LA GALIA ENFERMERA EN ATENCIÓN PRIMARIA

LA GALIA ENFERMERA EN ATENCIÓN PRIMARIA

 

                                                                                    “Sólo lo difícil es estimulante; sólo la resistencia que nos reta, es capaz de enarcar, suscitar y mantener nuestra potencia de conocimiento “

José Lezama Lima[1]

 

Cuando hace más de 35 años se pusieron en marcha las Consultas de Enfermería en el entonces denominado nuevo modelo de atención en los Centros de Salud, nadie imaginaba, o si, que las mismas pudiesen constituirse en reductos inexpugnables, a semejanza de la Galia de Asterix y Obelix, aislados de la comunidad en la que se integran.

Inicialmente, las citadas Consultas de Enfermería, nacieron con la voluntad de acercar los cuidados enfermeros a la población, de manera autónoma y específica. Para ello contaban con características que las diferenciaban de las consultas de medicina como por ejemplo la utilización de mesas redondas en lugar de rectangulares que evitasen el efecto barrera, facilitando la comunicación.

La composición de los primeros centros de salud se conformó con la incorporación, no exenta de resistencias, de las enfermeras que ocupaban plazas en las denominadas instituciones abiertas o ambulatorios, para asumir una atención que se alejaba mucho de la que hasta ese momento estaban haciendo como ayudantes en las consultas médicas o como ejecutoras de técnicas o actividades delegadas. Así mimo, de las que eran practicantes titulares de la extinta Asistencia Pública Domiciliaria (APD) fundamentalmente en el ámbito rural, cuya actividad, salvando todas las distancias, se asemejaba mucho más a lo que suponía y se esperaba del nuevo modelo. Por último, y al contrario de lo que sucedía para acceder a las plazas hospitalarias, quienes querían acceder a una plaza en un centro de salud tenían que superar una oposición. Las primeras enfermeras en lograr plazas de Atención Primaria por oposición e incorporarse a este nuevo modelo fueron valientes profesionales que afrontaron con ilusión, determinación, compromiso, motivación y convencimiento algo totalmente desconocido y que contaba con muy poco crédito y reconocimiento por parte de las enfermeras que, desde las murallas hospitalarias, recelaban e incluso rechazaban dicho modelo por considerarlo poco atractivo y con escaso valor profesional, fundamentalmente por estar alejado de la técnica.

Se configuraba pues un equipo muy heterogéneo y con actitudes en muchas ocasiones contrapuestas o encontradas que limitaban la acción y desarrollo tanto de las propias consultas de enfermería como de la filosofía que emanaba de los postulados de la conferencia de Alma Ata, que algunas/os tardaron en identificar como la población en la que se desarrolló la misma.

Así pues, se encontraron con un escenario tan desconocido como inicialmente hostil, dados los permanentes ataques de la representación colegial médica, en forma de demandas judiciales, contra las consultas de enfermería que consideraban espacios de intrusismo y ataque a sus competencias.

Sin embargo, resistieron las embestidas e iniciaron su actividad en las citadas consultas, desde el voluntarismo y la energía que les proporcionaba la pócima mágica que determinadas líderes enfermeras del momento preparaban en sus marmitas de conocimiento y liderazgo y que les permitía hacer frente con determinación a los ataques de los que eran objeto.

A pesar de la novedad de las consultas enfermeras y de lo que las mismas suponían como espacios autónomos de atención directa a la población, estas en ningún momento supusieron restricción alguna para la realización de actividades tanto en los domicilios, a través de intervenciones familiares, como en la comunidad en la que llevar a cabo intervenciones comunitarias. Existía un equilibrio razonable entre las diferentes actividades, aunque no existiese una metodología clara y fundamentada científicamente para ello. El ensayo error constituyó, inicialmente, el modelo de aprendizaje preponderante.

Las consultas enfermeras, una vez los tribunales fueron desestimando o fallando en contra de las demandas del colectivo médico, se desarrollaron con menor tensión, pero no menor dificultad. La falta de metodología propia condujo al mimetismo de la consulta médica centrada en la enfermedad lo que provocaba duplicidades innecesarias y claras omisiones en cuanto a los cuidados enfermeros específicos, sin descartar las contradicciones que generaban recelo y desconfianza en quienes accedían a las mismas. A ello había que añadir las resistencias de parte de los médicos que seguían identificando las consultas enfermeras bien como un aliviadero de sus consultas, a las que derivar todo aquello que no querían asumir, o como una amenaza a su actividad, por lo que tendían a generar barreras de acceso o trataban de mantener un control férreo sobre las mismas. Mientras tanto la población acudía a las consultas con una mezcla de curiosidad y desconfianza producto del desconocimiento que de las mismas tenía, lo que les impedía identificar los posibles beneficios para su salud.

El tiempo y la cada vez mayor formación metodológica de las enfermeras fue configurando unas consultas en las que la atención enfermera integral, integrada e integradora, se diferenciaba claramente de la consulta médica y lograba una complementariedad que empezaba a ser valorada por la población y respetada por los equipos.

La sectorización de la actividad enfermera facilitó la asignación clara de enfermeras referentes a la población, con criterios que permitían equilibrar las cargas de trabajo y favorecer la atención individualizada, familiar y comunitaria, y su organización, con una metodología rigurosa que combinaba perfectamente la atención integral tanto en consultas enfermeras como en la atención familiar domiciliaria y en atención comunitaria a través de intervenciones planificadas con una perspectiva participativa e intersectorial que daba respuesta eficaz y eficiente a las necesidades sentidas de la comunidad.

Sin embargo, las resistencias de los pediatras, o quienes ejercían como tales dada la falta de especialistas que quisieran trabajar en Atención Primaria, por entender que ya no contaban con “su enfermera” que daba atención integral con independencia del ciclo vital de las personas asignadas y atendidas, provocó tensiones importantes en el seno de los equipos que lamentable e incomprensiblemente fueron secundadas por enfermeras, lo que finalmente condujo a que se fuera eliminando la sectorización para pasar a un modelo que se ajustaba más a las necesidades médicas que a las de la comunidad. La separación de consultas de adultos y consultas pediátricas con asignación por cupos médicos eliminaba la atención integral, fragmentándola de nuevo, no tan solo por grupos etarios si no nuevamente por patologías. Por su parte, la asignación poblacional determinada por el cupo médico con claros desequilibrios en las cargas de trabajo, la ruptura de la atención a las familias y la falta de referencia enfermera en los recursos comunitarios como consecuencia de la dispersión, racionaron, que no racionalizaron, el número de enfermeras, al realizar una asignación estándar de 1 enfermera por cada 2 médicos. Se fue minando progresivamente la metodología enfermera comunitaria para dar paso a una atención cada vez más medicalizada y limitada a la consulta enfermera como espacio estructural que no como espacio de atención enfermera.

A todo ello hay que añadir el “secuestro” político de los principales referentes enfermeros que fueron silenciados y apartados de la gestión y la escena pública por considerarlos peligrosos para la estabilidad del modelo médico dominante, al que acompañó la triste e incomprensible colonización de enfermeras hospitalarias, posiblemente las mismas que al inicio del nuevo modelo de Atención Primaria consideraron que era un ámbito menor y poco atractivo. Trasvase que vino precedido de mensajes burdamente manipulados por algunos agentes sociales, con intereses muy concretos, que literalmente les engañaron al ofrecerles falsos e idílicos escenarios de descanso e incluso de mejores retribuciones a los que ir a descansar de los sufridos turnos que, esos mismos agentes, no eran capaces o no les interesaba arreglar, desplazando con ello a enfermeras que llevaban muchos años trabajando en Atención Primaria y que no merecían su atención que, supuestamente, debían defenderles. Esta “invasión” irracional consentida y alimentada por las administraciones facilitó el silencio, la desmotivación, el conformismo y la inacción de muchas enfermeras que trabajaban en Atención Primaria, provocando el desequilibrio de los equipos y el progresivo deterioro del trabajo enfermero comunitario.

Las consultas enfermeras pasaron a ser un reducto en el que instalarse como nicho ecológico de toda actividad. Como atalaya en la que se protegían de la comunidad, a la que supuestamente debían atender, pero que tan solo oteaban desde la distancia.

Consultas que, además de fragmentadas, volvieron a prestar una atención básicamente centrada en la patología y en las que existe una puerta de entrada a ellas, pero, salvo exitus o abandono, no se produce salida alguna como respuesta al logro de la autogestión, la autodeterminación, la autonomía y el autocuidado, como resultado del proceso y por tanto como producto final enfermero con el que poder evaluar su intervencion. De tal manera que quienes caen “presos” en las consultas acaban siendo dependientes de las mismas.

Consultas que son invadidas con técnicas (retinografías, Doppler, fondo de ojo…) que desplazan la atención enfermera para sustituirla por la asistencia de la enfermera que asume la realización de técnicas que supuestamente tienen por objeto acercarlas a la población, aunque ello provoque inevitablemente el alejamiento o aislamiento de dichas enfermeras de y con la comunidad.

Consultas que enfrentan a enfermeras pediátricas con enfermeras de adultos y que supone abonar un terreno idóneo para que enfermeras especialistas de pediatría quieran ocupar dichas plazas en contra de las enfermeras comunitarias en general y de las especialistas en enfermería familiar y comunitaria en particular. Reivindicación que, paradójicamente, abanderan los pediatras, o quienes ocupan plazas de pediatras sin serlo, y secundan con torpeza y falta de visión enfermera quienes ahora se atrincheran en sus consultas limitando cualquier actividad que no se circunscriba a las mismas.

Consultas que limitan la atención familiar domiciliaria que es reclamada por quienes ven oportunidad de negocio para sus ya exclusivas y protegidas empresas desde un falso mensaje de servicio público que esconde claras trampas mercantilistas apoyadas de manera totalmente deplorable por responsables políticos que tan solo ven en ello oportunismos partidistas que les den rédito electoral.

Consultas que no resuelven las necesidades de salud de la población a la que atienden al centrarse en la sistemática e inútil repetición de controles aislados de cualquier otro tipo de intervención capacitadora y participativa.

Consultas que impiden la comunicación con otros ámbitos de atención dificultando la continuidad de cuidados que queda reducida a una utopía permanente o un mantra que genera espejismos que nunca logran concretarse en realidad.

Consultas que se convierten en una actividad de ética de mínimos con la que justificar la presencia enfermera con agendas hinchadas artificialmente a través de demanda inducida.

Consultas que generan derivaciones para quitarse de encima problemas incómodos o a los que no se sabe dar respuesta, haciendo que las personas tengan que sufrir circuitos penosos en los que nadie les da explicaciones razonables ni respuestas eficaces.

Así pues, las que inicialmente fueron identificadas como activos fundamentales para el desarrollo enfermero y la atención eficaz y eficiente de la población, se han convertido en compartimentos estanco o reinos de Taifa en los que la principal pócima es la compuesta por ingredientes con cantidades variables de rutina, conformismo, inacción, irresponsabilidad, desconocimiento, egoísmo, mediocridad… que se cuecen a fuego lento en las marmitas de dichas consultas en las que, además, algunas enfermeras caen, como le sucediera a Obelix, alcanzando una fuerza permanente de incompetencia en quienes así actúan. Incorporando pacientes a sus listas como si de menhires de colección se tratasen y aguardando el momento de satisfacer su voraz y permanente apetito de descanso como Obelix hace con los jabalíes.

Ante esta triste realidad y escasos como andamos de druidas enfermeras que, como Panoramix, sean respetadas y logren preparar una pócima que reactive la energía, la ilusión, la empatía, la acción, el inconformismo, la innovación, la creatividad… o sea, la fuerza que permita a muchas de las enfermeras que siguen creyendo y apostando por la Atención Primaria, lograr el liderazgo de los cuidados profesionales y ser referentes de las personas, las familias y la comunidad a las que atienden. Utilizando la consulta enfermera como recurso de escucha activa, comunicación, consenso, y participación que potencie el autocuidado y sirva de enlace con las familias en sus hogares y la comunidad, contribuyendo a mantener sanos a los sanos, allá donde trabajan, estudian, conviven, se divierten… tal como hace Asterix con el consumo racional y eficaz de la pócima que le otorga fuerza.

Tan solo con la fuerza de dicha pócima seremos capaces de hacer frente, como hace el poblado galo con el imperio romano, a los múltiples ataques que se producen en un escenario en el que fieras de otras especies quieren devorarnos o someternos, pero también de fieras de nuestra propia especie que ven en esta fuerza un peligro a su comodidad y descanso, en esta deformada, caduca, ineficaz e ineficiente Atención Primaria en que la han convertido. A semejanza de lo dicho por el expresidente del gobierno Mariano Rajoy remedando al temido, por insufrible, bardo Asurancetúrix de Asterix y Obelix «Cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio laboral».

Finalmente, y como dijera María Corina Machad[2] “Son tiempos de resistencia, son tiempos de rebeldía, son tiempos de esperanza”, tan solo falta saber si son también tiempos de voluntad.

[1] Poeta, novelista, cuentista, ensayista y pensador estético cubano.

[2] Política, exdiputada, profesora, ingeniera venezolana fundadora del movimiento político Vente Venezuela

CUIDADOS DENOMINACIÓN DE ORIGEN ENFERMERÍA

“El artista es el origen de la obra. La obra es el origen del artista. Ninguno es sin el otro”

Arte y poesía» (1950), Martin Heidegger[1]

 

El Escolladero, Faustino I, Prado Enea, Valencisco, Costumbres…tienen en común que son vinos, pero, sobre todo, hay que destacar que su denominación de origen es Rioja y eso les prestigia y distingue más allá de la marca con la que se presentan y venden.

Otra cosa será la cata que permita distinguir elementos de calidad diferenciadores de los citados caldos por parte de los consumidores. Pero cuando se quiere consumir se solicita un Rioja, un Rueda… y luego ya se elige.

Ginecólogo, urólogo, anestesista, intensivista, cirujano, pediatra, otorrino, traumatólogo… tienen en común que son profesionales sanitarios, pero, sobre todo, su denominación de origen es que son médicos y eso les prestigia y distingue del resto de profesionales sanitarios. No tratan de ocultar su identidad, tan solo le ponen marca, la de las enfermedades, dolencias, aparatos, órganos o sistemas a los que dedican su atención médica. Tan solo existe una excepción en la que la denominación de origen antecede a su marca, la de los médicos de familia, lo que sin duda es muy significativo. Porque incluso los médicos de salud pública tienen marca propia como salubristas o epidemiólogos. Y es que, claro, denominarse primarios o familiares, no parece ser lo más acertado ante tanto “…ólogo” y decidieron voluntariamente, ocultar su condición de comunitarios y quedarse tan solo con lo de médicos de familia. De tal manera que al no tener enfermedad, dolencia, órgano, aparato o sistema específico que les pudiese dar marca optaron por el genérico para su denominación.

En el caso de las enfermeras, salvo las matronas que ocultan su denominación de origen hasta el punto que muchas de ellas quieren constituirse como denominación de origen nueva y propia, el resto de enfermeras mantienen dicha denominación de origen para identificarse, añadiendo la “marca” que les diferencia entre ellas sin sustituir la citada denominación. Así hablamos de enfermeras comunitarias, enfermeras pediátricas, enfermeras de salud mental, enfermeras del trabajo, enfermeras gestoras, o enfermeras sin “marca” definida pero con idéntica identidad propia.

Ante esta tesitura cabe preguntarse si el identificarse como enfermeras obedece tan solo a una cuestión relacionada con la no especialización, que en ningún caso supone demérito, que les caracteriza dado el débil desarrollo de las especialidades en nuestro país o, si realmente es una forma de reforzar la identidad disciplinar enfermera y no tanto la competencia específica sobre algún campo de actividad o acción concretas.

Sin embargo, y a pesar de ello, sigue siendo habitual que una enfermera que presta cuidados en cualquier ámbito y no habiéndose identificado como tal, sea confundida por aquello que realiza con un psicólogo, psiquiatra, epidemiólogo, economista… ya que la población en general sigue relacionando a las enfermeras con las técnicas y las tareas delegadas y no tanto, lamentablemente, con las competencias autónomas alejadas de las mismas y que se siguen asimilando a otras disciplinas. Esta, entre otras muchas, es la razón por la que resulta imprescindible identificarse además de con el nombre de pila, algo que olvidamos también con demasiada frecuencia, con nuestra denominación de origen.

Como sucede con los vinos, tal como ya he comentado, debemos conseguir que la población solicite una enfermera para ser atendida. Posteriormente podrá elegir en función de cualidades, actitudes y aptitudes, pero lo que no se debe cuestionar es sobre quien debe dar la atención, es decir, una enfermera. Todo el mundo sabe y solicita ser intervenido por un cirujano si se tiene que operar del estómago, ser revisado por un oncólogo si tiene cáncer… ¿Por qué entonces no se exige a una enfermera para ser vacunado, capacitado sobre su diabetes, asumir los autocuidados de higiene o alimentación…? ¿Por qué da lo mismo quién lo haga, con tal que se haga? ¿Por qué renunciamos las enfermeras a hacer lo que nos identifica y es de nuestra competencia? ¿Por qué no somos capaces de ser identificadas por aquello que nos es propio, los cuidados, y tan solo lo somos por lo que es delegado o forma parte de la técnica? Son interrogantes que cuanto menos nos tendrían que hacer pensar en qué estamos haciendo mal. Sí, haciendo mal, porque no es de recibo persistir en el victimismo y en el pensamiento de que siempre son otros quienes tienen la culpa de lo que nos pasa y la responsabilidad de arreglárnoslo. Como si no fuese con nosotras, como si el mundo estuviese en contra nuestra y no nos dejase ser y estar. ¿Realmente tenemos argumentos para seguir creyendo que nuestra invisibilidad, la confusión que generamos, las dudas que plantea nuestra aportación específica, se deben tan solo a factores externos, a ataques enemigos, a una persecución permanente? ¿De verdad consideramos que no tenemos responsabilidad alguna para que sigamos siendo invisibles, estando ocultas, siendo ignoradas, siendo irrelevantes?

Sinceramente creo que tenemos que ser autocríticas sin caer, como solemos hacer en ocasiones, en efectos pendulares que nos llevan del victimismo ya comentado al extremo contrario de la flagelación. Se trata de analizar cuál es la situación, el contexto, sin perder de vista cuál es nuestra actuación y actitud, sin perder de vista cuáles son nuestras aptitudes, es decir, nuestras competencias y el grado de responsabilidad que adoptamos y asumimos.

Tal como expresara Rosa Mª Alberdi[2], trabajo excelente es aquel que cumple dos condiciones: soluciona problemas de las personas a las que atendemos y hace evidente la contribución profesional al bienestar individual y social. Y es en base a dicho trabajo excelente y a cómo lo interiorizamos, valoramos y aceptamos, lo que determinará que estemos trabajando, bien en base a paradigmas ajenos a enfermería desde los que daremos respuestas que estarán al margen de nuestra responsabilidad y competencia, lo que nos identificará como profesionales subsidiarios de otras disciplinas en el mejor de los casos o como intrusos que tratamos de asumir competencias que no nos corresponden, al menos de manera autónoma. Bien que lo estemos haciendo desde planteamientos absolutamente teóricos con difícil o nulo traslado al ámbito de la práctica enfermera, lo que impide que podamos ser identificadas como profesionales capaces de hacer aportaciones propias, maduras y reconocibles por parte de toda la población a la que atendemos. O bien que lo hagamos sin tener en cuenta que la responsabilidad no se delega, lo que puede suponer que nuestra contribución sea reclamada y asumida por otros, con nuestra inacción y conformismo, haciéndolo además sin las competencias necesarias y exigibles, lo que determinará una clara confusión sobre nuestra denominación de origen que, además, no tan solo no aportará nada al prestigio y desarrollo de la citada denominación, sino que supondrá un claro retroceso en cuanto a su valoración en los ámbitos disciplinar, profesional y científico. En todos los casos nos alejamos del trabajo excelente y con ello de la posibilidad de ofrecer nuestra denominación de origen, al comportarnos como falsas y malas imitaciones o planteando excelencias incapaces de poder ser aplicadas y, por consiguiente, de ser contrastadas y evaluadas por sus prestaciones específicas. Por ello, desde dichos posicionamientos seremos incapaces de resolver o ayudar a resolver los problemas de salud de las personas, las familias y la comunidad, ni aportaremos nada, o muy poco, al desarrollo de la enfermería.

Si por el contrario somos capaces, desde nuestra denominación de origen propia, de identificarnos de manera inequívoca en la solución o ayuda que permita afrontar los problemas de salud que afectan a las personas, las familias o la comunidad y además contribuimos de manera clara y decidida a mejorar nuestra profesión, estaremos ofreciendo un trabajo excelente que no tan solo será valorado por lo que de aportación a la salud hacemos, si no que será claramente identificado como denominación de origen enfermería con independencia de que lo hagamos desde la enfermería comunitaria, de salud mental, de pediatría, de geriatría o desde la prestación de cuidados generales, porque lo verdaderamente importante será esa denominación de origen propia.

Otra cuestión será el envase en que presentemos nuestro producto enfermero y que tendrá que ver con el grado de simpatía, la presencia, la oratoria… que empleemos, que pueden contribuir a que la imagen ofrecida sea más o menos apreciada, más o menos atractiva, pero que no influirá en la calidad del producto con denominación de origen que es lo que le otorga el verdadero valor.

Por otra parte, es importante que identifiquemos y exijamos que los órganos reguladores de dicha denominación de origen establezcan los criterios de idoneidad y calidad, que permitan relacionar dicha denominación de origen enfermería, con quienes deben prestarlas de manera inequívoca, las enfermeras. Las omisiones imperdonables, las evitables duplicidades o las contradicciones inexplicables, deben evitarse para que la denominación de origen, enfermería, pueda ser identificada por las personas, las familias y la comunidad, como deseable y exigible y valorada por quienes la asumen, las enfermeras, como indispensable, propia e insustituible.

Como sucede con el vino, la denominación de origen determina, en gran medida, por si sola, la calidad del mismo. Pero para ello todos cuantos intervienen en el proceso deben asumir que dicha denominación no es gratuita ni permanente, si no que precisa de un compromiso continuado en el mantenimiento de su calidad y prestigio sin la que acabará convirtiéndose en una denominación devaluada que le situará en la intrascendencia.

Pero, además, como pasa con los vinos la denominación de origen por sí sola no es suficiente. Requiere de enólogos, vendimiadores, productores, embotelladores, diseñadores… que trabajen de manera coordinada y consensuada para, no tan solo mantener, si no mejorar de manera continua su calidad y prestaciones.

Por bueno que sea el enólogo, si los vinicultores, no cuentan con unas buenas cepas y las cuidan sin descuidar su atención para lograr el mejor fruto con el que posteriormente obtener un vino de calidad que además se ajuste a los criterios de denominación de origen, este será rechazado o desmerecido al identificarlo como vino peleón.

De igual manera las líderes y referentes enfermeras poco podrán hacer si no cuentan con enfermeras comprometidas con mantener todas las cualidades del producto enfermero a través de unos cuidados de calidad de los que deben responsabilizarse para que puedan ser identificados y valorados como denominación de origen enfermería. Lo contrario sitúa a los cuidados enfermeros en la indiferencia de un producto sin cualidades específicas ni aportación singular alguna, fuera de la disciplina que es lo que caracteriza la denominación de origen enfermería.

Pero falta saber si en este esfuerzo quieren participar las enfermeras para conseguir mantener y prestigiar esta denominación de origen enfermería, si están en disposición de hacerlo, si asumen el reto para lograrlo y la responsabilidad de afrontar tal decisión. No hacerlo determinará que los cuidados profesionales pasen a tener otra denominación de origen que ya se está planteando por parte de otros profesionales.

El vino siempre será vino, como los cuidados siempre serán cuidados. Lo que marca la diferencia es quién, cómo, dónde, de qué manera se produce el vino y se prestan los cuidados, para que puedan tener, tanto el vino como los cuidados, la denominación de origen que los prestigie. A no ser que se conformen, el vino con ser envasado en tetra brik y los cuidados en ser prestados al margen de la enfermería.

Tan solo aquello que sale del corazón, lleva el matiz y el calor de su lugar de origen[3].

[1] Pensador y filósofo alemán considerado el más importante del siglo XX

[2] Alberdi Castell, RM Estrategias de poder y liderazgo para desarrollar el compromiso social de las enfermeras. Rev ROL Enf. 1998; 239-240: 27-31.

[3] Escritor que se convirtió en uno de los poetas estadounidenses más reconocidos del siglo XIX

DE LO COMUNITARIO Y LA COMUNIDAD Trileros, filibusteros y fariseos.

                                                                    “El Príncipe debe hacer uso del hombre y de la bestia: astuto como un zorro para evadir las trampas y fuerte como león para espantar a los lobos”

Maquiavelo[1]

 

Primero fueron los cuidados. Pasaron de estar identificados exclusivamente en el ámbito doméstico (ocultación) y como función natural de la mujer (sexismo), a ser valorados como un bien rentable que todos incorporaron en sus estrategias de marketing, según las cuales nos encontramos con que actualmente cuida desde el champú, al yogur, pasando por los detergentes, las compresas o la ropa íntima. Todo tiene capacidad y cualidad de cuidar.

            En el ámbito de los cuidados profesionales, por su parte, pasamos de la subsidiariedad y la absoluta indiferencia con la que se valoraban, mejor dicho, se infravaloraban, los cuidados enfermeros a ser objeto de interés y de deseo por parte de prácticamente todas las profesiones y sus profesionales. Pasaron a cuidar los médicos, que solo curaban, los psicólogos, los trabajadores sociales, los biólogos, los arquitectos, los ingenieros… y por supuesto, las farmacias, que identificaron en el término una oportunidad fantástica de negocio, de su negocio como empresas privadas que son. Nada que objetar a la universalización de los cuidados, porque efectivamente son universales y no son patrimonio exclusivo de nadie. Pero mientras las enfermeras identificamos los cuidados profesionales como cuidados enfermeros, es decir que tienen denominación de origen, el resto los utilizan como etiqueta exclusivamente, sin que realmente tengan mayor sentido, ni científico ni tan siquiera común. Simplemente queda bien para aquello que se trata de vender, de poner en valor o de acaparar mayor cuota de poder. El colmo de la apropiación indebida e interesada de los cuidados la hacen las/os políticas/os que también los han incorporado a sus discursos demagógicos pervirtiendo su sentido y su verdadero valor.

            La pandemia, la recurrente pandemia, ha venido a dejar claro qué cuidados son realmente profesionales, los enfermeros, y quienes son sus principales y verdaderos protagonistas, las enfermeras.

            Pero ahora se abre un nuevo frente de interés, lo comunitario, que no la comunidad. Porque realmente lo que interesa es lo que vende, no lo que significa. Y lo comunitario, como en su momento los cuidados, son el nuevo y oscuro objeto de deseo de casi todos.

            Hace más de 35 años tan solo las enfermeras hablábamos de comunidad y de acción, intervención y participación comunitarias, porque hasta los médicos, que ya tenían especialidad de medicina familiar y comunitaria, renunciaron a parte de su denominación al autodenominarse como médicos exclusivamente de familia. De hecho, la principal y decana sociedad científica enfermera del ámbito de la comunidad se denomina Asociación de Enfermería Comunitaria, que siempre ha entendido que la atención comunitaria engloba a la persona, la familia y la propia comunidad.

            La evolución de la Atención Primaria (AP), ámbito en el que, al menos teóricamente, debe darse cobertura a la comunidad, fue abandonándola progresivamente hasta dejarla como una mera demarcación territorial, sin mayor valor y con una mínima y despreciable intervención y participación en la toma de decisiones.

            Cuando el grado de deterioro de la AP ya alcanza límites de verdadera catástrofe organizativa y de sentido, a las enfermeras comunitarias se les vacía de contenido competencial para que pasen a ser profesionales tecnológicos y subsidiarios del hospital, dejando de atender a la comunidad más allá de actividades esporádicas, voluntaristas o efectistas, vacías de contenido y de planificación, por lo que se diluyen totalmente quedando devaluadas.

            En esta situación, que sin duda ha quedado patente y agravada por efecto de la pandemia con decisiones políticas absolutamente descabelladas que han contribuido a aumentar el ya maltrecho deterioro de la AP, empiezan a emerger intereses inusitados por ponerse el apellido de comunitaria/o. Farmacias, fisioterapeutas, pediatras, trabajadores sociales, psicólogos, odontólogos… como si de repente la comunidad les interesase o la acabasen de descubrir. Comunidad que siempre ha existido y a la que nunca han hecho caso hasta ahora que lo comunitario vende, da prestigio y esplendor… Nuevamente algo totalmente depreciado y despreciado, se torna inusitadamente valioso, atractivo y atrayente. Lo de menos es lo que signifique el hecho de denominarse comunitario. Lo importante, lo único verdaderamente de interés, es lo que aporta como etiqueta. Está de moda y de igual manera que se quiere que los pantalones vaqueros lleven la etiqueta que los prestigia, estos advenedizos quieren incorporar la etiqueta de comunitarios, aunque ello no conlleve, en la mayoría de los casos, la intención de trabajar en y con la comunidad, entre otras muchas cosas porque ni saben ni quieren saber. Unos por negocio y otros tan solo por el hecho de hacerse un hueco en esto que ahora quieren denominar Atención Primaria de Salud y Comunitaria (APSyC) a través del Marco Estratégico que se está gestando deprisa y corriendo para poder tener acceso a los fondos europeos. Como casi siempre en este país sin planificación y con urgencias.

            Así pues, lo que se inició como una gran estrategia para dotar a la AP de los contenidos, las competencias, la organización, la gestión e incluso la financiación que le corresponde, se está convirtiendo en un bazar en el que los mercaderes de la salud tratan de negociar su espacio y sus condiciones, utilizando, para ello, estratagemas de maquillaje, camuflaje, enmascaramiento… que les sitúe en el escaparate sanitario como valedores indiscutibles de sus competencias, aunque su colonización esté alejada de lo que es y significa ser y actuar con perspectiva y sentimiento comunitarios.

            Y quienes tienen la capacidad de tomar decisiones, se dejan arrastrar por intereses que se alejan de las necesidades sentidas de la comunidad para satisfacer los deseos corporativistas que eviten los conflictos y las protestas de los lobbies sanitarios, mientras la comunidad sigue ignorándose por mucho que se utilice el término de comunitario.

            Esta situación no pasa desapercibida por ciertos depredadores que identifican la oportunidad de negocio, más allá de cualquier otro interés. Y para conseguir sus espurios objetivos de ayuda y apoyo desinteresados realizados desde unas empresas privadas que actúan, además, como monopolio, aunque las intenten revestir de servicio público como maniobra de distracción y confusión con la que no tan solo engañan a la comunidad de la que pretenden adquirir su denominación, sino, y esto es lo más grave, a las/os políticas/os que, atraídos por sus cantos de sirena, se dejan arrastrar tomando decisiones que lejos de solucionar los problemas a los que, aparentemente, se pretende dar respuesta, acaban encallando a la AP en los arrecifes de la falta de recursos y financiación y vaciando de contenido y competencias a quienes son los verdaderos protagonistas, las/os profesionales de AP que ven con estupor, tristeza y frustración como son ninguneados e ignorados, además de maltratados institucionalmente.

            La utilización de recursos públicos no debe, en ningún caso, servir para favorecer intereses privados, contando como se cuenta con recursos públicos de altísimo valor que precisan ser racionalizados que no racionados.

            Utilizar como símbolo una cruz, usar bata blanca, dispensar medicamentos y denominarse profesionales sanitarios, no son razones ni suficientes ni evidentes para dotarles de unas competencias que no les son propias y que supone generar un enfrentamiento tan innecesario, como estéril e inapropiado con los profesionales de los verdaderos servicios públicos, no tan solo por la atención que dispensan si no por la gestión y financiación que reciben, generando un conflicto que acaba provocando un problema de dimensiones mucho más grandes que el que aparentemente pretenden solucionar, anunciándolo además con idéntica proporción de algarabía y oportunismo político que de irreflexión y falta de coherencia, ante los medios de comunicación como si de un gran logro se tratase.

            Pretender que las personas con cronicidad sean atendidas, controladas o seguidas desde los mismos establecimientos desde los que se les dispensan los fármacos para sus problemas de salud y en los que se venden muchos más productos que quedan al margen de la financiación pública y por tanto son parte del negocio del establecimiento, con la ilusoria idea que no se van a producir intentos de venta de los mismo a las personas a las que hipotéticamente se van a controlar o a sus familias, es como meter a un niño en una tienda de golosinas sin vigilancia alguna y con acceso total a las mismas y pretender que no coja ninguna.

            Si a ello añadimos que quienes han tenido y tienen las competencias profesionales de estos mismos servicios se enteran por los medios de comunicación que un nuevo agente va a hacerlos a partir de ahora sin haber llevado a cabo, no tan solo ninguna planificación previa, sino, ni tan siquiera un análisis compartido con la participación de todas las partes para determinar la oportunidad, necesidad y coordinación de las acciones, así como la responsabilidad que a cada agente corresponde, el resultado no puede ser otro que el de la inmediata resistencia de quienes identifican la estrategia  como un ataque frente a lo que otros hacen como logro de oportunidad, mientras quien lo autoriza, lo ve como rédito político.

            Y, por supuesto, en todo este despropósito la comunidad queda al margen de la toma de decisiones, como sujeto pasivo de la misma, aunque todas las partes se atribuyen el calificativo de comunitarios y sigan creyendo firmemente que lo son y lo merecen.

            Debe ser que estamos próximos a las fiestas navideñas en las que tanto la capacidad de pedir como la de regalar se exacerba. Así unos aprovechan para escribir su particular carta de Reyes y los otros para satisfacer los deseos actuando como Majestades dadivosas. Lo malo es que al hacerlo no se dan cuenta, o les da exactamente lo mismo, que sus peticiones y concesiones repercuten negativamente en muchos ámbitos, personas y profesionales.

            Pero sería injusto que en este análisis quienes realmente pueden decir que son comunitarias, sin miedo a ser identificadas como intrusas, son las enfermeras, que a pesar de los permanentes y sistemáticos ataques al trabajo comunitario por parte de quienes dicen defender la sanidad pública dejándola en manos de empresas privadas y vaciando de contenido el trabajo en y con la comunidad, siguen desarrollando estrategias e intervenciones comunitarias con el objetivo de empoderar a la comunidad a través de una educación para la salud capacitadora y participativa que le permita la autogestión, el autocuidado y la autonomía de sus procesos de salud sin injerencias mercantilistas de aparentes servicios públicos con intereses lucrativos.

            Si a todo ello añadimos que una vez desenmascaradas las intenciones de quienes piden y quienes consienten estos desmanes, la respuesta es tan inconsistente como carente de intención de enmienda y con un mensaje de absoluto desprecio a la inteligencia de profesionales y ciudadanía, en el que se pretende hacer creer que lo que pasa es que no se les ha entendido y que además el servicio propuesto es tan necesario como oportuno para la comunidad y no supone ataque alguno a nadie.

            Todo esto, tras una pandemia en la que se han intentado ocultar las miserias de la gestión con calificativos de heroicidad hacia quienes ahora se les quita no ya tal condición, que nunca demandaron ni quisieron, si no la dignidad profesional para negociar de manera tan torpe como maquiavélica con quienes tan solo buscan obtener mayores beneficios en sus negocios, camuflados de sanitarios y samaritanos cuando tan solo son verdaderos filibusteros y fariseos.

            Y en este punto asistimos a un espectáculo de trileros en el que siempre ganan los tramposos y en el que tanto la comunidad como las/os profesionales observan con cara de asombro como nunca aciertan donde está la bola a pesar de verla con claridad. Y es que las trampas, los engaños, el negocio y la impunidad, siempre acaban por vencer a la transparencia, el compromiso, la motivación e incluso a la ética, convirtiendo la salud en un negocio más de las intrigas políticas y económicas.

            Hagan juego, señoras y señores!!!!

[1] Diplomático, funcionario, filósofo, político y escritor italiano, considerado padre de la ciencia política moderna.

«ORGULLO ENFERMERO» ENFERMERA SATURADA CADENA SER

El año pasado el colectivo de las enfermeras celebró su año internacional enfrentándose a la crisis del COVID. Algunas, como África Martínez, se contagiaron y aún sufren COVID persistente. La cara más amable de esta pandemia la muestra ‘Enfermera Saturada’, seudónimo de Héctor Castiñeira en ‘Orgullo enfermero’, un relato sobre la campaña de vacunación.

CONVOCATORIA PRUEBA OBJETIVA ACCESO A LA ESPECIALIDAD DE ENFERMERÍA FAMILIAR Y COMUNITARIA

En el BOE de fecha 08 de noviembre de 2021 se ha publicado la convocartoria de la prueba objetiva correspondiente al acceso al título de Especialista en Enfermería Familiar y COmunitaria.

Se facilita el acceso a la citada convocatoria así como a la resolución de admitidas/os y excluidas/os, las respuestas a preguntas frecuentes tanto de la convocatoria como de la inscripción como información sobre protección de datos, en los archivos adjuntos.

SIMULACIÓN PROFESIONAL. Pérdida de identidad

Pérdida de identidad

“Todas las cosas fingidas caen como flores marchitas, porque ninguna simulación puede durar largo tiempo.”

Cicerón[1]

El uso de la simulación es un elemento clave en la formación de futuras enfermeras y hace referencia a un evento o situación que trata de simular o parecerse lo máximo posible a la práctica real a través de entornos formativos de simulación que repliquen situaciones de la vida real con mayor o menor grados de fidelidad o credibilidad.

Pero más allá de la identificación de estas metodologías docentes como eficaces en el proceso de enseñanza – aprendizaje de las futuras enfermeras, sobre lo que realmente quisiera reflexionar hoy es sobre lo que yo identifico como una simulación profesional que se incorpora en muchas enfermeras más allá de las aulas de la universidad.

Parece como si una vez obtenido el título que habilita para el ejercicio de la enfermería, que lamentablemente parece ser el principal, y me atrevería a decir que en muchas ocasiones casi único objetivo tanto del estudiantado como de las universidades donde se forman, lo que incorporan es una simulación profesional que maquilla, esconde, deforma, la verdadera identidad enfermera, en un intento, no sé muy bien si intencionado o adquirido e interiorizado, de parecer lo que no se es u ocultar lo que se es. Como si el sentimiento de orgullo profesional no hubiese sido adquirido y, además, con el tiempo se fuera diluyendo de manera progresiva hasta convertirlo, incluso, en un sentimiento contrario de rechazo y frustración a lo que se es, enfermera.

Es cierto que la simulación en la formación de enfermeras ha mostrado resultados positivos en la adquisición de conocimientos, habilidades, autoeficacia, confianza y competencias profesionales. Sin embargo, la formación en habilidades de comunicación es escasa e insuficiente, a pesar de ser fundamentales en la calidad de atención que deben prestar las enfermeras, cuya formación se centra tradicionalmente en la adquisición de habilidades técnicas, paralelamente al modelo asistencial biomédico y tecnificado predominante y que provoca una gran fascinación entre el estudiantado que es directamente inverso al que genera la. formación para la adquisición de competencias relacionadas con aspectos emocionales y habilidades de comunicación, que incluso son denominadas como competencias blandas en un claro desprecio, no exento de ignorancia, hacia las mismas, lo que hace que, su falta de solidez, impida la consolidación profesional y acabe escurriéndose y perdiéndose como parte fundamental del ser y sentirse enfermera, al contrario de lo que sucede con las aparentes competencias duras ligadas a las técnicas y la tecnología, que solidifican y ocupan el sentimiento enfermero con carácter casi exclusivo y en el que, además, las enfermeras se sienten cómodas y seguras dada la certeza que les proporciona en contraposición a la incertidumbre y en muchas ocasiones la ansiedad de tener que afrontar sentimientos, emociones y valores ante los que suelen generar una coraza como medida de protección ante una hipotética y falsa amenaza para su salud. Lo que no deja de ser paradójico, pues quienes tendrían que promocionarla, protegerla y rehabilitarla, se dedican a defenderse de ella, mediante una permanente y absurda simulación de lo que no se es ni se quiere ser, tras la barrera tecnológica aislada y desprovista de los cuidados profesionales y de la consiguiente humanización. Estas, entre otras razones, pueden justificar muchos comportamientos ligados a la citada tecnología y al ámbito biologicista en el que se incorporan y que llevan a desproveer a las personas precisamente de lo que son, personas con identidad propia e individual, para pasar a etiquetarlos, desde esa permanente tecnificación, cosificación, despersonalización, que atenta a su dignidad humana, como portadores de sus patologías que, aparentemente, desplazan y anulan sus sentimientos, emociones, experiencias, valores, para ser sustituidos por síntomas, signos y síndromes estandarizados y uniformados, para los que, de igual manera, se confeccionan planes de cuidados estandarizados, como si de una moda prêt à porter se tratase, en lugar de una confección de los mismos, individualizada y personalizada que obliga a una atención igualmente individual e integral. Estandarización, por tanto, que se incorpora también en la interacción con las personas, trasladando mensajes mecánicos desprovistos de empatía que anulan la escucha activa que alimenta la comunicación y el consenso, para ser sustituida por una información unidireccional y tecnológica que impone las decisiones profesionales.

Hace tiempo, tanto que las nuevas enfermeras prácticamente tan solo lo conocen por la iconografía no siempre acertada ni relacionada con la profesión, la cofia, junto a uniformes degradantes, dejaron de ser elementos identificativos de las enfermeras, para adoptar una uniformidad homogénea con el resto de profesionales de los servicios de salud. A partir de ese momento la identidad pasaba a ser una responsabilidad individual de cada enfermera al no ser explícita por distintivos específicos, más allá de la utilización aislada y anecdótica de identificadores que daban poco sentido al elemento que, en teoría los mantenía visibles, como es el caso de los imperdibles, ya que precisamente solían perderse con suma y sospechosa frecuencia. De tal manera que las personas que acuden a los servicios de salud suelen tener dificultades serias para lograr identificar a quienes se dirigen a ellas enfundadas/os en batas o pijamas tan impersonales como, en muchas ocasiones, amenazantes. El anonimato, por tanto, se convierte en la carta de presentación habitual en la relación entre enfermeras y usuarios. Hecho que no tan solo impide poner nombre a quienes se dirigen a ellos si no que, ni tan siquiera, permite identificar la profesión u ocupación de quien lo hace, generando una gran confusión e insatisfacción y contribuyendo con ello a la invisibilización profesional enfermera que queda oculta y desvalorizada en esa simulación permanente en la que se incorporan, que al contrario de lo que sucede con la simulación pedagógica , en la profesional lo que se logra es representar o hacer creer algo que no es verdad con palabras, gestos o acciones y, por tanto, alejándose de un intento por replicar una realidad enfermera que cada vez se torna más lejana y difusa.

Si bien es cierto, como decía, que la simulación en la docencia enfermera alcanza resultados positivos en la adquisición de conocimiento, habilidades, autoeficacia, confianza y competencia enfermera, estos son paulatinamente abandonados en la simulación profesional al sustituirlos por una progresiva estandarización de acciones repetitivas con pobre o nula justificación científica que debilita o anula los conocimientos, sustituyendo habilidades por mecanización rutinaria, autogestión y autoeficacia por pendencia técnica y profesional, confianza por frustración, conformismo e inmovilismo y competencia enfermera por una ejecución de actividades y funciones que encasilla y resta autonomía al tiempo que favorece la subsidiariedad. De tal manera que la cofia, aunque esta sea imaginaria, vuelve a incorporarse con toda la carga que la misma conlleva a excepción de, posiblemente, la única virtud que tenía, que no era otra que la clara identificación profesional de quien la portaba.

La simulación profesional, además, va ligada a una astenia y bulimia profesionales que deforman la autoimagen enfermera haciendo que la misma sea rechazada, lo que provoca acciones lesivas contra ella en un intento de modificación forzada de dicha imagen que lo único que consigue es precisamente agravar su situación y aislarle del contexto en el que está integrada. Esta realidad paralela en la que se sitúa comporta llevar a cabo una simulación permanente en la que trata de ser lo que no es y ocultar lo que es con un evidente prejuicio para el conjunto de la profesión y su desarrollo.

La simulación, por otra parte, comporta asumir roles, patrones o comportamientos delegados o prestados de otras disciplinas creyendo que las hace suyas e identificándolas como propias, cuando realmente lleva a cabo tareas delegadas sobre las que no tiene control ni autonomía y que tan solo tienen por objeto aliviar el trabajo de otras/os profesionales en una especie de subcontrata de competencias alejada de la identidad propia enfermera, instalándose en una zona de confort exenta de responsabilidad que incluso mimetiza denominaciones ajenas apartando con ello aquellas que les identifican como profesionales autónomas/os ligadas a las denominaciones que deciden abandonar, suponiendo un elemento más en el deterioro de la identidad propia a través de la simulación.

Este comportamiento es incluso apoyado por diferentes organizaciones que identifican el mismo como un logro de campos de actuación que, sin embargo, conllevan el abandono de competencias propias que rápidamente tratan de ser asumidas y reconocidas como propias por parte de otras/os profesionales que aprovechan la oportunidad de abandono de responsabilidad para adjudicársela e integrarla como parte de su crecimiento, lo que supone la pérdida irreparable de identidad enfermera que, además, la población identificará en quienes la asumen por haber sido abandonada que no delegada, al contrario de lo que sucede con las que abraza de manera tan efusiva como irracional que siempre van a ser identificadas como ajenas a la profesión enfermera y propias de quienes las están delegando que no abandonando.

Nos situamos, por tanto, en un escenario en el que la confusión de papeles de quienes actúan como protagonistas de la acción hace que la identidad enfermera quede muy debilitada o incluso diluida en esa simulación.

Por el contrario, quienes se reafirman en su identidad e imagen, no tan solo tienen que luchar contra los intentos de subsidiariedad a los que quieren ser sometidas/os por parte de otros colectivos si no que lo deben hacer contra los que simulan una acción ajena interpretándola como propia y contra quienes están al acecho de querer ocupar los espacios que en dicha disputa se generan y que luego resulta prácticamente imposible recuperar.

En definitiva las competencias enfermeras no precisan de simulación alguna, si no de concreción y reafirmación identitaria y de imagen en base al paradigma propio enfermero que debe ser alimentado convenientemente de evidencias científicas que permitan su fortalecimiento y la debida autoestima en base a lo que es y representa ser y sentirse enfermera, sin necesidad de asumir papeles ajenos desde los que ni seremos capaces de ser creíbles ni de aportar respuestas eficaces de cuidados profesionales a las personas, las familias y la comunidad.

Resulta imprescindible abandonar aquellos espacios que nos son ajenos y en los que por mucho que simulemos siempre lo haremos desde la subsidiariedad y no desde la autonomía. En cualquier caso, esto no supone, de ninguna manera, el que no podamos participar en acciones compartidas con otras disciplinas, pero sin que ello suponga el suplantar identidades en un patético carnaval en el que las máscaras ocultan la verdadera identidad enfermera y generan confusión a la hora de identificar a las/os verdaderas/os protagonistas de las competencias.

Asumir la identidad enfermera supone el reconocerse y darse a conocer como enfermeras, sin necesidad de simular aquello que ni somos ni tenemos capacidad de ser y que, además, supone el tener que abandonar lo que realmente somos.

Finalmente, ser o no ser, esa es la cuestión.


[1] Jurista, político, filósofo, escritor y orador romano (Arpino, 3 de enero de 106 a. C.-Formia, 7 de diciembre de 43 a. C.)