CUENTO DE NAVIDAD, CUENTO DE ATENCIÓN PRIMARIA

 “La mayoría de las cosas importantes en el mundo han sido logradas por personas que han seguido intentándolo cuando parecía no haber ninguna esperanza”.

Dale Carnegie[1]

 

Ana es enfermera comunitaria y desde hace más de 35 años trabaja en un centro de salud. El mismo que ayudó a montar al inicio de la Atención Primaria en España. Cuando la Atención Primaria era una gran desconocida que se miraba con recelo y se evaluaba con cierto desprecio por entender que era un entorno de atención menor y sin proyección profesional.

Ana se incorporó, tras aprobar las primeras oposiciones que se convocaron en España para puestos de enfermeras de atención primaria en base al Real Decreto 137/1984, de 11 de enero, sobre estructuras básicas de salud que establecía los principios normativos generales conforme a los cuales sea posible la creación y puesta en funcionamiento de Zonas de Salud, a las que se atribuyen funciones integradas de promoción, prevención, asistencia y rehabilitación dirigidas tanto al individuo, aisladamente considerado, como a los grupos sociales y a las Comunidades en que se insertan quienes por otro lado participan activamente a lo largo de todo el proceso sanitario[2]. Lo hizo con ilusión, al tiempo que, con incertidumbre, dado que se trataba de un nuevo modelo del que poco o nada se sabía, pero para el que se formó y trabajó desde la primera Sociedad Científica de Enfermería Comunitaria a la que se asoció cuando se creó y a la que sigue perteneciendo.

El transcurrir de los años hicieron que Ana pasara por diferentes fases de ánimo, esperanza, ilusión, pero también de desánimo, frustración e incluso de ganas de abandonarlo todo y emprender un nuevo proyecto. Pero finalmente le pudieron más las ganas por recuperar aquello en lo que creía, que tirar la toalla.

Próximas las vacaciones de una nueva navidad atípica, por obra y gracia de la pandemia, Ana se encuentra a la espera de conocer el resultado del examen que realizó el pasado día 11 y que durante tanto tiempo estuvo esperando para lograr ser, bueno no, para logar obtener el título de especialista en enfermería familiar y comunitaria, porque serlo ya lo es. No es que le haga falta para hacer lo que está haciendo desde hace tantos años y para lo que es sobradamente competente. Pero es como un reto personal que quiere logar y porque considera que es algo que merecen las residentes a las que tutoriza, aunque a ellas lo que verdaderamente les ha aportado Ana es su conocimiento, fuerza, valor, convicción, orgullo de ser y sentirse enfermera comunitaria al margen de poseer un título por muy oficial e importante que pueda ser o parecer.

Como tantos otros días Ana inicia una jornada más en el Centro de Salud, ahora que ha retomado cierta normalidad que la pandemia y quienes gestionan la sanidad cortaron de raíz, en un caso por los contagios que provocaba y en otro por la ignorancia y la torpeza de quienes tomaron decisiones en contra de la Atención Primaria y su actividad. Pero ella siempre dice que no hay días iguales, que todos ofrecen nuevas experiencias y realidades que afrontar con las personas y las familias a las que atiende. Personas y familias que son parte de su vida porque las ha visto nacer, crecer, evolucionar, luchar, sufrir, alegrarse… a lo largo de sus diferentes ciclos vitales, con sus anhelos y sus sueños, sus logros y sus fracasos, sus alegrías y sus tristezas, sus certezas y sus dudas, sus amores y desamores, sus victorias y sus derrotas, sus pérdidas y sus duelos… como parte de sus procesos de salud en los que ha intervenido, tanto individualmente como en el entorno familiar, tratando de dar respuesta puntual a las necesidades que le planteaban o que requería identificar. Respuestas desde los cuidados profesionales que aprendió a consensuar con ellas huyendo de la estandarización formal y normotípica recogida en los manuales que sirven como referencia pero no como dogma de fe, pues aprendió que los cuidados son una realidad compleja, no lineal y en constante evolución que requieren ser adaptados a la realidad individual y exclusiva de cada persona atendida, por mucho que en el problema de salud por el que les atiende confluyan patologías que responden a indicaciones en este caso si estandarizadas, como la diabetes, la hipertensión o la obesidad. Pero es que ella atiende personas que sufren, viven, trabajan, conviven… con esas patologías y que por tanto afrontan de desigual manera en base a las expectativas, valores, vivencias, debilidades, fortalezas, recursos… que cada persona tiene o es capaz de lograr. Por eso ha aprendido también que necesita tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis, para prestar los cuidados profesionales, a pesar de que la institución para la que trabaja siga invisibilizando su aportación singular al dar más importancia a la técnica que al cuidado. A pesar de que algunas/os compañeras/os consideren que no vale la pena ese esfuerzo y prefieran instalarse en la ética de mínimos en contraposición al valor ético que aporta Ana para poner su competencia al servicio de todos y de todo, a pesar, precisamente, de todos y de todo.

Y con ese compromiso, con esa actitud, afronta Ana esta nueva jornada. Y lo hace, como siempre, con alegría, con una sonrisa permanente, con disposición y disponibilidad, pues como ella dice, nadie merece ser receptora de sus preocupaciones, su rabia contenida o su angustia acumulada, que ha aprendido a gestionar como ha hecho también con el tiempo del que dispone y que es el mismo para todo el mundo. Finalmente planifica sus emociones y su tiempo para dar la mejor respuesta posible a las emociones y el tiempo requerido por las personas a las que atiende.

Empieza por repasar su agenda y sus compromisos adquiridos. Los que tiene en su consulta y los que debe atender en los hogares de las familias o en algunos espacios comunitarios. Además, claro está, de las ineludibles obligaciones cotidianas de técnicas que, como tantas otras cosas, se disfrazan eufemísticamente con denominaciones tan singulares como la de actividades comunes.

En primer lugar, atiende la Consulta, su consulta, que es espacio de escucha activa y de complicidad con la salud, entre ella y las personas que acuden a ella. De complicidad que no de dependencia. Porque Ana se ha esforzado desde el principio en trasladar la importancia del autocuidado, de la autonomía, de la autogestión y la autodeterminación de las personas, respetando y atendiendo a su cultura, su educación, sus valores y sus creencias, adaptándose a ellas para tratar en todo momento que el afrontamiento que la persona deba hacer a su problema de salud sea el más efectivo en base a sus recursos personales, familiares, sociales y comunitarios. Abordando los problemas no desde la enfermedad sino desde la recuperación de la salud y el bienestar a través de una atención integral, integrada e integradora que al principio les cuesta entender al seguir creyendo que la enfermedad es lo más importante. Sin embargo, Ana, la sitúa en un segundo plano y hace énfasis en saber cómo se sienten y conocer cuál es su entorno, en lugar de hacerlo en los síntomas y la medicación que, sin dejar de atender a ellos, los integra en todo el proceso. Identificando fortalezas para sacar el mayor provecho de ellas y tratando de minimizar o superar las debilidades. Haciendo seguimiento de sus logros y ayudando a superar los “fracasos” para que aprendan de ellos y logren la capacidad de controlarlos. Sin generar falsas expectativas, pero animándolos en todo momento a superarse día a día. Finalmente, la satisfacción compartida de alcanzar los objetivos que les permite ser responsables de sus procesos no supone, en ningún caso, la pérdida de contacto cuando este es demandado por ellas. Pero dejan de acudir de manera sistemática a su consulta y tanto Ana como las personas que lo logran lo celebran como merece y corresponde. Como dice Ana, quiere estar pendiente de todas las personas que acuden a su consulta, pero no quiere que sean dependientes de ella.

Una consulta de puertas abiertas, tanto para entrar como para salir de ella, sin que suponga un reducto asistencial, sino un recurso de atención personal e individualizada.

Cuando acaba de atender a las personas que tiene programadas y aquellas que por muy diferentes motivos han acudido a hablar con ella, se prepara para ir a diferentes domicilios que tenía programados. Se trata de intervenciones familiares en el domicilio, alejándose de la habitual visita domiciliaria para atender la úlcera, la diabetes o a hipertensión. Ana tiene claro que es necesario hacer intervenciones integrales en y con la familia que permitan abordar las muy diversas situaciones de salud que se generan en dichos entornos privados a los que acude y a los que le invitan a entrar y compartir la intimidad de ese espacio tan exclusivo. Sabe que ella es la invitada que ese no es su espacio natural, como el de la consulta, y que por tanto debe reconocer y respetar sus dinámicas, observando y no interpretando, valorando y no criticando, escuchando y no tan solo oyendo… identificando cada mínimo detalle que pueda significar una oportunidad de mejora, de ayuda, de apoyo en los procesos vitales de cada miembro de la familia a nivel individual, pero también de la familia como grupo que vive, convive y es receptor de los problemas que cada uno de sus miembros pueda tener y se comparten o rechazan en base a los vínculos, relaciones o roles existentes y de los valores, normas o creencias que conforman ese microespacio comunitario de cuidados en el que resulta complejo, pero necesario intervenir para tratar de establecer equilibrios que permitan afrontar las diferentes situaciones de salud que se comparten, articulando los cuidados familiares con los profesionales. Pero Ana sabe que debe hacerlo sin que su intervención sea identificada como una intromisión. Son procesos largos, continuados en el tiempo, en los que no caben recetas magistrales ni planes estandarizados, sino respuestas que obedezcan a cada momento, demanda o necesidad puntual. De la capacidad de generar un clima de confianza dependerá que las puertas de ese hogar sigan abiertas para Ana o que se cierren, aunque pueda seguir entrando físicamente. No se trata de visitar si no de intervenir e interrelacionar.

Cuando Ana sale del último domicilio, se dirige a uno de los Colegios de Educación Infantil y Primaria existentes en la Zona Básica de Salud, para reunirse con el claustro de docentes y la Asociación de Madres y Padres de Alumnos (AMPA) con el fin de planificar las próximas actividades a desarrollar tras las vacaciones de navidad, en el centro educativo en base a las necesidades identificadas por ellos como principales agentes de salud. Ana conoce la importancia de coordinación y articulación que ella, como referente del Centro de Salud en el Colegio, tiene. Se trata, como en anteriores ocasiones, de consensuar y definir los objetivos, priorizarlos, marcar los tiempos para desarrollarlos, identificar las/os responsables para cada fase del proceso, diseñar los indicadores de evaluación e implementar la actividad. Ana participará en algunos momentos del proceso junto a otras/os compañeras/os del Centro, cuando su intervención sea necesaria, pero huyendo del protagonismo y dejando que el mismo recaiga tanto en las madres y los padres, como en el equipo docente, el de apoyo del colegio y en el propio alumnado. Esta participación colectiva y planificada, permite no tan solo favorecer hábitos y conductas saludables de quienes conforman esa pequeña comunidad escolar, sino también que el Colegio como entorno comunitario sea también, en su conjunto, saludable.

El Ayuntamiento es su próximo destino antes de regresar al Centro de Salud. Ha concertado una reunión con la concejala de Sanidad y la alcaldesa a fin de abordar diferentes temas relacionados con el servicio de atención domiciliaria que oferta el Ayuntamiento. Ana considera imprescindible establecer una adecuada coordinación entre tan importante servicio municipal y la atención que desde el Centro de Salud prestan las enfermeras comunitarias, con el fin de evitar duplicidades, eliminar contradicciones e impedir olvidos, que influyen muy negativamente tanto en la continuidad de cuidados como en la calidad percibida de los servicios prestados desde el Ayuntamiento y el Centro de Salud. Servicios compatibles que no excluyentes, pero que precisan de una coordinación que respete los espacios y favorezca el entendimiento, potenciando positivamente los resultados obtenidos de dicha colaboración.

Ya en el Centro de Salud, Ana se dispone a participar en la reunión de equipo en la que compartirá algunas de las gestiones que ha realizado durante su jornada y que requieren de la participación de otras/os compañeras/os. Así mismo deberá estar atenta a lo que se plantee en otros aspectos a fin de saber si tiene que incorporarse en alguna actividad planteada por otras/os profesionales.

Se trata del último día de trabajo antes de las vacaciones de navidad que Ana va a lograr disfrutar después de muchos años en los que no había podido hacerlo. Resulta, por tanto, importante dejar todo registrado para que quien vaya a sustituirle no tenga problemas a la hora de realizar su trabajo. Por respeto a quien se incorpore y a la población que de ella depende, es importante que todo quede debidamente reflejado.

Ana se despide de todas/os sus compañeras/os hasta el próximo año. El día 2 de enero regresará de nuevo, con renovadas energías y con la ilusión de que la Atención Primaria en la que ella cree no siga siendo una cuestión de voluntarismo, sino una organización adecuadamente planificada y bien dotada para ofrecer la mejor atención de salud a la comunidad. Es un deseo que se repite desde ya hace demasiado tiempo, tras la deriva que ha tomado en las últimas décadas la Atención Primaria. Ana sigue creyendo en los Reyes Magos y sigue escribiéndoles año tras año en idéntico sentido con la esperanza viva de que puedan finalmente hacer realidad su deseo que, por otra parte, es compartido por otras muchas enfermeras y profesionales de Atención Primaria.

Cuando se dispone finalmente a abandonar el Centro de Salud, la administrativa le llama para decirle que debe ir urgente a un domicilio. Ana no se lo puede creer, justo en el momento en que iba a iniciar sus vacaciones le surge una urgencia. Pero se trata de una de las personas a las que está cuidando en su domicilio y no puede poner escusas ni derivarlo a otra/o compañera/o. Le extraña porque estaba muy bien la última vez que fue a su casa y la administrativa no ha sabido decirle el motivo de la urgencia, pues le comenta que su hija estaba muy nerviosa.

Así pues, Ana, se dirige al domicilio indicado. Cuando llega se sorprende al ver a la hija esperándole en la calle. Le pregunta por lo que pasa y Puri, que así se llama, le dice que no es nada urgente pero que antes de que se vaya de vacaciones quiere que vea a su madre para quedarse tranquila y que había bajado a recoger una cosa del supermercado y por eso la ha encontrado en la calle. A Ana, este tipo de conductas no le gusta y así se lo dice a Puri, quien ni tan siquiera se da la vuelta mientras abre la puerta que da acceso al recinto de la urbanización donde vive. Ana está extrañada por la actitud de Puri, pero ya no insiste. Finalmente, Puri abre y accede al gran patio central y entonces girándose le dice a Ana, esto es algo que queríamos que te llevaras de vacaciones y al traspasar la puerta, se encontró con una gran cantidad de gente conocida que aplaudiendo recibió a Ana con una copa en la mano y en torno a una pancarta que ponía “Ana, haces que lo difícil sea alcanzable y que la salud sea posible. Gracias por cuidarnos y enseñarnos a cuidar. No eres nuestra heroína, eres nuestra enfermera”.

Ana no se lo podía creer, no daba crédito. No sabía por qué esa muestra de agradecimiento por hacer lo que ella quería y debía hacer como enfermera.

Pero Puri, acercándose le dijo: Perdona por engañarte y robarte el inicio de tus vacaciones, pero queríamos compartir contigo nuestro agradecimiento de idéntica manera que tu compartes tu trabajo con nosotras/os, con alegría y celebrándolo. Llévate contigo esta muestra de cariño y de respeto. Sabemos lo que es y supone ser enfermera gracias a ti. Feliz Año Nuevo.

Así acabó su jornada y así inició las vacaciones Ana, que recordó una frase del libro “El coronel no tiene quien le escriba” de Gabriel García Márquez[3]

“La ilusión no se come -dijo ella. No se come, pero alimenta -replicó el coronel”

 

Esta es una historia que me gustaría que fuese real y que considero estamos en disposición de que lo sea si realmente seguimos creyendo en los Reyes Magos y en la Enfermería.

Hasta aquí esta nueva entrega de reflexiones del Blog “Enfermeras Comunitarias”. Espero que el Nuevo Año y la pandemia nos permitan seguir compartiendo reflexiones desde las que construir la enfermería que merecemos pero que, sobre todo, merecen las personas, las familias y la comunidad.

Felices Fiestas y Próspero Año Nuevo

 

[1] Empresario y escritor estadounidense de libros que tratan sobre relaciones humanas y comunicación eficaz..

[2] https://www.boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-1984-2574

[3] Escritor y periodista colombiano.