“He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”
Charles De Gaulle[1]
Las fiestas navideñas, de fin de año y de Reyes, con pandemia incluida, dan paso a un nuevo año, 2022, que todos auguran será el definitivo para vencer al COVID 19 que nos ha venido acompañando en los dos últimos años.
A parte de las ya consabidas tasas de incidencia, contagios, vacunación, ocupación hospitalaria y de UCI, unidas a la letanía de la subida de la luz, el denominado Nuevo Año, más allá de cambiar el dígito de unidades, no parece que aporte excesivas novedades con relación al ya finalizado 2021. En todo caso, y en relación a aquello sobre lo que suelo reflexionar, todo parece indicar que lejos de mejorar la situación de la sanidad y de la salud, tiene tendencia a seguir empeorando, aunque pueda parecer que ello es imposible o cuanto menos soportable. Pero como ocurre con el precio de la electricidad, ni los incrementos de este ni el deterioro del sistema sanitario parecen inquietar lo más mínimo a quienes, al menos en principio, tienen la responsabilidad de hacer algo para que el primero baje y se estabilice en una cantidad razonable y soportable para la mayoría de la ciudadanía y el segundo frene la caída libre y mejore no tan solo la calidad de la atención, sino la organización del mismo ligada al necesario e imprescindible incremento de las inversiones para que ello sea posible más allá de las presiones de los lobbies que lo mantienen en estado vegetativo para regocijo y enriquecimiento de la sanidad privada, la desesperación y abandono de amplios sectores de la sociedad que ven recortados sus derechos y sus oportunidades y el maltrato a las/os profesionales que trabajando en condiciones precarias son señalados en muchas ocasiones como culpables de los males del sistema.
Desde luego nada nuevo y mucho menos nada bueno.
Han sido muchas las protestas realizadas, los agravios denunciados, las deficiencias descubiertas, las carencias manifestadas… en los últimos meses y muy especialmente durante la denominada sexta ola de la pandemia en la que especialmente la Atención Primaria ha sido objeto de todas las miradas, comentarios, análisis, debates, opiniones… por parte de tertulianos, periodistas, y analistas de la infodemia en la que se ha instalado todo lo que rodea a la pandemia. Atención mediática, que no política, que sin embargo no ha servido más que para seguir creando mayor confusión, incertidumbre y alarma en una sociedad que tan solo es identificada como receptora y obligada cumplidora de las medidas impuestas por las autoridades y oyente del bombardeo informativo que las cuestiona permanentemente en un juego tan interesado, oportunista, y demagógico como comercial y lucrativo, a pesar de salpicarla con intervenciones de científicas/os algunas/os de las/os cuales parecen haber entrado como plantilla fija de los programas.
Como ya anunciamos algunas/os, las heroínas y los héroes se transformaron en villanas y villanos y los aplausos en descalificaciones e insultos como consecuencia de la gestión paternalista, persecutoria, estigmatizadora, punitiva e impositiva del sistema sanitario, que logró desviar la atención hacia quienes sufren idéntica gestión, las/os profesionales, en lugar de hacerlo hacia quienes son los verdaderos artífices de la misma, las/os políticas/os, al impedir la participación activa de la comunidad en la toma de decisiones, lo que finalmente provoca una tormenta perfecta de inestabilidad, confusión y confrontación.
Este escenario, por otra parte, es aprovechado por quienes, en lugar de hacer propuestas de mejora y cambio desde la oposición, como sería su obligación, se dedican a sacar rédito político del mismo atacando con descalificaciones lo que requiere de consensos y sentido común. Políticos que tal como expresó Friedrich Nietzsche[2] “dividen a las personas en dos grupos: en primer lugar, instrumentos; en segundo, enemigos”. Pero, claro está, eso sería tanto como pedir que entendiesen lo que significa tener una mirada de Estado en lugar de hacer de su mirada el estado de interés particular o partidista, convirtiendo “la política en el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos”, como dijera Louis Dumur[3].
Todo ello acaba por generar hartazgo, desinterés, rechazo… hacia la Política que no hacia quienes la manipulan y se benefician de ella. Tal como dijo Georg C. Lichtenberg[4] “cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”.
Confundir la Política con los políticos es, además de erróneo muy peligroso, porque sin Política no es posible generar políticas que propicien estrategias de cambio y de progreso. Sin Política, no se logran los consensos imprescindibles para fortalecer la educación, la salud o la justicia. Sin Política, se reduce todo a la búsqueda del poder ideológico que no de ideas. Sin Política se utilizan y mediatizan las decisiones para obtener beneficios políticos que no sociales. Sin Política, se manipula y controla la voluntad ciudadana que no la promoción de la participación comunitaria. Sin Política se reduce todo al voto útil que no a la utilidad del voto. Sin Política se busca el poder personal que no el empoderamiento comunitario que se identifica como una amenaza al mismo. Sin Política se estigmatiza la ideología en lugar de respetar la diferencia ideológica. Sin Política resurgen los radicalismos que tratan de controlar la libertad en lugar de favorecer las libertades. Sin Política las diferencias son identificadas como una amenaza que hay que erradicar en lugar de una riqueza que hay que potenciar. Sin Política se favorecen los abusos y la corrupción en lugar del respeto y la transparencia.
Trasladar los ataques hacia la Política identificándola como el mal de todos los males es precisamente lo que hace que la Política deje de ser lo que tiene que ser. Lamentablemente es pervertida en manos de quienes dicen ser servidores públicos cuando realmente lo que hacen es servirse públicamente de la Política para lograr sus fines en una impúdica y reprobable actitud egoísta desde la que cualquier acción o actuación es reconocida como válida siempre que sirva para lograr sus fines, los de quienes dicen ser políticos/as sin saber lo que es y significa la Política o lo que es peor, sabiéndolo, pero ignorándolo.
El cambio del Sistema de Salud para lograr una atención cercana, de calidad, equitativa, integral, integrada e integradora, alejada de intereses corporativistas, centrada en la población y la salud y no la enfermedad, planificada y no improvisada, que dé respuesta a las necesidades reales y sentidas y no a los intereses de quienes lo gestionan, participativo y no paternalista, centrado en los cuidados y desmedicalizado… requiere de Política que permita, articular, coordinar, estructurar, planificar… políticas en las que estén integrados la salud y los cuidados. Que invierta lo necesario para revitalizarlo y no tan solo lo suficiente para mantenerlo en precario. Que se dote de los profesionales necesarios y cualificados en cada caso y contexto según las necesidades identificadas y no en base a cuotas de poder o de interés corporativo, racionalizando en lugar de racionando. Que respete y cuide de sus profesionales al tiempo que exija lo mejor de ellos. Que separe el interés de los políticos de la gestión para evitar convertir al sistema de salud en un escenario más del combate de las/os políticas/os en el que lo que menos interesa es la Política y la Salud. Que la Salud sea identificada y respetada como un derecho fundamental equitativo y garantizado y no como una opción en función de los recursos que tengan las personas para acceder a ella, alimentando con ello la voracidad privatizadora.
Política que promocione, pero también planifique convenientemente y con criterios de calidad y de necesidad, la formación de profesionales cualificados y competentes para dar respuesta a la comunidad y no tan solo a las organizaciones sanitarias como parte de un sistema de salud politizado al tiempo que paradójicamente alejado de la coherencia política que se precisa.
Política que ordene las profesiones respetando las competencias y las responsabilidades de las mismas, que impida el desorden y el caos académico y de atención a la salud en base a presiones y a intereses que buscan el oportunismo y el rédito político del momento sin importar ni valorar las consecuencias de decisiones caprichosas que acaban en ocurrencias que tan solo consiguen innecesarios enfrentamientos entre profesionales, evitables confusiones competenciales y supuestas y puntuales reducciones de costes que acaban en una menor calidad de atención y un coste global mayor a medio y largo plazo, es decir, lo que se conoce como ahorrar en el chocolate del loro.
Política que identifique y ponga en valor las aportaciones específicas a la salud y no tan solo a la enfermedad, más allá de los lobbies de poder económico o corporativo.
Política que permita identificar la salud como un bien común y no como un fin político con el que beneficiarse.
Política de Salud y Salud Política para lograr un Sistema eficaz al tiempo que eficiente.
Por todo ello dejemos de identificar a la Política como el principal mal de la Salud y la Sanidad y reconozcamos que ir contra la Política es ir contra aquello que realmente puede lograr que mejoren. Se trata, por tanto, de identificar a quienes dicen hacer Política cuando lo único que hacen es servirse de la Política.
Pero también es fundamental que aquellas enfermeras que, teniendo ideas, ideales, compromiso, conocimientos, voluntad de servicio público… identifiquen la Política como un ámbito de actuación desde el que sin duda pueden aportar una atención a la salud y a la comunidad valiosa y necesaria sin olvidarse de lo que son, representan y pueden aportar como enfermeras en Política y no como políticas. Porque si no pasará lo mismo que, lamentablemente, sucede en muchas ocasiones con las enfermeras docentes, que por el hecho de ejercer su actividad en la Universidad olvidan o renuncian a lo que son, enfermeras, al identificarse como profesoras, olvidándose, ocultando o ignorando que si son profesoras en la Universidad es porque son enfermeras.
Como enfermeras debemos también cuidar de la Política para dignificarla y aportar nuestra mirada específica a las políticas.
Si caemos en la trampa de pensar que la Política es la causante de “nuestros” males y la estigmatizamos y despreciamos nunca seremos capaces de participar en la generación de políticas de salud en las que la perspectiva enfermera se incorpore a ellas como parte fundamental de su desarrollo posterior y de beneficio común para quienes van dirigidas.
Las enfermeras no podemos ni debemos quedarnos al margen de la Política. Al contrario, debemos integrarnos en Política en sus muy diferentes ámbitos y escenarios para desde ellos aportar nuestros cuidados profesionales a las políticas de salud. No hacerlo es un prejuicio para la salud comunitaria que ni podemos ni debemos dejar que suceda. Por ello no hay que contemplarlo tan solo como una opción si no como una obligación que tenemos que asumir como parte de nuestras competencias, la competencia política.
No permitamos, tal como dijo Marco Aurelio Almazán[5] que “la política sea el arte de impedir que la gente se meta en lo que sí le importa” y metámonos en Política para hacer aquello que nos importa y de lo que sabemos realmente las enfermeras.
Hacer Política no supone, en sí mismo ser política/o, o al menos no serlo exclusivamente. Uno cuando hace deporte es deportista exclusivamente, cuando escribe, no se es escritor exclusivamente, cuando investiga no se es investigador exclusivamente, pero aporta al deporte, al conocimiento o la ciencia, como lo hace quien implicándose en política aporta en su ámbito de competencia o conocimiento. Porque más allá de lo que se haga o dónde se haga, lo realmente importante es lo que somos y lo que nos sentimos, es decir, enfermeras. Olvidarlo es negar la enfermería y a las enfermeras y caer en la trampa del interés político, al abandonar el servicio que desde la Política se puede hacer, para abrazar el oportunismo personal o partidista de la política, con minúscula, mezquina, mediocre, partidista, reduccionista, ideológica, reaccionaria, revanchista… en la que algunas/os se instalan como forma de vida y de negocio, tal como apuntara Edmond Thiaudière[6] cuando identificaba “la política como el arte de disfrazar de interés general el interés particular”.
Pretender que los cambios necesarios se pueden hacer al margen de la Política es tanto como negar su existencia y con ello la capacidad de que dichos cambios sean posibles.
Pretender que los cambios necesarios se puedan hacer al margen de las enfermeras es tanto como resistirse o negar la posibilidad de hacerlos reales para prestar la atención de calidad y calidez que la sociedad precisa y que la Política y las enfermeras estamos en disposición de ofrecer.
No hay, por tanto, posibilidad de cambios eficaces, efectivos y eficientes en el Sistema Nacional de Salud, sin Política y sin enfermeras. Sería bueno que las/os políticas/os lo tuviesen claro y cambiasen sus actitudes para permitir que fuese una realidad que va mucho más allá del deseo o la demanda puntual.
Parafraseando a John F. Kennedy[7] “Si hubiera más políticos que supieran de enfermería, y más enfermeras que entendieran de política, el mundo sería un lugar un poco mejor” (“Si hubiera más políticos que supieran de poesía, y más poetas que entendieran de política, el mundo sería un lugar un poco mejor”).
No se trata, finalmente, de una carta a los Reyes Magos, con peticiones utópicas o imposibles. Se trata de una exigencia real y realista que requiere respuestas coherentes políticamente posibles.
[1] Primer ministro de Francia entre 1944 y 1946.
[2] Filósofo, poeta, músico y filólogo alemán del siglo XIX
[3] Escritor y periodista francés.
[4] Científico y escritor alemán.
[5] Escritor y diplomático mexicano.
[6] Escritor y filósofo francés
[7] Político y diplomático estadounidense que se desempeñó como el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos.
Cuanta razón amigo.