Cuando salga publicado este Editorial ya habrán finalizado su periodo de Residencia las primeras Enfermeras Especialistas de Enfermería Familiar y Comunitaria. Vaya por delante la más sincera ENHORABUENA tanto para ellas/os como para la Enfermería Comunitaria en General. Tras largos años de trabajo y de reivindicación justificada y argumentada la Especialidad ya es una realidad con nombres y apellidos. Con los nombres y apellidos de cada una/o de las/os residentes que habrán acabado su residencia.
Aunque lo comentado es motivo de alegría, la dicha no es plena. Y no lo es porque las nuevas especialistas no podrán incorporarse como tales en el Sistema Nacional de Salud que las contrató, formó y ahora titulará conjuntamente con el Ministerio de Educación.
Son dos años de formación que suponen un importantísimo esfuerzo de inversión del Estado (con impuestos de las/os ciudadanas/os que los pagan) y de trabajo y dedicación de quien se forma. Tras los cuales quienes deberían asumir la responsabilidad de gestionar estas inversiones tomando decisiones eficaces, eficientes y efectivas para la sociedad se limitan a mirar hacia otro lado y a realizar manifestaciones demagógicas, intentando justificar su inacción. Las/os mismas/os que permiten convocar, aprobar, acreditar, formar y titular luego son incapaces de dar respuesta a la situación que plantearon y vendieron como logro personal o colectivo y que ahora convierten en problema por no saber o no querer dar la respuesta que merece. Y es que Dichas y quebrantos nos vienen de lo alto. Aunque en el caso que nos ocupa sean más los quebrantos que las dichas.