Sois el pilar de la sanidad… Nada funcionaría sin las enfermeras… Sois los profesionales mejor valorados… Sois el motor que permite avanzar… Y así podríamos llenar folios y folios de loas y adulaciones. Tan repetidas como falsas. Se convierten en un mantra de los políticos cuando hablan ante una audiencia de expectantes enfermeras en actividades científicas, reuniones profesionales… Y da igual el color político, en esto han logrado el consenso que ni saben ni quieren alcanzar en temas de gran trascendencia social. Todos se han puesto de acuerdo en complacer a las enfermeras con sus manifestaciones de alabanzas mentirosas, demagogas y tramposas.
Pero lo peor de todo esto es que nosotras, las enfermeras, nos seguimos empeñando en oír su discurso. Les seguimos invitando a participar como estrellas de un circo mediático en nuestros congresos, jornadas, simposiums… como si su presencia fuese garantía de éxito y de relevancia. Como dando por hecho que invitándoles seremos más importantes, más visibles, o tendremos mayor capacidad de decisión. Craso error. Lo único que les mueve es su propio ego, su prepotencia, su supuesto poder… acuden como estrellas de farándula rodeados de acólitos, palmeros y complacidos estómagos agradecidos, que les arropan y preparan sus edulcorados, manipulados y complacientes discursos para regalar los oídos de quienes, en muchas ocasiones, han tenido que consumir días de vacaciones, están con contratos precarios, tienen condiciones nefastas de trabajo… para poder asistir a una actividad que además les cuesta dinero de su propio bolsillo, del cada vez más escaso que obtienen por su trabajo.
Acuden, casi siempre con retraso, como si fuese un elemento más del boato y esperan a que se les vayan acercando los pacientes organizadores para agradecer tan magna presencia. Avanzan por un pasillo de fieles como si de una procesión se tratase en la que tan solo les falta el palio –tiempo al tiempo-. Se acomodan en los sitios de privilegio para ellos preparados y recogen la carpeta que alguno de sus acompañantes les pasa y que contiene el discurso que les han preparado, ya que ni tan siquiera lo hacen ellos. Y empiezan a actuar poniendo su mejor sonrisa.
La audiencia se remueve en sus sillas, cabecea negativamente, pone en blanco los ojos… oyendo, atónita, lo que dicen quienes les están impidiendo crecer profesionalmente, obstaculizando cualquier posibilidad de mejora profesional o laboral, ocultando su aportación, legislando en contra de su desarrollo, enfrentando a otros colectivos con sus decisiones… pero oyen e incluso aplauden cuando finalizan. Ellos, eufóricos y complacidos, observan con indiferencia, cuando no con desprecio, al público que les rinde pleitesía y al que acaban de mentir o lo que es peor, de insultar su inteligencia.
Abandonan precipitadamente el escenario, sin dar opción a la réplica. Tan acompañados y protegidos como llegaron, dejando tras de sí una estela de decepción, rabia, irritación… entre el auditorio. Pero ellos se van convencidos de que nos han bendecido con su presencia y sus palabras. Piensan que nos han regalado un maná purificador de promesas, lisonjas, candongas y halagos que, realmente, tan solo son palabras vacuas, que se regalan como quien le da una golosina a un niño o un hueso a un perro, para que no molesten y sepan valorar lo bueno que es quien tiene el poder, el amo.
Y ya en sus despachos, en sus atalayas de poder, se olvidan de lo dicho, e incluso se sonríen pensando en cómo han engañado nuevamente a las enfermeras con su locuaz discurso. Se sienten encantadores de serpientes que venden humo, disfrazan realidades y ocultan la verdad.
Una vez salvado el compromiso, se esfuerzan por continuar con su verdadero trabajo, su real compromiso, que no es otro que el de seguir manteniendo una estructura arcaica, ineficaz e ineficiente basada en la técnica, la biomedicina y la enfermedad. Manteniendo a las enfermeras alejadas de los ámbitos de toma de decisiones reales, al impedir su acceso a los mismos con normas tan restrictivas como ausentes de fundamento real. Impidiendo que las especialidades enfermeras sean una realidad. Ninguneando e ignorando a las Sociedades Científicas por si son capaces de modificar su rumbo con sus evidencias. Jugando al monopoli sanitario con el resto de fuerzas que configuran el circo político, no dejando entrar a nadie más por miedo a que puedan perder capacidad de decisión, su decisión. Pasándose la pelota de la falta de voluntad política de unas administraciones a otras de tal manera que “entre todos la mataron y ella sola se murió” o que “el uno por el otro la casa sin barrer”. Negando la evidencia de unas ratios imposibles que nos ponen a la cola de los países desarrollados. Favoreciendo condiciones de trabajo precarias, que provocan insatisfacción, estrés, burnout… y una lógica merma en la calidad de la atención. Desvalorizando los cuidados y su institucionalización. Invisibilizando, en definitiva, la aportación enfermera y a sus protagonistas, las enfermeras.
Pero como a pesar de todo, las enfermeras siempre dan lo mejor de sí mismas, ellos continúan pensando que lo que hacen es lo correcto y además lo que mejor resultado les da ante otros núcleos de poder, profesionales y políticos, que presionan para que las enfermeras sigan como están, ocultas, silenciosas y trabajando.
Y el tiempo pasa y la historia se repite machacona, burlona, deprimente… sin que, aparentemente, sepamos qué hacer para evitarlo, para corregirlo, para contrarrestarlo. Pero algo debemos hacer y tan solo se me ocurre que lo que sea que debamos hacer lo hagamos desde la unidad, desde la evidencia y desde el respeto. Pero también desde la fuerza, la cohesión y el coraje para que no continúen creyendo que somos fáciles de contentar con unas caricias en forma de cumplidos, requiebros y agasajos realizados puntualmente para mejor gloria de quien los realiza y peor insulto para quien los recibe, eso sí, cada vez con menor complacencia.
Es difícil no caer en la tentación de querer contar con estas estrellas mediáticas, los políticos, en nuestros encuentros y reuniones, pero considero que va siendo hora de que nos olvidemos de ellos. Que para venir a mentirnos no hace falta que vengan. Que no hace falta que nos digan lo buenas que somos las enfermeras, porque eso nosotras ya lo sabemos. Que se queden en sus nichos administrativos enterrados e ignorados. Que aprendan a respetar y a enfrentarse a la realidad en escenarios en los que podamos estar en igualdad de condiciones para analizar, reflexionar y debatir. Que no sigan utilizando nuestros espacios para alimentar su ego y perpetuar sus mentiras. Que sean ellos los que al final quieran venir y no que seamos nosotros los que vayamos mendigando su presencia.
Puede parecer insuficiente, pero es necesario que seamos nosotros los dueños de nuestra realidad y nuestro futuro. Si seguimos creyendo lo que nos dicen acabaremos anestesiados y convencidos de su realidad y, por tanto, siendo cómplices de nuestra deriva.
No se trata de desprecio. Se trata, simplemente de hacernos respetar y de creer en nuestras propias posibilidades para avanzar y construir una realidad que no esté fundamentada en la falsa adulación.
No es una utopía es tan solo una forma diferente de construir la realidad enfermera, desde el conocimiento, las evidencias y la razón o como dice Rutger Bregman construyendo una “Utopía para realistas”, porque las utopías sirven para caminar. Lo contrario nos lleva a una distopía, donde las contradicciones de los discursos ideológicos realizados por los políticos son llevadas a consecuencias indeseables. Una distopía que explora nuestra realidad actual con la intención de anticipar cómo ciertos, métodos que derivan en sistemas injustos.