POLÍTICA DE CUIDADOS vs CUIDADO CON LA POLÍTICA

El último fracaso de la política española y de sus representantes, ha puesto de manifiesto muchas carencias en el deseado diálogo entre quienes habían sido elegidos por la ciudadanía para que lograsen entenderse. Porque no se trata tanto de quienes ganaron o perdieron en las elecciones, sino de a quienes les concedimos el privilegio, con nuestros votos, de representarnos y con ello de llegar a acuerdos que permitiesen lograr el principal objetivo que tenían encomendado, es decir, conformar un Gobierno que afrontase las necesidades y demandas de la población.

No es mi intención convertirme en politólogo, ni en analista político, ni mucho menos en tertuliano, que tan de moda está, con independencia de que quien lo haga esté en condiciones de aportar algo realmente positivo.

Pero resulta que el fracaso al que se ha llegado, más allá de las culpas que unos u otros puedan tener, aunque no las asuman ni reconozcan, viene determinado por algo que pareciendo simple es de una complejidad evidente a la vista de los resultados. Me estoy refiriendo a la comunicación y al esperado y deseado consenso al que, a través de ella, debiera llegarse.

Pues bien, resulta que, en la comunicación, se basan de manera muy importante los cuidados enfermeros. Cuidados enfermeros que son habitualmente ignorados o cuanto menos muy poco valorados, empezando por las instituciones en las que se prestan. Los cuidados enfermeros no están institucionalizados, es decir, no se les otorga el rango de importancia que tienen y que suponen para la salud de las personas. Básicamente las instituciones entienden que los cuidados están, sin más. No se les presta mayor atención ni se les da el verdadero valor que tienen.

Las enfermeras, las buenas enfermeras, saben la importancia que para sus cuidados tiene una comunicación directa, rigurosa, respetuosa, próxima y abierta. La escucha activa, la empatía, la asertividad, la retroalimentación… deben incorporarse en su justa medida y de manera personalizada con cada una de las personas o familias con las que interactúan. Por eso la comunicación va más allá de las técnicas en las que se encasilla habitualmente. No es algo que se adquiera por simple repetición o adiestramiento, sino que precisa de un aprendizaje continuo y continuado centrado en el otro y no tan solo en la destreza que quien, dice practicarla, incorpora. La comunicación, vista desde esa perspectiva técnica, puede entenderse como una herramienta de persuasión, cuando no de manipulación, para lograr del otro lo que uno quiere o entiende que es lo mejor. Bueno, es una opción, pero desde luego no es la que se incorpora en la prestación de los cuidados.

La comunicación en los cuidados enfermeros precisa, además de un perfecto conocimiento de la misma. De generosidad, entrega, disposición, humildad y fortaleza, combinadas de tal manera que logren alcanzar el consenso con las personas, las familias y la comunidad a quienes se prestan. Consenso que permite, por una parte, respetar la posición “del otro” y por otra favorecer que se incorpore de manera activa y participativa en la toma de decisiones sobre su salud, aunque a la enfermera pueda, en un determinado momento, no gustarle su decisión.

A las enfermeras, las personas, no nos eligen, como profesionales, para que digamos qué es lo que tienen que hacer, cómo lo tienen que hacer, dónde deben hacerlo o con quién o qué deben hacerlo. Tampoco nos eligen para que les demos consejos ni lecciones. Nos eligen para que, a través de nuestros conocimientos y competencias, seamos capaces de que ellas sepan elegir la opción que mejor se adapta a sus necesidades y demandas con los recursos con los que cuenta o con los que puede obtener o acceder a los mejores resultados para ellas. Para eso, se requiere, escuchar y establecer una comunicación permeable con la persona que genere confianza con la enfermera, pero también con ella misma, a fin de poder identificar entre los dos la mejor respuesta y valorar su puesta en marcha a través de las acciones que se consensuen entre ambas partes. No se trata, por tanto, de imponer desde el paternalismo y la arrogancia profesional, sino desde el respeto y el conocimiento que requieren los cuidados, para que los asuman con dignidad, pero también con satisfacción. Es decir, el autocuidado, surgido del cuidado profesional enfermero.

Por eso es tan difícil cuidar, al contrario de lo que se piense o se diga desde diferentes ámbitos, incluso desde la propia profesión. Y esto sucede al situar el cuidado tan solo en el ámbito doméstico que, sin desmerecer su importancia, trasciende al mismo para situarse en la ciencia y el conocimiento enfermeros. De ahí que sea tan difícil ser una buena enfermera. Porque ser enfermera, como ser arquitecto, médico, filósofo o geógrafo, es relativamente sencillo. Se trata de estudiar y aprobar para obtener la “licencia” que el título otorga para trabajar como tal. Lo verdaderamente difícil, es ser una buena enfermera, es decir, aquella que debe observar, identificar, valorar, compartir, evaluar con cada una de las personas con las que se comunica con el fin de poder llegar al mejor consenso para su problema de salud, tanto individual como colectivamente (con su familia y comunidad) en base a su contexto particular. De tal manera que existen tantas respuestas como personas atendidas, por lo que resulta imposible establecer estándares, vademécums o consejos de cuidados.

Esto es lo que diariamente hacen las enfermeras en sus centros de trabajo, sin alharacas, noticias sensacionalistas o demagogias. Lo hacen, porque saben, pueden y quieren hacerlo y las personas esperan eso de ellas, aunque luego no se reconozca el valor de lo aportado en su justa medida por quienes siguen contemplando los cuidados como algo totalmente circunstancial, banal e intrascendente.

No deja de ser paradójico que en una sociedad que lo que más reclama y necesita son cuidados se sigan despreciando estos de la manera que se hace en favor de una asistencia medicalizada y tecnológica que ha demostrado claramente su fracaso en el Sistema Sanitario en general y en la Atención Primaria y Comunitaria en particular.

Todo lo dicho justificaría por sí mismo la necesidad de tener referentes enfermeros en los organigramas de las diferentes organizaciones de salud a través de puestos de máxima responsabilidad en cuidados. Y aquí es donde viene la confusión y el intento de justificar la ausencia de enfermeras.

En una reciente reunión con una Consejera de Salud, al comentarle la importancia de crear una Dirección de Cuidados, respondió evasivamente con el débil y manido argumento de que lo importante es que las enfermeras puedan acceder a puestos de responsabilidad y no crear puestos específicos para ellas. Ante esto, la respuesta no podía ser otra. No se está demandando una Dirección General de Cuidados Enfermeros, sino de Cuidados que es lo que más necesita actualmente nuestra sociedad. Las enfermeras entendemos que los cuidados no son de nuestra exclusividad, pero sí que entendemos y sabemos que quienes mejor sabemos de cuidados en general somos nosotras y, por tanto, quien en mejor disposición está para ocupar una Dirección General de Cuidados es una enfermera. Pero mucho me temo que este argumento aún cuesta de entender y admitir por parte de quienes durante tanto tiempo han despreciado el valor de los cuidados y de quienes los prestan. Aunque algo empieza a cambiar y ya algunas Consejerías han incorporado dichas Direcciones Generales de Cuidados lideradas por enfermeras.

Y volvemos a donde habíamos empezado, al fracaso de la política y los políticos. Posiblemente también en Política hagan falta enfermeras que trasladen la importancia de los cuidados y del consenso que se precisa para lograr obtener resultados que, aunque no nos satisfagan, sean los que mejor se adapten a las necesidades de cada momento. Mantener la intransigencia, anteponer los intereses propios a los colectivos, creerse en posesión de la verdad absoluta, no respetar la diferencia de criterio, tratar de imponer en lugar de tratar de acercar posiciones, crear falsas expectativas o mentir con palabras disfrazadas de verdad, utilizar las falacias, los eufemismos o la demagogia o, utilizar las redes sociales como canal casi exclusivo de comunicación es tan poco social como fácil de enredar… tan solo puede conducir al fracaso y la inoperancia.

Hablar no es suficiente para comunicar, hay que saber establecer una comunicación que favorezca el consenso sin planteamientos previos inamovibles y con el respeto, la humildad, la sinceridad y la generosidad que se espera de quienes tienen en sus manos algo tan importante como la convivencia ciudadana a través de la política y de hacer política, que es una manera como otras muchas de generar salud. Política salutogénica, podríamos bautizar. Para ello tan solo falta que los políticos se conviertan en verdaderos activos de salud y no tan solo en determinantes de salud en el mejor de los casos, cuando no en factores de riesgo o activos tóxicos.

Las/os políticas/os, además, deberían tener en cuenta que en la comunicación el lenguaje no verbal es más importante que el verbal, por lo que llega a comunicar. Por lo tanto, sus actitudes, poses, miradas o la ausencia de ellas, decisiones… deberían tenerlas en cuenta a la hora de comunicar no tan solo con sus oponentes políticos sino también, o, sobre todo, con las/os ciudadanas/os. Es una forma más de mantener unos cuidados tan ausentes como necesarios en la política. Y es que la salud y los cuidados lo impregnan todo, hasta a la política.

En un mundillo como el de la política en el que las/os asesoras/es están tan demandadas/os no estaría mal que recurriesen a alguna enfermera que les trasladase la importancia de la comunicación y el consenso. Y si además de escucharles, les hicieran caso, a lo mejor empezaban a cambiar ciertas cosas.

En definitiva, se trata de llevar a cabo una política de cuidados para que dejemos de estar permanentemente alerta y con cuidado con la política y quien la ejerce.