Con mucha frecuencia actuamos, trabajamos, hablamos, decidimos… en lo que consideramos límites de la normalidad. Es decir, aquello que es general o mayoritario o que ocurre siempre o habitualmente y que no produce extrañeza.
Otra cosa es cuando a alguien que así actúa se le pregunta por el por qué de su actuación, trabajo, lenguaje o decisión… y su respuesta es, habitualmente, porque siempre se ha hecho así o porque es lo normal.
Normal con relación a qué, en base a qué… Esa es la cuestión. Pero lo cierto es que este modo de actuar hace que se perpetúen hechos, comportamientos o actuaciones que no tienen ningún sentido, que no se rigen por ninguna evidencia o razonamiento y que se mecanizan incorporándolos como norma de actuación. Es decir, se convierte en norma aquello que se repite muchas veces aunque no se sepa porque se hace.
Trasladando esta reflexión al ámbito de la actuación enfermera nos encontramos con algunas “normas” que están instaladas de manera “normal” en nuestra actividad diaria sin que nadie sea capaz de argumentar convincentemente su mantenimiento. Así nos encontramos con la habitual norma de tomar la temperatura a todas las personas ingresadas en una unidad de hospitalización a las 07:00 de la mañana, lo que supone despertarlas, cuando, además, han podido pasar una mala noche. Y por qué? Pues porque siempre se ha hecho… O que se indique a los familiares que acompañan a la persona ingresada que se salgan de la habitación cuando se va a proceder a la higiene o la cura de alguna herida, dándose la paradoja de que cando regrese a su domicilio ese mismo acompañante, posiblemente, tenga que realizar la higiene e incluso las curas de mantenimiento de la herida. Y por qué? Pues porque es normal.
Son muchos los ejemplos de repetición irracional normalizada que se instalan en nuestra actividad sin que nadie haga nada por evitarlo.
Los hospitales se comportan como establecimientos castrenses en los que las normas de comportamiento y organización deben cumplirse sin rechistar, para dar cumplida satisfacción a los mandos que las establecen y mantienen en aras a su actividad y mejor confort. Las enfermeras, cual soldados obedientes y diligentes cumplen las órdenes que se entienden como normales. Y todo ello contribuye a mantener una jerarquía irracional en una organización hospitalaria creada a imagen y semejanza de los mandos, en base a órganos, aparatos y sistemas (digestivo, cardiología, medicina interna, endocrinología…) y en la enfermedad, para mantener los hospitales como centros de saber y desarrollo médico y no como centros de cuidados y atención a las personas que lo necesitan. Todo muy normal. Aunque para mantener esta normalidad haya que perpetuar comportamientos irracionales, ineficaces, ineficientes y perjudiciales para el bienestar e incluso la salud de las personas
¿Dónde quedan los cuidados en esta normalidad? ¿Qué lugar ocupa la salud en esta normalidad? Los cuidados quedan relegados a la categoría de lo doméstico, sin valor y sin visibilidad. No están institucionalizados los cuidados como “norma” de actuación profesional, lo están como norma de cumplimiento y subyugados a la curación. Y la salud es el antagonismo de la enfermedad o dolencia por las que la persona está ingresada. Es el resultado de la curación o cuanto menos, mejora de las mismas, momento en el cual se le da el alta médica, por entender que ya está sana, aunque evidentemente su salud quede muy lejos como concepto integral. Es decir, se le da el alta cuando “el mando” del hospital lo ordena. Si precisa de cuidados o si en su domicilio, a donde va, no se dan las condiciones para la prestación de los mismos, no importa, lo normal es que se vaya a su casa porque ya se le “ha curado”, aunque no se le haya cuidado.
Pero es que Atención Primaria tampoco escapa a esta rara normalidad. Se ha instalado como normal el que una persona con hipertensión o con diabetes, por poner tan solo dos ejemplos paradigmáticos de asistencia que no de atención, acuda a la consulta enfermera con periocidad normativa a controlarse sus cifras de TA y de glucemia durante años sin que se cuestione absolutamente nada sobre tal procedimiento que tan solo genera cronicidad y dependencia. Es decir, justamente lo contrario a lo que deben ser los principios básicos de atención enfermera.
Los Centros de Salud, que mantienen el nombre también como signo de normalidad pero no de racionalidad, se han convertido en centros de atención médica primaria en los que la enfermedad y la asistencia se han convertido en normales, desplazando a la promoción de la salud, la participación comunitaria…
Si en estos escenarios de “normalidad” si a alguien se le ocurre intentar modificar o tan siquiera cuestionar una “norma” establecida para mejorar el bienestar de las personas o lograr una actividad acorde a evidencias, pero que supone una distorsión de la normalidad establecida, se le considera raro o excepcional por entender que se aparta de lo ordinario.
Cuando por casualidad o por empeño de quien lo lleva a cabo, el raro, se logra cambiar algo queda enmarcado en el ámbito de la excepcionalidad. Es decir considerando como extraordinario aquello que realmente si debería ser normal. Nos extrañamos y destacamos como extraordinario aquello que realmente si debería ser normal y sin embargo asumimos y aceptamos como normal lo que verdaderamente debería ser excepcional.
Y en este panorama de normalidad y excepcionalidad, raramente se tiene la capacidad de entender o juzgar de forma razonable, para cambiar aquello que por mucho que sigamos empeñados en considerar normal no lo es o, cuanto menos, merece un análisis que lo justifique, aplicando el más común de los sentidos, el sentido común, que permita juzgar los eventos o acciones de forma razonable y no tan solo asumida, consentida y aceptada.
Las enfermeras deberíamos asumir el reto de la excepcionalidad a la hora de cuestionar la normalidad instalada, aplicando el sentido común. Pero para ello, claro está, primero debemos asumir nuestra responsabilidad como profesionales, que nos libere de nuestra, en la mayoría de ocasiones, autoimpuesta obediencia que nos sirve de excusa para liberarnos supuestamente de la responsabilidad que tenemos.
Y todo ello a pesar del riesgo que supone de ser consideradas raras por querer in en contra de la norma.
Yo al menos quiero seguir siendo raro.