CUANDO DIGO ENFERMERÍA

Cuando digo enfermería, digo sentimiento. No el sentimiento de sufrir, o disfrutar, sino el sentimiento de ser, entender, vivir, pensar, analizar, reflexionar… como enfermera sin que ello suponga sentirme inferior a nada ni a nadie, sin que mi opinión, mi planteamiento, mi posicionamiento sean cuestionados, relegados o ignorados, sin que valgan menos que las opiniones, planteamientos o posicionamientos de cualquier otro profesional. Sin que nadie hable por mí, sin que nadie elija por mí, sin que nadie decida por mí.

Hemos estado demasiado tiempo expuestas a que otros pensasen, hablasen y decidiesen por nosotras. Quiero tener la libertad de hacerlo por mí misma. Quiero asumir el reto de equivocarme, pero también de acertar. Quiero la responsabilidad de tomar decisiones. Quiero ser conocida y reconocida por lo que hago y aporto y no tan solo por lo que obedezco. Quiero ser evaluada y no tan solo juzgada. Quiero disentir, debatir, razonar y no tan solo asentir.

Por eso, cuando digo que me siento enfermera, va mucho más allá de ser enfermera.

Soy y me siento enfermera por condición y convicción. Sin que ello quiera decir que soy mejor que nadie. Pero, desde luego, sabiendo que por el hecho de serlo no soy peor. Soy tan solo o sobre todo enfermera. Y al serlo asumirlo y sentirlo me transforma la visión, la escucha, la percepción, el sabor e incluso el olor de todo cuanto me rodea. No porque se transforme la realidad que me rodea, no porque mis sentimientos tengan más valor, ni más sensibilidad. Tan solo es que son diferentes. Diferentes miradas para una misma realidad. Distintas formas de entender las mismas palabras. Diversas formas de percibir idénticas emociones. Y desde esa diversidad y diferencia poder sumar en lugar de restar. Poder aunar en lugar de confrontar. Poder crear en lugar de destruir.

Entiendo y participo de esa gran pluralidad de miradas, pensamientos, razonamientos, posiciones…que integran, participan, facilitan, articulan… y permiten contrarrestar posicionamientos paternalistas, egocentristas, de poder y, sobre todo, dominación.

            Y todo esto lo digo porque he visto, oído, sentido, olido y paladeado la indiferencia, el desprecio, la desigualdad, la falta de libertad, la ausencia de respeto, la docilidad, la obediencia, la culpabilidad, la ignorancia, la sumisión… como elementos de convivencia profesional en ambientes hostiles, de presión, acoso y desigualdad.

Pero además vengo de un entorno machista en el que mi masculinidad me protegía del hostigamiento y el maltrato, pero sin que me dejase crecer. Desde mi condición masculina observaba la diferencia y la indolencia de quienes se sentían dueños y señores de todo y de todos por tener un título, de quienes presumían de un grado del que no disponían en la mayoría de las ocasiones, de quienes eran hombres o pertenecían a un entorno de hombres, de quienes despreciaban todo aquello que no entendiesen, de quienes ahogaban cualquier intento de respirar otro aire que no fuese el que ellos generaban, de quienes castigaban a quien pensase de forma diferente a ellos.

Pero desde esa misma condición masculina también observaba a unas mujeres enfermeras que se revelaban ante la injusticia, la desigualdad, el desprecio, la ignominia, la dominación… y lo hacían como mujeres y como enfermeras.

Y fue desde esa visión de resurgimiento, de defender su realidad ante la que les era impuesta, de luchar por un espacio propio y autónomo, de plantear vías de desarrollo y crecimiento… desde la que descubrí lo que era enfermería y lo que significaba ser enfermera. No sin resistencia, en esa lucha entre mi masculinidad y la feminidad de la realidad que asumía, y de dolor al interiorizar una feminidad, la de la enfermería, que, de algún modo, hería mi masculinidad y me desproveía de mi principal defensa, la masculinidad de lo que me enseñaron a ser, Ayudante, Técnico y Sanitario.

Fue, posiblemente mi primera toma de conciencia feminista. Pero también fue mi primer contacto con la enfermería y todo lo que ello supuso para mi personal y profesionalmente.

Y resulta que, pasado el tiempo, en el que tantas enfermeras y tantas mujeres han padecido discriminación pura y dura, se empiezan a escuchar ciertos discursos, a nivel profesional y público en general, que sitúan esa dolorosa y traumática transición hacia nuestra identificación como profesionales en la que se ha tenido que luchar muchísimo y en la que tantas renuncias ha provocado, en “un no es tanto ni para tanto”, “ni fue tanta la discriminación como la que se dice”. Y lo peor de todo es que el discurso acaba calando incluso en quienes conforman las nuevas generaciones de enfermeras.

Hace poco en un país latinoamericano alguien me preguntó porque habíamos dejado de usar cofia, porque renunciábamos a ella y porque la rechazábamos con tanta vehemencia. Tras un momento, en el que no sabía si lo que iba a decir se entendería en un contexto en el que se sigue utilizando, finalmente le dije que creía que los defensores de la cofia han aprendido a darle un barniz cautivador a su uso que, sin embargo, representa la misma estructura de siempre la que impide la igualdad y limita nuestros pasos, conquistas e ideas, porque la cofia, finalmente, forma parte de la identidad de todo aquello que nos sometió y paralizó. Y es que la cofia no nos da identidad, sino que enmascara y oculta nuestra verdadera imagen. Como símbolo que es de todo aquello que nos ha sometido como profesionales y como mujeres también.

Quitarse la cofia fue un símbolo de cambio, de rebeldía y de decir basta a todo aquello que se nos imponía y nos impedía crecer. Pero hay muchos tipos de cofia, no todas son visibles. No dejemos que nos la vuelvan a imponer.

Porque hay muchas formas de diferenciar e identificar sin necesidad de humillar o discriminar como lo hacía la cofia. Yo quiero que se me identifique como enfermera por mis cuidados y porque me sienta orgullosa de presentarme como tal, y no por un trozo de tela ridículo y almidonado con claras connotaciones de discriminación.

Y son precisamente esas sensaciones de olvido, de silencio, de exageración, de recelo, de desconfianza… las que me hacen escribir estas líneas.

Estoy convencido de que habrá quien diga que se trata de un ejercicio de dogmatismo, de no asumir el paso del tiempo, de no valorar lo que tenemos, de buscar fantasmas… como hacen también con otros recuerdos que se quiere permanezcan enterrados, silenciados y silenciosos en aras de una supuesta, malversa y malsana convivencia, que nunca será posible desde ese planteamiento tan mezquino y perverso.

Para nada busco revancha, ni reproche, ni culpa… tan solo busco y persigo una realidad sin la que no es posible avanzar y sin la que es muy fácil retroceder y perder lo logrado.

Nada, absolutamente nada de lo logrado nos ha sido regalado, ni tan siquiera prestado. Todo, absolutamente todo lo alcanzado ha sido gracias al esfuerzo, el trabajo, la perseverancia, el razonamiento, el rigor, la implicación de muchas enfermeras lamentablemente anónimas. Anonimato al que hemos contribuido con nuestra conformidad y la pasividad de quienes no han querido visibilizar su aportación y poner en valor sus nombres.

Ahora resulta imposible, en la mayoría de los casos, recuperar sus nombres. Pasarán a formar parte de las “tumbas en las que descansan las enfermeras desconocidas”, aunque, al contrario de lo que pasa con los soldados desconocidos, nadie se acuerda de ellas ni les pone flores o una corona de laurel una vez al año.

Escribo esto porque quiero y necesito poner nombre, cara, vivencias, sentimientos… a las enfermeras que siguen construyendo la identidad enfermera, quienes permiten que podamos sentirnos orgullosas de ser y sentirnos enfermeras, sabiendo lo que han tenido que trabajar y luchar, sin esperar a que se lo tengamos que hacer a título póstumo y sin que sean olvidadas en la fosa común de las enfermeras desconocidas.

Por eso creo firmemente que hay que romper con todo aquello que pone en peligro lo logrado y paraliza lo que nos falta por conseguir.

Sé que puede parecer perverso, pero tengo la sensación de que hay quienes se alegrarían de que las enfermeras volviésemos a serlo de los médicos en lugar de serlo de las personas, las familias y la comunidad.

Nada es casual y nuestra sociedad, lamentablemente, tiene síntomas de retroceso que lo impregnan todo y que cuando menos nos demos cuenta, quienes han estado agazapados, a la espera, reaparecerán y tratarán de recuperar sus posicionamientos de poder para situarnos a sus órdenes y su servicio.

Y no podemos caer en la trampa de la alienación, del pensamiento único, de la ausencia de pensamiento crítico. Porque hacerlo supondrá empezar a perder nuestra identidad como enfermeras, de no saber de dónde venimos y lo que nos ha costado llegar.

Y me pregunto, ¿por qué somos solo las enfermeras las que tenemos que resistir en esa defensa de la identidad? ¿por qué otros profesionales nunca se la plantean? ¿por qué debemos llevar cofia solo las enfermeras y solo las mujeres enfermeras? Finalmente, las respuestas, todas las respuestas, conducen a un mismo lugar. Al lugar de la intransigencia, el machismo y la prepotencia de los nostálgicos, mayores, pero también jóvenes, ante una supremacía que anhelan y ven posible recuperar de nuevo.

No queremos volver a un espacio de invisibilidad. No, una vez que hemos tenido acceso al conocimiento. No nos conformamos con un crecimiento y una autonomía acotados y que se nos otorgue una herencia de falta de libertad e igualdad. Queremos la libertad absoluta de nuestro futuro y nuestro destino.

Cuando digo enfermería, digo sentimiento, libertad y feminismo. Porque hoy más que nunca sentimiento, libertad y feminismo están amenazados de ser ocultados con la cofia.

4 thoughts on “CUANDO DIGO ENFERMERÍA

  1. Me siento totalmente identificada en tus reflexiones, nuestra generación ha luchado mucho por conseguir nuestro espacio profesional y hemos tenido que ganarlo a pulso y salvando muchas dificultades, pero hechando la vista atrás, hemos avanzado y mucho, pero hay que que conservar y mejorar , no lo tenemos fácil .

  2. Muchísimas gracias por esta exposición. Me siento muy bien identificado con el sentimiento que nuestras y también me siento esperanzado. Tal vez estamos asistiendo a un cambio de paradigma en el que nuestro atípico perfil como profesionales sanitarios aporte unos valores que remuevan ideas para dejar paso a otras corrientes de pensamiento como esta de la que nosotros ya formamos parte.
    Un cordial saludo desde Murcia.

  3. Gracias José Ramón Martínez por tan preclaro articulo, fundamento razonado del ser enfermera, de ser profesional más allá del sentimiento alienante de la obediencia irracional. Gracias. Gracias.

  4. Gracias Jose Manuel, me identifico con cada una de tus palabras, hace años que una frase es mi baluarte “no llevo cofia”
    Nuestro cambio en los años de experiencia es muy lento, cuando terminé los estudios y comencé la andadura me sentí engañada…autonomía? Dónde? Muy justita…observaba servidumbre…quizá hoy día algo menos, han pasado 23 años…sólo algo menos…qué nos pasa a las enfermeras? Profesión hermosa donde las haya…pregunto de nuevo…qué nos pasa?

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