“No es una buena medida de la salud estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma
Jiddu Krishnamurti[1]
Dr. José Ramón Martínez-Riera
Académico y Vicepresidente II
Academia de Enfermería de la Comunitat Valenciana
En unos momentos en los que la pandemia de la COVID 19 sigue presente, en los que la guerra contra Ucrania, que no de Ucrania como erróneamente se dice, azota a toda una nación y provoca efectos colaterales en prácticamente todo el mundo, en los que la amenaza de regímenes totalitarios ponen en peligro valores y derechos fundamentales, en los que las desigualdades y la falta de equidad son consecuencia de poblaciones vulneradas…parece que no invite demasiado hablar de Salud y mucho menos a hacerlo desde una perspectiva de celebración mundial.
Sin embrago, precisamente por eso y por otros muchos factores, situaciones y acontecimientos que suceden diariamente a nivel mundial, pero también local, resulta más necesario que nunca el hablar, analizar, reflexionar, debatir, sobre salud.
Sin duda los efectos que sobre la salud global están generando la pandemia, la guerra o las desigualdades, son razones suficientes, aunque no únicas para detenernos, aunque tan solo sea por un día, a valorar qué es lo que significa una palabra que todos reconocemos y que tan poco conocemos y valoramos. Tan solo, como dice el refrán, nos acoramos de Santa Bárbara cuando truena, y por analogía podemos decir que nos acordamos de la salud cuando no la tenemos o vemos el peligro de perderla.
En cualquier caso, tanto la pandemia, la guerra como las desigualdades, como ejemplos paradigmáticos contra la salud, lo que vienen a poner en evidencia es la fragilidad de la salud y la preocupante falta de atención que sobre ella se tiene por parte tanto de políticas/os, gobernantes, gestoras/es, profesionales de la salud y población en general.
Algo como la salud que concita tanto consenso, en cuanto a la importancia que a la misma se le da, cuanto menos en apariencia y en el discurso que se genera a su alrededor, y que sin embargo tanto se descuida e incluso tanto se maltrata en cuanto a hechos o acciones tendentes a promocionarla, conservarla o reponerla.
Queda claro, por tanto, que no se trata tan solo de identificar la salud como un valor, un derecho o una oportunidad que son utilizados de manera oportunista y puntual en el planteamiento de discursos, posicionamientos o argumentos con los que trasladar un mensaje en el que quede patente su importancia, pero en los que no se concreta nunca, o casi nunca, cómo la salud pasa a formar parte de las políticas que sostienen o cuanto menos fundamentan la acción política, gubernamental, gestora, profesional o social.
Así pues, la salud es utilizada, manoseada, manipulada y distorsionada en función del interés que en cada caso se requiera, como si de un comodín se tratase para tratar de completar la jugada que permita ganar la partida que en ese momento se esté jugando. Bien sea esta, la pandemia, la guerra o las desigualdades, incorporándola en el lugar que más convenga con tal de completar la combinación ganadora. Siempre acaba siendo una opción segura.
Pero claro está, lo que se utiliza realmente no es la salud, sino la palabra con la que identificamos a la misma, que en ningún caso supone que todos entendamos lo mismo sobre lo que significa, ni lo que aporta, ni lo que determina. Porque la salud es en sí misma una opción, una responsabilidad, una oportunidad, una ilusión, una condición, una solución, una demanda, una necesidad… según quién o quiénes la utilicen, la busquen, la interpreten, la analicen, la verbalicen, la incorporen, la trasladen, la coordinen, la gestionen o incluso la compren o vendan.
En una sociedad altamente competitiva en la que la inmediatez, el individualismo y la mercantilización lo impregnan todo, la salud se convierte en un bien de consumo más con el que jugar en bolsa, hacer negocio, asustar, engañar, especular, chantajear, pero muy poco con el que generar igualdad, tranquilidad, bienestar, equilibrio y solidaridad.
Nos hemos convertido todos, en mayor o en menor medida, en traficantes de salud.
Desde la política, al hacer de un tema tan sensible, trascendente y necesario un uso partidista con el que sacar rédito, sin que ello signifique que se haga en base a las respuestas o apuestas que en torno o a favor de la salud pública y comunitaria se requieren, sino tan solo como elemento de marketing y propaganda con el que llamar la atención u obtener un beneficio, sea político, social, corporativo o personal, pero muy alejado de la capacidad real de lo que significa tener y estar en salud.
Desde la gestión al identificar la salud como un bien con el que obtener beneficios desde una perspectiva rentista alejada, en muchos casos, de los resultados en salud de y para las personas, las familias y la comunidad, confundiendo de manera sistemática sanidad con salud como si fuesen sinónimos cuando realmente son antónimos o cuanto menos diferentes conceptos que incluso se gestionan de diferente manera y con diferentes objetivos.
Desde los profesionales porque algunos ni tan siquiera se sienten e incluso renuncian a serlo de la salud, por entender que su acción está por encima de ella al centrarse exclusivamente en la enfermedad y su posible curación. Otros porque aun asumiendo, o cuanto menos no renunciando, a su pertenencia a la salud, su actividad queda circunscrita a la enfermedad o la técnica, haciéndolo desde un paradigma que no les es propio y desde el que, además, pierden autonomía y generan dependencia y subsidiariedad de otros profesionales. Todo lo cual conduce al reduccionismo profesional que les sitúa como sanitarios al haber renunciado a la salud que tan solo ocupa un espacio anecdótico o testimonial. Los cuidados por su parte quedan relegados a una valoración residual y acientífica que no es ni identificada ni reconocida por las instituciones, aunque sea valorada de manera muy positiva por la población, pero que sin embargo les cuesta asimilarlos a una aportación específica enfermera generadora de salud, autogestión, autodeterminación y autonomía del cuidado.
Por último, desde la ciudadanía porque identifican que la salud es algo en lo que no tienen ni pueden aportar nada, que para eso están ya los profesionales sanitarios que son los únicos que tienen la competencia de actuar cuando se identifica o percibe alguna necesidad de salud, que realmente no es tal pues se asimila a una demanda por enfermedad, como consecuencia de la cultura sanitarista que en este sentido se ha trasladado por parte de los profesionales a la población, usurpándoles todo su saber popular y la capacidad de tomar decisiones en sus procesos de salud-enfermedad, generando una población dependiente y altamente demandante de asistencia que no de salud ni de atención.
Así pues, la salud, como sucede con otros derechos fundamentales como la justicia o la equidad quedan reducidos a meros conceptos idealizados y deseados, pero a los que resulta complicado acceder en igualdad de condiciones como consecuencia del contexto y los determinantes que en el mismo se presenten, lo que determinará claras diferencias tanto en el acceso como en la percepción que de la propia salud tengan las personas.
La salud pues debería ser identificada, además de como un derecho indiscutible, como un bien al que poder acceder con independencia de todos aquellos factores que de manera directa o indirecta inciden claramente en las posibilidades de las personas a hacerlo en igualdad de condiciones y de resultados.
Para ello resulta imprescindible que la salud desplace de manera clara a la enfermedad como centro de la atención de políticas, gestión, atención profesional o responsabilidad individual y colectiva de la población. Tan solo situando a la salud como objetivo y no como resultado esperable o deseable con el que hacer negocio o especular, y desde un abordaje de participación directa, seremos capaces de generar entornos, poblaciones y contextos saludables donde la salud forme parte de la convivencia y no sea tan solo una vivencia puntual, anecdótica o casual ligada a supuestos y estereotipados estados de bienestar.
La Salud Pública y Comunitaria deben adquirir el protagonismo que lamentablemente no tienen en la actualidad al estar subyugadas al racionalismo y paternalismo sanitarista de los modelos medicalizados en los que profesionales como las enfermeras son invisibilizadas o reducidas a realizar tareas delegadas de asistencia a la enfermedad y con ello anuladas como agentes de salud fundamentales de promoción de la Salud desde la que empoderar a las personas, las familias y la comunidad en salud.
Seguir celebrando el día mundial de la salud como una fecha en la que acordarse de que existe, pero sin que realmente haya un compromiso firme por parte de todos de situarla como referencia indiscutible de todas las políticas, lo que supone un cambio radical en cuanto a su identificación, abordaje, tratamiento, planificación, accesibilidad, desarrollo y evaluación, quedará reducido a una fecha más en el calendario de celebraciones mundiales que nos recuerde anualmente que existe aunque cada vez tenga menos sentido y se utilice, una vez más, como escaparate de propaganda en el que escenificar reconocimientos cuyo único objetivo es el de maquillar las carencias derivadas de la falta de decisiones necesarias, deseadas y valientes que sitúen a la salud como objetivo a alcanzar y no como medio para lograr fines que nada tienen que ver con la salud de las personas, las familias y la comunidad.
Los aplausos, como los reconocimientos, pierden todo su valor sino van acompañados de acciones que den verdadero sentido a la salud, que es lo que realmente necesita la ciudadanía, las/os profesionales y el propio sistema nacional de salud.
Discutir con la realidad es doloroso, tal como dice Byron Katie[2], admitirla sin hacerlo es renunciar a mejorarla.
Desde la Academia de Enfermería de la Comunitat Valenciana hacemos un llamamiento serio, riguroso y científico por la salud global como única forma de lograr el necesario equilibrio que facilite acceder a ella desde la igualdad, la equidad y la libertad, en un esfuerzo común por respetarla y no por hacer un uso interesado de la misma.
Ahora más que nunca la SALUD adquiere una dimensión más allá de la sanidad y la asistencia. Una dimensión integral que, de sentido a la vida en cualquier ciclo vital, entorno o contexto, al margen de diferencias sociales, culturales, religiosas o sexuales, disfrutándola en equilibrio y convivencia como un bien común que determine responsabilidad individual y colectiva y no como una obligación impuesta en oposición a la enfermedad exclusivamente. Como un valor que hay que defender y compartir, promocionar y respetar, generar y mantener, desear y lograr desde la participación y la solidaridad, la ética y la estética, la técnica y el cuidado, la tecnología y el humanismo. Tan solo desde esta perspectiva, este planteamiento, este compromiso merece la pena reconocer y celebrar este día mundial de la SALUD como un bien y un derecho universal y accesible.
[1] Escritor, orador, indio-estadounidense (1895-1986)
[2] Escritora y conferenciante estadounidense.