Como enfermeras comunitarias atendemos y prestamos cuidados a personas, familias y comunidad. Pero esto es algo que ya se sabe o cuanto menos se intuye. La verdadera cuestión es cómo atendemos y prestamos esos cuidados.
Evidentemente no es momento ni lugar para disertar sobre las competencias enfermeras y de cómo las desarrollamos. Pero sí que lo es de explicar lo difícil que resulta, muchas veces, poder identificar los problemas de salud de las personas con las que interactuamos diariamente.
Sería absurdo pensar que las personas manifiestan sus sentimientos, emociones, frustraciones, tristezas, fracasos, miedos, incertidumbres… de manera abierta, directa y espontánea, por mucha confianza que exista con la enfermera.
Precisamente, en ese clima de confianza que se ha ido trabajando entre la enfermera y las personas atendidas es en el que, de manera sutil y con la excusa de algún signo o síntoma no siempre real, las personas que hablan con una enfermera trasladan ciertos mensajes que tratan de llamar su atención, para ver si es capaz, cuanto menos, de darse cuenta de que está tratando de decirnos que tiene un problema. Y es la enfermera la que a través de la observación, la escucha activa, la empatía… debe ser capaz de identificar esa señal de alarma para llegar a donde la persona desea que lleguemos.