LA DIGNIDAD NO SE OFRECE, SE MERECE

“Dignidad significa que me merezco el mejor tratamiento que pueda recibir”.

Maya Angelou[1]

                                                      A las enfermeras catalanas por su determinación ante el desprecio institucional. Esperando que sea ejemplo a seguir.

 

            En los últimos años, incluyendo el periodo de la pandemia, se han venido produciendo decisiones, manifestaciones, exclusiones, olvidos… en torno a las enfermeras a sus competencias. Se han tratado de edulcorar e incluso magnificar con apelativos tan heroicos como falsos las aportaciones de las enfermeras, en una muy poco novedosa estrategia política en la que, lamentablemente, una y otra vez hemos venido cayendo las enfermeras creyendo siempre que la última sería sincera. Nada más lejos de la realidad.

            La estrategia de Atención Primaria y Comunitaria que se vendió como un nicho de oportunidad para las enfermeras y una posibilidad real de cambio del modelo caduco, ineficaz, ineficiente y absolutamente mediatizado por el modelo hospitalocéntrico, medicalizado, asistencialista, fragmentado, paternalista… del Sistema Sanitario, ha acabado siendo un nuevo brindis al sol que se ha ido diluyendo entre protestas de quienes veían en la estrategia una amenaza a sus intereses corporativistas, aunque trataran de maquillar sus discursos, demandas, exigencias y reivindicaciones de defensores a ultranza de la sanidad pública y la salud en un claro ejemplo de hipocresía y cinismo desde el que manipularon a la opinión pública. Manipulación, por otra parte, para la que utilizaron sin reparo alguno a las enfermeras enfrentándolas a la opinión pública y en la que estas actuaron inocentemente de ariete defensivo de los planteamientos reivindicativos, lanzando piedras sobre su propio tejado y sin que existiese una respuesta de la otra parte en favor de ellas al dejarlas solas ante una ciudadanía atónita que tan solo identificaba aquello que tan bien construyeron con sus discursos tan buenistas como falsos. Pero finalmente fueron logrando sus objetivos laborales que por dignos que sean, no conducen a la solución de los problemas que achacan a la sanidad, sino exclusivamente a los suyos. En este sentido juega tanto la estrategia para crear, desde el victimismo, una imagen y realidad paralela, como la inocencia, inacción, pasividad y el síndrome de Estocolmo en el que muchas enfermeras acaban cayendo con relación a quienes secuestran su capacidad, competencia y autonomía, creyendo que realmente no son capaces de hacer otra cosa que no sea obedecer. Ante esta situación la Atención Primaria, lejos de responder a las necesidades de las personas, las familias y la comunidad acaba siendo el reducto de una demanda insatisfecha cada vez mayor al amparo de un modelo patogénico en el que la única referencia a la salud, en la mayoría de las ocasiones, acaba siendo la denominación como centro de salud, aunque realmente sea tan solo una triste paradoja.

            La Estrategia de Cuidados anunciada a bombo y platillo y de manera oportunista por parte de la entonces ministra Carolina Darias en 2021, fue un nuevo y torpe intento de maquillar la sistemática inacción política y la desidia institucional con relación a los cuidados profesionales. No tan solo no se planificó adecuadamente identificando los objetivos que debían alcanzarse y las acciones a desarrollar, sino que además se desvirtuó desde su inicio al incorporar como objeto de la misma la Enfermería de Práctica Avanzada (EPA) en una clara desviación interesada por un desarrollo que dista mucho de ser actualmente prioritario si tenemos en cuenta el desastre organizativo y de ordenación profesional en el Sistema Sanitario. Cuando no están ni siquiera ordenadas las especialidades enfermeras y su articulación con el resto de profesionales no especialistas, abordar la EPA es una forma de contentar a alguien, no se sabe bien quien, con intereses no compartidos y poco claros al respecto y sin que existan argumentos científicos que avalen la necesidad actual de esta figura. Aunque pueda ser y resultar de interés en un futuro, actualmente no es una prioridad ni profesional, ni académica, ni científica. Ni para el Sistema, ni para la población, ni para las enfermeras. Otra cosa es que haya quien quiera utilizarlo a su favor.

            Está claro que los efectos de la falsa y manipulada heroicidad de las enfermeras han ido diluyéndose y ya nadie los recuerda. Las enfermeras han vuelto a ocupar el puesto de mortales e incluso me atrevería a decir que de “insignificantes” mortales para muchos, visto lo visto. Ni añoro las loas artificiales generadas entonces de manera absolutamente intencionada para desviar la atención, ni considero que se deban realizar por entender que hacemos, cuando lo hacemos, lo que debemos y es nuestra obligación como enfermeras. Pero una cosa es que no se caiga en la adulación gratuita, innecesaria y en la mayoría de las ocasiones interesada y otra bien diferente es que se caiga en la más absoluta indiferencia o incluso en la más indignante utilización como medio para lograr determinados fines que poco o nada tienen que ver, ni con la salud de la población a la que atendemos, ni con el desarrollo profesional que de manera tan torpe como insultante se empeñan en convencernos creer con sus propuestas de supuestas nuevas competencias como si de caramelos que se dan a un niño se tratase.

            Va siendo hora de que despertemos de un supuesto e idílico escenario de cambio derivado de una angustiosa situación como la vivida durante la pandemia. Se generó un discurso de reflexión que no era tal, sino más bien un discurso ilusionista, que no de ilusión, que eliminaron al identificarlo como un movimiento revolucionario o transformador que podía actuar en contra del modelo, “su modelo”. De tal manera que trasladaban la sensación e incluso el discurso de estar de acuerdo con los cambios, pero cuando estos se sospechaban podían concretarse en una modificación real del modelo, repito “su modelo”, generaban una resistencia enmascarada de victimismo que paraliza cualquier acción transformadora.

            Así pues, queda claro que los cantos de sirena que desde las diferentes estrategias se plantean no son más que eso, cantos de sirena que lo único que logran es distraernos del rumbo de navegación y nos hacen encallar cuando no naufragar, mientras otros se mantienen a salvo en “su modelo”.

            No interesa el cambio. Ni a los políticos, ni a los sindicatos, ni a una buena parte de las/os profesionales de las diferentes disciplinas que observan como una amenaza a sus intereses corporativos esa posibilidad de cambio. No nos equivoquemos, ni sigamos dejándonos engañar. El modelo de salud no interesa. No es rentable. No encaja en los parámetros patogénicos de quienes mantienen y perpetúan el modelo, aunque lo disfracen con discursos eufemísticos y demagógicos.

            Pero es que las enfermeras tampoco creemos en él. Al menos no de manera mayoritaria. Nos sentimos más cómodas en el nicho ecológico-laboral que hemos configurado en el paradigma médico asistencialista en el que nos instalamos y del que nos resistimos a salir. Hemos creado una zona de confort en la que nos sentimos protegidas y desde la que respondemos acatando lo que se nos dice, lo que se nos delega, aunque se intente disfrazar de “nuevas competencias”. De tal manera que la responsabilidad derivada de la capacidad autónoma de decisión se va diluyendo hasta desaparecer, asumiendo el papel secundario, subsidiario, residual… que se nos encomienda para satisfacer las demandas de quienes se posicionan y reivindican como protagonistas exclusivos y víctimas de un sistema que dicen les maltrata. Este discurso es asumido, interiorizado y normalizado por la población y consentido, asimilado y valorado por parte de quienes responden a sus demandas para mayor loa de ellos, peor valoración de las enfermeras y del sistema de salud que se perpetua en el modelo por ellos diseñado, modelado y adaptado a sus necesidades.

            Unos han logrado con su estrategia curativo-dependiente convencer a todas las partes de que no hay modelo alternativo. Otras han declinado luchar desde su estrategia de cuidados y empoderamiento en salud por propiciar un cambio que, desde la autonomía competencial de su disciplina, era posible asumir y lograr, pero que evidentemente conlleva riesgos que no se han querido correr, prefiriendo la pasividad y la inacción defensivas que contribuyen a reforzar los planteamientos en los que se sustenta el modelo médico.

            No hay que buscar o escudarse en excusas, conspiraciones, sospechas, manías… Para cambiar algo, para transformarlo, hay que implicarse, comprometerse y creer en ello. No se trata de ser como el otro. Se trata de posicionarse con evidencias, argumentos, convicciones y resultados que contrarresten lo que se da por válido por el simple hecho de quién lo determina como verdad absoluta sin que se le responda ni contradiga.

            No tan solo se ha logrado generar un sistema perverso sino que contribuimos entre todos a que el mismo se perpetúe ya sea por acción u omisión.

            Para lograr los cambios hay muchas formas de actuar. Pero desde luego cualquiera de ellas requiere de la convicción de quererla llevar a cabo con determinación. Que no conlleva en ningún caso la destrucción. Y esa convicción es la que lamentablemente nos falta. Nos falta porque la continuamos enmascarando, fagocitando, ocultando, invisibilizando… desde la fascinación que proyectamos hacia la técnica y que captura, hipnotiza, anestesia a las nuevas enfermeras que acaban incorporándose en un estado de permanente abstracción en el fortalecimiento del modelo que anula su capacidad autónoma de respuesta desde la que se podrían plantear los cambios necesarios. Pero preferimos no despertar de ese estado de obnubilación en el que, aunque no acabamos de sentirnos a gusto, realizadas, felices, nos garantiza cierta seguridad, tranquilidad y, sobre todo, ausencia de responsabilidad.

            Se nos llena la boca de decir que las enfermeras somos competentes y sin embargo no damos respuesta en base a nuestra competencia. Que somos autónomas, pero renegamos de nuestra capacidad de decisión. Que somos científicas, pero actuamos a espaldas de nuestra ciencia. Que somos profesionales, pero renunciamos a nuestra identidad.

            Sé que lo que digo no es agradable. Verbalizarlo, escribirlo, compartirlo, me duele. Un dolor emocional, profesional, de valores, que no puedo ocultar, pero que tampoco puedo calmar con el silencio o mirando hacia otra parte. Ya no quiero mirar hacia otro lado. Ya no quiero morder mis sentimientos antes de expresarlos. Ya no quiero contener mi tristeza creyendo que así la lograré superar. Ya almaceno demasiado poso improductivo, molesto, residual, inútil, que incluso llega a oler mal.

            No es que hayan sucedido cosas últimamente mucho más graves de las que ya se han venido produciendo. Pero ha llegado el momento del colapso. De decir ¡Basta! ¡Hasta aquí hemos llegado! Ya no me cabe más indiferencia, más desprecio, más ignorancia, más insolencia, más indolencia, más intransigencia… venga de donde venga. Sea fuego “amigo” o “enemigo”. Porque ya no sé cuál de ellos es peor, más peligroso, más letal, más destructivo. Pero sí que sé cuál de ellos es más doloroso, triste y penoso.

            En este torbellino de sentimientos encontrados y divergentes, reconocibles y extraños, verdaderos y simulados, creíbles y dudosos, reflexivos o evasivos… surgen nuevos hechos, acontecimientos, situaciones, decisiones, que contribuyen aún más si cabe a removerlos y enturbiarlos.

            El documento “Plan de Acción de Atención Primaria y Comunitaria de la Conselleria de Sanitat de la Comunitat Valenciana”[2], los convenios firmados en Cataluña[3], [4], [5], el “V Plan de Salud de Castilla y León”[6]… son tan solo algunos ejemplos de lo que está siendo planteado desde los diferentes sistemas de salud autonómicos como “solución” a los graves problemas que presentan todos ellos y que algunos se encargan de capitalizar corporativamente. Todos coinciden en idéntico diagnóstico, médico claro está. El sistema está enfermo y la curación no pasa por cambiar al modelo como indicación terapéutica, sino en mantenerlo pero haciendo que otros, las enfermeras, sean quienes asuman aquello que no son capaces de responder quienes, además, lo han generado, alimentado y enquistado. Lo disfrazan, como habitualmente hacen, con etiquetas llamativas y engañosas con las que convencer a quienes finalmente actuarán como fieles ejecutoras de lo delegado por ellos. Así pues, desde la denominación de “gestión de la demanda” establecen guías, como si de cartillas escolares, recetas culinarias, o catálogos de montaje de IKEA se tratase, en las que se establecen qué y cómo deben actuar las enfermeras para aliviar sus cargadas agendas. Siguiendo paso a paso las indicaciones. Pronto nos harán también un tutorial en YouTube para que no nos equivoquemos. No es asumir más competencias. Es obedecer más órdenes médicas. No nos equivoquemos ni nos dejemos engañar más. No se asumen de manera autónoma y como parte de una competencia propia. Se hace de manera delegada y subsidiaria. Dando por sentado que esta forma de actuar es la única posible y que el trabajo en equipo supone que otros hagan lo que ellos son incapaces de gestionar. Claro está, ello supone que las enfermeras gestionen no la demanda, sino “su demanda”, es decir su incapacidad.

Pero, para ello, deben renunciar a planificar, desarrollar o impulsar competencias propias dirigidas a mejorar la salud de las personas, las familias y la comunidad. Porque finalmente, lo importante, lo relevante, lo que se impone es salvar al otro, al protagonista a quien se identifica como indispensable, al desbordado, aunque ello suponga necesariamente renunciar a otro tipo de propuestas o respuestas que además podrían suponer un cambio de modelo que en ningún caso están dispuestos a aceptar. Nacen, crecen y se desarrollan con la enfermedad y la incorporan como eje y centro de cualquier organización, planificación, desarrollo, proyecto o estrategia, sin dejar espacio alguno a la salud que es identificada únicamente como antagonista a su aportación, pero no como prioridad de actuación. Con salud no hay enfermedad y sin enfermedad se les acaba el discurso manipulador que mantiene secuestrado al Sistema Sanitario.

            Pero nada es eterno. Y tanto se ha estirado. Tanto se ha abusado. Tanto se ha maltratado. Tanto se ha negado. Tanto se ha menospreciado a las enfermeras que en algún momento, por pasivas, inánimes, solícitas, subsidiarias que pareciésemos o fuésemos, se produce la negación a continuar, el rechazo a seguir siendo maltratadas, el ¡basta ya! Que tanta falta hace que escuche y se explique. Porque hay que explicar, eso sí, alto y claro, que ya no estamos dispuestas a ser el correveidile de nadie, la muletilla interesada, el parche reparador, el remedio interesado, la diana de sus dardos envenenados, la recicladora de sus desechos. Hay que dejar clara cuál es nuestra competencia, nuestro objetivo, nuestro interés, nuestro compromiso, con ellos, para ellos y por ellos, las personas, las familias y la comunidad. Pero sin renuncias, sin resignaciones, sin cargas ajenas, sin falsas alabanzas, con nuestra aportación singular, específica y autónoma de cuidados. Debemos educar en el autocuidado como derecho de las personas y no como una concesión asumida por ellas para nuestra descarga.

            La población debe saber, conocer, comprender, qué está perdiendo al privársele lo que las enfermeras podemos y debemos ofrecerles. La población debe poder exigirlo como derecho irrenunciable para promocionar, mantener, atender o recuperar su salud.

            Se han acabado los días de la contemplación, la serenidad mal entendida, la paciencia mal empleada, el consentimiento mal interpretado. Ha llegado la hora de la acción firme al tiempo que serena. De la determinación, De la reafirmación. De la Exigencia compartida por una salud de calidad y calidez. Sin interferencias. Sin oportunismos. Sin intereses personales. Sin discursos engañosos. Con la verdad por delante y el orgullo de saber que lo que hacemos, demandamos, exigimos es lo que corresponde para mejorar la atención humanista que permita situar tanto a las personas como a las enfermeras al nivel de la dignidad humana y no tan solo del interés sanitarista.

            Que la voz que alzan las enfermeras catalanas sea el punto de inflexión que permita cambiar el rumbo a la deriva que lleva la nave de todas/os en todas partes. Pero que nadie intente capitalizar esta rabia, esta decisión, esta acción, porque entonces nos perderemos en el laberinto de las intrigas palaciegas que a algunos tanto les gustan.

            No puede quedar como una anécdota. Debe verse, oírse y sentirse como una transformación irrenunciable enfermera para la salud comunitaria.

[1]Escritora, poeta, cantante y activista por los derechos civiles estadounidense. (1928- 2014)

[2] https://www.san.gva.es/documents/d/assistencia-sanitaria/estrategia_de_salud_comunitaria_es

[3] https://scientiasalut.gencat.cat/handle/11351/10647

[4] https://scientiasalut.gencat.cat/handle/11351/10645

[5] https://salutweb.gencat.cat/ca/departament/eixos-legislatura/conveni-collectiu-ics/

[6] https://www.saludcastillayleon.es/institucion/es/planes-estrategias/v-plan-salud-castilla-leon-encuesta-telefonica-ciudadania-c

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