POLÍTICA DE GESTOS O GESTOS SIN HECHOS

Para Noemí Marauri

El pasado 18 de mayo en la inauguración de la septuagésima tercera Asamblea Mundial de la Salud, el Director General de la OMS, el Dr. Tedros Adhanom, inició la misma con un mensaje dirigido a los estados miembros en el que trasladaba el papel fundamental de en enfermeras y matronas para la salud mundial y la necesidad de que se invierta en su contratación y acceso a los puestos de responsabilidad de todas las organizaciones e instituciones.

Tras estas palabras todos los miembros puestos en pie, es decir todo el mundo, rindieron merecido tributo de agradecimiento y reconocimiento, con un caluroso y prolongado aplauso, como si estuviesen emulando a la población desde sus balcones o ventanas.

La política de gestos siempre es importante. Pero lo es, siempre que la misma vaya acompañada de gestos en políticas que se concreten en hechos. Lo contrario tan solo es una mera escenificación en la que se distrae la atención con el objetivo final de engañar.

En nuestro país, por ejemplo, estamos muy acostumbrados a estas políticas de gestos baldíos, vacíos y vanos, por parte de las/os políticas/os en su enfermizo postureo.

La pandemia como dijo el propio Dr. Tedros Adhanom en su discurso, se llevó por delante la celebración del año de las enfermeras y matronas que se celebraba este año. Como a tantas personas y tantos otros acontecimientos, el contagio del COVID-19 acabó por ahogar su presencia. Siempre nos quedará la duda de saber si no hubiese sufrido idéntico final de no haber hecho acto de presencia el COVID-19. Porque los hechos lamentablemente demuestran de manera terca y permanente que tan solo se está por la labor de una política de gestos.

Y esta política, además, impregna las dinámicas de otros ámbitos como el del periodismo, que se contagia reproduciendo idéntica sintomatología al abordar las noticias en las que aparecen o se habla de las enfermeras.

Sin ir más lejos, ayer mismo en la principal emisora de radio de este país y en uno de sus programas estrella, el periodista entrevistaba a una enfermera sobre el tema de la trazabilidad del virus que ha venido en denominarse rastreo y rastreadoras/es a quienes lo realizan. Nuevamente la denominación no ha sido la más acertada como viene sucediendo con otras acciones, actividades o identificaciones. En este caso, por ejemplo, la elección hace que se establezca una relación inmediata con un conocido anuncio de buscadores de seguros. Pero al margen de esta anécdota, el periodista en cuestión, tras las acertadas y rigurosas respuestas de la enfermera sobre la importancia del trazado epidemiológico y del papel que las enfermeras comunitarias vienen desarrollando desde Atención Primaria, interpeló a la enfermera preguntando si realmente era necesario que esta actividad la realizasen enfermeras y no podría ser llevada a cabo por profesionales o personas no cualificados. Es como si se le preguntase al periodista si para hacer las entrevistas no daría lo mismo que las hiciese cualquiera, ya que al fin y al cabo para hacer preguntas tampoco hace falta ser periodista.

Finalmente se trata de un gran desconocimiento sobre lo que somos y hacemos las enfermeras. La cuestión está en que, por su condición de periodista, debería informarse y contrastar dicha información, en lugar de trasladar su ignorancia en forma de pregunta. Pero esta falta de profesionalidad acaba por influir en la imagen que sobre las enfermeras se traslada y que contribuye a perpetuar ciertos tópicos y estereotipos.

Así pues, tenemos a dos poderes fácticos, el político y el periodístico, que participan en la política de gestos, pero no son capaces de transformar dichos gestos en hechos que valoricen y visibilicen la verdadera aportación enfermera.

Como consecuencia de la acción improcedente o de la omisión imprudente, los/as políticos/as y periodistas acaban generando una imagen distorsionada que ahora se traduce en la encarnación de héroes o heroínas, pero que en otras ocasiones se ha hecho en ángeles o en figuras menos icónicas y más maternales. En cualquier caso, nada que tenga que ver con la imagen real que tenemos las enfermeras, que es la de profesionales competentes, cualificadas, científicas, investigadoras, académicas o gestoras.

El modelo sanitarista, asistencialista, paternalista y medicalizado de nuestro Sistema de Salud, la verdad sea dicha, es que tampoco favorece mucho la visibilidad de unos cuidados enfermeros y quienes los prestan, las enfermeras, desde otra perspectiva que la del cuadro haciendo el gesto de silencio por parte de una enfermera con cofia que, hasta no hace mucho, aún colgaba de las paredes de centros sanitarios. Pero, una vez más los políticos con su inmovilismo, conformismo, cuando no mediocridad, continúan con su política de gestos tratando de convencer a todo el mundo de la excelencia del Sistema Sanitario, cuando claramente se ha demostrado su debilidad y la necesidad de pasar de los gestos a los hechos en inversión, innovación y reconocimiento de las/os profesionales de la salud en general y de las enfermeras en particular, tal como trasladan de manera constante los principales organismos internacionales como la OMS, incluso poniéndose en pie como si con ello quisieran vencer la ceguera política e institucional que les permitiese percibir el gesto de reconocimiento, pero también de exigencia. Lo triste es que la OMS, como la ONU, no dejan de ser organismos consultivos que no tienen capacidad de decisión y, por tanto, sus gestos difícilmente logran modificar o vencer a los que permanentemente realizan los países miembros en general y el nuestro en particular con relación a las enfermeras.

Por su parte el periodismo mimetiza el modelo sanitario descrito y lo transmite en toda su dimensión mediante dicotomías como las de salud vs enfermedad, salud vs sanidad, curar vs cuidar… y con idéntico lenguaje medicalizado y centrado en la única figura que reconocen y con la que singularizan y relacionan a la citada sanidad, es decir al médico. Todo lo demás es algo que ni conocen, ni investigan, ni interesa, ni tan siquiera admiten como posibilidad. Su terquedad y torpeza informativa logra transmitir la imagen caduca de un Sistema que requiere de tratamiento urgente, dada la fatiga que padece. Su comportamiento es un claro ejemplo, por tanto, de su incumplimiento moral, ético y estético con la veracidad, el rigor y la objetividad de una realidad que trasciende al hospital, la enfermedad, los médicos, la técnica o la farmacología. Una realidad que es preciso descubrir y contribuir con hechos a que se instale en la sociedad.

Políticas/os y periodistas son, no, mejor dicho, deberían ser, verdaderos agentes y activos de salud que participasen junto a las/os profesionales sanitarios y la propia comunidad en la generación de espacios saludables, a través tanto de sus gestos como de sus hechos. En resumen, que se ocuparan también de cuidar a la ciudadanía en lugar de tratar de curarla con remedios que tan solo logran empeorar su estado de bienestar emulando el modelo de nuestro sistema sanitario. Pero para ello, además de la voluntad para hacerlo deberían contar con la convicción de lo que se necesita. Y esa convicción ni la tienen, ni la buscan, ni la aceptan, porque resulta mucho más cómodo permanecer en el inmovilismo, la inacción y el conformismo de lo que existe, aunque se sepa que no es lo que realmente se necesita ni se demanda. Al fin y al cabo, sus excelentes capacidades para producir el lenguaje de los gestos disuasorios de la verdad, les otorga margen para continuar conforme lo vienen haciendo. Para que luego digan que cuidar es algo simple y simplista. ¿Será por eso que no quieren hacerlo?

Así pues, que nadie espere que ni unos ni otros se levanten de sus acomodados sillones políticos y periodísticos para aplaudir y mucho menos para ponerse en acción y cambiar lo que viene siendo una gravísima injusticia política y periodística hacia las enfermeras. Todo lo más lanzarán, de manera puntual y oportunista, algún “piropo” a las enfermeras creyendo que con ello están ensalzándolas o halagándolas, cuando realmente su acto, como sucede con los piropos a las mujeres, se convierte en una práctica comúnmente aceptada que favorece la vulnerabilidad en la que sitúan a las enfermeras, al no ser verdaderamente halagos, sino, más bien, un instrumento usado por quien tiene poder para dejar patente el ejercicio de su dominio.

Sería bueno, por tanto, acabar con ese ritual ensalzador de los piropos en forma de discursos y desnaturalizar su práctica, para pasar a la acción promoviendo la valorización real de las enfermeras. Se convertiría en la mejor manera de ponerlas en valor por lo que son y no por la imagen desfigurada y estereotipada que trasladan. Es dejar de verlas como simples recursos o instrumentos y comenzar a verlas como enfermeras.

Posiblemente el movimiento Nursing Now que ha sufrido en su año de celebración, la asfixia provocada por la pandemia, tenga su réplica o mejor dicho su continuación el próximo año en una nueva realidad con una también nueva normalidad que no sabemos a ciencia cierta que nos deparará, pero en la que tanto políticos como periodistas tendrán la oportunidad de demostrar que son capaces de pasar de la política de gestos a tener gestos en política trasformadora, saludable y de reconocimiento hacia las enfermeras más allá de sus habituales discursos caducos, reconocibles e inútiles.

No sé qué otro gesto deberá llevar a cabo la OMS para lograr llamar la atención de quienes se resisten a identificar, asumir y desarrollar las recomendaciones de un organismo al que sostienen con dinero público. En este caso se demuestra también que tan solo se trata de un gesto, el sostenimiento de un organismo como la OMS al que tan solo se utiliza con fines propagandísticos o de interés puntual.

Mientras esperamos que los gestos se traduzcan en hechos, las enfermeras deberemos seguir prestando cuidados profesionales de calidad como acto responsable alejado de los gestos en los que también se quieren incluir a los cuidados.

Aún hay quienes, no tan solo hacen gestos, sino que los verbalizan. Es el caso de una emisora que se publicita diciendo: “Lo que se dice en la XXX es”, en un intento de transmitir una veracidad que, claramente, queda en entredicho cuando se escucha lo dicho. Como si la ciudadanía no tuviese suficiente criterio para discernir lo que realmente es o no es lo que dicen ser. Parece pues, que sea un intento para evitar que piensen, porque ya ellos lo hacen por todos. Y esa, finalmente, es la dinámica de gestos intervencionista empleada.

Y es que del dicho al hecho hay mucho trecho. Y yo añado que, además, hay mucho gesto inútil.