“Cada variable era una posibilidad, cada posibilidad una incertidumbre, cada incertidumbre una oportunidad.”
Santiago Postiguillo[1]
A todas las enfermeras que han tenido que formarse y han tenido que formar durante la pandemia, por presentarnos una oportunidad de cambio.
Cuando en marzo de 2020 se decretó el estado de alarma como consecuencia de la pandemia, nadie preveía el alcance de lo que estaba por venir.
A tres meses vista de acabar el curso académico, las/os estudiantes de enfermería que estaban a punto de finalizar sus estudios para incorporarse, como sucede en este país, de manera inmediata a trabajar como enfermeras en hospitales y centros de salud, se encontraron de golpe con una situación que no tan solo no esperaban ni deseaban, sino que les generaba tanta o más incertidumbre e incluso miedo que al resto de la sociedad en general y de los profesionales de la salud en particular.
La finalización de sus prácticums, ya con la pandemia desbordando el sistema sanitario, la presentación de sus trabajos fin de grado, las gestiones para conseguir su acreditación oficial como enfermeras… pasaron a un segundo plano. La pandemia y la urgencia que imprimía, desplazó cualquier posibilidad de vivir las experiencias de momentos importantes para la vida de un/a estudiante. Ni tan siquiera la magna despedida de los actos de graduación que definitivamente quedarán como algo esperado y no realizado.
Se trataba de la 1ª generación COVID la que sufrió el primer impacto, la que se topó de bruces con la pandemia contagiándoles de sensaciones, emociones, sentimientos… que se agolpaban acompañando a las oleadas de noticias, acontecimientos, decisiones, contradicciones… que se iban generando conforme la pandemia se hacia cada vez más incontrolada e incontrolable.
En unos escenarios como los de los hospitales, centros de salud, residencias de personas mayores…que ya de por sí son inciertos y provocan temor a la hora de “estrenarse” como enfermera profesional, había que añadir ahora una situación que parecía nadie era capaz de controlar y que provocaba cada vez más dolor, sufrimiento y muerte, incluso entre quienes estaban destinados a evitarlo.
A esta primera generación COVID no les dio tiempo a entrenarse, a realizar una gradual incorporación en sus recién ocupados puestos de trabajo, a pausar el tiempo para adaptarse al medio, a ir con cautela tratando de evitar errores, a habituarse a la tensión del momento, a conocer a sus compañeras/os que ya no lo son de pupitre o silla de aula, a disfrutar del momento de su bautizo profesional. Se trató de una inmersión en toda regla que les impidió llevar a cabo todo ese ritual iniciático para convertirse en enfermeras que nadie identificaba como principiantes, porque no había tiempo para principios. Se debía pasar a la fase de experiencia, de acción, de decisión… y todo eso nadie se lo había explicado a esta generación en las aulas, ni tan siquiera en los destinos donde realizaron sus prácticums. Lo que debía ser un progresivo avance en la madurez profesional se convirtió en un sunami que les arrancó de cuajo esa parte experiencial.
La respuesta no pudo ser más positiva por parte de estas enfermeras que, aunque siempre son esperadas como agua de mayo en época de vacaciones, en esta ocasión lo eran como agua imprescindible en una terrible y devastadora sequía. No tuvieron, ni les dieron, tiempo a pensar, tan solo lo tuvieron para actuar, para responder, para prestar los cuidados que se necesitaban más que nunca.
Recibieron, junto al resto de las/os profesionales de la salud, los aplausos balconeros que, aunque no paliaban los efectos del cansancio, la preocupación, el miedo, el dolor… al menos conseguían trasladar el apoyo de una sociedad confinada por decreto. Apoyo que no sabemos qué proporción de sentimiento y cuánta de evasión tenía, pero a la que se agarraron unas/os políticas/os que necesitaban también elementos que desviaran la atención de unas decisiones que se sustentaban en el ensayo-error cuando no en las ocurrencias ante el gran desconocimiento de lo que estaba sucediendo.
Se demostraba, por otra parte, la gran formación que reciben las/os estudiantes de enfermería en la universidad española. Al menos en lo que a dar respuesta al modelo medicalizado y asistencialista de nuestro SNS, se refiere.
Transcurrido el tiempo y aún inmersos en la lucha contra la pandemia, se puede afirmar que su respuesta no pudo ser mejor, ni su actitud más plausible.
Mientras todo esto sucedía, en las aulas vacías de muchas facultades y escuelas de enfermería de toda España se impartía docencia online. No virtual, online. Este ha sido el gran problema. La Universidad española, como el SNS, no estaba preparada para esta pandemia y tuvo que adaptarse de manera precipitada y urgente para no detener la dinámica docente. Pero esto se tradujo fundamentalmente en el traslado de la modalidad presencial, tal cual, a la online, lo que sin duda supuso un terrible fracaso. La Universidad española es fundamentalmente presencial y esta presencialidad, la pandemia, la cercenó.
No hay que olvidar de igual forma que las/os estudiantes tampoco estaban preparadas/os para este cambio repentino y su respuesta fue muy “defensiva”. La presencia tras las pantallas se redujo e invisibilizó e incluso silenció una participación ya de por si resistente en la presencialidad a extremos que generaban la desesperación de docentes y discentes.
Mientras esto sucedía se solicitaba que las/os estudiantes de enfermería se incorporasen en los servicios de salud para reforzar a los mermados y cansados equipos de salud. Sin embargo, no deja de ser paradójico que los mismos que solicitaban dicha incorporación en algunas comunidades, fuesen los que impidiesen su acceso a los servicios para realizar sus periodos prácticos, imprescindibles para poder obtener la titulación que les habilitase como enfermeras según trasladó en varias ocasiones la propia Comunidad Europea.
Esto obligó a algunas universidades a tener que modificar por vía de urgencia los planes de estudio de algunos cursos, con el fin de concentrar toda la docencia teórica que debían recibir en lo que les quedaba de grado durante este periodo de pandemia en que no se les dejaba acudir a realizar sus prácticum, quedando pendiente la realización de los prácticums de manera concentrada durante el curso siguiente. Ajuste que, si bien trata de no retrasar la titulación de dichas/os estudiantes, provoca un claro desajuste en cuanto a la necesaria complementariedad y acompañamiento de los conocimientos teóricos con los prácticos.
Estas y otras circunstancias fueron configurando un contexto cambiante e incierto, para estudiantes y docentes, con consecuencias que se trasladan tanto en los resultados de las evaluaciones, por lo general claramente inferiores a lo habitual, como en la sensación de unos y otros en cuanto a la satisfacción, tanto del proceso de enseñanza-aprendizaje, como de las expectativas que las/os estudiantes y futuras enfermeras tienen con relación a su autoestima y seguridad a la hora de incorporarse a trabajar, teniendo la percepción de que no están suficientemente preparadas/os.
Así pues, estas, segunda (estudiantes actuales de 4º) y tercera (estudiantes actuales de 3º) generaciones COVID de enfermería, tienen ante si un panorama que, aunque es cierto, puede provocar dudas en las futuras enfermeras, ello no debe ser nunca un obstáculo para que las mismas se incorporen con confianza, no exenta de prudencia, a prestar sus cuidados profesionales. Tal como la profesora Patricia Benner tan magníficamente refleja en su libro “From Novice to Expert : Excellence and Power in Clinical Nursing Practice (1984)” que sustenta toda su teoría al respecto, la experiencia, entendida como los conocimientos que no se encuentran en los libros, permitirá a estas generaciones de enfermeras COVID afrontar un contexto de cuidados como el que va a dejar la pandemia y para el que va a resultar imprescindible que, tanto enfermeras expertas como principiantes, identifiquen como foco de atención y liderazgo fundamental. Por tanto, es necesaria más que nunca la unidad de acción enfermera que cohesione y fortalezca la atención cuidadora profesional de manera visible, singular y específica[2], [3], [4].
Pero no es menos importante el que en el seno de la Universidad, las enfermeras docentes hagamos un serio y riguroso análisis, no tan solo de lo sucedido durante la pandemia, sino sobre lo que es y representa la docencia enfermera y en qué punto se encuentra.
No podemos seguir en la inercia del movimiento generado como resultado del Espacio Europeo de Educación Superior. El mismo, tuvo su importancia y resultó fundamental para lograr los objetivos académicos que teníamos planteados las enfermeras. Pero ni el momento, ni el contexto, ni las necesidades, ni la realidad, ni las demandas, ni la propia enfermería son las de entonces, ni las expectativas, ni el contexto en el que se generan o debieran generarse son tampoco comparables.
Es por ello que es urgente, desde mi punto de vista, aprovechar, si se me permite la expresión, la pandemia como punto de inflexión para que la enfermería y las enfermeras dejemos de ser meros productos de la cadena de producción universitaria que abastece al mayor, e incluso casi exclusivo receptor, como es el SNS que lo que demanda no son enfermeras para la comunidad si no enfermeras tecnológicas que den respuesta al modelo en el que sustenta y que la pandemia ha demostrado claramente ineficaz e ineficiente.
Revisemos el paradigma en el que sustentamos nuestro proceso de enseñanza-aprendizaje y desde el que posteriormente se fundamenta el desarrollo profesional de las enfermeras. Tan solo si tenemos claro dicho paradigma y lo reforzamos con evidencias científicas y con una decidida apuesta por su fortalecimiento y comprensión, seremos capaces de adaptar nuestra formación y posterior experiencia a la realidad enfermera que necesita y espera la sociedad como ha quedado patente igualmente en esta pandemia.
Si, por el contrario, lo que hacemos son planteamientos enfermeros desde el paradigma médico imperante, que impregna el SNS, las respuestas que demos podrán ser buenas, pero no enfermeras. No nos equivoquemos ni engañemos a nadie.
Resulta imprescindible el trabajo colaborativo desde la transdisciplinariedad, pero realizándolo cada disciplina, cada profesión, desde su paradigma propio, respetando los principios y objetivos de cada uno de ellos y tratando de complementar y no de excluir.
No creamos, no caigamos de nuevo en el error, de pensar que les corresponde a otros darnos la solución. Es responsabilidad y exigencia de las enfermeras hacerlo, y en su caso reclamarlo donde corresponda. Recientemente hemos podido comprobar como se hacen intentos claros de invisibilización como la propuesta de RD que establece la Organización de las Enseñanzas Universitarias en el que, inicialmente, se excluía a Enfermería como ámbito de conocimiento. La respuesta de organizaciones como la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), Grupo 40+ Iniciativa Enfermera o la Conferencia de Decanas de Enfermería (CNDE), mediante sus alegaciones ha permitido que se modifique en el nuevo borrador, apareciendo Enfermería[5].
Tan solo desde una vigilancia activa, pero también desde el planteamiento claro e inequívocamente enfermero seremos capaces que las enfermeras formadas en la universidad no sean modeladas por el SNS, sino por las necesidades de cuidados de la comunidad donde deben integrarse, sea en hospitales, centros de salud o cualquier otro entorno en el que sea imprescindible la presencia cuidadora enfermera.
Las generaciones de enfermeras COVID no pueden ni deben ser identificadas como un fallo en el sistema de producción universitario, ni como un eslabón perdido, sino como una oportunidad de cambio tan necesario como inaplazable, tendente a lograr que la universidad deje de ser un ámbito cada vez menos atractivo y atrayente para las enfermeras, lo que genera nichos de colonización de otras disciplinas para formar enfermeras, con todo lo que esto supone para la enfermería, las enfermeras y la sociedad a la que deben dar respuestas. Como dijo Duque Ellington[6] “los problemas son oportunidades para demostrar lo que se sabe”, demostrémoslo de manera activa y decidida.
No contribuyamos con nuestra inacción a que la pandemia sea la excusa que nos arrebate, también, nuestra principal base de desarrollo, la docencia enfermera por y para enfermeras.
Seamos valientes, ya que, tal como expresara Víctor Hugo[7], “El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad.” Y las enfermeras llevamos mucho tiempo demostrando nuestra valentía.
[1] Escritor, profesor y filólogo español
[2] Benner P. The Wisdom of Our Practice. American Journal of Nursing 2000; 100(10):99-105.
[3] Benner P, Spichiger E, Wallhagen M. Nursing as a coring practice from a phenomenological perspective. Stand J Caring Sci 2005; 19:303-309.
[4] Benner P, Sutphen M, Kahn V, Day L. Formation And Everyday Ethical Comportment. American Association of Critical-Care Nurses 2008;17: 473-476.
[5]https://enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/article/2679/Proyecto%20de%20Real%20Decreto%20Organizacio%CC%81n%20Ensen%CC%83anzas%20Universitarias%20y%20Procedimiento%20de%20aseguramiento%20de%20su%20calidad%20v.29%20junio.pdf
[6] Figura importante en la historia del jazz.
[7] Poeta, novelista y dramaturgo francés.
Buena propuesta para fortalecer capacidades de enfermería