OBSOLESCENCIA DEL SISTEMA vs OBSOLESCENCIA ENFERMERA

A todas/os las enfermeras jóvenes que creen que el cambio es posible y a todas las enfermeras que en su momento contribuyeron al cambio que nos permite estar donde estamos.

 

“La fragilidad del cristal no indica debilidad sino calidad.”

Jena Malone[1]

 

Pareciera que los paréntesis vacacionales como el que acabamos de pasar sirviesen, además de para descansar y desconectar de la rutina habitual, para depurar, limpiar y renovar situaciones previas contaminadas o nocivas que generan malestar.

Nada más lejos, sin embargo, de la realidad. La desconexión, o cuanto menos su intento, no logra desactivar la acción nociva de los acontecimientos, hechos o situaciones, que suponen un claro desequilibrio en la salud profesional que, en muchas ocasiones, puede derivar también en la personal y colectiva.

La pandemia, además de otras muchas valoraciones y consecuencias, se identificó por muchos, como un punto de inflexión importante en la oportunidad de valoración, reconocimiento, visibilización e impulso de la acción específica enfermera. Las no siempre sinceras muestras de apoyo e incluso alabanza, sobre todo por parte de políticas/os y responsables sanitarias/os, contrastaba con los mensajes trasladados por quienes habían tenido oportunidad de ser atendidas/os y cuidadas/os por las enfermeras que identificaban de manera clara y nada artificial y artificiosa el valor de los cuidados en sus procesos de sufrimiento, dolor e incluso muerte. Los cuidados profesionales adquirieron una dimensión hasta entonces poco habitual. Y todo ello hacía pensar, o soñar, que el momento de las enfermeras había llegado.

Pero como la misma pandemia, los momentos de intensa alegría por lo que se oía y decía iban acompañados de otros en los que el olvido e incluso el desprecio hacia las enfermeras eran evidentes, lo que provocaba picos de contagio de esperanza o frustración que impedían claramente estabilizar esa hipotética situación de equilibrio sobre la que construir el desarrollo disciplinar/profesional.

Son muchos los ejemplos que podemos enumerar y que son patentes, pero no es mi intención incidir en ellos por cuanto, por una parte, ya lo he hecho en otras reflexiones anteriores o porque sería entrar en ese bucle perverso de reproches por el que se nos acusa de victimismo, precisamente por parte de quienes son claros artífices de los ataques más o menos sibilinos, más o menos alevosos, pero sin duda, ataques. No quiero, por tanto, darles la oportunidad de que utilicen de manera interesada y oportunista dicho argumento, por mucho que sea real. Ese, precisamente, es su juego de intrigas y mentiras.

Sin embargo, sí que considero que es imprescindible reflexionar sobre lo que está pasando en la profesión enfermera y por qué no somos capaces de afrontar con la suficiente energía y determinación las situaciones que se plantean y provocan una clara debilidad en la Enfermería en la que, sus profesionales, las enfermeras, parecen sumidas en un letargo del que da la impresión, no saben o no quieren despertar. No sé bien si por miedo, por pereza, o por desinterés a tener que enfrentarse a una realidad que ignoran o, cuanto menos, asumen como inevitable. En cualquiera de los supuestos es terriblemente preocupante.

Lo bien cierto es que desde ese aturdimiento en el que nos encontramos actuamos mecánicamente y contribuimos con ello a perpetuar los males que el actual modelo del Sistema Nacional de Salud (SNS), en el que mayoritariamente trabajamos, se resiste a abandonar y desterrar para dejar paso a unos cambios tan profundos como necesarios. Resistencia que está alimentada, muy bien alimentada, por parte de quienes tienen la responsabilidad de actuar para que esos cambios se produzcan.

Cambios en los que, a nadie se le escapa, las enfermeras tenemos mucho que decir y que aportar. Precisamente por eso, la resistencia sea mayor y las presiones corporativistas para que no se produzcan aumenten significativamente.

Y en este punto quisiera detenerme para compartir lo que considero es la generación de un campo de realidad virtual o de realidad líquida, tal como apuntaba magníficamente el filósofo Bauman, en la que nada es lo que parece, o nada parece lo que es.

Me explico. Desde antes de la pandemia se está construyendo un mensaje lastimero, pero muy efectivo, todo hay que decirlo y reconocerlo, por el que se traslada una falta de médicos en el SNS, acompañado de un no menos efectista componente de sobrecarga que deriva en una saturación de los servicios. Por su parte las enfermeras que vienen reclamando una adecuación de las ratios que nos aproxime a los indicadores de la mayoría de los países de la OCDE donde ocupamos los últimos puestos, no hemos sido capaces de que nuestro discurso sea, no tan solo tenido en consideración, sino ni tan siquiera identificado como valorable. Pero la realidad, la sólida la actual, es tozuda y no deja resquicios ni para la duda ni para la manipulación burda desde las que se pretende crear un escenario que no tan solo beneficie a los de siempre, sino que perjudique también a los de siempre, es decir, a las personas, las familias y la comunidad, no nos engañemos, más allá de agravios comparativos en los que no tengo intención de entrar, pero que inevitablemente se tiende a rescatar con objeto, precisamente, de desmontar la realidad e incorporar su realidad virtual.

En cualquier caso, como sucede con los encausados en los juicios, estos tienen el derecho a mentir para defenderse, por lo tanto, el problema no está tanto en quien construye el mensaje, aunque sea en base a la mentira o el engaño, sino en quien lo acepta como válido y en base al mismo toma una decisión que favorece la petición. Es decir, la culpa no es tanto de quien miente como de quien se deja engañar.

Todos los indicadores determinan claramente que el problema del SNS no es de falta de médicos, sino de obsolescencia del modelo. Obsolescencia que no es programada, pero no por ello deja de ser evidente. Lo que sucede es que los cambios a los que apunta la realidad social, económica, demográfica, cultural… tienden a una demanda de atención que no tanto de asistencia muy diferente a la que ha venido siendo la característica principal del actual modelo, es decir, asistencialista, medicalizado, fragmentado, paternalista… que no por mucho repetirlo y reconocerlo acaba de ser interiorizado como un mal que hay que cambiar. Modelo, todo hay que decirlo, creado, mantenido y apoyado por quienes ahora dicen necesitar de muchos más profesionales para seguir manteniéndolo sin asumir la necesidad de cambios más allá de algunos retoques de maquillaje que enmascaren su decrepitud.

El modelo, que muchos, al menos quienes asumen las evidencias científicas como elemento imprescindible en las que sustentar y argumentar los cambios, es contrapesado por otros que como argumento usan el mensaje victimista y falso de la falta de profesionales.

Según el principio de Arquímides, un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo experimenta un empuje vertical hacia arriba igual al peso del fluido desalojado.

En base a dicho principio físico, si incorporamos más profesionales, de una masa importante, de los que el recipiente que los aloja permite contener, el fluido rebosará y se perderá. Sin embargo, si equilibramos los profesionales que deben incorporarse al fluido, en base a su masa y peso que no hay que confundir con falta de valor o reconocimiento, el fluido, es decir el modelo, sufrirá un empuje hacia arriba sin que se provoquen rebosamientos innecesarios, manteniendo un equilibrio y una mejor distribución del espacio en el que se hayan.

Incorporar más profesionales, sin más , por tanto, no es la solución a los males que aquejan al SNS. Se trata de analizar, medir, ponderar, valorar y evaluar, cuáles son las necesidades, qué es lo que hay que hacer, quién lo tiene que hacer, cómo lo tienen que hacer y cuándo lo tienen que hacer. Que es el resultado de planificar adecuadamente para tomar decisiones responsables, eficaces, efectivas y eficientes y no aquellas que están determinadas por los intereses de unos u otros.

Lo fácil, lo aparente, lo rentable políticamente, es aumentar recursos, como respuesta a las presiones de quienes construyen el discurso de carencia y de quienes se lo creen y con ello engañan a la sociedad.

Lo que hay que hacer es aquello que una dirección general como la de ordenación profesional no hace, es decir, ordenar. Saber qué profesionales son más necesarios y quienes menos en unos ámbitos, escenarios o contextos que en otros, que necesidades serán capaces de atender unos u otros, que respuestas se necesitarán para equilibrar los déficits y limitar los excesos que eviten que se produzca la pérdida de fluido u obligue a tener que cambiar el continente que lo alberga con el consiguiente gasto que dicho cambio generaría sin que el mismo garantizase la normal distribución de pesos en el mismo.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que estamos ante un sistema de vasos comunicantes que obliga a una distribución de los pesos en su interior que permita el flujo sin que haya excesos o carencias en unos u otros, lo que permitirá la continuidad de la atención en general y de los cuidados en particular.

No se puede ser ajeno a realidades que por repetidas deben obligar a detenerse para analizarlas y corregir aquellos aspectos que indudablemente están generando déficits importantes que, paradójicamente, son utilizados por quienes con su actitud los provocan y mantienen más allá del sentido común.

Es una evidencia la reducción progresiva de médicos que acceden a la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria, que ni consideran atractiva profesional ni económicamente, por razones que no vienen al caso, aunque las sospechemos. Por su parte es una realidad clamorosa el desinterés de los médicos especialistas en pediatría para ocupar plazas de atención primaria, que es el pago a una mala decisión cuando se puso en marcha la AP en España. Por tanto, no cuadra este hecho con la insistente demanda de aumento de plazas de médicos y pediatras en atención primaria y mucho menos con la resistencia a aumentar el número de plazas de enfermeras en dicho ámbito. Lo que provoca un evidente desequilibrio en la respuesta a las necesidades de salud de la población y un evidente descontento de las/os profesionales que trabajan en AP. Situación por otra parte que se resisten a reconocer y a admitir que su postura ni les beneficia a ellos ni permite que otras opciones den respuesta a su falta de cobertura o a una realizada sin interés ni convicción, lo que claramente repercutirá en la calidad de la asistencia que presten. Es decir, hacen como el perro del hortelano, que ni comen ni dejan comer. Pero ahí están y ahí les dejan estar. 

En Atención Hospitalaria, por su parte, se suman aspectos sangrantes como la turnicidad, la falta de conciliación familiar, la ausencia de estrategia de cuidaos… que obligan a un replanteamiento del modelo organizativo tanto para paliar estos disruptores laborales como para permitir la prestación de unos cuidados de calidad no tanto en función de la enfermedad como de la complejidad de los mismos.

Por otra parte, seguir, a estas alturas, insistiendo en la dotación de profesionales en base a una supuesta y absolutamente fallida e irreal “paridad disciplinar”, según la cual se establecen relaciones de 1:1 o 2:1… (Médico-enfermera) tan solo obedece bien a una absoluta falta de conocimiento o a una torpe gestión que, en ambos casos, no responde adecuadamente a las necesidades reales de la población a la que se debe atender y que debería ser el único y exclusivo criterio utilizado para asignar profesionales, tal como indican tanto las evidencias científicas como recomiendan organismos internacionales tan poco sospechosos de tener intereses concretos en este tema como la OMS. A pesar de lo cual la reticencia en este tipo de decisiones viene a incorporar un nuevo elemento de falta de coherencia y mediocridad, posiblemente en un intento salomónico de satisfacer a todas las partes, aunque para ello sea preciso matar a quien menos culpa tiene, en este caso, a las personas a las que se atiende.

Ante este delirio, nos encontramos con planteamientos discursivos de quienes, en una aparente diligencia en su gestión, determinan que la necesidad de plazas de especialistas de medicina requiere de estudios previos que permitan identificar las necesidades de plazas de Médicos Internos Residentes (MIR) a convocar, pero que no se haga lo mismo para las plazas de Enfermeras Internas Residentes (EIR), lo que conduce a que estas últimas se determinen en base a criterios políticos, de conveniencia o interés y no de necesidades reales. Más aún cuando posteriormente las enfermeras que realizan la formación especializada no son contratadas/os como tales especialistas. Lo que supone un claro fraude de ley, al estar gastando dinero público para cuestiones que posteriormente no suponen una recuperación de la inversión realizada y privar de unos cuidados de calidad a la población al no contratar a dichas/os especialistas.

Por otra parte, y continuando con las ocurrencias que se plantean como soluciones mágicas, se aumenta el número de estudiantes en las universidades como si con ello se fuesen a resolver los problemas del SNS, cuando lo que realmente provocará será una nueva y dramática confusión al no haberse realizado dicho aumento en base a análisis rigurosos sobre las necesidades y la definición de los puestos a cubrir y quién debe y cómo acceder a ellos, en base a su formación de grado o especializada. Al tiempo que se habla de Enfermería de Práctica Avanzada, en un SNS que no tan solo no avanza, sino que nos sitúa en tiempos que ya entendíamos superados. Tiempos y escenarios en los que la humanización tan solo se queda en una etiqueta, un eslogan o una anécdota que nos mecaniza y nos distancia del cuidado para aproximarnos a la técnica descarnada y aséptica.

A todo ello se añaden esperpénticas concesiones políticas para crear nuevas e innecesarias titulaciones que en apariencia vengan a cubrir las graves deficiencias de atención que la pandemia tan solo puso en evidencia generalizada, pero que ya existían previamente, aunque nadie se preocupó ni interesó en paliar o mejorar. Así pues, se trata de nuevos parches con los que maquillar la ineficaz e ineficiente planificación y gestión, en este caso, de las residencias de personas adultas mayores. Todo ello teniendo en cuenta que existen profesionales altamente cualificadas/os y competentes que podrían y deberían dar cobertura de calidad a las necesidades de estas instituciones. Pero, una vez más, el discurso engañoso y mentiroso de quienes hacen de la salud un negocio, arrastran a las/os decisoras/es políticas/os a plantear soluciones adaptadas a sus necesidades empresariales en lugar de a las de las personas a las que debe atenderse. Un nuevo ejemplo de engaño para beneficiar a los mentirosos y perjudicar a los receptores de la atención.

Mientras todo esto sucede se sigue actuando desde la contemplación que, aunque pueda conllevar indignación, no es suficiente para hacer cambiar las decisiones de quienes tienen la responsabilidad del servicio público, haciendo un público servicio de sus puestos para responder a presiones y mentiras.

No tardará mucho la respuesta unánime de determinados profesionales en forma de airada, aunque sea legal y respetada protesta para defender sus planteamientos engañosos que terminen de decidir a quienes suelen caer rendidos ante tales manifestaciones de poder exclusivo y excluyente.

No me extrañaría nada que se intentase arrastrar a las enfermeras hacia este movimiento de protesta en un intento por aumentar su dimensión. Pero sumarse supondría un claro error al caer en la trampa del engaño que acabaría fagocitando la demanda enfermera, cuando no siendo señaladas como oportunistas.

Por otra parte, se sigue aludiendo a la necesaria unidad de la profesión, pero al mismo tiempo se siguen llevando a cabo acciones unilaterales sin compartir con todas las partes o bien se cae en la inhibición o el silencio ante situaciones que ponen en cuestión, cuando no en riesgo, a la profesión, lo que provoca en las enfermeras una postura de indiferencia que supone una gran amenaza para el desarrollo enfermero.

En una reciente actividad científica sobre el liderazgo enfermero junior, se puso de manifiesto la necesidad de aprovechar el gran potencial de la juventud y la imprescindible articulación con la experiencia de las enfermeras senior y sobre todo con las líderes y referentes antes de que el desánimo y el abandono de unos u otros nos lleven a una situación de difícil retorno, ante la identificación de las graves amenazas que están poniendo en cuestionamiento a la enfermería como profesión y como disciplina.

Volviendo al inicio de mi planteamiento, cuando hacía referencia a la pandemia, ésta, lejos de haberse comportado como una oportunidad para nuestro posicionamiento se ha convertido en una excusa para nuestro cuestionamiento por parte de muchos ámbitos de decisión política y sanitaria.

Posiblemente haga falta una gran llamada para que toda la profesión enfermera, sea del ámbito que sea y sea junior o senior, genere un debate que derive del pensamiento crítico y conduzca a planteamientos positivos que, desde la diversidad e incluso la diferencia, nos permitan identificar nuestras oportunidades y fortalezas, que sin duda las tenemos, para hacer frente a las amenazas y debilidades que evidentemente existen y nos están llevando a un estado de desánimo que favorece precisamente los planteamientos y los intereses de quienes las provocan, mantienen y alimentan.

Considero que aún estamos a tiempo, pero también creo que cada vez tenemos menos tiempo para reaccionar y actuar. De nosotras y solamente de nosotras depende contribuir al cambio del modelo que nos atrapa y constriñe, para vencer su obsolescencia antes que el sistema nos conduzca a nuestra propia obsolescencia.

[1]   Actriz, música y fotógrafa estadounidense (1984)

PASIÓN De la religiosa a la profesional

A todas/os quienes viven con pasión ser y sentirse enfermeras.

 

“Todas las pasiones son buenas mientras uno es dueño de ellas, y todas son malas cuando nos esclavizan.”

Jean Jacques Rousseau[1]

 

En un país como España que a pesar de ser aconfesional, que no laico, como se recoge en la Constitución de 1978, su sociedad, su cultura, su educación, sus tradiciones, están totalmente influenciadas, cuando no mediatizadas, por la religión católica.

La Semana de Pasión o Semana Santa ocupa un espacio de gran tradición e incluso fervor, entre religioso y festivo, en muchas localidades a lo largo y ancho de todo el país.

Pero yo no voy a hablar, lógicamente, de procesiones, saetas o pasos religiosos. Aunque posiblemente ello me permitiría establecer una distancia con la pasión, en la más amplia extensión de la palabra, hacía, por, para, desde y con la enfermería.

Por una parte, la pasión entendida como la inclinación o preferencia muy vivas de alguien hacia algo. Por otra como la acción de padecer, tal como se recoge en el diccionario de la RAE.

Y es que creo que una es consecuencia de la otra. Es decir, mi debilidad por la enfermería y todo lo que la misma significa y me aporta hace que, en muchas ocasiones, la misma, que me suscita tantas emociones, sentimientos, alegrías y satisfacciones, también sea

 

 capaz de provocarme mucho dolor e incomprensión. Porque como dijera Stendha[2]l “la vocación es la felicidad de tener como profesión la propia pasión”, pero no es menos cierto que “la manera más profunda de sentir una cosa es sufrir por ella” según Gustave Flaubert[3].

Así pues, mi pasión, al menos una de ellas y posiblemente la más fuerte y prologada en el tiempo, es la enfermería, en tanto en cuanto he tratado de conocerla y entenderla a través de la pasión por su aprendizaje. He entendido que esa era la mejor manera de poder crecer como enfermera, tratando de averiguar qué es lo que sabía hacer para así poderlo hacer lo mejor posible contribuyendo, en la medida de mis posibilidades, a que lo haga la enfermería. En cualquier caso he intentado hacerlo siempre desde la razón, sin descartar la pasión como motor que me permitiese transformar dicha pasión en carácter, como expresaba Franz Kafka[4], pues para mí la enfermería no ha sido un propósito o un fin en si mismo, sino una pasión que me ha empujado a que la razón, el respeto y la coherencia, me guiasen para transformar mi pasión en convicción y no a la inversa, ya que tan solo sintiendo que amo lo que hago puedo actuar con tanta convicción como para ir tras mi pasión y no tan solo tras una pensión.

Pero posiblemente por ese mismo impulso de la pasión que me hace ser vehemente, que no exaltado, en aquello que creo y por lo que trabajo y me comprometo es por lo que en muchas ocasiones dicha pasión como acción dinámica y movilizadora, se transforme en una pasión de sufrimiento e incluso de dolor por las actitudes inmovilistas, irracionales y conformistas que actúan en contra de la enfermería, su valor, reconocimiento, visibilidad y desarrollo. Una pasión que, en ningún caso, al contrario de lo que marcan los valores del catolicismo derivados de la pasión de Cristo celebrada anualmente, sufro con resignación. Todo lo contrario, la pasión que provoca el ataque, la negación o el descrédito de la enfermería genera en mi una reacción aún mayor de convicción e inconformismo por defender y argumentar la importancia de la enfermería y la inutilidad que supone su sacrificio, provocado por el temor que genera en quienes, desde el poder de la irracionalidad y el autoritarismo, atacan a enfermería y la acusan de aquello que, precisamente, mejor sabe hacer, cuidar, y del seguidismo, claro está, inconsciente y cómodo de quienes se dejan arrastrar por las acusaciones que la conducen a una agonía segura, por mucho que haya quienes se laven las manos, y las conciencias, tratando de quedar al margen de su contribución, por acción u omisión, a sacrificio, tan inútil como evitable. Hay muchas/os seguidoras/es de Poncio Pilatos.

Por lo expuesto hasta ahora es por lo que no quisiera que la pasión que sufre últimamente enfermería y a la que hacía referencia, se convierta en un ritual de pasos de dolor que sean exhibidos, en una procesión de acontecimientos, penurias, pérdidas y ofensas sufridas, a modo de recuerdo de lo que fue y dejó de ser o de lo que pudo ser y no se le dejó ser. Ni las saetas en forma de discursos vacíos y sin capacidad real de solucionar los problemas, ni los llantos lastimeros por estar en una situación que es producto de la propia indecisión o incapacidad, ni las pesadas cruces para penar por los pecados cometidos en un intento por lograr un perdón que, por no ser divino, no tiene razón solicitar ni menos aún esperar, pueden ser la escenografía que oculte y evite una necesaria resurrección de las enfermeras que les haga abandonar flagelaciones propias y ajenas innecesarias, adoptando una actitud de entrega, compromiso e implicación que se resista a ocultar su imagen propia y la de la enfermería a la que pertenecen con indumentarias reales o ficticias o bajo andas de imaginería profesional estética pero estática que tan solo confunden y facilitan la pérdida de identidad y de respeto.

Con el máximo respeto a las creencias, sus valores y sus tradiciones, lo que debemos tener claro es que estas no pueden ni deben suponer una influencia ni tan siquiera una referencia para aspectos que, como la enfermería, las enfermeras y su desarrollo, tienen otras pasiones y otra forma muy diferente de vivirlas.

Por lo tanto, la pasión por la enfermería nunca debe confundirse como una advocación religiosa hacia ella en la que la fe suponga la renuncia a las evidencias, los argumentos y las razones que la sustentan, precisamente, como ciencia. Es algo que, lamentablemente, seguimos arrastrando como consecuencia de la manipulación que durante tanto tiempo y de forma tan torpe como interesada llevó a cabo la religión católica en España al relacionar de manera casi indivisible la vocación religiosa con la vocación profesional, de tal manera que ambas tenían un carácter de llamada divina a la fe religiosa y de esta a la prestación de cuidados caritativos y acientíficos, así como de sumisión y obediencia.

Posiblemente por ello y dado que las tradiciones y las imposiciones sectarias dejan secuelas muy difíciles de eliminar, aunque sean imperceptibles, las enfermeras podamos tener esa tendencia a la pasión del sufrimiento y el llanto muy por encima de la pasión de pertenencia, de desarrollo y de autoestima que debiera caracterizarnos y suponer una fortaleza contra los ataques a los que somos sometidas y que no tenemos por qué soportar y asumir con resignación. Más bien al contrario, debemos aprender a vivir con la pasión de la satisfacción y el placer de defender lo que es nuestro y sabemos hacer mejor que nadie, sin que ello nos produzca ningún tipo de remordimientos por pensar que hacerlo es poco menos que pecado mortal, como muchas veces se nos sigue queriendo trasladar desde los sectores más reaccionarios e inmovilistas del ámbito sanitario y quienes lo quieren seguir controlando y manipulando para su interés.

Desprendámonos de los hábitos, ataduras y miedos atávicos que hacen cuestionarnos, nos paralizan y nos condicionan a la hora de tomar decisiones libres, y autónomas que permitan avanzar sin temer la represalia y el castigo de quienes se erigieron en fuerza divina que condiciona, recrimina y culpa a quienes, como las enfermeras, osen pensar por sí mismas y actuar en consecuencia.

Asumamos la condición de protagonistas de nuestro destino con todo lo que ello supone de riesgo, pero también de satisfacción por el logro propio, no impuesto, dirigido y sujeto a la obediencia y la sumisión.

Rechacemos, sin temor al pecado ni al castigo, cualquier intento de imposición o de manipulación que nos impida asumir nuestro rol autónomo de manera totalmente libre y responsable sin tener que hacer penitencia alguna por ello.

Seamos líderes de opinión y de acción de nuestras propuestas, planteamientos, estrategias e intervenciones, propiciando el trabajo transdisciplinar, pero sin perder la condición de liderazgo de su planificación, coordinación articulación, implementación y evaluación.

No ignoremos las posibles barreras, dificultades o amenazas con los que podamos encontrarnos o lo errores que podamos cometer, sin miedo y con la valentía y el coraje para afrontarlo y superarlo. Nadie, ni nada puede ser el causante de una renuncia y mucho menos de una culpabilidad que ni es razonable ni asumible como elemento de reflexión y de crítica. Tan solo desde el análisis, la reflexión y el pensamiento crítico podremos y deberemos superar nuestras adversidades e incluso debilidades, pero siempre con la capacidad de superación y mejora que nos otorga la disciplina enfermera.

Pero tampoco caigamos en el error de pensar que rechazar una pasión de sufrimiento, resignación y renuncia, supone relajarse y pensar que puede sustituirse con una situación de despreocupación en la que todo consiste en jugar con las cometas de nuestras competencias a la espera del viento más favorable sin que tengamos que hacer esfuerzo alguno en el manejo y dirección idónea para que se mantenga no tan solo el vuelo, sino también la estabilidad y la seguridad de las mismas.

Porque las competencias, como las cometas, hay que saber manejarlas, cuidarlas y defenderlas para que puedan dar lo mejor de si en su vuelo acrobático unas y en la prestación de los cuidados las otras. Si nos descuidamos, sino nos actualizamos, si dejamos que otras manejen las cometas o las competencias, las primeras pueden perder altura, enredarse en cualquier tendido eléctrico o estrellarse contra el suelo perdiéndolas para siempre, las segundas pueden quedar desvirtuadas, no actualizadas, inadecuadamente prestadas o incluso perderlas irremediablemente al ser abandonada la responsabilidad sobre ellas.

Tanto las cometas en pascua como las competencias en cualquier periodo, contexto o situación, deben ser motivo de alegría, satisfacción y superación, pero también deben ser manejadas con el rigor, la habilidad y la destreza de la experiencia y el conocimiento para que tanto las cometas en el cielo como las competencias de cuidados en salud luzcan con autoridad, haciendo visible su importancia y evitando los riesgos de colisionar con otras cometas o competencias con el consiguiente riesgo de perderlas.

Semana Santa y Pascua, representan el recuerdo de un martirio, pasión y muerte voluntariamente aceptados para, según la fe que lo avalan y difunden, salvar a la humanidad del pecado, tras la alegría de la resurrección de entre los muertos.

            No es mi intención en ningún caso plantear la pasión por y de los cuidados tal y como he relatado al principio, como un símil que pretenda situarlos como salvadores de la humanidad, sería pretencioso y alejado de toda lógica y sentido por mi parte. Pero si que he querido utilizar la retórica del momento de celebración cristiana de la pascua como elemento de referencia de lo que supone el sentimiento de dolor y alegría, reconocidos como pasión en uno u otro sentido, en aquello en lo que se cree y por lo que se trabaja para mejorarlo y difundirlo. En este sentido y no en otro, no está tan lejos la fe religiosa de la fe disciplinar o profesional. La diferencia, la gran diferencia, es que la fe de la primera es dogmática y no se basa en argumentos científicos lo que hace que sus fieles lo sean por creer sin conocer, por el simple hecho de transmisión, porque siempre se ha dicho así, de tal manera que resulta inalterable a lo largo de la historia, sin que permita cuestionamientos que son entendidos como pérdida de fe y por lo tanto pecaminosos, entendiendo lo espiritual desde la perspectiva religiosa exclusivamente. La fe de la segunda, sin embargo, es por razonamiento científico, por refutación y pensamiento crítico, evolucionando e incorporando nuevos conocimientos y desechando otros por caducos, con el fin de ofrecer la máxima calidad de cuidados tanto para el cuerpo, la mente como para el espíritu, entendido este último, como la forma en que se vive, se siente o se sufre desde la cultura, las normas, los valores de cada persona, de cada familia o de cada comunidad. En una hay pecado y en la otra tan solo error. En una hay castigo y en la otra reflexión. En una hay renuncia y en la otra búsqueda. En una hay creencia en lo que ni se ve ni se conoce y en la otra tan solo en lo que se contrasta y evidencia. En una hay escrituras inalterables y en la otra, escrituras dinámicas que presentan evidencias. En la una hay resignación y en la otra inconformismo y resistencia. En una hay penitencia y en la otra, propósito de mejora continua. En una se cree en una vida después de la muerte y en la otra en la vida y en la muerte como un continuo de atención. En una se ora y en la otra se estudia. En una hay milagros y en la otra, hechos constatables. En una hay santos y en la otra líderes y referentes. Finalmente, la fe mueve montañas y la ciencia las pone en su sitio.

No se trata de comparar una religión con una profesión, aunque durante mucho tiempo la primera fagocitó a la segunda imponiendo su dogma y anulando la ciencia. Pero si de establecer puntos de referencia sobre lo que son y significan conceptos que son vividos, sentidos y expresados de muy diferente manera según se haga desde una fe u otra. Ni mejor, ni peor. Tan cerca y tan lejos. Pero ni la fe de una puede contravenir las evidencias de la otra, ni las evidencias de esta pueden ni deben anular las creencias hacia la otra. Se trata de diferentes formas de querer ver y vivir la realidad.

Ambas despiertan pasión y en ambas se siente pasión, pero es evidente que no es la misma pasión, ni tienen la misma misión.

Con mi máximo respeto hacia cualquier fe o creencia, en el caso que nos ocupa, deseo a las/os creyentes de la semana de pasión la disfruten desde el recogimiento, la emoción o la oración.

A quienes su pasión la tienen enfocada a la enfermería como forma de vida, trabajo, sentimiento y convicción, que la misma siempre sea capaz de estar guiada por la razón, la ciencia y la conciencia científicas para seguir avanzando y evitar, en la medida de lo posible, que dicha pasión lo sea de sufrimiento o dolor por no lograr hacerlo, o que otras/os traten de impedirlo desde la descalificación, el ataque o la resistencia, acientíficas que tienen como objetivo exclusivo seguir manteniendo posiciones de privilegio o poder desde el autoritarismo y la prepotencia, o bien de aquellas/os que con sus actitudes de renuncia, conformismo y pasividad causan un daño tanto a la profesión/disciplina a la que pertenecen como a las personas a las que se deben como enfermeras. A todas/os ellas/os pedirles idénticos procesos de reflexión y respeto para con la enfermería, las enfermeras y los cuidados profesionales, como los que se exigen para cualquier posición, pensamiento, idea o creencia.

A todas/os mis mejores deseos en estas fiestas, se vivan desde el fervor religioso o profesional, pero que en cualquiera de los casos se vivan con pasión y sin desatar pasiones.

[1]   Polímata suizo francófono. Fue a la vez escritor, pedagogo, filósofo, músico, botánico y naturalista.

[2] Henri Beyle (Grenoble; 23 de enero de 1783 – París; 23 de marzo de 1842), más conocido por su seudónimo Stendhal, fue un escritor francés.

[3] Escritor francés. Considerado uno de los mejores novelistas occidentales, es conocido principalmente por su novela Madame Bovary

[4] Escritor bohemio en lengua alemana. Su obra, una de las más influyentes de la literatura universal

OCULTISMO Y CONFUSIONISMO

“Con un gran poder a menudo llega una gran confusión”

Dan Allen[1]

 

La palabra “ocultismo” deriva de la voz latina occultus, que significa ‘oculto, clandestino, escondido, secreto’, y que proviene de occulere (‘ocultar’). Por su parte por confusionismo se entiende la falta de claridad en una idea o en un discurso, en especial si se produce intencionadamente.

            Parece como si ambas palabras, más concretamente ambas acciones, fuesen utilizadas de forma muy particular por determinados sectores de la profesión enfermera, con el objetivo de esconder secretos o mantener en la clandestinidad determinadas acciones, lo que sin duda genera una gran confusión dada la falta de claridad y transparencia que de manera intencionada se genera.

            Es cierto que el modo de actuar de nuestros representantes, o de quienes están ocupando los puestos de representación, que es cosa diferente, no siempre se han caracterizado por su ética ni tan siquiera por su estética. Pero últimamente la falta de pudor a la hora de tomar decisiones en beneficio propio, o de no tomarlas para beneficio de la profesión ha alcanzado tal grado de desfachatez que resulta incluso indecente.

            Siendo grave esto que comento, aún me preocupa más la anestesia colectiva que padece la profesión enfermera. Parece como si hubiese alcanzado el umbral de la tolerancia a la corrupción, la mentira y el engaño y prefiriese naturalizar las situaciones pensando que forman parte de la normalidad y que nada ni nadie puede cambiarlo.

            Porque llegados a este punto la capacidad de respuesta se reduce y se favorece la perpetuidad de los comportamientos ocultistas y de confusión que anulan la reacción al ser controlada, manipulada y distorsionada por quienes ejercen un poder absolutista y despótico que tratan de maquillar desde sus puestos de poder con recursos que paradójicamente aportamos todas/os, de manera cautiva, lo que provoca otra efecto colateral aún mucho más grave como es el desprecio hacia las instituciones u organismos desde los que los profesionales del ocultismo y la confusión ejercen como okupas. Porque en su maquiavélico proceder logran que el rechazo, la rabia y el descontento se focalice en las instituciones y no en quienes las representan, lo que supone un daño que ni tan siquiera el cambio de protagonistas, muchas veces, consigue repararlo y revertir las sensaciones y sentimientos hacia las mismas.

            No son las instituciones quienes ocultan o confunden. No son las responsables de la inacción irresponsable o de la acción mediocre. Porque las instituciones, como tales, no tan solo son necesarias, sino que resultan fundamentales para el desarrollo, consolidación y valoración de las enfermeras. Las instituciones tienen un valor que trasciende al egocentrismo, populismo, autoritarismo, protagonismo y muchos más “ismos” de quienes acceden a ellas con engaños y trampas que pertrechan desde el manoseo indecente que hacen de la libertad y la democracia que desprecian y vulneran con sus actuaciones, de tal manera que como dijera Harry Truman “si no les puedes convencer, confúndelos”[2].

            Dicho lo cual tampoco podemos creer que toda la culpa es exclusivamente de quienes actúan con tanta desfachatez. Porque la actitud de indolencia que asumimos creyendo que no se puede hacer nada o que son otros quienes lo tienen que hacer, unido a la falta de reconocimiento, respeto y apoyo hacia quienes siendo referentes y líderes se desprecian o incluso atacan, favorecen no tan solo tales actitudes sino su naturalización.

            Son muchos los casos y demasiadas las personas que los protagonizan, pero recientemente se están acumulando los ejemplos de este tipo de actuaciones más propias de sectas que de instituciones de representación profesional.

            Ante los ataques permanentes de los que estamos siendo objeto las enfermeras quienes debieran responder con contundencia se refugian en sus palacios, pagados por todas/os, para maquinar desde el ocultismo respuestas absolutamente ineficaces y ausentes de argumentación o permanecer en el anonimato de la displicencia, el inmovilismo y la conformidad, como si no fuese con ellas/os, mientras el deterioro de la profesión es cada vez mayor.

            Aislamiento de sectores profesionales, científicos o de influencia, que consideran peligrosos para sus intereses y que son prácticamente los únicos que alzan la voz y cuestionan con argumentos las decisiones que se toman en despachos ministeriales, parlamentarios, del senado, de consejerías o gerencias y que ante la perspectiva cada vez mayor de falta de resistencia por parte de las enfermeras, son cada vez más agresivas contra las competencias enfermeras en general y contra los cuidados profesionales enfermeros en particular.

            Estrategias orquestadas en la oscuridad del secretismo para lograr mantenerse en el poder, mediante procesos electorales totalmente manipulados en los que se recaban votos ya cumplimentados de manera personalizada utilizando las siglas de una organización de representación y supuesta defensa profesional, como votos teóricamente por correo no desde la voluntad individual de quienes los emiten sino desde la captación fraudulenta de quienes los buscan y consiguen desde el ocultismo y la confusión. Haciendo que quienes masivamente decidieron cambiar con su voto una realidad corrupta tuvieran que aguantar una falta de respeto más al tener que esperar durante horas para depositar su voto en una única urna dispuesta para un colegio con más de 50.000 potenciales votantes. Todo lo cual arroja unos resultados totalmente controlados que ponen de manifiesto de manera tan clara como burda la manipulación del voto al obtener la candidatura continuista la absoluta mayoría del voto por correo, es decir el captado por los interesados, mientras la candidatura alternativa obtenía la mayoría del voto presencial que en ningún caso y mucho menos dadas las condiciones que se establecieron, lograron acercarse al número de votos supuestamente emitidos por correo, que ni tan siquiera se permitieron cotejar, en un nuevo y patético ejemplo de ocultismo y de absurda e increíble disociación entre un tipo de voto y otro.

            Pero nuevamente surge la duda. ¿Es responsabilidad, este engaño, tan solo de quien lo comete? ¿Ninguna/o de las/os miles de enfermeras a las que se solicitó el voto tuvo dudas en cuanto a la legalidad del proceso? ¿Tan perfecta es la estrategia de engaño que nadie se dio cuenta, ni denunció el proceso de recogida de votos? ¿Una carpeta y un bolígrafo son suficiente prebenda para regalar un voto que debe decidir quien le represente? ¿Tan poco importa el destino de la institución que representa a la profesión?

            Porque sería una irresponsabilidad pensar que tan solo son culpables quienes actúan fraudulentamente para lograr su objetivo, en la creencia de que la inacción, la indiferencia y el conformismo que contribuye desde la omisión a que lo logren no es también un ejercicio de complicidad tan necesaria como evitable. Quien esté libre de culpa que arroje la primera piedra.

            Si cuanto menos reflexionásemos sobre lo que pasa y sobre cuál podría ser la aportación responsable que, desde la libertad absoluta de elección, adoptásemos en base al conocimiento y el pensamiento crítico de lo que supone tomar una u otra decisión, posiblemente el resultado sería bien diferente en todos estos órganos de representación.

            El argumento de que se pertenece por obligación a hacerlo es tan manido como inconsistente. Pues si bien se puede debatir la obligatoriedad o no de pertenencia, lo que no se puede obviar es lo que supone individual y colectivamente dicha pertenencia para el desarrollo, la identidad, el valor y la referencia, tanto a nivel profesional como institucional o social.

            Porque el ocultismo y la confusión también es ejercida por parte de las enfermeras cuando renuncian a defender su identidad y su orgullo de pertenencia a la profesión que, no lo olvidemos, eligieron bien por vocación, convicción o elección simple. Elección que, desde el momento de tomarla, suponía un compromiso con la profesión, su imagen y su proyección. Una elección que no puede quedar circunscrita a una simple relación laboral por la que se obtiene un salario. Porque esa actitud supone una negación y una renuncia a ser y sentirse enfermera, convirtiéndolo en un mero acto mercantil acientífico y ausente de ética que significa dejar en manos de quienes tienen otros intereses el decidir por nosotras.

            No se trata de que todas las enfermeras seamos activistas. Pero si, al menos, que seamos coherentes con lo que somos y a quienes nos debemos, las personas, las familias y la comunidad, para desde esa coherencia apoyar a quienes defienden la profesión para evitar que quienes quieren lucrarse a costa de las enfermeras no lo logren tan impunemente como lo hacen.

            Ocultar y confundir nuestra aportación específica, los cuidados profesionales enfermeros, enmascarándolos o no reconociéndolos como propios supone que los mismos sean reclamados por quienes están al acecho para asumirlos y hacerlos suyos. Porque negar los cuidados enfermeros, desde los más básicos a los más complejos, no va a representar en ningún caso que los mismos desaparezcan. Los cuidados siempre van a ser necesarios. Lo que debemos tener en cuenta es que abandonar su responsabilidad es poner en peligro la necesidad de las enfermeras. Porque las enfermeras les damos sentido, conocimiento y humanismo a los cuidados, pero si no cuidamos esa identidad propia, los cuidados pueden llegar a ser prestados por otros profesionales. Finalmente, la sociedad lo que requiere y demanda son cuidados, si nosotras como enfermeras no somos capaces de que dicha sociedad los relacione con nosotras como las únicas capaces de prestarlos con calidad, calidez y humanismo, la sociedad acabará por identificarlos con quienes los hayan asumido tras nuestra renuncia. Y las enfermeras sin cuidados no aportaremos valor y sin valor no seremos conocidas ni reconocidas. No confundamos pues a la población con nuestras derivas y nuestras debilidades y seamos capaces de liderar con claridad y transparencia los cuidados que nos identifican.

            Pero además debemos de ser conscientes de que nuestra responsabilidad con los cuidados no se limita exclusivamente a su prestación. Dicha responsabilidad está ligada a la necesidad de alimentarlos con evidencias científicas que sean capaces de aportarles calidad y capacidad de respuesta a las necesidades de salud de la población. Pensar que cuidar en un acto mecánico, rutinario y pasivo es la mejor manera de ocultarlo y restarle el valor científico que le corresponde y se debe exigir.

            Si además no somos capaces de transmitir a las futuras enfermeras el valor de los cuidados desde esa perspectiva científica a la vez que humanista, tampoco ellas tendrán la competencia, al menos inicial, de identificarla, valorarla, cuidarla y desarrollarla, entrando en un proceso de deterioro progresivo de los cuidados que difícilmente soportarán la exigencia de responder con calidad a las necesidades de salud.

Por tanto, se trata de todo un proceso dinámico, activo, continuo y continuado de mejora sin el que perderemos la capacidad de ser referentes y por tanto deberemos asumir el riesgo o la consecuencia de quedar ocultas en la indiferencia de nuestra aportación. Y desde dicha indiferencia no tendremos capacidad de exigir, ni de reclamar ser reconocidas y valoradas. Es decir, todo conduce a una triste realidad de confusión y ocultismo del que será muy difícil salir si no remediamos ser absorbidas por ese torbellino de mediocridad y lo que es peor de mediocres interesados en obtener beneficios a costa de las enfermeras.

Ni las/os políticas/os, ni las/os gerentes, ni los medios de comunicación, ni la comunidad, van a hacer esfuerzos por visibilizarnos. Unos porque ocultándonos logran dar respuestas más eficientes, aunque estas sean menos eficaces y efectivas. Otros porque sus intereses pasan por responder a necesidades al margen de la calidad. Están quienes ni saben ni muestran interés por lo que somos o aportamos más allá de la noticia que pueda darles notoriedad en base a número de consumidores, Por último están quienes tan solo quieren ver respondidas sus demandas con satisfacción y siendo respetados, con independencia de que se llamen enfermeras, técnicos o coordinadores de cuidados.

Lo que no hagamos nosotras como enfermeras para salir a la luz y evitar la confusión, no lo va a hacer nadie. Es más, tratarán por todos lo medios que quedemos ocultas como ya se ha hecho tras denominaciones tan confusas como rastreadoras, vacunadoras, operadoras, según las cuales trasciende a título de importancia la tarea realizada sobre quien es responsable de llevarla a cabo desde el rigor científico y la calidad de la atención.

¿Hasta cuándo vamos a mantener nuestra indiferencia? ¿Cuánto tiempo vamos a tardar en ser invisibles con nuestra actitud de ocultismo y confusión? ¿Seguiremos pensando que la culpa siempre es de los demás sin asumir nuestra cuota de responsabilidad profesional? ¿Dejaremos que la mediocridad, la corrupción y la hipocresía sigan identificando a quienes se mantienen y perpetúan como referentes de muchas instituciones enfermeras? ¿El ocultismo y la confusión van a seguir siendo el refugio de nuestra propia incapacidad de respuesta?

Son interrogantes duras, que requieren respuestas valientes. No es un relato pesimista. Creo firmemente en la capacidad de las enfermeras. Pero dudo de la voluntad para activarla, en parte como consecuencia del hartazgo y la pérdida de fe en quienes dicen ser nuestros referentes, pero en parte también, por la pasividad con la que actuamos pensando que no hay manera de solucionarlo.

Tan solo recuperemos nuestra identidad y con ella nuestra fortaleza para afrontar los cambios que necesitamos para salir de este ocultismo y confusión que nos limita y nos cuestiona. Confiemos en nuestras/os líderes y apoyemos sus acciones para hacer frente a quienes se creen inmunes a cualquier fracaso por entender que lo controlan todo desde la manipulación y el engaño.

Es posible y deseable. Creámoslo y lo lograremos.

[1] Director de cine

[2]Trigésimo tercer presidente de los Estados Unidos desde 1945 hasta 1953

DÍA MUNDIAL DE LA SALUD

“No es una buena medida de la salud estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma

Jiddu Krishnamurti[1]

 

 

Dr. José Ramón Martínez-Riera

Académico y Vicepresidente II

Academia de Enfermería de la Comunitat Valenciana

 

            En unos momentos en los que la pandemia de la COVID 19 sigue presente, en los que la guerra contra Ucrania, que no de Ucrania como erróneamente se dice, azota a toda una nación y provoca efectos colaterales en prácticamente todo el mundo, en los que la amenaza de regímenes totalitarios ponen en peligro valores y derechos fundamentales, en los que las desigualdades y la falta de equidad son consecuencia de poblaciones vulneradas…parece que no invite demasiado hablar de Salud y mucho menos a hacerlo desde una perspectiva de celebración mundial.

            Sin embrago, precisamente por eso y por otros muchos factores, situaciones y acontecimientos que suceden diariamente a nivel mundial, pero también local, resulta más necesario que nunca el hablar, analizar, reflexionar, debatir, sobre salud.

            Sin duda los efectos que sobre la salud global están generando la pandemia, la guerra o las desigualdades, son razones suficientes, aunque no únicas para detenernos, aunque tan solo sea por un día, a valorar qué es lo que significa una palabra que todos reconocemos y que tan poco conocemos y valoramos. Tan solo, como dice el refrán, nos acoramos de Santa Bárbara cuando truena, y por analogía podemos decir que nos acordamos de la salud cuando no la tenemos o vemos el peligro de perderla.

            En cualquier caso, tanto la pandemia, la guerra como las desigualdades, como ejemplos paradigmáticos contra la salud, lo que vienen a poner en evidencia es la fragilidad de la salud y la preocupante falta de atención que sobre ella se tiene por parte tanto de políticas/os, gobernantes, gestoras/es, profesionales de la salud y población en general.

            Algo como la salud que concita tanto consenso, en cuanto a la importancia que a la misma se le da, cuanto menos en apariencia y en el discurso que se genera a su alrededor, y que sin embargo tanto se descuida e incluso tanto se maltrata en cuanto a hechos o acciones tendentes a promocionarla, conservarla o reponerla.

            Queda claro, por tanto, que no se trata tan solo de identificar la salud como un valor, un derecho o una oportunidad que son utilizados de manera oportunista y puntual en el planteamiento de discursos, posicionamientos o argumentos con los que trasladar un mensaje en el que quede patente su importancia, pero en los que no se concreta nunca, o casi nunca, cómo la salud pasa a formar parte de las políticas que sostienen o cuanto menos fundamentan la acción política, gubernamental, gestora, profesional o social.

            Así pues, la salud es utilizada, manoseada, manipulada y distorsionada en función del interés que en cada caso se requiera, como si de un comodín se tratase para tratar de completar la jugada que permita ganar la partida que en ese momento se esté jugando. Bien sea esta, la pandemia, la guerra o las desigualdades, incorporándola en el lugar que más convenga con tal de completar la combinación ganadora. Siempre acaba siendo una opción segura.

            Pero claro está, lo que se utiliza realmente no es la salud, sino la palabra con la que identificamos a la misma, que en ningún caso supone que todos entendamos lo mismo sobre lo que significa, ni lo que aporta, ni lo que determina. Porque la salud es en sí misma una opción, una responsabilidad, una oportunidad, una ilusión, una condición, una solución, una demanda, una necesidad… según quién o quiénes la utilicen, la busquen, la interpreten, la analicen, la verbalicen, la incorporen, la trasladen, la coordinen, la gestionen o incluso la compren o vendan.

            En una sociedad altamente competitiva en la que la inmediatez, el individualismo y la mercantilización lo impregnan todo, la salud se convierte en un bien de consumo más con el que jugar en bolsa, hacer negocio, asustar, engañar, especular, chantajear, pero muy poco con el que generar igualdad, tranquilidad, bienestar, equilibrio y solidaridad.

            Nos hemos convertido todos, en mayor o en menor medida, en traficantes de salud.

            Desde la política, al hacer de un tema tan sensible, trascendente y necesario un uso partidista con el que sacar rédito, sin que ello signifique que se haga en base a las respuestas o apuestas que en torno o a favor de la salud pública y comunitaria se requieren, sino tan solo como elemento de marketing y propaganda con el que llamar la atención u obtener un beneficio, sea político, social, corporativo o personal, pero muy alejado de la capacidad real de lo que significa tener y estar en salud.

            Desde la gestión al identificar la salud como un bien con el que obtener beneficios desde una perspectiva rentista alejada, en muchos casos, de los resultados en salud de y para las personas, las familias y la comunidad, confundiendo de manera sistemática sanidad con salud como si fuesen sinónimos cuando realmente son antónimos o cuanto menos diferentes conceptos que incluso se gestionan de diferente manera y con diferentes objetivos.

            Desde los profesionales porque algunos ni tan siquiera se sienten e incluso renuncian a serlo de la salud, por entender que su acción está por encima de ella al centrarse exclusivamente en la enfermedad y su posible curación. Otros porque aun asumiendo, o cuanto menos no renunciando, a su pertenencia a la salud, su actividad queda circunscrita a la enfermedad o la técnica, haciéndolo desde un paradigma que no les es propio y desde el que, además, pierden autonomía y generan dependencia y subsidiariedad de otros profesionales. Todo lo cual conduce al reduccionismo profesional que les sitúa como sanitarios al haber renunciado a la salud que tan solo ocupa un espacio anecdótico o testimonial. Los cuidados por su parte quedan relegados a una valoración residual y acientífica que no es ni identificada ni reconocida por las instituciones, aunque sea valorada de manera muy positiva por la población, pero que sin embargo les cuesta asimilarlos a una aportación específica enfermera generadora de salud, autogestión, autodeterminación y autonomía del cuidado.

            Por último, desde la ciudadanía porque identifican que la salud es algo en lo que no tienen ni pueden aportar nada, que para eso están ya los profesionales sanitarios que son los únicos que tienen la competencia de actuar cuando se identifica o percibe alguna necesidad de salud, que realmente no es tal pues se asimila a una demanda por enfermedad, como consecuencia de la cultura sanitarista que en este sentido se ha trasladado por parte de los profesionales a la población, usurpándoles todo su saber popular y la capacidad de tomar decisiones en sus procesos de salud-enfermedad, generando una población dependiente y altamente demandante de asistencia que no de salud ni de atención.

            Así pues, la salud, como sucede con otros derechos fundamentales como la justicia o la equidad quedan reducidos a meros conceptos idealizados y deseados, pero a los que resulta complicado acceder en igualdad de condiciones como consecuencia del contexto y los determinantes que en el mismo se presenten, lo que determinará claras diferencias tanto en el acceso como en la percepción que de la propia salud tengan las personas.

            La salud pues debería ser identificada, además de como un derecho indiscutible, como un bien al que poder acceder con independencia de todos aquellos factores que de manera directa o indirecta inciden claramente en las posibilidades de las personas a hacerlo en igualdad de condiciones y de resultados.

            Para ello resulta imprescindible que la salud desplace de manera clara a la enfermedad como centro de la atención de políticas, gestión, atención profesional o responsabilidad individual y colectiva de la población. Tan solo situando a la salud como objetivo y no como resultado esperable o deseable con el que hacer negocio o especular, y desde un abordaje de participación directa, seremos capaces de generar entornos, poblaciones y contextos saludables donde la salud forme parte de la convivencia y no sea tan solo una vivencia puntual, anecdótica o casual ligada a supuestos y estereotipados estados de bienestar.

            La Salud Pública y Comunitaria deben adquirir el protagonismo que lamentablemente no tienen en la actualidad al estar subyugadas al racionalismo y paternalismo sanitarista de los modelos medicalizados en los que profesionales como las enfermeras son invisibilizadas o reducidas a realizar tareas delegadas de asistencia a la enfermedad y con ello anuladas como agentes de salud fundamentales de promoción de la Salud desde la que empoderar a las personas, las familias y la comunidad en salud.

            Seguir celebrando el día mundial de la salud como una fecha en la que acordarse de que existe, pero sin que realmente haya un compromiso firme por parte de todos de situarla como referencia indiscutible de todas las políticas, lo que supone un cambio radical en cuanto a su identificación, abordaje, tratamiento, planificación, accesibilidad, desarrollo y evaluación, quedará reducido a una fecha más en el calendario de celebraciones mundiales que nos recuerde anualmente que existe aunque cada vez tenga menos sentido y se utilice, una vez más, como escaparate de propaganda en el que escenificar reconocimientos cuyo único objetivo es el de maquillar las carencias derivadas de la falta de decisiones necesarias, deseadas y valientes que sitúen a la salud como objetivo a alcanzar y no como medio para lograr fines que nada tienen que ver con la salud de las personas, las familias y la comunidad.

            Los aplausos, como los reconocimientos, pierden todo su valor sino van acompañados de acciones que den verdadero sentido a la salud, que es lo que realmente necesita la ciudadanía, las/os profesionales y el propio sistema nacional de salud.

            Discutir con la realidad es doloroso, tal como dice Byron Katie[2], admitirla sin hacerlo es renunciar a mejorarla.

            Desde la Academia de Enfermería de la Comunitat Valenciana hacemos un llamamiento serio, riguroso y científico por la salud global como única forma de lograr el necesario equilibrio que facilite acceder a ella desde la igualdad, la equidad y la libertad, en un esfuerzo común por respetarla y no por hacer un uso interesado de la misma.

            Ahora más que nunca la SALUD adquiere una dimensión más allá de la sanidad y la asistencia. Una dimensión integral que, de sentido a la vida en cualquier ciclo vital, entorno o contexto, al margen de diferencias sociales, culturales, religiosas o sexuales, disfrutándola en equilibrio y convivencia como un bien común que determine responsabilidad individual y colectiva y no como una obligación impuesta en oposición a la enfermedad exclusivamente. Como un valor que hay que defender y compartir, promocionar y respetar, generar y mantener, desear y lograr desde la participación y la solidaridad, la ética y la estética, la técnica y el cuidado, la tecnología y el humanismo. Tan solo desde esta perspectiva, este planteamiento, este compromiso merece la pena reconocer y celebrar este día mundial de la SALUD como un bien y un derecho universal y accesible.

[1] Escritor, orador, indio-estadounidense (1895-1986)

[2] Escritora y conferenciante estadounidense.

¡¡¡BASTA YA!!!! Movilizados por los cuidados

“No sé si es cansancio, madurez o resignación, pero hay cosas que ya no quiero discutir más.”

Jorge Schubert [1]

 Desde el año 1977, con motivo de la demanda de las enfermeras para incorporar sus estudios a la universidad, ya no ha vuelto a existir un movimiento de protesta y movilización como aquel. Ni en cuanto a número de enfermeras movilizadas, sensibilizadas, comprometidas, implicadas y concienciadas, como de unidad por el objetivo que generó tal movimiento, el desarrollo disciplinar de la enfermería que, sin duda, supondría un punto de inflexión sin precedentes en España y para nuestra disciplina/profesión.

Las calles se llenaron de enfermeras uniformadas, muchos espacios en hospitales o escuelas acogían asambleas multitudinarias, los servicios de salud sufrieron el impacto por los paros registrados, lo que permitió ponderar en su justa medida la importancia y el impacto que los cuidados profesionales enfermeros tenían y que no había sido en ningún momento valorado ni reconocido, tanto para el funcionamiento de los servicios como para la salud de las personas atendidas, lo que permitió situar en su justa medida la dimensión de la aportación enfermera.

Logrado el objetivo de la incorporación en la Universidad, las enfermeras asumieron su rol de cuidadoras profesionales y de profesionales responsables con su nuevo nivel académico en cualquiera de los ámbitos en los que trabajan.

Dicha asunción, en ningún caso, significaba que no existiesen más problemas o que no se tuviesen mayores aspiraciones, pero la responsabilidad contraída con la sociedad tras su incorporación en la universidad con el objetivo de ser mejores profesionales y ofrecer cuidados de mayor calidad, se anteponía a cualquier otra reivindicación corporativa que supusiese nuevamente la parálisis del sistema. La ética del cuidado prevaleció a cualquier intento de desestabilización o protesta masiva.

En todo momento se trabajó de manera ordenada, serena, respetuosa, rigurosa, incluso silenciosa aunque no por ello vacía de contenido, en cuantos conflictos, agravios, ataques, despropósitos, barreras, mentiras, promesas incumplidas, mensajes vacíos, oportunismos tramposos, brindis al sol, limitaciones, sospechas, silencios escandalosos, escándalos silenciados, desprecios, aislamientos, recortes, irracionalidades, presiones… a los que hemos estado sometidas de manera casi permanente y sistemática durante más de 40 años desde que lográsemos entrar en la Universidad. Como si con dicho logro se hubiese entendido que las enfermeras ya no tuviésemos mayores necesidades, reivindicaciones, deseos, oportunidades, anhelos, objetivos, fines o metas que alcanzar. Como si se nos hubiese dado un billete de fin de trayecto que impidiera cualquier otra posibilidad de destino.

Paradójicamente, además, ha sido durante estos últimos dos años, coincidiendo con el movimiento Nursing Now, cuando han arreciado, si cabe aún más, los despropósitos contra las enfermeras, que se intentaron enmascarar con aplausos y palabras vacías y sin sentimiento alguno por parte justamente de quienes permitían o decidían en contra de las enfermeras. Debieron entender que lo de Enfermería Ahora (Nursing Now) era el aviso para atacar ya sin remilgo alguno a las enfermeras.

Sin embargo, en ningún caso debe entenderse esta postura de contención de las enfermeras, que no de resignación, con falta de interés, ambición, necesidad, ni mucho menos de sumisión, ante el sistema o cualquier otra circunstancia o factor. Aunque pueda o quiera interpretarse como una justificación interesada y oportunista, nada más alejado de la realidad. Las enfermeras siempre han antepuesto a sus intereses individuales y colectivos los de las personas, las familias y la comunidad a las que atienden. Siempre han considerado, como hacen con la atención integral que prestan, que el consenso, la escucha activa, el diálogo, el respeto, junto a los argumentos rigurosos y razonados eran las vías que debían utilizarse para la negociación, de aquellas demandas legítimas que como profesionales tienen para garantizar la calidad de sus cuidados. Nunca se utilizó la fuerza de la presión, el poder, la exigencia o la amenaza para lograr imponer su criterio como otros han venido utilizando sistemáticamente para lograr unas demandas que no siempre tienen ni la trascendencia ni el impacto con las que se han trasladado a través de mensajes engañosos, manipulaciones interesadas o argumentos falsos, con los que lograr el respaldo social que tan solo les interesa realmente para alcanzar sus objetivos laborales o económicos y no así la mejora de la calidad asistencial que prestan y que manejan e inducen a su capricho en base a sus necesidades puntuales y/o a sus autoritarias imposiciones organizativas tendentes a satisfacer su particular estado de bienestar o zonas de confort. Para ello no han dudado nunca en utilizar las demandas judiciales, las movilizaciones o los paros con el manejo de unos medios de comunicación fascinados por el sanitarismo medicalizado que hacen de altavoz a sus reivindicaciones. Incluso, no han tenido pudor alguno en utilizar a otros profesionales en general y a las enfermeras en particular como muleta con la que reforzar la estabilidad de sus protestas, pero sin que ninguno de dichos colectivos les diera permiso para ello ni participasen de su argumentario. Tan solo se trataba de una utilización interesada en la que nunca se tuvieron en cuenta los intereses o necesidades de los mismos sino tan solo sus crematísticos deseos enmascarados de una preocupación por el tiempo dedicado o la demanda que es, casi única y exclusivamente, consecuencia de su propia ineficacia o su manejo interesado como estrategias de logro.

Pero allá cada cual con sus planteamientos. Cada quien debe ser coherente con su línea de actuación y de acción y no tan solo pretender que la imagen idealizada de su aportación sea la moneda con que poder comprar voluntades y vencer resistencias.

Por eso las enfermeras siempre han mantenido esa especie de reserva, de contención, de espera, porque siempre han considerado que las necesidades de la sociedad debían estar permanentemente garantizadas.

Pero esa actitud, ese posicionamiento, que algunas/os quieren asociar a inmovilismo e inacción, para nada tiene que ver con ellos. Porque la inacción y el inmovilismo, que lamentablemente existen, obedecen a otros criterios relacionados a una ética de mínimos en la que la falta por asumir responsabilidades prevalece a la carencia de estímulos para la movilización y la protesta.

La información y con ella los datos, se han utilizado y se siguen utilizando en contra de las propias enfermeras en un diabólico juego en el que se trata en todo momento de hacer responsables de los males de la enfermería a las propias enfermeras a las que se acusa de estar desunidas, fragmentadas y no saber quiénes son sus referentes, cuando realmente se trabaja de manera soterrada y totalmente orquestada para hacer que eso suceda o lo parezca. Todo lo cual es aprovechado por determinados grupos que tratan de sacar rédito de esta situación planeando propuestas de fragmentación como las que realizan algunas matronas exigiendo una titulación independiente de enfermería o la realizada por residentes de especialidades enfermeras constituyendo asociaciones al margen de las Sociedades Científicas de sus especialidades. Una verdadera locura que obedece claramente a la degradación a la que estamos siendo sometidas desde hace tanto tiempo y que ya tiene antecedentes claros cuando Fisioterapia o Podología dejaron de ser especialidades enfermeras para pasar a ser titulaciones independientes.

Pero este mal no es exclusivo de las enfermeras, porque las guerras de guerrillas son no tan solo habituales sino mucho más cruentas entre profesionales de otras disciplinas, que cuentan con el apoyo mediático y de la industria, como la farmacológica o la técnica, que les otorgan el papel de lobby que achanta y doblega a las administraciones y a quienes las gestionan, que en ocasiones incluso son los mismos.

Desde 1977 hasta hora han sido muchos los acontecimientos, las acciones, las omisiones, las decisiones, las ausencias, los olvidos, las intenciones, las sinrazones… que han acompañado la evolución y el desarrollo, tanto disciplinar como profesional de las enfermeras. Pero además, lo han hecho, en compañía y comparación permanente a otras disciplinas/profesiones en desigualdad de condiciones en unas ocasiones o en clara desventaja en otras como consecuencia de las diferencias de criterio; las normas diseñadas a medida de una determinada disciplina/profesión; la asimilación de paradigmas de manera totalmente incoherente; el punto de partida claramente diferente; la exigencia homogénea ante oportunidades absolutamente desiguales; la negación a determinados objetivos por razones exclusivamente de autoritarismo corporativista; la utilización interesada de la actividad enfermera como demanda de otras profesiones en detrimento de las necesidades de la población; la desvalorización de las aportaciones específicas enfermeras como los cuidados; la ausencia de indicadores de resultado enfermeros; la mimetización sistemática del modelo médico para imponerlo al de las enfermeras; la fagocitación en órganos, comisiones o puestos de responsabilidad en donde les dejan estar pero no les dejan ser; el racionamiento permanente de las plantillas enfermeras en beneficio del crecimiento del de otros profesionales sin criterios que lo justifiquen y tan solo como respuesta a las presiones de poder y al modelo diseñado a imagen y semejanza de un colectivo profesional y no de las necesidades de cuidados de las personas a las que debe dar respuesta; los incentivos diseñados a medida de unos pocos en detrimento de las enfermeras; la desigual oportunidad de acceso a investigación y docencia; el nulo interés por la generación de evidencias enfermeras o la ignorancia absoluta a las que se obtienen; la incapacidad de respuesta a las deficiencias del sistema generadas por la ineficaz gestión centrada en la enfermedad; la negativa a modificar normas y leyes que impiden el normal desarrollo competencial enfermero; la eliminación sin sentido ni argumento de acciones enfermeras fundamentales para la salud comunitaria; la incomprensible, o no, incapacidad para ordenar las competencias profesionales en los servicios, unidades o centros; la resistencia numantina a situar a enfermeras en puestos de responsabilidad; el ninguneo permanente del protagonismo enfermero para trasvasarlo de manera totalmente vergonzosa a añadir como méritos de otros profesionales; la exigencia desmesurada para demostrar lo que a otros se les da por supuesto; el cuestionamiento permanente a propuestas enfermeras en contraste con la aceptación sin reparos ni valoraciones a las realizadas por otros profesionales; la falta de consideración y valor a las aportaciones de las sociedades científicas enfermeras por el hecho de ser enfermeras; la absoluta falta de interés y atención a los planteamientos de las enfermeras en cualquier ámbito, contexto o situación; la insolente beneficencia política con la que se identifica y trata a las enfermeras; el radicalismo médico-político con el que se toman decisiones; la inequidad en el acceso a recursos; la negación irracional del impacto del trabajo enfermero en la conciliación familiar… son tan solo algunos de los hechos que a lo largo de estos años han ido pasando de manera inexorable como granos de arena por la estrechez administrativo-política y corporativista del reloj de arena que se puso en marcha para las enfermeras en 1977.

Pero el tiempo, como los granos de arena, están muy próximos a acabarse y con ello de detenerse el tiempo de paciencia, de aguante, de resistencia, de capacidad, de fortaleza… que las enfermeras han tenido para lograr que no se precipitase ni el tiempo ni la arena que lo medía.

Las enfermeras, y solo las enfermeras, debemos decidir si queremos que se posibilite el que se le dé la vuelta al reloj de arena y con ello se inicie un nuevo, incierto, lento y triste espacio en el que las enfermeras nuevamente asumamos el papel de resistencia y silencio, o si, por el contrario, determinamos que el tiempo se detenga para plantear soluciones reales que garanticen la calidad de los cuidados que prestamos y las condiciones en las que se nos pide que lo hagamos.

Se trata de seguir anteponiendo los intereses de la población a los del sistema, otros profesionales y los nuestros propios, pero exigiendo cambios reales que limiten la incertidumbre, eliminen las desigualdades, minimicen los impactos negativos, favorezcan las oportunidades, centren la atención en los cuidados… desde una perspectiva de firmeza, determinación, rigor y tolerancia cero al maltrato institucional al que estamos siendo sometidas y que incide de manera clara y objetiva en la calidad de atención a la salud.

Tenemos que ser capaces de explicar, informar y convencer a la sociedad de lo que queremos y exigimos para que no tan solo se solidaricen, sino que hagan suya la reivindicación por la que decidimos parar y actuar de una vez por todas.

El tiempo de las peticiones sin respuesta, los silencios como argumentos, los rechazos como soluciones, se ha agotado y con él la parálisis de acción.

Es hora de moverse, de actuar, de dejar de llorar, de hablar, de razonar para que se oiga nuestra voz y se escuche nuestro clamor que es el de una sociedad que necesita ser cuidada para saber cuidarse.

Que nadie intente manipular este grito de acción con una reivindicación económico – laboral o corporativista exclusivamente. Se trata de una apuesta razonada, científica y alejada de cualquier protagonismo, pero al mismo tiempo de un posicionamiento firme que no debe ceder ni al chantaje, ni las presiones de poder, ni las amenazas de quienes durante tanto tiempo nos han estado ignorando.

No es cuestión de hacerlo de manera precipitada y sin sentido, pero tampoco de contemplarlo desde una perspectiva de utopía que nos devuelva a la estrechez temporal de la evolución, el desarrollo y la valoración enfermeras.

No es cuestión de siglas, ni de ideas, ni de partidos, ni de personas, ni de consejerías o ministerios, es cuestión de voluntad. Y no ha habido ni hay voluntad de querer tan siquiera entender lo que son y significan los cuidados enfermeros y quienes los prestamos, las enfermeras.

No nos queda resquicio alguno de esperanza en lo que se nos pueda, quiera o pretenda decir. Ya hemos sido engañadas, ninguneadas, ignoradas, utilizadas, manipuladas, durante demasiado tiempo. Mucho más allá del que cualquier cuidado puede soportar. Estamos en fase terminal por culpa de la mala praxis de tantas y tantos oportunistas mediocres que han creído, torpemente como casi todo lo que hacen, que podían continuar e incrementar su actitud de hostigamiento y ataque a los cuidados.

Para hablar de cuidados hay que saber lo que significa cuidar y para cuidar profesionalmente hay que respetar a quienes lo hacen desde el conocimiento y el convencimiento de ser enfermeras. No hacerlo conduce irremediablemente a denigrar el cuidado y con ello a despreciar la salud y la dignidad humana. Pero estamos cansadas de hablar a los sordos y esperar a que los mudos nos hablasen

Las enfermeras no podemos, ni debemos seguir siendo cómplices activas ni pasivas de quienes actúan con tanto desprecio contribuyendo, por tanto, al deterioro progresivo de la salud y a la mercantilización de la misma para dejarla en manos de depredadores carroñeros que actúan desde los lobbies de poder financiero a quienes dan respuesta con la degradación de los cuidados para abaratar costes y hacer negocio.

Creer es querer y querer es poder, por lo que se cree y se quiere, pero como dijese Dostoyevski[2] “acaba uno por agotarse y siente que esa inagotable fantasía se agota con el esfuerzo constante por avivarla”. Por eso, antes de caer en el agotamiento al que nos arrastran, hay que tomar fuerza y defender nuestra imagen, nuestro valor, nuestra posición, nuestra aportación, nuestra voz… que hemos ganado con trabajo, compromiso, implicación, estudio, investigación, evidencias y vivencias.

Siempre he sido y sigo siendo un firme defensor del diálogo y la negociación, pero para que pueda ser eficaz y equitativo se requiere de la voluntad firme de las partes y no tan solo de la transigencia, la paciencia y la pasividad de una de ellas ante la imposición autoritaria y la prepotencia de la otra.

¡¡¡BASTA YA!!!! No queda otra. No entienden el lenguaje de los cuidados ni cuidan el lenguaje de sus decisiones. No es enfado, es decepción, y eso es peor, porque la decepción, al menos en este caso, no es como dijera Sir Bayle Roche[1] la enfermera de la sabiduría” sino la enfermedad de la sabiduría.

[1] Político irlandés (octubre de 1736 – 5 de junio de 1807)

“No sé si es cansancio, madurez o resignación, pero hay cosas que ya no quiero discutir más.”

Jorge Schubert [1]

 

Desde el año 1977, con motivo de la demanda de las enfermeras para incorporar sus estudios a la universidad, ya no ha vuelto a existir un movimiento de protesta y movilización como aquel. Ni en cuanto a número de enfermeras movilizadas, sensibilizadas, comprometidas, implicadas y concienciadas, como de unidad por el objetivo que generó tal movimiento, el desarrollo disciplinar de la enfermería que, sin duda, supondría un punto de inflexión sin precedentes en España y para nuestra disciplina/profesión.

Las calles se llenaron de enfermeras uniformadas, muchos espacios en hospitales o escuelas acogían asambleas multitudinarias, los servicios de salud sufrieron el impacto por los paros registrados, lo que permitió ponderar en su justa medida la importancia y el impacto que los cuidados profesionales enfermeros tenían y que no había sido en ningún momento valorado ni reconocido, tanto para el funcionamiento de los servicios como para la salud de las personas atendidas, lo que permitió situar en su justa medida la dimensión de la aportación enfermera.

Logrado el objetivo de la incorporación en la Universidad, las enfermeras asumieron su rol de cuidadoras profesionales y de profesionales responsables con su nuevo nivel académico en cualquiera de los ámbitos en los que trabajan.

Dicha asunción, en ningún caso, significaba que no existiesen más problemas o que no se tuviesen mayores aspiraciones, pero la responsabilidad contraída con la sociedad tras su incorporación en la universidad con el objetivo de ser mejores profesionales y ofrecer cuidados de mayor calidad, se anteponía a cualquier otra reivindicación corporativa que supusiese nuevamente la parálisis del sistema. La ética del cuidado prevaleció a cualquier intento de desestabilización o protesta masiva.

En todo momento se trabajó de manera ordenada, serena, respetuosa, rigurosa, incluso silenciosa aunque no por ello vacía de contenido, en cuantos conflictos, agravios, ataques, despropósitos, barreras, mentiras, promesas incumplidas, mensajes vacíos, oportunismos tramposos, brindis al sol, limitaciones, sospechas, silencios escandalosos, escándalos silenciados, desprecios, aislamientos, recortes, irracionalidades, presiones… a los que hemos estado sometidas de manera casi permanente y sistemática durante más de 40 años desde que lográsemos entrar en la Universidad. Como si con dicho logro se hubiese entendido que las enfermeras ya no tuviésemos mayores necesidades, reivindicaciones, deseos, oportunidades, anhelos, objetivos, fines o metas que alcanzar. Como si se nos hubiese dado un billete de fin de trayecto que impidiera cualquier otra posibilidad de destino.

Paradójicamente, además, ha sido durante estos últimos dos años, coincidiendo con el movimiento Nursing Now, cuando han arreciado, si cabe aún más, los despropósitos contra las enfermeras, que se intentaron enmascarar con aplausos y palabras vacías y sin sentimiento alguno por parte justamente de quienes permitían o decidían en contra de las enfermeras. Debieron entender que lo de Enfermería Ahora (Nursing Now) era el aviso para atacar ya sin remilgo alguno a las enfermeras.

Sin embargo, en ningún caso debe entenderse esta postura de contención de las enfermeras, que no de resignación, con falta de interés, ambición, necesidad, ni mucho menos de sumisión, ante el sistema o cualquier otra circunstancia o factor. Aunque pueda o quiera interpretarse como una justificación interesada y oportunista, nada más alejado de la realidad. Las enfermeras siempre han antepuesto a sus intereses individuales y colectivos los de las personas, las familias y la comunidad a las que atienden. Siempre han considerado, como hacen con la atención integral que prestan, que el consenso, la escucha activa, el diálogo, el respeto, junto a los argumentos rigurosos y razonados eran las vías que debían utilizarse para la negociación, de aquellas demandas legítimas que como profesionales tienen para garantizar la calidad de sus cuidados. Nunca se utilizó la fuerza de la presión, el poder, la exigencia o la amenaza para lograr imponer su criterio como otros han venido utilizando sistemáticamente para lograr unas demandas que no siempre tienen ni la trascendencia ni el impacto con las que se han trasladado a través de mensajes engañosos, manipulaciones interesadas o argumentos falsos, con los que lograr el respaldo social que tan solo les interesa realmente para alcanzar sus objetivos laborales o económicos y no así la mejora de la calidad asistencial que prestan y que manejan e inducen a su capricho en base a sus necesidades puntuales y/o a sus autoritarias imposiciones organizativas tendentes a satisfacer su particular estado de bienestar o zonas de confort. Para ello no han dudado nunca en utilizar las demandas judiciales, las movilizaciones o los paros con el manejo de unos medios de comunicación fascinados por el sanitarismo medicalizado que hacen de altavoz a sus reivindicaciones. Incluso, no han tenido pudor alguno en utilizar a otros profesionales en general y a las enfermeras en particular como muleta con la que reforzar la estabilidad de sus protestas, pero sin que ninguno de dichos colectivos les diera permiso para ello ni participasen de su argumentario. Tan solo se trataba de una utilización interesada en la que nunca se tuvieron en cuenta los intereses o necesidades de los mismos sino tan solo sus crematísticos deseos enmascarados de una preocupación por el tiempo dedicado o la demanda que es, casi única y exclusivamente, consecuencia de su propia ineficacia o su manejo interesado como estrategias de logro.

Pero allá cada cual con sus planteamientos. Cada quien debe ser coherente con su línea de actuación y de acción y no tan solo pretender que la imagen idealizada de su aportación sea la moneda con que poder comprar voluntades y vencer resistencias.

Por eso las enfermeras siempre han mantenido esa especie de reserva, de contención, de espera, porque siempre han considerado que las necesidades de la sociedad debían estar permanentemente garantizadas.

Pero esa actitud, ese posicionamiento, que algunas/os quieren asociar a inmovilismo e inacción, para nada tiene que ver con ellos. Porque la inacción y el inmovilismo, que lamentablemente existen, obedecen a otros criterios relacionados a una ética de mínimos en la que la falta por asumir responsabilidades prevalece a la carencia de estímulos para la movilización y la protesta.

La información y con ella los datos, se han utilizado y se siguen utilizando en contra de las propias enfermeras en un diabólico juego en el que se trata en todo momento de hacer responsables de los males de la enfermería a las propias enfermeras a las que se acusa de estar desunidas, fragmentadas y no saber quiénes son sus referentes, cuando realmente se trabaja de manera soterrada y totalmente orquestada para hacer que eso suceda o lo parezca. Todo lo cual es aprovechado por determinados grupos que tratan de sacar rédito de esta situación planeando propuestas de fragmentación como las que realizan algunas matronas exigiendo una titulación independiente de enfermería o la realizada por residentes de especialidades enfermeras constituyendo asociaciones al margen de las Sociedades Científicas de sus especialidades. Una verdadera locura que obedece claramente a la degradación a la que estamos siendo sometidas desde hace tanto tiempo y que ya tiene antecedentes claros cuando Fisioterapia o Podología dejaron de ser especialidades enfermeras para pasar a ser titulaciones independientes.

Pero este mal no es exclusivo de las enfermeras, porque las guerras de guerrillas son no tan solo habituales sino mucho más cruentas entre profesionales de otras disciplinas, que cuentan con el apoyo mediático y de la industria, como la farmacológica o la técnica, que les otorgan el papel de lobby que achanta y doblega a las administraciones y a quienes las gestionan, que en ocasiones incluso son los mismos.

Desde 1977 hasta hora han sido muchos los acontecimientos, las acciones, las omisiones, las decisiones, las ausencias, los olvidos, las intenciones, las sinrazones… que han acompañado la evolución y el desarrollo, tanto disciplinar como profesional de las enfermeras. Pero además, lo han hecho, en compañía y comparación permanente a otras disciplinas/profesiones en desigualdad de condiciones en unas ocasiones o en clara desventaja en otras como consecuencia de las diferencias de criterio; las normas diseñadas a medida de una determinada disciplina/profesión; la asimilación de paradigmas de manera totalmente incoherente; el punto de partida claramente diferente; la exigencia homogénea ante oportunidades absolutamente desiguales; la negación a determinados objetivos por razones exclusivamente de autoritarismo corporativista; la utilización interesada de la actividad enfermera como demanda de otras profesiones en detrimento de las necesidades de la población; la desvalorización de las aportaciones específicas enfermeras como los cuidados; la ausencia de indicadores de resultado enfermeros; la mimetización sistemática del modelo médico para imponerlo al de las enfermeras; la fagocitación en órganos, comisiones o puestos de responsabilidad en donde les dejan estar pero no les dejan ser; el racionamiento permanente de las plantillas enfermeras en beneficio del crecimiento del de otros profesionales sin criterios que lo justifiquen y tan solo como respuesta a las presiones de poder y al modelo diseñado a imagen y semejanza de un colectivo profesional y no de las necesidades de cuidados de las personas a las que debe dar respuesta; los incentivos diseñados a medida de unos pocos en detrimento de las enfermeras; la desigual oportunidad de acceso a investigación y docencia; el nulo interés por la generación de evidencias enfermeras o la ignorancia absoluta a las que se obtienen; la incapacidad de respuesta a las deficiencias del sistema generadas por la ineficaz gestión centrada en la enfermedad; la negativa a modificar normas y leyes que impiden el normal desarrollo competencial enfermero; la eliminación sin sentido ni argumento de acciones enfermeras fundamentales para la salud comunitaria; la incomprensible, o no, incapacidad para ordenar las competencias profesionales en los servicios, unidades o centros; la resistencia numantina a situar a enfermeras en puestos de responsabilidad; el ninguneo permanente del protagonismo enfermero para trasvasarlo de manera totalmente vergonzosa a añadir como méritos de otros profesionales; la exigencia desmesurada para demostrar lo que a otros se les da por supuesto; el cuestionamiento permanente a propuestas enfermeras en contraste con la aceptación sin reparos ni valoraciones a las realizadas por otros profesionales; la falta de consideración y valor a las aportaciones de las sociedades científicas enfermeras por el hecho de ser enfermeras; la absoluta falta de interés y atención a los planteamientos de las enfermeras en cualquier ámbito, contexto o situación; la insolente beneficencia política con la que se identifica y trata a las enfermeras; el radicalismo médico-político con el que se toman decisiones; la inequidad en el acceso a recursos; la negación irracional del impacto del trabajo enfermero en la conciliación familiar… son tan solo algunos de los hechos que a lo largo de estos años han ido pasando de manera inexorable como granos de arena por la estrechez administrativo-política y corporativista del reloj de arena que se puso en marcha para las enfermeras en 1977.

Pero el tiempo, como los granos de arena, están muy próximos a acabarse y con ello de detenerse el tiempo de paciencia, de aguante, de resistencia, de capacidad, de fortaleza… que las enfermeras han tenido para lograr que no se precipitase ni el tiempo ni la arena que lo medía.

Las enfermeras, y solo las enfermeras, debemos decidir si queremos que se posibilite el que se le dé la vuelta al reloj de arena y con ello se inicie un nuevo, incierto, lento y triste espacio en el que las enfermeras nuevamente asumamos el papel de resistencia y silencio, o si, por el contrario, determinamos que el tiempo se detenga para plantear soluciones reales que garanticen la calidad de los cuidados que prestamos y las condiciones en las que se nos pide que lo hagamos.

Se trata de seguir anteponiendo los intereses de la población a los del sistema, otros profesionales y los nuestros propios, pero exigiendo cambios reales que limiten la incertidumbre, eliminen las desigualdades, minimicen los impactos negativos, favorezcan las oportunidades, centren la atención en los cuidados… desde una perspectiva de firmeza, determinación, rigor y tolerancia cero al maltrato institucional al que estamos siendo sometidas y que incide de manera clara y objetiva en la calidad de atención a la salud.

Tenemos que ser capaces de explicar, informar y convencer a la sociedad de lo que queremos y exigimos para que no tan solo se solidaricen, sino que hagan suya la reivindicación por la que decidimos parar y actuar de una vez por todas.

El tiempo de las peticiones sin respuesta, los silencios como argumentos, los rechazos como soluciones, se ha agotado y con él la parálisis de acción.

Es hora de moverse, de actuar, de dejar de llorar, de hablar, de razonar para que se oiga nuestra voz y se escuche nuestro clamor que es el de una sociedad que necesita ser cuidada para saber cuidarse.

Que nadie intente manipular este grito de acción con una reivindicación económico – laboral o corporativista exclusivamente. Se trata de una apuesta razonada, científica y alejada de cualquier protagonismo, pero al mismo tiempo de un posicionamiento firme que no debe ceder ni al chantaje, ni las presiones de poder, ni las amenazas de quienes durante tanto tiempo nos han estado ignorando.

No es cuestión de hacerlo de manera precipitada y sin sentido, pero tampoco de contemplarlo desde una perspectiva de utopía que nos devuelva a la estrechez temporal de la evolución, el desarrollo y la valoración enfermeras.

No es cuestión de siglas, ni de ideas, ni de partidos, ni de personas, ni de consejerías o ministerios, es cuestión de voluntad. Y no ha habido ni hay voluntad de querer tan siquiera entender lo que son y significan los cuidados enfermeros y quienes los prestamos, las enfermeras.

No nos queda resquicio alguno de esperanza en lo que se nos pueda, quiera o pretenda decir. Ya hemos sido engañadas, ninguneadas, ignoradas, utilizadas, manipuladas, durante demasiado tiempo. Mucho más allá del que cualquier cuidado puede soportar. Estamos en fase terminal por culpa de la mala praxis de tantas y tantos oportunistas mediocres que han creído, torpemente como casi todo lo que hacen, que podían continuar e incrementar su actitud de hostigamiento y ataque a los cuidados.

Para hablar de cuidados hay que saber lo que significa cuidar y para cuidar profesionalmente hay que respetar a quienes lo hacen desde el conocimiento y el convencimiento de ser enfermeras. No hacerlo conduce irremediablemente a denigrar el cuidado y con ello a despreciar la salud y la dignidad humana. Pero estamos cansadas de hablar a los sordos y esperar a que los mudos nos hablasen

Las enfermeras no podemos, ni debemos seguir siendo cómplices activas ni pasivas de quienes actúan con tanto desprecio contribuyendo, por tanto, al deterioro progresivo de la salud y a la mercantilización de la misma para dejarla en manos de depredadores carroñeros que actúan desde los lobbies de poder financiero a quienes dan respuesta con la degradación de los cuidados para abaratar costes y hacer negocio.

Creer es querer y querer es poder, por lo que se cree y se quiere, pero como dijese Dostoyevski[2] “acaba uno por agotarse y siente que esa inagotable fantasía se agota con el esfuerzo constante por avivarla”. Por eso, antes de caer en el agotamiento al que nos arrastran, hay que tomar fuerza y defender nuestra imagen, nuestro valor, nuestra posición, nuestra aportación, nuestra voz… que hemos ganado con trabajo, compromiso, implicación, estudio, investigación, evidencias y vivencias.

Siempre he sido y sigo siendo un firme defensor del diálogo y la negociación, pero para que pueda ser eficaz y equitativo se requiere de la voluntad firme de las partes y no tan solo de la transigencia, la paciencia y la pasividad de una de ellas ante la imposición autoritaria y la prepotencia de la otra.

¡¡¡BASTA YA!!!! No queda otra. No entienden el lenguaje de los cuidados ni cuidan el lenguaje de sus decisiones. No es enfado, es decepción, y eso es peor, porque la decepción, al menos en este caso, no es como dijera Sir Bayle Roche[3] la enfermera de la sabiduría” sino la enfermedad de la sabiduría.

Salgamos a la calle con quienes son y deben ser siempre nuestra verdadera valedora y nuestra única e indiscutible aliada por y para la salud, la comunidad, para con ella recuperar y garantizar los cuidados.

De manera sistemática la ciudadanía destaca por encima de cualquier otra, la satisfacción por los cuidados enfermeros recibidos. Sin embargo, las/os políticas/os lo utilizan para imputarse el éxito en un claro y repetido oportunismo político con el que anulan la aportación específica enfermera al SNS para hacerla suya o enmascararla en un análisis global en el que finalmente queda invisibilizada. La ciudadanía identifica claramente quienes somos y lo que les aportamos y, estoy convencido, no van a querer renunciar a ello. Por eso necesitamos que la ciudadanía sepa lo que se está haciendo con engaños y mensajes distorsionados y manipulados, para sustituir cuidados profesionales por asistencia de muy baja calidad.

Ahora se trata de saber cómo y cuándo hacerlo sin protagonismos, utilizando el diálogo en aras del objetivo común. Para el resto de intereses se deberán buscar otros espacios y momentos. Ahora es el momento y el espacio de los cuidados y de quienes los prestan de manera profesional y exclusiva, las enfermeras.

Quienes ostentan por ley la representación de las enfermeras deben dar un paso al frente para ordenar este movimiento de dignidad profesional y en defensa de la ciudadanía. El resto de organizaciones, instituciones o asociaciones profesionales deberán sumarse al mismo desde la coherencia de sus diferentes planteamientos profesionales, científicos, investigadores, docentes… Tan solo desde la identificación unitaria de Enfermería, sin más siglas ni logos, lograremos que la arena del reloj no nos entierre en el anonimato y seamos dueñas de nuestro destino y nuestro tiempo.

[1] Actor y escritor argentino (1966).

[2] Fiódor Mijáilovich Dostoyevski, fue un famoso escritor, periodista y filósofo ruso (1821-1881)

[3] Político irlandés (octubre de 1736 – 5 de junio de 1807)

Salgamos a la calle con quienes son y deben ser siempre nuestra verdadera valedora y nuestra única e indiscutible aliada por y para la salud, la comunidad, para con ella recuperar y garantizar los cuidados.

De manera sistemática la ciudadanía destaca por encima de cualquier otra, la satisfacción por los cuidados enfermeros recibidos. Sin embargo las/os políticas/os lo utilizan para imputarse el éxito en un claro y repetido oportunismo político con el que anulan la aportación específica enfermera al SNS para hacerla suya o enmascararla en un análisis global en el que finalmente queda invisibilizada. La ciudadanía identifica claramente quienes somos y lo que les aportamos y, estoy convencido, no van a querer renunciar a ello. Por eso necesitamos que la ciudadanía sepa lo que se está haciendo con engaños y mensajes distorsionados y manipulados, para sustituir cuidados profesionales por asistencia de muy baja calidad.

Ahora se trata de saber cómo y cuándo hacerlo sin protagonismos, utilizando el diálogo en aras del objetivo común. Para el resto de intereses se deberán buscar otros espacios y momentos. Ahora es el momento y el espacio de los cuidados y de quienes los prestan de manera profesional y exclusiva, las enfermeras.

Quienes ostentan por ley la representación de las enfermeras deben dar un paso al frente para ordenar este movimiento de dignidad profesional y en defensa de la ciudadanía. El resto de organizaciones, instituciones o asociaciones profesionales deberán sumarse al mismo desde la coherencia de sus diferentes planteamientos profesionales, científicos, investigadores, docentes… Tan solo desde la identificación unitaria de Enfermería, sin más siglas ni logos, lograremos que la arena del reloj no nos entierre en el anonimato y seamos dueñas de nuestro destino y nuestro tiempo.

[1] Actor y escritor argentino (1966).

[2] Fiódor Mijáilovich Dostoyevski, fue un famoso escritor, periodista y filósofo ruso (1821-1881)

[3] Político irlandés (octubre de 1736 – 5 de junio de 1807)