Cuando ya llevamos más de 6 meses de evolución de la pandemia, y más allá de los vaivenes en cuanto a las decisiones que desde las diferentes administraciones se han ido adoptando, con mayor o menor acierto, lo que es indudable es que hemos llegado a un punto en el que nadie está satisfecho con nada ni con nadie.
Dicha insatisfacción, es cierto, que puede tener una importante carga de subjetividad, pero no es menos cierto que también está cargada de razones objetivas y muchas veces ocultas en la amalgama de datos cruzados, réplicas y contrarréplicas, acusaciones y defensas, victimismos, descalificaciones… que finalmente impiden analizar y reflexionar con la serenidad, el respeto y el pensamiento crítico necesarios para dar respuestas que vayan más allá de soluciones pensadas para mantener las apariencias y tratar de justificar las ocurrencias que se van adoptado sobre la marcha y sin la necesaria planificación, lo que provoca clarísimas contradicciones, omisiones imperdonables y repeticiones innecesarias, que tan solo conducen a generar mayor confusión, incertidumbre, alarma y finalmente insatisfacción.
Insatisfacción, por otra parte, que provoca una peligrosa pérdida de credibilidad en ambos sentidos. Por una parte, de la población hacia las/os responsables, tanto políticas/os como expertas/os, al no percibir ni unidad de criterio ni en la dirección en la que actuar. Por otra parte, de estos últimos hacia la población por no considerarla suficientemente responsable y diligente con el cumplimiento de las medidas de seguridad impuestas. De tal manera que como dice nuestro sabio refranero el uno por el otro la casa sin barrer y entre todas la mataron y ella sola se murió.
Y en medio de todo este fuego cruzado, se encuentran las/os profesionales de la salud a los que, al inicio de la pandemia, se les otorgaron unos poderes de heroicidad que ni habían pedido ni querían ostentar. Poderes que no eran tales y que lamentablemente, desde su falso papel de héroes y heroínas, ocultaron las gravísimas deficiencias con las que tuvieron que hacer frente a un monstruo tan desconocido como poderoso, que provocaba, además de enfermedad y muerte, una creciente y justificada insatisfacción que se sumaba a las anteriormente descritas.
La que vino en denominarse primera ola que se trasladó a la ciudadanía como superada con el famoso pico de la curva y su progresivo descenso que, teóricamente al menos, iba a dibujar una V de recuperación y retorno a una nueva normalidad, se quedó en una vana esperanza, una ilusión, un sueño que se desvanecieron para alimentar una insatisfacción creciente.
La segunda ola se alzaba cada vez a mayor altura y alcanzaba una fuerza que no se tenían previstas y que como a un principiante de surf se tragó sin remisión con el consiguiente desconcierto y un orgullo herido ante el evidente fracaso. Los rebrotes vinieron acompañados de cambios en el patrón de contagio, discusiones sobre las pruebas a realizar para identificar los contagios y sus contactos, la idoneidad de los rastreos y el dilema sobre quién debía hacerlos, el papel de la AP a la que ahora se quería otorgar la categoría de importancia que se le negó al inicio de la pandemia, las restricciones sin consenso, las medidas de protección variables, el equilibrio entre protección de la salud y/o protección de la economía y los sectores productivos, el inicio de las clases… todo lo cual contribuye a aumentar la insatisfacción y hacerla cada vez menos factible de controlar y revertir.
Mientras tanto en los servicios de salud, cuyas/os profesionales habían logrado desprenderse de sus capas de héroes y heroínas y recuperar una humanización que les hacía aún más vulnerables si cabe, las carencias siguen marcando y determinando la respuesta que pueden dar y que difícilmente puede equilibrarse tan solo con el tesón, la fuerza, la motivación y una cada vez más débil y deteriorada ilusión, a lo que hay que añadir el cansancio tanto físico como mental que acumulan. Elementos cuya influencia negativa se ve incrementada significativamente por el incumplimiento generalizado de las promesas de incremento de personal fundamentalmente.
Así pues las cosas, la situación que ya era de por sí preocupante, si no crítica, se torna inestable y en permanente alerta ante nuevos y despiadados fuegos cruzados en el campo de batalla de una guerra, que nunca fue, y en la que sin embargo han convertido esta pandemia, aumentando cada vez más la insatisfacción de una población que hace tiempo que dejó de aplaudir para buscar blancos propicios, incluso en los otrora héroes, sobre los que proyectarla, bien con mensajes más o menos acertados y descalificadores, bien con incumplimientos puntuales o bien con un cada vez más creciente, aunque incomprensible, negacionismo ante una situación que nos está superando a todas/os. Población a la que se tildó de ejemplar mientras estuvo confinada y que ahora se acusa de ser el mal de todos los males sin que se haya contado con ella absolutamente para nada más que obedecer. Cuando hubiese podido jugar un papel fundamental en intervenciones comunitarias que minimizasen ansiedad e incertidumbre, facilitasen la incorporación de conductas saludables, generasen redes de apoyo comunitario, canalizasen la información… Pero, sin embargo, se optó por la vía de la pasividad, la obediencia y el paternalismo sanitarista y asistencialista que lo único que ha hecho es incrementar la insatisfacción, al tiempo que sirve de excusa perfecta para que sea blanco de todas las críticas. Vendía mucho más un Hospital COVID que una intervención comunitaria, aunque tanto el coste económico como en salud sean mucho mayores en la intervención comunitaria. Pero, ante el hospital se pueden hacer la foto y cortar cintas y ante una intervención comunitaria no. Y además la notoriedad, en el caso de la intervención comunitaria, sería para la población en detrimento de las/os políticos, algo que ni se contempla ni se permite.
Y entre medio, los medios, los de comunicación. Haciéndose eco de la insatisfacción general, sin darse cuenta u obviando que ellos también son parte del juego que la genera con sus espacios mediáticos y no siempre objetivos ni mucho menos científicos, aunque lo quieran aparentar.
Pero entre toda esta insatisfacción cabe destacar la que tenemos las enfermeras. Se nos ha utilizado de una manera descarada durante toda la pandemia, con discursos de halago artificial y engañoso mientras hacia falta que diésemos lo mejor de nosotras, pero sin que los mismos tuviesen un posterior reflejo en reconocimiento, visibilidad y respuestas a las múltiples y graves carencias con las que trabajamos y que nos sitúan a la cola de los países de la OCDE en número de enfermeras por habitante.
Hemos tenido que estar reclamando presencia y voz en los foros en los que se analizaba, debatía y decidía sobre aspectos fundamentales relacionados con la pandemia en la hemos y estamos dejando nuestra salud e incluso nuestra vida.
En cuanto a los medios de comunicación, merecen capítulo aparte. La permanente invisibilidad a la que nos someten obviando nuestra existencia o incluyéndonos como personal médico, la utilización que de nosotras hacen para terminar hablando de médicos, medicina y enfermedad, la hiriente ignorancia sobre lo que somos y aportamos, la subsidiaridad con la que se nos trata, la manipulación a la que a veces somos sometidas cuando deciden preguntarnos algo y finalmente trasladan lo que les interesa sin tan siquiera consultarnos sobre lo que publican o emiten, las solicitudes extemporáneas, urgentes y precipitadas con las que nos requieren para luego dejarnos en espera diciendo que no hay espacio para nuestra participación, la negación absoluta a responder a cualquier solicitud de visibilización sobre temas relevantes que se les traslada y que ignoran sistemáticamente… a pesar de enviarles repetidas cartas de aclaración, rectificación o, queja, que nunca reciben respuesta y muchísimo menos enmienda a su triste, penosa y nefasta información. Son tan solo algunas de las flagrantes actuaciones a las que nos someten y que nos indignan y causan insatisfacción.
No queremos ser más que nadie. No pretendemos protagonismos que no merezcamos. No solicitamos tratos de favor. No reclamamos un reconocimiento que no nos corresponda. No exigimos nada que no sea de nuestra competencia. No hacemos uso del victimismo.
Tan solo queremos ser lo que somos. Pretendemos que se reconozca nuestra aportación específica de cuidados profesionales. Solicitamos tan solo que se nos identifique como parte de los profesionales de la salud con especificidad y autonomía. Reclamamos ser reconocidas por aquello que realmente hacemos y aportamos a la salud de las personas, las familias y la comunidad. Exigimos que aquello que es de nuestra competencia y responsabilidad sea valorado. Mostramos nuestra insatisfacción, nuestro malestar y nuestro rechazo alejados de cualquier victimismo ante lo que es una constante manipulación de la realidad. No ya nuestra realidad, que también, sino de la realidad de lo que es un Sistema de Salud y de lo que es, representa y hace un profesional u otro, como parte de una acción conjunta imprescindible para hacer posible que una situación, tan compleja como la Pandemia COVID 19, no quede tan solo en un titular efectista, una alarma innecesaria, un cuestionamiento injustificado o una mirada exclusiva hacia un estamento, una disciplina o una única manera de abordarla, asistencialista, sanitarista, medicalizada, paternalista y hospitalcentrista. Flaco favor hacen a la salud de la comunidad a la que dicen querer informar, de esta manera tan particular y equivocada.