Han coincidido casi en el tiempo dos acontecimientos que marcaron claramente el desarrollo disciplinar y profesional de las enfermeras. El pasado 2017 se cumplieron 40 años de la entrada de los estudios de Enfermería en la universidad. Por su parte, en este 2018 se han cumplido también 40 años de la Declaración de Alma-Ata, que supuso un punto de inflexión en el abordaje de la salud y en el denominado nuevo modelo de Atención Primaria en España. La entrada de los estudios de Enfermería en la universidad significó un avance para el desarrollo disciplinar que, aunque no colmaba todas las expectativas iniciales, permitía ser optimistas. No fue una tarea fácil, pero el esfuerzo, el compromiso y la confianza de un grupo de enfermeras hizo posible vencer las resistencias que se generaron en torno a aquella decisión.
Estos 40 años han servido para tomar las riendas de la formación universitaria y para consolidar unos estudios que cambiaron radicalmente los planes de estudios, adaptándolos al paradigma enfermero, dando cabida a las nuevas realidades sociales y profesionales que, por ejemplo, el nuevo modelo de Atención Primaria, derivado de la Declaración de Alma-Ata, exigían.
Sin embargo, nuestra posición en la universidad impedía el máximo desarrollo disciplinar. Muchas enfermeras tuvieron que acceder al doctorado a través de otras licenciaturas, pero ello no supuso un abandono de la Enfermería por parte de las mismas, claro indicador de fidelidad. No fue hasta la implantación del Espacio Europeo de Educación Superior cuando las enfermeras lograron romper el techo de cristal que les impedía crecer. Tras 40 años de permanencia en la universidad, la Enfermería está situada al mismo nivel que cualquier otra disciplina universitaria, a pesar de que muchos siguen intentando que no sea así.
Casi a la vez se producía otro hecho que cambió el papel de las enfermeras en las instituciones sanitarias. Los cambios organizativos derivados de la Declaración de Alma-Ata dieron lugar a la promulgación de la Ley General de Sanidad, que establecía las bases para el desarrollo de la Atención Primaria de Salud, propiciando que las enfermeras adquiriesen nuevos roles y protagonismo en el citado nivel de atención. Las consultas enfermeras, la participación comunitaria, la promoción de la salud, la Educación para la Salud, etc., constituían una oportunidad de crecimiento profesional autónomo no conocido hasta entonces y que las enfermeras supieron aprovechar situándose como referentes del nuevo modelo y de su desarrollo. Terminando este año, es necesario reflexionar sobre cuál es la situación actual tanto en la universidad como en la Atención Primaria, y cuál el papel que en ambos ámbitos juegan y pueden jugar en el futuro los profesionales enfermeros.
La universidad se ha convertido en un entorno hostil especialmente para las enfermeras. Los criterios de excelencia universitaria pasan por primar la investigación como mérito casi exclusivo de desarrollo según los indicadores de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA), que imponen unas exigencias difíciles de alcanzar para estas profesionales al situarlas al mismo nivel de las ciencias biomédicas, teniendo que competir en un mundo editorial mercantilizado y de muy difícil acceso para lograr los indicadores exigidos. Estas dificultades, unidas a los exiguos sueldos cobrados por el Personal Docente e Investigador (PDI), suponen un repelente para la aproximación de las enfermeras a la universidad, lo que genera nichos de ocupación para otras disciplinas con la siguiente colonización de las facultades y departamentos de Enfermería, que ven mermadas las plazas ocupadas por estas profesionales.
Por su parte, la Atención Primaria, escenario idóneo de desarrollo profesional de Enfermería, fue perdiendo progresivamente sus rasgos diferenciadores, en el que el paradigma enfermero encajaba perfectamente, para ser cada vez más asistencialista, biologicista, medicalizada, tecnologizada y centrada en la enfermedad, lo que claramente desplaza el modelo enfermero, que tiene que jugar cada día un papel más técnico.
La oportunidad que la Atención Primaria supuso para las enfermeras se fue diluyendo por la marcada presión médica, la falta de planificación en la ordenación profesional, la nula voluntad política por crear plazas específicas de especialistas en Enfermería Familiar y Comunitaria, a pesar de estar formando especialistas desde hace más de ocho años, la deriva asistencial centrada casi exclusivamente en la demanda, el abandono de la promoción de la salud, la escasa participación comunitaria y la progresiva desilusión al ver cómo se desmoronaba el proyecto en el que tanto trabajo se había invertido.
Sin embargo, no es momento de desánimos ni de abandonos. A pesar de todo ello, las enfermeras podemos revertir esta situación a través de nuestra aportación específica, la generación de evidencias y el liderazgo de los cuidados enfermeros, adaptándonos, como muy bien sabemos hacer, a las circunstancias del momento. Ahora más que nunca las enfermeras debemos demostrar que nuestra aportación es exclusiva e imprescindible, en la universidad y en Atención Primaria, para el logro de las METAS deseadas.
Editorial Metas de Enfermería DICIEMBRE 2018 N° 10 Volumen 21