Nos esforzamos en dar una imagen, que lamentablemente dista mucho de ser la deseada. Una imagen de respeto, igualdad y tolerancia hacia el diferente en raza, religión, pensamiento, inclinación sexual o simplemente en función del género. Y por mucho que nos empeñamos, la realidad es muy tozuda y nos sitúa en lo que verdaderamente somos, aunque queramos maquillarlo de democracia, libertad y permisividad. Mancillando, manoseando y utilizando de manera totalmente interesada valores tan nobles.
No me voy a detener en un análisis que ni por mis conocimientos ni por el espacio que se requiere para ello dispongo. Pero sí que lo voy a hacer sobre la desigualdad de género. No porque sea un experto en la materia. Ni mucho menos, dada mi condición masculina, porque la haya padecido como tal. Pero sí que la padezco como enfermera. Sí, como enfermera macho, pero como enfermera.
Soy de la idea de que las profesiones tienen género y por tanto considero que la profesión que ejerzo y de la que tan orgulloso me siento, la Enfermería, es femenina, con independencia de los miembros que la integren. De igual manera que la profesión médica es masculina, aunque actualmente ya sean más mujeres que hombres las que la integran, pero asumiendo, estas, el rol masculino de la profesión. Es por esto que me considero enfermera sin renunciar en ningún momento a mi condición masculina como persona. De tal manera que se puede decir que soy profesionalmente femenino y personalmente masculino.
Y es aquí donde radica el verdadero problema de desigualdad de género que quiero exponer.
Como profesión femenina que es la enfermería, ha sufrido y continúa sufriendo las desigualdades derivadas de su género. Y esas desigualdades se traducen tanto en oportunidades de trabajo, como en imagen social, en acoso, en visibilidad o en violencia.
Una profesión a la que le ha tocado desarrollarse en un entorno masculino y machista como el de la sanidad. En el que su “pareja” natural de trabajo ha tenido y sigue teniendo privilegios más allá de lo razonable. En donde las enfermeras no pueden acceder a determinados puestos de trabajo por el simple hecho de ser enfermeras ya que están reservados casi exclusivamente a los médicos, aunque de vez en cuando dejan colarse a algún abogado, economista o farmacéutico. Pero nunca, o casi nunca, a una enfermera. Y todo ello a pesar de que puedan tener iguales o mayores aptitudes que cualquiera de ellos. Y a pesar de tener idéntica o superior titulación académica. Y no se trata tan solo de una actitud, sino de una clara e inequívoca desigualdad que se regula y normativiza, para que no quede resquicio alguno que permita que una enfermera se cuele en puestos de alta responsabilidad, ejecutivos o de alta dirección. Estos quedan reservados en exclusiva a las profesiones masculinas que perpetúan sus privilegios en base a una defensa tan irracional como injustificada de su estatus.
Una profesión que tiene que seguir sufriendo el escarnio, la vergüenza, el insulto, de una imagen estereotipada y fundamentada en tópicos, que no solamente se refleja en el ámbito laboral, sino que trasciende a la sociedad con la ayuda inestimable, en muchas ocasiones, de los medios de comunicación de todo tipo (prensa, radio, televisión, redes sociales…).
Una profesión que tiene que demostrar de manera permanente y reiterada y muchas más veces que cualquier otra profesión de la salud de lo que es capaz. A otros se les supone el valor, a las enfermeras se les exige que lo demuestren una y mil veces, para que finalmente no sirva para nada o casi nada.
Una profesión que cuando logra cierta igualdad con relación a sus “compañeros” de profesiones masculinas, es acusada de querer ocupar el lugar que no le corresponde. Que es denunciada, recriminada, apartada… por el simple hecho de ser capaz de hacerlo mejor que quienes ejercen esa violencia normativa, de presión mediática e influencia política.
Una profesión que es reconocida por su gran aportación en todas las encuestas, pero que no es reconocible ni visible por parte de gestores, políticos, profesionales, ni por la sociedad en su conjunto.
Una profesión que realiza muchas más tareas y funciones de las que le corresponden sin que se le reconozcan.
Una profesión que siempre es dejada en la sombra a pesar de que gran parte de los logros en salud sean mérito suyo. Que todo lo más se le incluye como parte del equipo, mal denominado médico, pero sin nombres ni apellidos, como la esposa dócil, silenciosa y obediente que acaba siendo la Señora de Fulanito o Menganito.
Una profesión que cree en el trabajo de equipo y participa activamente en él, a pesar de ser constantemente excluida, fagocitada o desmerecida por quienes se sienten superiores solo por el hecho de pertenecer a una profesión determinada que capitaliza todo el “producto” generado.
Una profesión que es utilizada como objeto en ámbitos profesionales y sociales a través de una imagen distorsionada, sexualizada y sexista en imagen, lenguaje y mensaje. Putas o maricones son las imágenes que aún perduran en el imaginario de muchos cuando se habla de las enfermeras. No merece la pena utilizar eufemismos, es la realidad la que impone los calificativos.
Una profesión precarizada, que tiene que asumir mucho más trabajo del que es razonable y con horarios que generan estrés, impiden la conciliación familiar y provocan abandonos.
Una profesión a la que no se le favorece, como a otras, que investigue o se forme, teniéndolo que hacer a costa de tiempo y dinero propios. Que es ignorada a la hora de reconocerse sus contribuciones científicas a la salud de la población. Reconocimiento que queda limitado a la esfera biomédica, en la que ni estamos ni se nos espera. Alguna vez alguien debería darse cuenta de que el éxito de un trasplante, por ejemplo, no está solo en la técnica que lo hace posible y que, sin embargo, queda eclipsada la aportación de las enfermeras que contribuyen a lograrlo.
Una profesión a la que sus propias empresas no reconoce, ni distingue, ni premia. Y en las que ni tan siquiera se reconocen los cuidados enfermeros como un valor propio, autónomo y de calidad, quedando ocultos tras la tecnología y la medicalización.
Una profesión en la que no se reconoce el mérito y la capacidad para lograr escalar en su carrera profesional. En la que se impide el desarrollo de la especificidad a través de especialidades. Una profesión que quieren que sirva para todo y que además lo haga de manera perfecta.
Una profesión que tiene que emigrar porque aquí no se le dan oportunidades a pesar de que sus profesionales, las enfermeras, sean reconocidas y admiradas por los países de nuestro entorno, a donde tienen que ir para obtener un puesto de trabajo y un reconocimiento profesional dignos.
Una profesión femenina que sufre los mismos inconvenientes de desigualdad, inequidad y acoso que sufren muchas de las mujeres de nuestro país. Una profesión maltratada que a pesar de no tener una política de discriminación positiva lucha por visibilizar su aportación y que se la reconozcan de manera específica.
Una profesión que, como consecuencia de todo ello, adolece de la necesaria autoestima, lo que le hace sentirse, en muchas más ocasiones de lo deseable, inferior, débil, silenciosa y al mismo tiempo culpable de su situación, sin acabar de entender por qué se da. Y a pesar de todo sigue creciendo y aportando cuidados de calidad que contribuyen a la salud comunitaria.
Raro es el día en el que no se escuchen o vean mensajes o imágenes distorsionadas, falsas o insultantes de las enfermeras. Raro es el día en el que se visibilice y reconozca la verdadera labor de las enfermeras. Raro es el día en el que no se hagan bromas sexistas y ridiculizantes de las enfermeras. Raro es el día en el que se utilice adecuadamente el nombre de las enfermeras.
Pero a pesar de todo eso, raro es el día, no, mejor, no se da el día en el que las enfermeras den todo su saber hacer y conocimiento para mejorar la salud de las personas, las familias y la comunidad a las que prestan sus cuidados profesionales.
Ocultar, ignorar, distorsionar esta realidad por parte de agentes sociales, políticos de comunicación… es tanto como contribuir a que se perpetúe la desigualdad, el maltrato y la inequidad hacia las enfermeras como profesión femenina.
No disponemos de un teléfono de denuncia, tampoco lo queremos ni lo pedimos. Tan solo disponemos de nuestra profesión, nuestras competencias y nuestros cuidados para llamar la atención y que se nos vea y reconozca. Pero estamos hartas de que se nos oculte, ignore, maltrate y mate profesionalmente hablando.
No es solo cuestión de las enfermeras cambiar esta realidad. Los medios de comunicación deben guiarse por algo más que por los tópicos y los estereotipos cuando hablen de las enfermeras o simplemente de la salud. La sociedad en conjunto, por su parte, debe incorporar elementos de discriminación que permitan visibilizar las aportaciones y reconocerlas de manera específica. Las enfermeras cuidamos y lo hacemos muy bien, pero las enfermeras también necesitamos que nos cuiden sin caer en la almibarada visión de la simpatía como único elemento de reconocimiento.
Creerse el espejismo de que somos una sociedad que ha abandonado el machismo es tanto como querer negar la realidad. Y hacerlo es ni más ni menos que una irresponsabilidad colectiva. La violencia de género trasciende a muchas más esferas de las que inicialmente podemos identificar. Y todas ellas son execrables y denunciables. No sigamos siendo partícipes con nuestro silencio o indiferencia.
Felicidades amigo, compañero. Enfermera.
Gracias Gonzalo. Un fuerte abrazo
Espectacular artículo, pone sobre la mesa un tema difícil de abordar y de comprender para quienes no queremos posicionarnos como víctimas pero que nos vemos reflejados en lo cotidiano con estas situaciones. Haré referencia a este artículo en mi exposición del 8/3 en la Universidad! Gracias José Ramón
Gracias Mercedes. Creo que es importante e imprescindible, diría, que dejemos de invisibilizar nuestra realidad. Hacerlo es tanto como contribuir a que se perpetúe.
Enhorabuena Jamon, comentarios muy acertados… Y necesarios para difundir al público en general, porque nuestro colectivo los conoce y los sufre. Los cuidados no tienen el valor social q merecen, como todo lo femenino pese a que son imprescindibles para la vida, como dijeron Madeleine Leininger y otras grandes enfermeras. A ver cómo cambiamos el panorama sin cambiar la esencia cuidadora..
Gracias Modes. Aunque lamento discrepar sobre que nuestro colectivo los conoce (me refiero en general claro). Y si los conoce realmente lo demuestra muy poco. Por eso considero importante que hagamos ejercicios de análisis y reflexión que nos permitan salir de la anorexia profesional en la que nos encontramos.
Gracias Modes, en eso estamos…
Un abrazo
Por favor, cambiar el nombre, que es José Ramón (maldito corrector)