LA VIDA ES SUEÑO El sueño de ser enfermera

                                                                                                    Dedicado a las/os estudiantes de Enfermería de la AEEE ([1]), en su XXXV Congreso Estatal, celebrado en Cádiz del 30 de marzo al 1 de abril de 2022.

 

                                                                                                              A Sofía Lerma que durante tanto tiempo trabajó para que el sueño de ser enfermera fuese una realidad.

 

                                                                                                  “¿Quién dice que los sueños y las pesadillas no son tan reales como el aquí y ahora”?

John Lennon[2]

 

Anna era una niña de 9 años a la que su madre, Laia, le había inculcado el placer por la lectura a pesar de la clara decadencia en que dicho placer había caído, como decía su madre, en una sociedad irreflexiva, alienada y sometida a la mediocridad intelectual, cultural e informativa impuesta por los valores mercantilistas y tecnológicos.

En casa de Anna, al contrario de lo que sucedía en la mayoría de los hogares, había muchos libros. Muchos de ellos su madre se los había leído cuando era muy pequeña y otros los iba devorando ahora que ella ya leía con soltura. Cualquier momento era bueno para atrapar un libro y sumergirse en las historias que en él se narraban y de las que se sentía protagonista o parte activa. A veces, con ilusión, otras con expectación y otras con asombro, pero siempre con satisfacción. Historias que muchas veces le descubrían realidades que, tan solo en parte, su madre le contaba y que ya no conformaban la realidad cotidiana que conocía y vivía.

Pero su casa, un reducido piso en las afueras de una gran ciudad, no tenía espacio para la gran cantidad de libros que tanto su madre como ella, eran capaces y tenían interés de leer.

Por eso su madre, cuando el trabajo que ocupaba gran parte de su tiempo se lo permitía, le llevaba a un gran edificio llamado Biblioteca que era como un gran Banco que guardaba, en lugar de oro y dinero, libros que, para ellas, tenían un valor mucho mayor con el que alimentar su curiosidad y sus ganas de aprender. También habían desaparecido las tiendas de libros, las librerías, de las que le hablaba su madre con nostalgia y mucho cariño, comparándolas con una tienda de golosinas para el conocimiento.

La Biblioteca era un edificio tan impersonal y uniforme como el de la mayoría de edificios de su ciudad. Anna, no acababa de entender cómo era posible que tan solo existiese una biblioteca en toda la ciudad. Pero la verdad es que siempre que su madre y ella iban a la Biblioteca nunca, o casi nunca, había nadie.

Todo estaba mecanizado y había que hacer las búsquedas a través de monitores que daban acceso a los listados de ejemplares que se guardaban en grandes estanterías que ella imaginaba, ya que no estaban a la vista ni se podía acceder a ellas.

Esta era la parte que menos le gustaba a Anna, tener que elegir un libro sin poder sacarlo de una estantería y ojearlo, como hacía en su casa antes de decidirse a leerlo. Aunque la información sobre el mismo la pudiese leer en el monitor, no era lo mismo. El tacto, el olor, el rumor de sus páginas al pasarlas… no se percibían a través de esas pantallas frías e impersonales por muchos colores que les pusiesen.

Pero no quedaba otra. O se hacía así o no era posible acceder a los libros. Su madre siempre le aconsejaba algunos títulos que, bien porque ella ya los había leído o porque sabía de su existencia, creía podían ser del interés de Anna. Y la verdad es que casi nunca se equivocaba. Siempre acertaba en todos los libros que le recomendaba. Pero su madre no podía conocer todos los libros publicados hasta que se prohibió hacerlo por falta de espacio para guardarlos y de papel para imprimirlos. Ya tan solo se permitía la edición electrónica. Tan fría, distante, impersonal y ausente de estímulos para los sentidos por mucho que se empeñasen en hacernos creer que era lo mejor para leer. Ya no había dedicatorias con la firma de autoras o autores, ni mucho menos ferias del libro.

Cuando finalmente elegía el o los libros que quería, cumplimentaba un formulario electrónico y tenía que desplazarse a la zona de entrega en donde, tras esperar unos minutos, se abría una portezuela mecánica que dejaba a la vista los libros elegidos.

Hoy Laia le ha dado una sorpresa a Anna. Han tenido un corte de suministro eléctrico en la empresa donde trabaja y al no poder hacer nada, le han dicho que podía irse a su casa, aunque tendría que devolver las horas no trabajadas. Algo que Anna no entendía pues no era culpa de su madre que no hubiese electricidad para alimentar a esas máquinas que todo lo controlaban y sin las que no se podía hacer nada.

Ella estaba en casa ya que era día de descanso en su colegio. Un colegio, el de Anna, como el del resto de niños, sin libros. Con pantallas táctiles por todas partes, pero sin libros. Ni un solo libro.

Así pues, ambas, Laia y Anna, decidieron ir a la Biblioteca a por libros. Tan solo lo podían hacer un par de veces al mes, pues el horario de trabajo de Laia era incompatible con el reducido horario de apertura de la Biblioteca, además de la distancia que había desde su casa que demoraba en más de hora y media el desplazamiento en transporte público que utilizaban hasta la misma, dada su precariedad y baja calidad, en comparación con lo caro y rápido que era el transporte privado que no se podían permitir.

A su llegada accedieron a la Biblioteca a través del identificador de iris que accionaba la apertura automática de las puertas de entrada al edificio, dándoles acceso directamente a la sección de “búsqueda”. Como casi siempre, estaba vacía. Anna siempre imaginaba cómo serían las estanterías en donde se almacenaban los libros y el placer de poder tocarlos, olerlos… y elegir directamente sin tener que teclear títulos o hacer búsquedas tan aburridas. Pero sabía que eso no lograría hacerlo nunca.

Anna tuvo necesidad de ir al baño y se dirigió hacia donde estaba. Para acceder también se precisaba el reconocimiento del iris. Todo estaba controlado y mecanizado. Hasta para eso.

Cuando se dirigía hacia el baño observó algo en lo que nunca antes había reparado. Se acercó y vio como en la pared laminada y fría, ausente de cualquier motivo de decoración, había una especie de apertura o desnivel. Con curiosidad y cierto temor, empujó en la zona de pared que parecía una puerta y esta cedió dejando acceso a lo que había tras la misma. Dudó qué hacer, pero tras girar la vista atrás y ver a su madre absorta tras la pantalla, decidió avanzar y entrar en la estancia que se iluminó cuando traspasó la puerta. De repente delante de ella aparecieron, a modo de enormes edificios de papel, estanterías repletas de libros. ¿Era un sueño o una pesadilla?, eso pronto lo descubriría, pero su curiosidad y una gran emoción ante lo que estaba ante ella le impulsaron a avanzar por los pasillos interminables de estanterías. De vez en cuando se detenía ante alguna de ellas y con cierto temor acercaba sus manos para tocar primero y sacar después alguno de los libros, siempre con el miedo a que saltase alguna alarma que aviase de la intrusión que estaba cometiendo. Pero afortunadamente no pasaba nada. Nada al menos que ella fuese capaz de percibir. El paso del tiempo le hacía estar cada vez más relajada, pero también con una creciente emoción. Era como tener acceso ilimitado a los dulces de una pastelería sin tener que pagarlos.

Mientras caminaba por uno de los pasillos tropezó con algo. Se asustó y bajando la vista se dio cuenta de que había un libro en el suelo. Se trataba de un pequeño libro con un dibujo en su cubierta. Miró en todas direcciones antes de agacharse para tomarlo entre sus manos. Lo levantó con precaución, como si tuviese miedo de estar siendo vigilada. Parecía un cuento infantil. Leyó el título: “De mayor quiero ser Enfermera Comunitaria”[3], impreso sobre el dibujo de un niño que, sentado, parecía meditar con una sonrisa dibujada en su cara. Enfermera Comunitaria, leyó despacio y silabeando. No sabía que era aquello.

Se sentó en el suelo, tal como estaba el niño del dibujo, y abrió con cuidado la tapa como si tuviese miedo a que se rompiese. Las páginas llenas de dibujos de muchos colores contaban la historia de un niño que descubría lo que era una enfermera comunitaria, aunque quien lo contaba era un hombre que se denominaba como tal. Parecía una especie de héroe o heroína, no sabía que género utilizar. Alguien que atendía a la abuela del niño y le trasmitía paz y cuidados antes de morir.

De repente oyó un ruido y se asustó mucho. Cerrando de golpe el libro y apretándolo contra su pecho se levantó y arrancó a correr por los pasillos en busca de la puerta por donde había accedido. Temió no encontrarla y quedarse encerrada allí sin que nadie lo supiese, ni tan siquiera su madre. Al girar la esquina de una de esas aparentes calles, vio la puerta entreabierta por la que había accedido. Llegó corriendo, con el corazón saliéndosele por la boca y vio a su madre. Ambas no pudieron reprimir un grito al encontrase la una frente a la otra sin esperarlo. Aunque nadie pudiera oírlas, las dos, en una especie de coreografía ensayada, se taparon la boca con sus manos como si quisieran acallar su grito y recuperar el silencio roto como efecto de la sorpresa. Instintivamente Anna, apretando con fuerza una de sus manos en el libro lo escondió tras su espalda. Laia le preguntó a Anna que cómo había abierto esa puerta y cómo se había atrevido a entrar. Anna le contó lo sucedido y lo que había descubierto tras la puerta, a excepción del hallazgo y sustracción del libro que mantenía oculto tras de sí. Su madre le dijo que no podía entrar sin más a cualquier parte por mucho que hubiese una puerta abierta, al tiempo que cogía la mano libre de Anna y le arrastraba hacía la salida. Nos tenemos que ir ya, le dijo Laia, no tenemos tiempo para más. Anna no respondió, tan solo estaba preocupada porque su madre no descubriese su secreto. La siguió y se puso la cazadora con precaución para esconder el libro y subirse la cremallera mientras ella estaba de espaldas recogiendo sus cosas.

Se dirigieron a la salida y de repente Anna temió que saltasen las alarmas cuando pasase por la puerta tras su apertura automática. Pero no pasó nada, salieron de la Biblioteca y dieron inicio a su viaje de regreso a casa con las manos vacías, según dijo su madre. Algo que Anna sabía que no era del todo cierto.

Cuando llegaron a casa Laia le dijo a Anna que qué quería cenar. Anna se excusó diciendo que no tenía hambre y que estaba muy cansada, que prefería irse a dormir.

Realmente lo que pasaba es que tenía muchísima curiosidad por leer “su libro”.

Durante el resto de la semana Anna leyó el libro una y otra vez.

El domingo, cuando las dos estaban sentadas en el sofá leyendo, Anna le dijo a su madre si le podía preguntar una cosa. Laia miró con curiosidad al tiempo que con gran ternura a su hija y le dijo que por supuesto, que qué pregunta era aquella.

Anna acercándose a su madre y mirándola a la cara le preguntó si ella sabía lo que era una enfermera comunitaria.

Laia abrió unos ojos como platos y abrazando a su hija le preguntó qué de donde había sacado esa información. Entonces Anna, con cierta vergüenza, le contó a su madre lo que había pasado en la Biblioteca unos días antes, con el temor de que se enfadase y le hiciese devolver aquel libro.

Laia se quedó mirando fijamente a su hija y, mesándole el cabello, le pidió que se lo enseñase. Anna dio un bote del sofá y salió corriendo en busca de su libro. Ambas lo leyeron despacio disfrutando de la historia y de los dibujos que lo ilustraban.

Al acabar, Laia le contó a Anna que tras una terrible pandemia que hubo hacía muchos años se generó un debate sobre la necesidad de dar importancia a los cuidados profesionales que la población necesitaba. Le dijo que esos cuidados los prestaban con calidad y calidez unos profesionales, que eran las enfermeras. Enfermeras que como en el cuento se denominaban así con independencia del género de quienes lo eran.

Pero tanto políticos, gestores, profesionales de otras disciplinas, empresarios e incluso las propias enfermeras y la sociedad, no lograron ponerse de acuerdo para que esos cuidados los prestasen las enfermeras.

Unos, los políticos y gestores nombrados por los propios políticos, por las presiones que recibían para que las enfermeras no lograsen ser referentes de la sociedad ni tan siquiera de los cuidados que prestaban. Cuidados profesionales que, por otra parte, nunca ocuparon la importancia real que tenían, quedando arrinconados a pesar de las promesas oportunistas y sistemáticamente incumplidas de desarrollar una estrategia de cuidados que nunca vio la luz, dedicándose desde sus puestos de responsabilidad a tomar decisiones que se alejaban tanto de las necesidades sociales como se acercaban a las de sus intereses partidistas.

Otros, los profesionales de otras disciplinas, porque llevaban ya mucho tiempo queriendo ser los únicos e indiscutibles referentes para la población a la que decían curar y tan solo admitían la presencia de enfermeras si era para servirles de ayuda a sus necesidades corporativas que alimentasen su narcisismo profesional.

A las empresas, por otro lado, se les dio absoluta libertad para que acaparasen el negocio de la salud en detrimento del ya maltrecho sistema de salud público que no supieron, no pudieron o no quisieron adaptar a las nuevas necesidades de cuidados que requerían de muchas más enfermeras, cada vez mejor formadas y competentes, pero que ellos no estaban en disposición de incorporar a sus negocios por los altos costes económicos que, argumentaban, suponía su contratación. Por tanto, presionaron para que se crearan titulaciones de muy baja preparación académica, pero con una gran e incomprensible capacidad competencial para ocupar los puestos que correspondían a las enfermeras a un coste muy inferior. Esto se inició en unos establecimientos en los que se atendía a las personas mayores que se llamaban Residencias, pero se fue generalizando en todos los servicios tanto de hospitales como de lo que entonces se llamaban centros de salud, en donde se daba atención directa a las personas, así como  en sus casas o en cualquier lugar como colegios, empresas, instalaciones deportivas… y en los que trabajaban las enfermeras comunitarias Pero finalmente se cerraron para ser reemplazados por los cajeros de asistencia telemática actuales.

Por su parte, las enfermeras no tuvieron ni la capacidad, ni la voluntad para defender su posición, su aportación específica y su valor como profesionales imprescindibles para prestar unos cuidados tan necesarios. La falta de unidad entre ellas, por un lado, así como la ausencia de un sentimiento de pertenencia fuerte y arraigado que les permitiese convencer de lo que eran y aportaban como valor insustituible unido a los discursos de falsa alabanza y promesas permanentemente incumplidas de políticos y gestores hacia las enfermeras que eran asumidos por estas como reales mientras se deterioraba y diluía su capacidad profesional, las presiones de quienes veían en ellas una amenaza constante para sus intereses corporativistas o el deterioro de la docencia en las universidades donde se formaban, al permitir que la misma cayese en manos de profesionales no enfermeros con la consiguiente pérdida de identidad propia de los contenidos que se daban y que progresivamente fueron sustituyéndose por más técnicas y manejo de tecnologías en detrimento de los cuidados

A ello hay que añadir, la pasividad de la sociedad ante la pérdida de los cuidados, al dejarse engañar por unos manipuladores mensajes de lo que vendían como mejor y más eficaz y eficiente asistencia mecanizada, que condujeron, finalmente, a la desaparición de la titulación de enfermería en las universidades para ser sustituidas por facultadas de tecnología de la asistencia sanitaria, como ya había sucedido con las facultades de medicina que murieron en su propio orgullo y egocentrismo para acabar siendo facultades tecnológicas de curación, cirugía y farmacología. Así mismo desapareció cualquier indicio de cuidados directos prestados por enfermeras, que fueron reconvertidas a burócratas de las organizaciones para el control de los gastos de suministros y de asistencia y a lo sumo como gobernantas del personal sociocultural como se denominó a quienes trabajaban en las cada vez menores organizaciones de sanidad.

Al mismo tiempo, desapareció del lenguaje de las instituciones sanitarias cualquier referencia tanto a la salud como a los cuidados para ser sustituidos por eufemismos como Asistencia para el Bienestar (AB) o Asistencia Telemática Integral de la Enfermedad (ATIE), entre otros.

Los robots, los programas informáticos, la telemedicina… desplazaron a los profesionales de la salud hasta hacerlos desaparecer e incluso hacer que se perdiese absolutamente la memoria histórica de su existencia y aportación.

Algunas de las últimas enfermeras que se resistieron a que esto sucediera fueron acusadas de enemigas del Estado y se les castigaba con multas muy elevadas por el simple hecho de narrar lo que era y suponía contar con una enfermera que cuidase de la salud de las personas, las familias y la comunidad.

El paso del tiempo hizo el resto. Ya nadie recuerda ni echa de menos, lo que aportaban y significaban las enfermeras. Tan solo puntualmente se hace referencia a ellas como un vestigio histórico, caduco e inútil que fue sustituido con gran éxito por la tecnología. Ni tan siquiera a Florence Nightingale, que se consideraba la fundadora de la enfermería profesional, la recuerda ya nadie.

Lo cierto es que ni tan siquiera se reconoce el término enfermera y lo que significa. Más aún desde que la Real Academia de la Tecnología de la Lengua (RATE) decidiera eliminar las entradas tanto de enfermería como de enfermero, porque nunca aceptó el de enfermera, de su diccionario al considerar dichas palabras tendenciosas y en absoluto desuso.

Laia no daba crédito a lo que su madre le estaba contando y escuchaba con mucha atención a la vez que con mucha rabia. No entendía cómo podía haber desaparecido una figura como la enfermera que, sin conocerla realmente, tanto por lo que había podido leer en el cuento como por lo que su madre le estaba trasladando, consideraba que debían ser importantísimas. Casi como lo era su madre para ella, pensó.

La individualización, la inmediatez, el egoísmo, la envidia, la competitividad, la ausencia de reconocimiento… como valores cada vez más arraigados de una sociedad tecnológica y deshumanizada que no supo establecer el necesario equilibrio entre la técnica y la dignidad humana condujeron a esta sociedad tecnológica en la que más que vivir, subsistimos de manera virtual creyendo, porque así nos quieren convencer, que somos felices.

Laia no pudo reprimir su inmensa tristeza, ni tan siquiera que una lágrima acabase resbalando por su cara, al recordar todo lo que le estaba contando a Anna. Pero sobre todo al recordar lo que su madre le contaba a ella sobre su abuelo que era quien había escrito ese cuento hacía ya muchos años con tanta ilusión como orgullo y convencimiento de lo que era y significaba ser enfermera.

En ese momento sonó una alarma y una voz mecánica anunció que era hora de comer y de salir a caminar 10 minutos por la ruta que se indicaba en la pantalla.

Laia, secó las lágrimas de su cara y se disponía a levantarse cuando Anna, cogiéndole la mano y mirándole con tristeza le preguntó a su madre: pero entonces ¿yo no podré ser enfermera comunitaria cuando sea mayor?

¡¡¡Anna!!!, se oyó chillar a Laia, levántate, ¿Qué no has oído la alarma? Vas a llegar tarde a tu primera clase de Enfermería en la Universidad.

Anna, pegó un salto de la cama y con una sonrisa de inmenso alivio se levantó, al tiempo que selló un firme compromiso con ella misma para lograr ser enfermera comunitaria como lo fue su abuelo, mientras miraba el cuento que este le regaló y que tenía sobre la mesita de noche.

Como expresara Antonio Machado[4], “si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo, despertar”.

No dejemos que nuestra profesión, nuestra aportación, nuestros cuidados, nuestra imagen, nuestro valor… acaben siendo un sueño perdido. Despertemos y hagamos realidad lo que en realidad somos, aunque haya quienes quieran convertir este sueño en una pesadilla.

[1] Asociación Estatal de Estudiantes de Enfermería. http://aeee.org.es/

[2]  Artista, músico, multiinstrumentista, cantautor, compositor, productor, escritor y pacifista inglés, conocido por ser uno de los miembros fundadores de la banda de rock The Beatles (1940 – 1980)

[3] “De mayor quiero ser Enfermera Comunitaria” Idea original y textos de José Ramón Martínez-Riera, 2019, ISBN 978-84-09-14290-3. Depósito legal A 397-2019. https://tienda.enfermeriacomunitaria.org/producto/de-mayor-quiero-ser-enfermera-comunitaria/

[4] Poeta español, el más joven representante de la generación del 98 (1875 – 1939)

FELICIDAD Y SALUD Las enfermeras y los cuidados

A Ángela Sanjuán Quiles

Por ponerle corazón a su felicidad y salud y compartirlas con los demás

 

                                                                                 “Escuché una vez una definición: La felicidad es salud y mala memoria ¡Ojalá lo hubiera oído antes!, porque es muy cierto.”

Audrey Hepburn [1]

 

La felicidad es un concepto, valor, sentimiento, estado de ánimo… que como la salud no pueden ser identificados, definidos, ni mucho menos valorados de manera unívoca. Son tantos los factores de índole social, económica, personal, cultural, educacional… que influyen en la construcción de la felicidad y la salud y en cómo se manifiestan, viven o influyen en la vida de las personas que tratar de aunarlos en una sola visión o planteamiento los desvirtuaría.

La felicidad, además, se asocia de manera muy íntima a la salud, al entender que no es posible ser feliz sin tener salud o que el hecho de tener salud es fundamental para ser feliz. De ahí, posiblemente, que se mente a la salud como la mejor respuesta a no tener suerte en la lotería, por ejemplo, o que siempre se diga que lo verdaderamente importante para ser feliz es tener salud. Sin embrago el hecho de que exista una relación tan estrecha entre estos dos conceptos, tan diversos como interpretables, hace muy complejo el influir, actuar o intervenir en una atención que promocione, mantenga o restablezca cualquiera de las dos.

Sería pretencioso por mi parte, y está fuera de mi intención, plantear si quiera cómo influir sobre la felicidad, que ha sido objeto permanente de análisis por parte de filósofos a lo largo de la historia. Pero sí que pretendo reflexionar sobre si los cuidados enfermeros pueden o deben contribuir tanto a la salud de las personas como a la forma en que esta puede influir en que sientan o perciban su propia felicidad, más allá de la retórica popular a la que aludía antes.

A partir de aquí, me planteo si realmente identificamos, conocemos, nos creemos, lo que son los cuidados profesionales y si estos tienen entidad propia enfermera para aportar un valor intrínseco a las necesidades de las personas, las familias y la comunidad a las que atendemos en cualquier ámbito que vaya más allá de la asistencia sanitarista.

Porque si los cuidados tan solo son una etiqueta más con la que catalogar nuestra actuación profesional; sin que aporten una identidad definida propia; sin que supongan un valor en el que creer y por el que estudiar, investigar, trabajar e incluso luchar; sin que seamos capaces de que los mismos se relacionen de manera inseparable y exclusiva al hecho de ser enfermeras; sin que supongan algo que ocultar por considerarlo menor, los cuidados pierden sentido y con ello pierde sentido la propia enfermería y por derivación, ser enfermera. Y al perder sentido aquello que nos debiera hacer sentir orgullosos, resulta muy difícil, por no decir imposible, que seamos capaces de cuidar profesionalmente las necesidades sentidas de las personas.

Porque una cosa es prestar asistencia, creyendo o queriendo convencernos y convencer, que se prestan cuidados desde la misma y otra bien diferente que eso realmente sean cuidados profesionales. Realizar la cura de una úlcera sin tener en cuenta la persona que la padece, la familia en la que se integra y la comunidad a la que pertenece, sin preocuparse por cómo se siente ella o su familia, sin identificar las posibles barreras de su hogar, sin valorar los recursos personales, familiares, sociales o comunitarios que pueden ayudarle a afrontar autónomamente su problema, sin conocer en qué medida está influyendo en el desarrollo de su vida personal, familiar, laboral o comunitaria, sin preocuparse por sus necesidades o demandas… tan solo centrando el interés en qué apósito, pomada, vendaje… se van a utilizar con el objetivo exclusivo de que la úlcera cicatrice cuanto antes e incluso que dicho resultado pueda ser de interés para incorporarlo a un estudio sobre la eficacia de tal o cual producto, en ningún caso puede ser considerado como cuidado profesional enfermero, por excelente que sea el resultado obtenido en la resolución de la úlcera. Hacerlo es engañarnos a nosotros mismos, o lo que es peor, creer que eso es y significa cuidar y engañar a quienes asistimos, aunque pretendamos hacerles creer que les atendemos. Aportar exclusivamente soluciones técnicas a los problemas de las personas es despreciar las necesidades que se derivan de los mismos situando su abordaje tan solo desde el enfoque racionalista y, por tanto, no sabiendo qué hacer realmente con la técnica. Técnica que, formando parte de nuestra existencia, al aplicarla tan solo con pericia y de manera rutinaria y mecánica, deriva en una falta de ética de los cuidados y de deshumanización que aleja nuestra atención de la imprescindible dignidad humana al no aportar los valores que generan el rasgo cuidador que nos tiene que identificar y diferenciar claramente como enfermeras.

Creer que la población a la que atendemos no sabe realmente distinguir estas diferencias es tanto como considerarla tonta. Atentar de manera tan simplista como cruel a la inteligencia colectiva, nos sitúa en una posición de absoluto desprecio no tan solo hacia ella sino hacia la profesión a la que, cuanto menos pertenecemos, aunque dudo que desde esa posición podamos decir que representamos. La ciudadanía ya sabe que somos expertos en el tratamiento de las heridas o en la aplicación de técnicas. Dan por supuesto que por eso nos han contratado en la organización en la que estamos. Pero esto nos sitúa como tecnólogos y no como enfermeras. Y como tecnólogos nuestra aportación a la salud es nula o muy limitada. Podemos mejorar la recuperación de una dolencia o lesión físicas, pero sino atendemos de manera integral a las personas que las padecen, su salud, más allá del restablecimiento de la dolencia, no la lograremos y, por tanto, no seremos ni identificados ni valorados como profesionales insustituibles de los cuidados de salud, ni tan siquiera lo seamos, posiblemente como enfermeras, sino como sanitarios.

Por lo tanto, sino somos capaces de atender a la salud de las personas, si tan solo las vemos como meros sujetos sobre los que realizar o aplicar tareas y técnicas, generalmente de manera subsidiaria o delegada, tampoco contribuiremos a que puedan ser felices.

Responder ante una duda, un temor, una incertidumbre que cualquier persona nos traslada desde la cama de un hospital o desde la consulta enfermera de un centro de salud, con un “eso ya se lo dirá el médico” es realmente demoledor, pero lamentablemente muy frecuente. La persona que recibe dicha respuesta no obtiene siquiera una mínima muestra de interés sobre cuál es su preocupación, que está ligada, seguro, a una valoración muy débil de su salud con claras repercusiones en su estado de felicidad. Nos quitarnos “el muerto de encima” derivando nuestra responsabilidad a otro profesional con la simplista y falsa justificación de plantear una competencia que no nos corresponde y, por tanto, eludiendo la responsabilidad de nuestra propia competencia. ¿No nos corresponde tratar de averiguar por qué tiene dudas, temor o incertidumbre? ¿Son dichos sentimientos competencia médica? ¿En qué se fundamenta esta creencia? ¿Realmente es lo que se les ha trasladado en las aulas? ¿Se trata de una distorsión progresiva de la realidad enfermera creada y alimentada en las instituciones sanitarias? O, ¿se trata triste y únicamente de no implicarse, de poner distancia, de huir de las emociones que afectan directamente al afrontamiento de cualquier problema de salud, de no comprometerse, de eludir responsabilidades confundiéndolas o disfrazándolas de competencias ajenas y convirtiéndonos con ello en meras ejecutoras de órdenes o indicaciones que nos eviten problemas? ¿Este es el grado de autonomía profesional que luego protestamos que no se nos reconoce? ¿Dónde situamos el sentido de los cuidados? ¿Por qué confundimos cuidados con técnicas? ¿Por qué no cuidamos al tiempo que realizamos técnicas? ¿Qué nos da miedo? ¿Qué desconocemos? O ¿Qué nos da vergüenza? La verdad es que se me plantean muchas interrogantes a las que no logro dar respuestas coherentes y razonadas, posiblemente, porque no existan y tan solo se trate de excusas para eludir la responsabilidad que emana y exigen los cuidados. Porque cuidar es complejo y difícil. ¿Quién dijo que ser enfermera es fácil? Ese es el error. Creer que ser enfermera consiste en obtener un título, confundiendo el fin con los medios y haciendo que los medios para alcanzar dicho fin dejen de tener el sentido que le otorgan los cuidados.

Por lo dicho, considero que tenemos la responsabilidad colectiva de hacer un análisis en profundidad sobre qué estamos haciendo mal en la Universidad y posteriormente en las organizaciones sanitarias. Seguir pensando que toda la culpa es de “otros” sin saber muy bien quienes son los otros o identificando a estos con el imaginario enemigo en que hemos convertido a los médicos, en gran medida, como la diana hacia la que lanzar todos los dardos de nuestra propia indefinición e inacción, tan solo nos conducirá a una irremediable y destructora indiferencia. Indiferencia de nosotras mismas con relación a lo que somos y podemos aportar e indiferencia de otros profesionales, de las/os políticas/os, de las/os gestoras/es y de la población que, es lo más triste, hacia nosotras como enfermeras.

En la Universidad, hemos caído en una especie de letargo provocado por la inercia mercantilista de la investigación que se exige como elemento imprescindible de la carrera académica, que impacta de manera clara y determinante en el alejamiento de la docencia y de lo que la misma significa en la formación de las futuras enfermeras. El sexenio se ha sacralizado como el dios al que adorar y rendir pleitesía a través de los sacrificios, en forma de publicaciones en las llamadas revistas de alto impacto, que se le ofrecen como tributo para lograr su benefactora respuesta en rituales perfectamente programados en el altar de la ANECA. Sacrificios que tienen claras consecuencias en la atención que hacia la docencia se presta por parte de las enfermeras docentes o lo que es más grave, de quienes sin ser enfermeras imparten docencia enfermera y que conduce a una, cada vez, más tecnológica aportación de los conocimientos y un abandono evidente de aquello que acaba considerándose como secundario o trivial, los cuidados, como si estos no precisasen de atención específica, especialista, especial y científica.

He querido analizar un plan de estudios para, tan solo en lo que son los títulos de las asignaturas que lo componen, identificar en cuántas de ellas aparece la palabra CUIDADOS y en cuántas la palabra SALUD.

De las 26 asignaturas obligatorias (excluidos los Prácticum), en 6 aparece la palabra CUIDAOS (23%) y tan solo en 2 la palabra SALUD (7,6%). Lógicamente esto no significa que no se pueda hacer un abordaje en profundidad de los cuidados o de la salud en el contenido de dichas asignaturas, pero no deja de ser cuanto menos preocupante su ausencia en el enunciado, como si no fuese necesario incidir en ello Desde esta interpretación queda al criterio de cada docente el incorporar y dar trascendencia a los cuidados o la salud sobre las técnicas o la enfermedad.

Es destacable, por otra parte, que el estudiantado mantenga un nivel altísimo de fascinación hacia las técnicas y la tecnología y que, sin embargo, la atención e interés que hacia los cuidados y la salud manifiestan sea poca o nula, lo que lejos de modificarse cuando llegan a los servicios en los que realizan sus prácticums, se ve reforzado cuando no aumentado, provocando una clara devaluación de los cuidados que quedan más como una pose, una etiqueta o algo totalmente secundario, sin que se sepa dar sentido prioritario, científico y riguroso a lo que significan y aportan desde la perspectiva y el paradigma enfermero, por muchos planes de cuidados que se les soliciten elaborar sin que realmente encuentren sentido a los mismos más allá de la obligación académica de hacerlos, paradójicamente además, al margen de los cuidados directos con las personas atendidas.

Pero es que, la mayoría de las especialidades enfermeras, por otra parte, tienen denominaciones que se alejan de la identidad profesional enfermera, mimetizando las de las especialidades médicas al igual que se hace con la formación de las mismas sin tener en cuenta las necesidades diferenciadas y diferenciadoras entre una disciplina y otra y, por tanto, en la forma en cómo debe ser abordada, planificada y desarrollada. Así nos encontramos con la especialidad de Pediatría en lugar de cuidados especializados del niño y el adolescente, la especialidad de enfermería en geriatría y gerontología en lugar de cuidados especializados de personas adultas mayores, o la especialidad no desarrollada de Enfermería Médico-Quirúrgica en lugar de cuidados especializados en áreas críticas, por poner algunos ejemplos, lo que sin duda invisibiliza de entrada la aportación específica enfermera, los cuidados, asimilándola a la actividad médica, reproduciendo un modelo de dependencia y subsidiariedad en lugar de complementariedad y autonomía que, lamentablemente y por mucho que se quiera negar, impregna los procesos de formación en unas unidades multiprofesionales en las que priman los criterios médicos.

Todo lo cual incide de manera directa en la salud y felicidad de nuestra profesión y disciplina y de quienes a ellas pertenecemos. Estamos faltas de salud y somos infelices, lo cual se traduce en una deficiente calidad de nuestros cuidados que sin duda impide o dificulta generar salud y contribuir a la felicidad de las personas a las que atendemos. Pero además provoca la falta de compromiso, implicación e ilusión por y para la enfermería, generando una devaluación progresiva que la sitúa en el inmovilismo y la pasividad.

Si identificamos, desde una perspectiva muy amplia, la felicidad como el hecho de tener una vida digna y buena, creo poder asegurar que los cuidados contribuyen a ella al situarse en el ámbito de la dignidad humana. Por otra parte, desde la definición de salud formulada por Jordi Gol[2] que decía que es “aquella manera de vivir que es autónoma, solidaria y gozosa”, que considero puede asimilarse a lo que es una vida buena, los cuidados, a través de la educación para la salud que empodera a las personas para lograr la autodeterminación, autogestión, autonomía y autocuidado, pueden y deben contribuir también a facilitar la felicidad de las personas. Una felicidad que como dijo Frederick Keonig[3] “Tendemos a olvidar que no viene como resultado de obtener algo que no tenemos, sino más bien de reconocer y apreciar lo que tenemos”.

Por eso, para contribuir a que las personas que atendemos se sientan sanas y felices, previamente debemos ser nosotras, las enfermeras, las que nos sintamos sanas y felices.

Para ello resulta imprescindible que las enfermeras en primer lugar nos sintamos identificadas con lo que son, representan y aportan nuestros cuidados profesionales más allá de los planteamientos teóricos, necesarios, pero no exclusivos. Los cuidados como esencia de nuestra aportación singular, exclusiva e insustituible. Abandonando la idea de que son algo menor o secundario para dejar paso al tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis que requieren. Exigiendo que impregnen todos y cada uno de los conocimientos, competencias, aptitudes y actitudes que posibilitan la construcción de la identidad enfermera desde la Universidad hasta cualquier ámbito de actuación en el que nos integremos.

Tan solo cuando seamos capaces de interiorizar esto y sentirnos orgullosas de ello, seremos capaces de convencer a las/os políticas/os para que dejen de legislar y decidir contra las enfermeras bien por ignorancia o bien por presiones externas con intereses corporativistas, partidistas y/o mercantilistas, como recientemente se ha hecho al crear una titulación de Formación Profesional (FP) vía exprés que denigra, ante todo, al cuidado profesional y priva a las personas de unos cuidados de calidad que, paradójicamente, están regulados por ley, obedeciendo a criterios exclusivamente mercantilistas, de oportunismo político y al margen del más mínimo conocimiento sobre aquello que se legisla y de quienes siendo especialistas son ignorados[4].

De convencer a la judicatura de que nuestra aportación no es una amenaza contra otras profesiones sino una necesidad para lograr una sociedad sana y feliz y que sus sentencias, en muchas ocasiones, impiden que se logre desde una interpretación que centra su atención más en el poder corporativista que en la necesidad social.

De que la sociedad nos reconozca por aquello que les aportamos como valor propio y exclusivo, de tal manera que demande y exija que lo hagamos las enfermeras para poder sentirse sana y feliz y con ello se cambie la percepción e identificación que sobre las enfermeras sigue existiendo y que tiene su traslado, por ejemplo, en cómo nos definen en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), con unos criterios que escapan de la lógica por mucho que se enrede con planteamientos semánticos y lingüísticos tan trasnochados como quienes los defienden.

Una felicidad que trascienda la idealización consumista y competitiva con la que se le asimila, para situarse en la posibilidad de disfrutar del día a día desde la autoestima y la solidaridad, desde la autonomía y la libertad, desde la participación y el respeto, desde la salud y su promoción.

Una salud que abandone la dicotomía con la enfermedad, que se diferencie de la sanidad, que se aleje de la imposición profesional, que no se fragmente para poder ser integral, que incorpore los cuidados como parte esencial para promocionarla o mantenerla, que facilite el sentimiento de la felicidad por estar o sentirse sano.

En momentos en que parece derrumbarse todo cuanto nos rodea como consecuencia de la pandemia, las crisis económicas o la guerra, parece difícil hablar de alcanzar la salud y la felicidad. Pero debemos tener en cuenta que la salud, como la felicidad no son valores absolutos. Desde la enfermedad se puede sentir la salud y desde la tristeza la felicidad. No son excluyentes y pueden y deben ser complementarias. Y en esa complementariedad, en esa búsqueda, en ese equilibrio, es donde las enfermeras, a través de los cuidados, debemos dar respuestas de salud y felicidad reales, alejadas de utopías y cercanas a las esperanzas de quienes las necesitan.

La pobreza, el sufrimiento, la violencia, la exclusión, la vulnerabilidad, la inequidad… se configuran como factores determinantes de la salud y la felicidad de las personas a pesar de los discursos populistas, mentirosos y manipuladores de políticas/os que quieren enmascarar la verdad para adaptarla a sus intereses oportunistas que ocultan una realidad de necesidades, construyendo una falsa salud y felicidad de acceso tan solo a unos pocos. Confundiendo de manera totalmente consciente y manipuladora pobreza con mendicidad, sufrimiento con dolor, violencia con lesión, exclusión con delincuencia, inequidad con oportunidad.

Las enfermeras tenemos la obligación de contribuir con nuestros cuidados a que la salud y la felicidad sean posibles con la participación activa de las personas en su logro y, sobre todo, en su capacidad de vivirlo. Pero sabiendo que “el éxito es conseguir lo que se quiere… La felicidad es querer lo que obtienes”[5].

Necesitamos convencernos para convencer. Necesitamos sentirnos sanas y felices como enfermeras, aunque tengamos motivos de preocupación y factores de dificultad que debemos superar desde la acción y no desde el lamento. Tenemos el conocimiento, las evidencias, la ética y la estética de los cuidados y debemos asumir la responsabilidad de, en base a ello, generar las mejores respuestas. Las más eficaces y efectivas, pero también las más eficientes.

Siendo enfermera se puede ser feliz, pero ejerciendo como enfermera podemos, además, hacer felices a muchas personas, lo que supone una mayor felicidad, porque la felicidad como dijera Aristóteles[6] “depende de nosotros mismos”

[1]  Audrey Kathleen Ruston, más conocida artísticamente como Audrey Hepburn, fue una actriz, modelo, bailarina y activista británica de la época dorada de Hollywood (Bruselas, 4 de mayo de 1929-Tolochenaz, 20 de enero de 1993),

[2] Borrell-Carrió, F. Médico de personas. Jordi Gol i Gurina, 1924-1985, in memoriam. Aten Primaria. 2005;35(7):339-41

[3] Fue un inventor alemán famoso por haber construido, junto con el mecánico y matemático Andreas Friedrich Bauer, la imprenta de alta velocidad (17 de abril de 1774 – 17 de enero de 1833).

[4] https://www.publico.es/sociedad/luz-verde-nueva-ley-formacion-profesional-pasa-dual.html

[5] Dale Carnegie (seudónimo de Dale Breckenridge, Carnegie, 24 de noviembre de 1888 – 1 de noviembre de 1955) fue un empresario y escritor estadounidense de libros que tratan sobre relaciones humanas y comunicación eficaz.

[6] Filósofo, lógico y científico de la Antigua Grecia, considerado uno de los fundadores del empirismo (384 a. C.-322 a. C.)

LA FASCINACIÓN DEL PODER La debilidad del Sistema

La debilidad del Sistema

“El poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente.”

Lord Acton[1]

 

Durante casi dos años de pandemia la urgencia, la atención, el esfuerzo, la competencia… eran determinados claramente por la demanda de salud de la población contagiada o en riesgo de serlo. Una situación en la que lo importante no era quién hacía tal o cual cosa, sino qué se hacía y para qué se hacía con el objetivo común de aliviar, curar o cuidar a las personas que sufrían y a sus familias. Una gestión del tiempo, los recursos, la templanza, las emociones… que trascendía a cualquier ego profesional o disciplinar. Una toma de decisiones que precisaba de la confianza, el apoyo, la participación colectiva y huía de protagonismos inútiles. Faltaban manos, equipos, tiempo, sueño, tranquilidad… pero sobraba coraje, determinación, voluntad, entrega, solidaridad para responder a tanto sufrimiento y dolor como el que se acumulaba sin poder contenerlo apenas. El concepto de trabajo en equipo tomó sentido, cuerpo y coherencia para lograr dar respuestas que permitieran contrarrestar los efectos devastadores del virus y limitasen o anulasen los posicionamientos irracionales de corporativismos estériles y nocivos.

La pandemia puso al descubierto las miserias de un Sistema Sanitario que hacía aguas por todas partes y que tan solo el efecto de la acción profesional comentada lograba mantenerlo a flote.

Las manifestaciones de afecto y reconocimiento populares que obligaron a las/os políticas/os a sumarse a ellas, más por una cuestión de imagen que de convicción, contribuyeron a enmascarar las grandes deficiencias tanto del Sistema como modelo, como de las decisiones que se tomaban y que adolecían, en muchos casos, de la coherencia, la argumentación y el sentido común necesarios, como el hecho de ignorar a la Atención Primaria en los peores momentos del inicio de la pandemia o la carrera sin cuartel por demostrar quién tenía el hospital de campaña más grande, aunque luego no se supiese gestionar o no se contase con profesionales para ponerlo en marcha, teniendo que recurrir a un estudiantado de enfermería y medicina al que, sin embargo, se le impedía desarrollar sus prácticum en esas mismas organizaciones. Útiles para sus intereses exclusivamente. Otra de las paradojas con las que constantemente nos sorprendían.

En esta terrible situación, los cuidados profesionales enfermeros, emergieron como pocas veces antes lo habían hecho. La ausencia de respiradores y de equipos, la distancia obligada, en muchos casos hasta límites difíciles de entender, con las familias a la puerta incluso de la muerte, el sufrimiento, la soledad… tuvieron en los cuidados enfermeros el eficaz consuelo, la deseada compañía, el reparador contacto, la estimulante escucha, el necesario alivio, que nada más les proporcionaba y que les mantenía firmes en su esfuerzo por salir de tan dramático estado.

Cuidados que aunaban conocimiento científico, humanístico y técnico y que requerían de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis, incluso en aquellos lugares que sistemáticamente fueron olvidados o dejados en manos del mercantilismo privado de los cuidados como las residencias de personas adultas mayores en donde la precariedad, la falta de personal cualificado y la desidia actuaban como caldo de cultivo ideal para la COVID 19 y sus devastadoras consecuencias.

Cuidados que trascendieron de las unidades de cuidados intensivos, de los hospitales de campaña o de los teléfonos desde los que las enfermeras comunitarias trataban de responder a la incertidumbre, el dolor y la alarma que el caos pandémico estaba ocasionando, para visibilizarse como la fuerza sanadora, reparadora, consoladora que se precisaba y que nunca hasta ahora se había hecho tan patente como imprescindible.

Cuidados que contribuían a asimilar, afrontar, convivir con sentimientos y emociones encontradas ante tanta incertidumbre y miedo.

Cuidados que empezaron a llamar la atención de quienes sistemáticamente los habían ignorado cuando no estereotipado hasta el ridículo como los medios de comunicación.

Cuidados que tuvieron que ser verbalizados por quienes siempre los habían silenciado, minusvalorado o despreciado como las/os políticas/os y las/os gestoras/es. Incluso por quienes siempre los habían considerado subsidiarios a su actividad profesional como única protagonista de la atención a la salud, como los médicos.

Siempre, salvo honrosas, pero lamentablemente escasísimas excepciones, fue así. Los cuidados se hicieron paso para asomar por las grietas del caduco y agotado modelo sanitario en el que siempre se prestaron adquiriendo valor y siendo referencia de calidad, pero sin que se les otorgase la importancia ni el lugar que les correspondía.

El oleaje provocado por la pandemia fue dejando jirones de realidad que requerían de una clara y decidida intervención para lograr reparar, no ya los efectos de la citada pandemia, sino del maltrecho Sistema Nacional de Salud, que todos coincidían en que necesitaba de una revisión en profundidad, aunque todo hay que decirlo, unos con mayor fervor y convencimiento que otros, que se sumaban, no por convicción sino por evitar quedar en evidencia.

Se empezaron a convocar, con idéntico mimetismo que anteriores decisiones, comisiones de reconstrucción a nivel nacional, autonómico, municipal… con el aparente objetivo de identificar qué medidas debían adoptarse para tratar de corregir las deficiencias y evitar las consecuencias de similares situaciones futuras. En todas ellas quedaron de manifiesto al menos dos cuestiones, la necesidad de cambiar el modelo del actual SNS y la puesta en valor de los cuidados como elemento fundamental en un contexto como el que dejaba la pandemia. Pero con idéntica inercia a como se habían convocado se fueron diluyendo en el olvido, poniendo de manifiesto que tan solo se trataba de una nueva y patética puesta en escena con la que quedar bien pero con muy poca y real voluntad política por intentar solucionar las cosas, mientras las olas se sucedían sin que nada o muy poco cambiase en el panorama sanitario más allá de las campañas de vacunación, planificadas y gestionadas por enfermeras, que servían de bálsamo reparador o de cortina de humo ante tanta falta de acción como de solución.

Pero la falta de respuestas y el deterioro progresivo del Sistema en general y de la Atención Primaria y sociosanitaria en particular, obligó a las/os decisoras/es políticas/os a dar un paso al frente para recuperar el Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria, que se aletargó con el inicio de la pandemia. Así como plantear, al inicio de la pandemia, cambios profundos en el Sistema Nacional de Salud, que fueron abandonados sin justificación alguna. Ocultando las propuestas planteadas para tan necesario como imprescindible cambio por las/os expertas/os en un documento que estará durmiendo el sueño de los dioses en algún cajón, disco duro o papelera ministeriales [2].

Pero lo que nada ni nadie puede ocultar, ni lo que el oportunismo de determinados/as políticos/as pueden impedir, es que la realidad se siga manifestando con toda su crudeza. El SNS está basado en un modelo claramente ineficaz e ineficiente en el que la enfermedad, la tecnología, el hospitalcentrismo, la medicalización, la fragmentación y el asistencialismo, entre otros, son la base sobre la que se sustenta, se organiza y se gestiona. Modelo creado a imagen y semejanza de quienes lo crearon y utilizan como centro de su actividad y desarrollo disciplinar, pero que no es capaz de responder ni a las necesidades de salud ni a las demandas de la población. Modelo en el que la Atención Primaria se incorporó, tras la Ley General de Sanidad, con renovadas propuestas de atención, organización y gestión, que progresivamente fueron siendo neutralizadas o eliminadas por quienes no tan solo nunca creyeron en él, sino que lo veían como una amenaza a su hegemonía médico-sanitarista, hasta convertirlo en un mero instrumento de su voracidad de poder y en una sucursal subsidiaria de los hospitales. Modelo en el que, por descontado, los cuidados no están institucionalizados ni por supuesto, son valorados, reconocidos ni reconocibles, más allá de la mera utilización semántica, lo que les sitúa en la indiferencia institucional y el valor residual de la atención, a pesar de que quienes los prestan son las/os profesionales más valoradas/os del Sistema por la sociedad, precisamente por eso, por prestar cuidados.

Ante tal cúmulo de evidencias los documentos que finalmente han logrado salir a la luz, con serias resistencias, plantean cambios sustanciales en sus estrategias como la identificación de las enfermeras como profesionales clave del cambio y de sus cuidados como acciones imprescindibles ante el contexto que la pandemia ha dejado al descubierto. Se rompe, al menos sobre el papel y a falta que se concrete en la práctica real, el corsé médico-asistencialista. La salud, la participación comunitaria, la promoción y la educación para la salud… recuperan el protagonismo que nunca debieron perder y que fue erradicado y penalizado en favor de la enfermedad y la medicalización. Pero también rompe con la hegemonía corporativista irracional, incoherente y acientífica según la cual los puestos de responsabilidad se reservaban en exclusividad a los médicos por el simple hecho de serlo, más allá de sus capacidades, competencias, actitudes y aptitudes. Estableciéndose que el acceso a los mismos lo será por capacidad y mérito y no por el hecho de ser médico.

Así pues, todo lo vivido, lo perdido, lo sentido, lo llorado…, gracias a todo el trabajo colectivo, tras la pandemia, fue remitiendo, se fue olvidando, perdiendo, desnaturalizando y con ello debilitando las defensas que controlaban el contagio del peor virus profesional, el poder, que adquirió toda su crudeza e irracionalidad ante las propuestas comentadas, por entenderlas como una amenaza a la recuperación del mismo. La pandemia logró que se visibilizase y reconociese lo que desde otras disciplinas se puede aportar en beneficio de la salud, su prestación o su gestión. Pero había quienes permanecían al acecho para atacar cuando pasase lo peor. Y a partir de ahí recuperar el poder autoritario, intolerante, excluyente, posesivo, irracional, abusivo, por el que se pierde la noción del servicio a la salud para dejar paso al servicio de la notoriedad, el narcisismo y el egocentrismo, por parte de sátrapas parapetados tras puestos de supuesta representación profesional o laboral, que esperan el momento propicio para asestar sus golpes de gracia populista con discursos vacíos sin la más mínima evidencia científica pero con una carga letal de rencor, odio y, sobre todo miedo, a que profesionales preparadas/os, capaces, competentes, eficaces y eficientes puedan ocupar los puestos que hasta entonces les habían estado reservados por el simple hecho de tener un título académico determinado que no es superior al de quienes pueden optar a los mismos en base a criterios objetivos de capacidad y mérito.

Quienes, según los documentos consensuados y aprobados, podrán acceder a puestos de responsabilidad, lo harán por el hecho de contar con un Grado Universitario de igual valor que el de cualquier otro de los existentes en el catálogo del Ministerio de Universidades. O por poseer Máster o Doctorado al que tienen acceso desde dichos Grados Universitarios.

El pueril argumento de que ellos la tienen más larga, en referencia a los años que cursan, no es en ningún caso un argumento científico ni por tanto merecedor de tenerse en cuenta. Los créditos que componen los estudios son como el chicle, que se pueden estirar todo lo que se quiera e incluso se pueden hacer con ellos globos que tan solo tienen un poder efectista que acaba cuando explota el mismo, al igual que sucede con el discurso inflado de razones sin fundamento que se diluye con la evidencia. No por más años en la Universidad se alcanzan mejores resultados, ni académicos ni profesionales, aunque aparentemente pueda parecerlo y así se pretenda hacerlo.

Incluso, establecen su propio cortijo, chiringuito o territorio, al tomarse la libertad que por otra parte les es permitida, para separarse de las Ciencias de la Salud, cuando se constituye en alguna Universidad una Facultad con dicha denominación en la que se imparten diversas titulaciones. Deciden, no formar parte de dichas Ciencias de la Salud para mantener su denominación de Medicina. De ahí que existan, con el beneplácito y bendición de las Universidades, Facultades de Ciencias de la Salud y Medicina en una decisión que no tan solo escapa a la lógica sino, a algo mucho más grave, a la ciencia. Lo que se convierte en una nueva muestra de su patética enfermedad de poder, situándoles en el ámbito de la extravagancia. Desde dicho planteamiento se debería cuestionar el que pudiesen trabajar en Centros de Salud dada su renuncia expresa a ser parte de las disciplinas Científicas de la Salud. O rizando el rizo que se constituyeran, en paralelo y de manera independiente a los centros de salud, centros de enfermedad o de medicina. Mejor no dar ideas.

Pero a pesar de ello o precisamente por todo ello, dichos sátrapas, que por lo general nunca han destacado por sus aportaciones científico-profesionales, amenazan permanentemente con demandar tales decisiones ante los tribunales en una nueva y patética demostración de poder de cómic con el que alimentar su ego y conseguir el fervor de unos cuantos acólitos que actúan de palmeros, mientras la gran mayoría del colectivo médico asiste atónito y avergonzado ante tal demostración de ignorancia y supuesta fuerza de liderazgo pandillero.

El problema, sin embargo, no está tanto en la existencia de este tipo de figuras histriónicas, sino en la respuesta que desde los tribunales hagan los jueces a la hora de interpretar las leyes que siguen protegiéndoles gracias a la connivencia de quienes las elaboran para mantener su estatus, es decir, las/os políticas/os que o bien mantienen normas caducas y algunas de ellas predemocráticas o bien legislan bajo la presión del lobby de poder al que se someten. Con ello se cierra el círculo perfecto para el mantenimiento de la hegemonía autocrática disciplinar.

No se trata de supuestos ataques o amenazas infundadas. Recientemente representantes de colegios profesionales y sindicatos médicos en la Comunitat Valenciana[3],[4] y Asturias[5] han dicho pública y reiteradamente que van presentar demandas contra la posibilidad de que las enfermeras puedan acceder a direcciones de centros de salud o contra el nombramiento de direcciones generales ocupadas por enfermeras. Todo un alarde en defensa del clasismo médico, que no profesional. Y es que, a mí, me pasa como a Thomas Jefferson[6] que “nunca he podido concebir cómo un ser racional puede perseguir la felicidad ejerciendo el poder sobre otros”, a partir de aquí cada cual que saque sus propias conclusiones, pero, blanco y en botella.

Ante estas bravuconerías sería deseable que la clase política tomase nota y se mantuviese firme en la necesidad de normalizar una situación que hasta la fecha ha sido claramente antinatural y sobre todo muy injusta. Para ello se debería empezar por regular la pertenencia de las enfermeras como grupo A1 como lo son médicos, biólogos, psicólogos, abogados o economistas, que son contratados con una titulación académica de idéntico nivel, valor y consideración legal que la que poseen las enfermeras. Mantener esta situación de clara inequidad y desigualdad es tan solo una evidencia más de la permisividad ante las presiones de la clase médica y de incoherencia política y legal.

Pero también resulta imprescindible que a quienes les duele la boca de decir que las enfermeras son el pilar fundamental del Sistema, sin creérselo claro está, actúen con un mínimo de ética y respeto dando idénticas oportunidades, por ejemplo, de investigar, a todas/os las/os profesionales y no tan solo a las/os de una disciplina. Es el caso, por poner tan solo un ejemplo, del Servicio de Salud de Castilla y León (Sacyl), donde las enfermeras no pueden acceder en igualdad de condiciones ni de contenidos a la biblioteca virtual para hacer investigación. Una clara muestra de la falta de respeto y de reconocimiento a la aportación científica enfermera. Patético.

Mención especial merecen quienes desde la incompetencia más absoluta o la inquina más irracional de los puestos de responsabilidad que ocupan en ministerios y consejerías autonómicas paralizan, limitan, dificultan, retrasan, bloquean… la evolución e implementación de las especialidades enfermeras. Porque más allá del daño que causan al desarrollo enfermero, está el causado a la población a la que se priva de unos cuidados de mayor calidad. Casualmente quienes ocupan estos puestos son en su mayoría médicos. Lo que no debería suponer ninguna sospecha desde la perspectiva ética y estética que debieran tener y aplicar. Pero lamentablemente la realidad es muy tozuda.

Finalmente, no deja de ser curioso, o más bien deplorable, que no se tenga reparo alguno en que un gerente de Departamento o Área de Salud pueda ser un economista o un abogado, pero que se ponga el grito en el cielo ante la sola posibilidad de que lo sea una enfermera. Lo que nos lleva a una conclusión derivada de la más elemental lógica, que no es otra que el miedo a quedar en evidencia dada la capacidad, competencia, eficacia y eficiencia demostradas por las enfermeras en muchísimos puestos de responsabilidad a los que han podido o les han dejado acceder.

Ante estas demostraciones de fuerza y abuso consentido, hay quienes se animan a reclamar territorios que ni les pertenecen ni están en disposición de ocupar por no disponer de las competencias para ello, pero que suponen un apetecible objetivo comercial para sus negocios privados por mucho que se empeñen en repetir que prestan un servicio público. Nuevamente un lobby, en este caso la farmaindustria, somete a presión a las/os decisoras/es políticas/os aún a costa de la falta de rigor de las propuestas mercantilistas. En paralelo, profesionales con idéntica titulación en el sistema público, al que han accedido por especialidad y méritos, que no por capital, no son ni reconocidos ni valorados en su justa medida y tienen que asistir como espectadores atónitos ante lo que es una clara intromisión que, además, proviene de un ámbito privado y por tanto con claros intereses económicos disfrazados de un falso altruismo.

Si quienes tienen la responsabilidad política de la sanidad no ponen coto a estos desmanes de claro autoritarismo y desprecio a la ciencia y a la coherencia, consintiendo con sus decisiones tales actitudes, serán cómplices directos de la perpetuación del poder clasista y acientífico que lastra y paraliza el Sistema Nacional de Salud. Como dijera Gonzalo Torrente Ballester[7], “el poder más peligroso es el del que manda, pero no gobierna.

Las enfermeras, por su parte, deberíamos evitar la tentación de morir de éxito o de pensar que todo está ganado o, lo que es peor, que ya hay quien se encargará de que se gane. Ni nada está ganado, ni nadie nos regalará nada. Lo que seamos, lo seremos porque lo habremos logrado con trabajo, esfuerzo y convencimiento en lo que hacemos y en lo que somos. No sería bueno que confundiésemos determinados logros, que los son, de reconocimiento y visibilidad hasta ahora vetados, con un posicionamiento de poder, lo que nos situaría en similar posición a la que tanto se critica. Nuestra influencia, que no poder, no está en lograr el poder adquirido por otros. Nuestro objetivo nunca debe ser el de apartar a nadie para ocupar su lugar, porque ese lugar ni nos corresponde ni se ajusta a nuestro paradigma enfermero. Nuestra influencia y liderazgo debe ser el de la comunidad, al lado de las personas y sus familias, que requieren de nuestros cuidados. Tan solo desde esta posición lograremos ser respetados. No nos dejemos deslumbrar por una fascinación tan artificial como traicionera que a lo único que nos llevaría sería a la ceguera. Lo contrario sería un suicidio tan innecesario como estúpido que nos sumiría en el más absoluto anonimato profesional y social.

Nadie es prescindible, pero mucho menos imprescindible. La Salud es demasiado importante para estar en manos exclusivamente de una disciplina. Tan solo desde el trabajo transdisciplinar, pero, sobre todo, desde el respeto se podrá prestar una atención integral, integrada e integradora que promocione la salud desde la participación real de la comunidad y anteponiendo los objetivos comunes a los individuales, corporativos o económicos.

Tras más de dos años de pandemia, estaría bien que hubiésemos aprendido, todas/os, que las personas, las familias y la comunidad a las que nos debemos están muy por encima de las peleas callejeras para marcar territorios de un poder que ni nos pertenece a nadie ni favorece la aportación específica de todos y cada uno de los profesionales que intervienen para mejorar su salud. Mientras sigan existiendo mentes que, en lugar de pensar, analizar y reflexionar, se dediquen a intrigas palaciegas y emboscadas callejeras, y exista quien pudiendo y debiendo, no actúe para impedirlo, seguiremos instalados en las penumbras, cuando no en las tinieblas, de la convivencia científico – profesional y de la connivencia político-profesional.

Hablar de equipos en estas condiciones es no tan solo un eufemismo sino una clara falacia que nos impedirá dar respuestas de calidad a quienes les corresponden, las merecen y las demandan.

La fascinación del poder y por el poder debilita al Sistema y un Sistema debilitado no es capaz de ofrecer lo que de él se espera y desea, provocando claras inequidades dentro y fuera del mismo.

[1]  Historiador inglés (1834-1902).

[2] Plan de acción para la transformación del Sistema Nacional de Salud en la era COVID 19. Ponencia del Ministerio de Sanidad y un Grupo de 20 profesionales expertos.

[3] https://www.cesm-cv.org/por-que-hay-que-rechazar-el-plan-de-atencion-primaria-de-la-comunidad-valenciana/

[4] https://www.informacion.es/alicante/2022/02/17/ley-deja-claro-centro-salud-62710926.html

[5] https://www.lne.es/asturias/2022/03/12/colegio-medicos-lleva-tribunales-principado-63744736.html

[6] Político Estadounidense (1743-1826).

[7]Escritor español (1910-1999).

GRACIAS POR LO APORTADO

“Se me ha dado tanto que no tengo tiempo para reflexionar sobre lo que se me ha denegado.”

Helen Keller[1]

 

Llevo cumpliendo muchos años como enfermera. Muchos más que sin serlo, lo que evidentemente es una evidencia de mi longevidad, pero también de mi gran fortuna.

Gran fortuna por haber tenido la oportunidad de descubrir, porque la descubrí, la Enfermería. Lo mío no fue un idilio vocacional, lo siento, algo tenía que salirse del guión almibarado.

Gran fortuna por haber disfrutado y también sufrido, que de todo ha habido, de la evolución de la Enfermería, desde la entrada de los estudios en la Universidad, de la que se cumplen 45 años, pasando por la creación y desarrollo de la Atención Primaria de la que participé activamente, por la fundación de la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), por mi trabajo como enfermera comunitaria al lado de las personas, las familias y la comunidad en uno de los primeros centro de salud de España, de mi actividad gestora como Director Enfermero, de mi incorporación a la Universidad en donde tuve la oportunidad de ser Doctor como enfermero sin necesidad de atajos, de mi participación en el programa de la especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria, de fundar la Academia de Enfermería de la Comunitat Valenciana, de crear la Cátedra de Enfermería Familiar y Comunitaria… pero sobre todo y ante todo por haber tenido la inmensa fortuna de tener unas y unos grandísimas/os referentes y compañeras/os de viaje de las/os que tanto he aprendido y que tanto me han enseñado.

Nada de lo vivido hasta ahora tendría sentido sin ese viaje compartido, incluso con quienes mantuve o mantengo diferencias, pues de todo y de todos se enriquece uno.

En este día de celebración, por tanto, he querido escribir estas líneas para agradecer a cuantas/os habéis hecho posible que sea lo que soy y que me sienta tan orgulloso de serlo.

Ser enfermera, a parte de mi familia, es lo mejor que me ha pasado en mi vida. Ese descubrimiento y enamoramiento progresivo, intenso, apasionado, comprometido, alegre y doloroso a veces, sincero, cercano, compartido, generoso, permanente, leal, ilusionante, vehemente… me ha llevado a vivir experiencias y emociones extraordinarias que permanecen vivas en mi memoria. Memoria que trato siempre de compartir con la ilusión de que otras enfermeras se contagien de mi sentimiento de pertenencia y de permanencia en y con Enfermería.

No me identifico, ni lo quiero ni pretendo, sin ser enfermera, sin sentirme enfermera, por mucho que haya quienes traten de restarle valor o de creer que no merece la pena. Todos y cada uno de los años vividos como enfermera han valido la pena. Nada de lo vivido me sobra ni nadie con quien lo he vivido se me olvida. Todo y todos, en lo bueno y en lo menos bueno, me ha permitido crecer y creer.

Por todo ello en este día de cumpleaños me apetece tanto daros a todas/os las gracias por lo aportado y pediros que, por favor, sigáis aportándome durante muchos más. Porque, que lo sepáis, nunca dejaré de ser y sentirme ENFERMERA y, por tanto, nunca dejaré de pensar, trabajar, amar, disfrutar, crecer, vivir, soñar, como ENFERMERA.

MUCHAS GRACIAS

[1]  Escritora y activista política estadounidense (1880-1968)

GUERRA Y PAZ Enfermeras en la guerra y por la paz

A Albert Llorens García y Andrés Climent Rubio

Por su compromiso e implicación con la salud global desde una mirada enfermera, equitativa, igualitaria y en libertad.

 

“De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso”

León Tolstói[1]

 

Poco imaginaba León Tolstói que su obra culmen, Guerra y Paz, adquiriese una trascendencia, más allá de la literaria, dado el conflicto que el máximo dirigente de su país natal ha decidido emprender contra Ucrania y contra el mundo. Lamentablemente, al menos a corto plazo, tan solo la Guerra es patente y demoledora. Deberemos esperar a que lo antes y al menor coste posibles llegue la Paz.

Tolstói utilizó la conjunción copulativa “y” para unir ambas palabras como concepto afirmativo y no la conjunción coordinante “o” como valor disyuntivo para expresar alternativa entre ambas opciones, dando a entender que la una es inseparable de la otra y que no hay opción de elegir entre una u otra como, desgraciadamente, ha demostrado Putin con su decisión imperialista y autocrática.

Pero más allá de estas disquisiciones semánticas que, como todas, no están exentas de intencionalidad y sentido y nunca son inocentes, sobre lo que hoy quiero reflexionar es sobre las enfermeras en la Guerra y/o en la Paz. Pero lo quiero hacer desde una perspectiva que se aleja de la más recurrente narrativa de la atención a los heridos en el campo de batalla o en la retaguardia del mismo.

Porque la guerra, en su expresión más gráfica y limitada es mayoritariamente entendida e incluso visualizada y expresada por la contienda o batalla en las que se hace uso de las armas y la fuerza para vencer al enemigo que, paradójicamente, cada bando identifica en su contrincante no siendo, por tanto, un único el enemigo, ni mucho menos siendo identificado como tal por quienes finalmente tienen que arriesgar sus vidas matando para no ser matado sin saber muy bien por qué o dando por bueno lo que les trasladan quienes realmente deciden la guerra sin exponerse ni a ella, ni al dolor, sufrimiento y muerte que la misma provoca y que de manera cínica e hipócrita dicen provocar para lograr la paz.

Así pues, podemos decir que en muchas ocasiones no sabemos bien determinar dónde termina la paz y empieza la guerra o dónde acaba esta y se retoma la paz, o si bien guerra y paz forman un continuo vital en nuestras sociedades.

En cualquier caso, lo que es indiscutible es que, tanto en la guerra como en la paz, las enfermeras han jugado, juegan y continuarán jugando un papel fundamental que no siempre ha sido, ni es identificado, abordado y tratado con la suficiente sensibilidad, ni con el adecuado y necesario rigor, y mucho menos con el valor que su participación tiene con relación a la salud de las personas, las familias y la comunidad.

Es innegable la relación de la profesionalización de la enfermería con la guerra a través de Florence Nightingale durante su participación en la guerra de Crimea de 1853 a 1856. Guerra que se libró entre el Imperio ruso y el Reino de Grecia contra una liga formada por el Imperio otomano, Francia, el Reino Unido y el Reino de Cerdeña. En la misma Florence Nightingale actualizó los hospitales de campaña y la atención a los soldados heridos en este conflicto absurdo y mitificado como pocos por la literatura y el cine. Ella, que sabía de qué hablaba, resumió así las batallas: “Sangre, dolor, gritos, llantos y muerte”, en una guerra que finalmente perdió Rusia, pero en la que la desnutrición y las enfermedades causaron más muertes que las balas. Fueron centenares de miles, un adelanto de lo que estaba por venir en la Primera y la Segunda Guerras Mundiales y que parece querer replicar Putin con la invasión y asentamiento en Crimea primero y con la invasión en curso de Ucrania después, sin saber a ciencia cierta qué es lo que se le puede ocurrir después.

Florence Nightingale, mujer en una Inglaterra victoriana y conservadora, renunció a su condición social y económica para acudir, con otras 40 enfermeras a las que reclutó, a Crimea en donde a diferencia de lo que sucede en la novela Guerra y Paz de Tolstói en la que la condición social otorgaba privilegios de atención a los heridos, para ella todos los militares, con independencia de su rango, eran iguales en trato y cuidados.

Sin embargo, también hay que destacar que la posición económica y social de Florence contribuyó a su reconocimiento al contrario de lo que le sucedió a la mestiza jamaicana Mary Seacole, que viajó con sus propios medios, trabajó sin apoyo oficial y tuvo que vencer los prejuicios por el color de su piel, sin que su aportación fuera menor a la que hiciera Nightingale[2].

En cualquier caso, la guerra de Crimea y la participación en ella de las enfermeras supuso el punto de inflexión indiscutible para la enfermería moderna y su profesionalización.

La Primera Guerra Mundial fue el primer conflicto bélico en el que las enfermeras realizaron un trabajo organizado como profesionales. A pesar de ello, el reconocimiento a su participación no llegó hasta bastante tiempo después de finalizada la guerra.

Además, hay que destacar que su aportación estuvo muy mitificada y alejada de la realidad, trasladándose una imagen romántica, gentil y angelical que perduró durante generaciones. Imagen que, en gran medida se mantuvo al no dejar las enfermeras registros escritos de su actividad, lo que era aprovechado por escritores o historiadores que poco o nada conocían sobre su importantísimo y necesario trabajo, así como de las durísimas condiciones en las que lograron salvar miles de vidas.

Otro hecho destacado en esta contienda fue, sin duda, la participación de enfermeras voluntarias sin formación alguna que provocó el enfrentamiento con las enfermeras profesionales que habían logrado un reconocimiento que acababan de obtener y no querían perder por con la incorporación de estas inexpertas mujeres. Es por ello que, a gran parte de ellas tan solo les dejaba realizar tareas que no requerían de formación alguna, como la limpieza de los hospitales de campaña, el aseo rutinario de los enfermos, el vaciado de bacinillas, el cambio de la ropa de cama…Tan solo si demostraban alguna habilidad se les permitía realizar otra actividad, siempre bajo la escrupulosa vigilancia de una enfermera profesional.

A pesar de ello, las enfermeras profesionales no obtuvieron ningún tipo de reconocimiento legal ni de registro hasta mucho después. Al finalizar la Primera Guerra Mundial el olvido fue el pago recibido a su trabajo, volviendo a ser considerada su aportación una tarea femenina y ausente de valor y, por tanto, sin el reconocimiento social que merecían tras haber demostrado su valía en la retaguardia de media Europa.

Con relación a la Guerra Civil española, el papel que durante la misma desempeñaron las enfermeras también estuvo relegado al olvido y al absoluto ostracismo a pesar de ser el colectivo de profesionales femeninas que tuvo una participación más directa en el conflicto bélico.

La aportación de las enfermeras en el campo de batalla, en los hospitales de campaña y hospitales de sangre resultó completamente imprescindible y heroico, sobre todo si se tienen en cuenta las durísimas condiciones en las que tuvieron que desarrollar su trabajo cuidando y velando por el bienestar de los enfermos y heridos en combate, ayudándoles y acompañándoles en sus últimos momentos.

Más allá de los indudables avances que en el abordaje de heridas e infecciones se lograron durante la guerra, atendidas en gran medida eran por las enfermeras, el conflicto bélico supuso un cambio muy significativo tanto para las enfermeras como para las mujeres en general, al encontrar en el ejercicio de esta profesión un salvoconducto para traspasar las barreras de sus hogares y de los trabajos (habitualmente muy mal remunerados) que se les tenían asignados por cuestión de sexo. Sin embargo, la victoria del bando nacional y la instauración de la dictadura franquista supuso la paralización brusca de la profesionalización y desarrollo de la enfermería en España y la subsidiariedad a la profesión médica.

La participación de las enfermeras durante la segunda guerra mundial, supuso un cambio cualitativo en cuanto a que las mismas contaban con una formación castrense añadida a su formación como enfermeras, lo que les proporcionaba una mayor capacidad de movimientos en pleno campo de batalla. Su aportación, como en anteriores contiendas, fue imprescindible y como dato cabe destacar la baja tasa de muertes por infección, menos de un 4%, de los militares heridos que eran trasladados a hospitales de campaña para ser atendidos de sus heridas por parte de las enfermeras.

Como ya sucediese con anterioridad la imagen de las enfermeras se revistió de misticismo, estereotipos y tópicos que trascendieron a la sociedad en general a través del cine y la literatura, distorsionando su verdadera aportación profesional y el valor real de sus cuidados, lo que sin duda contribuyó a que el avance profesional y el reconocimiento social sufriese un indudable retraso[3].

Pero más allá de los campos de batalla, las guerras provocan graves consecuencias en la salud de las personas, las familias y la comunidad que, lamentablemente, quedan alejadas de los focos y la atención mediática y de la propia consideración colectiva, que tan solo identifica lo que acontece entre bombardeos y tiroteos.

No pretendo hacer una valoración de dicha perspectiva en anteriores guerras, de las que ya he descrito lo sustancial en cuanto a la participación de las enfermeras, pero en medio de un nuevo, inexplicable, tremendo, reprobable y doloroso conflicto bélico como el provocado por parte del totalitarismo de Putin, como ya sucediese con el provocado por Hitler, no lo olvidemos, considero que es importante reflexionar sobre qué hacemos y aportamos, o deberíamos hacer y aportar, las enfermeras durante la guerra más allá del escenario donde se desarrollan las batallas.

Sin olvidar que, aunque hemos “disfrutado” de una paz duradera en nuestro contexto tras la 2ª Guerra Mundial, este no ha estado exento de conflictos a los que, lamentablemente, dada su distancia geográfica y emocional, en la mayoría de las ocasiones hemos prestado poca o nula atención más allá de la generada por las noticias de alcance que nos llegaban a través de agencias. Pero sin que las citadas guerras comportasen alteración en nuestras placenteras vidas en paz. Sin que ello, además, significase la ausencia de muerte, sufrimiento, desplazamientos, desarraigo… que tan solo vivíamos o vivimos a través de imágenes o declaraciones que acaban siendo anecdóticas y fugaces. Categorizando y valorando las guerras, al igual que otros muchos aspectos de nuestras vidas, en función a cómo nos afectan no tanto emocionalmente como económica y socialmente hablando. De ahí que haya visiones, valoraciones, sentimientos, emociones, realidades… diferentes en función de dónde se desarrolle la guerra y quiénes sean los contendientes y afectados de las mismas. Hasta el dolor y el sufrimiento están sujetos a una escala de valor en función de quiénes los provoquen o los sufran.

Estamos asistiendo a un nuevo drama social de consecuencias incalculables que afecta a millones de personas que tienen que abandonar sus hogares; romper sus familias; interrumpir su actividad laboral, docente o de ocio y relaciones; huir de su tierra e incluso de su país; empuñar un arma para enfrentarse a un enemigo que hasta hace pocos días no tenían o reconocían como tal; asentarse en otros países con lenguas, normas, valores, tradiciones, diferentes; enfrentarse a los miedos, la incertidumbre, la soledad… Mientras tanto, en actos de indudable solidaridad, pero en muchas ocasiones también de inciertas consecuencias, muchas personas tratan de responder, con la mejor de las voluntades, a todas esas pérdidas y carencias sin tener en cuenta cómo y de qué manera afrontarlo, vivirlo, comprenderlo, asumirlo, conducirlo… sin que genere desequilibrios, confusiones o reacciones indeseables, pero muchas veces inevitables.

Solidaridad que no debería ser selectiva, en función de quiénes son las víctimas o de cuál es su procedencia. Los desplazamientos forzados, el hambre, el dolor, el cansancio, la desesperación… afectan a las personas como seres humanos y no como sirios, palestinos, afganos o ucranianos, que requieren respuestas equitativas a sus necesidades sentidas.

Pero todas estas valoraciones, al fin y al cabo, son subjetivas y, sobre todo, obedecen a culturas, valores, normas, nacionalidades, intereses… individuales y colectivas que generan posicionamientos diversos e incluso contrapuestos. Todos ellos lícitos y respetables, aunque no necesariamente tengan que ser compartidos ni asumidos por todos. Pero sobre los que, desde luego, no se puede, en ningún caso, fundamentar la actuación, intervención o abordaje, de las enfermeras.

Las enfermeras nos debemos a las necesidades que derivan de los problemas de salud de las personas, las familias y la comunidad a las que atendemos con independencia del escenario, procedencia, ideología, creencia, raza, orientación sexual o cualquier otro factor o característica. Nuestra responsabilidad es la de prestar cuidados profesionales que faciliten, desde la empatía, la escucha activa y la asertividad, el consenso de aquellas respuestas que permitan identificar, movilizar y articular los posibles recursos personales, familiares, sociales y comunitarios disponibles y accesibles en cada momento para, en base a los mismos, establecer las acciones o actividades que den respuesta a las necesidades identificadas. Todo ello al margen de interpretaciones o juicios de valor que dificulten o impidan la interacción entre las enfermeras y las personas a las que se atienden. Obedeciendo a un código ético y deontológico que deben marcar nuestra actuación más allá de nuestra conciencia.

La guerra, no tan solo mata con proyectiles, obuses, minas o bayonetas. La guerra causa heridas invisibles pero indelebles que socaban la integridad física, psíquica, social y espiritual de las personas que se ven involucradas en conflictos que les afectan como lo hace la metralla de una explosión, llenando sus mentes y sus vidas de múltiples fragmentos de desarraigo, pérdida, dolor, sufrimiento, carencia, recuerdos, vivencias, experiencias… que son muy difíciles de extirpar y que, en muchas ocasiones, permanecerán en sus vidas de manera permanente. Se trata, por tanto, de identificar, ayudar, acompañar, enseñar… a que puedan afrontarlas desde la autoestima que no de la resignación, desde el empoderamiento que no de la culpabilidad, desde la valentía que no de la temeridad, desde el autocuidado que no de la dependencia.

Las enfermeras como profesionales del cuidado que somos estamos obligadas a llevar a cabo una búsqueda activa de todos estos problemas. Nuestra competencia no se circunscribe a la asistencia ante un problema físico o una dolencia. Nuestra atención debe ser integral, integrada e integradora, activa y participativa, humanística y científica, autónoma y respetuosa, equitativa y accesible, cercana y acogedora, planificada y evaluada, resiliente y saludable. Y esto, sin duda, es lo más complejo de ser enfermera. Pero esto, precisamente, es por lo que podemos y debemos ser identificadas como valiosas, importantes, insustituibles y demandadas. Lo contrario nos sitúa en la intrascendencia, la invisibilidad y la permutabilidad.

Las enfermeras siempre hemos tenido un papel relevante y visible en las guerras. Otra cosa bien diferente es que las propias enfermeras seamos capaces de trasladar a la sociedad nuestra aportación significativa, específica y exclusiva de atender todos los efectos que una guerra causa y los afectos que la misma deteriora o elimina. Tanto los producidos directamente por efecto de las armas en los campos de batalla, como los que indirectamente afectan a la población que sufre las consecuencias derivadas de la propia guerra. El proxenetismo, la prostitución, la falta de educación, la ausencia de cuidados… provocados por la guerra conducen a una vida que es mucho más dolorosa que la propia muerte.

Pero es que, además, las enfermeras, tenemos la obligación de ejercer de activistas de la paz en nuestras intervenciones diarias a través de nuestras acciones de promoción de la salud, prevención de la enfermedad o atención a la misma y a la reinserción posterior. No es un activismo político, es un activismo profesional enfermero que, al margen de ideas o posicionamientos personales, debe plantear alternativas de salud que trasciendan las diferencias y busquen el equilibrio. Un activismo pacífico y conciliador que respete y promueva las acciones saludables bien sea a través de los determinantes sociales, de los objetivos y metas de desarrollo sostenible, de los activos de salud o de cualquiera otra política que facilite la equidad en salud. No podemos permanecer impasibles ni mirar hacia otro lado ante la desigualdad, la injusticia, la falta de libertad, la inequidad, la vulnerabilidad… que alimentan y provocan las guerras que permiten que se instalan permanentemente en la sociedad.

Cada vez tengo más claro que quien no esté en disposición de asumir esta responsabilidad como enfermera, debería plantearse seriamente dedicarse a otra cosa. Ser enfermera es y supone asumir este compromiso e implicarse responsablemente para atender a tantas heridas de guerra como las que lamentablemente se provocan y a las que nunca podemos ser ajenas desde una postura de lejanía, indiferencia o tecnicismo que nos desdibuja y nos transforma en profesionales tecnológicas.

Pero para ello, también tengo cada vez más claro que se precisa de un cambio radical en la manera en que formamos a las futuras enfermeras, en cómo gestionamos los cuidados, de qué manera los prestamos y en qué investigamos y cómo lo difundimos para que las evidencias trasciendan al mero y mercantilista impacto de las publicaciones y se sitúen en la realidad que favorezca el cambio preciso para atender con garantías y calidad necesarias y deseables los efectos de todas las guerras, con armas de fuego o sin ellas, con artillería o sin ella, con naves o sin ellas, porque no siempre su presencia es la que más muertes ocasiona. Pero también para ser capaces de identificar las guerras y sus efectos más allá de las consecuencias que provoquen a nuestro bienestar o economía, porque todas, aunque las ignoremos, precisan de nuestra atención y cuidados, por lejanas que nos parezcan.

No hay vida sin cuidados y no hay cuidados profesionales sin enfermeras profesionales. Los cuidados son vida y la vida precisa de enfermeras. El hombre, tristemente, ya se encarga de buscar y provocar la muerte a través de las guerras.

Es momento de hacer un pacto por la paz en el que los cuidados profesionales supongan un derecho fundamental de toda persona, familia y comunidad y que los mismos, además, estén garantizados por enfermeras que son quienes mejor respuesta pueden dar como las mejores estrategas posibles y deseables.

Nada, lamentablemente, nos puede garantizar que no existan sátrapas dictadores que provoquen nuevas guerras, pero sí que podemos asegurar una atención profesional enfermera que contribuya a la salud integral como uno de los mayores antídotos de la guerra o de sus consecuencias.

No dejemos que la literatura, el cine o los medios de comunicación vuelvan a determinar una imagen distorsionada y estereotipada de las enfermeras.

Narremos, proyectemos y definamos nosotras, lo que somos y aportamos las enfermeras en la guerra o en la paz.

Sin duda hemos sido importantísima en la guerra, seámoslo también por la paz.

[1] Novelista ruso, considerado uno de los escritores más importantes de la literatura mundial (1828-1910)

[2] https://www.lavanguardia.com/ocio/viajes/20190726/462672746388/florence-nightingale-carga-de-la-brigada-ligera-guerra-de-crimea-hospitales-de-campana.html

[3] http://enfeps.blogspot.com/2020/12/enfermeras-primera-y-segunda-guerra.html

DE ATENCIÓN PRIMARIA DE SALUD A ATENCIÓN PRIMARIA Y COMUNITARIA Cambios de película

A Mª Jesús Pérez Mora, referente que me descubrió la enfermería comunitaria y la Atención Primaria.

A Salvador Tranche, in memoriam, quien siempre creyó en una APS amplia, colectiva, participativa, inclusiva y plural.

 “¿Por qué se ha de temer a los cambios? Toda la vida es un cambio. ¿Por qué hemos de temerle?”

George Herbert[1]

Cuando allá por los años 80 se empezó a hablar del Nuevo Modelo de Atención para referirse a la Atención Primaria de Salud (APS), que se empezaba a implementar y desarrollar en España gracias, entre otros, pero muy particularmente a Ernest Lluch, la gran mayoría de profesionales, gestores, políticos e incluso la propia ciudadanía recelaban de la misma y de su aportación a la Salud Comunitaria. Era la hora del cambio[2]

[1]  Poeta, orador y sacerdote inglés (3 de abril de 1593 – 1 de marzo de 1633).

[2] La hora del cambio es una película dirigida por Salvatore Ficarra, Valentino Picone con Salvatore Ficarra, Valentino Picone, Vincenzo Amato, Antonio Catania

No es de extrañar, por otra parte, que sucediese esto dado que este nuevo modelo emergía en medio de un Sistema Nacional de Salud (SNS) que hasta ese momento había estado exclusivamente centrado en la enfermedad, fragmentado, medicalizado y de espaldas totalmente a la comunidad y a la participación activa y real de la misma. La Ley General de Sanidad[1] vino a sentar las bases de lo que debería ser a partir de ese momento una nueva concepción de la atención a la salud.  Atención a la salud para la que emergió la APS en sustitución de la hasta entonces Asistencia Médica Primaria desarrollada en los ambulatorios, denominados instituciones abiertas en contraposición a las instituciones cerradas u Hospitales que habían tenido un desarrollo muy importante desde los años 60, modulando a su alrededor y de quienes eran sus máximos y casi exclusivos exponentes, los médicos, toda la actividad asistencial. Por tanto, fuera del ámbito hospitalario todo era insignificante y sin valor, teniendo una aportación residual para la población, más allá de la asistencia a procesos agudos leves y a la administración de técnicas por parte de quienes fueron concebidos para tal fin, los Ayudantes Técnicos Sanitarios (ATS), casi exclusivamente varones, que en dichas instituciones eran conocidos como practicantes de cupo en las zonas urbanas, mientras las ATS femeninas, conocidas como enfermeras, eran las leales y obedientes ayudantes de los médicos en sus consultas para asistirles en sus tareas administrativas (cumplimentación y reparto de recetas) o cualesquiera otras que demandasen para su desempeño y confort (desde coser un botón, hacer un café o recoger las batas sucias y dispensar las limpias), todo aderezado por la figura de la Enfermera Jefe, verdadera “gobernanta” de dichos centros. En las zonas rurales, por su arte, estaba la figura de los practicantes de Asistencia Pública Domiciliaria (APD), que sin duda pueden y deberían ser identificados y reconocidos como los verdaderos referentes de las actuales enfermeras comunitarias, a pesar de lo denostado de su figura y del poco reconocimiento que hacia ellos se ha tenido, dado su legado de valor[2].

[1] https://www.boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-1986-10499

[2] Película cristiana donde se ve claramente una guerra entre un Pastor y un delincuente por ganar una ciudad para Jesús venciendo todos los obstáculos.

La irrupción de la APS, por tanto, supuso el principio del fin de dicha organización caduca, ineficaz e ineficiente, para dar paso a una APS que trataba de dar respuesta a los objetivos de salud para todos en el año 2000 emanados de la Declaración de Alma Ata de 1978. Por tanto podemos decir que cuanto menos fueron buenos principios[1].

[1] Buenos principios es una película dirigida por Yvan Attal con Yvan Attal, Charlotte Gainsbourg, Pascale Arbillot, Adèle Wismes, Sébastien Thiery .

Pero todo cambio y más aún si es tan drástico, extenso e intenso, genera siempre una gran resistencia[1]. Resistencia al propio cambio por miedo a lo nuevo, en sustitución a la rutina y el confort que otorga lo que se cambia; también a una supuesta pérdida de poder, influencia y reconocimiento por parte de quienes, hasta entonces, eran los únicos protagonistas de un escenario hecho a su imagen y semejanza; y por último por la incertidumbre de las enfermeras provenientes de ambulatorios, de hospitales y de zonas rurales, que se decidió fuesen el motor del cambio que se proponía y que asumieron con temor, pero también con implicación y compromiso. Situación que además coincidía con las nuevas generaciones de enfermeras formadas ya en la universidad con planes de estudios en los que la salud pública, la enfermería comunitaria, la gestión… se incorporaban como materias troncales que otorgaban capacidades y aptitudes, entonces aún no se hablaba de competencias, que respondían a los objetivos planteados en la APS. Al contrario de lo que sucedía con la formación inmovilista y conservadora de los médicos, al menos en sus estudios de licenciatura, que se palió de alguna forma con la especialidad de medicina familiar y comunitaria que generó una guerra interna en el colectivo médico y que fue identificada desde sus inicios, mayoritariamente como una especialidad “menor” o como última elección de las plazas MIR.

[1] El cambio es una película dirigida por Michael Goorjian con Wayne Dyer, Portia de Rossi, Edward Kerr, Michael DeLuise, Ron Marasco

Se constituyeron los que se vinieron a conocer como los primeros Equipos de APS[1] (EAPS), en los que se integraban médicos, pediatras, enfermeras, matronas, auxiliares de enfermería, auxiliares administrativos, trabajadores sociales y celadores como personal básico de los mismos, para desarrollar una atención integral, continua, continuada y participativa, con espacios de atención diferenciados y de gran autonomía, al menos en teoría, desde un supuesto trabajo en equipo que tan solo se quedó, por lo general, en el ámbito del deseo o de la imagen idealista que se trataba de proyectar.

[1] The A-Team (conocida en España como El equipo A y en Hispanoamérica como Los magníficos o Brigada A) es una película de acción basada en la serie de los 80 del mismo nombre, dirigida por Joe Carnahan, producida por los hermanos Scott Ridley y Tony y protagonizada por Liam Neeson, Bradley Cooper, Quinton Jackson y Sharlto Copley.

Pero esta organización fue vista, por quienes hasta el momento habían mantenido el poder absoluto, como una invasión a sus funciones por parte, sobre todo, de las enfermeras con sus consultas independientes de las médicas. Identificaron pues el trabajo en equipo como una amenaza a su poder que no a su actividad profesional, aunque la disfrazaran de intrusismo. Amenaza fantasma que fue desmontada sistemáticamente por parte de los tribunales en los que se presentaron las sucesivas demandas interpuestas contra dichas consultas enfermeras y la actividad en ellas desarrollada[1].

[1] Star Wars: Episodio I – La amenaza fantasma (título original en inglés: Star Wars: Episode I – The Phantom Menace; también conocida en español como La guerra de las galaxias: Episodio I – La amenaza fantasma) es una película de space operanota 1​ de 1999, escrita y dirigida por el director de cine estadounidense George Lucas.

El tiempo y el gran trabajo desarrollado por las enfermeras, así como una visión mucho más abierta, razonable y sensata, sobre todo de los nuevos especialistas de medicina familiar y comunitaria, supuso la normalización progresiva de lo que nunca debió ser identificado como una amenaza para nada ni para nadie.

La evolución y el devenir de la APS, como consecuencia de las nefastas decisiones y la regresiva concepción de la misma, condujo a que de manera progresiva se deteriorase hasta su absoluta degradación. Devino en una sucursal de la asistencia hospitalaria y una organización muy cercana a los extintos ambulatorios, con una inversión cada vez menor y con un descontento, entre las/os profesionales en general y las enfermeras en particular, creciente que evolucionó hasta las ilusiones perdidas[1], el conformismo y el inmovilismo alimentados por una caótica gestión y un nulo interés por parte de políticos y gestores que la llevaron a un estado de letargo o coma inducido en el que tan solo mantenía las constantes vitales del asistencialismo a través de la conexión mecánica con los hospitales sin que nadie quisiese desconectarla de los mismos. Todo lo cual hizo de la APS un ámbito que pasó de ser oscuro objeto de deseo[2] como consecuencia de infundadas y falsas creencias de paraíso laboral a destino fatal[3] del que se quería huir dada su situación de abandono.

[1] Las ilusiones perdidas es una película dirigida por Xavier Giannoli con Benjamin Voisin, Cécile De France, Vincent Lacoste, Xavier Dolan, Salomé Dewaels .

[2] Ese oscuro objeto del deseo es una película franco-española, la última dirigida por Luis Buñuel. Se trata de una muy libre adaptación de la novela de Pierre Louÿs La mujer y el pelele (La femme et le pantin).

[3] Destino fatal en España y 11:14 – Hora de morir en Hispanoamérica) es una película de 2003 acerca de una serie de acontecimientos interrelacionados que conducen a la misma hora, 11:14 p.m

En este punto, con escasa perspectiva de retorno o recuperación, surgió la propuesta de trabajar por un Marco Estratégico para la Atención Primaria y Comunitaria (APyC) por parte del Ministerio de Sanidad, con la participación de profesionales, decisores políticos y ciudadanía, que finalmente se tradujo en el documento publicado en el Boletín Oficial del Estado (BOE)[1] para iniciar el cambio tan necesario como deseado por muchos, como rechazado por bastantes.

En los grupos de trabajo multidisciplinares que se asignaron para su elaboración ya se pudieron identificar las primeras voces de quienes quisieron ver en esta reforma de la APS una oportunidad de mejora para su estatus, su influencia, su salario o su posición y no como una oportunidad de cambio real para mejorar la atención de la comunidad. Finalmente prevalecieron los planteamientos razonables, razonados, argumentados y rigurosos de quienes los defendieron a pesar de tan fuertes resistencias como débiles evidencias de quienes se oponían al cambio.

Cuando todo parecía indicar que finalmente se hacía una apuesta clara y decidida por renovar, fortalecer, valorar, visibilizar y relanzar la APyC, llegó la pandemia y con ella el contagio de la débil APS que la situó de nuevo en estado crítico al tiempo que olvidado sin ni tan siquiera ser merecedora de cuidados paliativos que permitieran reducir su dolorosa agonía en medio de tanto desconcierto, incertidumbre, miedo, dolor, y muerte, ante el que tanto hubiese podido aportar la APS y sus profesionales sino se les hubiese ignorado y minusvalorado.

Los famosos fondos europeos de recuperación y resiliencia, que algunos se empeñaron en hacernos creer que estaban siendo mal gestionados, vinieron a rescatar de una muerte segura a la APyC mediante la recuperación del Marco Estratégico para que el mismo pasase del papel y de las buenas intenciones al contexto de la acción y las decisiones que hiciesen posible rehabilitar y reinsertar a la APyC en un SNS que también precisaba de una profunda remodelación, para dar respuesta a las necesidades de las personas, las familias y la comunidad, más allá de las diferencias y aportaciones específicas de los 17 sistemas de salud en que se configura el mismo.

Pero de nuevo la identificación del cambio, despertó las resistencias y la oposición de quienes veían en él una nueva y ficticia amenaza a sus intereses corporativos, generando respuestas de reivindicación tan populista como exenta de argumentos y alejada de las verdaderas necesidades de la población.

Como si de un viaje en el tiempo se tratase, regresamos a los inicios de la APS cuando las demandas contra las consultas enfermeras trataban de ocultar la verdadera intencionalidad corporativista y excluyente de las mismas[2], con nuevos y populistas anuncios de demandas sistemáticas, producto de las ensoñaciones ridículas, de algunos representantes de colectivos médicos, ante las primeras reformas propuestas en algunas comunidades autónomas.

La nueva concepción de atención integral, integrada e integradora, fue confundida o mejor, interpretada por algunos colectivos, como espacio de colonización o asentamiento para sus intereses corporativistas, que veían en la APyC una oportunidad laboral con reivindicaciones muy alejadas de lo que debe ser. Odontólogos, podólogos, psicólogos, nutricionistas, especialistas de diferentes colectivos de geriatría y pediatría… reivindicaban un espacio propio que de hacerse realidad convertiría a la APyC en el camarote de los hermanos Marx[3].

[1] https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2019-6761

[2] http://efyc.jrmartinezriera.com/2022/02/17/metonimia-sinecdoque-o-metafora-desde-la-retorica-a-la-violencia-profesional-machista/

[3] Famosa escena del camarote de los hermanos Marx en la película Una noche en la ópera (A Night at the Opera), sexta película de los hermanos Marx y la primera que rodaron para MGM, después de su ruptura con Paramount.

La evidente degradación de la APS, las carencias que la pandemia dejó al descubierto, la paupérrima inversión, la precariedad en la dotación de personal y en sus condiciones de trabajo, el aparente, repentino y falso interés de los políticos por dar respuesta a todo ello, conduce irremediablemente a una batalla en la que posicionarse, de manera ventajosa y al margen de las verdaderas necesidades de la comunidad, por parte de los múltiples actores que de repente ven la APyC como el espacio ideal en el que asentarse, aunque ello vaya en contra de los principios que debe regir su organización. Porque finalmente, no nos equivoquemos, todo es cuestión de organización y gestión del modelo. Ni la incorporación de nuevos profesionales, ni tan siquiera el aumento de los ya existentes sin una clara planificación y racionalización, son la solución al actual estado de la APS. Más bien al contrario, conducirán irremediablemente a su colapso y fracaso ante las necesidades sentidas por la población y que siguen sin ser ni identificadas ni mucho menos atendidas en esa lucha disciplinar por ganar posiciones. Se trata, por tanto, de identificar qué competencias están asumiendo actualmente las/os profesionales de los equipos y cuáles pueden asumir realmente huyendo de la rigidez de los marcos competenciales que encorsetan y limitan las respuestas eficaces y eficientes, incorporando el trabajo transdisciplinar que centre el interés en las necesidades de la población y no en las de las/os profesionales en un intento por ganar poder en lugar de ofrecer las mejores respuestas posibles.

En medio de todo este desconcierto, generado por la torpeza de quienes tienen la capacidad de decidir, es decir, las/os políticas/os, surgen propuestas, que, centrándome en enfermería, contribuyen de manera tan torpe como inoportuna a desdibujar y vaciar de contenido y competencias a las enfermeras comunitarias, sean especialistas o no.

Lejos de fortalecer, valorar y reconocer, la aportación específica de las enfermeras comunitarias, desde diferentes organismos de representación profesional, como organización colegial o sindicatos, se esfuerzan, al margen claro está de las propias enfermeras comunitarias y de sus sociedades científicas, por reivindicar una figura como la enfermera escolar que, en España, tal como lo hacen, no tiene ningún sentido ni fundamento[1], [2], tratándose más de una escuela de seducción con la que atraer la atención de manera oportunista[3].

[1] Martínez Riera, JR. Enfermera Comunitaria vs Enfermera Escolar. Rev. Rol Enf. 2009; 32(7-8): 526-9.

[2] Martínez Riera, JR Intervención comunitaria en la escuela. Estado de la cuestión. Rev ROL Enf 2011; 34(1):42-9

[3] Escuela de seducción es una película dirigida por Javier Balaguer con Victoria Abril, Javier Veiga, Pepe Viyuela, Neus Asensi, Ginés García Millán .

En lugar de exigir una adecuada dotación de enfermeras comunitarias que permita llevar a cabo eficaces y eficientes intervenciones en el ámbito escolar desde los centros de salud. No se puede olvidar que los colegios e institutos son recursos comunitarios importantes y con necesidades específicas, pero también diferenciadas, que hay que gestionar desde la integralidad y no la fragmentación que supone incorporar figuras como la enfermera escolar. Hacer comparaciones con otros países, ocultando y sin tener en cuenta de manera interesada, la organización de sus sistemas de salud en los que no existe una red de APS como la de España con centros de salud de referencia accesibles y cercanos en todas las zonas básicas de salud, es tramposo y malicioso. Pero, además, fundamentar la existencia de las enfermeras en todos los centros escolares para atender a las/os niñas/os con problemas de salud (diabetes, epilepsia…) o las posibles urgencias derivadas de accidentes, teniendo un centro de salud de referencia, es ir contra los principios mismos de la APS y del sentido común. Dichas enfermeras tienen todo su sentido y es donde se debe centrar el esfuerzo por exigirlas en los centros educativos con necesidades especiales. Generar una información engañosa y tramposa para lograr la demanda de las/os padres/madres en un tema tan sensible, es realmente reprochable. No se trata de generar nuevas figuras sino de racionalizar las ya existentes y gestionar su adecuada y exigible respuesta mediante intervenciones en el ámbito escolar como enfermeras de referencia de los mismos.

Por otra parte, está el intento lícito, pero sin fundamento, por intentar incorporar enfermeras de las diferentes especialidades en APyC. Es el caso, por ejemplo, de las enfermeras especialistas en pediatría. Nuevamente se va contra la atención integral, desde un abordaje no tan solo individual sino también familiar y comunitario, como seña de identidad y principio fundamental de la APyC. Replicar el modelo médico en el que se incorporó a los pediatras desde el inicio de la APS en una decisión, sin referencia en otros países y que ahora resulta incómoda de revertir, aunque se identifique claramente su necesidad, es no tan solo un gravísimo error sino también una incoherencia a lo que supone el paradigma enfermero en general y la perspectiva comunitaria en particular. Tratar de justificar aquella decisión replicando el modelo con las enfermeras es no tan solo poco riguroso sino claramente incoherente. Fragmenta la atención, rompe la unidad de atención familiar, dificulta las intervenciones familiares y comunitarias y genera conflictos en el seno de los equipos. Las enfermeras comunitarias tienen las competencias específicas para prestar cuidados a las niñas/os de manera integral, integrada e integradora a lo largo de todo el ciclo vital, tanto de manera individual como a la unidad familiar en la que están integradas/os y en la comunidad y sus recursos de la que forman parte y donde conviven, como ya demostraron sobradamente, hasta que se decidió equivocadamente y por demanda de los pediatras que no de las enfermeras que se separase la atención entre edad infantil y adulta. Las enfermeras especialistas en pediatría tienen su ámbito de competencia, en base a su programa formativo, en los hospitales. La solución de la APyC no pasa por estas incorporaciones oportunistas[1].

[1] The Mechanic (titulada The Mechanic en España, El mecánico en Argentina y El especialista en México) es una película estadounidense de acción de 2011. Protagonizada por Jason Statham y Ben Foster. Dirigida por Simon West

La ineficaz y torpe gestión de las/os responsables sanitarios impidiendo la creación de plazas específicas y necesarias en unidades de cuidados intensivos pediátricos, neonatos, cirugía pediátrica… de hospitales, no puede ni debe ser el argumento para reclamar su incorporación en la APyC de manera totalmente artificial e innecesaria como nichos favorables de trabajo. Su papel como referentes/consultoras de las enfermeras comunitarias es una opción que, por el contrario, no se está contemplando y que puede ser una excelente respuesta a la necesaria coordinación y continuidad de cuidados entre ámbitos de atención.

Similar planteamiento empieza a esgrimirse con relación a las enfermeras especialistas de salud mental que realmente lo que tienen que reclamar es su incorporación en las unidades de apoyo de salud mental existentes en la APyC y no integrándose en los equipos de los Centros de Salud como algunas voces, al margen de las sociedades científicas, reclaman.

Con este mismo planteamiento se podrían incorporar nuevas peticiones como las de las enfermeras especialistas en geriatría y gerontología, en lugar de centrar el foco de interés y las exigencias en dar respuesta a las gravísimas carencias e intolerable precariedad de las residencias de personas adultas mayores y a la inaplazable respuesta de coordinación sociosanitaria.

Todo lo cual está dando pie a que desde la ignorancia y el oportunismo de los despachos políticos se hagan planteamientos de nuevas figuras profesionales mediante el desarrollo de titulaciones de Formación Profesional (FP) que fundamentalmente den una respuesta más económica a las necesidades de salud de diferentes ámbitos, aunque sean de peor calidad que las prestadas por las enfermeras[1][2].

Otro caso es el de Cataluña, creando nuevos perfiles profesionales (informadores de salud mental, gestor de salud, nutricionistas…) sin una planificación previa, sin tener identificadas las competencias de cada uno de los perfiles ni de qué manera se articularán con las de los profesionales ya existentes en los equipos, sin ni tan siquiera valorar en qué medida las competencias que supuestamente tienen que cubrir dichos perfiles están cubiertas ya por las enfermeras o médicos, sin saber de quién dependerán orgánica y funcionalmente… mientras tanto especialistas de enfermería familiar y comunitaria y de salud mental, por ejemplo, siguen sin ser incorporadas a los equipos, todo lo cual genera confusión, incertidumbre, confrontación y rechazo[3],[4]. Finalmente, lo que verdaderamente interesa a estos oportunistas es poder presentar una nueva propuesta política. Lo de menos es lo eficaz y mucho menos eficiente que pueda ser. El fin, su fin, justifica los medios, básicamente, porque dichos medios no son suyos sino de toda la ciudadanía. Por otra parte, una vez más, se demuestra el desprecio absoluto y el nulo interés por las enfermeras y por sus competencias, aunque ello vaya en contra de la población a la que supuestamente representan.[5].

[1]https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2022-1058

[2] https://www.grupo40enfermeras.es/

[3] https://www.diariomedico.com/medicina/politica/cataluna-nuevos-perfiles-profesionales-en-ap-en-lugar-de-mas-medicos-y-enfermeras.html

[4] https://www.diariomedico.com/enfermeria/familiar/profesion/martinez-riera-la-creacion-de-nuevos-perfiles-profesionales-no-es-la-solucion-los-problemas-de-la-ap.html

[5] Película dirigida por Paolo Genovese con Valerio Mastandrea, Marco Giallini, Alessandro Borghi, Silvio Muccino, Alba Rohrwacher

Todo lo cual, por otra parte, y siendo lo más preocupante, acaba calando en la sociedad que desdibuja aún más la imagen de las enfermeras y sus cuidados profesionales, lo que puede llevarnos al olvido que seremos.[1]

[1] El olvido que seremos es una película colombiana del año 2019 , dirigida por Fernando Trueba, basada en la novela homónima de Héctor Abad Faciolince.

Ante todo, esto urge que la profesión enfermera haga un análisis riguroso sobre su aportación y cómo y dónde hacerla de tal manera que la población nos identifique como indiscutibles e indispensables y se posicionen reclamando nuestra sustitución. Así mismo resulta imprescindible que nosotras identifiquemos claramente nuestros ámbitos competenciales y trabajemos desde el respeto mutuo y la colaboración y no desde el cainismo y el oportunismo que es aprovechado por quienes tienen sus propios intereses que no son, desde luego, los de las enfermeras en su conjunto, por mucho que los defiendan o enarbolen quienes diciendo ser sus representantes legítimos.

Mientras no identifiquemos la importancia de conectar con la ciudadanía y nos centremos en luchas internas tan inútiles como destructivas, derivadas de nuestra falta de concreción y coherencia, seguiremos abonando el terreno en el que surjan nuevas y artificiales figuras que nos hagan cada vez más prescindibles e invisibles.

No es tarea fácil, pero no por ello debemos pensar que no es posible lograrlo. Tan solo se trata de tener la voluntad y el coraje de afrontarlo. Seguir planteando excusas es parafraseando a Mason Cooley[1] la mejor forma de que no cambie nada, aunque pueda hace que todos se sientan mejor.

Hablar de Reforma de la APS al margen de las enfermeras o con las enfermeras peleando entre ellas, tan solo conducirá a una organización alejada de los principios que fundamentan y definen la propia APS y a la colonización de la misma por parte de otras figuras, en una especie de Invasiones Bárbaras[2] sin sentido.

En cualquier caso y tal como dijera Winston Churchill[3] “mejorar es cambiar; así que para ser perfecto hay que haber cambiado a menudo”, y distamos mucho de ser perfectos.

[1] Aforista estadounidense conocido por sus ingeniosos aforismos (1927 – 25 de julio de 2002) .

[2] Las invasiones bárbaras (Les invasions barbares en francés) es una película franco-canadiense dirigida por Denys Arcand en el año 2003.

[3] Político, militar, escritor y estadista británico que se desempeñó como Primer Ministro del Reino Unido de 1940 a 1945, durante la Segunda Guerra Mundial, y nuevamente de 1951 a 1955 por parte del Partido Conservador.