SE VA QUINO, PERO NOS DEJA A MAFALDA. ¿Mafalda enfermera?

A Quino por permitirme reír, pensar, soñar, rebelarme, querer…  vivir, con Mafalda.

 

            Hay personas que no quisiéramos que se fueran nunca o que pensamos que nunca se pueden ir. Pero la vida, como la muerte, son implacables y tienen sus ciclos en el caso de la primera y su llegada impredecible, aunque cierta en el caso de la segunda.

            Joaquín Salvador Lavado Tejón, al que muy pocos conocían como tal, pero si es reconocido y conocido como Quino, nos hizo disfrutar en sus sucesivos ciclos vitales con sus viñetas, sus tiras, sus dibujos, sus ideas… psicoanalizándonos, como buen argentino, en muchas ocasiones.

            Y en el momento de su muerte, Quino, ha sido recordado, llorado y querido, más por su gran creación que por él mismo. Como si en su despedida le acompañase su querida, nuestra querida, Mafalda.

            Mafalda nació casi por casualidad un 29 de septiembre de 1964 en Buenos Aires (Argentina). Un encargo de una tienda de electrodomésticos fue el detonante para que Quino creara a Mafalda y con ella la tira que la hizo mundialmente famosa a ella, a su familia y a su variopinto grupo de inseparables amigos.

            Cada uno de los personajes tenía un rasgo social diferenciado que reflejaba gran parte de una sociedad que tuvo la habilidad de que fuese reconocida y reconocible a pesar del paso del tiempo. Mafalda sus acompañantes y su mundo, su contexto, sus ideas, sus contradicciones, sus ilusiones, sus deseos, sus manías …estuvieron de actualidad cuando fue creada, siguen vigentes en la actualidad y lo serán eternamente, porque Quino, que no Mafalda ni sus acompañantes, les revistió de una inmortalidad social que está al alcance de muy pocos.

Sin embargo, como decía, Mafalda llegó a eclipsar a Quino. Como si Mafalda tuviese vida propia. Como si Quino hubiese sido el carpintero italiano Gepetto que creó a Pinocho y adquirió vida propia. Mafalda trascendió a su creador y se convirtió incluso en un problema para el propio Quino que, sin matarla, la sometió a una permanente hibernación que le permitiera ser reconocido como el extraordinario viñetista que era. Creando nuevos, aunque impersonalizados personajes que transmitían, eso sí, verdades como puños en una sociedad que se resistía a aceptarlas y, ni tan siquiera, conocerlas. Sus dibujos, muchas veces incluso sin palabras, trasladaban una realizad irónica, cruda, incluso punzante, como tratando de pinchar las conciencias de quienes, instalados en la individualidad, la competitividad, el consumismo… daban la espalda a los valores defendidos por Mafalda y ahora trasladados a otros personajes que dejaban que Quino fuese el protagonista.

            Así pues, Mafalda quedó eternamente anclada en su infancia, al igual que a sus amigos, su hermano y a sus padres, aunque a ellos en una permanente adultez que les impide la jubilación.

            Y todos nos acostumbramos a dicha parálisis vital rebobinando constantemente sus historias finitas en el deseo permanente de hacerlas infinitas.

            La madre de Mafalda, que como el del padre nunca conocimos su nombre, creada como la mujer perfecta ama de casa, cuidadora de su marido y sus hijos y esclava de su casa y de las tareas que la misma le generaban y le anulaban como mujer y como persona, ante la atónita mirada y la incomprensión permanente de Mafalda. Prototipo de la mujer normativizada socialmente.

El padre de Mafalda, trabajador y cabeza de familia tradicional, cuyo principal objetivo es el de sustentar a los suyos y procurarles todo aquello que la sociedad de consumo ofrece y que tantos quebraderos de cabeza le ocasionan para lograrlo. Prototipo de una clase social que es un quiero y no puedo, frente a quienes pueden y quieren serlo y mantener al resto en dicha escala subordinada.

El mercantilismo de Manolito, con sus sueños capitalistas y empresariales con tintes corruptos, aunque exento de cultura, inteligencia y de una aparente falta de sensibilidad en ese aspecto de bruto, en el que, sin embargo, la ocultaba. Fiel reflejo de una sociedad consumista y competitiva.

La aparente candidez de Susanita que ocultaba un prototipo de mujer socialmente sumisa, reproductiva, envidiosa y clasista que impregna toda su oratoria y sus pensamientos y que no entiende, ni lo pretende, cualquier otra opción, que es rechazada de pleno.

La eterna indecisión de Felipe que le sitúan ante una permanente diatriba entre lo que desea y lo que es socialmente aceptable y esperable y que le hace sentirse un llanero solitario.

Miguelito, soñador, iluso, tierno, que se intenta rebelar contra la normalidad establecida pero que nunca logra vencerla al estar demasiado pendiente de él mismo.

Guille, el más pequeño, pero el más rebelde, inconformista, narcisista y díscolo de todos. Tiene su propio mundo y quiere que todos giren a su alrededor como parte del mismo. Pasa a ser la incógnita del futuro no elaborado por Quino.

Libertad, la más pequeña en estatura y la amiga que más tarde se incorpora a la pandilla, pero la más perspicaz, aguda, irónica, reivindicativa y políticamente incorrecta de todos.

El mundo de Mafalda, que no Quino, me ha acompañado desde mi adolescencia y sigue haciéndolo cuando me acerco, cada vez a mayor velocidad, a mis últimos ciclos vitales. Pero para mi sigue siendo insustituible, indispensable, incuestionablemente necesaria en mis análisis, reflexiones, indecisiones, contradicciones, en las que siempre encuentro una viñeta, una expresión, un rasgo, una situación que me ayuda a entender, a reír, a pensar, a soñar sobre todo cuanto me rodea, me preocupa, me ocupa, me rebela, me enamora o me entristece. La sopa es lo único que me separa de ella, dado lo mucho que ella la odia y lo mucho que a mi me gusta. Pero siempre tendremos en común a los Beatles.

            Y es tal la empatía que por ella siento y la simpatía por quienes le acompañan que cuando yo ya descubrí lo que era ser y sentirme enfermera, quise, deseé, añoré, soné que Mafalda fuese enfermera. Porque quería que las enfermeras tuviesen mucho de Mafalda y creía que así era.

            Su amor por la justicia, la equidad, la igualdad, el respeto, la verdad… unido a su rebeldía, su impotencia, su pragmatismo, su vehemencia, sus convicciones… le hacían tener rasgos cuidadores alejados del exclusivo ámbito doméstico del que renunciaba y denunciaba al verlo reflejado en su madre, como cuidadora y mujer o en las injusticias que le rodeaban.

            Cuidadora del mundo al que miraba con ternura no exenta de rabia por su pertinaz renuncia al autocuidado. Del que incluso quiso bajarse pidiendo que lo parasen. Igual hoy se bajaría con él en marcha por no aguantar más.

Cuidadora de los derechos humanos que trataba de trasladar a cuantos le rodeaban en un ejercicio permanente de alfabetización, con más entusiasmo que éxito, todo hay que decirlo.

            Cuidadora de la ética y la estética que impregnaban cualquier acción que llevase a cabo, aunque le supusiese la permanente incomprensión de sus amigos, en especial de Susanita.

            Cuidadora de la salud mental, la salud laboral, la salud infantil, la salud de los mayores, la salud de la mujer, la salud comunitaria… a través de sus reflexiones, su pensamiento crítico, su capacidad de análisis… con los que trasladaba mensajes desde los que planteaba hábitos y conductas saludables.

            Cuidadora de la paz como contexto de salud universal.

            Cuidadora de las relaciones, la convivencia, el diálogo, la comunicación, como elementos básicos del respeto a la salud individual y colectiva.

En definitiva, rasgos que identifican a la buena enfermera y por los que, siempre me ha quedado la duda de si cuando creciese Mafalda su decisión hubiese sido enfermera.

Pero como quiera que Quino decidió que Mafalda fuese eternamente una niña, ahora que él se ha ido y Mafalda ha quedado entre nosotros, yo, me tomo la libertad de despertarla de su letargo editorial y situarla como mujer y enfermera.

Gracias Quino.

Sigues presente en tu eterna Mafalda