Acabamos de cumplir los 40 años de la incorporación de los estudios de Enfermería en la Universidad. Sin duda un aniversario que a todas las enfermeras nos alegra y nos hace valorar aún más nuestra disciplina y nuestra profesión.
Pero pasados los lógicos y deseables momentos de celebración por tan importante acontecimiento, es necesario hacer una reflexión sobre lo que supuso esta entrada en la Universidad y lo que, a día de hoy, nos está suponiendo.
Sin duda la incorporación de los estudios de Enfermería en la Universidad hace 40 años fue un logro incuestionable por parte de un grupo de enfermeras sin las cuales, posiblemente ahora, estuviésemos en una situación académica y profesional bien diferente. Fueron momentos de debate, lucha y, sobre todo, de unidad. Una unidad ya difícilmente identificable en otros avatares de nuestra historia y que tanto se echa en falta en muchas ocasiones. Unidad que logró aglutinar a los diferentes pensamientos, posicionamientos, planteamientos… en aras de un único objetivo que era el de entrar en la Universidad. No podemos ocultar, sin embargo, que como en todo proceso de negociación, de dura negociación, se tuvo que ceder en determinados aspectos, renunciando a planteamientos de inicio, como el de la Licenciatura. Pero no se podía perder la oportunidad histórica de entrar en la Universidad, por lo que se tuvo que ceder con el compromiso, eso sí, de seguir trabajando para lograr el acceso al 2º ciclo universitario.
Las Escuelas Universitarias de Enfermería, por tanto, se crean en la Universidad como centros autónomos en los que se impartirían los nuevos planes de estudio de Enfermería. Planes de estudios con contenidos enfermeros y en los que se incorporan, en la mayoría de ellos, materias de Salud Pública y de Enfermería Comunitaria, con un peso específico muy importante, al coincidir en el tiempo, la elaboración de dichos planes, con la Declaración de Alma Ata que supuso un cambio sustancial en la Atención Primaria, en lo que vino a denominarse el Nuevo Modelo de Atención, en el que las enfermeras iban a jugar un papel muy importante. Pero lamentablemente, a mi modesto entender, se cometió nuevamente el error de invisibilizarnos como enfermeras. La titulación vino a denominarse Diplomado Universitario de Enfermería (DUE), lo que condujo a que los nuevos titulados, las nuevas enfermeras universitarias, cambiasen las siglas de las extintas ATS por las de DUE, ocultando su verdadera identidad tras tan ilógico como inoportuno acrónimo. La sociedad, por tanto, siguió sin reconocernos como lo que verdaderamente éramos, enfermeras, para identificarnos, no sin dificultad, como ATS o DUE.
Las enfermeras, por otra parte, pudieron ir incorporándose progresivamente en las nuevas Escuelas gracias a la venia docente concedida para ello, de tal manera que la docencia pasaba a estar en manos de las enfermeras, que hasta ese momento estaban relegadas a funciones de control de prácticas en los anteriores estudios de ATS. Esto supuso, sin duda, un gran reto y un enorme avance en el desarrollo del conocimiento enfermero, con un indudable esfuerzo que condujo a que la mayoría del profesorado de las Escuelas fuese enfermero de manera progresiva.
Pero la unidad anteriormente aludida, que hizo posible dar tan significativo paso, duró justo lo que tardaron en instaurarse los estudios en la Universidad. Las fricciones, malentendidos, posicionamientos absurdos… dieron paso a agravios comparativos sin fundamento pero que, sin duda, no contribuían al desarrollo y crecimiento de las enfermeras. A ello se sumó el curso de nivelación que debían hacer todas aquellas enfermeras que quisiesen homologar sus estudios de ATS a los de DUE actuales. Este requisito no se entendió, o no se supo trasladar adecuadamente, y generó mucho rechazo, malestar y nuevos enfrentamientos, a pesar de lo cual, una gran mayoría de ATS lo realizó con un porcentaje de superación muy elevado. Lo que, en apariencia y seguro que con clara buena intención por parte de quienes lo propusieron, pretendía generar unidad logró un claro distanciamiento y posicionamientos enfrentados entre ATS y DUE, contribuyendo de manera muy significativa a crear mayor invisibilización y falta de reconocimiento social de las enfermeras.
Pero el tiempo todo lo cura, o al menos eso reza el dicho. Poco a poco la situación fue apaciguándose, aunque no normalizándose como hubiese sido deseable, manteniéndose acantonados recelos, envidias y rechazos que no favorecían la unidad deseada. Y en este proceso los Colegios Profesionales, lejos de contribuir a la normalización hacían de “pasteleros” denominando a los Colegios con nombres tan variopintos como Colegios de ATS y DUE, como si de dos profesiones diferentes se tratase. Posteriormente rizaron el rizo y tiraron por la calle de en medio cambiando la denominación por la de Enfermería, usurpando el nombre genérico de la disciplina o profesión, enfermería, en lugar del de quienes las representan, que no son otras que las enfermeras. De esta manera los Colegios Profesionales contribuían con su torpe decisión a invisibilizar a las enfermeras de nuevo. Decisión que, a día de hoy, incomprensiblemente, aún se mantiene en la práctica totalidad de Colegios de nuestro país, siendo un ejemplo único en comparación con colegios de otras profesiones (médicos, arquitectos, psicólogos, ingenieros… y no de medicina, arquitectura, psicología, ingeniería…).
Con el paso de los años las Escuelas fueron consolidándose y las enfermeras docentes lograron adquirir peso específico dentro de la Universidad española, no sin dificultades. Y en este proceso tuvo un papel destacadísimo la Asociación Española de Enfermería Docente (AEED), que contribuyó de manera muy significativa al fortalecimiento de la disciplina enfermera y luchó de manera muy clara para tener acceso al 2º ciclo y lograr la ansiada Licenciatura de Enfermería. Sin embargo, esto, finalmente, no fue posible dadas las presiones ejercidas por otras disciplinas. Esta circunstancia hizo que muchas docentes decidieran realizar estudios en otras disciplinas (psicología, antropología, historia…) para así tener acceso a los estudios de doctorado, lo que propició un enriquecimiento de la disciplina enfermera ya que quienes tomaban dicha decisión raramente abandonaban su condición de enfermeras docentes en las mismas Escuelas y por tanto los conocimientos adquiridos en otras disciplinas suponían un valor añadido. Sin olvidar, aunque pocas veces se ha destacado, el valor que las enfermeras a portaban a esas disciplinas.
El prestigio alcanzado por los estudios de enfermería hizo que la demanda fuese creciendo progresivamente siendo de los más demandados y, por tanto, los que mayor nota de acceso precisaban. Esto supuso que el número de Escuelas de Enfermería creciese de manera poco controlada y que a las creadas en las Universidades Públicas se sumasen las cada vez más numerosas Universidades Privadas a las que había que añadir las adscritas de los diferentes servicios de salud que se mantenían en gran número. Esta circunstancia tendría con posterioridad consecuencias negativas para enfermería al ser mayor el número de enfermeras que se gradúan que el que la sociedad es capaz de asumir en base a los criterios injustificados e irracionales de racionamiento impuestos por los políticos y gestores que nos sitúan a la cola de los países de la COE en número de enfermeras por habitante. Generando grandes bolsas de paro y una masiva salida al extranjero. Y sin embargo estos mismos políticos y gestores siguen permitiendo que se mantengan un número de centros de formación de enfermeras claramente desproporcionado que sirve para formar excelentes enfermeras para nuestros vecinos europeos, a coste cero para ellos.
La entrada de España en Europa supuso un hito importante para prácticamente todas las facetas de nuestro país. En educación el gran cambio se produjo con el denominado Plan Bolonia o Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), que pretendía un cambio metodológico en el proceso de enseñanza-aprendizaje y un cambio significativo en los planes de estudio de todas las disciplinas. En España se optó por los Grados de 4 años para todas las disciplinas salvo para aquellas que tenían regulación específica europea y que obligaba a un mayor número de años (medicina, arquitectura…). Pero lo que supuso para enfermería, particularmente, es el situarse al mismo nivel académico al de cualquier otra disciplina y, por tanto, romper el techo de cristal que le impedía crecer académicamente desde enfermería. Esto provocó un aumento considerable de doctoras enfermeras en los años posteriores a la entrada en vigor del EEES.
Pero dicen que no dura mucho tiempo la dicha en casa del pobre. Y no es que considere a la Enfermería pobre, sino que así es como, parece ser se nos quiere seguir considerando por parte de muchos estamentos. Si bien es cierto que la igualdad interdisciplinar debe provocar una igualdad también en los criterios de acceso y promoción de los docentes, no es menos cierto que nuestro recorrido es el que es no por decisión propia sino por imposición y que el punto de partida, por tanto, no es el mismo para todas las disciplinas. Por otra parte, al quedar incluidos en el área de Ciencias de la Salud, tenemos que competir en investigación con quienes vienen haciéndolo desde hace muchísimos más años y en condiciones mucho más ventajosas que las que tenemos las enfermeras que, además, partimos de un paradigma totalmente diferente al de la disciplina dominante de dicha rama de conocimiento. A pesar de que en los 40 años de historia en la Universidad nuestro crecimiento ha sido exponencial y difícilmente equiparable a ninguna otra disciplina en ese breve periodo de tiempo, los logros no pueden equipararse de ningún modo con los que llevan siglos de evolución académica e investigadora. Se vuelve a confundir la igualdad con la equidad y no se establecen criterios diferenciadores, que no oportunistas, que permitan el acceso de las enfermeras a los puestos docentes actuales. La Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad Académica (ANECA) actúa como un verdadero verdugo con enfermería, propiciando el progresivo desplazamiento de las enfermeras en las actuales Facultades por profesionales de otras disciplinas que tienen el acceso más fácil a los criterios marcados por cuestiones simples de tiempo y oportunidad.
A todo ello hay que añadir que la frenética presión por alcanzar los sexenios de investigación que permiten mantener las plazas en las Facultades o el acceso a las mismas, está haciendo que se devalúe la docencia. De esta manera nos encontramos con la paradoja de que la Universidad que, al menos por definición, es cuna de la enseñanza y el aprendizaje los descuide y arrincone en favor, casi en exclusividad, de la investigación, en un intento de competencia suprema por alcanzar puestos en los rankings internacionales, que se ha convertido en el principal objetivo de las Universidades españolas aunque para ello abandone la atención a los estudiantes, su razón de ser y existir, pasando a considerarlos meros activos económicos a través de sus, cada vez, más caras matrículas y tasas. Los criterios puramente economicistas y mercantilistas hacen que los estudiantes sean válidos, en tanto en cuanto, aporten dinero. En el momento que dejan de hacerlo ya no son útiles o de interés para la universidad. Esto está haciendo que se pierdan importantes y necesarias posibilidades de promoción de estudiantes brillantes, no tan solo por sus curriculum, a través de su captación e incorporación en la propia universidad. Pero esto no produce dinero a corto plazo y, por tanto, no es rentable, por lo que se les “expulsa” para dar entrada a nuevos contribuyentes que sostengan este sistema tan perverso como alejado del espíritu de, al menos, lo que deberían ser las universidades públicas. Estrategias que sin duda contribuyen a que la investigación no sea atrayente para los estudiantes o a que tengan que desistir quienes si tienen interés por no tener oportunidades reales de incorporarse en grupos de investigación, como sin embargo hacen países de nuestro entorno.
En enfermería, además, se da la circunstancia de que dado su grado de experimentalidad se requiere de un gran número de profesores asociados al no contar con la posibilidad, que tienen otras disciplinas de Ciencias de la Salud (una nueva e inequívoca muestra de inequidad), de disponer de plazas vinculadas. Esto, unido a las restricciones de reemplazo establecidas con la excusa de la crisis, a través de las tasas de reposición, hace que la desproporción entre plazas a tiempo completo y plazas a tiempo parcial sea cada vez mayor. Y si a todo esto unimos que la remuneración de la mayoría de las plazas docentes es precaria, tenemos un escenario incierto para las enfermeras, a la hora de querer incorporarse a la docencia.
Así pues, no sé muy bien cómo lograremos celebrar los 50 años de incorporación en la Universidad, pues con los actuales planteamientos raramente encontraremos enfermeras en las Facultades de Enfermería, volviendo de nuevo al inicio, en el que nuestra presencia era prácticamente testimonial para atender las prácticas de las/os estudiantes.
Triste realidad que es inútil que tratemos de ignorar. No sé si aún estaremos a tiempo de cambiar algo. Lo que sí sé es que mientras a mí me queden fuerzas no dejaré de denunciar las injusticias y de transmitirlas a quienes me relevarán, para que sigan firmes en su derecho a tener un acceso equitativo y la oportunidad de seguir liderando el proceso de enseñanza-aprendizaje enfermero, en contra de la fagocitosis o expulsión a las que estamos siendo abocados por intereses que, aunque no se entienden sí que se identifican claramente.