“Poseer información es una cosa. Otra muy diferente es saber lo que significa y cómo utilizarla.”
Jeff Lindsay[1]
Macrogranjas, ganadería intensiva, reparto de fondos europeos, amenaza de invasión de Ucrania, reforma laboral, elecciones en Castilla y León, copan los espacios informativos con permiso de la 6ª ola del COVID. Parece que la COVID, está dejando de tener interés para las/os políticas/os. Como si ya le hubiesen sacado todo el rédito necesario para sus intereses partidistas y, por tanto, aprovechan la ocasión para enzarzarse en otras cuitas menos contagiosas, pero no por ello menos peligrosas que intoxican a la sociedad con sus discursos, sus falacias, sus eufemismos, sus demagogias, como parte del discurso político que elaboran para defenderse y atacar en su particular combate mediático-político en el que tanto vale una foto con vacas, ovejitas o jamones, como un insulto, una descalificación o una mentira, con tal de lograr espacio informativo y captación de votos que les sitúe cerca del poder, manteniéndolo o intentándolo alcanzar, según los casos. Lo de menos es cómo lograr esos votos y en qué medida lo que se dice beneficia a la ciudadanía. El engaño, la sátira, el esperpento son tan solo un medio para lograr su fin.
Y en esa permanente escenificación de la realidad deformada, manipulada, transformada, construyen una hipotética realidad con la que ganar la atención de los medios y de la población.
Los medios por su parte, contribuyen con su poder de difusión a dar categoría de real a lo que tan solo es una burda escenificación. Entrando en su mismo juego mediante el posicionamiento de los denominados medios conservadores o progresistas que dan valor a unos u otros en función de los intereses de quienes sustentan económicamente a dichos medios y con ello a los intereses propios que pretenden sean replicados por las/os políticas/os. Es decir, los mismos perros con diferentes collares, por lo que realmente la sociedad entra en ese perverso juego en el que no es capaz de distinguir entre la verdad, la mentira y la realidad, pues todo es según el color del cristal con que se mire o del medio que se escuche, vea o lea, que finalmente son quienes hacen de altavoz de los decisores políticos, que realmente responden a idénticos poderes que los medios de comunicación. La ciudadanía, por tanto, se refugia en quienes dicen lo que se quiere oír, sin establecer análisis alguno que permita tener una posición crítica sobre lo abordado, creyendo que así quienes les regalan los oídos, les regalarán también lo que esperan y desean conseguir.
Así pues, más allá de tasas de incidencia, número de muertes, ocupación hospitalaria o saturación de la atención primaria, como elementos de abordaje informativo mimético, repetitivo y poco representativo de una pandemia que a la gran mayoría ya le hastía, por prolongada y por limitadora, los medios ya no ofrecen nada más que realmente aporte valor al afrontamiento de la misma, contribuyendo de esta manera a posturas de rechazo o en el mejor de los casos de banalización. Las muertes se naturalizan como algo cotidiano que ya no sorprende a pesar de que el número de víctimas diarias sea similar al producido por estrellarse diariamente un avión de pasajeros.
La cacareada saturación del sistema de salud es abordada desde idéntica perspectiva medicalizada y asistencialista que la que lo impregna y lo hace ineficaz e ineficiente, manteniéndose no tan solo inalterable, sino generando además una fuerte resistencia a cualquier posibilidad de cambio que pudiese comportar una reversión tanto del modelo como de los resultados que desde el mismo se está en disposición de ofrecer a la población. Esta visión es mantenida por unos, los decisores políticos, y difundida por otros, los medios de comunicación. Pero también es la deseada y disfrutada por algunas/os profesionales que se sienten muy cómodas/os en dicho modelo, aunque protesten como si no lo estuviesen, cuando realmente sus protestas tan solo son una cortina de humo para ocultar la zona de confort de la que no tienen interés alguno en salir. Para otras/os es el reducto ideal para aparecer como víctimas de un sistema que ellas/os mismas/os se han encargado en crear y recrear con su actitud inmovilista, y conformista. Otro grupo espera que sean otras/os quienes resuelvan los problemas como si ellas/os no fuesen parte del problema o de su posible solución. Otras/os consideran que el sistema de salud tiene que ser aquello que les beneficie y les proteja a ellas/os como profesionales más allá, claro está, de las necesidades de la sociedad. Por último, hay un grupo de profesionales que realmente está preocupado y ocupado en que el sistema realmente cambie y responda a las necesidades sentidas por las personas, las familias y la comunidad.
Todo lo referido es controlable e incluso se considera útil para mantener la causa del inmovilismo, ya que puede ser utilizado como excusa para justificar el fracaso del sistema, de tal manera que se desvía la atención hacia donde interesa, dejando indemne a quienes son las/os verdaderas/os causantes de los problemas por su manifiesta y permanente falta de voluntad política. Pero quienes realmente tienen argumentos, justifican sus peticiones y protestas, se centran en las necesidades de la población y en la mejora del sistema para lograrlo, son identificados como un peligro que debe ser acallado o manipulado para mantener la “normalidad” y evitar que contamine o contagie a la ciudadanía y con ello dejar en evidencia a quienes tienen la capacidad de decidir. Finalmente, la verdad es lo que duele, lo que se teme, lo que se evita, lo que se ataca, porque la verdad requiere de contra argumentos que, ni se tienen, ni se conocen, si se saben utilizar. Pero la verdad es, en muchas ocasiones, poco atractiva para los medios No seduce, ni es capaz de generar el esperado y deseado debate artificial con el que alimentar tertulias que acaparen la atención e incrementen los índices de audiencia. En resumidas cuentas, la verdad no vende y por tanto no es rentable a no ser que genere escándalo.
Lo que más inquietud genera a las/os políticas/os y lo que más interés informativo despierta en los medios, es aquello que permita mantener lo que durante tanto tiempo se ha configurado que es lo mejor o lo que tiene valor, es decir, la asistencia puntual, curativa, centrada en la enfermedad y alejada de la salud y su promoción, paternalista, con jerarquías de poder cercanas a comportamientos castrenses, alejada de los cuidados, limitadora de la participación comunitaria, ensalzando la tecnología y postergando la humanización y los cuidados… que configura un modelo agotado y caduco, sobre el que se siguen construyendo, por ejemplo, nuevas, inútiles e innecesarias titulaciones, como la de FP recientemente publicada en el BOE de Supervisión de la Atención Sociosanitaria. Titulación que ni la propia Ministra de Educación que la firma, escuchando sus palabras[2], sabe para qué va a servir, aunque trate de justificarla, de manera fallida, ante el rechazo generalizado que ha generado[3]. Ni su apellido, Alegría, es capaz de aminorar la tristeza que generan tales decisiones. Es habitual también que se reivindique la contratación, por ejemplo, de enfermeras especialistas de enfermería familiar y comunitaria, y que incluso las/os decisores, en un “alarde gestor de ingenio e ingeniería”, las contraten. Como si la contratación e incorporación de estas especialistas, por si sola, supusiera la salvación del modelo, sin cambiar el modelo. Lo que al final se traduce en una culpabilización hacia las profesionales por hacerlas responsables de que todo siga igual, pasando de hipotéticas salvadoras a ser señaladas como culpables. Una verdadera trampa mortal, en este caso, para las enfermeras y una excusa perfecta en la que se escudan cobarde y mediocremente las/os gestoras/es y políticas/os, para que todo siga igual.
Las apuestas por un cambio progresivo del modelo sanitario que se adapte, en lugar de alejarse, del modelo de sociedad actual, son identificadas como utópicas, filosóficas e incluso acientíficas, por quienes siguen manteniendo el poder. Un poder que viene determinado y apoyado por intereses mercantilistas y corporativistas que tratan de perpetuar su modelo, el que les beneficia y en el que se sienten cómodas/os muchas/os. Actuando como negacionistas a pesar de las rotundas y rigurosas evidencias existentes y situando a quienes defienden los cambios como antisistemas. Es decir, replicando los modelos que, en teoría, critican y rechazan.
Cuando arrecian las críticas, las deficiencias se hacen evidentes, se visibilizan los errores, se descubre la mediocridad de una gestión ligada al interés político, entonces, aparecen salvadoras/es que plantean propuestas desde las que se quiere trasladar una imagen de reformismo y atención a las demandas que realmente tan solo son estrategias que benefician al sector privado, a la mercantilización de la salud y al consecuente deterioro del sistema que paradójicamente está siendo utilizado para justificar sus iniciativas. Respuestas que obedecen a intereses particulares y de lobbies profesionales y empresariales algunos de los cuales son accionistas de las principales plataformas mediáticas desde las que se difunde la información siempre acorde a los intereses de las mismas, aunque se maquillen de independencia.
Las noticias recogen protestas de profesionales y de asociaciones ciudadanas que son abordadas superficialmente o que se interpretan desde una perspectiva de reivindicación laboral que nada tiene que ver con lo que realmente es el fondo del problema, pero que también es cierto, en muchas ocasiones están “intoxicadas” por quienes aprovechan las circunstancias para hacer suyas unas protestas que se alejan de la verdadera causa de las mismas o de sus consecuencias. Todo ello contribuye de manera muy clara a favorecer el rechazo social y con él la aparición de agresiones tanto verbales como físicas hacia las/os profesionales que nunca pueden estar justificadas, pero que tampoco nunca puede ni debe entenderse que su origen está tan solo en la intransigencia de quienes las realizan. El problema, porque lo es y grave, no se resuelve imponiendo sanciones, poniendo vigilancia o revistiendo a las/os profesionales como autoridad que merece respeto. El respeto no se impone, se educa y se gana.
Preocupados pues como están por lo que se denomina la noticia caliente, al instante, al minuto… se olvida o se obvia intencionalmente, lo que puede suceder en un futuro inmediato que, por no haber sucedido, no se considera de interés informativo y es tildado de especulativo, aunque existan evidencias que lo sustentan. No se trata de hacer predicciones, pero sí de calcular consecuencias, que son cosas bien diferentes.
Vivimos instalados en la inmediatez y todo aquello que no esté aquí y ahora, no interesa, se desprecia. La muerte, la desgracia, la catástrofe, la destrucción… son noticia y venden. La Palma, por ejemplo, ya ha dejado de ser noticia porque el volcán ya no está activo, ya no hay lava avanzando y destruyendo todo lo que encuentra a su paso, cuando realmente la información que debería interesar es qué pasa ahora, cómo se afronta esta situación de catástrofe y cómo afecta a la población… pero eso ya no es noticia. De igual forma, las buenas noticias, no son noticia y quedan relegadas a referencias secundarias, a no ser claro está que se trate de un título deportivo, de fútbol básicamente, que es capaz por sí solo, de apartar cualquier otra noticia de la cabecera de los rotativos o los informativos televisivos o radiofónicos.
Suele ser habitual, por otra parte, que los medios recurran a profesionales, algunos de los cuales parecen estar en nómina, para recabar información al respecto de lo que se considera noticia. Se realizan entrevistas, generalmente grabadas, que posteriormente son editadas por los medios y de las cuales se extrae aquello que ellos consideran relevante, aunque no necesariamente lo sea, pero que les ayuda a construir su mensaje, el que vende y capta atención y audiencia. Hacen un collage con las declaraciones de unas/os y otras/os, rompiendo la coherencia de lo relatado por el/la entrevistado/a, para construir su puzle particular. Da lo mismo que se les traslade que lo importante es tal o cual manifestación o aportación, ellas/os determinan lo que es o deja de ser importante para sus intereses, claro está aludiendo a su criterio periodístico, que no científico, ojo. Pero más allá de esta interpretación interesada, lo que se deriva de la misma tiene consecuencias en el mensaje que se traslada, ya que no contribuye precisamente a que se tenga una información clara, concreta e inequívoca.
Ante todo esto nos encontramos con una situación que lejos de contribuir a clarificar la información, alimenta prejuicios, favorece enfrentamientos, limita acciones, genera malos entendidos, difumina lo importante, da relevancia a lo intrascendente suscitando sospechas infundadas, refuerza la rigidez de determinados posicionamientos, ideologiza alternativas, provoca susceptibilidades, incita al victimismo, contribuye a la confusión, alimenta el desinterés… transformando la información en noticia, la noticia en opinión, la opinión en posicionamiento, el posicionamiento en planteamiento, el planteamiento en idea, la idea en opción, la opción en duda, la duda en rechazo, el rechazo en negativa, la negativa en inacción, la inacción en inmovilismo, el inmovilismo en parálisis, la parálisis en falta de criterio, la falta de criterio en falta de decisión y la falta de decisión en conformismo. Siendo todo ello aprovechado por quienes sí tienen capacidad de decisión, aunque dicha capacidad no obedezca a criterios de capacidad, actitud, eficacia, efectividad y eficiencia sino a criterios de oportunismo e interés particular o colectivo según sea quien la toma o quien permite o incita a que se tome.
Todo lo comentado podría justificar el por qué las noticias que hacen referencia al deterioro del sistema de salud en general y de la Atención Primaria en particular, no dejan de ser retazos de información con los que se confecciona finalmente un patchwork[4] de la realidad que, aunque pueda resultar aparente no responde a las necesidades reales, ni ética ni estéticamente.
Políticos e informadores, se necesitan y se temen, se buscan y se rechazan, se vigilan y se esconden, se engañan y se acusan, se toleran y se detestan… en un difícil equilibrio de amor y desamor en el que no pueden vivir sin ellos, pero con ellos tampoco.
Y en esa relación de amor odio, en medio, como los hijos en una pareja mal avenida, la ciudadanía paga las consecuencias, de sus miserias, sus peleas, sus intransigencias, sus sospechas, sus celos y recelos, sus secretos e incluso sus acosos, utilizándola para lograr su “cariño”, el de los votos o el de la audiencia. Como consecuencia la sociedad muestra cada vez una mayor indiferencia o, por el contrario, un mayor radicalismo que no obedece realmente a un posicionamiento ideológico, sino a una reacción en contra de… de lo que sea, pero en contra. Cuestión que es aprovechada precisamente por quienes se alimentan de esta indiferencia y de ese radicalismo para adquirir fuerza y situarse como valedores de ese descontento que, realmente no les importa absolutamente nada, pero que les sitúa en primera línea de decisión. Y cuando políticos, informadores y ciudadanía vienen a darse cuenta, en la mayoría de las ocasiones es demasiado tarde. Porque para entonces todos están sometidos al dictado de quienes unos ignoraban, otros, menospreciaban y otros adoraban. Para entonces, la salud, la educación, los servicios sociales, la equidad, la igualdad… quedan relegados a palabras con las que jugar en sus maquiavélicas estrategias de radicalidad e intolerancia para pervertirlas o anularlas.
Mientras no tengamos claro que la salud nunca puede ser esclava de la dialéctica, la lucha, el interés, el oportunismo… ni político ni informativo que impide la planificación y desarrollo de políticas de salud. Mientras sigan jugando con ella para lograr rédito político o cuotas de audiencia. Mientras se siga ignorando e invisibilizando a una gran parte de los profesionales de salud. Mientras la curación siga fagocitando la trascendencia de los cuidados. Mientras la enfermedad sea protagonista exclusiva de la atención política e informativa. Mientras la promoción de la salud tan solo sea una anécdota. Mientras la Atención Primaria siga ocupando un papel secundario. Mientras la equidad y la accesibilidad sigan siendo buenas intenciones. Mientras las diferencias por cuestión de género sigan determinando malas decisiones en salud. Mientras se sigan haciendo planteamientos dicotómicos de todo-nada, salud-enfermedad, tecnología-humanización, curar-cuidar. Mientras el corporativismo esté por encima del cooperativismo. Mientras el paternalismo impere sobre la participación y el respeto a la opinión del otro. Mientras la asistencia supere a la atención. Mientras la imposición impida el consenso. Mientras la simpatía tenga más importancia que la empatía. Mientras la prescripción farmacológica siga relegando la indicación/elección de recursos o activos de salud. Mientras las personas sigan siendo exclusivamente pacientes, objetos y sujetos pasivos. Mientras la comunidad tan solo sea contemplada como un espacio geográfico en lugar de un contexto en el que poder compartir decisiones con y para quienes en ella viven y conviven. Mientras la salud se siga fragmentando en órganos, aparatos y sistemas y no desde la integralidad física, mental, social y espiritual. Mientras la salud se siga confundiendo con sanidad. Mientras la comunicación y la escucha activa sigan siendo una opción en lugar de una obligación. Mientras todo esto y mucho más sigan siendo incógnitas que despejar o lo que es peor que no se identifiquen ni se quieran resolver, seguiremos anclados en la utopía de la salud y la incertidumbre de la enfermedad que, por otra parte, tanto interesa a diferentes colectivos, políticos e informadores y, claro está, a los mercaderes de la salud quienes hacen negocio con ella gracias a la indiferencia de unos, la ignorancia de otros y la complicidad de todos.
Quien esté libre de culpa que arroje la primera piedra. Todas/os tenemos parte de culpa y todas/os tenemos la responsabilidad de aportar, desde nuestro ámbito, algo para solucionarlo. Lo contrario seguirá propiciando que se siga hablando de carencias en una hipotética excelencia del Sistema Nacional de Salud, que tan solo acaba siendo un eslogan como el de Hacienda somos todos. Ninguno de los dos nos los creemos y ambos son cuestionables y cuestionados. En cualquier caso, pongamos que hablo de Salud, imitando y adaptando la letra de la canción de Joaquín Sabina Pongamos que hablo de Madrid[5].
Allá donde viven las personas
Donde todo se puede concebir
Donde uno se siente seguro
Pongamos que hablo de Salud
Donde el deseo vaga en hospitales
Una esperanza queda para mi
Que me dejó la vida en sus rincones
Pongamos que hablo de Salud
Las niñas ya no quieren ser enfermeras
Y a los niños les da por prescribir
El dolor como un acto de sospecha
Pongamos que hablo de Salud
Las personas se quedan en la brecha
Los cuidados se olvidaron de existir
La muerte se burla de las batas blancas
Pongamos que hablo de Salud
El parque es un activo saludable
La vida un camino a compartir
Hay una necesidad a falta de respuesta
Pongamos que hablo de Salud
Cuando alguien quiera aconsejarme
Que a mí me dejen decidir
Aquí no debe sobrar nadie
Pongamos que hablo de Salud
De Salud
De Salud
De Salud[6]
[1] Dramaturgo y novelista estadounidense (1952) en su libro Querido Dexter (2005)
[2] https://www.redaccionmedica.com/secciones/enfermeria/la-nueva-fp-sociosanitaria-en-ningun-caso-otorga-competencias-sanitarias-1208?utm_source=redaccionmedica&utm_medium=email-2022-02-02&utm_campaign=boletin
[3] https://www.grupo40enfermeras.es/wp-content/uploads/2022/01/Sobre-la-formacion-en-supervision-de-atencion-sociosanitaria.pdf
[4] Método de costura que consiste en la unión de trozos de tejidos para forma una nueva prenda.
[5] Aparece por primera vez en el álbum Malas compañías en 1980. Letra y música Joaquín Sabina.
[6] Adaptada por José Ramón Martínez-Riera 2022. https://www.youtube.com/watch?v=Xaoh-iql7ws
Me ha encantado JR. Otra vez cuánta verdad junta. Qué miedo da el futuro.