PASAPALABRA ENFERMERA

Alted López, Maria Salud, Amat Bordonado, Almudena, Aragonés Esteve, Paula, Baldó Calatrava, Marina, Benesiu López, Sergio y Blasco Mora, Susana, estudiantes de 4º de Grado de Enfermería en la Universidad de Alicante (2018-19), hacen un repaso a las competencias de las enfermeras comunitarias a través del juego de Pasapalabra. El rigor no debe estar nunca reñido con el sentido del humor.

VIRUS MONÁRQUICOS Y MONARQUÍAS VÍRICAS

            Pareciera como si los virus, o quien los genera, estuviesen esperando a que se iniciase el año de las enfermeras y matronas para diseminarlo por todas partes y que la campaña Nursing Now quedase oculta tras una mascarilla y en cuarentena.

Sin duda la irrupción del virus coronado, rebautizado como COVID-19, como si de un monarca se tratase, ha supuesto una verdadera revolución sanitaria, económica, política, informativa e incluso profesional, que ya se ha tornado en crisis. Curiosamente el auriga romano en “Asterix y la carrera de carros”, publicado en 1981, ya se denominaba así. Debe ser cosa de la herencia monárquica que viene de lejos por lo que se ve.

            El reinado de tan insigne monarca ha logrado en un periodo de tiempo muy corto lo que ningún otro posiblemente haya hecho hasta la fecha. Se trata de un monarca de todo el pueblo, como suelen autoproclamarse todos, pero que en este caso podemos decir que lo está demostrando al querer por igual a hombres, mujeres, jóvenes, viejos, ricos o pobres… siempre con claras limitaciones que ni la propia monarquía puede evitar, como tener una mayor querencia por los más débiles, a quienes incluso arrebata la vida.

            Se trata, además, de un monarca cuyo origen es un país donde no existe monarquía, aunque tampoco existe democracia y la información es controlada, acotada, manipulada, ocultada… con el objetivo de dar una apariencia de control de la situación que finalmente se desborda y trasciende las fronteras. Todo ello a pesar de las grandilocuentes muestras de poderío, construyendo hospitales de 1000 camas en dos semanas. Mientras, los gobernantes orientales se preocupan y ocupan para que tan inoportuno monarca no deje al descubierto las debilidades de la potencia económica, a pesar de lo cual sigue implacable el acercamiento al pueblo que, siendo consciente del impacto mediático, decide traspasar las fronteras del inmenso país para conquistar nuevas culturas, territorios, economías… en las que instalarse de manera más sigilosa pero no por ello menos invasiva, en su intento colonizador.

            Todos sabemos que las monarquías son muy dadas a la notoriedad y a concentrar la atención allá donde reinan, acaparando toda la información y provocando grandes especulaciones informativas en torno a sus constantes devaneos o relaciones, lo que provoca que las especulaciones, las intrigas, las insinuaciones… se conviertan en foco informativo permanente ante cualquier gesto, palabra, mirada, acción que el monarca pueda realizar para que de inmediato lleve a la interpretación informativa y al sensacionalismo o incluso la alarma de sus súbditos que comprueban con preocupación como los efectos de sus acciones pueden afectarles de manera muy directa.

            Tanto es así que el virus coronado lejos de verse amedrentado y limitar su expansión internacional, adquiere un mayor protagonismo y como si de un pavo real se tratase extiende su plumaje vírico infectando a nuevos pobladores que a su vez se encargan, sin quererlo ni saberlo, de trasladar a países en los que inicialmente el monarca no había ni tan siquiera reparado que pudiese asentar su reinado.

            Por su parte los gobernantes de países en los que poco a poco el monarca va sentando sus reales observan con preocupación cómo son incapaces de detener a tan mediático personaje, que sigue acaparando los focos de medios de manera continua y permanente, lo que hace que la población se sienta cada vez más amenazada por el poder del “rey” COVID-19, y la información líquida de las redes acompañe a los medios más tradicionales en una locura informativa que convierte en espectáculo el descontrolado poder monárquico, lo que lleva a situaciones de histeria colectiva y de confusión comunitaria que hacen que aumente el consumo compulsivo de productos tan poco habituales normalmente como las mascarillas o las soluciones hidroalcohólicas, con las que algunos desalmados, productores y comerciantes, hacen el negocio del siglo, sin que su uso sea necesario de manera universal.

            El mercado bursátil acaba infectado por el virus y su, frecuente debilidad, hace que los efectos de la infección supongan un verdadero y peligroso estallido sintomático, con evidentes pérdidas en los dividendos y claras muestras de astenia económica que no responde a las terapias de quienes, desde los despachos, se han visto superados por la potencial pandemia, no tanto vírica como informativa del miedo y el sensacionalismo. Y con ellas se resiente todo el dinamismo económico industrial, de servicios… que también han sido contagiados por la celebridad real.

            Mientras tanto el monarca sigue su implacable avance y pone en tela de juicio la pericia de los expertos que se esfuerzan por redactar guías que permitan a los profesionales afrontar los envites reales y los más peligrosos si cabe de las noticias que surgen, como si de una hemorragia masiva se tratase, de las televisiones, las radios, las redes o los diarios, que apostan periodistas en todos aquellos lugares en los que esperan poder obtener una primicia, en forma de nueva infección, contagio o incluso muerte, provocados por el monarca, que les permita ganar audiencia o ser más influencer que nadie.

            La OMS y otros organismos de salud pública tratan de poner cordura, pero con tal cautela ante la convulsión que es capaz de ocasionar el coronado, que no logran trasladar un mensaje contundente que genere tranquilidad y sentido común en una sociedad ya muy contaminada informativamente, que no tanto víricamente.

            Así pues, nos encontramos con una potencial pero todavía no confirmada pandemia vírica cuya morbi-mortalidad y extensión territorial de COVID-19 está lejos de indicar, racional y científicamente, que realmente lo sea, pero que existe ya una evidente pandemia mediática, ante la que difícilmente va a ser posible instaurar tratamientos de choque y mantenimiento, si la carga viral de las informaciones no se reduce drásticamente. Las coronas y quienes las portan, en esta frenética diseminación tóxica, acaban ocultando realidades diarias que causan muchas más muertes que el rey COVID-19, pero que son, sin duda, menos mediáticas y más incómodas social y moralmente, como las guerras, la migración, los refugiados y hasta la violencia de género que pasan a ocupar, como máximo, un segundo plano informativo por ser más corrientes y menos rentables. Por no hablar de muchas más informaciones que quedan en el olvido por su falta de “gancho” informativo.

            Nos encontramos, por tanto, ante un claro enfrentamiento entre el COVID-19 y las nuevas monarquías víricas en que se han convertido los mass media por ver cuál de las “dos monarquías” es capaz de obtener mayor prestigio. Si quien infecta víricamente o quien lo hace informativamente. Pero teniendo en cuenta que ambas coinciden en hacer patente por encima de todo, la enfermedad, la muerte, la dimensión, la extensión… y no tanto el sufrimiento, el dolor, la ansiedad, la preocupación… de quienes sufren la infección y la noticia que la misma genera, directa o indirectamente.

            Mientras tanto, políticos, empresarios, profesionales de la salud… atropellados por la irrupción de COVID-19 se olvidan de la monarquía vírica informativa de los medios de comunicación y les dejan actuar sin darse cuenta del gran poder de contagio del miedo, la alarma, la estigmatización, la duda, la confusión… con efectos devastadores en la población que, aunque al menos teóricamente, no causa muertes como su aparente oponente COVID-19, los efectos que genere sean mucho más tóxicos, dañinos y permanentes. Pero posiblemente en ambos casos se entenderá que son inevitable efectos colaterales que no pueden distraer la atención de lo que verdaderamente les importa.

            Así pues, estamos ante una lucha real y ante un real problema ocasionado por quienes sin ser reyes portan corona e inoculan de manera totalmente absolutista su carga viral.

            Los medios tienen una importancia fuera de toda duda, pero no pueden ni deben actuar como “coronanews” o monarquías víricas que lejos de ayudar a combatir invasiones como la del rey COVID-19 acaban por convertirse en aliados accidentales pero letales.

            En algún momento los profesionales de la salud y las enfermeras comunitarias en particular, deberán darse cuenta de la importancia que tiene trabajar con los medios de comunicación como recurso comunitario fundamental para el desarrollo de estrategias de intervención comunitaria saludables. De igual a igual planificándolas y llevándolas a cabo. De igual manera, los medios de comunicación deberían identificar claramente la oportunidad que ofrece contar con profesionales como las enfermeras comunitarias a la hora de hacer abordajes objetivos, integrales y eficaces ante cualquier problema de salud que afecta a la comunidad. Lo contrario conduce a que los medios usen, o al menos lo intenten, a los profesionales para sus intereses mediáticos y que los profesionales usen, o al menos lo intenten, a los medios para sus intereses profesionales o corporativos. En ambos casos los resultados se alejan claramente de lo que deberían ser objetivos para la salud comunitaria.

             No creo que debamos esperar a que se logre una pócima mágica para vencer al coronavirus, como en el cómic de Astérix y Obélix.

            ¿Continuamos jugando a reyezuelos y monarquías víricas? o planteamos sistemas más participativos y efectivos. A lo mejor, o mejor a lo peor, el próximo rey vírico que irrumpa, se le bautice como se le bautice, no deja ni tan siquiera capacidad de respuesta y logra su objetivo destructor antes de que queramos darnos cuenta.

            Cada vez tengo más dudas de los beneficios que aporta la monarquía a la sociedad y es que ni los virus escapan al glamour que siempre le acompaña.

NOTICIAS ENFERMERAS

Raquel Mora, Gemma Ortega, María, Adrián y Gonzalo Ortega Soler, estudiantes de 4º de enfermería de la Universidad de Alicante, nos presentan este vídeo en formato de noticias para visibilizar el trabajo de las enfermeras comunitarias.

DISCURSO POLÍTICO vs DISCURSO ENFERMERO Opción vs Obligación

La verdad es que últimamente se acumulan las noticias y asuntos sobre los que reflexionar.

Lo triste es que la mayoría de ellos no suelen provocar reflexiones especialmente positivas o esperanzadoras, dado el discurso mezquino, oportunista, populista, descalificador, revanchista y, lo que es peor, mentiroso y falto de argumentación con que se defienden las posturas políticas desde las que se tamizan los mismos. No dejan excesivo margen al análisis sereno y racional que se precisa para poder reflexionar sin caer en posturas revanchistas o de enfrentamiento, violencia verbal y falta de respeto como las que utilizan quienes, en teoría, dicen defender valores universales como la salud, la educación, la libertad…

Pero si malo es entrar en la dinámica centrípeta que se utiliza actualmente por una parte importante de la clase política, peor es inhibirse del mensaje que encierra ese discurso destructor y ausente de propuestas que contrasten o sustituyan a las del “enemigo” político que es como se identifica al otrora contrincante. Y es que ese es el problema. Que, al posicionar al otro como enemigo, el discurso tan solo tiene la idea de la destrucción en lugar de la construcción, de la descalificación en lugar del contraste ideológico, de la mentira en lugar del argumento contrastado, de la falta de respeto en lugar de su salvaguarda como principio básico del debate político. Pasan, por tanto, de oradores a hooligans políticos, con la única diferencia con los futbolísticos en que los primeros gozan de inmunidad y se creen con la libertad de poderla utilizar de cualquier manera, porque finalmente entienden que el fin justifica los medios.

Así pues, las cosas, quienes actuamos como observadores de esta lucha de gladiadores en la arena del circo parlamentario, caemos en la tentación de sucumbir a ese cruento e inútil ejercicio dialéctico o huir para refugiarnos en otros menesteres menos desagradables. Y al hacer esto último, sin pretenderlo, o si, nos alejamos del ejercicio democrático para situarnos exclusivamente como sujetos pasivos de voto útil cada cuatro años.

Esta reflexión, sin embargo, adquiere una dimensión diferente si quien la hace, como es mi caso, es enfermera. Y la reacción inhibitoria de la que hablaba tampoco es igual para cualquier ciudadana/o que para las enfermeras.

Y aquí es donde quisiera centrar hoy mi reflexión. En el hecho de ser y sentirse enfermera del que en tantas ocasiones he hablado y del que ni podemos ni debemos intentar escapar como se hace con el discurso político, como forma de liberación, abstracción o incluso defensa, ante tanta incompetencia, mediocridad, hipocresía y cinismo.

¿Qué tenemos las enfermeras que no tengan el resto de ciudadanas/os? ¿Por qué las enfermeras no podemos inhibirnos? ¿Cómo debemos actuar por el hecho de ser enfermeras? Son interrogantes que podrían quedar resueltas con la respuesta que la propia pregunta encierra, por el hecho simple, o complejo, según se mire, de ser enfermera.

No es que las enfermeras seamos especiales, diferentes o exclusivas. Es que, como enfermeras, nuestra posición ante la libertad, la democracia, la equidad, el respeto… no son una opción, son una obligación. Obligación que debe escapar a cualquier planteamiento ideológico, doctrinal, culpabilizador o descalificador.

Como enfermeras comunitarias, al margen de nuestras respetables y deseables ideas políticas, tenemos la obligación de defender la salud como derecho fundamental y actuar para que esta sea accesible y universal, con una acción de abogacía por la salud, desde un abordaje integral y un enfoque de equidad (desigualdad, diversidad, género, vulnerabilidad…).

Tenemos también la obligaciónn de hacer una indicación social de recursos comunitarios y activos en salud, que disminuya la medicalización, favoreciendo la eficiencia del sistema, la racionalización de los recursos y la optimización de los resultados en salud.

Así mismo estamos obligadas a habilitar, mantener, participar… en espacios de encuentro intersectoriales del distrito, barrio, zona básica… que permitan o favorezcan redes y acciones de participación conjunta entre profesionales y la comunidad.

Tenemos también la obligación de lograr la participación y empoderamiento de las personas en nuestra práctica profesional, tanto a nivel individual como familiar y colectivo, a través de la relación de ayuda centrada en la persona y en la toma de decisiones compartidas.

Y todo ello tenemos la obligación de hacerlo sin imponer nuestro criterio y sin emitir juicios diciendo lo que tienen o no tienen que hacer, abandonando el paternalismo y respetando los principios de autonomía y beneficiencia.

Debemos dejar de culpabilizar a las personas de su estado de salud y sus estilos de vida, al no depender exclusivamente, ni siquiera principalmente de ellas, sino de los condicionantes socioeconómicos, culturales y ambientales sobre los que también tenemos la obligación, como enfermeras, de intervenir.

Es necesario que abandonemos la creencia de que somos protagonistas exclusivos y pasemos a contar con las personas, las familias y la comunidad en todos los procesos y en todas sus etapas, pues no son meras receptoras de actividades diseñadas por nosotras.

Y todo este trabajo comunitario, insisto, es una obligación que debe alejarnos, de manera definitiva, del voluntarismo, de la formación o de la ideología, para incorporarse como parte fundamental e irrenunciable de nuestro trabajo como enfermeras comunitarias. Aportando aspectos desmedicalizadores y la creación de relaciones y vínculos sociales. Porque estas opciones de intervención enlazan la atención individual con el contexto social, con la dimensión de lo común y con la superación de las dicotomías que limitan y relativizan nuestra acción enfermera.

Y digo que es una obligación porque no podemos esperar a que otros digan lo que nos corresponde o no hacer como enfermeras comunitarias. Podrán establecer diferentes formas de llevar a cabo nuestra actividad, pero nunca debemos permitir que modulen nuestro compromiso profesional, recogido y amparado por el código deontológico enfermero, pero también, y es muy importante, por nuestra voluntad de ser y sentirnos enfermeras comprometidas con la salud.

No hay fuerza más poderosa que el convencimiento de lo que se es y se debe hacer para modular, cambiar y establecer los principios básicos que rijan nuestro quehacer profesional, basado en sólidas pruebas científicas que avalan nuestras decisiones.

Este y no otro, debe ser nuestro discurso, el de los hechos, el de la acción enfermera, el de la respuesta a las necesidades sentidas, el de estar al lado de las personas, las familias y la comunidad, el de fortalecer la salud como la mejor manera de vencer la enfermedad, el de la solidaridad, el de la equidad, el de la igualdad, el del respeto a todas y todos con independencia de su ideología, credo, sexo, raza… porque nada es como parece y todo es como aparece ante nosotros, como enfermeras comunitarias.

Si somos capaces de llevar a cabo este discurso del cuidado compartido, consensuado, cercano, saludable, creíble… a la vez que profesional y científico, nada ni nadie podrá cuestionar nunca nuestra aportación cuidadora única e indispensable a la sociedad, que finalmente será quien determine nuestro valor y nuestra presencia indiscutible.

Esta es nuestra valiosa aportación desde la competencia política que como enfermeras todas tenemos y la única que tenemos la obligación de hacer valer para que la intoxicación del discurso manipulador, demagógico, populista, doctrinario y paternalista utilizado por gran parte de la clase política no acabe por determinar también nuestra aportación enfermera intoxicándola, ideologizándola o adaptándola a sus intereses partidistas y rentistas.

Es pues, nuestra la obligación hacerlo, defenderlo y transmitirlo a través de nuestros cuidados. Dejemos que esos mismos cuidados sean, finalmente, los que logren acallar el ruido de una batalla política alejada de los intereses de la población y centrada tan solo en la defensa de unas ideas que han perdido aquello que las sustenta, la ideología, para impregnarse tan solo de intereses oportunistas para los que no dudan en utilizar banderas, territorios, patrias, lenguas, culturas, creencias, valores… con los que determinar diferencias, bandos, clases… en función de dicotomías, rojos o azules, derechas o izquierdas, nacionalistas o nacionales… que lo único que logran es instaurar una dicotomía global en la sociedad, basada en el enfrentamiento en lugar del debate, en la idea categórica e inmutable en lugar del pensamiento crítico, en la unicidad en lugar de la diversidad, en la descalificación en lugar del respeto, en anteponer la realidad parlamentaria a la realidad social, en ignorar las necesidades para conocer tan solo los intereses propios, en utilizar la voluntad popular de los votos como excusa para actuar impunemente amparados en una inmunidad vergonzosa, en utilizar la ideología para gestionar la economía, la salud, la educación, la justicia… generando enfrentamiento y limitando, hasta casi anular, la capacidad de una convivencia basada en el respeto a la diferencia y al diferente que impide el consenso en aspectos fundamentales para el bienestar y la vida saludable, logrando trasladar la toxicidad de su discurso a la esfera social y a los diferentes organismos, instituciones… que replican sus comportamientos y actitudes de confrontación permanente.

Comprenderán, pues señorías y resto de políticos, que las enfermeras comunitarias tengamos la obligación de vencer tanto activo tóxico como generan, empezando por ustedes como políticos, tratando de incorporar activos de salud que permitan crear espacios saludables, incluso los espacios políticos e ideológicos que ustedes se han encargado de degradar.

Tan solo esperamos y deseamos que alguna vez sean capaces de dejar de utilizarnos, como suelen hacer con todo y con todos, para sus intereses partidistas y realmente se den cuenta de la importancia que las enfermeras en general y las comunitarias en particular tenemos para que esta sociedad que es de todas/os sea saludable. Nos encantaría poderlo hacer desde el compromiso y la implicación del trabajo compartido. Nosotras, mientras tanto, cumpliremos con nuestra obligación como enfermeras para atender las necesidades de las personas, las familias y la comunidad a las que nos debemos.

En su mano y en la manida pero necesaria voluntad política está. ¿Serán capaces de entenderlo, asumirlo y hacerlo?

CÁTEDRA DE ENFERMERÍA FAMILIAR Y COMUNITARIA DE SHAKESPEARE y OSCAR WILDE a CERVANTES

            Las enfermeras en general y las enfermeras comunitarias en particular, somos conscientes de lo mucho que cuesta ganar visibilidad y conseguir que se valore nuestra aportación cuidadora.

            Cualquier paso que se da en este sentido supone un esfuerzo enorme. A pesar de ello muchas enfermeras están dispuestas a llevarlo a cabo con dedicación, motivación e implicación. Sin embargo, no siempre los resultados de dicho esfuerzo se ven recompensados con resultados que permitan mantener el grado de ilusión necesario para continuar avanzando.

            Son muchos los ejemplos que nos vienen a la memoria y que identificamos día a día en este sentido. Ante esto nos preguntamos ¿qué es lo que hacemos mal para que no se crea en nosotras? ¿qué es lo que no logramos trasladar a los políticos, gestores y sociedad en general para que se sigan perpetuando actitudes que no tan solo no nos dejan avanzar, sino que en ocasiones suponen retrocesos? ¿qué es lo que no entienden los políticos, gestores sanitarios, empresas privadas… del papel que desempeñamos las enfermeras? ¿qué es lo qué no alcanzan a entender del valor aportado por las enfermeras a pesar de que los principales organismos internacionales insisten en ello? ¿qué obsesión existe en impedir a toda costa que las enfermeras ocupen puestos de responsabilidad en los organigramas de las administraciones sanitarias? ¿qué les impide tener al menos la decencia de conocer qué somos y qué aportamos más allá de considerarnos un recurso humano con el que actuar en sus juegos rentistas?

            Estas y otras muchas interrogantes se plantean repetidamente día a día sin que nadie sepa o quiera dar respuestas mínimamente argumentadas, serias y ajustadas a una realidad que ni entienden ni quieren entender más allá de los parámetros políticos o economicistas en los que se mueven. Con tal de no salir en los papeles u obtener el máximo beneficio económico, todo vale.

            En este vodevil en el que se ha convertido la política sanitaria y quien ella actúa en nuestro país, los ambientes de enredo se repiten, generando situaciones ridículas, engaño, conspiración y asentadas en el absurdo. Situaciones que si no fuera por el contexto donde se producen y por las consecuencias que las mismas conllevan darían lugar a pensar que son argumentos de comedias aptas como guiones de cine de barrio.

            Pero la salud es algo con lo que no se puede ni debe jugar. En política, en su más amplia acepción, debe dejar de valer cualquier actitud, respuesta o decisión irresponsable tomada o hecha desde la ignorancia o el desprecio. La salud cuesta mucho de mantener y mucho más de recuperar para que a cualquiera se le dé la oportunidad de gestionarla desde la mediocridad que no es capaz de ocultar ningún cargo, por importante que este sea o el respaldo político o económico que el mismo tenga.

            Y ante tanta incompetencia y mediocridad, de vez en cuando, surge algún hecho, decisión o resultado que, cuanto menos animan a la esperanza.

            Hace dos años, sin ir más lejos, se constituyó la Cátedra de Enfermería Familiar y Comunitaria de la Universidad de Alicante con el patrocinio del Grupo Ribera Salud y el aval científico de la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC). Se trataba de la primera Cátedra de Enfermería Comunitaria en España.

            Durante los dos años en los que ha estado activa la citada Cátedra, han sido muchas las actividades que se han llevado a cabo y que han permitido visibilizar y poner en valor a las enfermeras comunitarias.

            Como en el sueño de una noche de verano, del dramaturgo británico William Shakespeare (1564 – 1616), se pensó que “El amor puede transformar las cosas bajas y viles en dignas y excelsas” entendiendo en este caso el amor como la relación que propiciaba que la Cátedra fuese una realidad y que quien la sustentaba económicamente lo hacía por convicción y no por interés exclusivamente. Así pues, se estableció una especie de fábula en la que la luz de la Cátedra da la impresión de vencer las tinieblas en que muchas ocasiones parece estar sumido el desarrollo de las enfermeras y su relación con las entidades provadas, para convertirse en una poderosa fuente de imaginería como la que traslada Shakespeare en su obra. Así mismo como sucede en la comedia con los cuatro mundos renacentistas, la Cátedra logra que convivan en armonía los diferentes escenarios en los que las enfermeras comunitarias desarrollan su actividad (docencia, asistencia y gestión) y el contexto público-privado en donde se ubican, a través de una gran cantidad de acciones que articulan la trama para concluir con el final feliz, en este caso, de la entrega de premios anual, que ejemplifica el final del dramaturgo en su obra con la boda de los protagonistas.

            Sin embargo, como en toda fábula que se precie, se trata de una breve historia o anécdota que alberga una consecuencia aleccionadora que casi siempre aparece al final en forma de moraleja o adfabulación. Y eso es precisamente lo que ocurrió con la cátedra, que se convirtió en una fábula o en una semejanza a otra de las obras de Shakespeare como es “Mucho ruido y pocas nueces”, al poder asimilar en ambas la conclusión o moraleja de que “Jamás estimamos en su precio el bien que gozamos; pero si lo perdemos, es cuando exageramos su valía”.

            La cátedra, entendieron las enfermeras, que era ya un bien que había llegado para quedarse, sin percatarse que los intereses profesionales siempre son menores y más prescindibles que los económicos. Y eso es lo que sucedió, que finalmente quien aportaba sustento de supervivencia económica imprescindible para la continuidad de la Cátedra, decidió que ya no le interesaba y retiró su apuesta inicial dejando en la cuneta un proyecto exitoso. Es lo que tiene el interés rentista de quienes disponen del capital para sostener lo que ni el conocimiento ni la voluntad pueden hacer. Poderoso caballero es don dinero. Y lo que parecía una historia de idilio eterno acabó en una trágica y prematura muerte, en este caso, no anunciada, aunque todo hay que decirlo, tampoco insospechada.

            En la obra de otro importante autor, en este caso el irlandés, Oscar Wilde (1864 – 1900), “La importancia de llamarse Ernesto”, en la que la dualidad entre la palabra earnest, que significa serio en inglés, y el mismo nombre de Ernesto, la palabra enfermera y lo que la misma significa, genera atracción a la vez que confusión.

            En el caso de la Cátedra, se finge tener interés por las enfermeras y se seduce con financiación y apoyo incondicional. Esto dura hasta que identifica la importancia de llamarse y ser enfermera y lo que ello supone al ego rentista del supuesto cortesano, que abandona el idilio a pesar de descubrir, o precisamente por hacerlo, lo bueno e importante que es llamarse enfermera.

            Y en este recorrido literario en el que los enredos acaban por dejar compuesta y sin novio a la Cátedra, la conclusión que podemos sacar es la de casi siempre, es decir, que las enfermeras somos capaces de grandes cosas cuando nos dejan y nos dan oportunidad de demostrarlo, pero que cuando lo hacemos se disparan las alarmas de un pánico tan irracional como sistemático, que provocan reacciones de contención o demolición para que no se identifique, visibilice y valore lo conseguido. Aunque para ello se tengan que inventar justificaciones sin fundamento que traten de sostener las decisiones adoptadas.

            Si Shakespeare y Wilde fueran contemporáneos nuestros tendrían un filón para escribir obras con las aventuras y desventuras de las enfermeras.

            Pero más allá de los símiles literarios, lo que verdaderamente trasciende es la dificultad que las enfermeras tenemos para lograr iniciar, desarrollar y mantener proyectos innovadores, creativos y eficaces que visibilicen y pongan en valor a las enfermeras, dadas las trabas financieras, políticas, administrativas, legislativas… con las que de manera sistemática tenemos que luchar para que, al menos, no se diluya totalmente nuestra aportación.

            Nada es lo que parece, ni nadie es lo que trata de aparentar, sino lo que finalmente es y se es. Caer en la trampa del engaño y la apariencia con el único objetivo de beneficiarse lleva al desengaño, pero nunca al abandono.

            Como expresara nuestro más universal escritor, Cervantes (1547-1616), en su no menos universal obra El Quijote, “Cambiar el mundo amigo Sancho, que no es locura ni utopía, sino justicia”. Y ahí estamos las enfermeras, aunque muchos quieran tildarnos de locas.

            Por eso seguiremos en el empeño de mantener un proyecto como la Cátedra de Enfermería Familiar y Comunitaria.

“Los desafíos son lo que hacen la vida interesante
y superarlos es lo que hace que la vida tenga sentido.”
Joshua J. Marine

NEGACIONISMO, POSITIVISMO Y MUJERES CIENTÍFICAS

            Últimamente se ha instalado, fundamentalmente entre los políticos y quienes tienen poder de decisión, el discurso de la negación.

            La negación al cambio climático, a la violencia de género, a la pobreza, a la inequidad… se han convertido en la respuesta inmediata a cualquier planteamiento que sugiera la existencia de problemas derivados de estas realidades.

El negacionismo es exhibido por individuos que eligen negar la realidad para evadir una verdad incómoda o perjudicial a sus ideas o intereses. De acuerdo al autor Paul O’Shea, «es el rechazo a aceptar una realidad empíricamente verificable”. Es, en esencia, un acto irracional que retiene la validación de una experiencia o evidencia históricas.

Así pues y tal como describe Didier Fassin[1], el negacionismo es un posicionamiento ideológico de quien reacciona sistemáticamente contra la realidad y la verdad. Por su parte Mark Hoofnagle[2], sostiene que el negacionismo es el empleo de tácticas retóricas para dar la apariencia de argumento o debate legítimo, cuando en realidad no lo hay.

El problema, con serlo y muy importante, se magnifica cuando los discursos de estos individuos logran que una gran parte de la sociedad haga suyo su discurso. Tal como afirma el autor Michael Specter[3] el negacionismo grupal sucede cuando «todo un segmento de la sociedad, a menudo luchando con el trauma del cambio, da la espalda a la realidad en favor de una mentira más confortable».

El discurso negacionista llega a calar tanto en el pensamiento y actitud de quienes lo aceptan como válido que incluso logra que el discurso que se niega, a pesar de las evidencias, sea sospechoso de poseer motivaciones ocultas.

Sería pretencioso por mi parte tratar de incluir en el ámbito del negacionismo ciertos discursos, en contra de las enfermeras, que se mantienen más allá de las evidencias científicas existentes. Pero no me resisto a hacer un ejercicio de aproximación a tan nefasta estrategia por entender que el discurso que se utiliza y se mantiene como cierto va en contra, no tan solo de la evidencia, sino de la propia enfermería como ciencia, disciplina y profesión, con el ánimo de generar duda, rechazo y sospechas entre la comunidad científica y la propia sociedad, con el único objetivo de mantener los privilegios de quienes se siguen considerando protagonistas exclusivos del sector sanitario, al entender que el reconocimiento a “otros”, las enfermeras, es una amenaza a su hegemonía científica, disciplinar y profesional.

Durante mucho tiempo la clase médica, masculina y machista en su concepción y actitudes, identificó a la enfermería, femenina y sometida, como una ayuda a su saber y acción desde un planteamiento exclusivamente técnico, sanitario y alejado de cualquier planteamiento científico o crítico. Esto fue, sin ir más lejos, lo que condujo a transformar la profesión y disciplina enfermera, que empezaba a despuntar como profesión durante la 2ª República, en un oficio a la sombra de la medicina y a las órdenes de los médicos, con la implantación de los estudios de Ayudante Técnico Sanitario (ATS), que suponían un primer y determinante paso en el negacionismo de la enfermería al eliminar cualquier vestigio de la misma en un plan de estudios hecho a imagen, semejanza y utilidad de quienes lo idearon e implantaron.

Con dicha estrategia lograron, por una parte, tener fieles, dóciles y eficaces ayudantes a sus órdenes que contribuyesen a su desarrollo y reconocimiento, impidiendo que existiese ninguna posibilidad de pensamiento crítico, autonomía o capacidad de decisión en relación a su actividad, ya que la misma era totalmente subsidiaria a la médica.

Pero con ser grave este control en beneficio propio y mayor “gloria” de quien actuaba como exclusivo protagonista, no fue lo peor de tan estudiada estrategia. Porque lo realmente grave fue, sin duda, borrar del imaginario colectivo cualquier vestigio que pudiese conducir a identificar la enfermería como profesión o disciplina, convirtiendo una realidad como la enfermería, que tenía referentes científicos y profesionales indiscutibles en otros países, en una mentira denominada ATS, que aún perdura en nuestros días.

Se trató, por tanto, de un claro ejercicio de negacionismo. Porque lo que se negaba no era una nueva realidad sin fundamento, era una realidad fundamentada que resultaba incómoda para los intereses de quienes dominaban en exclusividad la actividad sanitaria, adaptando todo aquello que les rodeaba para el desarrollo de su saber y su hacer. Los hospitales se organizaron, en contra del sentido común, la eficacia y la eficiencia, en la fragmentación médica de órganos, aparatos y sistemas y los cuidados quedaron relegados a acciones llevadas a cabo por sus ayudantes técnicos sanitarios.

Los cambios en los planes de estudio y la incorporación de los mismos en la Universidad, supusieron un cambio sustancial, aunque no definitivo, para rescatar la imagen y el sentir de la enfermería y de las enfermeras, aunque fuese bajo unas siglas que seguían ocultando la enfermería, DUE (Diplomados Universitarios de Enfermería) y limitando el desarrollo académico al no permitir el acceso a estudios de 2º ciclo (licenciatura y doctorado). Por lo tanto, persistía, en cierta medida, el negacionismo de la enfermería y de las enfermeras que pasaron de ser reconocidas como ATS a serlo como DUE, en cuanto a denominación, pero manteniendo oculta la ciencia enfermera en la que se fundamentaba su acción, lo que mantenía el ideario común de subsidiaridad médica.

Europa, que ahora genera tantas dudas e incertidumbres, auspició el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), en el que Enfermería logró que, finalmente, se rompiera el techo de cristal que le impedía el máximo desarrollo académico y la recuperación de nuestra identidad enfermera, al menos teóricamente.

Quedaba, eso sí, que lo logrado en el ámbito académico tuviese traslado en el ámbito asistencial. Y de nuevo resurgió el negacionismo al impedir que las enfermeras tuviésemos las mismas oportunidades de acceso a todos los puestos de responsabilidad al situarnos de manera totalmente arbitraria, interesada y caprichosa en un subnivel con relación a quienes siguen negándonos valor, reconocimiento e igualdad de oportunidades, con argumentos que no se sostienen pero se mantienen por quienes tienen capacidad y voluntad política para modificarlo, lo que les convierte en claros cómplices del negacionismo enfermero.

Si a todo esto añadimos que el “virus” del negacionismo tan bien diseñado ha sido capaz de inocular su dañino efecto en las propias enfermeras, negándose a sí mismas, la cuadratura del círculo es perfecta. Porque a pesar de que existen muchas enfermeras que han logrado generar resistencia a tan nefasto virus, las devastadoras consecuencias que el mismo ha generado son difíciles de vencer, aparte que los “virólogos” ya se encargan de mutar el virus de tal manera que sea capaz de atacar cualquier resistencia que aparezca.

Pero con ser grave esta epidemia creada, mantenida y apoyada durante tanto tiempo, no lo es menos el hecho de que se manipule un discurso supuestamente liberador, emancipador e igualitario para tratar de trasladar una imagen mucho más amable de lo que realmente sigue sucediendo en nuestra sociedad.

Porque claro, se habla de la importancia de las mujeres en la ciencia, que no la voy a discutir ni poner en duda, pero sin embargo se hace olvidando a aquellas mujeres que mayoritariamente han contribuido con su trabajo, su implicación y su resistencia a que la ciencia enfermera aporte importantísimos beneficios a la salud de las personas, las familias y la comunidad, pero excluyéndolas como científicas, lo que es tanto como continuar con el negacionismo.

Negacionismo, en este caso que se apoya en el positivismo. Positivismo que afirma que todo conocimiento deriva del método científico, desde una perspectiva de monismo metodológico que determina que hay un solo método aplicable en todas las ciencias. Es decir, la explicación científica ha de tener la misma forma en cualquier ciencia si aspira a ser ciencia y por tanto la Enfermería, entre otras, se niega y se excluye. Sin tener en cuenta la incapacidad del considerado exclusivo método científico por conocer otras realidades como la creación de significado, al hacerlo desde las leyes universales impuestas que ignoran aquellos elementos, factores o determinantes que no pueden ser generalizados en base a dichas leyes, lo que genera el interesado debate en contra de la investigación cualitativa frente al positivismo de la cuantitativa, considerada menor o no científica por quienes quieren seguir manteniendo el negacionismo de parte de la ciencia y quienes la componen.

Así pues, nos encontramos ante un claro dilema que trasciende a la ciencia y se sitúa en la hegemonía machista. No se trata tanto de que las mujeres sean o no científicas, que lo son, sino de las posibilidades que a las mismas se les deja para que logren situarse como tales, más allá de la ciencia desde la que lo hagan. El problema está también en que, como ya he repetido en diferentes ocasiones, las disciplinas también tienen género y en función del mismo su visibilidad, reconocimiento e importancia es graduado social y científicamente por quienes establecen los criterios para que sean tenidos en cuenta y, desde los mismos, darles un valor u otro.

Todo ello sin minusvalorar, sino todo lo contrario, la aportación masculina que los hombres hacen a las disciplinas femeninas en general y a la enfermera en particular, que resulta fundamental para el desarrollo de las mismas.

Es importante que fijemos el foco en aquellas disciplinas en las que el número de mujeres es muy bajo. Pero no lo es menos el que demos valor a aquellas disciplinas en las que siendo las mujeres mayoritarias no reciben la misma atención ni reconocimiento al incorporar un negacionoismo tan irracional, incomprensible y acientífico como el que se lleva a cabo sin que se haga nada, o muy poco, por eliminarlo.

Si no se combinan ambos discursos, estaremos ante una nueva puesta en escena efectista, oportunista e ineficaz, que lejos de favorecer a las mujeres contribuirá a perpetuar las desigualdades y el negacionismo existentes.

Las mujeres son científicas, por tanto, más allá de la disciplina en la que estudien, investiguen y aporten evidencias. Se trata, sobre todo, de lograr lo que no existe sin olvidar aquello que ya existe.

[1] Didier Fassin (1955), Antropólogo, sociólogo y médico francés.

[2] Médico estadounidense

[3] Michael Specter (1955), Periodista estadounidense

CAPERUCITA Y LAS ENFERMERAS COMUNITARIAS

La utilización del famoso cuento de Caperucita Roja, sirve a Ángela Rodríguez Espinosa, Gema Salas Galán, Laura Mª Sánchez Andrés, Vicent Serra Labrador y Belén Zubía Mora, estudiantes de 4º grado de Enfermería 2018-2019 de la Universidad de Alicante, de base para trasladar el papel tan importante que tienen las enfermeras comunitarias.

TESTOSTERONA CORPORATIVA Y SOCIAL

            Hace tan solo unos días se publicaba el estudio “Gender and Nursing as a Profession. Valuing nurses and paying them their worth” estudio del Royal College of Nursing (RCN) y de la Universidad de Oxford Brookes en el que se argumenta que los salarios de las enfermeras se han rebajado debido a la «visión anticuada de que cuidar a los demás es una característica femenina» a pesar de que las enfermeras cada vez más asumen un trabajo más avanzado. La investigación, llevada a cabo en el Reino Unido, apunta que la destacada y preocupante escasez de enfermeras, tendría que haber producido un aumento importante de los salarios que tratara de compensar la evidente demanda. Sin embargo, sugiere también el estudio, las enfermeras siguen estando infravaloradas por el hecho de ser mayoritariamente mujeres.

Rachael McIlroy, jefa de investigación senior de RCN, destaca que este informe es «un paso importante para desafiar y cambiar las percepciones sobre las enfermeras». Así mismo añade que las enfermeras tienen altas competencias y una gran preparación a pesar de lo cual, las enfermeras, no se sienten ni escuchas ni reconocidas.

            Estos resultados podrían ser asumidos casi íntegramente en nuestro país, que por otra parte es “exportador” de enfermeras al Reino Unido para suplir la carencia de enfermeras británicas.

            Posiblemente este estudio, como tantos otros relacionados con el género y las enfermeras, haya pasado desapercibido entre las propias enfermeras, a pesar de la gravedad de los resultados, como si estuviesen naturalizados y ya no ejerciesen reacción alguna o esta fuese prácticamente una mueca de disgusto en el rostro, pero sin mayores consecuencias. Como si estuviésemos anestesiadas.

            Esta misma semana, concretamente hoy mismo, hemos conocido que el Tribunal Superior de Justicia de Navarra, volvía a anular los artículos que regulan jefaturas de libre designación en el Servicio Navarro de Salud, que afectan a la capacidad de que las enfermeras sean nombradas directoras de Equipos de Atención Primaria, como estaba sucediendo con magníficos resultados tanto de gestión como económicos.

            Esta misma semana, vaya semanita, los farmacéuticos – a pesar de ser mayoritariamente mujeres- hacían gala también de su poder anunciando una nueva acometida de “abordaje comunitario” en esta ocasión queriendo prescribir y promocionar vacunas. Posiblemente porque quieran recordarnos, como hacen machaconamente en la Televisión, que se trata de un medicamento y que hay que consultar con el farmacéutico. Algo que lograron colar, con el beneplácito político, y que apartaba de un plumazo, en este caso, tanto a los médicos como a las enfermeras. En lugar de decir consulte a su profesional de la salud, dicen tan solo a su Farmacéutico. Será porque para eso lo venden ellos y lo cobran ellos también, claro. Todo sea por el negocio.

            Las enfermeras deberíamos plantearnos si cada vez que en la Televisión de dice algo sobre el cuidado, aparezca una pantalla en gris perla (por lo del color que nos identifica académicamente) que dijera este anuncio es sobre el CUIDADO, lea detenidamente las indicaciones y consulte a la ENFERMERA. El problema está en quien apoya al medicamento y a quien apoya al cuidado… blanco y en botella.

            Dudo, ojalá me equivoque, que el estudio la sentencia o la noticia, generen una respuesta unánime y masiva de las enfermeras en nuestro país. A lo sumo algunas referentes, alguna organización o sociedad científica alcen la voz sin que, lamentablemente, tenga excesivo eco. La naturalización, posiblemente por la reiteración, siga provocando la anestesia colectiva.

            En cualquier los tres casos, tienen algo en común. La testosterona social y corporativa.

            Seguimos viviendo en una sociedad eminentemente machista, patriarcal y dominante que se resiste a perder el poder otorgado por el hecho de secretar dicha hormona que fisiológicamente sabemos que se produce en los testículos, pero que socialmente lo hace en mucha mayor medida en el cerebro, en este caso tanto de hombres –mucho más- como de mujeres. Porque el problema viene determinado cuando los comportamientos, los tópicos, los estereotipos, la dominación… forma parte no tan solo de que sean más los hombres que integran una sociedad o una profesión, sino en que dicha sociedad o profesión esté impregnada de ese comportamiento como algo consustancial a las mismas.

            Si a esto añadimos las decimonónicas estructuras judiciales con las que aún contamos en nuestro país y una legislación escrita también con testosterona los resultados son los que son. Los jueces, con mucha testosterona, también contribuyen, pero básicamente se trata de las normas que van en contra sistemáticamente contra las posibilidades de desarrollo e igualdad de las enfermeras, las que hacen que se dicten sentencias tan incomprensibles, como dolorosas e indignantes.

            Resulta que un Filósofo puede ser Ministro, una abogada Consejera, un economista Director General, un biólogo gerente… pero una enfermera no puede ser nada de eso por el simple hecho de ser enfermera y tener la fatalidad de que nuestros principales compañeros de viaje sean quienes más testosterona corporativa secretan, lo que provoca una permanente y sistemática exhibición de fuerza y demarcación de territorio, utilizando para ello las leyes y el sistema judicial que les protege y ampara. Y claro, a la vista de esto pues acuden nuevos actores que actúan con idéntica mecánica fagocitadora. A lo que hay que añadir a una clase política dominada por la apariencia y el dominio de los lobby, para que tengamos muy poco margen de mejora.

            Ha sido en Navarra donde se ha dictado esta sentencia que vuelve a marginar a las enfermeras. Y a pesar de que todas las comparaciones son odiosas y posiblemente esta mucho más, fue en Navarra también, donde se dictó la tristemente famosa sentencia de la manada contra una mujer. Nuevamente la testosterona, en cualquiera de sus formas, apariencias o actitudes, hace acto de presencia.

            Las enfermeras deberíamos despertar de una vez y exigir que se acabe ya con el acoso, la discriminación, la desigualdad, la violencia corporativa y profesional a la que somos sometidas de manera reiterada sin que los políticos, que se apresuran a decir que somos imprescindibles cuando les interesa, hagan nada por remediarlo. Porque al fin de cuentas también ellos secretan mucha testosterona.

            Y, paradójicamente, todo esto sucede en el celebérrimo año del Nursing Now. Espero que los acontecimientos no sigan en esta misma línea y que podamos celebrar algo. Aunque sea los 200 años de Florence Nightingale.

            Pero no creamos que la testosterona tiene la culpa de todo. Porque nosotras como enfermeras también deberíamos hacer un ejercicio de reflexión y autocrítica para darnos cuenta del conformismo, el buenismo, el pasotismo… y otros muchos “ismos” de los que hacemos gala desde ese adormecimiento permanente, en el que la anestesia de la normalización, nos tiene sumidas. Ojo, no apunto a que tengamos que secretar también nosotras testosterona, sino a que digamos ¡¡¡basta ya!!! Pero también a que de una vez por todas sepamos identificar, difundir y defender nuestros activos intangibles y bienes intrínsecos.

De una vez por todas deberemos darnos cuenta que hace falta que las enfermeras asumamos la competencia política que influya en la política y favorezca políticas de salud, también para nosotras.

Como dijera la poeta polaca Wislawa Szymborska:

Somos hijos de nuestra época

y nuestra época es política.

 

Todos tus, mis, nuestros, vuestros

problemas diurnos y los nocturnos,

son problemas políticos.

Quieras o no tus genes tienen un pasado político, tu piel un matiz político

y tus ojos una visión política.

 

Cuanto dices produce una resonancia,

cuando callas implica una elocuencia

inevitablemente política.

 

Incluso al caminar por bosques y praderas

das pasos políticos

en terreno político.

 

Adquirir significado político

ni siquiera requiere ser humano.

Basta ser petróleo,

pienso compuesto o materia reciclada.

 

Los poemas apolíticos son también políticos,

y en lo alto resplandece la luna,

un cuerpo ya no lunar.

Ser o no ser, esta es la cuestión.

¿Qué cuestión? Adivina corazón:

una cuestión política

           

A lo que añado:

Ser o no ser, esta es la cuestión

¿Qué cuestión? Adivina corazón:

una cuestión enfermera, que requiere nuestra implicación política, profesional, académica, gestora y femenina, como nuestra Enfermería.

 

            No nos equivoquemos más. Está en nuestra mano el darle solución. El tema es el cómo no el qué.

¿Nos ponemos a ello, es decir actuamos, o seguimos esperando acontecimientos y lloramos?

ALREDEDOR DE LA ENFERMERA COMUNITARIA

Las/os estudiantes de 4º de Enfermería de la Universidad de Alicante trasladan la importancia de contar con enfermeras comunitarias.

ESCOTOMA

Ayer tuve la oportunidad de asistir en el Ministerio de Sanidad a una Jornada sobre el desarrollo de la atención comunitaria que forma parte del Marco Estratégico para la Atención Primaria y Comunitaria que se aprobó el pasado año por consenso de las administraciones públicas, los profesionales (sociedades científicas, organizaciones colegiales, sindicatos…) y la ciudadanía (organizaciones y sociedades ciudadanas y de pacientes…).

          Esta actividad no tendría mayor relevancia que la influencia que la misma pueda tener en el desarrollo del cambio de la Atención Primaria que se propugna, sino fuese por lo que sucedió en su organización y lo que aconteció durante su celebración.

          En plenas vacaciones de navidad salió a la luz información, desde el Ministerio de Sanidad, en la que se anunciaba la celebración de la Jornada “Orientando la Atención Primaria hacia la Comunidad”, organizada por el PACAP, grupo dependiente de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (semFYC) y el propio Ministerio. En la citada jornada, estructurada en mesas de debate, ni una sola enfermera para hablar de Atención Comunitaria.

          Bueno, pues esta es la realidad entendida como la conducta o forma de ver los hechos o las cosas tal como son en realidad, sin ningún idealismo en ese momento en el que llega la información. Nada que cuestionar a los hechos que así lo atestiguaban.

          Ante esto, que por otra parte es o viene siendo lo habitual, cabían varias opciones. Refugiarse en las fiestas navideñas y esperar a que Papa Noel, para los menos tradicionales, o los Reyes Magos, para los nostálgicos, fuesen capaces de edulcorar esa realidad con algún regalo en forma del discurso frecuente en el que se alaba a las enfermeras con el único propósito de que sigan manteniendo su fe en que algo cambiará en algún momento, o en hablar por ellas de manera subsidiaria y a través de voces que ni nos son propias ni se ha solicitado que lo hagan, usurpando, no tan solo la voz sino las ideas. Llorar y quejarse cuando los hechos consumados dejasen a la luz la invisibilidad, una vez más, de las enfermeras al hablar de algo que hacen mayoritariamente ellas. O bien, actuar y tratar de revertir una situación en base a argumentos sólidos.

          La primera opción, aunque navideña y entrañable a nadie, o muy pocos, les cabe duda de que es tan solo una ilusión que no tiene posibilidades de cumplirse, ya sabemos quiénes son Papa Noel y los Reyes Magos y la poca capacidad de magia real que tienen, aunque mantengan la ilusión en quienes esperan de ellos siempre sus regalos.

          La segunda opción es, lamentablemente, muy habitual y supone la asunción de la figura de plañideras permanentes, ante lo que las enfermeras consideran injusto, sin que sus lágrimas ni su pesar sirva para poco más que generar compasión, lástima o indiferencia ante la reiterada escena de aflicción.

          La última opción, es la menos corriente por cuanto supone tener que implicarse, estar convencidas de lo que se denuncia y propone como alternativa, mantener una firmeza abalada por pruebas contrastadas, trasladar una realidad diferente a la que se quiere hacer ver como única e insustituible con el fin de modificarla y adaptarla a la que corresponde realmente.

          Y, quien les escribe, optó por la tercera a pesar de que creo firmemente en los Reyes Magos, pero claro está, para otros menesteres y deseos. Y, porque rechazo de plano la segunda ya que vengo repitiendo de manera insistente en que llorar, si se quiere o hay que hacerlo, se hace en casa. En donde importa, es decir donde debemos actuar las enfermeras, sea en el ámbito de la atención, de la gestión de la docencia, de la investigación o de la política, hay que ir lloradas para poder actuar y cambiar aquello que ni nos gusta ni es justo, ni se ajusta a la realidad.

El inmovilismo e incluso el propio llanto de las enfermeras viene determinado muchas veces porque tratamos constantemente de darle sentido al bombardeo de información inconexa que encaramos diariamente y llegamos a ser tan buenas llenando y haciendo un escenario razonable de datos inarticulados que algunas veces damos sentido a lo absurdo. Solemos, por tanto, crear un retrato coherente de lo que escuchamos y vemos aun a sabiendas de que un examen cuidadoso de la evidencia nos revelaría que la información es vaga, confusa, obscura, inconsistente e ininteligible y por tanto que la realidad que emana y es vista por nuestra mente es susceptible de ser cambiada.

          Así pues, como enfermera que soy, hice un diagnóstico de la situación, identifiqué los ámbitos en los que actuar, prioricé las intervenciones, movilicé los recursos necesarios y actué.

          No es mi intención en ningún momento, presentarme como un héroe o un Robin Hood enfermero para llevar a cabo una redistribución de ideas, planteamientos o posicionamientos, ni Maquiavelo conspirando permanentemente, ni el Quijote que ve gigantes donde realmente hay molinos de viento. No lo soy ni lo pretendo serlo. No hice más que aquello que entendí que debía hacer como enfermera comunitaria que soy y me siento, como Presidente de la Sociedad Científica a la que represento (AEC) y como persona con capacidad de análisis, reflexión y pensamiento crítico, que entiende que no se puede asumir cualquier realidad, la diga quien la diga, por el mero hecho de llevar el sello de una institución o de una profesión determinada. Y porque entiendo y creo que la realidad es diversa, ecléctica y participativa o no es realidad, sino imposición e impostura.

          Por eso entendí que se debía y se podía revertir la situación. Y actué. Y en la actuación me acompañaron otras enfermeras.

          Y de esa actuación se produjo lo que muchos no quieren ver, entender o admitir, que no es otra cosa que lo que finalmente sucedió. Y lo que sucedió, es que la Jornada pasó a estar organizada también por enfermeras y no tan solo eso, sino que además se incorporaron enfermeras en las mesas de debate y en la inauguración estábamos dos enfermeras y un médico junto al Ministro y el Secretario General de sanidad, poniendo voz a nuestra realidad y no dejando que otras personas la pusieran por nosotras. De tal manera, que el discurso que se generó en la Jornada fue construido en igualdad y sin protagonismos, con voces e ideas que tenían validez por lo que significaban y no por quien las decía.

Otra cosa, bien diferente es como del realismo de los resultados que se obtengan de la nueva situación generada se conforme la realidad. Esta realidad sí que estará impregnada de idealismo, entendido como la tendencia a considerar la enfermería comunitaria y la Atención Primaria y Comunitaria, de acuerdo con unos modelos de armonía y perfección ideal que no se corresponden con la realidad actual. Pero, también es cierto que quienes allí estábamos, podemos decir que éramos las/os convencidas/os y que aún hay mucha gente escéptica, conformista, inmovilista… que no cree ni quiere creer que otra realidad existe. Posiblemente porque, en esa realidad, o bien entienda que pierde protagonismo o bien que tiene que ganar conocimiento e implicación y ni unas/os ni otras/os estén en disposición ni tan siquiera de intentarlo. Pero finalmente, lo importante es que haya una idea generadora de ilusión que permita cambiar la realidad actual que tiene de realidad de momento, tan solo, la ilusión.

La mente ve lo que quiere ver, aquello que quiere ver y lo hace basándose en prejuicios, programaciones o condicionamientos previos.

          Podríamos decir que padecemos, en cierta manera, de un estocoma[1] colectivo que hace que saquemos conclusiones de los actos y palabras de los demás, al interpretar cosas, que en verdad no han hecho, dicho, ni siquiera pensado, pero tomamos esa «verdad» alternativa y nos la creemos hasta las últimas consecuencias.

          Y no resulta terrible o irremediable, pero el escotoma actúa como el prejuicio: juzgamos, sentenciamos y hacemos efectiva la condena sin pararnos a pensar si ni siquiera estaremos, efectivamente, en lo cierto; y lo peor es que a veces lo hacemos de forma cobarde. Pero sin ser terrible impide que en muchos casos avancemos.

          Así pues, tal como dijo David Bohm[2] “Muchos creen estar pensando cuando están meramente reordenando sus prejuicios”. Sin darse cuenta que no somos espectadores de lo que “nos rodea”; sino que somos parte de ello y por eso si queremos cambiar la realidad debemos actuar y no tan solo admitir como inevitable lo que sucede, resignándonos a las consecuencias o como máximo llorando cuando nos afectan.

          William James[3] decía: “Cuando algo es nuevo, la gente dice: «No es cierto” Luego, cuando su verdad es aparente, dicen: “No es importante”. Finalmente, cuando no puede negarse su importancia, dicen: “De todos modos, no es nada nuevo”. Y ese discurso, consecuencia del estocoma nos limita, como enfermeras, y nos impide hacernos visibles, ya que ni damos valor, ni aportamos nada para que se logre o asumimos que la realidad que tratan de imponer es en la que nos corresponde creer al entender que no es nada nuevo y que nada podemos cambiar.

          Pues bien, ayer, se demostró que la mente ve aquello que quiere ver y que lo que quiso ver y dejó ver, no es otra cosa que las enfermeras estamos en disposición de cambiar una realidad que durante mucho tiempo se nos ha querido imponer como inalterable.

          De nosotras depende que el estocoma nos siga cegando o, que, al contrario, la luz de nuestro planteamiento, nuestra ciencia, nuestros argumentos, nuestro paradigma… contribuya a modelar una realidad diversa en la que tenemos tanto que aportar.

          A pesar de todo, siempre deberemos contar con el escepticismo y la visión permanente del vaso medio vacío de quienes prefieren mantener la ceguera de esa otra realidad posible.

[1] (del griego skótos, «tinieblas, obscuridad») es una zona de ceguera parcial, temporal o permanente. Puede ser un escotoma normal en gente sana como lo es el del punto ciego ocular o puede ser patológico, debido a una lesión de la retina o del nervio óptico. Sin embargo, en el lenguaje coloquial y como significado alternativo es la aclaración de que: “la mente ve, lo que quiere ver”.

[2] David Joseph Bohm (Wilkes-Barre, Pensilvania; 20 de diciembre de 1917-Londres, Inglaterra; 27 de octubre de 1992) físico estadounidense.

[3] William James (Nueva York, 11 de enero de 1842-Nueva Hampshire, 26 de agosto de 1910) Filósofo y psicólogo estadounidense.