LA DIGNIDAD NO SE OFRECE, SE MERECE

“Dignidad significa que me merezco el mejor tratamiento que pueda recibir”.

Maya Angelou[1]

                                                      A las enfermeras catalanas por su determinación ante el desprecio institucional. Esperando que sea ejemplo a seguir.

 

            En los últimos años, incluyendo el periodo de la pandemia, se han venido produciendo decisiones, manifestaciones, exclusiones, olvidos… en torno a las enfermeras a sus competencias. Se han tratado de edulcorar e incluso magnificar con apelativos tan heroicos como falsos las aportaciones de las enfermeras, en una muy poco novedosa estrategia política en la que, lamentablemente, una y otra vez hemos venido cayendo las enfermeras creyendo siempre que la última sería sincera. Nada más lejos de la realidad.

            La estrategia de Atención Primaria y Comunitaria que se vendió como un nicho de oportunidad para las enfermeras y una posibilidad real de cambio del modelo caduco, ineficaz, ineficiente y absolutamente mediatizado por el modelo hospitalocéntrico, medicalizado, asistencialista, fragmentado, paternalista… del Sistema Sanitario, ha acabado siendo un nuevo brindis al sol que se ha ido diluyendo entre protestas de quienes veían en la estrategia una amenaza a sus intereses corporativistas, aunque trataran de maquillar sus discursos, demandas, exigencias y reivindicaciones de defensores a ultranza de la sanidad pública y la salud en un claro ejemplo de hipocresía y cinismo desde el que manipularon a la opinión pública. Manipulación, por otra parte, para la que utilizaron sin reparo alguno a las enfermeras enfrentándolas a la opinión pública y en la que estas actuaron inocentemente de ariete defensivo de los planteamientos reivindicativos, lanzando piedras sobre su propio tejado y sin que existiese una respuesta de la otra parte en favor de ellas al dejarlas solas ante una ciudadanía atónita que tan solo identificaba aquello que tan bien construyeron con sus discursos tan buenistas como falsos. Pero finalmente fueron logrando sus objetivos laborales que por dignos que sean, no conducen a la solución de los problemas que achacan a la sanidad, sino exclusivamente a los suyos. En este sentido juega tanto la estrategia para crear, desde el victimismo, una imagen y realidad paralela, como la inocencia, inacción, pasividad y el síndrome de Estocolmo en el que muchas enfermeras acaban cayendo con relación a quienes secuestran su capacidad, competencia y autonomía, creyendo que realmente no son capaces de hacer otra cosa que no sea obedecer. Ante esta situación la Atención Primaria, lejos de responder a las necesidades de las personas, las familias y la comunidad acaba siendo el reducto de una demanda insatisfecha cada vez mayor al amparo de un modelo patogénico en el que la única referencia a la salud, en la mayoría de las ocasiones, acaba siendo la denominación como centro de salud, aunque realmente sea tan solo una triste paradoja.

            La Estrategia de Cuidados anunciada a bombo y platillo y de manera oportunista por parte de la entonces ministra Carolina Darias en 2021, fue un nuevo y torpe intento de maquillar la sistemática inacción política y la desidia institucional con relación a los cuidados profesionales. No tan solo no se planificó adecuadamente identificando los objetivos que debían alcanzarse y las acciones a desarrollar, sino que además se desvirtuó desde su inicio al incorporar como objeto de la misma la Enfermería de Práctica Avanzada (EPA) en una clara desviación interesada por un desarrollo que dista mucho de ser actualmente prioritario si tenemos en cuenta el desastre organizativo y de ordenación profesional en el Sistema Sanitario. Cuando no están ni siquiera ordenadas las especialidades enfermeras y su articulación con el resto de profesionales no especialistas, abordar la EPA es una forma de contentar a alguien, no se sabe bien quien, con intereses no compartidos y poco claros al respecto y sin que existan argumentos científicos que avalen la necesidad actual de esta figura. Aunque pueda ser y resultar de interés en un futuro, actualmente no es una prioridad ni profesional, ni académica, ni científica. Ni para el Sistema, ni para la población, ni para las enfermeras. Otra cosa es que haya quien quiera utilizarlo a su favor.

            Está claro que los efectos de la falsa y manipulada heroicidad de las enfermeras han ido diluyéndose y ya nadie los recuerda. Las enfermeras han vuelto a ocupar el puesto de mortales e incluso me atrevería a decir que de “insignificantes” mortales para muchos, visto lo visto. Ni añoro las loas artificiales generadas entonces de manera absolutamente intencionada para desviar la atención, ni considero que se deban realizar por entender que hacemos, cuando lo hacemos, lo que debemos y es nuestra obligación como enfermeras. Pero una cosa es que no se caiga en la adulación gratuita, innecesaria y en la mayoría de las ocasiones interesada y otra bien diferente es que se caiga en la más absoluta indiferencia o incluso en la más indignante utilización como medio para lograr determinados fines que poco o nada tienen que ver, ni con la salud de la población a la que atendemos, ni con el desarrollo profesional que de manera tan torpe como insultante se empeñan en convencernos creer con sus propuestas de supuestas nuevas competencias como si de caramelos que se dan a un niño se tratase.

            Va siendo hora de que despertemos de un supuesto e idílico escenario de cambio derivado de una angustiosa situación como la vivida durante la pandemia. Se generó un discurso de reflexión que no era tal, sino más bien un discurso ilusionista, que no de ilusión, que eliminaron al identificarlo como un movimiento revolucionario o transformador que podía actuar en contra del modelo, “su modelo”. De tal manera que trasladaban la sensación e incluso el discurso de estar de acuerdo con los cambios, pero cuando estos se sospechaban podían concretarse en una modificación real del modelo, repito “su modelo”, generaban una resistencia enmascarada de victimismo que paraliza cualquier acción transformadora.

            Así pues, queda claro que los cantos de sirena que desde las diferentes estrategias se plantean no son más que eso, cantos de sirena que lo único que logran es distraernos del rumbo de navegación y nos hacen encallar cuando no naufragar, mientras otros se mantienen a salvo en “su modelo”.

            No interesa el cambio. Ni a los políticos, ni a los sindicatos, ni a una buena parte de las/os profesionales de las diferentes disciplinas que observan como una amenaza a sus intereses corporativos esa posibilidad de cambio. No nos equivoquemos, ni sigamos dejándonos engañar. El modelo de salud no interesa. No es rentable. No encaja en los parámetros patogénicos de quienes mantienen y perpetúan el modelo, aunque lo disfracen con discursos eufemísticos y demagógicos.

            Pero es que las enfermeras tampoco creemos en él. Al menos no de manera mayoritaria. Nos sentimos más cómodas en el nicho ecológico-laboral que hemos configurado en el paradigma médico asistencialista en el que nos instalamos y del que nos resistimos a salir. Hemos creado una zona de confort en la que nos sentimos protegidas y desde la que respondemos acatando lo que se nos dice, lo que se nos delega, aunque se intente disfrazar de “nuevas competencias”. De tal manera que la responsabilidad derivada de la capacidad autónoma de decisión se va diluyendo hasta desaparecer, asumiendo el papel secundario, subsidiario, residual… que se nos encomienda para satisfacer las demandas de quienes se posicionan y reivindican como protagonistas exclusivos y víctimas de un sistema que dicen les maltrata. Este discurso es asumido, interiorizado y normalizado por la población y consentido, asimilado y valorado por parte de quienes responden a sus demandas para mayor loa de ellos, peor valoración de las enfermeras y del sistema de salud que se perpetua en el modelo por ellos diseñado, modelado y adaptado a sus necesidades.

            Unos han logrado con su estrategia curativo-dependiente convencer a todas las partes de que no hay modelo alternativo. Otras han declinado luchar desde su estrategia de cuidados y empoderamiento en salud por propiciar un cambio que, desde la autonomía competencial de su disciplina, era posible asumir y lograr, pero que evidentemente conlleva riesgos que no se han querido correr, prefiriendo la pasividad y la inacción defensivas que contribuyen a reforzar los planteamientos en los que se sustenta el modelo médico.

            No hay que buscar o escudarse en excusas, conspiraciones, sospechas, manías… Para cambiar algo, para transformarlo, hay que implicarse, comprometerse y creer en ello. No se trata de ser como el otro. Se trata de posicionarse con evidencias, argumentos, convicciones y resultados que contrarresten lo que se da por válido por el simple hecho de quién lo determina como verdad absoluta sin que se le responda ni contradiga.

            No tan solo se ha logrado generar un sistema perverso sino que contribuimos entre todos a que el mismo se perpetúe ya sea por acción u omisión.

            Para lograr los cambios hay muchas formas de actuar. Pero desde luego cualquiera de ellas requiere de la convicción de quererla llevar a cabo con determinación. Que no conlleva en ningún caso la destrucción. Y esa convicción es la que lamentablemente nos falta. Nos falta porque la continuamos enmascarando, fagocitando, ocultando, invisibilizando… desde la fascinación que proyectamos hacia la técnica y que captura, hipnotiza, anestesia a las nuevas enfermeras que acaban incorporándose en un estado de permanente abstracción en el fortalecimiento del modelo que anula su capacidad autónoma de respuesta desde la que se podrían plantear los cambios necesarios. Pero preferimos no despertar de ese estado de obnubilación en el que, aunque no acabamos de sentirnos a gusto, realizadas, felices, nos garantiza cierta seguridad, tranquilidad y, sobre todo, ausencia de responsabilidad.

            Se nos llena la boca de decir que las enfermeras somos competentes y sin embargo no damos respuesta en base a nuestra competencia. Que somos autónomas, pero renegamos de nuestra capacidad de decisión. Que somos científicas, pero actuamos a espaldas de nuestra ciencia. Que somos profesionales, pero renunciamos a nuestra identidad.

            Sé que lo que digo no es agradable. Verbalizarlo, escribirlo, compartirlo, me duele. Un dolor emocional, profesional, de valores, que no puedo ocultar, pero que tampoco puedo calmar con el silencio o mirando hacia otra parte. Ya no quiero mirar hacia otro lado. Ya no quiero morder mis sentimientos antes de expresarlos. Ya no quiero contener mi tristeza creyendo que así la lograré superar. Ya almaceno demasiado poso improductivo, molesto, residual, inútil, que incluso llega a oler mal.

            No es que hayan sucedido cosas últimamente mucho más graves de las que ya se han venido produciendo. Pero ha llegado el momento del colapso. De decir ¡Basta! ¡Hasta aquí hemos llegado! Ya no me cabe más indiferencia, más desprecio, más ignorancia, más insolencia, más indolencia, más intransigencia… venga de donde venga. Sea fuego “amigo” o “enemigo”. Porque ya no sé cuál de ellos es peor, más peligroso, más letal, más destructivo. Pero sí que sé cuál de ellos es más doloroso, triste y penoso.

            En este torbellino de sentimientos encontrados y divergentes, reconocibles y extraños, verdaderos y simulados, creíbles y dudosos, reflexivos o evasivos… surgen nuevos hechos, acontecimientos, situaciones, decisiones, que contribuyen aún más si cabe a removerlos y enturbiarlos.

            El documento “Plan de Acción de Atención Primaria y Comunitaria de la Conselleria de Sanitat de la Comunitat Valenciana”[2], los convenios firmados en Cataluña[3], [4], [5], el “V Plan de Salud de Castilla y León”[6]… son tan solo algunos ejemplos de lo que está siendo planteado desde los diferentes sistemas de salud autonómicos como “solución” a los graves problemas que presentan todos ellos y que algunos se encargan de capitalizar corporativamente. Todos coinciden en idéntico diagnóstico, médico claro está. El sistema está enfermo y la curación no pasa por cambiar al modelo como indicación terapéutica, sino en mantenerlo pero haciendo que otros, las enfermeras, sean quienes asuman aquello que no son capaces de responder quienes, además, lo han generado, alimentado y enquistado. Lo disfrazan, como habitualmente hacen, con etiquetas llamativas y engañosas con las que convencer a quienes finalmente actuarán como fieles ejecutoras de lo delegado por ellos. Así pues, desde la denominación de “gestión de la demanda” establecen guías, como si de cartillas escolares, recetas culinarias, o catálogos de montaje de IKEA se tratase, en las que se establecen qué y cómo deben actuar las enfermeras para aliviar sus cargadas agendas. Siguiendo paso a paso las indicaciones. Pronto nos harán también un tutorial en YouTube para que no nos equivoquemos. No es asumir más competencias. Es obedecer más órdenes médicas. No nos equivoquemos ni nos dejemos engañar más. No se asumen de manera autónoma y como parte de una competencia propia. Se hace de manera delegada y subsidiaria. Dando por sentado que esta forma de actuar es la única posible y que el trabajo en equipo supone que otros hagan lo que ellos son incapaces de gestionar. Claro está, ello supone que las enfermeras gestionen no la demanda, sino “su demanda”, es decir su incapacidad.

Pero, para ello, deben renunciar a planificar, desarrollar o impulsar competencias propias dirigidas a mejorar la salud de las personas, las familias y la comunidad. Porque finalmente, lo importante, lo relevante, lo que se impone es salvar al otro, al protagonista a quien se identifica como indispensable, al desbordado, aunque ello suponga necesariamente renunciar a otro tipo de propuestas o respuestas que además podrían suponer un cambio de modelo que en ningún caso están dispuestos a aceptar. Nacen, crecen y se desarrollan con la enfermedad y la incorporan como eje y centro de cualquier organización, planificación, desarrollo, proyecto o estrategia, sin dejar espacio alguno a la salud que es identificada únicamente como antagonista a su aportación, pero no como prioridad de actuación. Con salud no hay enfermedad y sin enfermedad se les acaba el discurso manipulador que mantiene secuestrado al Sistema Sanitario.

            Pero nada es eterno. Y tanto se ha estirado. Tanto se ha abusado. Tanto se ha maltratado. Tanto se ha negado. Tanto se ha menospreciado a las enfermeras que en algún momento, por pasivas, inánimes, solícitas, subsidiarias que pareciésemos o fuésemos, se produce la negación a continuar, el rechazo a seguir siendo maltratadas, el ¡basta ya! Que tanta falta hace que escuche y se explique. Porque hay que explicar, eso sí, alto y claro, que ya no estamos dispuestas a ser el correveidile de nadie, la muletilla interesada, el parche reparador, el remedio interesado, la diana de sus dardos envenenados, la recicladora de sus desechos. Hay que dejar clara cuál es nuestra competencia, nuestro objetivo, nuestro interés, nuestro compromiso, con ellos, para ellos y por ellos, las personas, las familias y la comunidad. Pero sin renuncias, sin resignaciones, sin cargas ajenas, sin falsas alabanzas, con nuestra aportación singular, específica y autónoma de cuidados. Debemos educar en el autocuidado como derecho de las personas y no como una concesión asumida por ellas para nuestra descarga.

            La población debe saber, conocer, comprender, qué está perdiendo al privársele lo que las enfermeras podemos y debemos ofrecerles. La población debe poder exigirlo como derecho irrenunciable para promocionar, mantener, atender o recuperar su salud.

            Se han acabado los días de la contemplación, la serenidad mal entendida, la paciencia mal empleada, el consentimiento mal interpretado. Ha llegado la hora de la acción firme al tiempo que serena. De la determinación, De la reafirmación. De la Exigencia compartida por una salud de calidad y calidez. Sin interferencias. Sin oportunismos. Sin intereses personales. Sin discursos engañosos. Con la verdad por delante y el orgullo de saber que lo que hacemos, demandamos, exigimos es lo que corresponde para mejorar la atención humanista que permita situar tanto a las personas como a las enfermeras al nivel de la dignidad humana y no tan solo del interés sanitarista.

            Que la voz que alzan las enfermeras catalanas sea el punto de inflexión que permita cambiar el rumbo a la deriva que lleva la nave de todas/os en todas partes. Pero que nadie intente capitalizar esta rabia, esta decisión, esta acción, porque entonces nos perderemos en el laberinto de las intrigas palaciegas que a algunos tanto les gustan.

            No puede quedar como una anécdota. Debe verse, oírse y sentirse como una transformación irrenunciable enfermera para la salud comunitaria.

[1]Escritora, poeta, cantante y activista por los derechos civiles estadounidense. (1928- 2014)

[2] https://www.san.gva.es/documents/d/assistencia-sanitaria/estrategia_de_salud_comunitaria_es

[3] https://scientiasalut.gencat.cat/handle/11351/10647

[4] https://scientiasalut.gencat.cat/handle/11351/10645

[5] https://salutweb.gencat.cat/ca/departament/eixos-legislatura/conveni-collectiu-ics/

[6] https://www.saludcastillayleon.es/institucion/es/planes-estrategias/v-plan-salud-castilla-leon-encuesta-telefonica-ciudadania-c

REVISTA ROL DE ENFERMERÍA Principio y fin

Si tuviera que elegir entre el duelo y la nada, elegiría el duelo.

William Faulkner[1]

 

               Mi vida profesional como enfermera ha estado ligada íntimamente a la Revista ROL de Enfermería.

                Cuando salió a la luz el primer número de la que se convirtió, en aquel momento, en la primera revista científico-profesional de Enfermería en España, ROL de Enfermería, yo estaba en el último curso de los entonces denominados estudios de Ayudante Técnico Sanitario (ATS) en los que se ocultó de manera absolutamente indigna, interesada y malintencionada a la Enfermería. De manera paralela se había concretado,         gracias al trabajo y el esfuerzo de muchas enfermeras del momento, la incorporación de los estudios de Enfermería en la Universidad con una mayor identidad, pero con la timidez de evitar la denominación real que nos correspondía. Los denominados Diplomados Universitarios de Enfermería, venían a sustituir unas siglas que nos marcaron tan negativamente, ATS, por otras que sirvieron nuevamente de parapeto a la denominación como enfermeras al pasar a denominarnos DUE, como si no estuviésemos aún preparadas para presentarnos como tales.

                Así pues, ese fue el principio de la Revista ROL de Enfermería y el principio del fin, que se ha prolongado durante demasiado tiempo, de nuestra invisibilidad. Por tanto, ROL de Enfermería sirvió no tan solo como vehículo de una incipiente evolución científico-profesional, sino como escaparate permanente de nuestra evolución como enfermeras. La publicación mensual ininterrumpida permitió tener una visión permanente, actualizada, puntual, precisa y cercana de cuál era y cómo se comportaba la enfermería.

                A ello contribuyeron, sin duda, referentes nacionales e internacionales enfermeros que permitieron construir una realidad, conocimiento y sentimiento de pertenencia que nos había sido usurpado y prohibido. Se trataba de generar identidad profesional y que la misma estuviese asentada en sólidos argumentos científicos de nuestra propia disciplina. Referentes que han estado ligadas/os a la historia de la Enfermería y sin las/os que no sería posible entender quiénes somos y lo qué somos. A ellas/os a través de ROL debemos esa aportación singular tan importante y sin la que, posiblemente, no seríamos lo que somos en la actualidad. En las páginas de los sucesivos números queda recogida la cronología de nuestra profesión y la evolución que nos ha permitido situarnos al mismo nivel de cualquier otra disciplina científica. Se trató, por tanto, de una simbiosis perfecta que retroalimentaba a ambas partes. A quienes aportaban porque hacían visible el conocimiento enfermero y sus fundamentos y a quien lo proyectaba porque contribuía a su difusión a través de un medio tan importante como la Revista ROL.

                La revista ROL se caracterizó por su dinamismo, adaptación y actualización permanentes. No se convirtió en un continente de contenidos sin más. Trató en todo momento de responder a las necesidades y expectativas de las enfermeras incorporando nuevas secciones, apartados, recursos que permitiesen acceder a toda aquella información tan necesaria como enriquecedora en momentos tan trascendentales para la consolidación científico-profesional de las enfermeras. La Asociación Española de Enfermería Docente (AEED), dio mayor sentido al nombre de la Revista ROL al asumir un rol de portavocía disciplinar que nos situaba a todas/os en el minuto a minuto de lo que estaba suponiendo la docencia enfermera y su impacto en la prestación de cuidados profesionales.

                Momentos como la puesta en marcha del nuevo modelo de Atención Primaria, La Ley General de Sanidad, la aparición de nuevas sociedades científicas como la Asociación Española de Enfermería de Salud Mental (AEESME), la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC)… fueron hitos que fueron marcando no tan solo el desarrollo de la Enfermería sino la forma en cómo se compartía con las enfermeras a través de la Revista ROL. 

                El contexto universitario, laboral, científico, investigador fue modelando una nueva identidad enfermera más reconocible y reconocida, aunque no exenta de dudas, peligros, errores… derivados de las presiones a las que se seguía sometiendo a quienes se identificaba por algunos como amenaza para sus intereses, de la indolencia de quienes entendían que no era necesario darles mayor autonomía, de la pasividad de quienes se comportaban como espectadores a pesar de identificarse como representantes de las enfermeras, de la inacción de quienes no veían necesaria una evolución de su disciplina y de la actividad que de la misma podía derivarse. Y todo esto también puede analizarse, identificarse, estudiarse a través de las páginas de ROL.

                Pero la evolución del panorama editorial en nuestro país con una clarísima influencia del ámbito anglosajón marca de manera absolutamente mercantilista los criterios de las publicaciones en base a los cuales se clasifican las revistas de alto impacto y de prestigio del resto. Criterios sujetos al mercantilismo feroz de las empresas que dominan el mercado editorial científico estableciendo finalmente el ranking que otorga prestigio o no. De tal manera que aquellas publicaciones digamos “domésticas” no por su contenido sino por su gestión como pequeñas empresas editoriales quedan excluidas del circuito con todo lo que ello representa. Es evidente y conocido que la ignorancia mata, pero cada vez resulta más patente que la mercantilización de la ciencia es nociva y no garantiza ni la calidad ni la credibilidad deseables y exigibles, aunque para algunos suponga un lucrativo negocio que mantenemos y alimentamos con nuestras aportaciones y la anuencia de quienes tendrían que velar por la ciencia y el conocimiento como son las universidades. De tal manera que en este escenario resulta difícil posicionarse como referencia científica al no estar incluidas en el selecto club de los elegidos. A pesar de ello ROL siguió su trabajo sin desfallecer y trató de buscar nuevas vías de expansión, difusión e impacto tanto en España como en Iberoamérica. Ello le permitió ir haciéndose hueco en un mundo de gigantes y lograr situarse a las puertas de ese codiciado JCR que se ha configurado como el dios al que todos adoran e idolatran.

                Durante todos estos años he sido no tan solo fiel seguidor de la Revista ROL como suscriptor, sino que he tenido el honor de participar tanto como autor y revisor de artículos. He asumido diferentes responsabilidades. Desde corresponsal de la Revista en Alicante, Asesor Científico, Redactor Jefe y finalmente Director. En base a lo cual puedo decir con absoluta seguridad que me siento parte de ROL y que ROL forma parte de mí.

                Tras más de cuatro décadas de andadura, estando próximo el 50 aniversario de su fundación, hoy tengo la inmensa tristeza de conocer y compartir que ROL desaparee. Que el buque insignia de las publicaciones enfermeras en España naufraga comercialmente y deja de ser una realidad visible y tangible para la Enfermería y las Enfermeras. Desconozco si su cabecera será objeto de deseo de algún fondo buitre, pero nunca será lo mismo.

                No se trata de una desaparición cualquiera. No lo es. Es una pérdida muy difícil de asumir, entender y comprender, más allá de las razones empresariales en las que evidentemente no voy a entrar como nunca he hecho en todos estos años. Supone un antes y un después, un futuro paralizado, una expectativa frustrada, una renuncia no deseada, un cuidado perdido.

                Siempre nos quedará el recuerdo, el riquísimo legado recogido en sus páginas que perdurará en el tiempo como referencia indispensable de nuestra evolución como enfermeras. Nos quedará la duda de si pudimos hacer algo más para que no se produjese esta pérdida. Nos quedará el dolor del vacío que deja. Nos quedará la nostalgia de lo que pudo ser y no fue. Nos quedará el silencio de las palabras que ya no leeremos. Nos quedará la memoria de su importancia. Pero perdemos algo más que una publicación, que una revista, que una empresa. Perdemos parte de nosotras mismas como enfermeras.

                Tan solo desearía que al menos esto nos sirviese para reflexionar como colectivo, como profesión, como disciplina, como ciencia, sobre lo que es y significa la construcción de la Enfermería y aquellos iconos, referentes, símbolos, aportaciones que la cimentan, fortalecen, cohesionan, alimentan, visibilizan, proyectan, identifican… y sin los que difícilmente podremos seguir avanzando.

                Estamos en un momento delicado de nuestra historia y evolución como enfermeras. En un contexto muy competitivo, individualista, agresivo, hedonista, utilitarista… que hace muy difícil la construcción colectiva de una enfermería fuerte y unida, frente a la fascinación de diferentes paradigmas científico-profesionales que nos alejan de nuestra verdadera esencia como enfermeras, sin que ello signifique en ningún caso renunciar a la indispensable adaptación que la evolución social, económica, política, tecnológica… nos demanda. Debemos de ser capaces de identificar, cuidar y retener talento, recursos, referentes, activos que suponen bienes indispensables e insustituibles para nuestra identidad como enfermeras. No hacerlo es contribuir a desdibujarnos, difuminarnos, desvanecernos y acabar en la nadería de la intrascendencia. Pero al mismo tiempo estamos ante una oportunidad sin precedentes para construir un contexto ibero-latinoamericano enfermero que proyecte nuestra identidad propia, nuestra fortaleza, nuestra aportación singular e insustituible. En ese empeño debemos centrar nuestros esfuerzos, nuestro interés, nuestra energía, nuestro conocimiento y, sobre todo, nuestros cuidados.

                Tendremos que asumir y pasar el duelo de tan dolorosa pérdida. Soportaremos el momento y seguro que lo superamos. Pero no olvidemos nunca lo que fue, supuso, aportó, representó, la Revista ROL de Enfermería. Hacerlo sería tanto como renunciar a nuestra propia identidad.

               

 

[1] Escritor estadounidense, reconocido mundialmente por sus novelas experimentales y galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1949 (1867-1962)

               

NORMAS, GARANTÍAS Y RESPETO

 “Sufrir merece respeto, someterse es despreciable”

Pitágoras de Samos [1]

 

            Estamos instalados en una sociedad altamente normativizada y garantista. Al menos legislativamente hablado. Otra cosa es la realidad de esto que, desde mi punto de vista al menos, eufemísticamente se denomina el “espíritu de la ley” y que dada, por tanto, su irresoluble comprensión espiritual devenga en interpretaciones no siempre igualitarias, justas, proporcionadas o ajustadas a una situación de la que parece escapar indefectiblemente la realidad y, lo que es más importante, la racionalidad, la coherencia y el sentido común. Pero ya se sabe, como dice el dicho popular que papas tiene la iglesia, por eso del espíritu, o jueces la justicia, por eso de la ley. No sabiendo bien si entre unos y otros la casa sin barrer y la suciedad moviéndose de un sitio a otro como si se limpiase, pero sin desaparecer o escondiéndolo bajo las alfombras.

            Sin embargo y a pesar de ello, o no sé si pensar que precisamente por ello, algunos aspectos de las relaciones sociales, de la convivencia, de la comunicación… quedan relegadas a meras anécdotas o referencias circunstanciales que anulan o “empaquetan al vacío” la posibilidad de que “su espíritu” se concrete en un ente menos abstracto que no acabe convenciéndonos a todas/os de que se trata tan solo de una cuestión de fe y no de convicción real de lo que es o debe ser su aplicación, desarrollo y efecto esperado o deseado.

            En base a lo dicho, trataré de centrar mi reflexión en aspectos más relacionados en lo que me parece puede ser de interés en este ámbito de la salud, los cuidados, la sanidad… de las que suelo hablar en este blog,

            La salud, la sanidad, los medicamentos, la farmacia… o algunos de los derechos que de ellos se derivan como la salud reproductiva, la autonomía personal, la accesibilidad, la seguridad de los medicamentos, la muerte… quedan recogidos en estas normas a las que hacía referencia, sin que por ello se excluyan importantes deficiencias, carencias e injusticias en cuanto a lo que debería ser una clara defensa de lo que en ellas se pretende, se entiende con buena voluntad aunque no siempre con el debido acierto, lograr. Tal como sistemáticamente se puede identificar tanto en la redacción final de las normas, en las que no siempre acaban recogidas todas las sensibilidades, necesidades, realidades… que debieran; en la forma en que se regulan y los equilibrios de poder que en su contenido se identifican como producto de quienes lo ejercen para excluir, atemperar, ocultar, minimizar, beneficiar… amenazas o intereses, según el caso; en las ideologías, que no en las ideas, que matizan, restringen, eliminan… derechos o deberes a quienes, teóricamente, van dirigidas; en sentencias “dudosas” no por su legalidad sino por su ajuste a lo que cabría esperarse de las mismas; en sumarios interminables que acaban por normalizar la ineficacia del sistema; en recursos inexplicables y al alcance de tan solo unas pocas personas que les permiten acabar escapando amparadas por ese espíritu sutil e incorpóreo de la ley o por la no siempre comprensible interpretación de quienes tienen que ser jueces y no parte de los procesos que tienen que dirimir.

            Sin embargo, no parece que tenga fácil solución y la realidad nos sitúa en una situación que en muchas ocasiones no permite avanzar como sería razonable, necesario e inaplazable en determinados aspectos que tienen gran impacto en la salud de las personas, las familias y la comunidad. Bien directamente por defecto o efecto de las propias normas, como indirectamente por acotar la capacidad para que determinados actores, agentes, referentes, profesionales… puedan intervenir con la autonomía, la competencia, el conocimiento, la experiencia, la libertad y el respaldo prestado por las propias normas en el abordaje de lo que “su espíritu” finalmente dice querer amparar y defender. Si deseamos respeto por la ley, primero debemos exigir que la ley sea respetable.

            En muchas ocasiones, como ya comentaba, los lobbies de poder político, social, económico, profesional… ejercen presiones que influyen de manera absolutamente predecible, pero no por ello menos incomprensible, en la adaptación interesada que de la norma hacen a sus intereses particulares alejándolos de los que son fundamentales, que no son otros que los de aquellos, derechos, valores,  personas… que teóricamente se pretende regular y garantizar. Sin embargo, y paradójicamente, este carácter garantista acaba siéndolo no tanto para quienes precisan la citada garantía sino para quienes se posicionan e imponen como exclusivos y excluyentes protagonistas, por razones de poder que no tan solo de saber, en el desarrollo de lo que finalmente la norma determina como valor absoluto, relegando, como digo, al ostracismo o la mera anécdota o subsidiariedad a importantísimos agentes con una absoluta falta de respeto.

            Y aquí radica la que considero una de las principales causas de las carencias de las que muchas normas carecen. Derivadas de esa absurda y nociva defensa a ultranza de competencias que acaparan, asumen y “privatizan” como exclusivas y excluyentes más por imposición que por ciencia, conciencia y pertinencia, sin que con ello quiera decir que vayan a cumplirlas o desarrollarlas.

            De tal manera que la salud, aunque realmente deberíamos hablar de la enfermedad, la muerte, la sanidad, la autonomía, los medicamentos, la  sexualidad… se parcelan, vigilan, supuestamente defienden, con el principal objetivo de satisfacer sus ideologías, partidos, disciplinas… y contrarrestar a quiénes consideran como amenaza. Aunque el resultado no sea el de una actuación singular, sino el de una exclusión obsesiva, vuelvo a insistir, con pertinaz falta de respeto institucional, político, social, económico, profesional… que lamentablemente se traduce en una espiritualidad normativa claramente doctrinal.

            La parálisis de la que están siendo objeto los sistema sanitarios con modelos absolutamente caducos, ineficaces e ineficientes, mantenidos bajo el amparo de supuestas normas garantistas que están protegiendo realmente a quienes los modelaron, adaptaron, desarrollaron, gestionaron… aunque no tanto planificaron, desde el egoísmo institucional disciplinario, hacen que las respuestas que teóricamente debieran garantizar queden limitadas al campo al que acotaron los modelos, sus modelos, y que encorsetaron impidiendo su necesaria adaptación, progreso y cambio. Consiguiendo perpetuarlos a pesar de su evidente y manifiesta incapacidad para lograr promocionar y mantener la salud de las personas, las familias y la comunidad, manteniendo evidentes carencias de equidad, igualdad, oportunidad, participación… que hacen que no tan solo se mantengan, sino que incrementen el paternalismo, la dependencia, la medicalización, el asistencialismo… que impregnan los modelos y se alejen de la que debería ser su seña de identidad como es la humanización de la atención.

            Lo último que quisiera es parecer un enemigo de nada ni nadie, salvo de la injusticia en cualquier forma posible. Ni como un radical defensor que me situara en idéntica posición a la de quienes se consideran únicos protagonistas posibles de su malentendido ámbito de poder. Ni como un vehemente instigador sin otro interés que la descalificación o el derrocamiento de un ficticio contrincante que ni es ni considero.

            Pero ello no me puede impedir manifestar lo que considero, no tan solo un derecho profesional sino también social. Acabar con las trabas legales actuales y las que sucesivamente se van generando en torno a la normativa legal que regula la prestación y protección de derechos fundamentales como los descritos, lo entiendo y asumo como una obligación y no tan solo como una opción más o menos vehementemente defendida.

            Cualquier estado, administración, organización, institución… con competencias y responsabilidades tanto en el ámbito ejecutivo, legislativo y judicial, debería dejar de ejercer ese poder que tanto cacarean requieren de separación entre ellos, para garantizar que todas las opciones posibles y disponibles se incorporen con plena capacidad de actuación y con máxima exigencia de responsabilidad. No hacerlo es tanto como ejercer un fraude legal, al impedir que recursos con financiación pública en su contratación, formación o gestión puedan rentabilizar la inversión realizada en beneficio común y no en el de los intereses de quienes contribuyen por acción de poder u omisión de respeto a que esto sea posible.

            Que a estas alturas, y más aún tras lo sucedido con ocasión de la terrible pandemia del COVID, se sigan manteniendo situaciones en las que enfermeras, trabajadoras sociales, fisioterapeutas… entre otras/os profesionales de la salud siguen estando “vetados/as” para desarrollar con autonomía sus competencias para lograr mejorar la salud de la ciudadanía, no tiene ni sentido, ni justificación.

           Se siguen interponiendo denuncias por supuestas injerencias o intrusismos que tan solo están en la imaginación de quienes las interponen, pero que siguen amparadas por normas con las que ellos mismos han contribuido a fortificar su nicho de poder. Se desarrollan estrategias de supuesta adhesión desinteresada hacía determinados sectores profesionales con el único objetivo de debilitar a la disciplina a la que pertenecen y les da nombre[2].  Se asumen este tipo de alianzas pensando que ir con los “fuertes” les hará fuertes al tiempo que debilitará a quienes son parte de su identidad profesional. Quienes se autodenominan máximos representantes profesionales siguen mirando hacia otro lado u ocupados en defender sus intereses personales con acciones de distracción alejadas de los verdaderos problemas que se están produciendo. Los políticos siguen engañando con anuncios oportunistas, poco realistas, sin respaldo científico, efectistas, dogmáticos y con absoluta falta de planificación que tan solo tratan de obtener el beneplácito de sus seguidores como si de antiguos charlatanes o actuales influencers se tratase[3]. Se sigue obstaculizando de manera indigna y vergonzosa el desarrollo de determinadas disciplinas en beneficio del de una sola como respuesta a sus presiones. Se continúa impidiendo el acceso a niveles profesionales de gestión o de retribución con argumentos peregrinos ausentes de cualquier tipo de fundamento con el único fin de mantener el privilegio de exclusividad demandado y exigido por unos pocos. Se siguen gastando fondos públicos que posteriormente no repercuten en la mejora de salud de las persona, las familias y la comunidad mientras se accede a conceder, de manera absolutamente vergonzosa, las demandas disfrazadas de defensa de la sanidad, lo que realmente son reivindicaciones salariales y laborales. Sigue el crecimiento de manera exponencial de la sanidad privada en detrimento de la pública replicando los modelos asistencialistas de esta última pero con criterios mercantilistas disfrazados de excelencia. Se perpetúan los agravios comparativos en las mejoras profesionales[4]. Se plantean supuestas mejoras competenciales de otras profesiones cuyo único objetivo consiste en aliviar la demanda que ellos mismos han generado con su asistencialismo paternalista-dependiente[5]. Los denominados sindicatos de clase hacen honor al nombre generando jerarquías de clase que apoyan supuestas mejoras que realmente tan solo benefician o unos pocos en detrimento del resto, mientras los denominados sindicatos profesionales actúan de hooligans[6]. Se mantienen condiciones precarias de contratación y respeto institucional que obligan a muchas/os profesionales a trabajar en dos y tres puestos en muchos países de Iberoamérica. Se niega la capacidad de desarrollar autónomamente las competencias propias de algunas profesiones argumentando falazmente la necesidad de cubrir una demanda insatisfecha que se retroalimenta permanentemente con los modelos existentes y protegidos. Se mantiene una absoluta pasividad y parálisis de acción política para derogar determinadas normas reaccionarias pre democráticas[7] que sirven de tapón al desarrollo de normas posteriores que permitirían muchos de los cambios necesarios impidiendo que se haga quienes ocupan las posiciones de poder e intransigencia que les ofrecen desde los puestos de responsabilidad política. Sistemáticamente se bloquea la incorporación de otros profesionales que no sean los que ejercen este tipo de poder y de falta de respeto. Se siguen maquillando de falsas ratios la carencia de ciertos profesionales, mientras se ignora la precariedad de las que corresponden a otras profesiones demostradas con datos absolutamente objetivos aportados por organizaciones internacionales de las que se forma parte (OCDE)[8].

            Que todo esto y mucho más siga pasando en el siglo XXI contraviniendo los más elementales pero fundamentales principios de igualdad, capacidad y mérito, las indicaciones y recomendaciones de organismos internacionales de los que se es miembro como la OMS o el CIE (Consejo Internacional de Enfermeras)[9], tan solo demuestra que la normativización y el presumible carácter garantista de nuestra sociedad, unidos a la ausencia de respeto como valor fundamental, norma básica de comportamiento, indicador de equidad… son únicamente una apariencia, un brindis al sol, una cortina de humo, una engañifa que perpetúa los nichos de poder de los lobbies gracias a sus presiones y a la tolerancia, cuando no connivencia, de los poderes políticos que tienen la capacidad de cambio real que requieren los sistemas de salud, pero que finalmente prefieren mantener para lograr salvaguardar sus privilegios políticos de poder institucional como supuestos servidores públicos,.

       Einstein[10] dijo que “todos deberían ser respetados como individuos, pero ninguno idealizado”, de igual forma que aseguró que “sólo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana”. Así pues no idealicemos a los estúpidos por mucho poder que tengan y trabajemos por generar finitud en sus propósitos y acciones. Siempre, eso sí, desde el respeto del que ellos adolecen y ejercen.   

[1] Filósofo y matemático griego, considerado el primer matemático puro (569 a.C – 475 a.C)..

[2] https://www.diariomedico.com/medicina/profesion/la-coalicion-de-amyts-sae-sietess-es-la-fuerza-sindical-mas-votada-en-la-sanidad-madrilena.html?emk=NPSMED1&s_kw=1T

[3] https://cadenaser.com/comunitat-valenciana/2023/11/26/jose-ramon-martinez-riera-el-anuncio-de-la-asignacion-de-300-enfermeras-escolares-es-oportunista-y-no-se-corresponde-con-las-necesidades-radio-alicante/

[4] https://scientiasalut.gencat.cat/handle/11351/10647

[5] https://scientiasalut.gencat.cat/handle/11351/10645

[6] https://salutweb.gencat.cat/ca/departament/eixos-legislatura/conveni-collectiu-ics/

[7]https://ingesa.sanidad.gob.es/bibliotecaPublicaciones/publicaciones/internet/docs/personal_estat3.pdf

[8] https://www.enfermeriayseguridaddelpaciente.com/2023/03/30/colombia-ocupa-el-ultimo-lugar-de-la-ocde-con-menos-enfermeras-y-medicos-por-cada-1000-habitantes/

[9] https://scielo.isciii.es/pdf/enefro/v23n1/2255-3517-enefro-23-01-7.pdf

[10] Fsico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austriaco y estadounidense. Se le considera el científico más importante, conocido y popular del siglo xx (1879-1955).

EDITORIAL CARLOS ARCAYA CADENA SER ALICANTE SOBRE EL CAMBIO DE MODELO DE SALUD EN ATENCIÓN PRIMARIA PROPUESTO POR LA ASOCIACIÓN DE ENFERMERÍA COMUNITARIA (AEC)

https://cadenaser.com/comunitat-valenciana/2023/11/27/objetivo-fortalecer-flexibilizar-y-adaptar-la-atencion-primaria-radio-alicante/

 

 

ENFEREMRAS ESCOLARES EN LA COMUNITAT VALENCIANA

Ante el anuncio de creación de 300 plazas de enfermeras comunitarias en la Comunitat Valenciana, informo sobre el posicionamiento que al respecto tenemos desde la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) y que ya había sido trasladado antes del citado anuncio coincidiendo con la toma de posesión del nuevo equipo de gobierno.

 

ENTREVISTA CADENA SER

 

VÍDEO EN CONMEMORACIÓN DEL DÍA INTERNACIONAL DE ENFERMERÍA COMUNITARIA

Vídeo en conmemoración del Dís Internacional de Enfermería Comunitaria (DIEC)
Porque es importante que nos valoremos para que nos valoren.

 

VÍDEO CON MOTIVO DEL DÍA INTERNACIONAL DE ENFERMERÍA COMUNITARIA (DIEC)

Con motivo del día internacional de enfermería comunitaria (DIEC) desde la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) hemos realizado este vídeo.

DÍA INTERNACIONAL ENFERMERÍA COMUNITARIA (DIEC). Algo más que una fecha en el calendario.

“De hecho, más que de costumbres se trata de rituales. Maneras de reconocerse. Con él, la vida es una perpetua celebración, salvo que nadie sabe qué se celebra.”

Pierre Lamaitre[1]

 

            Es raro el día del año que no esté acompañado de la celebración de algún hecho, derecho, reivindicación o efemérides nacional, mundial o internacional.

            El día 26 de noviembre se celebra el Día Internacional de Enfermería Comunitaria (DIEC). Podría ser una celebración más en un cada vez más repleto calendario. Sin embrago no se trata tan solo de una fecha a la que emparejar la citada celebración como una forma de tener representación anual al igual que tienen hechos tan dispares como en ocasiones extraños. Sin que ello suponga en ningún caso cuestionamiento alguno a su seguro merecido recuerdo y conmemoración.

            Pero hablar de celebrar la Enfermería Comunitaria, encierra un conjunto de simbolismos, aportaciones, valores, significados, realidades… que van más allá del recuerdo puntual que determina un día concreto en el calendario.

            No se trata de reivindicaciones laborales, ni corporativas, ni profesionales de las enfermeras comunitarias que son quienes tienen la capacidad, competencia, compromiso, voluntad… de otorgar o quitar valor a la Enfermería Comunitaria en la que se integran o de la que forman parte. Porque Enfermería Comunitaria no hace ni deja de hacer nada. Eso les corresponde a las enfermeras comunitarias. Por eso la celebración, en este caso es de la Enfermería Comunitaria como área de atención, ciencia, investigación, pensamiento, conocimiento… y no como plataforma laboral.

            Enfermería Comunitaria representa una mirada muy concreta hacia la comunidad y las personas y familias que la integran y otorgan identidad. Por tanto, no se trata de lo que aportan las enfermeras comunitarias, sino de lo que la comunidad como contexto que va mucho más allá del sumatorio de personas que la configuran, traslada en forma de necesidades, demandas, expectativas, deseos, sentimientos… para conformar su manera específica, especial, singular y por tanto alejada de estándares, de entender, vivir, afrontar, disfrutar… de la salud. Una salud que es individual y a la vez colectiva. Que es un derecho y a la vez un deber. Que es un valor y a la vez un temor. Que es un deseo y a la vez una quimera. Que es popular y a la vez profesional. Que es una idea y a la vez un estado vital. Que es una definición y a la vez un significado. Que es una necesidad y a la vez una demanda. Que es bienestar y a la vez felicidad. Que es cuidado y a la vez autocuidado. Y, por tanto, que las enfermeras comunitarias centren su interés en atender a y desde la salud, le confiere no tan solo una significación especial, sino también un valor fundamental. Porque la salud se construye, no se impone. La salud debe entenderse y asumirse como bien, derecho, pero también como responsabilidad. La salud lo es de las personas, pero también de las familias y de los entornos donde viven, conviven, estudian, trabajan… La salud no es propiedad exclusiva de nadie al ser una construcción multiprofesional y multisectorial y multipersonal de toda la comunidad. La salud es un resultado multidimensional y no tan solo una respuesta física. La salud es integral y no fragmentada. La salud requiere de solidaridad y no de individualismo. La salud es propiedad pública y no un elemento de negocio. La salud trasciende a la enfermedad y se alimenta del entorno y sus determinantes… Por todo ello es imprescindible la aportación de las enfermeras comunitarias. Porque los cuidados profesionales que prestan se construyen desde la narrativa de las personas, desde la diversidad comunitaria, desde la dinámica social, desde los valores, las emociones, los sentimientos, la satisfacción, el dolor, el sufrimiento, la aceptación, la resistencia, la resiliencia, el afrontamiento, el consuelo, la ayuda recibida y la prestada, la autoestima, la empatía, la proximidad, la mirada, el gesto, la palabra, la información, la educación… que requieren de conocimiento, espacio, tiempo, ética y estética para configurar su necesaria individualidad sin renunciar a la imprescindible visión familiar y comunitaria.

            Para que todo esto sea posible se precisa que las instituciones donde trabajan, los entornos donde actúan, los agentes con quienes interactúan… identifiquen, visibilicen y concreten el valor intrínseco de los cuidados. Abandonando los estereotipos que los ocultan o disfrazan, renunciando a los tópicos que los deforman y distorsionan. Cambiando la acción patriarcal, paternalista y dominante que los subestima, somete y limita su desarrollo. Alimentando la necesaria curiosidad para conocerlos, reconocerlos y transmitirlos en lugar de someterlos a juicios de valor desde el desconocimiento y la interpretación.

            Porque los cuidados, al igual que la salud, también se construyen colectivamente desde la ciencia/profesión/disciplina enfermera y la aportación social del cuidado como patrimonio que es de la humanidad. Permitiendo conformar cuidados asumidos, respetados, valorados, entendidos, compartidos… al nivel de la dignidad humana y no como un constructo artificial, edulcorado, reduccionista, sexualizado… secundario a la curación, la tecnología, la medicalización o la investigación positivista.

            Las enfermeras comunitarias lideran la transformación de la salud a través del fortalecimiento de las relaciones humanas, la potencialidad de los activos para la salud, la vertebración de los recursos comunitarios, la comunicación, el respeto a los derechos fundamentales, a la diversidad, a la multiculturalidad, a la libertad individual y colectiva en la toma de decisiones, a la subjetividad de una realidad heterogénea y cambiante, a la adaptación a las respuestas humanas, al acompañamiento que no a la dependencia, a la empatía y no exclusivamente a la simpatía, al compromiso alejado del voluntarismo, al rigor que aporta valor, a la reflexión para huir de la imposición, a la crítica que moviliza la acción, al saber y no al poder, al conocimiento que fundamenta el pensamiento… como elementos indispensables en la construcción de los cuidados profesionales.

            Celebrar el día de la Enfermería Comunitaria es una conmemoración de lo que es, supone, representa y aporta a la salud de las personas, las familias y la comunidad de manera complementaria y por tanto, no excluyente, a otras contribuciones, aportando y no restando. Celebrando la importancia de los cuidados profesionales que prestan las enfermeras comunitarias que permiten a la población lograr una manera de vivir autónoma, solidaria y feliz.

            Supone identificar que la aportación de los cuidados de las enfermeras comunitarias va más allá de los centros de salud ya que la salud comunitaria no es patrimonio exclusivo de los mismos, por lo que resulta imprescindible identificar a las enfermeras comunitarias en los diferentes escenarios, recursos, instituciones… desde los que contribuyen diariamente a construir espacios de salud y saludables.

Pero también para que los líderes políticos, comunitarios, sociales… valoren y apuesten por su incorporación como valor añadido a las políticas de salud.

Para que los medios de comunicación trasciendan la sanidad y la enfermedad para situarse en la salud. Abandonen la genérica, abstracta y confusa denominación de sanitarios y reconozcan y nombren a las enfermeras comunitarias como lo que realmente son. Se liberen de la fascinación que les produce la curación para poder ver la imprescindibilidad de los cuidados.

            Las enfermeras comunitarias, somos profesionales, investigadoras, científicas… competentes. No somos ángeles, tenemos los pies en el suelo y no somos seres espirituales, servidores ni mensajeros de nadie. No somos invisibles, etéreas ni incorpóreas, porque nuestra presencia es esencia de nuestros cuidados. No somos silenciosas, tenemos voz y la utilizamos, modulamos, y adaptamos para dar respuestas a lo que de nosotras se espera. No somos obedientes, ni sumisas, ni dóciles, somos profesionales de la ciencia enfermera con conciencia de atención a quien necesita o demanda cuidados. No somos subsidiarias, ni secundarias, somos responsables y asumimos nuestro compromiso profesional desde la prioridad y no desde el orden jerárquico. No somos nena, ni chica, ni guapa, ni reina… somos personas con identidad propia como cualquier otra, que solicitamos idéntico respeto al que tenemos y practicamos con quienes atendemos.  

            Celebremos pues en COMÚNidad la Enfermería Comunitaria. Porque hacerlo es celebrar un bien COMÚN, es situarse en el sentido COMÚN, es ir de lo COMÚN a la singularidad, de su COMÚN desconocimiento a la visibilidad de una realidad tan necesaria como imprescindible, de la COMÚN ignorancia al colectivo conocimiento. Porque COMÚN no significa en ningún caso simple, intrascendente, invisible o menor, sino pertenecer a todas las personas y a la comunidad y, por ello, resulta irrenunciable su defensa y mejora. Unámonos en una COMÚN felicitación por tener y contar con enfermeras comunitarias. Porque hacerlo, es garantizar la mejora de la salud, la sostenibilidad del sistema público, el respeto a la vida como desea ser vivida por cada cual, la defensa de los derechos fundamentales, el respeto a las decisiones de todas las personas, el acompañamiento para lograr su autonomía, la presencia que no intimida, la palabra que conforta, la mirada que genera confianza, la escucha que tranquiliza, el cuidado que consuela, el silencio que respeta… a las personas por su condición como personas y no como pacientes, ni diabéticos, hipertensos, discapacitados, migrantes, locos… tan solo o mejor, sobre todo, por ser personas con dudas, incertidumbres, emociones, sentimientos, valores, creencias que requieren cuidados profesionales para aprender a afrontar sus problemas de salud y no exclusivamente la enfermedad que les fagocita, oculta y cosifica, anulando su capacidad de respuesta.

            Celebremos pues la COMÚN alegría de contar con enfermeras comunitarias en nuestra COMÚNidad.

 

[1]Escritor y guionista francés (1951)

POLÍTICA Y SALUD DE CONVENIENCIA Y CONNIVENCIA

“A veces la conciencia va por un lado y la conveniencia por otro.”

Julia Navararro[1]

 

            Estoy seriamente preocupado con la actual situación socio-política por la que estamos atravesando a nivel global. Aunque no sé si realmente debo hablar de situación socio-política o de situación política que ataca a la sociedad. Porque no se trata ya de un factor, de un determinante, de una influencia, de un efecto… como venimos identificando desde hace mucho tiempo. Se trata de un verdadero ataque sin que medie ningún elemento de contención, atenuación o limitación.

            Pero mi intención, aunque entra en el ámbito directo de mi preocupación, no es la de generar un análisis político en el más estricto sentido de la palabra, sino de cómo esta situación está atacando igualmente a la salud en su más amplio y diverso sentido de la palabra y de lo que la misma significa para cada cual.

            La salud hace mucho tiempo que se pervirtió al utilizarla como moneda de cambio para intereses profesionales, corporativos, de poder, mercantiles y/o políticos. Su uso y abuso ha venido y viene siendo determinado por la relación que de manera absolutamente maniquea se hace de ella y, lo que es más preocupante, de quienes son sus principales depositarios, valedores, demandadores… Es decir, las personas, las familias y la comunidad. De tal manera que acaban convirtiéndose en acreedores de la misma al tener que satisfacer los intereses abusivos de quienes actúan con avaricia en su supuesta concesión o reparación.

            La salud dejó de ser un valor individual y con ello un derecho fundamental, para pasar a convertirse en un objeto de usura con el que negociar y someter a la población a los caprichos de quienes la convirtieron en un valor financiero sobre el que aplicar los criterios del eufemístico libre mercado, que tan solo es libre para quienes, imponiendo los mismos, los aplican, desde la obligación, a quienes acaban siendo esclavos de su autoritarismo revestido de un nocivo paternalismo que lo único que consigue es generar una población dependiente y sumisa de tan perversa relación con la salud o mejor dicho, de quienes se convierten en sus mercenarios. De forma que la salud acaba siendo asumida, aceptada y consentida, como una posibilidad a la que no todos tienen libre acceso y no como un bien inalienable.

            El proceso ha sido progresivo y mantenido en el tiempo. Han existido intentos por protegerla y hacerla accesible y equitativa, pero sistemáticamente se han autorregulado “los mercados” y han logrado revertir lo que se considera una amenaza a quien identifica la salud como su “propiedad privada” aunque se enmarque en el ámbito de la sanidad pública. Porque dicha relación privada no hace referencia al ámbito económico, sino a la posesión exclusiva que se hace y ejerce sobre la salud. Salud que debiera ser respetada siempre por quienes tienen la capacidad de decisión político-administrativa, aunque su capacidad venga determinada más por la concesión vigilante otorgada por los lobbies que la controlan, que por aquella concedida por la ciudadanía a través de su elección democrática. En un juego de intereses en el que la población es simplemente el medio y no el fin de sus objetivos y, en el que, la salud acaba convirtiéndose en un elemento fundamental de negociación y poder con el que mantener los equilibrios que permiten a ambas partes, políticos y profesionales, asentar sus posiciones a través de intrigas palaciegas alejadas de las verdaderas necesidades de las personas, las familias y la comunidad.

            Este peligroso juego, por otra parte, no es nuevo. Se lleva realizando desde que, quienes, sintiéndose valedores exclusivos de la salud, determinaron las reglas de comportamiento, manejo, participación, toma de decisiones… según las cuales se usurpaba el saber popular y se desproveía de capacidad de participación en los procesos de salud-enfermedad a las personas, al llevar a cabo una expropiación de dicho capital popular. Se trató de una expropiación basada en el engaño y la confusión al hacer creer a la población que no estaban capacitados para tomar decisiones sobre su salud y que “por su bien” debía pasar a ser responsabilidad exclusiva de quienes se erigieron en únicos valedores de la salud desde el falso y manipulador mensaje de la ciencia y el saber profesional desde el que asumieron su control y condición de “derecho privado”, cuando realmente escondía un fin más prosaico como el del poder y la adulación a su labor, en un claro comportamiento de narcisismo[2] profesional.

            Y estos comportamientos han supuesto, en gran medida, que los sistemas sanitarios se hayan visto claramente influenciados por ellos. Mimetizando los mismos en su organización, jerarquización, atención, acceso… convirtiéndolos en el mejor caldo de cultivo para el crecimiento incontrolado del elemento nocivo que lo provoca y dificulta su tratamiento e inmunización, al haberse hecho resistente a cualquier tipo de tratamiento que lo controle o revierta, provocando una clara cronicidad que le hace perder autonomía y libertad, dado el deterioro sistemático al que les somete, aunque se pretenda trasladar una imagen de control y calidad de dichos sistemas sanitarios. De tal manera que la sociedad está afectada de un deterioro cognitivo colectivo en el que tan solo la memoria remota permite recordar la existencia del saber popular con el que se afrontaba la salud y sus problemas, pero que la memoria inmediata ignora, al no reconocerlo.

            Y este comportamiento degenerativo es el que identifico se está produciendo igualmente en el conjunto de la sociedad.

            La política, la de quienes la han hecho suya a través del perverso juego partidista, ha sido transformada en un relación de intereses que crea una brecha cada vez más profunda entre quienes así actúan y quienes se ven “perjudicados” por sus acciones y decisiones.

            Este manoseo de la política la ha situado en idéntica posición dicotómica a la que se sometió a la salud en contraposición a la enfermedad. Así pues, se ha logrado establecer un modelo patogénico de la política en el que se focaliza su acción en aquello que provoca, como sucede con los síntomas, síndromes y signos, acciones reactivas de desequilibrio de sus órganos, en este caso de los correspondientes a los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, lo que se traduce en claros trastornos de la política institucional, administrativa, jurídica, económica, social… con efectos perversos sobre la ciudadanía que, lamentablemente, tan solo puede comprobar con estupor, miedo e incertidumbre como se suceden los acontecimientos en forma de enfrentamientos, descalificaciones, ataques… constantes entre quienes defienden sus partidos en lugar de defender desde sus partidos los intereses de quienes han depositado en ellos la confianza.

Estamos pues ante una dinámica muy similar a la que apuntaba con relación a la salud. La usurpación, en este caso, de la voluntad popular desde el mensaje trasladado de un hipotético bien común como servidores públicos, se traduce finalmente en un control absoluto que determina la capacidad de decisión sin contar con quienes les han facilitado, paradójicamente, su acceso al mismo, pasando a ser espectadores pasivos cuyo único derecho se reduce al pataleo que finalmente acaba traduciéndose en comportamientos reaccionarios que no responden a decisiones reflexivas aproximándose más a respuestas de resistencia y reacción que en la mayoría de las ocasiones vienen determinadas por la clara manipulación a la que son sometidas, como ocurre con la salud.

Ante esta política patogénica que tan solo deja espacio al derecho al voto como única manifestación democrática de participación, los efectos que se generan son de un deterioro muy peligroso y preocupante de la calidad democrática que se traduce en una “politización” comparable a la medicalización de los sistemas sanitarios, en tanto en cuanto se trasladan respuestas que no obedecen a la identificación real de los problemas políticos sino a la propuesta interpretativa de quienes, actuando como supuestos políticos, lo que hacen es simplemente priorizar los intereses partidistas como soluciones impostadas que son identificadas como insatisfactorias por parte de la población a la que teóricamente se dirigen, lo que acaba provocando, al igual que las prescripciones u órdenes médicas, abandono o falta de adherencia a las mismas y generando una falta de confianza hacia sus prescriptores.

Este tipo de salud y política persecutorias generan justamente el efecto contrario al hipotéticamente deseado, obedeciendo realmente al permanente protagonismo que ejercen quienes se erigen en protagonistas exclusivos de la salud y la política. Es decir, ni logran resolver los problemas reales ni permiten sensibilizar y concienciar a la población en torno al cambio de comportamientos y conductas que suponen graves riesgos individuales y colectivos.

La anulación permanente que tanto desde la sanidad como desde la política se hace de las acciones para lograr una alfabetización en salud y política impiden la participación real y activa de la población en la toma de decisiones sobre todos aquellos aspectos que tienen que ver sobre su salud y su actitud y acción como ciudadanía. Participación que no debe confundirse nunca con colaboración, que no es más que una pseudoparticipación. 

Seguir con discursos demagógicos que lo único que pretenden es confundir, manipular y mantener los mismos planteamientos e idénticas conductas de paternalismo y autoritarismo se traducen en una permanente insatisfacción de la ciudadanía y en unos resultados que se alejan mucho de ser saludables y racionales por parte de quienes ejercen el poder de la salud y la política, que se traduce en una clara distorsión de la realidad. Finalmente tanto la política como la salud se convierten en una cuestión de conveniencia y connivencia.

Ante esta forma de actuar de la salud y la política, acontecimientos tan dolorosos como la guerra, la migración, la violencia de género, el cambio climático, la pobreza, la vulnerabilidad, la equidad… entre otros muchos, acaban convirtiéndose en elementos de confrontación política o de posicionamiento interesado e ideologizado alejados, lamentablemente, de ideales. Lo que se traduce en acciones sujetas a condicionantes de determinados grupos de presión o de decisión geopolítica con claros intereses comerciales o a relaciones oportunistas, que a generar respuestas tendentes a restablecer derechos perdidos o usurpados, a minimizar los efectos indeseables provocados, a paliar el sufrimiento o a trabajar por la solución conjunta y consensuada de los hechos que los desencadenan, mantienen, potencian o alimentan. En su lugar se elaboran discursos retóricos en los que se hace un uso inadecuado e intencionado de valores como la libertad, la democracia, el respeto, la igualdad… que tan solo persiguen disfrazar la realidad de la inoperancia, la ausencia de compromiso, la inacción… con las que se abordan los problemas al considerar, de manera cínica e hipócrita, que no se puede hacer más que actuar desde la tibieza, la ambigüedad, el oscurantismo, la reserva, la debilidad, las falsas verdades o la mentira… en el abordaje de problemas tan serios y que tanto sufrimiento, dolor y muerte ocasionan. Finalmente todo queda reducido a una secuencia de noticias que insensibilizan a la población que acaba siendo parte, más o menos activa, más o menos intencionada, de un vodevil social sazonado de escándalos de corrupción, del corazón o de la sin razón.

Por su parte el sistema sanitario, desde el modelo caduco que algunos, con evidente éxito, se esfuerzan en perpetuar, contagia a muchos profesionales y los convierte en meros peones de la cadena de montaje en que han convertido los sistemas sanitarios, en la que las personas a las que se etiqueta de pacientes, o lo que es peor, de diabéticos, crónicos, hipertensos, discapacitados… son el producto sobre hay que intervenir para lograr el objetivo acrítico que no es otro que la asistencia a la enfermedad, que no la atención a las personas, de tal manera que el fin justifica, como en la política, los medios empleados para ello. La falta de humanización y la consecuente insensibilización genera una relación de oferta y demanda a la que ni se sabe ni se quiere dar respuesta eficaz. De tal manera que los efectos de los acontecimientos antes referidos acaban siendo catalogados como diagnósticos médicos, enfermedades, lesiones o dolencias aisladas del afrontamiento que las personas puedan llegar a realizar ante los mismos ocasionando respuestas ineficaces, demandas insatisfechas, dependencia… Todo ello utilizando de manera absolutamente caprichosa e inapropiada la salud como referencia, pero sin que realmente sea la salud lo que se logra, en un círculo vicioso en el que siempre prevalece la enfermedad y en el que las personas acaban siendo meros sujetos de estudio, ensayo o investigación o clientes de sus empresas de supuesta salud.

La política y la salud, por tanto, se retroalimentan en su articulación oportunista para el logro de intereses mutuos que en muy pocas ocasiones logran aportar, no ya solución, sino ni tan siquiera alivio o consuelo a las consecuencias que ambas contribuyen a generar

Los cuidados, por su parte, acaban instrumentalizándose y convirtiéndose en otra etiqueta de conveniencia que lamentablemente adolece de valor y referencia al incorporarse como complemento decorativo o anecdótico de una asistencia que ignora los determinantes sociales y que no contribuye al logro de los objetivos de desarrollo sostenible que son identificados como unas siglas más que añadir a las ya existentes con similar efecto para lograr la promoción, mantenimiento y cuidado de la salud.

Y en este desolador escenario los códigos deontológicos y la ética que de los mismos se deriva son tan solo una referencia borrosa con escaso o nulo impacto en las intervenciones de las/os profesionales que ni los conocen ni los aplican más allá de la utilización casual a la que en algunos casos se recurre como instrumento defensivo y no como compromiso ético de comportamiento. La objeción de conciencia es, por su parte, el recurso hipócritamente empleado para inhibirse de responsabilidades ligadas a derechos de las personas a las que se atiende.

Y mientras todo esto pasa, unos y otros, políticos y profesionales sanitarios, cada vez me cuesta más nombrarlos como de la salud, se dedican a mirar hacia otro lado. Al lado contrario del sufrimiento y sus causas. Al lado opuesto al de los derechos de las personas, las familias y la comunidad. Porque lo que, final y verdaderamente importa es el confort que no el bienestar, la curación que no la salud, la riqueza que no su distribución equitativa, la tranquilidad que no la implicación, la objeción que no la responsabilidad, la renuncia que no el compromiso, la dependencia que no la autonomía, la asistencia que no la atención, la inacción que no la reacción, la pasividad que no la resistencia, la obediencia que no la revolución.

Pues yo, ante esto, me rebelo y planteo mi reflexión como voz de disconformidad al entender que como enfermeras no es una opción responder con determinación, ética, responsabilidad y compromiso a los ataques a la integridad física, mental, social y espiritual que vulneran los derechos y la salud de las personas, familias y comunidad. Es, sin lugar a dudas una obligación que debemos asumir al margen de nuestras ideas políticas, religiosas o de cualquier otro tipo que en ningún caso pueden ser motivo de renuncia a la prestación de los cuidados que como enfermeras estamos obligadas a prestar. Renunciar a ello es renunciar implícitamente a ser enfermera y como consecuencia, al orgullo que supone vivir por la pura esencia y no por la apariencia.

[1]Periodista y escritora española (1953)

[2]https://es.wikipedia.org/wiki/Narcisismo

LA INMEDIATEZ Y LA SALUD. “Hit-Parade o Trending Topic”

A Francisco Megías quien tanto y tan bueno está haciendo, por la Enfermería y por la salud mental comunitaria.

 

«La felicidad no es la ausencia de problemas, sino la capacidad de afrontarlos»

Steve Maraboli [1]

 

Vivimos inmersos en la sociedad de la inmediatez. Inmediatez en cuanto a los logros que se quieren alcanzar sin solución de continuidad entre su pensamiento, planteamiento o conocimiento hasta la concreción de aquello que se ha pensado, planteado o conocido. Todo aquello que no se obtenga sin espera y que incorpore elementos de duda, incertidumbre o inseguridad, se descarta con idéntica inmediatez a la que se espera el logro.

Pero inmediatez también en cuanto a lo que se considera noticia o digno de prestar atención, análisis o reflexión. La actualidad y la prioridad que a la misma se le da, viene determinada por aspectos muy alejados de criterios objetivos, humanos, éticos o morales, que son substituidos por criterios informativos –de cuota de audiencia que no otros-, económicos –derivados en muchos casos por las audiencias obtenidas o por los beneficios esperados-, o de impacto –por la atracción que pueden generar más allá de los efectos que aportan a las personas o la sociedad-, entre otros.

Esta inmediatez forma parte, además, del consumismo informativo acelerado, que anula el tiempo preciso para identificar el contenido de la información, su procesamiento reflexivo y el pensamiento crítico que permita la generación de un planteamiento propio, el contraste de ideas, el debate racional… Se consume con avaricia, sin identificar los componentes que configuran la información. No se degusta, desmenuza, saborea… simplemente se engulle aquello que otros deciden es noticia destacada. No se establece una prioridad informativa individual ni colectiva. Tan solo se asume la que otros deciden tiene por, repito, criterios muy alejados de la realidad, la justicia, el rigor… asimilándola como cierta como si de un dogma de fe se tratase. Se oye, raramente se escucha, aquello que se quiere oír y oírlo para que se adapte al posicionamiento, ideario, creencia… de quien oye. Sin mayor contraste con otras informaciones, igualmente tratadas pero con planteamientos diferentes para el rápido consumo de esa parte ideologizada de la población que aguarda su consumo rápido, fácil e inmediato. Finalmente todos tragan, con independencia de que sean de izquierdas, derechas, liberales, radicales… o simplemente insatisfechos sin mayor preocupación que situarse en el plano de la disconformidad, pero sin que ello suponga tener criterio propio y fundamentado. Tan solo se desea la respuesta reaccionaria e irracional aún a sabiendas que la misma puede perjudicarles.

En base a estos planteamientos, últimamente, la atención a la salud y a sus problemas viene determinada no por razones asociadas a necesidades reales, sentidas e identificadas que permitan un abordaje serio, sereno, riguroso y científico, sino por idénticas razones de interés y oportunismo a las que he hecho referencia.

Antes de la pandemia, se decidió que la cronicidad era el principal problema de salud de la sociedad. Los cambios demográficos, de esperanza de vida, de estructura familiar, de morbi-mortalidad… servían de argumento para situar en el “Hit-Parade”[2] o ser “Trending Topic”[3] a la cronicidad. Todo parecía pivotar en torno a ella. Otra cosa bien diferente es que las personas que sufrían esa cronicidad y que se determinó etiquetar como crónicos, en cualquiera de sus formas, modalidades, diagnósticos, tratamientos, efectos, consecuencias… fuesen objeto real de atención e interés. Porque finalmente lo que trasciende, importa y sobre lo que se decide actuar es sobre el hecho no sobre quienes lo pueden sufrir, o padecer directa –al ser portadores de alguna de sus variantes para poder ser considerado y etiquetado como crónico- o indirectamente –como personas cuidadoras que asumen la atención directa de la pérdida de autonomía de dichas personas con cronicidad y que acaban por “contagiarse” de dicha cronicidad-.

Tanto los sistemas sanitarios y quienes los controlan y manejan, como los profesionales de la salud o la enfermedad, como los medios de comunicación asumieron la cronicidad como el principal problema de la sociedad. Problema que, como sucede con los criterios informativos antes aludidos, no obedecen tanto a cuestiones de salud como de los costes que de la misma se derivan y de los beneficios que su atención reportan a algunos lobbies. Y esta identificación es trasladada y asumida por la población que la hace suya y la identifica como propia sin que haya participado de ninguna manera en la identificación y priorización. Simplemente la asume y sufre.

Pero como sucede con la inmediatez, la actualidad y quienes la determinan hacen que el centro de interés se sitúe allá donde pueda generar mejores beneficios económicos, políticos, empresariales, profesionales, de poder… y sin que la salud sea objeto real de interés. Porque lo es la enfermedad y lo que a su alrededor se genera. Así está “montado” el sistema sanitario, como un sistema perverso que resuelve aquello que preocupa y ocupa a quienes establecen las prioridades en base a la inmediatez de cada momento. Y esa es la razón por la que finalmente se acaba cronificando la cronicidad en lugar de dar soluciones de afrontamiento eficaz y eficiente a la misma y, sobre todo, a quienes son depositarios involuntarios de esa cronicidad modelada patológica, médica y farmacológicamente.

Pero la pandemia irrumpió sin que se le esperase, pillando por sorpresa a todos. Sobre todo a quienes se dedican a crear estado de opinión, de opción y de ocasión. La COVID 19, determinó su propio “éxito” eclipsando cualquier otra posibilidad de atención, aunque la que sobre ella se depositó se hiciese de manera deficiente, sobre todo en su inicio, dado que ni estaba ni se le esperaba.

La cronicidad dejó de ser “la estrella” para pasar a ser depositaria fatídica de los efectos de la pandemia. Una cronicidad sobre la que nunca se tuvo en cuenta el autocuidado más allá del que se “delega” en las/os cuidadoras/es familiares, ni la promoción de la salud, que algunos incluso niegan como posibilidad de acción en la cronicidad, ni la identificación de las capacidades de quienes la padecen porque con la etiqueta de crónicos que se les asigna se anulan las mismas. Así pues, la inmediatez, en este caso, fue impuesta e impostada y quienes hasta entonces habían decidido lo que debía preocupar tuvieron que asumir que esto preocupaba y ocupaba más y que, además, debía hacerse en exclusiva desde los hospitales como centro logístico de intervención, relegando a la Atención Primaria, a la Salud Pública y a la propia Comunidad al papel de pasivos y obedientes espectadores. Los profesionales de los hospitales que ni querían, ni podían ni debían asumir esta exclusividad se vieron desbordados, saturados e indefensos ante el ataque, por mucho que luego se les quisiese dotar de una heroicidad que ni les correspondía ni exigían, mientras quienes determinan la inmediatez de las decisiones mantenían en “Standby”[4] recursos esenciales y no asumían los errores ni sus horrores.

Finalizada la pandemia, al menos con su virulencia inicial, que a tantos “crónicos” se llevó consigo al cogerlos desprevenidos, desasistidos y desprotegidos por quienes les etiquetaron y decidieron en muchos casos que no eran prioridad, se tenía que recuperar el camino perdido y buscar un nuevo e impactante problema con el que entretener, intimidar o distraer a la sociedad. Y surgió la salud mental para desplazar del “Hit Parade” o del “Trending Topic”  a la cronicidad. A pesar de que la pandemia dejó un amplio abanico de posibilidades de elección que fueron presentadas en las comisiones de reconstrucción que a modo de festivales musicales se montaron por parte de gobiernos centrales, autonómicos, municipales… para elegir al/la ganador/a, que acabó siendo la salud mental.

La salud mental pasó, pues, a ser centro de atención de todos los focos mediáticos, sanitarios y de poder. Pero como ya sucediese con la cronicidad e incluso con la pandemia, el problema no es realmente el qué, sino el cómo. Nadie discute la importancia de atender y cuidar de la salud mental. Es, salvando todas las distancias, como la violencia de género, que aunque nadie, bueno casi nadie, niega su existencia, siguen aumentando las cifras de mujeres acosadas, agredidas y asesinadas por efecto del machismo, es decir, se admite la violencia de género al mismo tiempo que se sigue negando el machismo, cuando son causa y efecto.

La salud mental, por tanto, es algo que todos, o una gran mayoría, identifica como problema, pero que se aborda casi exclusivamente como una patología a pesar del poco impacto que la biología tiene en la misma; como una necesidad asistencial, sin que se aborde la trascendencia de la atención; como una etiqueta que sigue generando discriminación y estigma, sin que se aborde a la persona de manera integral; como una dolencia que requiere de farmacología, sin que se valore convenientemente el valor terapéutico de la escucha activa y los cuidados.

De tal manera que como ya sucediese con la cronicidad y la pandemia, la salud mental vuelve a ser objetivo y objeto interesado y oportunista, sin que ello suponga la propuesta de respuestas que faciliten abordajes integrales, integrados, e integradores que tengan en cuenta los determinantes sociales, los contextos, las redes sociales, la estructura familiar, laboral, de ocio, los recursos disponibles, las capacidades de afrontamiento, las actitudes y las aptitudes… más allá de síntomas, síndromes o signos que etiqueten diagnósticos estandarizados y despersonalizados que se alejan de la persona para centrarse en la enfermedad con la que finalmente se asimila la salud mental. Una salud mental que no contempla la soledad, la violencia de género, la migración, el acoso laboral o escolar, la precariedad laboral, el cuidado familiar… o identificando el suicidio como una consecuencia indeseable pero no como un problema evitable.

Ahora todos quieren tener protagonismo en la salud mental, como si de un descubrimiento se tratase. Médicos, psiquiatras, psicólogos, terapeutas… Pero como ya sucediera con la cronicidad y la pandemia, entre otros muchos problemas de salud que no enfermedades, las enfermeras quedan relegadas, por quienes determinan la elección, a una mera anécdota, a una referencia casual, a una identificación puntual y descontextualizada, a un tópico y estereotipado acompañamiento de ayuda o cumplimiento de indicaciones sin capacidad autónoma.

Enfermeras generalistas, especialistas de salud mental y de enfermería familiar y comunitaria, con competencias para llevar a cabo abordajes integrales con las personas, las familias y en las comunidades con quienes valoran, planifican y consensuan las necesidades de cuidados.

Porque tanto en la cronicidad, como en la pandemia, como en la salud mental y como en tantos otros problemas de salud, lo que realmente se requiere son cuidados. Cuidados profesionales que puedan prestarse allá donde viven, conviven, estudian, trabajan, se divierten… las personas. Cuidados profesionales que requieren disponer de enfermeras que puedan articular sus intervenciones en el ámbito comunitario, escolar, social, hospitalario… de manera coordinada y en equipo. Pero con equipos que huyan de la jerarquización que imponen los modelos asistencialistas actuales y faciliten, en lugar de obstaculizar o anular como habitualmente se hace, las intervenciones transdisciplinares y transectoriales en las que puedan desarrollarse.

No se pueden ni deben seguir estableciendo “Hit-Parade” o “Trending Topic” que lo único que pretenden es alcanzar protagonismos corporativos, políticos o mercantilistas, sin importar la salud de las personas, las familias y la comunidad.

Seguir cuantificando la salud mental desde el positivismo imperante en base a estadísticas, escalas, casos… no tan solo no permite llevar a cabo intervenciones eficaces, sino que desvirtúa el verdadero problema que representa a nivel individual, colectivo, pero también social y alimenta el nicho de mercado de los mercaderes de la salud.

Utilizar la palabra salud como acompañante de la dimensión mental no es la solución. La salud es un concepto polisémico, cultural, de normas, sentimientos, emociones, creencias… que requiere de intervenciones complejas que van mucho más allá de un diagnóstico médico o un tratamiento farmacológico. Hablar de Salud Mental, por lo tanto, no puede ser una forma de adecuar el lenguaje a la moda actual, o porque suene mejor, pero renunciando desde el principio a dicha salud. Es adquirir compromiso con la salud comunitaria y global, con la población desde la equidad y la igualdad. Algo que evidentemente no hacen ni dejan hacer quienes no se sienten profesionales de la salud desde el mismo momento en que renuncian pertenecer a las ciencias de la salud para situarse en la exclusividad de su disciplina excluyente.

Los cuidados profesionales enfermeros son indispensables e insustituibles en el abordaje de la salud en general y en el de la salud mental en particular.

Los cuidados profesionales enfermeros no pueden formar parte de la inmediatez o de la utilización interesada y oportunista de quienes juegan con la salud como quien juega al Monopoli®. Posiblemente por eso siempre acaban siendo relegados, abandonados, olvidados o incluso desvalorizados, al no prestarse al mercantilismo de la salud, sino como parte de la necesaria respuesta que requiere la dignidad humana con la que están íntimamente relacionados. Nunca se nombra a los cuidados ni a sus profesionales más directos, las enfermeras, como elemento de calidad en la publicidad de los seguros privados, a pesar de que existen y son imprescindibles porque con lo que negocian es con la enfermedad y con quienes la manosean para su beneficio con la promesa de la curación.

No sé cuánto tiempo permanecerá en el “Hit-Parade” o será “Trending Topic” la salud mental, ni por qué o quién será sustituida. Pero sí que sé que se sitúe dónde la sitúen siempre debe ser identificada como un objetivo prioritario de atención y cuidados profesionales de las enfermeras. Sean estas generalistas, especialistas o de práctica avanzada. Porque lo que verdaderamente importa son los cuidados y que estos se presten desde la calidad, el rigor, el humanismo y el respeto que requieren.

Cuando la salud, tanto física, mental, social como espiritual, sea identificada como una realidad colectiva y no como una posesión profesional, una oportunidad política o una perspectiva de negocio, posiblemente, seamos capaces de entenderla, protegerla, cuidarla y promocionarla sin imperativos de inmediatez y con la generosidad, el humanismo y la dignidad que merece para que sea accesible y equitativa.

[1]Comentarista de radio de Internet, orador motivacional y escritor estadounidense.

[2] Lista de éxitos

[3] Es una de las palabras o frases más repetidas en un momento concreto en una red social.

[4] https://es.wikipedia.org/wiki/Standby