“Si supiese qué es lo que estoy haciendo, no lo llamaría investigación, ¿verdad?”
Alfred Einstein[1]
A las enfermeras que investigan y comparten el conocimiento generado y a las que utilizan las pruebas aportadas para la mejora continua de sus cuidados.
Nadie cuestiona, al menos públicamente, la importancia de la investigación enfermera y la producción científica que de la misma se deriva, aportando evidencias que argumenten y justifiquen las intervenciones enfermeras a través de los cuidados profesionales prestados.
En este sentido es cada vez menos frecuente la justificación de una intervención basándose en la repetición temporal de la misma, “porque siempre se ha hecho así”, lo que no quiere decir que se haya erradicado.
Las enfermeras han logrado desprenderse del oficio en el que fundamentaban sus actividades y tareas delegadas y subsidiarias, para adoptar la responsabilidad de sus competencias científico disciplinares autónomas, que obligan a fundamentarlas en pruebas derivadas de la investigación.
Para que esto haya sucedido ha sido necesario un salto cualitativo muy importante en el desarrollo de la enfermería tanto a nivel disciplinar como profesional. Pero, siempre hay algún pero, el valor del salto generado ha sido y sigue siendo desigual entre el ámbito docente/investigador y el ámbito asistencial, lo que contribuye a mantener, cuando no a agrandar, la brecha entre ambos y la consiguiente dificultad para que la aportación enfermera sea valorada en las instituciones, sean universitarias o sanitarias, y fomentada, apoyada y respetada, por considerarla fundamental para la atención de calidad que se presta a las personas, las familias y la comunidad.
Son muchos y variados los factores que influyen es este sentido y sería complicado hacer una acertada valoración, en base a mis reflexiones, para determinar con precisión las causas que impiden, dificultan o retrasan la continuidad de conocimiento y de evidencias desde el ámbito universitario al ámbito de la atención, de manera bidireccional, de tal manera que se evitasen o minimizasen las diferencias existentes.
Estamos pues ante una perspectiva que comparte variables, aspectos, elementos, características… similares a la dificultad que persiste para lograr la continuidad de cuidados, a pesar de ser una de los aspectos sobre los que más se incide y se insiste en cualquier desarrollo legislativo o normativo sanitario desde la Ley General de Sanidad de 1986[2]. De tal manera que podemos decir que los cuidados, tanto su prestación como su continuidad, continúan siendo una asignatura pendiente que, ni las enfermeras hemos sido capaces de aprobar, ni las instituciones lo han logrado tampoco, al no identificar la importancia de tal asignatura y su adecuada planificación en el Sistema Nacional de Salud (SNS). SNS, en el que, sin embargo, sí se han logrado satisfacer las expectativas de otros profesionales y de la propia institución. Servicios ofertados por dichos profesionales a los que se les ha dado importancia, apoyándolos y valorándolos como resultados de salud y, por tanto, como aportaciones conocidas y reconocidas para quienes las asumen como propias, aunque no les correspondan en su totalidad al ser compartidas, en su desarrollo y prestación, por otras/os profesionales. Pero también, por quienes las reciben, relacionándolas y valorándolas como si dichos profesionales fuesen los únicos responsables de las mismas. Por último, por quienes las gestionan y las reconocen como exclusiva aportación de dichos/as profesionales. Como consecuencia, la aportación específica de otros profesionales queda fagocitada en el producto médico final, invisibilizada y por tanto no valorada ni reconocida. Por su parte la prestación autónoma de cuidados profesionales enfermeros, al no estar institucionalizada como parte imprescindible de la atención prestada desde una perspectiva integral, integrada e integradora queda desdibujada en el modelo medicalizado, fragmentado y tecnológico en el que se enmarca el SNS y evaluado desde el positivismo racionalista de la ciencia médica que oculta e incluso niega la importancia de la investigación cualitativa y aún más, de aquella que hace partícipe a la comunidad.
La Universidad, por su parte, lleva otro ritmo, otra secuencia e incluso tiene otros intereses. Las enfermeras, desde la incorporación de sus estudios en la universidad, hace más de 40 años, han logrado un avance significativo que les ha llevado a alcanzar los máximos logros académicos, situándose al mismo nivel de cualquier otra disciplina. Otra cuestión es lo que han tenido que sacrificar o han dejado por el camino para alcanzar dichos objetivos.
Para empezar, es importante recordar que cuando se iniciaron los estudios en la universidad no existía ninguna revista científica enfermera, hasta que en 1978, apareció ROL de Enfermería que supuso el punto de inflexión que se necesitaba para iniciar la producción científica propia. Fueron momentos importantes, aunque todavía muy inmaduros y faltos del rigor científico exigibles para una disciplina universitaria. Pero a ROL, se incorporaron pronto nuevas e importantes publicaciones científicas que fueron configurando un nuevo mapa de publicaciones científicas enfermeras desconocido hasta entonces en España.
La incipiente producción científica enfermera aún adolecía de la fuerza que otorgan los equipos de investigación multidisciplinares en los que raramente participaban las enfermeras, centradas casi exclusivamente en la docencia universitaria recién estrenada. La fundación, en 1979, de la primera Sociedad Científica Enfermera, la Asociación Española de Enfermería Docente (AEED)[3], tuvo un destacadísimo papel en el desarrollo y consolidación de los estudios de Enfermería, hasta entonces colonizados por los médicos y por la medicina en la recién extinta titulación de Ayudante Técnico Sanitario (ATS).
Pero esta atención casi exclusiva y comprensible a la docencia, provocaba que la actividad investigadora fuese residual cuando no inexistente. Las enfermeras docentes, no formaban parte de proyectos de investigación y mucho menos se presentaban proyectos propios. Destacar, igualmente, el hecho de ser estudios de primer ciclo que impedían el acceso a estudios de 2º ciclo como sí ocurría con otras disciplinas, lo que anulaba de facto el máximo desarrollo académico. Esta serie de inconvenientes, sin embargo, no impidieron seguir creciendo a las enfermeras en la universidad con propuestas valientes e innovadoras que trataban de salvar las barreras existentes para el deseado y necesario desarrollo académico, aunque existiesen resistencias muy importantes por parte de otras disciplinas que incidían en la voluntad política y la consecuente toma de decisiones, necesarias para lograrlo.
En este camino fueron constituyéndose nuevas sociedades científicas que supusieron una importante aportación al desarrollo científico profesional enfermero como es el caso de la Asociación Española de Enfermería en Salud Mental (AEESME) en 1983 o la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) en 1994, a las que se sumarían otras posteriormente.
La creación, en 1996, de La Unidad de Investigación en Cuidados y Servicios de Salud (Investén-isciii) con el objetivo de fomentar la investigación en cuidados de enfermería, se configuró como una nueva e importante posibilidad para la investigación propia de enfermería.
Por su parte, el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), supuso en 2008, el paso definitivo para que las enfermeras pudiesen romper el techo de cristal impuesto y acceder en igualdad de condiciones al del resto de disciplinas, al máximo desarrollo académico a través del nuevo Grado de Enfermería.
Pero este fulgurante desarrollo en un espacio tan reducido de tiempo no fue suficiente para lograr una equiparación investigadora que se vio claramente dificultada por los criterios impuestos por la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) creada en 2002, que desde el principio, no tuvo en cuenta las diferencias derivadas del desigual desarrollo universitario de algunas disciplinas como Enfermería, argumentando para ello que, a igualdad de nivel igualdad de exigencia, lo que no dejaba de ser una clara inequidad, dado que las circunstancias de unas y otras disciplinas eran y siguen siendo, en muchos casos, claramente desiguales en cuanto a oportunidad. Si a ello añadimos que los criterios por los que se evaluaba y se evalúa la investigación enfermera son los mismos por los que se evalúan al resto de ciencias de la salud pero sin tener en cuenta la especificidad de las disciplinas que la componen y por tanto bajo el paraguas de biomedicina y su paradigma, podemos hacernos una idea del importante obstáculo al que se enfrentaban y siguen enfrentándose las enfermeras en la universidad para lograr una acreditación que, por otra parte, se les exige para poder mantenerse y hacer carrera académica en la universidad.
Sin embargo, esa supuesta, necesaria e imprescindible igualdad entre disciplinas esgrimida, no se tiene en cuenta a la hora de acceder al nivel A1 en el que incorporan a unos y excluyen a otros, las enfermeras, con criterios tan arbitrarios como injustos. La igualdad finalmente es tan solo un comodín para mantener la desigualdad.
Esta situación hace que el foco de atención que al inicio se centraba en la docencia se desplace hacia la investigación, lo que supone una clara distorsión en la compatibilidad entre docencia e investigación dados los pesos que se otorga a uno u otro ámbito en este nuevo escenario. Por otra parte, el hecho de tener que competir en base a criterios de evaluación investigadora marcados por las empresas editoriales con un factor de impacto que se supone marca la calidad de la investigación, se traduce en una mercantilización extrema del conocimiento, al tener que publicar en revistas denominadas de impacto que son las que darán acceso al reconocimiento investigador a unos precios abusivos que son tolerados por todas las partes sin que exista el más mínimo intento de control en lo que se ha convertido en un lucrativo negocio editorial para las multinacionales que lo controlan y en una pesadilla para quienes tienen que publicar, si o si, en estas revistas.
A pesar de todo ello, Enfermería es la segunda área con mayor incremento del impacto normalizado de citas, la segunda en crecimiento particularmente elevado en colaboración internacional y la primera en aumento del impacto normalizado de descargas[4], sin que ello redunde en el ámbito de la atención directa a personas, familias y comunidad.
Este panorama, entre otras muchas cosas, provoca la agonía de múltiples revistas enfermeras españolas de extraordinaria calidad y rigor científico que al no pertenecer al selecto club del Journal Citation Reports (JCR), son prácticamente descartadas por parte de las enfermeras de las universidades para publicar sus trabajos, ya que no son tenidas en cuenta para valorar la actividad científica, abocando a las mismas a una difícil situación para mantener no tan solo la calidad sino la viabilidad de las mismas.
Llegados a este punto nos encontramos con que la investigación que se genera en la universidad es una investigación hecha a medida para poder ser publicada en las revistas de mayor impacto y, por tanto, las que más cobran por publicar, con precios que resultan obscenos en este escenario de pornografía del conocimiento con trata de blancas incluido. Además, se trata de investigaciones que no se llevan a cabo, en la mayoría de los casos, en base a temas de interés para el ámbito de la práctica enfermera, situándose fundamentalmente en un plano teórico o alejado de la realidad y del interés de la mayoría de enfermeras españolas que, además, no consultan, al no tener acceso a las citadas revistas.
Esta situación, por tanto, supone ahondar en la brecha entre docencia e investigación universitaria, y asistencia, al no producirse la continuidad necesaria de conocimiento compartido entre ambas partes que permita incorporar las evidencias generadas a la prestación de cuidados profesionales en base a las necesidades reales que se plantean. De tal manera que el foso que separa a enfermeras de una y otra parte es cada vez más ancho y profundo y el puente que une ambas orillas cada vez más frágil y peligroso, lo que provoca situaciones muy negativas para el necesario desarrollo disciplinar, científico y profesional de la enfermería, que se ve agravado por la desafección existente entre las enfermeras y las sociedades científicas, lo que se traduce en una clara inmadurez de la profesión enfermera.
No hay que olvidar tampoco, la fascinación por el contexto anglosajón que está determinada en gran medida por el simple hecho de utilizar el inglés como lengua vehicular y elemento de excelencia, más allá de lo que aporte el contenido de lo publicado, que es otro de los factores que incide en la publicación del conocimiento científico en general y de enfermería en particular. Cuando tenemos la posibilidad de explorar y explotar el contexto iberolatinoamericano en castellano y portugués, un escenario tan importante y descuidado cultural y científicamente para modificar los desequilibrios existentes.
A todo esto hay que añadir, la desidia de las autoridades políticas y sanitarias en apoyar decididamente la investigación enfermera y las dificultades para que las enfermeras asistenciales lleven a cabo investigación como hacen profesionales de otras disciplinas en las mismas organizaciones y que se concretan entre otras razones en: la falta de apoyo tanto financiero como de tiempo de dedicación; las ratios de enfermeras por cada 1000 habitantes situadas a la cola de los países de la OCDE a pesar que se quiera maquillar con el falso y demagógico discurso de la contabilización de auxiliares de enfermería en la confección de las citadas ratios; las barreras de acceso o la simple inexistencia de recursos enfermeros (revistas, libros, documentos…) para la investigación; los obstáculos o impedimentos administrativos y laborales en el acceso a bases de datos propias; la negativa a crear plazas vinculadas de enfermería, como sucede en otras disciplinas, que facilitarían la continuidad de conocimiento entre ambas partes y que supone un nuevo y fragrante agravio comparativo; las trabas institucionales en la tutorización de estudiantes por parte de profesionales o para ser profesoras/es asociadas/os; la inclusión de investigadoras enfermeras en equipos en los que no se plantean objetivos de atención y resultados enfermeros; el pertinaz e irracional mimetismo hacia la profesión médica con el que se siguen planificando y desarrollando acciones o actividades enfermeras como las especialidades EIR que separan aún más la formación/investigación entre universidad y asistencia en un estúpido y absurdo intento por generar un espacio aislado a modo de reino de Taifas; la ausencia de contenidos específicos de investigación en muchos de los planes de estudio de enfermería que es sin duda un inicio nefasto para poner en valor la investigación enfermera; la fobia que se genera en muchas/os estudiantes de enfermería a la investigación con el desarrollo de los Trabajos Fin de Grado que en lugar de ser un elemento de motivación por la investigación se convierten en el principal elemento de rechazo hacia ella; la ausencia de programas de captación de investigadores noveles entre estudiantes a través de semilleros de investigación primando por contra las competencias técnicas que revierten en la formación de enfermeras tecnológicas que es lo que demanda el SNS… son tan solo algunos de los ejemplos de lo que es y supone la investigación enfermera en las organizaciones de la salud, pero también en la universidad, en las que, además, no existen generalmente figuras específicas enfermeras con capacidad de decisión que canalicen, promocionen, apoyen y faciliten la investigación enfermera, reduciéndose a puestos como responsables de docencia que habitualmente canalizan, que no gestionan, otro de los grandes negocios del sistema y de quienes lo manejan, la formación. Podemos, por tanto, hacernos una idea de lo complicado que resulta que las evidencias científicas nutran a la práctica enfermera en base a una investigación tan necesaria y sin embargo tan olvidada, ignorada y maltratada.
La investigación enfermera no puede ni debe convertirse en un medio exclusivo de desarrollo académico identificado como un esnobismo por una gran parte de las/os profesionales.
Resulta imprescindible que exista una apuesta clara, concisa, potente, y decidida tanto de políticos como de decisores sanitarios a la hora de identificar la trascendencia de una continuidad del conocimiento entre la universidad y las organizaciones de la salud y la propia comunidad a través de políticas que fomenten la investigación enfermera compartida, que permita una mayor calidad de los cuidados profesionales fundamentada en evidencias científicas accesibles, que se incorpore como un valor añadido de las propias instituciones y de sus enfermeras, favoreciendo el prestigio de las revistas nacionales con criterios de rigor científico contrastados que no supongan una competencia tan desigual como desleal como la que existe actualmente.
Si no se actúa en este sentido en breve diremos aquello de entre todos la mataron y ella sola se murió. Y los milagros no existen o requieren de una fe con la que no contamos.
Como dijera Tácito “La verdad se robustece con la investigación y la dilación; la falsedad, con el apresuramiento y la incertidumbre.”[5] ¿Seguimos dudando o actuamos?
[1] Físico alemán, premio Nobel de Física 1921
[2] «BOE» núm. 102, de 29 de abril de 1986, páginas 15207 a 15224 (18 págs.)
[3] Cachón Rodríguez, E. La Asociación Española de Enfermería Docente (AEED). Trabajando por el futuro. Enf Global. 2003; 3: 1-9. https://digitum.um.es/digitum/bitstream/10201/23951/1/633-2927-2-PB%5B1%5D.pdf.
[4] Según el último informe de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) del Ministerio de Ciencia e Innovación.
[5] Jurista, político (senador) y orador romano.
Solo la sociabilizacion de los conocimientos hacen sobrevivir a una profesión . Empoderar de saber y activa el cuestiona miento hacia donde se va.