El Apriorismo es la doctrina filosófica que defiende que se puede adquirir conocimiento acerca del mundo real sin recurrir para nada a algún tipo de experiencia. Según esta corriente el conocimiento se deriva de principios innatos autoevidentes absolutamente independientes de toda experiencia.
Muchas veces parece que en Enfermería estemos abogando por instalarnos en el Apriorismo.
Me explico. Tras más de 40 años en las aulas de la Universidad el ahora Grado de Enfermería, con anterioridad el Diplomado Universitario de Enfermería (DUE) que sustituyó al nada identitario ATS, las cosas, en determinados aspectos, no han cambiado nada o casi nada. Siguen siendo unos estudios altamente demandados que precisan de notas de corte muy elevadas, por lo que, teóricamente, ingresan los mejores estudiantes para ser futuras enfermeras. Hasta aquí todo parece normal. Una vez en las aulas los excelentes estudiantes se comportan tal como se les ha venido educando/enseñando a lo largo de su vida. Es decir, a comportarse como fieles escuchantes, pacientes observadores (como queriendo comprobar qué se siente desde esa perspectiva de paciente de cara a su posterior vida laboral), o al menos “miradores”. Todo ello tratando de absorber cuanto se dice por parte del profesorado para después poder aprobar los exámenes, como máxima aspiración en su fugaz paso por la Universidad. Aunque algo drástica, Tragar y vomitar, es la mejor manera de definir lo que los estudiantes hacen durante sus cuatro años de estudios para ser enfermeras. Las preguntas “pero ¿eso va para examen?”, “¿qué entra en el examen?” “eso está en los apuntes?” son sus máximas preocupaciones o las que torpemente les hemos trasladado los docentes. Las capacidades de análisis, contraste, reflexión, debate… parecen abolidas, como si causasen dolor o efectos secundarios el utilizarlas. Huyen, se esconden, temen, rechazan, la participación activa, abierta y libre, que les convierta en protagonistas de su propio aprendizaje.
El Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) se convierte en un idílico pero irreal escenario en el que lo único que han cambiado son algunos conceptos. Créditos por ECTS, objetivos por competencias… Sin embargo, el protagonismo de los estudiantes sigue siendo escaso cuando no nulo. Y por su parte los docentes, al menos una mayoría, permanece instalado en su papel de protagonista exclusivo de dicho proceso.
Pero Enfermería como disciplina con una alta experimentalidad parece que debiera alejarse de esa doctrina apriorística de la adquisición de conocimiento sin recurrir a ningún tipo de experiencia, por cuanto sus estudiantes tienen, a través de los practicum, la posibilidad de adquirir conocimiento derivado de la experiencia práctica en los diferentes servicios por los que pasan. Sin embargo, una vez más, los estudiantes asumen ese papel pasivo que les convierte en meros replicantes de cuanto se les traslada o ven. No interactúan, no participan realmente, no debaten, analizan o reflexionan sobre lo que ven con sus tutores, que acaban por convertirse, en la mayoría de los casos, en meros acompañantes del proceso en el que esperan que el estudiante asignado sea lo más solícito, dócil y disciplinado posible y que no interfiera demasiado en su “faena”. Se limitan, los estudiantes, a pasar por los servicios para cumplir un nuevo trámite y lograr la mejor nota por portarse bien y no ser “quisquilloso”.
Por lo tanto, ni en el aula ni en la unidad o centro asistencial aprenden de la experiencia. Acumulan conocimiento sin plantearse nada más. Sin cuestionarse nada de lo que se les traslada. Todo para aprobar y pasar el trámite.
Pero además el EEES incorporó un nuevo elemento de distorsión en todo este panorama de incertidumbre y de aparente cambio. El Trabajo Fin de Grado (TFG), que irrumpe como un elemento de innovación pedagógica y de aproximación a la investigación y que, sin embargo, se convierte justamente en lo contrario, al generar mucho miedo, estrés y rechazo, ya que lejos de ser un estímulo para estudiante en su búsqueda activa del conocimiento en un tema de interés, se convierte en un pesado, tedioso y farragoso trabajo que provoca, en muchos casos, que se “odie” la investigación sin haberla conocido realmente ya que el TFG, como el resto de materias del Grado, se ha convertido en una rutinaria forma de trasladar/adquirir conocimiento alejada de la experiencia y cuyo único objetivo es lograr superarlo para acabar los estudios y poder trabajar.
Y es aquí donde se produce la continuidad de este apriorismo del que estoy hablando. Porque una enfermera que termine sus estudios está en condiciones, porque así está estipulado, admitido y normativizado, de poder trabajar en cualquier servicio, unidad o centro con independencia de la experiencia que tenga. Sus conocimientos, adquiridos sin experiencia en la Universidad – crisol del conocimiento-, le avalan y, por tanto, puede trabajar. Pero, es más, lo hará en igualdad de condiciones laborales y económicas que cualquier otra enfermera, aunque esta tenga 20 años de experiencia, con lo que se viene a demostrar que la experiencia no tan solo no es valorada, sino que es claramente ignorada y avala el apriorismo planteado.
Pero, claro está, si al menos este apriorismo, es decir, la adquisición del conocimiento enfermero fuese real, podríamos establecer un debate sobre la conveniencia o necesidad de la experiencia para el ejercicio de la profesión enfermera. Pero esto no es así, ya que, en muchas más ocasiones de las deseadas, las enfermeras entienden que la adquisición de conocimientos concluyó cuando salieron de la Universidad con “su permiso para trabajar”. Y que todos sus esfuerzos deben concentrarse en trabajar cuanto antes sin más expectativas.
Nada es casual sino causal. Y de esas lluvias de la Universidad, vienen estos lodos de la vida laboral. La falta de participación activa, la nula capacidad de análisis, reflexión, debate… conducen a una actitud igualmente pasiva y de inmediatez en alcanzar logros sin experiencia previa, con un posicionamiento de rechazo activo ante la investigación lo que impide que se identifique la importancia de estar al día de las evidencias que debieran incorporarse a la actividad asistencial en lugar de asumir que las cosas se hacen de tal o cual manera tan solo porque siempre se han hecho así.
Estamos por lo tanto en un apriorismo imperfecto que ni cuenta con la experiencia ni favorece la adquisición de conocimiento mediante la incorporación de elementos motivacionales que induzcan a los estudiantes a construir el conocimiento mediante el contraste, debate y confrontación de ideas, planteamientos, situaciones y conceptos, que les hagan tener que aprender de la experiencia adquirida por referentes enfermeros a los que lamentablemente, en la actualidad, ni conocen ni identifican.
Las Universidades deben plantearse seriamente que deben de dejar de ser expendedoras de títulos que mercantilizan a los estudiantes y pasar a ser verdaderos espacios de enseñanza/aprendizaje en los que se incorpore la experiencia y cuente más la forma en cómo se aprende que lo que se aprende. Que se valore tanto la actitud por aprender como la aptitud alcanzada. Que se desacralicen las notas como indicadores exclusivos de calidad o de logro de competencias.
Ninguna experiencia aislada aporta nada sin conocimiento, ni ningún conocimiento logra comprenderse si no es desde la experiencia de su aplicación. Conocimiento y experiencia deben constituir el plano de desarrollo de cualquier disciplina. La enfermera ni puede ni debe ser una excepción.
De acuerdo con el análisis, pero creo que falta el,examen de la actitud de los profesores, también inmersos en una situación de pasividad y subordinación a las normas, a veces estrambóticas, que se han impuesto en la universidad española. No creo que sea ese el espíritu de Bolonia…
Gracias Mari Paz. Totalmente de acuerdo. Lo que trataba de resaltar es la pérdida de oportunidades que el espíritu Bolonia ha ofrecido y que, sin embargo, en muchas ocasiones se han dejado perder meciéndose en esa situación de pasividad y supuesto confort normativo.