LOTERÍA FORMATIVA. EL PREMIO SON LOS PUNTOS.

La lotería, y más concretamente la lotería de Navidad, supone un punto de inflexión anual en la vida de muchas personas. Lo es durante unas horas en las que las bolas parecen como si se peleasen por salir, o por no hacerlo, del bombo en el que giran incesantemente. Lo es mientras la monótona y repetitiva cantinela de niñas y niños uniformados, que parece como si no tuviesen otro objetivo en sus vidas que hacerlo, tararean los números grabados en las bolas que finalmente han salido y la cantidad de euros que se corresponden según lo grabado en otras bolas. Lo es mientras periodistas de todas las cadenas radiofónicas y canales televisivos se apresuran por decir dónde se ha vendido tal o cual número y tratar de localizar al lotero o lotera que han repartido el preciado premio y conocer la alegría que parece producir esa venta. Lo es mientras el cava acompaña las risas, el nerviosismo y las lágrimas de agraciadas y agraciados con el reparto de dinero para el que previamente han tenido que invertir cantidades importantes de dinero y en ocasiones de tiempo para adquirir los números de la suerte impresos en décimos o papeletas. Lo es para el resto de personas a las que sin ser agraciadas con premio alguno se contagian de alegría y de una deseada salud que compense la falta de suerte con los números que portaban. En definitiva, parece como si una locura colectiva contagiase a toda una nación y no existiese nada más importante durante las horas de ese que ha venido en denominarse el Sorteo de Navidad, en el que, aunque tan solo sea por ese día, todo el mundo desea ser agraciado con la obesidad del premio mayor, es decir, el gordo.

Este es tan solo un ejemplo, de otros muchos, en los que decidimos invertir dinero e ilusión en algo deseado pero que no sabemos si realmente se cumplirá. Lo hacemos, además, con alegría y lo repetimos de manera puntual y sistemática, a pesar de los “fracasos” reiterados por no ser agraciados con la suerte o con el logro deseado con nuestra inversión.

Es pues, precisamente por eso, que me causa mayor perplejidad la resistencia o negación que muchas ocasiones genera la inversión en el futuro profesional enfermero. Y la negativa no es siempre a una inversión económica sino la que se refiere a una inversión personal de tiempo, esfuerzo, dedicación y compromiso.

Si a ello añadimos que, a la hora de invertir en tan predecible inversión, la de la formación y desarrollo enfermeros, se hace con criterios que nada tienen que ver con la planificación seria, rigurosa, razonada y fundamentada en criterios de oportunidad y beneficio, sino en la “compra” de puntos a través de cursos que no siempre tienen la calidad deseada y, por supuesto, no se adaptan a una línea coherente de desarrollo profesional, nos encontramos con un verdadero mercado formación en el que lo importante es comprar puntos como el que adquiere décimos o papeletas de lotería con la esperanza que le toque una sustitución furtiva aunque sea en un servicio, centro o unidad para el que no se está preparado ni formado, como si del GORDO se tratase y sino conformarse con la pedrea de algún día suelto o una furtiva guardia.

Por su parte las administraciones públicas y las organizaciones que intervienen en la particular lotería formativa contribuyen a generar una situación que no tan solo no favorece, como sería deseable, la formación eficaz y eficiente de las enfermeras y resto de profesionales de la salud, sino que incorporan elementos de confusión, competencia sin sentido, contradicción e incluso frustración en quienes lo realizan más pensando en los posibles beneficios de los puntos obtenidos que en la aportación a su crecimiento y madurez profesional y mucho menos de lo que de su aprendizaje puedan beneficiarse las personas a atender en un futuro.

La falta de una planificación seria y rigurosa pensada en las necesidades reales de la población a la que se debe atender desde los servicios de salud, hace que se genere una oferta formativa centrada en intereses muy alejados de dichas necesidades y centrados en los que tienen las organizaciones que los ofrecen, bien de tipo económico o de posicionamiento oportunista en el mercado formativo. Con estos planteamientos no es de extrañar que determinantes de la salud tan importantes como la violencia de género, la migración, la discapacidad, el medio ambiente… sigan sin ser apuestas serias y decididas en la formación de las enfermeras más allá de los puntos que puedan generar en quienes realicen los cursos. Habrá que preguntarse cuantas más mujeres deberán quedar sin ser identificadas en las consultas enfermeras de atención primaria o en los servicios de urgencias como víctimas de violencia de género. Cuantos migrantes no contarán con una atención puntual, personalizada y respetuosa con su cultura, normas y valores. Cuantas cuidadoras seguirán estando estresadas, cansadas y desesperadas por la falta de atención a sus necesidades personales en el proceso de cuidados que asumen con total dedicación. Cuantas personas con diversidad funcional continuarán teniendo barreras insalvables para llevar a cabo sus actividades diarias por la inacción de profesionales dedicados a asistir exclusivamente la enfermedad y no a las personas. Cuantas personas seguirán siendo atendidas por problemas respiratorios, dermatológicos, oncológicos… sin que reparemos y actuemos sobre las causas que los producen por entender que es algo que no va con nosotros.

La atención integral, integrada e integradora que las futuras enfermeras identifican y comprenden a duras penas en las aulas de las facultades de enfermería se diluye una vez se incorporan en los escenarios inciertos que les ofrecen las organizaciones sanitarias y quienes en ellas actúan directa o indirectamente a través de su formación. La identificación de necesidades y demandas reales de salud, la necesidad de intervenciones comunitarias y de la participación activa de la comunidad, la promoción de la salud, la intersectorialidad, la transdisciplinariedad, la intervención familiar, la coordinación de recursos comunitarios, la observación, la escucha activa, la empatía, la planificación, la evaluación, la atención personalizada… quedan finalmente en meros conceptos sin continuidad ni sentido como consecuencia, no tan solo de una organización sanitaria centrada en la enfermedad, la medicalización, la asistencia a la demanda o la tecnología sino en la falta de voluntad política por cambiar el sentido de la misma a través de una formación rigurosa, planificada y pensada para dar respuesta a las personas, a las familias y a la comunidad.

Para rematar el despropósito, tanto de la importantísima inversión de recursos públicos dedicados a una formación tan mercantilizada como innecesaria, como de su ineficacia, se añade una formación especializada de enfermeras que tan solo es capaz de generar frustración en quienes la realizan con mucho esfuerzo y dedicación para después pasar a incrementar las listas de parados o a cubrir puestos alejados totalmente de la formación que han recibido, al no existir plazas específicas de su especialidad.

Pero año tras año, al igual que sucede con la Lotería de Navidad, las nuevas enfermeras que se gradúen buscarán con ahínco poder “comprar” un curso que les dé puntos con la esperanza de que, del imaginario bombo de las ofertas de trabajo, salga la bola agraciada que les facilite una sustitución, aunque en este caso no sea cantada por ninguna niña o niño con el sonsonete característico.

La Administración y las organizaciones que les acompañan en esta lotería formativa, mientras tanto, seguirán recaudando los fondos de tan importante juego, sin que cambien nada que permita generar un reparto más equitativo y racional del dinero público invertido.

Que ruede el bombo!!!!!!

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