¿SENTIMIENTO DE PERTENENCIA O DE PERTINENCIA?

A Mª Paz Mompart, referente y símbolo

del sentimiento de pertenencia enfermero.

 

“Envidio la felicidad de los demás … Envidio el sentido de pertenencia … Parece que siempre estoy rehaciéndome”

Richard Eyre [1]

 

 

Últimamente me pregunto con relativa frecuencia sobre la razón o razones que impiden que las enfermeras tengamos respuestas colectivas ante las amenazas e incluso ataques que se producen cada vez con mayor asiduidad e incluso intensidad. Respuestas que vayan más allá de la unidad de la que ya he hablado recientemente[2]. Que no se relacionen exclusivamente con aspectos de reivindicación laboral o retributiva. Que no conduzcan a una demanda judicial. Respuestas que supongan una manifestación clara e inequívoca de rechazo al ataque de la identidad enfermera y al mismo tiempo de posicionamiento decidido, riguroso y participativo para rechazarlo con energía y fundamento.

Se ha escrito y hablado mucho sobre la identidad enfermera, ligándola en muchas ocasiones a la vocación como una relación casi automática, como si una fuese condición de la otra o la otra consecuencia de la una. Sin embargo, no sé bien si esta unidad es imprescindible, necesaria, importante o en ocasiones se trata tan solo de una impostura o una adaptación a la norma establecida que hace inseparables ambos términos[3]. Pero también es cierto, por otra parte, que existe el ejemplo casi antagónico al de la vocación, es decir, el del interés por encontrar un trabajo de manera inmediata y casi asegurado de por vida, lo que supone que enfermería sea entendida tan solo como un medio para ello, sin importar realmente el hecho de ser enfermera y mucho menos el sentirse como tal.

Nos encontramos pues ante dos maneras de acceder y entender Enfermería que pueden determinar claramente la forma en que esta sea identificada, sentida y vivida. Sin que ninguna de ambas garantice, en ningún caso, sentimiento de pertenencia o absoluta indiferencia.

La vocación, entendida como un interés especial hacia algo por razones no siempre conocidas, ni tan siquiera entendidas y no como una llamada para llevar una forma determinada de vida como en muchas ocasiones se ha querido asociar por la relación que durante tanto tiempo tuvo la enfermería con la religión desde una perspectiva de caridad y no de profesionalidad, no garantiza que la enfermería genere, en quien actúa por dicho impulso, un sentimiento de pertenencia hacia ella o por ella, es decir, no existe una relación inseparable entre vocación y sentimiento de pertenencia.

Por su parte la elección interesada por motivos laborales o económicos no excluye de manera automática el que pueda existir un sentimiento de pertenencia que al menos en principio ni existía ni se esperaba lograr, pero que se puede descubrir y generar a posteriori.

Es cierto que las señas de identidad profesional enfermera, tanto individuales como colectivas, vienen determinadas por las diversas características que definen a las enfermeras y a sus órganos de representación y que configuran finalmente la imagen que tienen y trasladan tanto en su contexto profesional como a la sociedad en su conjunto. Características que, en el caso de enfermería, en muchas ocasiones se han estereotipado y convertido en tópicos que desvirtúan su imagen y con ella la capacidad de favorecer una identidad aceptada y asumida por todas las enfermeras y respetada por los demás. Se trata de una construcción compleja en la que intervienen e interaccionan muchos elementos y factores. Por tanto, no podemos hablar de una identidad enfermera única como muchas veces se pretende, sino que está conformada por múltiples señas que la identifican, tales como elementos de interacción, coincidencia, conocimiento, diálogo, convivencia, interés común…

Se trata pues de un proceso de conocimiento y enriquecimiento lento y progresivo en el que las relaciones de convivencia, las señas de identidad y el sentimiento de pertenencia se refuerzan entre las diferentes visiones, planteamientos, objetivos, actitudes… de las enfermeras, como elemento diferenciador, de defensa y subsistencia, y como cohesión de quienes como tales comparten identidades. De tal manera que en ocasiones sucede que la identidad individual, la propia de cada enfermera, pretende imponer sus características identitarias como generales o propias de enfermería en su conjunto, considerando las diferencias como extrañas, impropias e incluso rechazables. Lo que en sí mismo representa una clara dificultad o barrera para el logro necesario de un sentimiento de pertenencia entendido desde del derecho a ser diferente, al diálogo y a la interacción entre enfermeras… Incluso a hablar y reflexionar sobre este sentimiento como contenido del diálogo.

Lo que parece no ofrece discusión es que el sentimiento de pertenencia resulta fundamental en la definición y cohesión de la identidad enfermera.

Para ello y en un intento por entender mejor su trascendencia se podría definir el sentimiento de pertenencia como el conjunto de sentimientos, percepciones, expectativas, deseos, necesidades, afectos, vínculos, etc. que van construyéndose a partir de las experiencias y de las prácticas cotidianas desarrolladas por las enfermeras o las organizaciones que les representan en los espacios de desarrollo profesional.

Dicho sentimiento de pertenencia puede que no todas las enfermeras lo identifiquen o incluso lo valoren como una necesidad, al menos no de forma consciente, pero no es menos cierto que forma parte de un amplio abanico de necesidades que en mayor o en menor medida influyen en la relación que las enfermeras tienen con la enfermería de la que forman parte y que no siempre se identifican como valores o aportaciones a dicho sentimiento de pertenencia, como la seguridad, la autoestima, el reconocimiento, el bienestar, el compromiso, las actitudes positivas, etc.

Es cierto, así mismo, que tanto la identidad como la construcción del sentimiento de pertenencia de las enfermeras, como sentimiento y vínculo que son, resultan complejos, al intervenir factores tan amplios, diversos y heterogéneos como el contexto en el que se producen, las ideas y experiencias previas, las relaciones profesionales tanto con otras enfermeras o con profesionales de otras disciplinas como con la población a la que se prestan los cuidados, la cobertura de las necesidades que como enfermeras se identifican, las experiencias positivas y satisfactorias en los diferentes ámbitos laborales, los símbolos y valores propios y compartidos de la enfermería que no siempre son asumidos como propios o reconocibles, la participación y cooperación en las organizaciones profesionales tales como colegios, sociedades científicas, sindicatos… o el reconocimiento y aceptación en la propia profesión.

Todo lo cual conduce a que este sentimiento que en muchas ocasiones se utiliza como estandarte o señal de la propia enfermería no sea un sentimiento estándar o generalizado, sino que sea diverso y con múltiples variantes que lo convierten en una construcción dinámica y cambiante. Es por ello frecuente que el sentimiento de pertenencia enfermero presente características muy diferentes, o que cambie en función de las influencias que un determinado contexto ejerza sobre el mismo. Esto explicaría, por ejemplo, el sentimiento de pertenencia de las enfermeras comunitarias o las hospitalarias que compartiendo el mismo entorno disciplinar, enfermería, su percepción o sentimiento es diferente, lo que como ya he comentado no es excluyente, pues de serlo el sentimiento de pertenencia deja de tener sentido colectivo y se comporta como una confrontación de ideas o posicionamientos en los que influyen aspectos o factores ajenos al comportamiento colectivo enfermero y pasan a ser más un sentimiento de pertinencia individual o sectario, entendido por ser adecuado u oportuno en un momento o una ocasión determinados y no de pertenencia tal como lo he descrito.

Esto se justifica, o al menos permite entenderse, por el hecho de que el sentimiento de pertenencia está muy relacionado con el contexto donde se trabaja y al que, de una u otra forma, se identifica que se pertenece y en donde se generan las interrelaciones y se viven las experiencias más significativas del desarrollo profesional, lo que acaba por marcar claramente la percepción e incluso el comportamiento que modelan o pueden modelar dicho sentimiento de pertenencia. De ahí que sea frecuente oír lo de ser enfermera de primaria o de hospital, por ejemplo, en lugar de ser enfermera con independencia de dicha identificación laboral, dado que existen valores de sentimiento positivos o de identidad o valores negativos o de rechazo, que finalmente pueden actuar como antagonistas entre si, debilitando o impidiendo el arraigo de un sentimiento de pertenencia colectivo. Por eso es muy importante la comprensión de los diferentes contextos de desarrollo profesional en la construcción del sentimiento de pertenencia, a partir de la configuración de relaciones inclusivas como, por ejemplo, la participación y cooperación entre iguales.

Lo dicho, aún adquiere mayor sentido cuando el ámbito del que se trata es, por ejemplo, el docente, ya que en este caso ni tan siquiera, muchas veces, se identifican las enfermeras como enfermeras docentes, haciéndolo exclusivamente como docentes e investigadoras, renunciando de manera expresa e intencionada a su condición como enfermeras, lo que influye tanto en la dificultad para la construcción colectiva del sentimiento de pertenencia al que aludo, como en la generación de una distancia al no establecerse una relación desde el respeto a la diferencia sino una ruptura de la identidad enfermera y con ella la ausencia o cuanto menos la confusión del sentimiento de pertenencia.

Lo cierto es que el desarrollo y fortalecimiento del sentimiento de pertenencia de las enfermeras o de sus organizaciones de representación contribuye de manera clara y decidida a construir conciencia de vinculación, favorece las actitudes participativas y de cooperación tanto con el ámbito profesional como en el social, y facilita el proceso de inclusión y la cohesión. Como decía Turner, el sentimiento de pertenencia es un elemento positivo, movilizador en los grupos y comunidades[4].

Así pues y tras lo dicho, las enfermeras, deberíamos cuanto menos reflexionar seriamente sobre cuáles son los factores o elementos que nos impiden tener un sentimiento de pertenencia que permita responder con criterio, decisión, firmeza, convencimiento, compromiso e implicación a cualquiera de las acciones o planteamientos que influyen de manera tan negativa como potente contra la propia construcción enfermera.

Pero es que además deberíamos plantearnos contemplar una intervención clara y decidida de dicho abordaje desde las aulas, en donde se empieza a construir dicho sentimiento de pertenencia. Para ello no se puede renunciar a la condición de enfermera de quien modela, transmite, construye, participa e influye en la identidad enfermera que será, finalmente, la que de valor y consistencia al sentimiento de pertenencia. No es posible sentirse partícipe de algo que no se conoce o que se presta a interpretaciones alejadas del fundamento y esencia de la ciencia enfermera. Si a ello añadimos la cada vez mayor incorporación de disciplinas ajenas a la enfermería que intervienen de manera directa en la formación de las futuras enfermeras desde una ausencia absoluta tanto de identidad enfermera, por no serlo, como de la, en este caso, deconstrucción del sentimiento de pertenencia, podemos entender las respuestas de inacción, conformismo, inmovilismo o escepticismo de muchas enfermeras una vez lo son y actúan como tales, al menos desde la perspectiva estrictamente contractual.

Por su parte las enfermeras gestoras, en cualquier nivel de gestión sea como mandos intermedios o de alta gestión, no pueden ni deben inhibirse de su condición de enfermeras a la hora de gestionar. En primer lugar, porque deberían identificar claramente que su gestión es, ante todo, una gestión de cuidados y por derivación una gestión encaminada a garantizar la mejor calidad de los mismos por parte de las enfermeras que tienen bajo su responsabilidad. Si se asume una gestión despersonalizada, deshumanizada y desprofesionalizada, en la que se obvia u olvida su condición enfermera para ser parte, exclusivamente, de la cadena de mando, los resultados de la misma estarán ausentes de los valores humanísticos que permiten reforzar la construcción del sentimiento de pertenencia enfermero y contribuirán tan solo al logro de objetivos ligados a intereses de la organización, de otros colectivos o de la rendición de cuentas, despersonalizando y difuminando la identidad enfermera.

Las organizaciones que representan a las enfermeras, por su parte, deberían centrar sus esfuerzos y su trabajo en velar por la identidad enfermera, tratando de aunar las diferentes sensibilidades, intereses, ideas o experiencias, de las enfermeras con el fin de enriquecer dicha identidad. No se trata tanto de defender la misma desde la demanda judicial como muestra de fuerza ante el ataque a la misma desde cualquier ámbito, como de la necesidad de construir dicha identidad desde la fortaleza de la propia enfermería y no desde la debilidad de la misma. Las propias enfermeras no tienen ese sentimiento de pertenencia con relación a dichas organizaciones, lo que repercute claramente en su debilidad de influencia tanto interna como externa. Entre otras cosas porque dicha pertenencia tan solo obedece, en algunas organizaciones, a la obligatoriedad de pertenecer a las mismas para poder ejercer como enfermeras, pero sin que genere ese sentimiento de pertenencia que sería deseable y necesario para, desde el mismo, trabajar el sentimiento de pertenencia enfermero. Sentimiento que no podrá ser fortalecido nunca desde la soberbia de sentirse imprescindibles que algunas creen poseer y que genera justamente el efecto contrario al de favorecer el sentimiento de pertenencia.

No deja de ser curioso, por otra parte, como el sentimiento de pertenencia es muy fuerte, intenso y permanente en determinadas sociedades o colectivos con independencia incluso de los resultados que los mismos obtengan para generar una gran atracción y fidelidad. Es el caso, por ejemplo, de los clubs deportivos y muy especialmente los de fútbol. Se podría argumentar que su fortaleza viene determinada como respuesta al espectáculo deportivo que ofrecen y a la competitividad establecida en su contexto. Pero esto quedaría limitado exclusivamente a un selecto grupo de equipos que encajan en estas características, por lo que el sentimiento de pertenencia viene determinado por otros factores o casusas que van más allá de los éxitos deportivos. ¿Por qué entonces no es posible que las enfermeras tengamos arraigado ese sentimiento de pertenencia con independencia de las diferencias que en torno a enfermería existen?

Al margen de otras razones que seguro existen y deben ser identificadas y analizadas, desde mi punto de vista, considero que resulta muy difícil, por no decir imposible, lograr el sentimiento de pertenencia enfermera sin que previamente exista un convencimiento claro y sin fisuras del sentimiento individual sobre aquello que se es, enfermera. Como dice M.F. Moonzajer[5] “la aceptación es el sentido de pertenencia”. Por tanto, si no nos valoramos, aceptamos y sentimos orgullosas/os de ser enfermeras. Si constantemente ocultamos o sustituimos nuestra identidad enfermera. Si ser enfermera es vivido tan solo como un medio, como cualquier otro, para ganar un sueldo. Si no consideramos nuestra aportación específica como insustituible y valiosa. Si creemos que los problemas de enfermería no son nuestros problemas. Si pretendemos que siempre sean otros quienes solucionen los problemas por entender que no va con nosotras. Si mantenemos la creencia de que el reconocimiento debe darse con independencia de nuestra actitud. Si asumimos como válido cualquier planteamiento, aunque afecte negativamente al desarrollo de enfermería. Si todos estos condicionantes y otros muchos, forman parte permanente de nuestra condición enfermera, resultará imposible construir y consolidar el imprescindible sentimiento de pertenencia enfermero que nos haga visibles y reconocibles entre nosotras mismas, otras/os profesionales, las organizaciones en las que trabajamos o nuestras organizaciones de representación y la propia sociedad. Seguir inmersas en una permanente indefinición y desvalorización nos sitúa en la más absoluta insignificancia y en una peligrosa vulnerabilidad a las que no sabemos responder por no saber reconocernos como enfermeras. En definitiva, resulta muy difícil defender aquello en lo que no se cree.

Llegados a este punto podemos preguntarnos qué es primero si el sentimiento o la pertenencia, es decir, ¿es capaz el hecho de ser y pertenecer a enfermería de generar un sentimiento real de pertenencia o resulta imprescindible tener el sentimiento de ser enfermera para poder desarrollar el de pertenencia? Posiblemente no se trata de qué va delante de qué, sino de cómo somos capaces de construir colectivamente la identidad enfermera y desde la misma el sentimiento de pertenencia.

Lamentablemente no tengo las respuestas necesarias para lograrlo. Tan solo un profundo sentimiento de tristeza por no entender cómo se puede ser enfermera y no sentirse orgulloso/a de serlo, de vivirlo, de manifestarlo y de defenderlo. Por no comprender cómo se puede ser enfermera sin tener referentes a los que admirar, querer y respetar para poder mejorar. Por no concebir el desarrollo profesional sin un arraigado, claro y firme sentimiento de pertenencia que no supone, en ningún caso, resignación o asunción incondicional, sino justamente todo lo contrario.

De igual manera que siento un profundo sentimiento de pertenencia como valenciano por mi territorio y como valencianista por mi equipo de fútbol, por ejemplo, siento un idéntico o mayor sentimiento de pertenencia como enfermera por mi profesión. En todos los casos hay muchos aspectos de mi tierra, de mi equipo y de mi profesión que me gustaría que cambiasen o fuesen de otra manera, pero en ninguno de los casos renuncio por ello a mi sentimiento de pertenencia a los mismos y para los mismos y adaptando al poeta Miguel Hernández, sangro, lucho, pervivo. Para defenderlos, doy mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo[6], ¿te apuntas?

[1]  Director británico de películas, teatro, televisión y ópera.

[2] http://efyc.jrmartinezriera.com/2022/02/10/unidad-enfermera-necesidad-o-estrategia/

[3] http://efyc.jrmartinezriera.com/vocacion-vs-dedicacion-postconfinamiento-nueva-temporada/

[4] Turner, J.C. (1985). Social categorization and the self-concept: A social cognitive theory of group behaviour. En E.J. Lawler (Ed.): Advances in group processes: Theory and research (vol., 2, pp. 77-122) Greenwich: JAI Press.

[5] MF Moonzajer es un ex pasante de la Secretaría de las Naciones Unidas en Bonn, Alemania, un académico del Centro Internacional de Investigación para el Desarrollo de Canadá, el editor actual del International Scientific Journal of Issues, Research and Essay (JSRE) y el presidente de Indie Authors

[6] Adaptación del poema “Para la Libertad” de Miguel Hernandez Gilabert (Orihuela 1910 – Madrid 1942).

ENTREVISTA CADENA SER

Entrevista en la Cadena SER Alicante con motivo de la polémica surgida ante las denuncias de diferentes organizaciones médicas ante la posibilidad de que las enfermeras puedan acceder a dirigir Centros de Salud según se recoge en el Marco Estratégico de la Comunitat Valenciana recientemente presentado.

 

METONIMIA, SINÉCDOQUE O METÁFORA Desde la retórica a la violencia profesional machista

“Solamente el caos de la retórica confunde y modifica la coherencia histórica “

Tiziano Ferro [1]

 

La imagen, el valor, el reconocimiento, el desarrollo… de la Enfermería y por derivación de las enfermeras, siempre ha estado influenciado, cuando no condicionado, por la propia evolución social, cultural, educacional o política.

Así mismo lo ha estado por su condición de profesión femenina y por lo tanto de dependencia o subsidiariedad de las profesiones masculinas con las que se relaciona y muy particularmente con la medicina.

La incipiente evolución a la profesionalización de la enfermería en España durante la segunda república tuvo un abrupto final con la instauración de la dictadura franquista tras la guerra civil.

El papel de las enfermeras, al igual que el de las mujeres, en la sociedad franquista quedó claramente ligado a la voluntad que sobre ellas ejercieron los médicos y los hombres respectivamente.

La unificación de las profesiones de matrona, enfermera y practicante en una sola, estuvo muy lejos de la intención manifestada por dignificar la profesión de Enfermería. Dicha unidad, en un nuevo título denominado Ayudante Técnico Sanitario (ATS), sin referente en ningún lugar del mundo, tan solo perseguía dar respuesta a las necesidades de la profesión médica, desde una absoluta dependencia y subsidiariedad de la misma, ocultando además, de forma totalmente intencionada e intencional, la profesión enfermera, relegando la denominación como tal cuando hacía referencia a las mujeres ATS, como forma de distinguir entre el demérito y la dependencia de estas con los médicos y en contraposición a los varones que eran denominados con su antigua denominación de practicantes o adoptando la nueva nomenclatura de ATS, pero con una connotación y una asunción de funciones totalmente diferente a la que se otorgaba a las mujeres, lo que aún ahondaba mucho más en la desvalorización de la Enfermería, que no se contemplaba como tal, y de las enfermeras y los cuidados, a los que no se relacionaba con la Enfermería. De tal manera que el objetivo de perpetuar la dependencia y la invisibilidad enfermera se logró de manera absolutamente eficaz, al tiempo que contribuyó a dinamitar de manera clara y significativa aquello por lo que, teóricamente, se había llevado a cabo la reunificación de las tres profesiones comentada, es decir, la unidad. La división determinada por el género condujo a provocar una profunda brecha en el seno de la ocultada y disfrazada enfermería, entre enfermeras, matronas y practicantes a pesar de que todas/os, paradójicamente, fuesen ATS. Todo lo cual, por su puesto, tuvo su traslado a la sociedad, que identificó e interiorizó, tal como se pretendía, la imagen subsidiaria y dependiente de la medicina, contribuyendo, por otra parte, a reforzar el protagonismo exclusivo de los médicos como únicos garantes de la asistencia sanitaria y a que su imagen se identificase como la de un ser superior y poderoso al que se tenía que obedecer y rendir pleitesía.

Tras la finalización de la dictadura franquista, como ya comenté en mi anterior entrada, un grupo de decididas, valientes y competentes enfermeras, mayoritariamente mujeres, pero también con la participación activa de algunos hombres, lograron romper el maleficio impuesto con la titulación de ATS y recuperar, al menos en parte, la identificación enfermera con la entrada de los estudios de enfermería en la universidad.

La profesionalización de la enfermería y la consideración de sus estudios como universitarios, coincidió con la instauración de la democracia y con ella con la recuperación progresiva, aunque desigual, de libertades y derechos perdidos y perseguidos.

Por su parte, la igualdad de derechos de las mujeres y la recuperación de su dignidad, aunque lentamente, se fue recuperando con evidentes dificultades y barreras en una sociedad marcadamente machista en su forma y en su fondo.

En este escenario, las enfermeras iniciaron, al igual que las mujeres, la recuperación de una lenta autonomía de la dependencia y subsidiariedad médicas, aunque con importantísimas resistencias por parte de los médicos para no perder el control sobre ellas, lo que por otra parta reforzaba el estatus logrado.

La limitación de los estudios de enfermería a diplomatura universitaria impedía el acceso a los máximos niveles académicos, lo que suponía una clara barrera para la total normalización del desarrollo disciplinar y profesional. A pesar de lo cual cada vez existía una mayor diferenciación con la medicina, a través del desarrollo de planes de estudio basados en un paradigma enfermero propio. Diferencia que, sin embargo, no se reproducía con los médicos con quienes se seguía manteniendo una dependencia muy significativa tanto por parte de ellos, que continuaban manteniéndola y alimentándola, como por parte de las enfermeras, que dejaban se ejerciera con cierta displicencia.

La instauración del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) y la consiguiente regulación de los estudios superiores como Grados de todas las disciplinas, logró romper el techo de cristal que nos impedía acceder al máximo nivel académico.

Parecía que dicho logro iba a permitir equilibrar “las fuerzas” de igual manera que paralelamente iban alcanzándose, no sin dificultades, nuevos logros en la igualdad entre hombres y mujeres, a pesar de la lacra permanente y sangrante de la violencia de genero alimentada por la cultura machista aún presente en nuestra sociedad, cultura y educación.

Sin embargo, tal como sucedía con la igualdad de género, en la igualdad profesional y disciplinar, las enfermeras sufríamos la “violencia” machista impuesta por la medicina como consecuencia de la resistencia ejercida por una parte de los médicos a pesar de que el número de mujeres en la profesión era cada vez mayor, pero con la particularidad de que, estas, asumían el rol machista de la profesión médica en la relación que se mantenían con las enfermeras.

Las situaciones de presión e incluso acoso, se sucedían cada vez que las enfermeras trataban de recuperar una identidad propia, autónoma y desligada de la subsidiariedad médica que no se lograba eliminar a pesar de los avances. Recursos judiciales, presiones ante las administraciones, descalificaciones, normativas que limitaban el acceso a puestos de responsabilidad, diferente nivel profesional con idéntica titulación académica, creación de puestos de dirección sin capacidad en la toma de decisiones, exclusión de comisiones o grupos de trabajo… son tan solo algunas de las estrategias para mantener el control y la capacidad de movimientos de las enfermeras en connivencia con los políticos y gestores en ese aparente talante renovador que no se reflejaba en el necesario cambio normativo, ni en la voluntad de las partes por alcanzarlo.

El paralelismo con la desigualdad de género continuaba y, lamentablemente, continúa existiendo allá donde médicos y enfermeras coinciden. Es decir, en prácticamente cualquier escenario, pero de manera muy significativa en el ámbito profesional de la asistencia sanitaria.

La democracia seguía consolidándose, aunque la deriva política, el descontento social, la corrupción, la mediocridad… de las/os dirigentes políticos propició la incorporación, inicialmente anecdótica y progresivamente preocupante, de tendencias ultraconservadoras que rescatan discursos aparentemente superados en los que se cuestionan derechos fundamentales como la perspectiva y la violencia de género, la igualdad entre personas de diferente tendencia sexual, raza o creencia, la educación en valores democráticos, el respeto a las decisiones individuales ante la muerte o el aborto.

Pensar que dichas posiciones ideológicas obedecen tan solo a la casualidad, que son temporales, que no comportan peligro alguno para la estabilidad democrática, que no tienen consecuencias para mantener los derechos alcanzados… es, no tan solo una temeridad ligada a la ausencia premeditada y consentida de la memoria histórica, sino también, una clara irresponsabilidad colectiva, que nunca puede justificarse como una respuesta antisistema como se le quiere disfrazar.

Y en ese panorama de permanente incertidumbre y de crecimiento y asentamiento de ideologías radicales de ultraderecha en las que se apoyan para lograr el poder partidos conservadores que supuestamente tenían superadas estas posturas, cuando en realidad tan solo estaban aletargadas o enmascaradas, nuevamente las mujeres y las enfermeras, volvemos a sufrir tanto ataques como pérdidas de derechos que ya se creían consolidados tales como la discriminación positiva, los recursos de apoyo a la igualdad, la negación de la violencia de género, el acceso en igualdad de condiciones a puestos de trabajo, la remuneración igualitaria en puestos de idéntica responsabilidad o competencia, la negativa al acceso a determinados niveles o puestos de trabajo…

La medicina, como lobby de poder, ante los intentos de cambio en los modelos actuales del SNS en general y de la Atención Primaria y Comunitaria en particular, se alinea con los posicionamientos machistas y totalitarios de dichas posturas ideológicas para intentar paralizar el desarrollo profesional de las enfermeras.

Las estrategias de una parte de los médicos son sibilinas y engañosas, tratando de mantener una visión, sino progresista si cuanto menos liberal en sus posicionamientos, pero con cada vez menor disimulo en sus planteamientos reaccionarios y excluyentes hacia quienes consideran diferentes o simplemente un peligro para su estatus de privilegio, a pesar de que socialmente ya empezaba a estar muy cuestionado.

Actitud hostil a la que se suman de manera cada vez más habitual y agresiva otros colectivos que parecen ver en las enfermeras la reencarnación del mal contra sus intereses, mientras las enfermeras aguantamos estoicamente, sin parecer inmutarnos, los ataques a nuestras competencias, haciéndonos cada vez más débiles y con menor espacio competencial, al abandonar nosotras ciertas competencias por considerarlas menores y limitándonos otras porque terceros las consideran ajenas a nuestra profesión. Todo lo cual nos hace padecer el efecto sándwich, es decir, nos presionan por arriba y por abajo y la mayonesa, que en este caso somos nosotras, se sale por todos lados.

Pero en esta ocasión me centraré en el acoso médico sin que ello signifique que el realizado desde otros frentes profesionales no sea tan grave y lesivo, o más, que este y, dese luego, sin olvidar que nuestra actitud ante todo ello debería, cuanto menos, preocuparnos y ocuparnos.

Como ejemplo y tan solo como muestra, me voy a referir a la actitud de algunos órganos de representación médica, a través de sus dirigentes, lo que no significa, por supuesto, que sea el sentir general de todo el colectivo, pero si de quienes hablan y actúan en su nombre.

En la Comunitat Valenciana se nombró, en 2020, como comisionada para el desarrollo e implementación del Marco Estratégico de la Atención Primaria y Comunitaria en dicho territorio autonómico a una enfermera[2]. Dicho nombramiento por sí mismo, sin haber llevado a cabo ninguna gestión o acción ya generó, por parte de sindicato, organizaciones y colegios médicos, declaraciones de descalificación y cuestionamiento a su capacidad y competencia. Por el simple hecho de ser enfermera y mujer, claro está.

La Comisionada, se dedicó a trabajar y a reunirse con todos aquellos colectivos y representantes de los mismos que de manera más o menos activa y directa trabajan en el ámbito de Atención Primaria. Reuniones a las que algunos de los representantes de dicho colectivo médico no asistieron ni aportaron sugerencia alguna al Marco que se estaba consensuando, posiblemente por entender que hacerlo hubiese supuesto reconocer la “autoridad” de la comisionada. Los ataques y las descalificaciones, sin embargo, continuaron produciéndose de manera totalmente gratuita e injustificada.

Concluido el proceso, se presentó públicamente el informe[3] a cuyo acto se negaron a ir quienes lideraron los ataques, argumentando para ello la falta de comunicación y de consenso en la elaboración del mismo, lo que no tan solo no es cierto, sino que es totalmente falso, obedeciendo únicamente a un nuevo intento por distorsionar la realidad para lograr con ello la aparente discriminación denunciada y poder asumir el victimismo con el que justificar su actitud de absoluto desprecio hacia el trabajo realizado y quien lo lideraba, en un manifiesto ejemplo de acoso profesional machista[4].

Su no comparecencia, ni en las conversaciones previas ni en la presentación, no fue obstáculo alguno para arremeter de manera totalmente desproporcionada, ausente de rigor científico y de respeto contra el documento presentado y su responsable, enfermera y mujer.

Tan solo como ejemplo de lo expuesto rescato uno de los supuestos argumentos de rechazo de una de las organizaciones que precisamente declinó reunirse con la Comisionada en la fase de redacción del documento, en donde dicen textualmente: “Papel del personal de enfermería: debe potenciarse, pero sin olvidar que el grado de enfermería es diferente al de medicina y su función principal son los cuidados. Estas profesionales no deben ser la solución cuando la necesidad sea personal facultativo y el interés por la especialidad de enfermería debe ser por su aportación al cuidado de los pacientes y no para cubrir áreas que no les corresponden”[5].

El argumento perfectamente podría identificarse e imputarse como uno de los muchos que realizó el expresidente del gobierno Mariano Rajoy[6], dadas las extrañas construcciones gramaticales, las relaciones de causalidad imposibles y sus ininteligibles planeamientos.

Para empezar que se diga que el grado de enfermería es diferente al de medicina, es de Perogrullo y utilizarlo como argumento es tanto como decir que la noche es diferente al día. Pero no contentos con esto continúan y tratan de reforzar su sublime descubrimiento con el de que la competencia principal de las enfermeras son los cuidados, aunque ellos hablen de función no sé si por desconocimiento, lo cual no descarto en absoluto, o por intento burdo e infantil de querer desmerecer los cuidados como función en lugar de competencia. Una loable disertación argumental, sin duda. Puede ser también plausible que el intento de tan sesudos analistas fuese el de desprestigiar los cuidados como una competencia, que no función repito, menor. En cualquier caso, no le resta patetismo a una u otra o a ambas opciones, diciendo mucho de quienes las han plasmado por escrito intentando, pero no consiguiendo, establecer un razonamiento que trata de esconder su rechazo machista hacia las enfermeras.

Pero tal cúmulo de despropósitos en tan poco espacio narrativo no concluyen ahí y continúan sus ataques diciendo que las enfermeras no pueden ser la solución a la necesidad de personal facultativo. Analicemos. Sin aportar absolutamente ningún argumento o evidencia que sostenga su rechazo a que las enfermeras puedan ser la solución, la que sea, rechazan esta posibilidad. Por otra parte, dan por sentado que la necesidad a la que se refieren tan solo la pueden aportar facultativos. Por el simple hecho de ser facultativos, no porque consideren tener mayores o mejores aptitudes y competencias o que las enfermeras no puedan tenerlas, no, solo por ser médicos, en un nuevo y claro comportamiento de machismo profesional.

Siguiendo en su línea de irracionalidad tratan de reforzar su sinrazón diciendo que el interés por la especialidad enfermera debe ser por su aportación al cuidado. Un rotundo y novedoso descubrimiento que contribuye, sin duda, a ordenar las competencias profesionales y que refuerza su anterior argumento sobre la asunción de los cuidados por parte de las enfermeras. No contentos con su desquiciante argumentario, concluyen diciendo que la especialidad enfermera no puede servir para cubrir áreas que no les corresponden, en alusión al planteamiento que el documento del Maco Estratégico recoge de que las enfermeras pueden acceder, en igualdad de condiciones y en base a capacidad y méritos, a dirigir centros de salud. Es decir, ellos por su sabiduría y poder infinitos determinan que la gestión de un centro tan solo tiene capacidad de asumirla un médico, nuevamente por el simple hecho de ser médicos y con independencia de cualquier otra valoración de capacidades y méritos. Posiblemente por designación divina.

            Podría seguir analizando la exposición de motivos al rechazo frontal, absoluto y absurdo al Marco Estratégico, pero sería reiterativo y aburrido como patético y triste es leer tales planteamientos realizados desde el radicalismo, la intolerancia, el fanatismo y la falta de rigor científico. Tan solo el desprecio y la intransigencia sostienen esta forma de actuar de quienes utilizan su supuesto poder en destruir a quienes consideran inferiores. Lo preocupante, que lo es, no es tanto ese machismo profesional, al que aludo, porque podría corregirse, sino la mediocridad de quienes lo lideran, porque, esta, lamentablemente ya forma parte de su genética profesional y personal y no tiene otra solución que apartarlos de cualquier puesto desde el que puedan trasladar su violento y radical mensaje. Tal como dijera Eurípides de Salamina[7] “frente a una muchedumbre, los mediocres son los más elocuentes” y eso es muy peligroso. Espero y deseo que el sentido común y la inteligencia de la mayoría de los médicos superen el fanatismo de los mediocres que dirigen las instituciones que les representan.

            Además de la evidente violencia profesional machista que he argumentado, existe un ejercicio maquiavélico en sus estrategias destinadas a generar confusión y con ellas intentar sustituir la realidad por otra paralela que desvirtúe la primera, y que se ajuste a sus intereses.

Para ello utilizan o bien la metonimia a través de relaciones objetivas entre elementos, de presencia o contigüidad, pero que generan confusión, como cuando se habla de que “es el mejor gestor” refiriéndose al médico.

En otras ocasiones hacen uso de la sinécdoque a través de un tropo que sustituye una expresión por otra cuyo sentido es figurado creando una historia disruptiva o estereotipo. “La simpatía de la enfermera”, en una clara sustitución e intercambio de relaciones de causa y efecto, que no se corresponde con la realidad profesional pero que acaba creando una imagen idealizada y simplista.

            Por último, se utiliza también la metáfora como medio por el cual una realidad o concepto se expresan por medio de una realidad o concepto diferentes con los que lo representado guarda cierta relación de semejanza pero que no se corresponde con la realidad. Por ejemplo, cuando se dice “la enfermera es un ángel” o “la enfermera es mi mayor ayuda”. En el primero de los casos se sitúa a las enfermeras en el ámbito de lo divino o religioso, pero desde la perspectiva de ángel como ser espiritual, servidor y mensajero de Dios, o sea del médico. Y en el segundo de los casos al identificarla como elemento de ayuda o soporte y anulando así su capacidad de autonomía o capacidad de decisión.

            En cualquier caso, son retóricas lingüísticas que lejos de ser inocentes están cargadas de intención para los intereses de primacía médica como los que he ido refiriendo a lo largo del texto y que, lamentablemente, continúan utilizándose y tolerándose de manera totalmente inaceptable como se sigue tolerando e incluso a veces justificando, la violencia de género.

            Más allá de la retórica como forma de manipular a los otros y de dominarlos a través de la palabra, no debemos ni podemos olvidar que las enfermeras somo reales y tenemos una identidad profesional definida y propia que no está sujeta ni a interpretaciones por parte de nadie ni mucho menos a cualquier tipo de violencia profesional como la que se continua ejerciendo desde la mediocridad de quienes siguen creyendo que son seres superiores que están por encima del bien y del mal, actuando como justicieros divinos.

Pareciera que solo Dios pudiese librarnos de ellos. Ojalá y se obre el milagro. Pero como no creo en milagros mejor sería que unos, los médicos, y otras, las enfermeras, lo hiciésemos en nuestros respectivos ámbitos para evitar representaciones tan impropias como peligrosas.

[1] Productor, cantante, cantautor italiano (1979) Fuente: https://citas.in/temas/retorico/

[2] https://www.diariomedico.com/enfermeria/familiar/profesion/la-enfermera-maria-jose-lloria-sera-la-responsable-de-impulsar-la-ap-en-valencia.html

[3] https://www.enfervalencia.org/pub/documentos_pub/20220128planestratatprimcom2022-23.pdf

[4] https://sovamfic.net/declinacion-invitacion-presentacion-marco-estrategico-ap-2022-2023-iii/

[5] https://www.cesm-cv.org/por-que-hay-que-rechazar-el-plan-de-atencion-primaria-de-la-comunidad-valenciana/

[6]  Político español del Partido Popular, sexto presidente del Gobierno de España después de la Transición, entre 2011 y 2018.

[7] Fue uno de los tres grandes poetas trágicos griegos de la antigüedad, junto con Esquilo y Sófocles.

UNIDAD ENFERMERA ¿Necesidad o estrategia?

“El que obtiene la unidad, lo obtiene todo”

María Zambrano[1]

 

El diccionario de la RAE define UNIDAD como “la propiedad que tienen las cosas de no poder dividirse ni fragmentarse sin alterarse o destruirse”.

Son muchos los casos, circunstancias o acontecimientos de la reciente historia enfermera en los que dicha unidad hubiese sido deseable, pero que finalmente se quedó en eso, en un deseo, una quimera o una ilusión. Los egos, las vanidades, los recelos, las sospechas, las reservas, los miedos, las envidias, los intereses personales, los caprichos… son tan solo algunas de las causas que, en mayor o en menor medida, impidieron que se alcanzase dicha unidad. Por tanto, tal como la propia definición recoge, la división condujo a la fragmentación y con ella se alteró el resultado de aquello que se pretendía, incluso con riesgo de destrucción, con evidentes consecuencias en contra de la enfermería y de las enfermeras.

Hay que retrotraerse a la década de los años 70 para encontrar una verdadera UNIDAD de acción que logró el objetivo que se planteó de inicio. Objetivo, por otra parte, que nos permite estar hoy donde estamos con todos los pros y los contras que queramos, pero que no sería posible sino se hubiese llevado a cabo el proceso de incorporación de la enfermería a la Universidad.

Eran momentos difíciles, en los que confluían diferentes figuras de una misma profesión que se habían encargado de generar quienes precisamente más interés tenían en lograr una división que se ajustase a los intereses de quienes monopolizaban y manipulaban su formación, los médicos, para dar respuesta a sus necesidades y no a las de la población a la que supuestamente debían cuidar. Y digo supuestamente porque lo que se encargaron de crear fue ayudantes, sus ayudantes, para su servicio y demanda. Técnicos, es decir alejados de los cuidados y centrados en las técnicas. Sanitarios como única referencia al ámbito de actuación, el sanitarista asistencial. En resumen, ATS[2], que invisibilizaban a las enfermeras y a la Enfermería con programas hechos a su imagen y semejanza, con el único objetivo de servirles.

Es fácil, o al menos debería serlo, hacerse una idea de lo complejo que debió resultar el hecho de plantear una ruptura de la subsidiariedad que condujese, además, a que esta se canalizase y configurase en la Universidad a través de un plan de estudios propio y diferenciado de Enfermería, para Enfermería y gestionado por enfermeras. Con independencia de la poca acertada denominación con la que se sustituyeron unas siglas, ATS, por otras, DUE[3], lo que es incontestable e incuestionable, es que dicho logro se alcanzó gracias a la UNIDAD que un grupo de líderes enfermeras a las que aún no se ha dado el merecido reconocimiento hasta ahora, supieron generar para que lo que estaba dividido y fragmentado, se uniese y cohesionase.

UNIDAD, también es cierto, que lamentablemente se fue debilitando y diluyendo progresivamente hasta atomizar nuevamente la profesión con intereses encontrados. La UNIDAD que propició el ser universitarias, no logró sin embargo eliminar la brecha entre docencia y asistencia que a día de hoy permanece unida con puentes frágiles e incluso inexistentes en muchos casos, entre ambas partes, docente y asistencial.

Los 45 años que separan ese logro de la realidad actual, han sido testigo de las múltiples situaciones en las que la UNIDAD no tan solo no ha sido posible, sino que ha sido dinamitada tanto interna como externamente, provocando evidentes daños en la profesión enfermera y en su desarrollo.

En cualquier caso, no se trata de identificar y relatar los casos en los que la UNIDAD no fue precisamente el denominador común de los mismos. Pero me parece necesario reflexionar sobre por qué dicha UNIDAD en Enfermería y con las enfermeras resulta tan difícil.

En primer lugar, me niego a identificar y asumir como únicas responsables a las enfermeras. No solucionamos nada con la flagelación permanente como método de redención de la culpa, perdón de los pecados y supuesta liberación del daño. Algo que lamentablemente las enfermeras hemos venido realizando de manera sistemática, no obedeciendo a una casualidad o a una cualidad identitaria sino a las consecuencias de la evidente influencia de la educación nacional católica bajo la que durante tanto tiempo estuvo sometida la docencia y asistencia de las enfermeras tanto en órdenes religiosas como en aquellas que, sin serlo, estaban claramente impregnadas de la misma en un régimen político dictatorial que lo hacía suyo y lo imponía, sobre todo, a las mujeres para que permanentemente recordasen su subsidiariedad hacia los médicos y su misión, por mandato divino, como procreadoras y cuidadoras. Todo lo cual era aplicable a las enfermeras como mujeres, pero también como fieles acompañantes, que no compañeras, de los médicos para su servicio y obediencia debida. No en vano en algunas escuelas de entonces se les recordaba a las futuras enfermeras lo que debían ser a través de una regla nemotécnica tan perversa como efectiva, DIOS, en referencia a sus cualidades como enfermeras y mujeres, Dócil, Imperfecta, Obediente y Sumisa. Esta herencia, sin duda, marcó y aún sigue presente, en parte, en algunas enfermeras, lo que provoca esa permanente culpabilidad y resignación por lo que sucede que, a su vez, alimenta la falta de cohesión en planteamientos fundamentales que afectan al desarrollo disciplinar y profesional. La indiferencia del carácter profesional transmitido de generación en generación a las enfermeras, ha contribuido a que, aunque aparentemente creciésemos y nos situásemos a un nivel similar al de cualquier otra disciplina, lo que sucedía fuese justamente lo contrario. Siempre ha habido y sigue habiendo factores que continúan sometiendo a las enfermeras al poder médico. No tan solo por la presión de una parte de los médicos, que también, sino por parte de la sociedad en su conjunto y de la clase política en particular que limitan la capacidad de crecimiento real, aunque pueda parecer que disponemos de ella.

Otro aspecto externo que influye en la falta de UNIDAD, es la división a la que durante tantas décadas nos han sometido, intentando hacernos creer que es una característica propia de las enfermeras como hacen con la simpatía. Es decir, las enfermeras no solo somos simpáticas, sino que somos también insolidarias e individualistas. Pero claro, cuando en un periodo de tiempo, que en la evolución de una disciplina es insignificante, hemos pasado de enfermeras a ATS, de ATS a DUE, de DUE a Grados de Enfermería, de Grados a Doctoras, la recuperación de una denominación, y lo que es más importante, la identificación como enfermeras, teniendo que convivir en dicho espacio temporal profesionales con muy diferentes planteamientos y formas de entender, vivir, sentir y practicar la enfermería y ser enfermeras, la cosa resulta, cuanto menos, compleja. Las divisiones, por tanto, han estado y siguen estando presentes en el conjunto del colectivo enfermero que difiere sobre temas que no siendo determinantes acaban contribuyendo a que los verdaderamente importantes queden diluidos u ocultos. Es decir, lo intrascendente no permite dar respuesta a lo fundamental y con ello se alimenta también la división y la falta de UNIDAD. Lo cual tampoco es problema exclusivamente de las enfermeras, sino de quienes sabiéndolo lo utilizan para debilitar e impedir la necesaria UNIDAD ENFERMERA.

El ejemplo más claro de lo comentado es la incapacidad o falta de voluntad, de quienes gobiernan las principales y reconocidas legalmente como organizaciones de representación enfermera. Por una parte, la mayoría de Colegios Profesionales y las organizaciones en que se agrupan, autonómicas o nacional, manteniendo una denominación que ni corresponde con sus competencias ni representa a quienes las integran. Denominarse Colegios o Consejos de Enfermería es otorgarse una representación que no les corresponde, porque representan y, al menos en teoría, defienden a las enfermeras y no a la Enfermería como ciencia, disciplina o profesión. Su denominación correcta, como ocurre con otras disciplinas/profesiones[4], es la de Colegios o Consejos de Enfermeras o de Enfermeras/os, dado que luchar contra quienes siguen rasgándose las vestiduras por asumir el género que identifica sustancialmente a Enfermería no debería constituir la excusa para cambiar la denominación como algunas, pero sobre todo algunos, argumentan refugiándose en los caducos planteamientos academicistas de la RAE. Pues bien, este es otro elemento de clara división que impide en muchos casos aunar fuerzas en torno a temas importantes para nuestro avance como los de la acreditación profesional que es lo que legalmente les corresponde y que sin embargo tan poco ejercen.

Por otra parte, quienes dicen defender los intereses laborales de las enfermeras, se denominan SATSE, es decir, Sindicato de ATS de España, aunque luego lo maquillen como Sindicato de Enfermería, que no de Enfermeras o Sindicato Enfermero, como si fuesen los valedores máximos en la defensa laboral de la disciplina, cuando realmente lo son de las enfermeras que deciden confiar en dicha organización que, además, ahora está en expansión acogiendo en su seno a fisioterapeutas. No sé si los podólogos podrán ser los siguientes a querer incluir en su regazo, en un intento por reunir a quienes como hijos pródigos abandonaron Enfermería, lo que, así mismo, es un nuevo ejemplo de la división a la hemos sido sometidas las enfermeras y Enfermería en ese corto periodo de tiempo desde que nos incorporásemos a la Universidad. La falta de voluntad política por regular las especialidades enfermeras hasta 2005 condujo a que las que lo eran, de una manera totalmente irregular normativamente hablando, acabasen por constituirse en profesiones independientes, Fisioterapia y Podología.

Por su parte, la Universidad que, al menos inicialmente, se identificó como el principal y más valioso factor de unión, también ha fracasado en su imprescindible responsabilidad de identidad enfermera. Posiblemente en su intento por reforzar los ámbitos y áreas de conocimiento enfermeros se ha olvidado de lo más importante, la necesidad de que, quienes deciden estudiar Enfermería, se sientan enfermeras. Por otra parte, la deriva de la Universidad poniendo como valor supremo a la investigación frente a la docencia, ha influido de manera muy negativa en la propia docencia enfermera y en la carrera académica de las enfermeras docentes que se han visto arrastradas por la corriente mercantilista de las publicaciones de impacto JCR como único camino para consolidarse y avanzar académicamente en la Universidad. A lo que hay que añadir la precariedad de los puestos que ocupan y en los que deben permanecer durante largos periodos de tiempo antes de lograr una posición digna tanto desde la perspectiva docente, investigadora como económica, como una forma más de precariedad laboral que por el hecho de darse en la universidad aún adquiere, si cabe, mayor gravedad. Esta situación influye de manera determinante en la falta de UNIDAD, dado que, por una parte, quienes deciden incorporarse a tiempo completo en la Universidad renuncian a la práctica asistencial con lo que ello supone de distancia con dicha práctica y quienes en ella trabajan y, por otra, se establece una lucha desigual en el mercado de publicaciones en el que deben competir en un marco que no es propio, biomedicina, con criterios alejados del propio paradigma enfermero, provocando una clara división entre quienes se resisten a entrar en dicho mercado y quienes renuncian a todo, incluida la docencia y me atrevo a decir que la propia enfermería, para centrarse en la carrera de las publicaciones de dicho mercado. Y como último elemento la cada vez menor atracción de las enfermeras a incorporarse en la Universidad, dadas las condiciones ya comentadas, lo que provoca que profesionales de otras disciplinas ocupen las plazas correspondientes a áreas de conocimiento específicas enfermeras. Con lo cual ya está servido un nuevo elemento de división, bueno no, varios elementos. Por una parte, división entre enfermeras docentes y asistenciales que hace cada vez mayor la brecha históricamente existente. Por otra entre enfermeras docentes e investigadoras en el seno de la propia universidad y entre enfermeras docentes e investigadoras con quienes, sin serlo, ocupan plazas de formación específica enfermera (Enfermería Comunitaria, Salud Mental, Ciclo Vital…). Todo lo cual, repercute de manera muy significativa en la formación de las futuras profesionales y en su identidad enfermera y la de las propias enfermeras tituladas, lo que afecta claramente a la UNIDAD.

Las/os estudiantes, por su parte, viven mediatizados por la técnica, las técnicas y la tecnología que les fascinan y cautivan haciéndoles difícil identificar algo más allá de ellas y, por tanto, quedando los cuidados muy desdibujados y desvalorizados cuando no anulados. No se trata de que la técnica no forme parte de la docencia enfermera y de los cuidados, sino de saber en qué lugar situarla para saber qué hacer con ella, sin que esto suponga plantear su exclusión que, por otra parte, es lo que en muchas ocasiones sucede en la relación entre técnica y cuidados con estos últimos. Así, es como se generan los contradictorios mensajes en base a la falsa y manida dicotomía entre técnica vs cuidados o curar vs cuidar, como si se tratase de semillas que hacen brotar la diferencia y la falta de UNIDAD en el alumnado y que son abonadas en los escenarios en los que realizan sus prácticums. Escenarios que en la mayoría de los casos forman parte de organizaciones de salud estructurados en base a un modelo asistencialista, medicalizado, biologicista, fragmentado y focalizado en el fervor a la técnica, lo que acaba por formar y conformar enfermeras tecnológicas que es lo que demandan, por otra parte, los principales contratadores, es decir, el Sistema Nacional de Salud o la Sanidad Privada. Por tanto, las Universidades forman enfermeras para estos “clientes” y no para la comunidad.

En cuanto a las Sociedades Científicas (SSCC), que determinan la fortaleza de una disciplina/profesión, son otro de los ámbitos de supuesta UNIDAD en donde, sin embargo, lamentablemente se genera división. El evidente retraso en la regulación de las especialidades enfermeras, así como el poco recorrido de todas ellas por razones evidentes relacionadas con el propio desarrollo de la Enfermería como ciencia en nuestro país y la especialización restringida a únicamente 7 especialidades[5], de las que ni tan siquiera se han desarrollado todas, son claros condicionantes de la necesaria madurez de las SSCC en cestrecha relación con idéntica inmadurez de la Enfermería y sus especialidades. Todo ello hace que ni las enfermeras hayan identificado la necesidad y la importancia de formar parte de ellas como primer paso para fortalecerlas mediante una masa importante de asociadas/os, al contrario de lo que sucede, por ejemplo, con la afiliación sindical, ni las organizaciones e instituciones sanitarias y políticas las consideran determinantes en cuanto a lo que puedan aportar. Si a esto añadimos la fortaleza de las SSCC médicas y la importante sombra que sobre las de enfermería proyectan, se puede entender mejor la falta de visibilidad y por ello de influencia de las de Enfermería. La combinación no puede ser más favorable para la división y la consecuente falta de UNIDAD. Además, hay que sumar la evidente mimetización que las enfermeras llevamos a cabo con relación a los comportamientos de las SSCC médicas, incluidas sus carencias más significativas, entre las que cabe destacar la división existente entre SSCC de una misma especialidad con hasta tres o cuatro sociedades por cada una de ellas. La diferencia estriba en que las SSCC no tan solo no se cuestionan por parte de los médicos, sino que no se entiende la no pertenencia, al menos a una de ellas, por parte de cualquier médico nada más acabar sus estudios o al inicio de su especialidad, cuestión que lamentablemente no mimetizamos las enfermeras.

A esta confluencia de hechos, que ni son todos ni en ocasiones tan siquiera los más importantes, contribuyen además los factores externos que vienen a incorporar elementos de duda, incertidumbre, alarma, confusión, manipulación… con claros intereses de favorecer la desigualdad y la falta de UNIDAD entre las enfermeras.

Tan solo por destacar un ejemplo, recientemente se ha publicado, como ya he comentado en anteriores entradas en este mismo blog[6], un Real Decreto[7] que regula la formación de una nueva titulación de Formación Profesional para la Supervisión de la Atención Sociosanitaria. Sin entrar en valoraciones sobre su pertinencia, oportunidad y capacidad de mejora de la atención a las personas adultas mayores, lo que está claro es que supone una clara intromisión en las competencias enfermeras y, por tanto, para su valoración y visibilidad en un entorno de cuidados como el sociosanitario.

El Grupo 40+ Iniciativa Enfermera, ha liderado y difundido un posicionamiento[8] que  compartió, entre otras, con todas las organizaciones e instituciones anteriormente descritas, así como con las enfermeras en general, para que se adhirieran al mismo formando un frente común de UNIDAD contra este peligro. Las envidias, los recelos, las sospechas, los protagonismos… actuaron una vez más como potentes antídotos contra una UNIDAD que era y sigue siendo fundamental. La adhesión al citado posicionamiento ha sido muy desigual, fragmentada e incluso residual, aunque se repitió hasta la saciedad, que no se pretendía asumir ningún protagonismo, sino tan solo canalizar la acción en aras a esa quimérica UNIDAD. Los mensajes dispares, a destiempo, contradictorios… por parte de diferentes organizaciones enfermeras se fueron sucediendo y con ellos alimentando la falta de UNIDAD. Hecho que sin duda estará siendo identificado y celebrado por quienes son las/os únicas/os responsables reales de este despropósito, pero que nosotras mismas contribuimos a que quede desdibujado y falto de la fortaleza que le otorgaría esa necesaria UNIDAD ENFERMERA, que tanto temen desde la propia Enfermería, desde donde han habido intentos muy serios para lograrlo que no han fructificado por la clara resistencia de algunas de las partes más “representativas”, como fuera de ella, desde donde les interesa que no exista para seguir utilizándolo como excusa permanente de su falta de voluntad de acción.

Como dijera Vicente Ferrer[9], “la acción une a los hombres. Las ideologías suelen separarlos.” Acción que difícilmente se logra por parte de las enfermeras, más preocupadas por llorar y protestar, sin saber en muchas ocasiones ni por qué, ni contra qué ni quién, que, en actuar. Siendo además manipuladas por los discursos engañosos, demagógicos, populistas y falsamente halagadores de quienes tan solo buscan lo que popularmente se conoce como marear la perdiz para no hacer nada aunque parezca que les importamos, nuestra división o dar respuesta a sus intereses, todo lo cual nos impide avanzar o tener que hacerlo contracorriente con lo que ello supone.

Estar unidos no es sinónimo de ser iguales ni de estar siempre de acuerdo, pero sí de identificar aspectos en los que resulta muy difícil no coincidir. Porque UNIDAD no es UNIFORMIDAD sino UNIVERSALIDAD. Si organizaciones tan complejas y con diferencias tan importantes entre sus miembros como la Unión Europea o la Organización de Naciones Unidas pueden, ¿por qué las enfermeras no podemos?

No sé si alguna vez lograremos vencer los aparentes miedos, debilidades e incertidumbres, que minan nuestra autoestima, distancian nuestros intereses comunes, anulan nuestra fortaleza, alimentan las sospechas entre nosotras, aumentan la fragmentación y favorecen la autodestrucción.

Considero que no hay que tener miedo a la UNIDAD, desde la riqueza de la diferencia. Al contrario, creo con todas mis fuerzas que es más importante que nunca, no tan solo alcanzarla sino trabajar, comprometerse e implicarse para hacerlo con la cohesión, la fortaleza y el rigor que impidan las constantes heridas por las que nos desangramos.

A pesar de todo o precisamente por todo, tengo fe en que, en algún momento, espero que más pronto que tarde, lograremos la madurez para alcanzar la UNIDAD necesaria, contradiciendo a Mark Twain[10] cuando apostillaba que “la fe es creer en aquello que se sabe que no es cierto”. Mientras tanto, deberemos seguir con estrategias que logren, al menos, simular dicha UNIDAD.

[1]  Intelectual, filósofa y ensayista española.

[2] Ayudantes Técnicos Sanitarios

[3] Diplomado Universitario de Enfermería

[4] Colegio de veterinarios, psicólogos, ingenieros…no de Veterinaria, Psicología o Ingeniería.

[5] https://www.boe.es/eli/es/rd/2005/04/22/450

[6] http://efyc.jrmartinezriera.com/2022/01/24/cuidados-low-cost-las-apariencias-enganan/

[7] https://www.boe.es/eli/es/rd/2022/01/18/46

[8] https://www.grupo40enfermeras.es/wp-content/uploads/2022/01/Sobre-la-formacion-en-supervision-de-atencion-sociosanitaria.pdf

[9] Filántropo español, considerado una de las personas más activas en la ayuda, solidaridad y cooperación con los desfavorecidos del tercer mundo.

[10]  Escritor, orador y humorista estadounidense.

PONGAMOS QUE HABLO DE SALUD Más allá de la información

“Poseer información es una cosa. Otra muy diferente es saber lo que significa y cómo utilizarla.”

Jeff Lindsay[1]

 Macrogranjas, ganadería intensiva, reparto de fondos europeos, amenaza de invasión de Ucrania, reforma laboral, elecciones en Castilla y León, copan los espacios informativos con permiso de la 6ª ola del COVID. Parece que la COVID, está dejando de tener interés para las/os políticas/os. Como si ya le hubiesen sacado todo el rédito necesario para sus intereses partidistas y, por tanto, aprovechan la ocasión para enzarzarse en otras cuitas menos contagiosas, pero no por ello menos peligrosas que intoxican a la sociedad con sus discursos, sus falacias, sus eufemismos, sus demagogias, como parte del discurso político que elaboran para defenderse y atacar en su particular combate mediático-político en el que tanto vale una foto con vacas, ovejitas o jamones, como un insulto, una descalificación o una mentira, con tal de lograr espacio informativo y captación de votos que les sitúe cerca del poder, manteniéndolo o intentándolo alcanzar, según los casos. Lo de menos es cómo lograr esos votos y en qué medida lo que se dice beneficia a la ciudadanía. El engaño, la sátira, el esperpento son tan solo un medio para lograr su fin.

Y en esa permanente escenificación de la realidad deformada, manipulada, transformada, construyen una hipotética realidad con la que ganar la atención de los medios y de la población.

Los medios por su parte, contribuyen con su poder de difusión a dar categoría de real a lo que tan solo es una burda escenificación. Entrando en su mismo juego mediante el posicionamiento de los denominados medios conservadores o progresistas que dan valor a unos u otros en función de los intereses de quienes sustentan económicamente a dichos medios y con ello a los intereses propios que pretenden sean replicados por las/os políticas/os. Es decir, los mismos perros con diferentes collares, por lo que realmente la sociedad entra en ese perverso juego en el que no es capaz de distinguir entre la verdad, la mentira y la realidad, pues todo es según el color del cristal con que se mire o del medio que se escuche, vea o lea, que finalmente son quienes hacen de altavoz de los decisores políticos, que realmente responden a idénticos poderes que los medios de comunicación. La ciudadanía, por tanto, se refugia en quienes dicen lo que se quiere oír, sin establecer análisis alguno que permita tener una posición crítica sobre lo abordado, creyendo que así quienes les regalan los oídos, les regalarán también lo que esperan y desean conseguir.

Así pues, más allá de tasas de incidencia, número de muertes, ocupación hospitalaria o saturación de la atención primaria, como elementos de abordaje informativo mimético, repetitivo y poco representativo de una pandemia que a la gran mayoría ya le hastía, por prolongada y por limitadora, los medios ya no ofrecen nada más que realmente aporte valor al afrontamiento de la misma, contribuyendo de esta manera a posturas de rechazo o en el mejor de los casos de banalización. Las muertes se naturalizan como algo cotidiano que ya no sorprende a pesar de que el número de víctimas diarias sea similar al producido por estrellarse diariamente un avión de pasajeros.

La cacareada saturación del sistema de salud es abordada desde idéntica perspectiva medicalizada y asistencialista que la que lo impregna y lo hace ineficaz e ineficiente, manteniéndose no tan solo inalterable, sino generando además una fuerte resistencia a cualquier posibilidad de cambio que pudiese comportar una reversión tanto del modelo como de los resultados que desde el mismo se está en disposición de ofrecer a la población. Esta visión es mantenida por unos, los decisores políticos, y difundida por otros, los medios de comunicación. Pero también es la deseada y disfrutada por algunas/os profesionales que se sienten muy cómodas/os en dicho modelo, aunque protesten como si no lo estuviesen, cuando realmente sus protestas tan solo son una cortina de humo para ocultar la zona de confort de la que no tienen interés alguno en salir. Para otras/os es el reducto ideal para aparecer como víctimas de un sistema que ellas/os mismas/os se han encargado en crear y recrear con su actitud inmovilista, y conformista. Otro grupo espera que sean otras/os quienes resuelvan los problemas como si ellas/os no fuesen parte del problema o de su posible solución. Otras/os consideran que el sistema de salud tiene que ser aquello que les beneficie y les proteja a ellas/os como profesionales más allá, claro está, de las necesidades de la sociedad. Por último, hay un grupo de profesionales que realmente está preocupado y ocupado en que el sistema realmente cambie y responda a las necesidades sentidas por las personas, las familias y la comunidad.

Todo lo referido es controlable e incluso se considera útil para mantener la causa del inmovilismo, ya que puede ser utilizado como excusa para justificar el fracaso del sistema, de tal manera que se desvía la atención hacia donde interesa, dejando indemne a quienes son las/os verdaderas/os causantes de los problemas por su manifiesta y permanente falta de voluntad política. Pero quienes realmente tienen argumentos, justifican sus peticiones y protestas, se centran en las necesidades de la población y en la mejora del sistema para lograrlo, son identificados como un peligro que debe ser acallado o manipulado para mantener la “normalidad” y evitar que contamine o contagie a la ciudadanía y con ello dejar en evidencia a quienes tienen la capacidad de decidir. Finalmente, la verdad es lo que duele, lo que se teme, lo que se evita, lo que se ataca, porque la verdad requiere de contra argumentos que, ni se tienen, ni se conocen, si se saben utilizar. Pero la verdad es, en muchas ocasiones, poco atractiva para los medios No seduce, ni es capaz de generar el esperado y deseado debate artificial con el que alimentar tertulias que acaparen la atención e incrementen los índices de audiencia. En resumidas cuentas, la verdad no vende y por tanto no es rentable a no ser que genere escándalo.

Lo que más inquietud genera a las/os políticas/os y lo que más interés informativo despierta en los medios, es aquello que permita mantener lo que durante tanto tiempo se ha configurado que es lo mejor o lo que tiene valor, es decir, la asistencia puntual, curativa, centrada en la enfermedad y alejada de la salud y su promoción, paternalista, con jerarquías de poder cercanas a comportamientos castrenses, alejada de los cuidados, limitadora de la participación comunitaria, ensalzando la tecnología y postergando la humanización y los cuidados… que configura un modelo agotado y caduco, sobre el que se siguen construyendo, por ejemplo, nuevas, inútiles e innecesarias titulaciones, como la de FP recientemente publicada en el BOE de Supervisión de la Atención Sociosanitaria. Titulación que ni la propia Ministra de Educación que la firma, escuchando sus palabras[2], sabe para qué va a servir, aunque trate de justificarla, de manera fallida, ante el rechazo generalizado que ha generado[3]. Ni su apellido, Alegría, es capaz de aminorar la tristeza que generan tales decisiones. Es habitual también que se reivindique la contratación, por ejemplo, de enfermeras especialistas de enfermería familiar y comunitaria, y que incluso las/os decisores, en un “alarde gestor de ingenio e ingeniería”, las contraten. Como si la contratación e incorporación de estas especialistas, por si sola, supusiera la salvación del modelo, sin cambiar el modelo. Lo que al final se traduce en una culpabilización hacia las profesionales por hacerlas responsables de que todo siga igual, pasando de hipotéticas salvadoras a ser señaladas como culpables. Una verdadera trampa mortal, en este caso, para las enfermeras y una excusa perfecta en la que se escudan cobarde y mediocremente las/os gestoras/es y políticas/os, para que todo siga igual.

Las apuestas por un cambio progresivo del modelo sanitario que se adapte, en lugar de alejarse, del modelo de sociedad actual, son identificadas como utópicas, filosóficas e incluso acientíficas, por quienes siguen manteniendo el poder. Un poder que viene determinado y apoyado por intereses mercantilistas y corporativistas que tratan de perpetuar su modelo, el que les beneficia y en el que se sienten cómodas/os muchas/os. Actuando como negacionistas a pesar de las rotundas y rigurosas evidencias existentes y situando a quienes defienden los cambios como antisistemas. Es decir, replicando los modelos que, en teoría, critican y rechazan.

Cuando arrecian las críticas, las deficiencias se hacen evidentes, se visibilizan los errores, se descubre la mediocridad de una gestión ligada al interés político, entonces, aparecen salvadoras/es que plantean propuestas desde las que se quiere trasladar una imagen de reformismo y atención a las demandas que realmente tan solo son estrategias que benefician al sector privado, a la mercantilización de la salud y al consecuente deterioro del sistema que paradójicamente está siendo utilizado para justificar sus iniciativas. Respuestas que obedecen a intereses particulares y de lobbies profesionales y empresariales algunos de los cuales son accionistas de las principales plataformas mediáticas desde las que se difunde la información siempre acorde a los intereses de las mismas, aunque se maquillen de independencia.

Las noticias recogen protestas de profesionales y de asociaciones ciudadanas que son abordadas superficialmente o que se interpretan desde una perspectiva de reivindicación laboral que nada tiene que ver con lo que realmente es el fondo del problema, pero que también es cierto, en muchas ocasiones están “intoxicadas” por quienes aprovechan las circunstancias para hacer suyas unas protestas que se alejan de la verdadera causa de las mismas o de sus consecuencias. Todo ello contribuye de manera muy clara a favorecer el rechazo social y con él la aparición de agresiones tanto verbales como físicas hacia las/os profesionales que nunca pueden estar justificadas, pero que tampoco nunca puede ni debe entenderse que su origen está tan solo en la intransigencia de quienes las realizan. El problema, porque lo es y grave, no se resuelve imponiendo sanciones, poniendo vigilancia o revistiendo a las/os profesionales como autoridad que merece respeto. El respeto no se impone, se educa y se gana.

Preocupados pues como están por lo que se denomina la noticia caliente, al instante, al minuto… se olvida o se obvia intencionalmente, lo que puede suceder en un futuro inmediato que, por no haber sucedido, no se considera de interés informativo y es tildado de especulativo, aunque existan evidencias que lo sustentan. No se trata de hacer predicciones, pero sí de calcular consecuencias, que son cosas bien diferentes.

Vivimos instalados en la inmediatez y todo aquello que no esté aquí y ahora, no interesa, se desprecia. La muerte, la desgracia, la catástrofe, la destrucción… son noticia y venden. La Palma, por ejemplo, ya ha dejado de ser noticia porque el volcán ya no está activo, ya no hay lava avanzando y destruyendo todo lo que encuentra a su paso, cuando realmente la información que debería interesar es qué pasa ahora, cómo se afronta esta situación de catástrofe y cómo afecta a la población… pero eso ya no es noticia. De igual forma, las buenas noticias, no son noticia y quedan relegadas a referencias secundarias, a no ser claro está que se trate de un título deportivo, de fútbol básicamente, que es capaz por sí solo, de apartar cualquier otra noticia de la cabecera de los rotativos o los informativos televisivos o radiofónicos.

Suele ser habitual, por otra parte, que los medios recurran a profesionales, algunos de los cuales parecen estar en nómina, para recabar información al respecto de lo que se considera noticia. Se realizan entrevistas, generalmente grabadas, que posteriormente son editadas por los medios y de las cuales se extrae aquello que ellos consideran relevante, aunque no necesariamente lo sea, pero que les ayuda a construir su mensaje, el que vende y capta atención y audiencia. Hacen un collage con las declaraciones de unas/os y otras/os, rompiendo la coherencia de lo relatado por el/la entrevistado/a, para construir su puzle particular. Da lo mismo que se les traslade que lo importante es tal o cual manifestación o aportación, ellas/os determinan lo que es o deja de ser importante para sus intereses, claro está aludiendo a su criterio periodístico, que no científico, ojo. Pero más allá de esta interpretación interesada, lo que se deriva de la misma tiene consecuencias en el mensaje que se traslada, ya que no contribuye precisamente a que se tenga una información clara, concreta e inequívoca.

Ante todo esto nos encontramos con una situación que lejos de contribuir a clarificar la información, alimenta prejuicios, favorece enfrentamientos, limita acciones, genera malos entendidos, difumina lo importante, da relevancia a lo intrascendente suscitando sospechas infundadas, refuerza la rigidez de determinados posicionamientos, ideologiza alternativas, provoca susceptibilidades, incita al victimismo, contribuye a la confusión, alimenta el desinterés… transformando la información en noticia, la noticia en opinión, la opinión en posicionamiento, el posicionamiento en planteamiento, el planteamiento en idea, la idea en opción, la opción en duda, la duda en rechazo, el rechazo en negativa, la negativa en inacción, la inacción en inmovilismo, el inmovilismo en parálisis, la parálisis en falta de criterio, la falta de criterio en falta de decisión y la falta de decisión en conformismo. Siendo todo ello aprovechado por quienes sí tienen capacidad de decisión, aunque dicha capacidad no obedezca a criterios de capacidad, actitud, eficacia, efectividad y eficiencia sino a criterios de oportunismo e interés particular o colectivo según sea quien la toma o quien permite o incita a que se tome.

Todo lo comentado podría justificar el por qué las noticias que hacen referencia al deterioro del sistema de salud en general y de la Atención Primaria en particular, no dejan de ser retazos de información con los que se confecciona finalmente un patchwork[4] de la realidad que, aunque pueda resultar aparente no responde a las necesidades reales, ni ética ni estéticamente.

Políticos e informadores, se necesitan y se temen, se buscan y se rechazan, se vigilan y se esconden, se engañan y se acusan, se toleran y se detestan… en un difícil equilibrio de amor y desamor en el que no pueden vivir sin ellos, pero con ellos tampoco.

Y en esa relación de amor odio, en medio, como los hijos en una pareja mal avenida, la ciudadanía paga las consecuencias, de sus miserias, sus peleas, sus intransigencias, sus sospechas, sus celos y recelos, sus secretos e incluso sus acosos, utilizándola para lograr su “cariño”, el de los votos o el de la audiencia. Como consecuencia la sociedad muestra cada vez una mayor indiferencia o, por el contrario, un mayor radicalismo que no obedece realmente a un posicionamiento ideológico, sino a una reacción en contra de… de lo que sea, pero en contra. Cuestión que es aprovechada precisamente por quienes se alimentan de esta indiferencia y de ese radicalismo para adquirir fuerza y situarse como valedores de ese descontento que, realmente no les importa absolutamente nada, pero que les sitúa en primera línea de decisión. Y cuando políticos, informadores y ciudadanía vienen a darse cuenta, en la mayoría de las ocasiones es demasiado tarde. Porque para entonces todos están sometidos al dictado de quienes unos ignoraban, otros, menospreciaban y otros adoraban. Para entonces, la salud, la educación, los servicios sociales, la equidad, la igualdad… quedan relegados a palabras con las que jugar en sus maquiavélicas estrategias de radicalidad e intolerancia para pervertirlas o anularlas.

Mientras no tengamos claro que la salud nunca puede ser esclava de la dialéctica, la lucha, el interés, el oportunismo… ni político ni informativo que impide la planificación y desarrollo de políticas de salud. Mientras sigan jugando con ella para lograr rédito político o cuotas de audiencia. Mientras se siga ignorando e invisibilizando a una gran parte de los profesionales de salud. Mientras la curación siga fagocitando la trascendencia de los cuidados. Mientras la enfermedad sea protagonista exclusiva de la atención política e informativa. Mientras la promoción de la salud tan solo sea una anécdota. Mientras la Atención Primaria siga ocupando un papel secundario. Mientras la equidad y la accesibilidad sigan siendo buenas intenciones. Mientras las diferencias por cuestión de género sigan determinando malas decisiones en salud. Mientras se sigan haciendo planteamientos dicotómicos de todo-nada, salud-enfermedad, tecnología-humanización, curar-cuidar. Mientras el corporativismo esté por encima del cooperativismo. Mientras el paternalismo impere sobre la participación y el respeto a la opinión del otro. Mientras la asistencia supere a la atención. Mientras la imposición impida el consenso. Mientras la simpatía tenga más importancia que la empatía. Mientras la prescripción farmacológica siga relegando la indicación/elección de recursos o activos de salud. Mientras las personas sigan siendo exclusivamente pacientes, objetos y sujetos pasivos. Mientras la comunidad tan solo sea contemplada como un espacio geográfico en lugar de un contexto en el que poder compartir decisiones con y para quienes en ella viven y conviven. Mientras la salud se siga fragmentando en órganos, aparatos y sistemas y no desde la integralidad física, mental, social y espiritual. Mientras la salud se siga confundiendo con sanidad. Mientras la comunicación y la escucha activa sigan siendo una opción en lugar de una obligación. Mientras todo esto y mucho más sigan siendo incógnitas que despejar o lo que es peor que no se identifiquen ni se quieran resolver, seguiremos anclados en la utopía de la salud y la incertidumbre de la enfermedad que, por otra parte, tanto interesa a diferentes colectivos, políticos e informadores y, claro está, a los mercaderes de la salud quienes hacen negocio con ella gracias a la indiferencia de unos, la ignorancia de otros y la complicidad de todos.

Quien esté libre de culpa que arroje la primera piedra. Todas/os tenemos parte de culpa y todas/os tenemos la responsabilidad de aportar, desde nuestro ámbito, algo para solucionarlo. Lo contrario seguirá propiciando que se siga hablando de carencias en una hipotética excelencia del Sistema Nacional de Salud, que tan solo acaba siendo un eslogan como el de Hacienda somos todos. Ninguno de los dos nos los creemos y ambos son cuestionables y cuestionados. En cualquier caso, pongamos que hablo de Salud, imitando y adaptando la letra de la canción de Joaquín Sabina Pongamos que hablo de Madrid[5].

 

Allá donde viven las personas

Donde todo se puede concebir

Donde uno se siente seguro

Pongamos que hablo de Salud

Donde el deseo vaga en hospitales

Una esperanza queda para mi

Que me dejó la vida en sus rincones

Pongamos que hablo de Salud

Las niñas ya no quieren ser enfermeras

Y a los niños les da por prescribir

El dolor como un acto de sospecha

Pongamos que hablo de Salud

Las personas se quedan en la brecha

Los cuidados se olvidaron de existir

La muerte se burla de las batas blancas

Pongamos que hablo de Salud

El parque es un activo saludable

La vida un camino a compartir

Hay una necesidad a falta de respuesta

Pongamos que hablo de Salud

Cuando alguien quiera aconsejarme

Que a mí me dejen decidir

Aquí no debe sobrar nadie

Pongamos que hablo de Salud

De Salud

De Salud

De Salud[6]

[1] Dramaturgo y novelista estadounidense (1952) en su libro Querido Dexter (2005)

[2] https://www.redaccionmedica.com/secciones/enfermeria/la-nueva-fp-sociosanitaria-en-ningun-caso-otorga-competencias-sanitarias-1208?utm_source=redaccionmedica&utm_medium=email-2022-02-02&utm_campaign=boletin 

[3] https://www.grupo40enfermeras.es/wp-content/uploads/2022/01/Sobre-la-formacion-en-supervision-de-atencion-sociosanitaria.pdf

[4] Método de costura que consiste en la unión de trozos de tejidos para forma una nueva prenda.

[5] Aparece por primera vez en el álbum Malas compañías en 1980. Letra y música Joaquín Sabina.

[6] Adaptada por José Ramón Martínez-Riera 2022. https://www.youtube.com/watch?v=Xaoh-iql7ws