Pérdida de identidad
Cicerón[1]
El uso de la simulación es un elemento clave en la formación de futuras enfermeras y hace referencia a un evento o situación que trata de simular o parecerse lo máximo posible a la práctica real a través de entornos formativos de simulación que repliquen situaciones de la vida real con mayor o menor grados de fidelidad o credibilidad.
Pero más allá de la identificación de estas metodologías docentes como eficaces en el proceso de enseñanza – aprendizaje de las futuras enfermeras, sobre lo que realmente quisiera reflexionar hoy es sobre lo que yo identifico como una simulación profesional que se incorpora en muchas enfermeras más allá de las aulas de la universidad.
Parece como si una vez obtenido el título que habilita para el ejercicio de la enfermería, que lamentablemente parece ser el principal, y me atrevería a decir que en muchas ocasiones casi único objetivo tanto del estudiantado como de las universidades donde se forman, lo que incorporan es una simulación profesional que maquilla, esconde, deforma, la verdadera identidad enfermera, en un intento, no sé muy bien si intencionado o adquirido e interiorizado, de parecer lo que no se es u ocultar lo que se es. Como si el sentimiento de orgullo profesional no hubiese sido adquirido y, además, con el tiempo se fuera diluyendo de manera progresiva hasta convertirlo, incluso, en un sentimiento contrario de rechazo y frustración a lo que se es, enfermera.
Es cierto que la simulación en la formación de enfermeras ha mostrado resultados positivos en la adquisición de conocimientos, habilidades, autoeficacia, confianza y competencias profesionales. Sin embargo, la formación en habilidades de comunicación es escasa e insuficiente, a pesar de ser fundamentales en la calidad de atención que deben prestar las enfermeras, cuya formación se centra tradicionalmente en la adquisición de habilidades técnicas, paralelamente al modelo asistencial biomédico y tecnificado predominante y que provoca una gran fascinación entre el estudiantado que es directamente inverso al que genera la. formación para la adquisición de competencias relacionadas con aspectos emocionales y habilidades de comunicación, que incluso son denominadas como competencias blandas en un claro desprecio, no exento de ignorancia, hacia las mismas, lo que hace que, su falta de solidez, impida la consolidación profesional y acabe escurriéndose y perdiéndose como parte fundamental del ser y sentirse enfermera, al contrario de lo que sucede con las aparentes competencias duras ligadas a las técnicas y la tecnología, que solidifican y ocupan el sentimiento enfermero con carácter casi exclusivo y en el que, además, las enfermeras se sienten cómodas y seguras dada la certeza que les proporciona en contraposición a la incertidumbre y en muchas ocasiones la ansiedad de tener que afrontar sentimientos, emociones y valores ante los que suelen generar una coraza como medida de protección ante una hipotética y falsa amenaza para su salud. Lo que no deja de ser paradójico, pues quienes tendrían que promocionarla, protegerla y rehabilitarla, se dedican a defenderse de ella, mediante una permanente y absurda simulación de lo que no se es ni se quiere ser, tras la barrera tecnológica aislada y desprovista de los cuidados profesionales y de la consiguiente humanización. Estas, entre otras razones, pueden justificar muchos comportamientos ligados a la citada tecnología y al ámbito biologicista en el que se incorporan y que llevan a desproveer a las personas precisamente de lo que son, personas con identidad propia e individual, para pasar a etiquetarlos, desde esa permanente tecnificación, cosificación, despersonalización, que atenta a su dignidad humana, como portadores de sus patologías que, aparentemente, desplazan y anulan sus sentimientos, emociones, experiencias, valores, para ser sustituidos por síntomas, signos y síndromes estandarizados y uniformados, para los que, de igual manera, se confeccionan planes de cuidados estandarizados, como si de una moda prêt à porter se tratase, en lugar de una confección de los mismos, individualizada y personalizada que obliga a una atención igualmente individual e integral. Estandarización, por tanto, que se incorpora también en la interacción con las personas, trasladando mensajes mecánicos desprovistos de empatía que anulan la escucha activa que alimenta la comunicación y el consenso, para ser sustituida por una información unidireccional y tecnológica que impone las decisiones profesionales.
Hace tiempo, tanto que las nuevas enfermeras prácticamente tan solo lo conocen por la iconografía no siempre acertada ni relacionada con la profesión, la cofia, junto a uniformes degradantes, dejaron de ser elementos identificativos de las enfermeras, para adoptar una uniformidad homogénea con el resto de profesionales de los servicios de salud. A partir de ese momento la identidad pasaba a ser una responsabilidad individual de cada enfermera al no ser explícita por distintivos específicos, más allá de la utilización aislada y anecdótica de identificadores que daban poco sentido al elemento que, en teoría los mantenía visibles, como es el caso de los imperdibles, ya que precisamente solían perderse con suma y sospechosa frecuencia. De tal manera que las personas que acuden a los servicios de salud suelen tener dificultades serias para lograr identificar a quienes se dirigen a ellas enfundadas/os en batas o pijamas tan impersonales como, en muchas ocasiones, amenazantes. El anonimato, por tanto, se convierte en la carta de presentación habitual en la relación entre enfermeras y usuarios. Hecho que no tan solo impide poner nombre a quienes se dirigen a ellos si no que, ni tan siquiera, permite identificar la profesión u ocupación de quien lo hace, generando una gran confusión e insatisfacción y contribuyendo con ello a la invisibilización profesional enfermera que queda oculta y desvalorizada en esa simulación permanente en la que se incorporan, que al contrario de lo que sucede con la simulación pedagógica , en la profesional lo que se logra es representar o hacer creer algo que no es verdad con palabras, gestos o acciones y, por tanto, alejándose de un intento por replicar una realidad enfermera que cada vez se torna más lejana y difusa.
Si bien es cierto, como decía, que la simulación en la docencia enfermera alcanza resultados positivos en la adquisición de conocimiento, habilidades, autoeficacia, confianza y competencia enfermera, estos son paulatinamente abandonados en la simulación profesional al sustituirlos por una progresiva estandarización de acciones repetitivas con pobre o nula justificación científica que debilita o anula los conocimientos, sustituyendo habilidades por mecanización rutinaria, autogestión y autoeficacia por pendencia técnica y profesional, confianza por frustración, conformismo e inmovilismo y competencia enfermera por una ejecución de actividades y funciones que encasilla y resta autonomía al tiempo que favorece la subsidiariedad. De tal manera que la cofia, aunque esta sea imaginaria, vuelve a incorporarse con toda la carga que la misma conlleva a excepción de, posiblemente, la única virtud que tenía, que no era otra que la clara identificación profesional de quien la portaba.
La simulación profesional, además, va ligada a una astenia y bulimia profesionales que deforman la autoimagen enfermera haciendo que la misma sea rechazada, lo que provoca acciones lesivas contra ella en un intento de modificación forzada de dicha imagen que lo único que consigue es precisamente agravar su situación y aislarle del contexto en el que está integrada. Esta realidad paralela en la que se sitúa comporta llevar a cabo una simulación permanente en la que trata de ser lo que no es y ocultar lo que es con un evidente prejuicio para el conjunto de la profesión y su desarrollo.
La simulación, por otra parte, comporta asumir roles, patrones o comportamientos delegados o prestados de otras disciplinas creyendo que las hace suyas e identificándolas como propias, cuando realmente lleva a cabo tareas delegadas sobre las que no tiene control ni autonomía y que tan solo tienen por objeto aliviar el trabajo de otras/os profesionales en una especie de subcontrata de competencias alejada de la identidad propia enfermera, instalándose en una zona de confort exenta de responsabilidad que incluso mimetiza denominaciones ajenas apartando con ello aquellas que les identifican como profesionales autónomas/os ligadas a las denominaciones que deciden abandonar, suponiendo un elemento más en el deterioro de la identidad propia a través de la simulación.
Este comportamiento es incluso apoyado por diferentes organizaciones que identifican el mismo como un logro de campos de actuación que, sin embargo, conllevan el abandono de competencias propias que rápidamente tratan de ser asumidas y reconocidas como propias por parte de otras/os profesionales que aprovechan la oportunidad de abandono de responsabilidad para adjudicársela e integrarla como parte de su crecimiento, lo que supone la pérdida irreparable de identidad enfermera que, además, la población identificará en quienes la asumen por haber sido abandonada que no delegada, al contrario de lo que sucede con las que abraza de manera tan efusiva como irracional que siempre van a ser identificadas como ajenas a la profesión enfermera y propias de quienes las están delegando que no abandonando.
Nos situamos, por tanto, en un escenario en el que la confusión de papeles de quienes actúan como protagonistas de la acción hace que la identidad enfermera quede muy debilitada o incluso diluida en esa simulación.
Por el contrario, quienes se reafirman en su identidad e imagen, no tan solo tienen que luchar contra los intentos de subsidiariedad a los que quieren ser sometidas/os por parte de otros colectivos si no que lo deben hacer contra los que simulan una acción ajena interpretándola como propia y contra quienes están al acecho de querer ocupar los espacios que en dicha disputa se generan y que luego resulta prácticamente imposible recuperar.
En definitiva las competencias enfermeras no precisan de simulación alguna, si no de concreción y reafirmación identitaria y de imagen en base al paradigma propio enfermero que debe ser alimentado convenientemente de evidencias científicas que permitan su fortalecimiento y la debida autoestima en base a lo que es y representa ser y sentirse enfermera, sin necesidad de asumir papeles ajenos desde los que ni seremos capaces de ser creíbles ni de aportar respuestas eficaces de cuidados profesionales a las personas, las familias y la comunidad.
Resulta imprescindible abandonar aquellos espacios que nos son ajenos y en los que por mucho que simulemos siempre lo haremos desde la subsidiariedad y no desde la autonomía. En cualquier caso, esto no supone, de ninguna manera, el que no podamos participar en acciones compartidas con otras disciplinas, pero sin que ello suponga el suplantar identidades en un patético carnaval en el que las máscaras ocultan la verdadera identidad enfermera y generan confusión a la hora de identificar a las/os verdaderas/os protagonistas de las competencias.
Asumir la identidad enfermera supone el reconocerse y darse a conocer como enfermeras, sin necesidad de simular aquello que ni somos ni tenemos capacidad de ser y que, además, supone el tener que abandonar lo que realmente somos.
Finalmente, ser o no ser, esa es la cuestión.
[1] Jurista, político, filósofo, escritor y orador romano (Arpino, 3 de enero de 106 a. C.-Formia, 7 de diciembre de 43 a. C.)