenciarlas, acallarlas u ocultarlas. Así mismo resulta fundamental que sepamos reconocer a quienes desde su aportación singular consideremos sean acreedores/as de ser valoradas con una distinción tan importante como significativa y que, por tanto, las recojamos, fundamentemos y defendamos ante los órganos universitarios pertinentes para que puedan tener viabilidad. Que en el contexto iberoamericano generemos una corriente permanente de identificación y reconocimiento de enfermeras/os para que sean presentadas propuestas en todas las universidades que tengan capacidad de prosperar aumentando de esta manera el número de referentes Honoris Causa en dicho ámbito geográfico como forma de fortalecer y visibilizar nuestra aportación tanto a nivel académico como científico y social.

Tan solo desde la voluntad colectiva y la unidad de acción seremos capaces de revertir una situación tan injusta en las universidades de toda Iberoamérica lo que aportará una mayor visibilidad a nuestra contribución específica de cuidados profesionales.

Hagamos uso de la razón para facilitar que se otorgue el honor a quien lo merece y que todas las enfermeras nos alegremos y hagamos nuestro dicho honor desde el respeto y reconocimiento hacia nuestras/os referentes.

[1] Poeta, dramaturgo, y novelista francés. (1797-1863)

[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Doctorado_honoris_causa