“La política, la intriga. ¿Qué más da? Como me parecen algo hermanas, que las haga otro“.
Pierre-Augustin de Beaumarchais
dramaturgo francés 1732 – 1799[1]
Aún recuerdo cuando se anunció el nombramiento de Salvador Illa como ministro de sanidad. Un filósofo para una cartera prácticamente vacía de competencias, que se interpretó como una banalización ante la intrascendencia de un ministerio que acababa de ser fraccionado en tres (sanidad, consumo y bienestar social) dando respuesta al gobierno de coalición. Pocos, por no decir nadie, prestaron excesiva atención al nuevo inquilino de sanidad.
Salvador Illa empezó su andadura cogiendo el relevo de una ministra, Mª Luisa Carcedo, que había hecho los deberes y que dejaba hilvanado el Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria, a falta de que se llevase a cabo el cosido definitivo que permitiese cambiar, un modelo caduco, ineficaz e ineficiente como consecuencia de la falta de atención prestada hasta entonces por equipos ministeriales anteriores y por un Sistema Sanitario cuyo modelo paternalista, asistencialista, medicalizado, fragmentado y hospitalcentrista la había contagiado, desposeyéndola de sus principios básicos.
Ese fue su inicio. Presidir una jornada en la que los diferentes agentes, profesionales, ciudadanos y políticos, se reunían para analizar y reflexionar sobre el desarrollo de la estrategia que, por otra parte, ya dependía de las Comunidades Autónomas (CCAA). Un escenario de marketing sanitario que permitiese darle lustre a la estrategia propiciada desde el ministerio.
Parecía pues que el cometido tranquilo que, al menos en apariencia, se le había trasladado al Sr. Illa seguía un guión en el que éste se sentía a gusto como estratega y negociador político contrastado. Sus formas, su talante, su serenidad, su proximidad, su aparente timidez o cuanto menos ausencia de protagonismo tras unas gafas que, finalmente, se convirtieron en referente claro de su propia fisonomía y personalidad y que incluso, la forma en cómo las manejaba, se incorporó como parte de su lenguaje no verbal permitiendo identificar sus estados de ánimo.
A este hombre tranquilo, sin embargo, la tranquilidad le duró poco. La irrupción de la pandemia hizo que un ministerio prácticamente vacío de competencias y cuyo principal cometido era el de la articulación y la negociación entre CCAA, para lo que tenía especial habilidad el ministro, se convirtiese en el centro de un ciclón pandémico que provocaba una fuerza centrípeta que todo lo absorbía.
El ciclón fue adquiriendo cada vez más poder destructivo y de atención situando al ministro Illa en el centro de todas las miradas y también de todas las críticas que es como en política, lamentablemente, se afrontan las situaciones de crisis. Al entenderlas los oponentes políticos como oportunidades para su interés oportunista y partidista.
Sin duda la pandemia dejó al descubierto las vergüenzas y las carencias del que hasta ese momento siempre había sido identificado y difundido como uno de los mejores Sistemas de Salud del mundo. Y no es que la pandemia hubiese desprovisto al mismo de parte de sus virtudes, sino que sacó a flote las consecuencias de unas políticas que fueron sistemáticamente debilitando su fortaleza por la falta de inversión y el maltrato a su mayor activo, los profesionales, que no tan solo tenían unas condiciones de trabajo cada vez peores, sino que la sobrecarga a la que eran sometidos por unas plantillas totalmente mermadas y desfasadas se unían a la organización y gestión de un modelo que la pandemia vino a visibilizar que requería de profundos cambios e intervenciones correctoras y que, desde luego, no se arreglaban otorgando a las/os profesionales la categoría de heroínas/héroes.
Esta evidencia condujo a que se empezasen a generar discursos cada vez más frecuentes de la necesidad de acometer cambios urgentes y sustanciales en el SNS. Y el ministro asumió el reto y convocó en el mes de junio a 20 expertos para que de manera intensiva consensuasen una ponencia de cambio del SNS que meses después concluyó en un documento que debía asumir el ejecutivo como base para tan necesario como urgente cambio, junto a las conclusiones que derivaron de las comisiones de reconstrucción creadas al efecto.
Sin embargo la aparente y artificial normalidad que se quiso vender para salvar un verano que se presentaba aciago se encargó de que ese aparente interés por el cambio quedase enterrado o arrastrado por las olas de contagio que se sucederían tras un descanso estival que trató de aparentar una normalidad para la que aún no estábamos preparados y para la que aún no teníamos respuestas suficientes ni eficaces.
Todo quedó, por tanto, en una nueva escenificación coral a la que se arrastró, con medias verdades e incluso con mentiras, a quienes creyeron los cantos de sirena del cambio prometido por el hombre tranquilo. Como en la obra de Shakespeare, mucho ruido y pocas nueces, o más bien ninguna.
A todo ello hay que añadir el sangrado de “dimisiones” de altos cargos, que continuaba desde el anterior equipo de la ministra Carcedo, y que habían estado participando e impulsando de manera activa en las iniciativas de cambio comentadas anteriormente, lo que, cuanto menos, genera ciertas dudas sobre si las dimisiones no obedecieron a discrepancias con el silencio y ostracismo al que se sometieron dichas iniciativas.
El espectáculo estaba asegurado y en él, el jefe de ceremonias, trataba, desde su habitual y aparente serenidad, trasladar esa misma sensación a unos mensajes cargados de incertidumbre y de decisiones que modificaban la vida y convivencia de una ciudadanía cada vez más cansada, incrédula y olvidada.
El rescate de la navidad supuso un regalo envenenado que ni Papa Noel ni los Reyes Magos lograron paralizar y que dio paso a una 3ª ola que nos transporta a situaciones tan críticas o más que al inicio de la pandemia. Como si nada de lo hecho y perdido hasta entonces hubiese servido para aprender y aprehender.
Lo que viene después ya se sabe. Pero lo cierto es que ese hombre tranquilo en medio de tanta intranquilidad fue cada vez más cuestionado y criticado y con ello cada vez más aislado en una triste similitud con su apellido, Illa, que en castellano es Isla.
Su apellido fue refugio de su propia gestión quedando rodeado por todas partes del agua de las críticas y los oportunismos políticos y territoriales. Cada vez con menos posibilidades de que llegasen a su rescate en esa Isla en la que había quedado atrapado junto a un devaluado, acrítico y cada vez menos fiable Señor, que no Doctor, Simón. Isla desde la que oteaban una realidad tan diversa como preocupante en la que la vacunación sufría los efectos de una indudable falta de planificación tanto europea, nacional como autonómica y en la que, una vez más, no se contó con las enfermeras para su puesta en marcha, salvo para identificarlas como vacunadoras. Un nuevo y triste resultado de una visión sesgada, parcial, paternalista, asistencialista, excluyente y ausente de criterios homogéneos, de una pandemia que le acabó hurtando la serenidad al hombre tranquilo.
De repente apareció la balsa de salvamento en forma de elecciones en Catalunya e Illa fue rescatado como náufrago para ser trasladado a las costas catalanas donde emprender una nueva aventura desde su aparente tranquilidad.
Salvamento en el que una nueva y sorpresiva inquilina pasó a ocupar el espacio dejado por Illa. La ministra Darias de Política Territorial y Función Pública, pasaba a Sanidad, como si los trasvases ministeriales fuesen lo más normal del mundo. Luego nos quejamos las enfermeras de que se siga creyendo que servimos tanto para un roto como para un descosido.
El caso es que la Sra. Darias asume el reto de la pandemia en uno de sus peores momentos como consecuencia de los efectos devastadores de la 3ª ola y del proceso de vacunación.
Con Illa rescatado y Darias recién incorporada cabe preguntarse si va a cambiar algo o si por el contrario la pandemia va a continuar utilizándose como excusa permanente de la inacción y la falta de toma de decisiones.
Dudo que en ese trasvase que el Sr Illa ha querido revestir de tranquilidad y discreción, y que muchos han interpretado como huida silenciosa y a traición, se haya llevado a cabo algo más que la cesión de la cartera de piel, en la que, mucho me temo, no habrá mucho más que alguna carta de despedida. Es decir, las necesidades de cambio, en forma de documentos, dossiers o ponencias, habrán quedado definitivamente encerradas en el fondo de algún cajón sin que logren nunca ver la luz que los haga visibles. Y con la desaparición casi total de quienes los gestionaron desde el ministerio y, por tanto, capaces de propiciar algún cambio real, las propuestas e intenciones en ellos recogidos desaparecerán y se perderán. Una nueva, fallida y triste oportunidad desaprovechada que propiciará que el SNS siga anclado en un modelo tan caduco como inadecuado para las necesidades actuales y las que esta pandemia va a dejar tras su paso.
La ministra Darias, por tanto, ha ocupado el hueco dejado en ese juego de estrategia que se ha jugado en un ya devastado tablero político, en el que, además, había que dejar hueco para la “otra pieza” desplazada, el alfil Iceta.
Su incorporación no ha levantado ni entusiasmo ni excesivas expectativas en unos profesionales de salud demasiado cansados como consecuencia de los efectos de la pandemia y de las decisiones adoptadas, que tanto les afectan y tan poco les reportan.
Estaría bien que la Sra. Darias se rodease de profesionales y asesores que le hiciesen ver que más allá de la respuesta política que le toca dar, existen necesidades urgentes que no pueden seguir postergándose sine die. Que es preciso que identifique las carencias que existen y que eche mano de las fortalezas que representan los profesionales para, entre todas/os, buscar soluciones en lugar de continuar poniendo parches.
Que las respuestas no pueden ni deben continuar quedando en palabras de agradecimiento y de impostura diplomática. Que las enfermeras deben de dejar de ser vistas como mano de obra, como recursos humanos sin más, para pasar a ser identificadas, valoradas y reconocidas como profesionales fundamentales, tal como lo hacen los países en donde masivamente las contratan, con las consecuencias que ahora mismo estamos padeciendo. Que las recomendaciones de organizaciones como la OMS en el sentido de incorporar enfermeras en puestos de responsabilidad y toma de decisiones en todas las organizaciones e instituciones van más allá de los discursos interesados a los que nos tienen acostumbrados nuestros políticos. Que el contexto de cuidados que deja la pandemia requerirá de una apuesta firme y decidida para otorgar el liderazgo que se le ha venido negando hasta ahora. Que si queremos seguir alardeando de un excelente SNS debemos abandonar la cola de países de la OCDE en número de enfermeras por cada mil habitantes. Que las evidencias científicas demuestran, de manera clara y rotunda, que el número de enfermeras contratadas y de excelente formación está directamente relacionada con un descenso claro de la morbi-mortalidad. Que las enfermeras no somos una amenaza para nada ni para nadie, sino una solución a la necesaria e imprescindible atención transdisciplinar. Que las enfermeras debemos ser oídas y tenidas en cuenta en cuantos foros, comisiones, reuniones o grupos de trabajo se hable de salud, desde cualquier perspectiva.
Para empezar, Sra. Darias, estaría bien que nos escuchase y evitase seguir con los mensajes vacíos, aunque elegantes y aparentes, con los que habitualmente tratan de engañarnos en un lamentable ejercicio de falta de respeto a nuestra inteligencia.
En su mano está el que su incorporación sea, una vez más, un ejercicio de intriga palaciega política que tiene como único objetivo el equilibrio de fuerzas del gobierno y del partido al que pertenece, o que realmente tenga la voluntad, y la valentía de tomar decisiones que definitivamente tengan como objetivo la salud del SNS y de las personas a las que, desde el mismo, deben ser atendidas y cuidadas.
Daría lo que fuese por creerme que usted, Sra. Darias, es la persona que realmente necesita este ministerio. Pero permítame que tenga serias dudas. Tan solo usted podrá ser capaz de despejar, en el tiempo en que pueda o le dejen ocupar un cargo que parece más un comodín de los movimientos políticos de quienes conforman los gobiernos que un puesto de la importancia que tiene la salud de las/os ciudadanas/os. Por mucho que la mayoría de las competencias estén transferidas a las CCAA, que normalmente mimetizan la incoherencia que muestra el ministerio, para, finalmente, escenificarla en el consejo interterritorial donde nadie les quiere como pareja de baile.
Darias, permíteme tutearte, darías una gran alegría a todas/os si dieras ese paso. Ojalá tu formación como abogada te permita comprender la importancia de tomar decisiones, no tan solo justas, sino ajustadas a derecho que te hagan ser recordada como aún lo es Ernest Lluch, u olvidada como prácticamente el resto de políticos que han pasado sin pena ni gloria por ese ministerio de circunstancias en que han convertido a la gestión de la sanidad y con ella de la salud, que es lo más triste y lamentable. No parece razonable, por tanto, seguir generando capítulos en este particular juego de tronos.
[1] Fuente: https://citas.in/temas/intriga/
Excelente 👍