Parece como si en muchas ocasiones existiesen secretos que impidiesen entender el por qué de determinados comportamientos, pensamientos e incluso decisiones relacionadas con el desarrollo de la enfermería en su conjunto. Como si de un arcano se tratase al ser algo muy difícil de conocer por ser recóndito o reservado.
Pero realmente no se trata de ningún secreto. Más bien es un secreto a voces lo que pasa con la visibilidad enfermera.
Son reincidentes, insistentes e incluso me atrevería a decir que cansinos los llantos por la falta de reconocimiento, valoración, aprecio y visibilidad que las enfermeras ensayan como si de plañideras se tratasen. No seré yo quien minimice o intente negar que, en parte, es verdad que esta invisibilidad existe. Pero considero que la misma no debe continuar siendo en ningún caso la excusa para mantener el llanto permanente por una cuestión que parece que tratemos de mantener como un arcano valioso de nuestra propia identidad simbólica, como sucede con los 22 arcanos mayores del tarot, por ejemplo, en los que cada uno de ellos representa una imagen de carácter arquetípico, con numerosos simbolismos. Nada más lejos de nuestra identidad y aún menos de nuestro simbolismo. Ni tan siquiera, como sucede con el juego del Tarot, puede entenderse nuestro aparente arcano como una «adivinación» del pasado, de la situación presente o la del futuro.
Muchas son las razones que podríamos argumentar para fundamentar esa invisibilidad. Algunas históricas, otras culturales, de relación de poder, sociales e incluso políticas. Pero ninguna de ellas puede continuar siendo utilizada mientras se mantenga la inacción, la parálisis, la ceguera y la falta de visión que provocan el llanto permanente.
Las enfermeras debemos aparecer ante la profesión, la disciplina, la sociedad, la comunidad científica, la política y la sanidad, “lloradas”. Porque nuestro llanto ya no genera lástima, ni dolor, ni interés, ni tan siquiera llama la atención. Nuestro llanto, por el contrario, tan solo provoca irascibilidad, rechazo, hartazón, cuando no ignorancia. Y no hay peor desprecio que no mostrar aprecio.
La rabia que provocan determinadas situaciones, la indignación de determinados comportamientos, la repulsa ante posiciones intransigentes, el rechazo a la falta de interés, la incomprensión a lo evidente… deben de dejar de provocar el llanto y empezar a generar el posicionamiento razonado, la fundamentación científica, la aportación evidente, la acción de la motivación, la inquietud del inconformismo, la decisión de la complicidad, el coraje de la fortaleza… que permitan la visibilidad de nuestros cuidados allá donde los prestemos.
Pensar que son otros los que deben solucionar nuestra invisibilidad, quienes tienen que descubrir el arcano de nuestra falta de identidad, a los que corresponde reconocernos… es perder el tiempo y tan solo favorece la cronicidad y el enquistamiento de nuestro supuesto mal. Y digo supuesto mal no porque considere que es falso, sino porque estamos actuando como el enfermo imaginario de Molière. Y como tal tenemos muy poca credibilidad.
Las lágrimas no tan solo no nos dejan ver la realidad, sino que nos debilitan y distorsiona, precisamente, la imagen por la que aparentemente mantenemos nuestro lastimero llanto.
Así pues, es hora de actuar. Tendremos que cerrar los puños, apretar, los dientes, incluso contener el llanto, para mantenernos firmes, aparecer fuertes, actuar con energía y convicción, creyendo lo que queremos y que lo podemos lograr. A partir de ahí, podremos empezar a ver la realidad que nos rodea y que las lágrimas nos nublaba; a tener la fuerza y la vitalidad de avanzar, que la queja permanente nos paralizaba; a demostrar nuestra valía, que el esfuerzo del llanto permanente nos debilitaba; a ser capaces de construir, que el cansancio del esfuerzo inútil nos impedía.
No será fácil, ni tampoco nos lo pondrán fácil. Pero, desde luego, será mucho más creativo, innovador e ilusionante.
Seguir llorando por lo que somos y no nos valoran es además de inútil, de una hipocresía que deberíamos evitar.
El victimismo y los agravios comparativos deben dejar de ser nuestros únicos argumentos de posicionamiento y valo
r ante lo que somos y ofrecemos. Es hora de la acción consecuente, coherente, reflexiva, razonada, firme, dialogante… científica, en resumidas cuentas. No podemos ni debemos reclamar nuestra categoría como ciencia si después no actuamos bajo los parámetros de lo que la ciencia dicta.
Son muchas las evidencias que la investigación enfermera genera y por tanto muchos los argumentos de los que disponemos para fundamentar nuestras posiciones y nuestras peticiones. Que las mismas sean refutadas es parte de la dinámica científica, siempre que se haga con idénticas evidencias científicas y no desde posicionamientos de fuerza o de poder que tan solo obedecen a una hegemonía corporativista que ya no tiene ni sentido ni fundamento alguno.
Es hora de abandonar los arcanos y poner las cartas encima de la mesa con total claridad, transparencia y, por qué no, rotundidad. Lo contrario conducirá a mantener los miedos, las dudas, las incertidumbres y las reservas a una posición que tanto ha costado de lograr y que no podemos, ahora que la hemos conseguido, ni abandonar ni generar sospechas de que la hemos alcanzado por otros motivos que no sean por méritos propios. Nadie nos ha regalado nada, ni tampoco lo hemos pedido nunca, pero precisamente por eso debemos sentirnos más orgullosas de lo alcanzado y más firmes en su defensa. Para ello, desde luego, el llanto y los discursos lastimeros deben quedar al margen de nuestro discurso, para dar paso al fundamento científico que nos da entidad y nos diferencia de otras disciplinas. No somos parte, ni rama, ni sección de ninguna otra ciencia, aunque participemos de manera conjunta, autónoma y coordinada de las ciencias de la salud a las que algunos renuncian por creerse superiores y exclusivos. Ese, no es nuestro modo de actuar ni de pensar. Contamos con un paradigma propio que no nos hace renunciar, en ningún caso, al trabajo colaborativo y, compartido desde el respeto, para tratar de identificar cuál es la mejor respuesta que se puede y debe dar a las personas, las familias y la comunidad.
Llorar es la manifestación del dolor, la tristeza o la rabia. Tenemos motivos más que suficientes para evitar el dolor, combatir la tristeza y controlar la rabia. Mostrémonos con la entereza, la resistencia y la integridad de quienes se saben fuertes, sin necesidad de orgullos artificiales, prepotencias innecesarias, ni desprecios injustificados. Tan solo con el sano orgullo de ser y sentirnos enfermeras y de reconocer no tan solo lo que hacemos individualmente sino también colectivamente. Reconociéndonos a nosotras mismas nos reconocerán y valorarán y adquiriremos el empoderamiento y el liderazgo de los cuidados que nos definen y nos identifican como los profesionales que mejor sabemos hacerlo. Lo demás será cuestión de estudio, compromiso, investigación y resultados, pero si esto no lo logramos hacer, será muy difícil que dejemos de llorar tan innecesaria como teatralmente.
Yo, desde luego, no estoy por la labor de hacerlo. Hay otras muchas cosas por las que llorar de verdad y con sentimiento. Prefiero dedicar mis fuerzas a construir enfermería.
Pero como estaba en pleno proceso de reflexión en un tema tan enigmático y, para muchos, atrayente, como es el de los arcanos no me pude resistir a solicitar que me echaran las cartas del Tarot para comprobar que arcanos tendríamos en suerte que se nos asignaran como enfermeras y si nuestro futuro podía alejarse de la incertidumbre y el inmovilismo generados por las dudas y las lamentaciones para instalarse en el de la acción y el compromiso por avanzar que son actitudes imprescindible para lograr el respeto, la visibilidad y el reconocimiento por el que lloramos.
Una vez generado el ambiente necesario mi particular echador de cartas y gran amigo procedió con destreza casi mágica a destapar las cartas que arrojaron el siguiente resultado:
El Loco: anuncia grandes viajes, acontecimientos que se aproximan irremediablemente y no se pueden frenar. Y que yo quise interpretar como los grandes retos que tenemos por delante para crecer y que ya no tienen vuelta atrás.
El Mago: Facilidad para planificar y poner en marcha cualquier trabajo con inteligencia y fuerza de voluntad. Y que tan necesario es para el viaje que nos anunciaba el anterior tarot.
El colgado: Nos pide que examinemos los hechos desde una visión distinta a lo que hemos hecho hasta ahora. Sobre todo, para darnos cuenta de lo inútil que resulta seguir instalados en el lamento permanente.
El sol: plenitud profesional, reconocimiento, publicaciones y notoriedad. Que lograremos, sin duda, con la determinación de una nueva y decidida actitud de acción.
Así pues, acompañemos al loco, al mago y al colgado para buscar el sol. La unidad de acción con ellos nos permitirá encontrar la luz que nos haga visibles aprovechando la energía de nuestras aportaciones activas y proactivas de desarrollo y crecimiento.
Tras esta experiencia tengo claro que no podemos desaprovechar la ocasión que se nos presenta y quiero creer en que los arcanos asignados lo han sido porque ha llegado el momento de cambiar antes de que cambien los arcanos y nos veamos abocados, de nuevo, en la oscuridad de las lamentaciones.